Este texto analiza las relaciones germano-mexicanas durante el nazismo, desde 1933 hasta el rompimiento de relaciones diplomáticas en 1941. A diferencia de la historiografía sobre el tema -que se centra primordialmente en los intereses germanos hacia América Latina- la intención es analizar ambas partes de la ecuación, dando una especial consideración a los intereses mexicanos hacia Alemania. Después de años de intentar acrecentar sus relaciones comerciales, fue la nacionalización del petróleo mexicano en 1938 la que finalmente ocasionaría una cooperación económica más cercana entre los dos países. Cuando esta fue interrumpida por el comienzo de la guerra, las diferencias políticas, minimizadas una y otra vez a lo largo de los años treinta, adquirirían un peso primordial.
Palabras clave::
relaciones exteriores, cardenismo, Tercer Reich, petróleo mexicano, segunda guerra mundial
Al analizar las relaciones entre México y Alemania durante las primeras décadas del siglo XX se puede observar -tal como puntualiza Ricardo Pérez Montfort- que los pocos estudios que abordan el tema se han concentrado mayoritariamente en dos periodos: el de la revolución mexicana y los intereses alemanes frente a la misma, y el de las intenciones de los nazis hacia México y la actividad de la quinta columna.2 Ello responde, en buena medida, a preocupaciones que han sido relevantes para la historiografía germana, que han girado en torno a la cuestión de las rupturas y continuidades que pueden establecerse entre las aspiraciones imperialistas del régimen de Guillermo II y los intereses expansionistas del Tercer Reich,3 y han ocasionado, entre otras cosas, que sea difícil reconstruir el periodo que corresponde a la república de Weimar, que si bien es corto, también es significativo. Es notorio, además, que el foco de buena parte de estas investigaciones -incluso el de las realizadas desde este lado del Atlántico- se centra en el lado fuerte de la ecuación, es decir, en los intereses alemanes hacia México, aunque ni América Latina ni México fueron nunca un área prioritaria para la política exterior alemana.4
Durante el periodo de la revolución mexicana, por ejemplo, se analiza el intento de los germanos de garantizar la protección de los intereses alemanes en el país; o bien las estrategias utilizadas por Alemania para ejercer una mayor influencia económica y política en toda la región latinoamericana. Las investigaciones que abordan el periodo del nazismo, por su parte, insisten en preguntarse cuáles eran las intenciones del Tercer Reich frente a América Latina, en particular si Hitler hubiera intentado la conquista de esta parte del mundo una vez asegurada la del viejo continente. Es de notarse, por tanto, la falta de investigaciones que analicen en profundidad cuáles eran las intenciones y los intereses de México frente a Alemania, y en particular en relación al periodo nazi, cuáles fueron las percepciones y reacciones del gobierno mexicano frente al ascenso y consolidación del nazismo alemán.5 Es notable, además, que existen pocos estudios recientes del tema.6
El presente texto busca aportar elementos para una mejor comprensión de las relaciones germano-mexicanas durante los años 1933-1941 (desde el ascenso de Hitler al poder hasta el término de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones) tomando en consideración los contextos e intereses políticos y económicos de ambos países, y dando una especial atención a los intereses mexicanos.7 El énfasis está puesto en las modalidades y texturas de la relación misma, relación que no sólo tiene una escala macro, también dependió, en buena medida, de los contactos que se establecieron entre los representantes de ambos países, y de las habilidades y características de los mismos. Buena parte de la documentación utilizada proviene del archivo de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) de México.
El inicio de las relaciones oficiales entre Alemania y México se debió al influjo de los comerciantes alemanes que, llegados a México durante el siglo XIX, promovieron el intercambio económico entre los dos países y presionaron la firma de tratados comerciales y el establecimiento de consulados que pudieran ofrecerles cierta protección política y diplomática.8 Los objetivos políticos durante este momento estaban subordinados a los intereses económicos, puesto que las representaciones germanas tenían por objeto principal crear condiciones favorables para que se desarrollaran las relaciones comerciales.9 Por su parte, el interés inicial de México residía en conseguir de los Estados alemanes el reconocimiento a su independencia, aunque una vez obtenido éste, las cuestiones económicas pasaron a ocupar el lugar central.10
Ahora bien, la forma que fueron tomando estos vínculos comerciales fue sumamente importante en la definición de la futura relación que se establecería entre ambos países, en particular debido a que la influencia económica de Alemania en México en ningún momento tuvo un peso primordial, ni representaba una competencia frente a los intereses de Estados Unidos y Gran Bretaña. Javier Garciadiego sugiere que debido a que el factor económico no era fundamental ni conflictivo, no definió la naturaleza de las relaciones políticas entre ambos países, las cuales fueron determinadas en mayor medida por la posición geográfica estratégica de México, vecino del poder ascendente más importante de entonces.11 Sin embargo, podría considerarse, a la inversa, que fue la posición geográfica de México y la evidente influencia económica estadounidense la que disuadió a Alemania de intentar tener una presencia más importante en México, y que el hecho de que los alemanes no controlaran sectores económicos claves ni contaran con grandes posesiones en el país definió en gran medida su actitud política frente al mismo. Por un lado, debido a que el gobierno alemán no tenía necesidad de ejercer una fuerte presión diplomática en los círculos gubernamentales mexicanos para defender la propiedad alemana en México, y por otro, porque su secundaria influencia económica la llevó a buscar otras estrategias para retar la hegemonía estadounidense en el país, que no contemplaban una competencia directa con ésta sino, tal como demuestra Friedrich Katz, incluían estratagemas más complejas, como el fomento de las confrontaciones entre México y los Estados Unidos.12
A pesar de que la propaganda germana durante la primera guerra mundial tuvo cierto eco en la opinión pública mexicana, Alemania tuvo muy poca influencia real en las cuestiones internas del gobierno mexicano. De hecho, según el mismo autor, la neutralidad de México no fue el resultado de las presiones alemanas, sino del nacionalismo de la nueva elite mexicana.13
El hecho de que México no resultara atractivo para el imperialismo alemán tuvo ventajas políticas a largo plazo. A diferencia de otras potencias, el que los germanos nunca intentaran una intervención en suelo mexicano, no adquirieran control sobre las materias primas del país y carecieran de un pasado colonial en América Latina, se convirtió en una importante ventaja ante los ojos de los políticos mexicanos. Al considerar la cooperación económica con los poderes europeos, Alemania era la nación que les causaba menos temor. Mientras que ofrecía cierto contrapeso frente a la relación de México con los Estados Unidos y Gran Bretaña, prometía acceso a tecnología de primer nivel y a un mercado que necesitaba materias primas y productos agrícolas mexicanos.14 Hacer uso de este contrapeso, sin embargo, no fue tan sencillo. La hegemonía que irían adquiriendo los Estados Unidos en la región, sobre todo después de la primera guerra mundial, y el reordenamiento de las potencias económicas en la zona después de la crisis de 1929, posicionaría a Alemania en un lugar bastante secundario.
En resumen, podría considerarse que las relaciones entre México y Alemania durante las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por el interés mutuo -aunque en escalas muy distintas- en ampliar mercados y suplir necesidades económicas básicas, y condicionadas en lo político por la cercanía geográfica de México a los Estados Unidos.
