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Revista de investigación clínica

versión On-line ISSN 2564-8896versión impresa ISSN 0034-8376

Rev. invest. clín. vol.58 no.4 Ciudad de México jul./ago. 2006

 

Artículo especial

 

Salvador Zubirán: pilar de Nutrición, antes, ahora y en los tiempos por venir

 

Salvador Zubirán: column of nutrition, before, now and in times to come

 

Guillermo Soberón*

 

* Presidente del Consejo de la Comisión Nacional de Bioética, Presidente Emérito de la Fundación Mexicana para la Salud, Miembro de El Colegio Nacional, Rector de la UNAM 1973–1981, Secretario de Salud 1982–1988.

 

Reimpresos:
Dr. Guillermo Soberón
Correo electrónico: gsoberon@funsalud.org.mx

 

Siempre me he ufanado de que la buena suerte me ha acompañado en mi ya larga vida profesional. Una de las mejores expresiones de mi buena fortuna se manifiesta claramente en la oportunidad que tuve de convivir con una pléyade de grandes maestros que marcaron su impronta en mi persona, pues me dotaron de un armamentario que me ha provisto de razones y actitudes que, seguramente, han sido cruciales para abrirme paso. Así, en orden cronológico menciono, para iniciar la lista, a mi padre Galo Soberón y Parra, malariólogo que me introdujo a los buenos caminos de las ciencias médicas al tiempo de minimizar sus sinsabores, ya que fue un hombre feliz que disfrutó inmensamente su profesión; a Edmundo Rojas Natera, quien, por poco, me hace patólogo; a Francisco Gómez Mont, quien me abrió los ojos a la endocrinología; a José Laguna, de quien recibí la inspiración para penetrar en las filas de la bioquímica; a Philip P. Cohen, mi mentor en la Universidad de Wisconsin, quien además de hacerme bioquímico, se empeñó en adiestrarme en el difícil arte del "chairmanship"; a Bernardo Sepúlveda con quien estuve cerca en dos épocas, la primera difícil y tensa por el encuentro entre su inefable férrea disciplina y mi nunca doblegada rebeldía, la segunda tersa y recompensante cuando unimos fuerzas para impulsar el uso razonable de los medicamentos en el sistema de salud al tiempo de impulsar el desarrollo de la industria quimicofarmacéutica. Siguen los nombres de dos reconocidísimos salubristas, Miguel Bustamante y Manuel Martínez Báez, cuyos consejos fueron valiosísimos cuando tuve que adentrarme en los fascinantes senderos de la salud pública.

Dos nombres más debo destacar en esa lista, singular por su riqueza, los de Ignacio Chávez y Salvador Zubirán. Siempre tuve una gran admiración por el Maestro Chávez, cuya obra ya era unánimemente reconocida en México y allende nuestras fronteras, pero pude acercarme a él hasta 1952 cuando contraje matrimonio con Socorro su sobrina predilecta y, sobre todo, cuando fue rector en 1961 y yo era ya profesor universitario, relación que se estrechó a partir de 1973 y hasta su fallecimiento en 1979, tiempo en que yo era rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); fue precisamente el Maestro Chávez quien me llevó a nuestra alma mater, las reflexiones de su parte, que pude recoger, fueron grandemente aleccionadoras. Con Salvador Zubirán conviví muy de cerca y, diría, en forma casi cotidiana lo que, sin duda, puedo aquilatar como una lección de vida en su más amplio sentido. Por eso he expresado que la nuestra fue, más bien, una relación filial de mi parte y que es, para mí, muy significativo que partió, prácticamente, de que, a punto de regresar de Wisconsin, perdí a mi padre, en 1956. La relación se extendió hasta el fallecimiento del Maestro en 1998.

Salvador Zubirán fue, ciertamente, un hombre de bien, inteligente, trabajador infatigable, generoso, maestro lúcido, gran amigo de sus amigos. Fue un excelente esposo tanto en su primer matrimonio con Vita como en el segundo con María Luisa; también se le reconoce como excelente padre y cariñoso abuelo y bisabuelo. Haberle acompañado en su constructiva labor y haber contado con su apoyo en tantas circunstancias que se me presentaron en la UNAM y en la Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA) fue, para mí, verdaderamente providencial. Por eso me ha parecido oportuno referir algunas vivencias que dan fe de su firme carácter, de su visión de largo plazo y de su indeclinable energía para buscar la superación de su institución y de cómo mantenerse con la cabeza enhiesta y poner el pecho ante la adversidad.

Al Maestro Zubirán se le reconoce por su gran obra: el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (INCMNSZ) y claro que hay buena razón para que así suceda, pues es una gran institución. No obstante, hay que rememorar su labor en colocar cimientos del Sistema Nacional de Salud de nuestro país y en su esfuerzo por encauzar a la UNAM por senderos de excelencia académica.

Desde su titulación como médico buscó consolidar su formación en centros donde pudiera acercarse a la frontera del conocimiento científico en una época en la que se sentía el impacto del informe Flexner que determinó la utilización de las aportaciones de la ciencia en la enseñanza y en la práctica de la medicina. Por eso se trasladó al Hospital Peter Bent Brigham, vinculado a la Universidad Harvard, en Boston. A su regreso a México se enfrascó en la práctica privada de la medicina, en la docencia en la Escuela Nacional de Medicina de la UNAM y en algunos trabajos en la esfera gubernamental. La primera oportunidad de mostrar su convicción social en la aplicación de su ejercicio profesional se dio cuando el presidente Lázaro Cárdenas lo hizo Jefe del Departamento de Asistencia Infantil y en el sexenio siguiente en que pasó a ser Subsecretario de Asistencia con Gustavo Baz como Secretario. Ahí desarrollaron una notable obra en la construcción de hospitales en diversos lugares del país.

Reconocemos que 1943 marca el arranque del Sistema Nacional de Salud que ha dado lugar, a través de reformas sucesivas, al arreglo estructural de las instituciones que hoy contemplamos. En ese año se creó el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), se fusionó el Departamento de Salubridad, creado en 1917 al promulgarse nuestra Carta Magna, con la Secretaría de Asistencia, creada en 1937. También emergió en ese año el Hospital Infantil de México Federico Gómez (HIMFG), primero de las instituciones que ahora en número de 12 constituyen los Institutos Nacionales de Salud (INS). El segundo fue el Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez (INCICh) en 1944 y el tercero el Hospital de Enfermedades de la Nutrición en 1946 que en 1980 pasó a ser instituto, ahora Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán, a los tres les fue añadido, con justicia, el nombre de sus fundadores. Pocos están enterados del papel importante que jugó el Maestro Zubirán en aquellos arreglos, pues desde su posición de subsecretario promovió los cambios necesarios y apoyó a sus amigos Gómez y Chávez en la concepción y desarrollo del Hospital Infantil de México y del Instituto Nacional de Cardiología, respectivamente.

Nutrición se edificó aprovechando la estructura física existente del pabellón 9 del Hospital General de México, lo que le ocasionó acerbas críticas por parte de sus médicos. Las tres instituciones, HIMFG, INCICh e INCMNSZ, combinaron la atención médica con la enseñanza de pregrado y de posgrado y con la investigación científica que, inicialmente, prevaleció en la modalidad clínica. El subsector de los INS es un baluarte fundamental de nuestro Sistema Nacional de Salud, pues además de la atención médica especializada que ofrece, produce recursos humanos calificados de alto nivel que son primordiales para todas las instituciones de salud que integran el sistema y son los responsables de la mayor parte de la producción científica de calidad que se origina en México. Es de interés que, en el año de 1981, 36 años después de fundado Nutrición, la llamada Coordinación de los Servicios de Salud de la Presidencia de la República recomendó que la Secretaría de Salubridad y Asistencia estableciera un núcleo orgánico en apoyo de los Institutos Nacionales de Salud, proyecto que estuvo a la responsabilidad del maestro Zubirán. Su experiencia y talento, así como el gran respeto y afecto que se le tenía al Maestro vinieron bien para el desarrollo de esa idea en beneficio de instituciones trascendentes.

En el año de 1946, algunos meses antes de la inauguración de Nutrición, el Maestro Zubirán fue designado Rector de la UNAM por la Junta de Gobierno de la Universidad. Eran años difíciles que vivía la Institución, sacudida por conflictos frecuentes resultado del enfrentamiento de facciones políticas. Con verdadero entusiasmo y responsabilidad aceptó el reto y se entregó de lleno a la dificultosa tarea, preñada de riesgos, de conducir a la institución por un camino de superación basado en la elevación del nivel de enseñanza y de investigación. Esos esfuerzos, que tuvieron buena acogida por parte de muchos universitarios que comulgaban con sus ideas de cómo fortalecer nuestra máxima casa de estudios, representaban una amenaza para grupos de sedicentes estudiantes y algunos profesores, que buscaron la forma de organizar un conflicto que, acicateado desde fuera de la institución, adquirió graves proporciones y causó la expulsión física del Maestro de sus oficinas, en medio de soeces imprecaciones y de empujones por una turbamulta que irrumpió en la Rectoría. Acción nefasta que ensombrece la historia institucional. Claro que le afectó al Maestro ese episodio tanto por ver cercenados sus propósitos cuanto por la violencia desplegada y por el hecho, tantas veces repetido, del desentendimiento de las autoridades gubernamentales de proteger a la Universidad por una malhadada interpretación de la autonomía universitaria que deja a la casa de estudios en una absoluta indefensión. Con todo, el Maestro Zubirán no guardó nunca resentimiento con la UNAM a la que continuó sirviendo con lealtad y veneración en distintas actividades académicas, pues claramente entendió que la agresión sufrida se debió a un grupúsculo seudouniversitario. Fue miembro de la Junta de Gobierno de nuestra alma mater de 1958 a 1962; se le nombró Profesor Emérito de la Facultad de Medicina en 1967 y se le otorgó el Doctorado Honoris Causa en 1979 (Figura 1).