Las relaciones entre México y Alemania durante la década de los treinta experimentaron un proceso de redefiniciones y cambios importantes, pues se encontraban inmersas en una dinámica de acercamientos y alejamientos que culminaría a fines de 1941 con la ruptura de relaciones diplomáticas entre las dos naciones.
A partir de 1933 las relaciones entre ambos países sufrieron sus primeras fricciones políticas, vinculadas a las críticas que diversos sectores sociales mexicanos -en particular de izquierda- expresaron frente al ascenso de Hitler al poder, y frente a la persecución y asesinato de los miembros del Partido Comunista Alemán. Las mismas ocasionaron sendas protestas de la legación alemana, encabezada por el ministro Walter Zechlin, ante la Secretaría de Relaciones Exteriores.15
La posición del ministro Zechlin frente a esta situación fue particularmente incómoda, debido que se trataba de un diplomático socialdemócrata que representaba a un gobierno nacionalsocialista. De esta manera, mientras sus compañeros de partido eran perseguidos, Zechlin debía defender el honor y la reputación de la Alemania nazi, presentando una queja tras otra frente al gobierno mexicano, que exigían un alto a las protestas en contra de Hitler.16
Las críticas al nacionalsocialismo alemán no sólo provenían de la izquierda mexicana, sino también de la esfera gubernamental, en particular de la legación de México en Alemania, aunque en este caso no se trataba de declaraciones públicas sino de los informes confidenciales que el ministro mexicano Javier Sánchez Mejorada enviaba desde Berlín a la Secretaría de Relaciones Exteriores.17
Testigo de la complicada situación política que finalmente llevó a Hitler al poder, Sánchez Mejorada consideraba que este hecho había "consumado el establecimiento de la dictadura en Alemania [...]"18 El ministro mexicano, que adoptó una clara postura antinazi y que contaba con un agudo ojo político, dio cuenta en su informe de marzo de 1933 de las nuevas condiciones impuestas por el nacionalsocialismo en Alemania: la absoluta falta de libertad de la prensa, la ausencia de derechos constitucionales, el control nazi del parlamento (el cual "ha sido reunido solamente para que legalice la dictadura"), la condena a la socialdemocracia, al comunismo y a diversos grupos políticos que participaron en la creación y sostenimiento de la república, y la persecución a los judíos. Pero quizás uno de los aspectos que más llaman la atención es la observación de Sánchez Mejorada sobre los recursos utilizados por el nazismo para adentrar al pueblo alemán en la mentalidad del nacionalsocialismo:
Es conmovedora y hace profunda impresión la esperanza mística de las masas alemanas en la resurrección del poderío económico y militar de su pueblo. Hitler sabe tocar a maravilla en ese sensible instrumento, y en general sus directores de escena, sus tramoyistas políticos y propagandistas son de primer orden. No buscan la razón del intelectual o del filósofo; pero invariablemente dan con los resortes afectivos de las masas.19
Sólo dos meses después Sánchez Mejorada consideraba que "El fenómeno más saliente de la situación actual interior de Alemania, es la conquista de voluntades que ha hecho el régimen Nacional Socialista".20
Estos dos ministros, sin embargo, no durarían mucho en sus puestos. Sánchez Mejorada fue reemplazado por Leopoldo Ortiz a principios de 1934, tal como se verá más adelante. Zechlin, por su parte, fue sustituido por Rüdt von Collenberg, quien había fungido como cónsul general de Alemania en Calcuta y en Shangai, y quien representó al Tercer Reich desde su llegada a México, en diciembre de 1933, hasta el rompimiento de las relaciones entre ambos países. Su pertenencia al Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista (NSDAP) -a diferencia de lo que ocurría con otros miembros del servicio exterior alemán en diferentes países- evitó que en México se desarrollaran conflictos entre el partido y el Estado.21 Sin embargo, Von Collenberg no era un miembro prominente del partido (había ingresado sólo meses antes, en mayo de 1933) y en comparación con otros diplomáticos alemanes de diversas capitales latinoamericanas, se trataba de un personaje que había perdido influencia en el Ministerio Alemán del Exterior y en la Organización para el Extranjero (Auslandsorganisation) perteneciente a la nsdap,22 lo que probablemente fuera indicativo del lugar que ocupaba México dentro del espectro de las relaciones exteriores de Alemania. Von Collenberg recibía la mayor parte de sus instrucciones del consejero económico para México del Ministerio del Exterior de Alemania, Hermann Davidsen, y no fue sino hasta 1939 cuando ocurrió el primer contacto directo entre el diplomático y el ministro Alemán del Exterior, Von Ribbentrop o su subsecretario Weizäcker. Aparentemente Hitler nunca se dirigió directamente a él.23
La identificación de Von Collenberg con el nacionalsocialismo lo llevó a reaccionar de manera mucho más enérgica frente a las condenas que en México se expresaban frente al régimen de Hitler, y en este sentido la diferencia de actitud en comparación con su antecesor es notable. Zechlin, por ejemplo, se había mostrado mesurado frente a las protestas recibidas en la legación alemana, y en relación a una de ellas consideraba: "Afortunadamente he podido cerciorarme en el poco tiempo de mi estancia en su hospitalario país de la simpatía y general benevolencia del pueblo mexicano hacia Alemania y mis connacionales, de manera, que en caso dado que esta hoja circule profusamente, sabrá interpretar debidamente su contenido". En cambio, Von Collenberg se dirigió sólo tres meses después a la Secretaría de Relaciones Exteriores sintiéndose "obligado a invocar la protección del Gobierno Mexicano contra los ataques a la dignidad y el honor del Gobierno Alemán y contra la excitación del pueblo mexicano de parte de periódicos y agencias de prensa".24
A pesar de las críticas al nacionalsocialismo alemán, las relaciones entre los dos países no parecen haberse deteriorado, ni siquiera haber sufrido un alejamiento, lo cual parece ser atribuible a la actitud serena del gobierno mexicano, de quien Rüdt von Collenberg elogiaba su actitud amistosa,25 y al hecho de que en julio de 1934 México saldara -a través de un pago inmediato- la deuda que había quedado pendiente con Alemania desde tiempos de la revolución.26 Además, como ya se mencionó, la Secretaría de Relaciones Exteriores de México decidió sustituir a comienzos de 1934 al ministro Javier Sánchez Mejorada por Leopoldo Ortiz, diplomático más conservador que ya había representado a México en Alemania entre 1917 y 1920. Este cambio en la legación mexicana en Berlín también es interpretado dentro del intento del gobierno mexicano de encontrar nuevos mercados en el exterior, lo que fomentó el nombramiento de diplomáticos que privilegiaban los intereses económicos sobre los políticos.27
El deseo mexicano de ampliar y conservar las relaciones comerciales entre ambos países tuvo su contraparte en el lado germano, de forma tal que los respectivos representantes diplomáticos se esforzaban por encontrar afinidades entre México y Alemania.28 Al poco tiempo de haber llegado a Berlín, Ortiz declaró en una entrevista al periódico alemán Preussische Zeitung que consideraba posible aumentar las relaciones comerciales entre ambos países debido a que los productos de dichas economías se complementaban, y además que México también se hallaba, al igual que Alemania, en un periodo de transformación, originado y sostenido por necesidades políticas interiores.29 Por su parte, el periódico alemán National-Zeitung publicó un artículo titulado "De Estado colonial a Estado nacional. Obra de reconstrucción de México", que declaraba que en la situación de la política exterior de México había varias similitudes con la suerte de Alemania durante los últimos 14 años, puesto que la fuerza económica de México se hallaba gravada desde hacía tiempo por una deuda exterior desproporcionada.30 A principios de 1935 la Secretaría de Relaciones Exteriores solicitó a Ortiz que realizara un análisis exhaustivo sobre "las posibilidades de un acercamiento a Alemania [...] en los sistemas sociales, económicos e ideológicos", a lo que el ministro mexicano respondió considerando que la contradicción ideológica entre el régimen nacionalsocialista alemán y el democrático mexicano "ha sido motivo de un cierto enfriamiento en las relaciones. Pero si se va más al fondo de las características del nuevo régimen alemán [...] se tendrá que disipar cualquier sospecha [...] ya que se tienen que reconocer ciertas paralelas en los nuevos caminos de ambos pueblos que coinciden en el esfuerzo de liberarse de las cadenas del pasado y de anticipar el futuro [...]"31
Si bien Leopoldo Ortiz pertenecía, junto con el cónsul mexicano en Hamburgo Alfonso Guerra, al grupo de diplomáticos que defendieron la venta de productos mexicanos a cualquier país, urgiendo al gobierno de México a considerar las ventajas del comercio a largo plazo frente a las victorias políticas de corto plazo,32 no permaneció indiferente frente a los sucesos políticos de Alemania, expresando sus opiniones personales en los informes enviados a la Secretaría de Relaciones Exteriores. En estos reportes se observa que Ortiz, que en un principio se mostraba bastante objetivo, fue seducido paulatinamente por el nacionalsocialismo, tanto por la maquinaria militar desplegada en cada acto oficial como por la personalidad de Hitler, de quien comentaba en el informe correspondiente al cuarto congreso nacionalsocialista:
Una exaltación apostólica ilumina su semblante y en cada una de sus palabras que vierte vibra todo su ser. Su incansable actividad que se traduce en continuas giras y discursos y declaraciones que demuestran su gran facundia y dedicación a la cosa pública, no menos que su austeridad y pureza de vida, le han conquistado la idolatría de los alemanes [...]33
Meses después, el secretario de Relaciones Exteriores Emilio Portes Gil le recomendaba al ministro mexicano, de manera por demás delicada, seguir "el hilo de los acontecimientos, atento y acucioso, con mirada de observador imparcial y sereno [...]"34
En cuanto a la actitud de Alemania hacia México, en septiembre de 1935 el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, que se había unido a los esfuerzos de la economía privada y de Rüdt von Collenberg para acrecentar el comercio entre las dos naciones, comunicó a Leopoldo Ortiz que su gobierno también tenía gran interés en ampliar y profundizar las relaciones comerciales entre ambos países.35
Puede concluirse, por tanto, que durante estos primeros años del nazismo y del cardenismo, el deseo de ambas naciones de acercarse comercialmente tuvo resultados positivos, tanto en relación al aumento efectivo del comercio entre ambas,36 como al hecho de que los intereses económicos prevalecieron sobre las diferencias políticas, impidiendo que éstas ocasionaran un alejamiento en las relaciones entre los dos países.
Cabe resaltar que las protestas mexicanas en el ámbito internacional en este momento no parecieron perjudicar la relación con Alemania. El 17 de abril de 1935, México firmó una resolución del Consejo de la Sociedad de Naciones en protesta por la decisión alemana de restablecer el ejército, en violación del Tratado de Versalles, y en otoño de ese año protestó enérgicamente contra la invasión italiana de Abisinia, aunque en este último caso la protesta no afectaba directamente a Alemania, que pareció adoptar una posición neutral ante el conflicto. Como explica Verena Radkau, debido a que todavía no hubo una reacción masiva de la comunidad internacional, el Reich podía pasar por alto condenas aisladas.37 Sin embargo, el gobierno mexicano no dejó de presentar sus protestas en los foros internacionales, aun cuando más adelante las mismas hicieran clara referencia a las invasiones y anexiones llevadas a cabo por el Tercer Reich, y cuando, para varios autores México arriesgaba con ello -por lo menos en cierto grado- sus planes de expansión, crecimiento económico y balance frente a la dependencia comercial de los Estados Unidos.
En este sentido se puede considerar, entonces, que los intereses políticos no se subordinaron a los económicos, o más bien que hubo una especie de "monitoreo" por parte del gobierno mexicano sobre las posibles repercusiones de la actitud de México en la Sociedad de Naciones, y una estrategia que incluía explicar a los representantes alemanes, "en corto", que las protestas eran parte de una estrategia más amplia de defensa de los países débiles frente a las potencias, dirigida principalmente a los Estados Unidos, tal como se verá más adelante. La retórica radical del cardenismo, sin embargo, sí era percibida por algunos miembros de la administración gubernamental como un obstáculo para la búsqueda de la expansión comercial, en particular debido a que muchos países veían el nacionalismo económico del régimen con creciente preocupación.38 Ello ocasionó, asimismo, que tanto por parte de la prensa de Estados Unidos como de la Alemania nazi se acusara al régimen cardenista de comunista; y por parte del primero, también de haber "traicionado a México al poner el país en manos de Hitler, política, económica y espiritualmente".39
En 1936 tuvo lugar un nuevo cambio de ministro en la legación mexicana en Alemania. En esta ocasión Leopoldo Ortiz fue sustituido por Leónides Andreu Almazán,40 nombramiento que en palabras de Cárdenas respondió al "deseo de estrechar más, si cabe, las cordiales relaciones de amistad que felizmente existen entre nuestro [sic] país y los Estados Unidos Mexicanos [...]"41 En efecto, en el momento de presentar sus credenciales Almazán expresaba el deseo de su gobierno "de colaborar estrechamente con el Gobierno alemán para mejorar las relaciones comerciales entre ambos países, con vistas, principalmente, a la conclusión de un tratado de comercio que, al facilitar aquellas, diera un fuerte incremento a nuestro intercambio comercial [...]"42 Al igual que sus antecesores, Almazán duraría poco tiempo en el cargo, puesto que presentó su renuncia a fines de 1936, aparentemente debido a motivos familiares que expuso a Cárdenas en una entrevista personal que tuvo lugar entre ambos en la capital mexicana.43 Este constante cambio de los representantes diplomáticos de México en Berlín, si bien llama la atención, parece haber sido práctica común de la Secretaría de Relaciones Exteriores, reflejo, probablemente, de una política exterior bastante errática, pese a la imagen romántica que hemos heredado sobre la diplomacia mexicana de la época. Sin embargo, el hecho de que en ocasiones no llegaran a permanecer en Berlín más que unos pocos meses -con poco tiempo para familiarizarse y adentrarse en la complicada situación política alemana- pareciera haber obstaculizado el desarrollo normal de la legación mexicana. Uno de los principales elementos de continuidad sería el licenciado Francisco A. de Icaza, quien quedó al frente de la legación entre enero de 1938 y enero de 1939, y quien fue el responsable de la elaboración de buena parte de los informes políticos.44
La salida de Ortiz, que pudo haber respondido -por lo menos en parte- a su falta de objetividad y de distancia frente al régimen de Hitler, colocó nuevamente al frente de la legación a un diplomático que se mostraba crítico frente al nacionalsocialismo, cuyos informes recuerdan el tono de Sánchez Mejorada. Al igual que éste, Almazán criticaba la actitud del partido nazi hacia las masas, el impresionante despliegue de desfiles militares y la oratoria nacionalsocialista, y reflexionaba sobre la psicología del pueblo alemán y su ciega adhesión al führer, lo cual parecía impresionar profundamente a los observadores externos.45
El año de 1936 marcaría el comienzo de fricciones políticas más serias entre México y Alemania, vinculadas a las diferentes posturas de ambos países con respecto a la guerra civil española. Mientras Alemania intervenía militarmente para apoyar a Franco, el gobierno de Cárdenas comenzaba sus esfuerzos para apoyar moral y materialmente al gobierno republicano español. En un principio las dos naciones parecieron pasar por alto estas diferencias, en aras de sus buenas relaciones económicas. Alemania en particular mostró una actitud conciliadora hacia México, lo cual se reflejaba -según Icaza- en el silencio de la prensa germana frente a la postura mexicana, en contraste con la agresividad mostrada hacia otros gobiernos que simpatizaban con la causa republicana.46 En este mismo sentido interpretaba Icaza las estruendosas ovaciones recibidas por la delegación mexicana en el desfile inaugural de los Juegos Olímpicos de Munich.47 Aparentemente la postura alemana se vinculaba al intento de evitar fricciones con México y en general con América.