Dolido, pero nunca derrotado, reasumió su posición de Director de Nutrición, pugnando sin tregua por encumbrar a la institución. Fue, en ese tiempo, que le conocí personalmente si bien, en alguna ocasión, siendo yo estudiante, pude saludarle en la Rectoría pues acompañaba a su sobrino José María, ya que éramos compañeros en la carrera. La razón de mi visita el 17 de julio de 1949 era que, armado de una tarjeta de presentación que me dio mi padre, exploraba la posibilidad de hacer un internado (hoy se llama residencia) en Nutrición; aspiraba yo a hacerme internista y Nutrición, en su corta vida, ya había ganado prestigio de su excelencia en medicina interna. Al enterarse, por mi respuesta a la pregunta específica que me hizo, que había yo obtenido las más altas calificaciones en la carrera, me dijo sin ambages: "Te quedas con nosotros" (1) y de inmediato ordenó que se hicieran los arreglos para que se formalizara mi admisión. En verdad que a mí únicamente me animaba el propósito de inquirir sobre las condiciones del adiestramiento ya que, en principio, favorecía hacer la residencia en el Hospital General en donde, de hecho, ya había sido admitido, pues mi entrenamiento clínico se había dado en este nosocomio y ahí me habían indoctrinado a desconfiar de "los almidonados del nueve". Sin embargo, no me atrevía a contradecir sus amables intenciones y no podía ser descortés ante su magnífica acogida, por lo que dejé transcurrir los acontecimientos. Mi buena suerte me compensó ya que se puso en claro que podría ingresar hasta enero de 1950, pero, en tanto, podría laborar en el Departamento de Patología con Edmundo Rojas, quien, justamente, retornaba de Harvard, por lo que discurrí que se me daba la oportunidad de asomarme a una patología moderna que, sin duda, me serviría y si no me acomodaba ya vería cómo volver a mis planes originales. Pronto se me abrió un mundo nuevo tanto por la patología como por el andamiaje y funcionamiento institucional, que se respiraban en Nutrición, así que no tuve ningún problema para olvidarme del Hospital General.

La residencia fue muy formativa, el trabajo era intenso y el ambiente académico demandante. Cada día había que correr de un lado para otro y buscar espacio para la biblioteca, pues había que preparar a conciencia los casos clínicos y tener material para las revisiones bibliográficas. Durante la residencia mi interés transitó de la medicina interna a la endocrinología que surgía con gran vigor en esos años.

Por supuesto que veía poco al Maestro Zubirán, acaso le saludaba de vez en cuando si nos cruzábamos en alguna sesión institucional, en la biblioteca o en el servicio clínico por sus visitas esporádicas a enfermos en los que tenía algún interés, nunca faltaba, de su parte, alguna pregunta de cómo transcurría mi entrenamiento y si estaba satisfecho. No pude ocultar mi sorpresa cuando en una ocasión en que me aproximaba al aula Genaro Escalona sentí, por detrás, una mano sobre mi hombro. Era el Maestro Zubirán quien, sin más, me dijo "Faltan quince minutos para que empiece la sesión; acompáñame a mi oficina". Ahí me di cuenta que él sabía más sobre mi persona y cuando me espetó: "¿Qué te mueve a ser endocrinólogo y no internista?", me di cuenta que Gómez Mont le había comentado, pues era la única persona a quien le había yo confiado esa inquietud. Directamente le repliqué "Por una parte, para ser endocrinólogo tendré que ser también, en buena medida, internista; además, siempre me he sentido atraído por la patogenia de las enfermedades y la endocrinología las está revelando con un sustrato científico". La breve conversación se dio muy bien en mi favor y salí alucinado cuando para terminar, me expresó: "Hay que hacer primero el curso de posgrado aquí y luego ir a un sitio fuera donde puedas traer algo que nos mueva cuando regreses con nosotros. Vamos, desde ahora, a pedirle una beca a la Fundación Kellogg; pronto nos visitará el Dr. Horning (funcionario de la Kellogg), así que ten lista la documentación. Hablaré con Gómez Mont para precisar el sitio. Me parece que podría ser Thorn en Harvard, ya veremos". La entrevista con el Dr. Horning se dio muy bien y se me concedió la beca para cuando estuviera yo listo a partir al extranjero que sería después de llevar el curso de posgrado en endocrinología que se impartía en Nutrición. Como se iniciaba hasta enero de 1951 el maestro Gómez Mont me aconsejó pasar un tiempo con Pepe Laguna, quien se había integrado a Nutrición para instalar un Laboratorio de Bioquímica después de haber invertido algunos años en Escocia y en Estados Unidos de América trabajando en ese campo. "Será un tiempo provechoso, pues ahora la endocrinología se basa en la bioquímica", me dijo.