Sin embargo, Rüdt von Collenberg escribía desde México en 1936:
Las excitaciones del último tiempo han vuelto a acrecentar mi impresión de que aparte, tal vez de mis colegas en Washington, Moscú y Praga -que no tienen que contar siquiera, como yo, con indios y mestizos semisalvajes, habituados al uso de revólveres y cuchillos-, sin duda alguna no hay otro representante alemán en el extranjero que esté tan expuesto como lo estoy yo por el momento.48
Es poco probable que Von Collenberg realmente corriera algún peligro, pero su escritura delata, sin duda, una gran incomodidad, y da cuenta asimismo de la forma en que algunos alemanes -ni más ni menos el propio ministro en México- veían a los mexicanos. Esto no dejó de ser percibido por los representantes diplomáticos de México en Alemania, que reportaban recibir un trato de "apestados", como se verá más adelante.
A cierto deterioro de las relaciones entre ambos países también contribuyeron otros dos eventos: el bloqueo del gobierno nacionalsocialista a la pretensión mexicana de importar armas alemanas para la policía nacional;49 y el hecho de que el silencio de la prensa germana no durara mucho tiempo. En abril de 1937 Icaza informaba sobre las fuertes críticas de los periódicos alemanes hacia la postura de México con relación a la guerra civil española, aunque no consideraba que las mismas ameritaran una protesta diplomática,50 al contrario de lo que sucedía en la legación alemana en México, que no perdía oportunidad para protestar ante la Secretaría de Relaciones Exteriores. Lo que sí ameritaba protestas mexicanas eran las publicaciones que ofendían directamente al presidente Cárdenas, como el libro Der Balkan Amerikas del periodista Colin Ross, en el que, según el ministro Azcárate, además "se critica nuestro país, costumbres y forma de gobierno, para llegar a la conclusión de que lo único bueno y bien organizado que hay en México son las haciendas cafetaleras explotadas por alemanes".51 Las protestas de los representantes mexicanos se centraban en el hecho de que, a diferencia de México, en Alemania no había libertad de expresión y por tanto "el espíritu partidarista e inamistoso con que la prensa alemana trata los asuntos de México" era atribuido directamente al gobierno alemán. El libro citado fue retirado de circulación en mayo de 1938, dos meses después de que se hubiera llevado a cabo la expropiación petrolera (que había logrado cambiar la actitud de la prensa germana hacia México) y cuando ya estaba agotado.
El fuerte interés de ambos gobiernos en cuidar su imagen en el exterior los condujo a aceptar cierta reciprocidad en este tema. El gobierno mexicano, por ejemplo, censuró una película que criticaba a la Alemania nazi, debido que el gobierno de Hitler había accedido anteriormente a prohibir un film que denigraba a México.52 De hecho incluso el consejero Lurz, perteneciente al Departamento de Prensa del Ministerio Alemán de Negocios Extranjeros, llegó a proponer a Icaza cierto acuerdo para evitar los ataques periodísticos mutuos. Este último, sin embargo, le respondió que "dicho acuerdo no podría ser jamás en forma general puesto que en México la libertad de prensa es de lo más amplia", aunque la Secretaría de Relaciones Exteriores consideró la propuesta de que no fueran utilizados locales públicos para conferencias o exposiciones que pudieran lastimar la susceptibilidad de países con los que México sostenía relaciones diplomáticas.53 Todo esto, por supuesto, tuvo lugar después de la expropiación del petróleo mexicano. Antes, la queja principal de dicha Secretaría radicaba en que mientras que ella atendía cada una de las quejas de Von Collenberg, interviniendo para evitar roces entre ambos países, Alemania mostraba una amplia indiferencia frente a las protestas mexicanas.54
Por parte de México el interés económico siguió prevaleciendo sobre las cuestiones políticas, por lo que Icaza recomendaba mantener una política de neutralidad frente a Alemania, debido a que ésta era buena compradora de productos mexicanos, lo que se perdería al oponerse a sus pretensiones, y agregaba: "Nuestra repugnancia por el sistema político imperante en Alemania no creo que deba llevarnos a arruinar nuestro comercio de exportación [...]"55
En 1937, y a pesar de la guerra civil española, las dos naciones reanudaron sus intentos de estrechar sus lazos económicos, lo que llevó a México a reemplazar nuevamente a un ministro de pronunciada posición antinazi, Leónidas Andreu Almazán, por el general conservador Juan F. Azcárate, quien sería el representante mexicano ante Alemania hasta el fin de las relaciones entre ambos países.56 El Secretario de Relaciones Exteriores Eduardo Hay urgió confidencialmente al gobierno alemán a reconocer a Azcárate antes de que grupos de la izquierda mexicana pudieran protestar en contra de su nominación.57 Al parecer se logró el efecto deseado. El ministro alemán Rüdt von Collenberg recomendó ampliamente a Azcárate al Ministerio Alemán del Exterior como un "derechista" y como un militar que simpatizaba con Alemania, su führer y el ejército alemán; y el día en que el nuevo ministro presentó credenciales, el 11 de mayo de 1937, fue recibido por Hitler, lo cual en el contexto de la indiferencia con que se trataba a los representantes mexicanos era sin duda excepcional. Si bien en la conversación entre ambos -que tuvo por traductor al ministro de Relaciones Exteriores Konstantin von Neurath- se abordó el tema del fortalecimiento de las relaciones económicas germano-mexicanas, tal como relató posteriormente Azcárate, "el señor Hitler escogió como tema principal el más escabroso de las relaciones germano-mexicanas", es decir, el tema del apoyo de México a los republicanos españoles y la venta de armas a los mismos. Aparentemente el ministro mexicano salió del paso argumentando que se trataba de un asunto económico, y de estricto reconocimiento al estado español, pasando por alto las afinidades ideológicas entre el régimen de Cárdenas y la república española. El hecho de que lo despidieran estrechándole la mano y sonriéndole afectuosamente, según Azcárate relata, debe haber sido señal de que pasó la prueba.58
Azcárate no era un personaje pronazi, sino más bien un militar que admiraba la maquinaria de guerra alemana y la organización de su ejército, así como los adelantos industriales, artísticos y culturales germanos.59 El optimismo de Azcárate frente a las relaciones económicas con el Tercer Reich puede ser leído en el informe que envió en ese mismo mes de mayo de 1937 a la Secretaría de Relaciones Exteriores:
Las posibilidades del comercio germano-mexicano son magníficas. No creo que haya en el mundo otros dos países que se complementen tan bien en sus producciones como Alemania y México [...] Alemania siempre necesitará nuestros minerales para su industria y para la guerra. Tales minerales de exportación mexicana como el cobre, plomo, antimonio, mercurio, grafito, manganeso, petróleo, etcétera, son necesarios para la vida diaria de Alemania y estratégicos para la guerra.60
De hecho, el intercambio entre ambos países alcanzó cifras récord durante 1937.61 El ministro Rüdt von Collenberg, asiduo trabajador por la causa de la mayor cooperación económica entre ambas naciones, consideró incluso la posibilidad de una intervención directa del Reich en el proceso de industrialización mexicano, a través de inversiones estatales, pero el Ministerio de Economía alemán se mostró renuente a su propuesta. La política económica alemana había rechazado coadyuvar en la industrialización de México, considerando que con ello se perderían importantes mercados para los productos industriales alemanes que se exportaban al país azteca. El Tercer Reich finalmente quiso modificar este punto de vista en 1941, pero la situación internacional económica y política ya no se lo permitió.62
A pesar de los planes económicos para intercambiar productos manufacturados y tecnológicos alemanes por materias primas mexicanas,63 fue la expropiación de los bienes de las compañías petroleras extranjeras, decretada por el presidente Lázaro Cárdenas el 18 marzo de 1938, la que llevaría a una cooperación económica más cercana entre las dos naciones. Como resultado de la crisis provocada por el boicot de las compañías expropiadas al petróleo mexicano, y por la situación de la preguerra, que llevó a muchos países a evitar la compra del petróleo de México en aras de no arriesgar su relación con las multinacionales, la administración cardenista se vio frente al reto de encontrar mercados para el petróleo mexicano. El presidente Cárdenas insistió reiteradamente al embajador estadounidense Josephus Daniels que estaba en la mejor disposición de destinar la producción del petróleo recientemente nacionalizado para el consumo de los países democráticos,64 pero advertía también que el bloqueo impuesto a la industria petrolera mexicana obligaría eventualmente a México a buscar mercados nuevos en aquellos países dispuestos a retar el boicot, sin que importara su ideología o su postura internacional.65 Después de fracasar en sus intentos de vender el petróleo a los Estados Unidos y Gran Bretaña, México logró que un petrolero independiente, William R. Davis -quien ya había estado involucrado en la industria petrolera mexicana- comprara el petróleo mexicano, para refinarlo en Hamburgo y venderlo principalmente a Alemania e Italia (aunque también a otros países, entre ellos Suecia, Bélgica y Japón).66 Según Rout y Bratzel, entre el 18 de marzo de 1938 y el 3 de septiembre de 1939 por lo menos 1.3 millones de toneladas de petróleo fueron embarcadas desde México con destino a la Alemania Nazi.67 México también intercambió su petróleo por rayón italiano y frijol japonés.68
Si bien la venta de petróleo mexicano a Alemania se explica coherentemente dentro del contexto de la crisis económica que atravesaba la administración cardenista (a la cual había contribuido en buena medida el boicot de las compañías multinacionales al petróleo mexicano) y dentro del escenario que hemos estado describiendo, en el cual México había intentado durante los años previos estrechar sus relaciones económicas con la nación germana, resultaba contradictoria frente a los ojos de la opinión pública nacional e internacional con la postura adoptada por México en la Sociedad de Naciones, que rechazaba los ataques e invasiones llevadas a cabo por los países fascistas. La anexión de Austria en particular, que tuvo lugar sólo seis días antes de la expropiación petrolera, generó una fuerte reacción de México y una solitaria protesta en la Sociedad de Naciones, que en el contexto internacional -y ante la indiferencia del resto de las naciones democráticas frente a éste y otros atropellos- tuvo un importante significado, y era señal de que la distancia política entre ambas naciones comenzaba a ensancharse.69 La protesta a través de la cual Isidro Fabela declaraba que su gobierno no reconocía ninguna conquista efectuada por la fuerza, generó un agudo reclamo por parte del gobierno alemán, que comenzaba a resentir la actitud mexicana en el foro de Ginebra. En abril de 1938 el ministro Rüdt von Collenberg se presentó frente al secretario de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, para manifestar la extrañeza de su gobierno frente a las declaraciones del representante mexicano a la Sociedad de Naciones, y deseando saber la veracidad de tal información, agregaba:
[...] que el Gobierno Alemán consideraba injustificada la actitud de México en vista de que no había existido ninguna invasión, sino que la anexión se había realizado de acuerdo con los deseos del pueblo austriaco; que no comprendía cómo México podía dirigir una nota semejante a la Liga de las Naciones, pues ello significaba un completo desconocimiento de la verdadera situación y que confiaba en que no resultara verdad ese documento trágico-cómico que la prensa había publicado.70
Eduardo Hay, visiblemente indignado, comenzó por exigir a Von Collenberg que retirara el adjetivo "trágico-cómico" y, una vez que se calmaron los ánimos, explicó al representante alemán que la actitud de México en el asunto de Austria era consecuente con las actitudes que México había tenido anteriormente frente a la invasión de Italia en Abisinia y de Japón en China, e intentando evitar un incidente que pasara a mayores agregó: "nuestras manifestaciones ante la Liga de las Naciones en esos casos no habían significado sentimientos hostiles, y ni siquiera inamistosos, para Italia y Japón, sino que simplemente considerábamos [...] la invasión ilegal de países débiles por países poderosos", argumentando que si México no protestaba en tales casos "nunca podría tener la suficiente fuerza moral para protestar en el caso de ser el país afectado."71 Von Collenberg, por su parte, criticaba irónicamente en su diario, un mes antes, la "excesiva seguridad" de México, que se desplegaba en su actuación en Ginebra, y que era fomentada por la política del buen vecino de los Estados Unidos; pero también consideraba que era probable que el presidente quisiera con estos hechos satisfacer únicamente a su auditorio radical de izquierda.72 Las tensiones entre Hay y el embajador alemán también se debían en parte a la buena relación de este último con Saturnino Cedillo, quien ya manifestaba fuertes diferencias con el régimen de Cárdenas.73