Mi paso con Pepe Laguna resultó muy estimulante para mí, pues se me reveló todo un mundo de posibilidades para lo que yo aspiraba en relación a mi trabajo futuro. Me pareció importante hacer saber a Gómez Mont mi decisión de hacerme bioquímico y su comentario me dejó muy inquieto, pues expresó: "Caramba, tendremos que informar de inmediato al Maestro Zubirán, pues ya se hicieron los arreglos con la Kellogg". Temeroso, pude balbucear al Director las razones de mi giro vocacional, me preocupaba sobremanera que tuviera la impresión de que yo estaba desubicado y no sabía lo que en realidad quería. Para mi sorpresa reaccionó de manera muy positiva: "Me parece muy bien. La bioquímica será fundamental para el futuro de la medicina y necesitamos desarrollarla aquí, en Nutrición. Vamos a hacer un nuevo planteamiento a la Fundación Kellogg".

Como ya el derrotero era otro, se abrevió mi residencia, pues se me reconocieron los seis meses que había pasado en Patología y pude dedicarme, casi un año, a estudiar por mi cuenta química, física y matemáticas, con la ayuda de mi prometida que estaba a punto de recibirse de química, materias que me servirían para adentrarme en la bioquímica. Al mismo tiempo dedicaba media jornada de trabajo como médico de Consulta Externa, lo cual me aseguraba algunos exiguos ingresos; fundamentalmente discutía con los residentes de Consulta Externa las historias clínicas que elaboraban. Contraje nupcias el 3 de julio de 1952 y de inmediato Socorro y yo partimos para Wisconsin y regresamos cuatro años más tarde ya con el doctorado a cuestas para desarrollar el Departamento de Bioquímica de Nutrición que se construía en la azotea del vetusto edificio de la calle de Miguel Jiménez que aprovechó, como se ha dicho, el pabellón 9 del Hospital General.

El proceso de mi formación, sobre todo la decisión del Maestro Zubirán, me hizo ver su gran visión en el desarrollo de la institución que tanto le significó para consolidar el INCMNSZ como una gran institución. El proceso de seleccionar entre los residentes a los más promisorios para inducirlos a abordar áreas médicas que representan innovaciones y enviarlos a lugares de excelencia en el extranjero donde pueden captar en forma directa lo que se produce en la frontera del conocimiento para incorporarlos, una vez formados, en Nutrición, ha hecho posible un crecimiento institucional sólido y diversificado para constituir lo que es sin duda "la gema de la corona del Sistema Nacional de Salud Mexicano". (2)

El Departamento de Bioquímica de Nutrición se inauguró el 12 de octubre de 1957. Fue posible incorporar excelentes investigadores que, rodeados de estudiantes de posgrado, pronto fueron productivos, pues los trabajos realizados les significó un bien ganado prestigio en México y allende nuestras fronteras. En su inicio, se organizaron cinco laboratorios, a saber: Nutrición (Carlos Gitler), Hormonas (Francisco Gómez Mont), Agua y Electrólitos (Alfonso Rivera), Diabetes (Luis Domenge), Enzimología (Guillermo Soberón). Pronto se incorporó Carlos Gual a Hormonas y sustituyó a Gómez Mont cuando éste se incorporó al IMSS. Sin duda, el decidido apoyo del Maestro Zubirán fue clave para el desarrollo de ese departamento que produjo excelentes resultados en cuanto a trabajos científicos, a formación de recursos humanos y a lograr que la bioquímica permeara a reductos ya encaminados y que hasta entonces tenían un perfil fundamentalmente clínico: Gastroenterología, Hematología y Endocrinología. La nutrición había estado presente en algunas encuestas de campo y, en forma destacada, en un trabajo de investigación realizado por Zubirán y Gómez Mont, publicado en Vitamins and Hormones, que exploró la relación entre la desnutrición crónica del adulto y el balance endocrino el cual tuvo importante impacto en aquel tiempo. Pienso que la fortaleza de Nutrición se dio, inicialmente, en la clínica y en la organización del trabajo institucional. La primera ola enriquecedora fue la patología que introdujo Edmundo Rojas; la segunda, me parece, correspondió a la bioquímica y la tercera ya fue consecuencia de la diversificación armónica y de la profundización.

Por cierto que la extensión al estudio de la nutrición con un enfoque de salud pública se inició en 1957 cuando lo que quedaba del Instituto de Nutriología se transfirió al Hospital de Enfermedades de la Nutrición. Ese instituto fue creado en los años cuarenta por Don Francisco de Paula Miranda y en él destacaron Rene Cravioto, Guillermo Massieu y Jesús Guzmán que, entre otros trabajos, produjeron las tablas de composición de los alimentos mexicanos; además se realizaron algunas encuestas nutricionales por el Dr. Anderson, de la Fundación Rockefeller, en apoyo al desarrollo del Instituto. Me tocó recibir esa transferencia y organizar los cursos de adiestramiento para formar médicos nutriólogos: Adolfo Chávez, Angélica Salas, Samuel Castillo y Gilberto Balam integraron la primera generación.