Las pocas consecuencias políticas que la actitud de México en la Sociedad de Naciones ocasionaron al gobierno de Cárdenas reafirmaron la postura "legalista" mexicana, al considerar que ésta no perjudicaría las relaciones con los Estados totalitarios ni las afectaría económicamente, por lo que Isidro Fabela consideraba en 1939 que " bien valdría la pena de que siguiéramos siendo paladines del derecho, la justicia y la moral internacionales y al mismo tiempo fieles cumplidores de los compromisos que hemos contraído al hacernos miembros de la Sociedad de Naciones".74 Tampoco la recepción de exiliados políticos o refugiados judíos que huían del nazismo pareció interferir en las relaciones entre ambos gobiernos, ni fue un tema que se discutió entre sus representantes diplomáticos. La llegada de entre cien y trescientos exiliados políticos germanoparlantes a México, la mayor parte durante 1940 y 1941, constituyó un importante núcleo antinazi y antifascista que contó con destacadas personalidades del mundo de la política, del arte y de la cultura, que contribuyeron de forma importante a fortalecer las posiciones críticas hacia el nazismo y a difundir información sobre las atrocidades que sucedían bajo dicho régimen. El esfuerzo más importante en este sentido se plasmó en el Libro negro del terror nazi en Europa: testimonio de escritores y artistas de 16 naciones, que vio la luz en 1943 y fue prologado por el propio presidente Ávila Camacho.75
La aparente contradicción entre un gobierno que rechazaba las acciones militares germanas por un lado, y vendía petróleo -esencial para mantener funcionando la maquinaria militar y con ella los planes de guerra-76 por el otro, fue percibida por la administración cardenista, la cual fracasó en sus intentos de convencer a los países democráticos de que abrieran sus mercados al petróleo mexicano.77 Frente a ello la Secretaría de Relaciones Exteriores de México esgrimía la justificación siguiente:
El Gobierno de México, no obstante que públicamente había expresado su deseo de no vender su petróleo sino a los países democráticos, se vio obligado a venderlo a los países totalitarios [...] De esta manera, y por causas completamente ajenas a su voluntad, el Gobierno de México se encontró en una situación paradójica: No obstante su ideología perfectamente definida en asuntos internacionales, y a pesar de sus deseos de mantener y fomentar su comercio con los Estados Unidos, éste se desvió hacia los países no democráticos, alejándolo cada vez más de Inglaterra y de los Estados Unidos, como resultado de maniobras de intereses angloamericanos.78
Alemania, por su parte, también debió justificar frente a la opinión pública el nuevo tratado con un país al que durante años había acusado de "bolchevizante" y "marxista". El Observador, órgano del Ministerio de Propaganda del Reich, declaró que no había nada anormal en las compras de petróleo mexicano, que el Reich procuraba hacer negocios "donde quiera que se presenten" y que la forma de gobierno de sus socios comerciales no tenía injerencia en cuestiones políticas de Alemania, como lo probaba el caso de México, cuya forma de gobierno no coincidía con la de Berlín.79
De todas formas la prensa alemana en general -controlada por el partido nacionalsocialista y fiel reflejo de la postura oficial- experimentó un notorio cambio de postura frente a México a partir de la expropiación petrolera, apoyando la política nacionalista de Cárdenas.80 Al respecto comentaba Francisco A. de Icaza: "ha sido necesario que atacáramos económicamente a Inglaterra y los E.U.A. -los rivales de Alemania en la conquista del comercio mundial- para que el Reich dejara de denominarnos marxistas e incluso saliera a nuestra defensa",81 y agregaba en el mismo informe que el cambio de actitud hacia México se reflejaba particularmente en el trato que él mismo recibía desde marzo de ese año, totalmente distinto a aquél que se le había dado durante los últimos cuatro años:
Antes del asunto del petróleo se consideraba al representante mexicano como "apestado", aunque guardando siempre perfecta corrección. Desde que México vende petróleo a Alemania, el representante mexicano es bienvenido en todas partes, lo que demuestra una vez más cómo este pueblo de comerciantes pone el interés económico por encima del político, pues no habiendo cambiado nuestro sistema político ni tampoco el alemán no puede achacarse el cambio de frente más que al hecho de que ahora estamos vendiendo al Reich un producto tan necesario a éste como lo es el petróleo.82
Icaza concluía este interesante informe con la consideración de que lo que el trabajo constante e intenso de la legación alemana no pudo lograr en cinco años, se obtuvo en un día con la expropiación de los bienes de las compañías petroleras.
El cambio en la actitud de la prensa alemana a partir de la expropiación petrolera tuvo su correlato -en sentido contrario- en la prensa estadounidense, la cual comenzó una fuerte campaña de desprestigio, que ante las reformas llevadas a cabo por la administración cardenista acusaba a la misma de tendencias comunistas, y ante cualquier relación que establecía con las potencias europeas tildaba al gobierno mexicano de nazi o fascista. Varios de los responsables de los artículos que conformaban esta campaña -como el periodista Frank L. Kluckhohn- respondían a los intereses de las compañías petroleras.83
En junio de 1939 tuvo lugar en Berlín una conferencia para tratar el tema de la política alemana frente a Latinoamérica, que reunió a los jefes de las legaciones y embajadas alemanas en dicha región. Rüdt von Collenberg sostuvo allí que la tarea principal de la política alemana hacia México era establecer un tratado de comercio bilateral, en particular tomando en consideración que el conflicto entre México y Estados Unidos en torno al petróleo, en su opinión, no se resolvería pronto.84
Sin embargo, el comienzo de la guerra cambiaría el escenario internacional de forma drástica, y a pesar de que Alemania adquiría en 1939 aproximadamente dos tercios de todo el petróleo mexicano exportado,85 las relaciones económicas germano-mexicanas comenzaron a deteriorarse de manera significativa a partir del comienzo del conflicto armado. México continuó vendiendo su petróleo a Alemania hasta que el desencadenamiento de la guerra y el bloqueo que estableció Gran Bretaña en el Atlántico impidieron a los buques petroleros continuar con sus actividades. Las embarcaciones destinadas a puertos neutrales fueron incautadas por los ingleses, quienes argumentaban, con razón, que el petróleo en realidad estaba dirigido a los nazis. Durante los primeros meses de 1940 fueron embarcadas algunas toneladas de petróleo mexicano en buques japoneses a través del Pacífico, las cuales eran descargadas en Vladivostok, para ser enviadas desde allí a territorio alemán en el ferrocarril transiberiano.86 Sin embargo, para septiembre de ese año las relaciones entre Japón y Estados Unidos se habían deteriorado considerablemente, y los esfuerzos por evadir el bloqueo en el Atlántico no fueron bien vistos por los Estados Unidos.87 Ello, junto con el cambio de actitud en el gobierno estadounidense a partir del comienzo de la guerra, que lo llevó a calificar la actitud de las empresas petroleras de "antinacionalista" y a presionarlas para llegar a un acuerdo con el gobierno mexicano, ocasionó que la venta del petróleo mexicano se redirigiera nuevamente a ese mercado.