Mi tiempo se dedicaba, en tanto se terminaba el Departamento de Bioquímica, a ese curso, al programa de Maestría en Bioquímica que empezamos sin contar, todavía, con el respaldo académico que solicitábamos a la UNAM y en apoyar al Maestro Zubirán en la planeación del nuevo edificio que se construiría, para dar una nueva casa a Nutrición, en los terrenos que ahora ocupa el Centro Médico Nacional Siglo XXI del IMSS.

En fin, me mantenía muy ocupado por lo que me incomodaban las frecuentes llamadas a la Dirección sea para ver problemas que, las más de las veces, no me correspondían, sea para conocer a personajes de aquellos tiempos que recurrían a Nutrición por problemas de salud, pues al Maestro le gustaba presumir de su doctor en bioquímica. Compensaba ese discreto malestar lo mucho que aprendía de la experiencia del Maestro y me impresionaba su avidez de asimilar conocimientos bioquímicos que le aclaraban aspectos clínicos que plenamente dominaba. No era extraño escucharle en discursos, o en otro tipo de disertaciones, analogías que plasmaba con base en la bioquímica. Estudiaba con verdadero ahínco y entusiasmo; esa actitud para mí fue ejemplar y mucho me ha servido.

Cuando más agobiado estaba el Maestro por los problemas, mayor energía desplegaba para salir avante. Vale aquí referir algunas situaciones que le afectaron grandemente y que denotan su entereza para estar siempre por encima de las dificultades que enfrentaba:

1. En julio de 1957 se dio el terremoto que derribó el Ángel de la Independencia. Se dañó severamente el edificio de Havre 7 que el Maestro había construido con grandes esfuerzos en el terreno donde originalmente se encontraba su casa particular. El edificio se construyó para alojar consultorios médicos y un laboratorio clínico; en forma natural, los inquilinos eran, casi completamente, facultativos que laboraban en Nutrición. Las rentas le servían al Maestro para pagar el adeudo contraído por la construcción que, una vez saldado, sería el patrimonio para asegurarle una vejez tranquila. La reparación estaba por encima de sus posibilidades por lo que lo vendió y algo pudo recuperar. Fue sin duda un revés, pero pronto se acomodó a su nueva situación y a seguir trabajando con entusiasmo que eso estaba en su natural ser.

2. El edificio que se construía en el Centro Médico por la SSA avanzaba rápidamente. El Maestro tenía reuniones semanales con los jefes de departamento a fin de revisar los pendientes para que nada detuviera el progreso de la obra; Alfonso Rivera (3) y yo dábamos seguimiento a lo que se decidía para mantener al Maestro informado, quien intervenía cada vez que se hacía necesario. En una ocasión nos dieron un buen susto, pues el doctor Rafael Bengoa, prestigiado nutriólogo español que radicaba en Venezuela había venido a México para participar en la enseñanza de nuestros nutriólogos. De pronto interrumpe una plática programada y dice: "Hasta aquí la clase, pues me urge hablar con Soberón; yo vine a ayudar no a ser instrumento para que se afecten los intereses de esta institución". Una vez solos me explicó que, a través de un subsecretario se le había informado que el Secretario deseaba saludarlo y que lo esperaba en su despacho. Ocurrió a la cita y ahí se encontró al Secretario rodeado de un grupo de personas y empezaron los cuestionamientos, pues se reprochaba al Maestro que el nuevo edificio no le hacía justicia a la importancia de la nutrición, ya que el espacio se destinaba sobre todo a aspectos clínicos y quirúrgicos propios de un hospital especializado. Con esa referencia, la intención era que Bengoa estuviera de acuerdo con esa opinión. Nuestro profesor visitante se defendió argumentando que no conocía a fondo el proyecto arquitectónico y al pretender explicárselo evadió el punto sobre la base que requería conocer los programas en curso y los de futuro, por lo que daría su punto de vista si contaba con esos elementos. Rápido me desplacé a la oficina del Maestro para ponerlo al tanto. "Con razón estos canijos me citan para mañana sin decirme de qué se trata", me dijo. Rápidamente nos dimos a la tarea de colorear, en los planos, los espacios que aplicaban directamente a nutrición y rayar los que realizaban trabajos vinculados con nutrición. En cada caso hicimos un listado de programas vigentes y los que se abordarían en el futuro, en lo cual nos ayudó Bengoa y, por teléfono, ratificábamos con los jefes de departamento correspondientes que las propuestas fueran viables. Con esa información el Maestro acudió a encerrarse en la jaula de los leones. Cuando regresó estábamos ansiosos de saber cómo le había ido; estaba tan eufórico que en su cara se reflejaba el éxito obtenido. "No los dejé hablar, pues de entrada le dije al Secretario que tenía una solicitud que hacerle y que empezaría por justificarla. Ahí les solté toda la información que preparamos e insistí en la importancia de la nutrición como problema de salud pública aclarándoles que el escenario de ésta es la comunidad, por lo que el espacio requerido en el edificio es relativamente menor pero destacando que, prácticamente, todos los departamentos trabajan para esta área. El enunciado de los potenciales programas fue apabullante. Terminé por solicitarle recursos sobre todo para el programa de campo; vehículos, equipo portátil. Me contestó que contara con lo que pedía, así que hay que especificar la solicitud. Ni siquiera me dijeron para qué me habían llamado".

No obstante, lo que sucedería después en 1962, ya no fue susto, fue una tragedia completa; la pérdida total del edifico en el que habíamos invertido años de esfuerzo y la oportunidad de tener un espacio que permitiera un desarrollo institucional de significación como ya se intuía que sería el caso. El edificio estaba prácticamente terminado y de hecho en un muro exterior se empezaron a grabar las letras para acomodar su título: Instituto Nacional de la Nutrición. Sin embargo, se detuvo sin completar ni siquiera la primera palabra. No me gustó, por lo que se lo comenté al Maestro: "Seguro se usarán letras más grandes, pues les comenté que me parecían pequeñas", replicó. Unos cuantos días después apareció, en un periódico vespertino, que todo el Centro Médico lo había vendido la SSA al IMSS. Rivera y yo nos fuimos directos a buscar al Maestro en su consultorio quien, al enterarse de la infausta nueva, se quedó sin habla, sin dar crédito a lo que leía. De inmediato pidió que le comunicaran con el Secretario de Patrimonio, Eduardo Bustamante, amigo suyo, quien le ratificó la veracidad de lo que se informaba en el periódico. De nada le sirvió su intentona de patalear pues el Secretario le atajó diciéndole que era un hecho consumado. Nos reconfortó lo mejor que pudo y nos despidió, pues tenía pacientes que atender, no sin antes indicarnos que se citara al personal médico, de jefes de departamento para arriba, en su oficina, a las diez de la mañana. Regresamos desconsolados a Nutrición sin cruzar palabra en el camino, para cumplir lo que nos había ordenado. A esa hora ya, prácticamente, sólo quedaban los residentes y decidimos no decir nada pues ya el Maestro daría a conocer las malas nuevas al día siguiente. Al llegar a su oficina, era notorio que se habían retirado las fotografías que daban cuenta del progreso de la obra y de la magnitud del edificio perdido. Sólo se había colocado una fotografía que, un 6 de enero Día de la Enfermera, se había tomado al frente del edificio de Miguel Jiménez con el personal al frente. Cuando estábamos reunidos apareció el Maestro quien, sin más, expresó: "Tuvimos un sueño muy agradable que nos colmo de ilusión, ya hemos despertado a nuestra realidad, que es la que cuelga de la pared. Esto es lo que realmente tenemos y es con lo que habremos de seguir trabajando, eso sí, con renovados bríos, con el mismo entusiasmo de siempre y, en lo posible, redoblando el esfuerzo. No quiero caras largas, no podemos desfallecer pues hay que conseguir un acomodo digno que de sobra merecemos". Cortó cualquier comentario pues sólo añadió: "Vamos a seguir trabajando, les agradezco su presencia".

En verdad que no se dejaba arredrar, pronto sistematizó lo más importante de la información que se había reunido alrededor del proyecto frustrado y con ese, no tan breve, memorando, a peregrinar, otra vez, cabildeando en los altos círculos políticos del país, casi siempre Rivera o yo le acompañábamos y en ocasiones los dos. El caso era válido y su vehemencia mucha, de modo que el Departamento del Distrito Federal le dio otro terreno magnífico en el sur de la ciudad para ubicar ahí el Instituto. A punto de tener listo el nuevo plan arquitectónico nos enteramos que el Periférico pasaría por esa zona, lo cual nos pareció muy bien porque sería una vialidad importante. Se nos ocurrió que era necesario ubicar con precisión esa vía para tomarla en cuenta en el nuevo proyecto. Nos recibió con gran amabilidad la ingeniera Angelita Alessio Robles y, por poco nos vamos de espaldas, pues el Periférico más que cerca pasaba por encima del terreno que se nos había cedido. Ni modo, a seguir buscando y así llegamos a su ubicación actual.

Hubo una circunstancia afortunada: en una visita que hice al Premio Nobel Prof. Hugo Theorell, en el Instituto Karolinska en Suecia, al enterarse del Instituto de Nutrición y lo que hacía me puso en contacto con el señor Birger Strid quien manejaba las finanzas de la Fundación Wenner–Gren establecida con los bienes que dejó Alex Wenner–Gren, quien vivió en México y había manifestado sus deseos de apoyar algún proyecto de contenido social. En aquella entrevista estuve en uno de mis buenos días y logré que aceptara considerar una solicitud del Instituto. Comentó que así se haría si ésta se presentaba antes de un mes. Hablé por teléfono a México (que no era fácil y además muy caro), pero el Maestro Zubirán no estaba en el país; volví con Strid y logré que ampliara el plazo a tres meses. Encontré al Maestro en Edimburgo, pues asistíamos al mismo congreso y conversamos de cómo hacer la solicitud que se empezó a preparar mediante sus instrucciones y se remitió a los dos días de nuestro regreso; al poco tiempo nos enteramos que se había concedido la solicitud que se hizo para construir los primeros edificios de investigación de Nutrición en la ubicación actual del Instituto.