En el deterioro de las relaciones mexicano-germanas tuvo particular injerencia la decisión de las compañías germanas de cancelar sus compromisos con los contratistas mexicanos para renegociar las formas de pago por el petróleo mexicano ya entregado (que debían reemplazar al trueque por el pago en efectivo); y el hecho de que la mayor parte de las entregas de petróleo mexicano no fueron pagadas por Alemania con los bienes manufacturados que había prometido, tal como sugiere Friedrich Schuler. En principio el gobierno alemán argumentó que el bloqueo del Atlántico impedía el paso de los barcos alemanes, pero para comienzos de 1940 Alemania admitió abiertamente que le resultaba imposible cumplir su parte del trato debido a que sus materias primas serían utilizadas exclusivamente para fines bélicos, y no comerciales, independientemente de los compromisos previos que había adquirido.88
Las relaciones comerciales entre México y Alemania prácticamente finalizaron con el comienzo de la segunda guerra mundial, que llevaría a una reorientación de las políticas económicas en todo el mundo. Si bien México se comprometía económica y políticamente cada vez más con los Estados Unidos, durante los primeros años de la guerra los políticos mexicanos intentaron mantener cierta distancia frente a su vecino del norte, para poder manejar sus intereses nacionales con mayor libertad. En estas consideraciones tuvo un peso razonable, sobre todo durante los dos primeros años de la guerra, la incertidumbre frente al futuro escenario europeo, carta que también jugaron bien los alemanes al exponer a los países latinoamericanos las grandes ventajas que la Alemania victoriosa ofrecería al convertirse en el mayor mercado de consumo del mundo, subrayando de manera por demás amenazante que "al reanudar de nuevo las relaciones económicas de Alemania con los países iberoamericanos, [ésta] se propone tomar en cuenta la actitud que hayan asumido estos países durante el actual conflicto europeo".89 El hecho de que las relaciones políticas continuaran después de la interrupción de las relaciones económicas se atribuye en buena parte al interés mexicano en mantener abierta la posibilidad de reanudar el comercio con Alemania una vez terminado el conflicto bélico, puesto que los gobiernos mexicanos tradicionalmente habían utilizado los intereses alemanes para suplir los intereses británicos o estadounidenses en un intento de ganar mayor independencia frente a estos dos países.90
En México, sin embargo, el clima político en torno de la sucesión presidencial en 1940 produjo un nuevo alejamiento en las relaciones germanomexicanas, ahora sí vinculado a cuestiones políticas. En mayo de ese año el presidente Cárdenas recibió un informe titulado El nazismo en México, que señalaba, entre otras cosas, un claro vínculo entre el agregado de prensa de la Legación alemana, Arthur Dietrich, la actividad pronazi en México y un sector de la prensa mexicana,91 lo que contribuyó a que Dietrich fuera finalmente expulsado del país en junio. Pero la expulsión de Dietrich no fue un asunto exclusivamente de política interna. Respondió principalmente a las presiones de los Estados Unidos, a las repetidas demandas de su embajada en México para que se pusiera fin a la propaganda nacionalsocialista en el país, y al interés del gobierno de Cárdenas de asegurar el apoyo de su vecino del norte a la candidatura de Manuel Ávila Camacho, frente a la de Juan Andrew Almazán, mostrando con este hecho su buena disposición a cooperar con los Estados Unidos en el proyecto de defensa hemisférica. Dicha disposición se haría explícita, asimismo, en la Conferencia Panamericana de La Habana, de 1940, cuando los países participantes acordaron que el ataque a cualquiera de ellos sería considerado un ataque a todo el continente.92
Ello no significaba, sin embargo, que México no continuara durante un tiempo más realizando malabarismos para buscar cierto equilibrio en sus relaciones exteriores, entre dos elementos tan antagónicos como la Alemania Nazi y el gobierno de Roosevelt. Así se explica, entonces, que el secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, pidiera a Von Collenberg no dar demasiada importancia a la expulsión de Dietrich, argumentando que el gobierno mexicano se había visto obligado a acatar la demanda estadounidense. La influencia de Suárez en decisiones de política económica exterior había aumentado considerablemente después de la expropiación de 1938, y no era inusual que el secretario de Hacienda matizara ante la Legación germana las decisiones tomadas por la Secretaría de Relaciones Exteriores, o incluso por la presidencia misma.
En búsqueda todavía de mantener su autonomía, la presidencia de México no sólo expulsó a Dietrich, también reaccionó fuertemente frente a la campaña de difamación llevada a cabo por algunos periódicos estadounidenses, que insistían en sobredimensionar las actividades de agitación de la quinta columna en México, aclarando que el gobierno procedería con toda energía contra "los elementos que pretendan comprometer la política de neutralidad del gobierno de México",93 mientras que el secretario de Relaciones Exteriores de México advertía en Nueva York que los rumores de la prensa estadounidense estaban convirtiéndose en un obstáculo entre las relaciones de México con su vecino del norte, en un momento delicado en el que se intentaba mejorar los problemas, no aumentarlos.94
A partir de 1940 México se convertiría cada vez en mayor medida en un escenario en donde se confrontarían los intereses de los Estados Unidos y el Tercer Reich. Mientras que la política de este último frente a México, dejada en manos de Von Collenberg, se enfocaba en mantener la esperanza de reanudar las relaciones comerciales lo más pronto posible, y en el intento de mantener la neutralidad de México frente a la guerra, los Estados Unidos buscaban la cooperación de la economía mexicana para sus esfuerzos bélicos, así como el apoyo mexicano a los aliados.
Durante 1941 las relaciones entre Alemania y México comenzaron a deteriorarse rápidamente, a partir de un franco cambio en la actitud del Tercer Reich hacia las naciones latinoamericanas en general. El Ministerio de Asuntos Exteriores alemán relegó a un segundo plano las relaciones germano-mexicanas, dándoles mucha menor importancia que las que daban a éstas el gobierno mexicano, lo cual en realidad había sido una constante durante todo el periodo analizado, si bien se habían cuidado más las formas.95 Al respecto informaba el Ministro de México en Alemania, Juan F. Azcárate, que desde que Von Ribbentrop había sido nombrado ministro de Relaciones Exteriores, "hay una desagradable atmósfera de tirantez en el Ministerio", y a excepción de los funcionarios diplomáticos de países amigos de Alemania, "hay un alejamiento de todos los demás a causa de la frialdad con que se nos recibe y de la poca efectividad de nuestras gestiones personales. Parece que asumen que el que es neutral es su enemigo".96
Además de la lentitud y evasivas que recibían los diplomáticos de países neutrales por parte del Ministerio del Exterior, Azcárate informaba de una crisis ocasionada por el rechazo de dos visas que necesitaba el personal de la legación mexicana que debía ir a Holanda y Bélgica a liquidar las oficinas mexicanas. Finalmente, el ministro mexicano optó por corresponder con la misma moneda, al negar las visas para dos correos diplomáticos alemanes que se dirigían de Estados Unidos a Sudamérica y necesitaban pasar por México, con lo que se resolvió el problema. En vista de lo anterior Azcárate opinaba que "no estaría justificado que se le den muchas facilidades a la Legación de Alemania en México hasta que este Ministerio cambie sus métodos y maneras, que, a decir verdad, no son solamente en el caso de esta Misión, sino en general de todas. Es una actitud impolítica [sic] del señor Ministro reflejada en todo su Ministerio".97 La Secretaría de Relaciones Exteriores lo felicitó por su desempeño en el asunto.