3. El 15 de noviembre de 1964 la tragedia cayó como un rayo. Después de asistir en Hermosillo, Son., a una reunión académica Alfonso Rivera y Chayo, su esposa, y Luis Domenge y Manon su esposa, tomaron un vuelo a Las Vegas donde esperaban disfrutar por unos días. No llegaron, el avión se estrelló en una colina muriendo todos los pasajeros y la tripulación. La muerte de dos investigadores ya productivos y formados fue una cuantiosa pérdida para Nutrición. En la parte personal fue muy doloroso perder a cuatro amigos muy queridos que dejaron en la orfandad a seis niños pequeños. Con Alfonso y Chayo (hermana de Manuel Campuzano) Socorro y yo éramos muy cercanos pues vivíamos enfrente de ellos y compartíamos cuidados con los hijos, su transportación a la escuela, vida social. Resentimos enormemente el fatal accidente y nos llevó tiempo volver a levantar cabeza. El Maestro Zubirán no estaba en México y cuando se enteró fue muy afectado; yo saldría para América del Sur el 20 de noviembre, por casi cuatro semanas, de modo que no le vería, ya que él regresaría hasta fines del mes. Le dejé escrita una carta donde le pedía que, ya que había que tomar decisiones importantes, pudiera esperar a mi regreso pues me interesaba hacerle conocer algunas reflexiones que incidían en el desarrollo futuro de la institución. En Viña del Mar, Chile, recibí un telex del Maestro indicándome que esperaría a mi regreso. Le propuse que la función de Alfonso Rivera como Jefe de la División de Enseñanza la asumiera Luís Sánchez Medal, quien era el Jefe de la División de Investigación y que yo le sustituiría en esta posición y que la función de Rivera como investigador la asumiera Federico Diez, quien ya había mostrado capacidad, en tanto surgía alguien que diera continuidad al Laboratorio de Agua y Electrólitos y a la Unidad Metabólica permitiendo a Federico ir al extranjero a completar su formación. En cuanto a Luís Domenge no veía quién pudiera sustituirlo, por lo que sería mejor suspender el Laboratorio de Diabetes hasta tiempos mejores. Le pareció bien el planteamiento y así se hizo. Yo tendría la oportunidad de impulsar la investigación en algunas áreas del Instituto que lo ameritaban.

Estos planes no prosperaron, pues en 1965, por ahí de marzo o abril, se inició el proceso que me llevaría de Nutrición al Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, en ese tiempo llamado de Estudios Médicos y Biológicos. Era rector de la UNAM el Maestro Ignacio Chávez, quien me pidió que le ayudara proporcionándole nombre y curricula de personas que pudiera proponer a la Junta de Gobierno de la Universidad, a fin de designar el nuevo director. Fue un proceso largo y difícil para mí, pues al rector no le dejaban satisfecho mis propuestas hasta que se reveló, después de muchas vueltas, que yo sería el propuesto, el asunto me llevó a enfrentar al Maestro Zubirán, lo cual no fue nada sencillo.(4)

En efecto, el solo mencionar la posibilidad de irme a trabajar a otra institución le producía profundo y genuino malestar, pues no concebía que hubiera algo comparable a Nutrición, no el de entonces sino el que su gran visión avizoraba para un futuro no muy distante. Mi razonamiento era que ser director de Biomédicas representaba una gran oportunidad, dado mi perfil profesional y el tipo de investigación que llevaba a cabo, ya que se ajustaban mejor a ese escenario, pues en Nutrición "la cobija ya no alcanzaba para taparme", pues el Maestro recibía críticas de dentro y de fuera por permitir "investigación esotérica". Además ya no cabíamos en el Departamento de Bioquímica y sería saludable metastatizar Jaime Mora y yo y dejar a Estela Sánchez y a Chucho Torres al frente del Laboratorio de Enzimología. Las discusiones fueron frecuentes y largas, con un tono cordial y, a veces, no tanto. Se dieron en su oficina y en la mía, en su casa y en mi casa, en su coche y en mi coche, en el club de golf y en... donde se podía. Por fin aceptó, no sin dejar establecido que "mi necedad no tenía límites y que cometía un error del que habría de arrepentirme". Pero, a pesar de los tintes emocionales no hubo rompimiento, no podría haberlo. Sí me caló un comentario afectuoso, que no reproche, de Vita su esposa quien, al poco tiempo de haberme incorporado a la UNAM me dijo: "Que te vas de Nutrición, ¿qué va a hacer Salvador ahora que le cortaron sus dos brazos?"