A partir de ese año la prensa alemana comenzó también a atacar las políticas de cooperación interamericana, al sostener que Brasil, Argentina, Chile y México (los cuatro países latinoamericanos más importantes para Alemania, en ese orden) se estaban entregando por completo a la influencia estadounidense, "abandonando el principio de oponer una política de contención e independencia ante los constantes avances de la política norteamericana en Hispanoamérica." En particular frente a México la prensa mostraba un drástico cambio de actitud, criticando el acercamiento de Roosevelt a México a través de la política del buen vecino, que no era considerada más que una forma de cubrir sus intereses imperialistas. El jefe del Departamento Hispanoamericano del Ministerio de la Propaganda se burló inclusive de las negociaciones que Washington sostenía con México para firmar un pacto de ayuda mutua, e irónico frente al encargado de negocios de México en Alemania, Francisco Navarro, sostuvo: "Esa 'ayuda mutua' es un poco desproporcionada entre Estados Unidos y México. ¡Ayuda mutua!, dijo, y soltó una enorme carcajada." Navarro optó por guardar silencio, mientras que el consejero de la embajada de Chile intervino entre ambos funcionarios "para cortar una escena que ya resultaba un poco molesta".98
El gobierno de Ávila Camacho, efectivamente, se alineaba cada vez más con los Estados Unidos. En abril de 1941, siguiendo los pasos de este último, incautó diez barcos italianos y dos barcos alemanes que habían estado varados en Tampico y Veracruz desde que estalló la guerra, con el argumento de evitar actos de sabotaje, apelando al derecho de Angaria para justificar su acción.99
Como muestra de la fuerza que tenía el interés en el comercio con Alemania, y probablemente también de la falta de comunicación entre lo que pasaba en México y Alemania, vale la pena citar un informe del ministro Azcárate, de ese mismo mes de abril de 1941, en el que seguía observando las virtudes del comercio con Alemania, considerando que la "región alemana es en el mundo la que mejor complementa la economía de México", mientras recomendaba: "No creo por lo tanto prudente mostrar hostilidad innecesaria que pueda perjudicar a nuestra economía en el futuro a causa de resentimiento justificado".100
Fue el Tercer Reich, sin embargo, quien dio el primer paso que llevaría al rompimiento de relaciones entre ambas naciones, al ordenar el cierre de los consulados de Alemania en México. Esta medida, que también se había ordenado en el resto de América Latina y en los Estados Unidos, fue tomada en represalia por el cierre de los consulados alemanes ordenado por el gobierno de Roosevelt, bajo la consideración de que éstos ejercían funciones que iban más allá de sus atribuciones normales. Con esta medida el Tercer Reich evidenciaba la poca consideración que tenía frente a las naciones latinoamericanas, a quienes trató como un apéndice de los Estados Unidos, orillándolas en buena medida a aliarse con éstos. México respondió ordenando el cierre de sus consulados en el territorio dominado por el Tercer Reich.
Durante el mes de noviembre de 1941, la prensa alemana se ocupaba de la gestión humanitaria de México en favor de los refugiados españoles que se encontraban en la Francia ocupada, calificando dicha gestión de "inoportuna intromisión", y hacía referencia al tratado celebrado entre México y los Estados Unidos, a través del cual ambos países resolvían sus asuntos pendientes (entre ellos el tema del petróleo, el pago por reclamaciones por daños a propiedades de estadonidenses, la cuestión de la compra de la plata mexicana, etcétera),101 calificándolo de instrumento de penetración del imperialismo estadounidense en México y viéndolo como símbolo del cambio de dirección en la política exterior del presidente Ávila Camacho, que cedía a las presiones de los Estados Unidos.102
Pocos días después el ataque japonés a Pearl Harbor fue condenado por el gobierno mexicano, que si bien no declaró la guerra al Eje como hicieron otros países del continente, rompió relaciones diplomáticas con el Tercer Reich. Para Carlos Inclán Fuentes "la ruptura de relaciones fue una consecuencia natural de los acuerdos signados por México durante las reuniones de consulta de ministros, como lo confirmó Padilla en la nota que entregó a los representantes de Alemania e Italia en México, el 11 de diciembre de 1941".103
Posteriormente, en mayo de 1942, el hundimiento del buque petrolero mexicano "Potrero del Llano" y del buque-tanque "Faja de Oro" por un submarino alemán involucraron a México en la segunda guerra mundial.104 Las relaciones entre México y Alemania Occidental no se reanudarían hasta 1952.
La relación entre México y la Alemania nazi fue, por supuesto, una relación asimétrica. Y todos los actores involucrados lo sabían.105 México no sólo no figuraba en la lista de países más significativos para Alemania en lo general; ni siquiera en el espacio latinoamericano tenía un papel importante. En esta zona era Brasil el país que más interés le provocaba, seguido por Argentina y Chile. México ocuparía, si acaso, un lejano cuarto lugar. Por tanto, resulta comprensible que los esfuerzos por acrecentar el comercio entre ambas naciones también hayan sido asimétricos, y que los representantes mexicanos -que en los foros internacionales defendieron tan bien los derechos de los países más débiles frente a las potencias- tuvieran una tolerancia inusitada frente a los displicentes tratos otorgados por las autoridades alemanas en reiteradas ocasiones. Por supuesto no se trató de una actitud de sumisión (o no sólo de ello) sino de un cálculo político y económico que parecía aconsejar paciencia, privilegiando el interés por encontrar un contrapeso frente a la dependencia económica hacia los Estados Unidos, sobre las sensibilidades nacionalistas que en otro momento hubieran enturbiado mucho más la relación bilateral.
Fue la imposibilidad de concretar los diversos planes para un mayor intercambio comercial entre ambos países, que surgieron reiteradamente a lo largo de estos años, vinculada al contexto internacional, lo que ocasionó que las diferencias políticas -minimizadas una y otra vez por ambas partes- finalmente adquirieran peso. Aun así, el hecho de que las relaciones políticas continuaran después de la interrupción de las relaciones económicas no deja de llamar la atención, aunque resulta coherente con el interés mexicano en mantener abierta la posibilidad de reanudar el comercio con Alemania una vez terminado el conflicto bélico, sin renunciar a la búsqueda de mercados que permitieran adquirir autonomía frente los intereses económicos británicos o estadounidenses.106 Por ello mismo, si bien públicamente México y el Tercer Reich pertenecían a bloques ideológicos diferentes, en sus relaciones bilaterales hicieron todo lo posible, por lo menos hasta el desencadenamiento de la segunda guerra mundial, para que las diferencias ideológicas no obstaculizaran los intereses mutuos que giraban en torno al intercambio comercial, al petróleo y al distanciamiento de los Estados Unidos.
El contexto internacional, sin embargo, coadyuvaría a acercar a México a los Estados Unidos, y a distanciarse de Alemania. No queda claro, aún, cuál fue el peso relativo del intercambio comercial mexicano-alemán para cada uno de estos países, y sería necesario generar información para profundizar en este tema, tal como se mencionó anteriormente.
Lo que queda claro es que ambas economías se complementaron, aunque de forma muy asimétrica, en un momento por demás delicado para las dos: México, al lograr encontrar un mercado para el petróleo recién nacionalizado, y Alemania al conseguir petróleo proveniente de un país que prácticamente no tenía medios para exigir su pago, el mismo año en que decidió invadir Polonia y, con ello, dar comienzo a la segunda guerra mundial.