Mi llegada a Biomédicas no fue nada fácil, pues hube de resistir la andanada de improperios y actitudes hostiles que me prodigaban el director que me precedió y su familia que ahí laboraba. Llegó al extremo de acusarme de que yo "había regalado a Nutrición un microscopio electrónico". Con ese infundio bajo el brazo visitaba a los miembros de la Junta de Gobierno de la UNAM para pedirles mi destitución. No contaba con que mi Maestro Zubirán no iba a dejar que empujaran a su muchacho, así nomás. El Maestro, provisto de información fidedigna, también hizo su recorrido con los miembros de la Junta de Gobierno, algunos de ellos amigos suyos. El rector Javier Barros Sierra, quien me apoyó sin reservas, cortó por lo sano y recordó a la Junta que sólo puede hacer suyos los problemas que le somete el rector y que la querella de Biomédicas era un asunto que le era perfectamente conocido y que había planteamientos para su solución. Ese episodio puso de manifiesto el espíritu combativo del Maestro si de defender causas justas se trataba; ganaba las peleas con argumentación contundente y su gran autoridad moral.

4. En 1971 pasé a ser Coordinador de la Investigación Científica de la UNAM. En agosto de 1972 el Maestro Zubirán me invitó a reintegrarme a Nutrición como subdirector, con la idea de que, un año más tarde, me propondría a la Junta Directiva de la institución para que fuera su director. Lo mucho que ya se había desarrollado la investigación en el Instituto hacía viable mi designación en ese puesto. Claro que me sentí atraído y le acepté de inmediato. Sin embargo, le pedí que me diera tiempo pues la UNAM estaba inmersa en un grave conflicto (aquel infausto episodio de Falcón y Castro Bustos) y yo pensaba que no era conveniente mi salida en esas condiciones. El Maestro decidió que esperaría, pero la situación se complicó, pues en octubre irrumpió el sindicalismo universitario, lo que prolongó la interrupción de actividades y empeoró la situación. Renunció el rector González Casanova y mis posibilidades para sucederlo fueron creciendo. En la entrevista que me hizo la Junta de Gobierno el 22 de diciembre de 1972 pareció claro, por lo menos a mí, que no me escogerían dada mi argumentación de cómo enfrentar la intrincada problemática universitaria. Por eso pedí a Gregorio Pantoja, mi chofer en ese entonces, que recogiera mis libros en la Coordinación de Ciencias y los llevara a la oficina que me había asignado el Maestro en Nutrición. Yo tomaba unos merecidos días de descanso en Morelia y Pátzcuaro y, a mi regreso, ya se habría designado rector, lo que determinaba un nuevo coordinador y, por tanto, yo estaría liberado para irme a Nutrición. Por la vía telefónica, gente bien informada me hacía saber, día con día, que ante los miembros de la Junta de Gobierno de la UNAM mis posibilidades aumentaban. Ya en la ciudad de México, el 31 de diciembre, supe que sólo quedábamos dos finalistas y el día 2 de enero un miembro de la Junta me aconsejó que me pusiera a escribir mi discurso, pues seguramente sería escogido. Fui designado el 3 de enero y mi problema era, entre muchos y grandes, cómo explicar la situación al Maestro Zubirán. Le pedí a Ramón de la Fuente, miembro de la Junta, que me acompañara a ver al Maestro, temprano al día siguiente, antes de mi primera reunión de trabajo con la Junta en casa de Emilio Rosenblueth. Mi sorpresa fue grande pues el Maestro nos esperaba rodeado de la plana mayor de Nutrición. No me dejó hablar, ni siquiera hubiera podido hacerlo, pues la emoción ahogaba mi voz, sobre todo después de escuchar la hermosa arenga con la que sancionó mi designación y terminó diciendo: "¡Todos estamos detrás del rector!" En mi libro Tres rectores vistos por un rector (5) doy cuenta detallada de esta inolvidable vivencia. Lo que de ahí surgió fueron ocho años apretados de dificultades, superación de problemas, algunos descalabros, numerosas recompensas, en fin, la época más entrañable de mi vida. Y a todo lo largo siempre junto al Maestro Zubirán, siempre deseoso de recibir sus sabios consejos que nunca ha dejado de prodigarme.(6)

Termino por reafirmar lo mucho que ha contado en mi vida haber estado cerca del Maestro Zubirán durante cuatro décadas, por lo que pude aprovechar sus grandes enseñanzas, no sólo en medicina, sino, en general, en la vida misma. Mi finada esposa Socorrito, las compartió y como yo, las disfrutó plenamente. Esta relación se extendió a Vita y a María Luisa, su primera y su segunda esposas, respectivamente. También con sus hijos y sus cónyuges.

Jorge Maisterrena, su yerno casado con Gloria su hija mayor, quien fue médico de Nutrición durante muchos años, hasta su fallecimiento con frecuencia me llamaba "cuñado" implicando mi relación filial con su suegro. Con el Maestro muchos viajes hicimos en México y a otros países. Me acompañó, en octubre de 1986, en que recibí el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Salamanca, por cierto, la víspera de la ceremonia le avisaron que el Senado de la República le había otorgado la presea Belisario Domínguez, por lo que regresó a México presuroso inmediatamente después de la ceremonia. Me correspondió coordinar el programa para celebrar sus cien años de edad en un comité que presidió Juan Ramón de la Fuente, Secretario de Salud y también la colección editorial conmemorativa. Asistió al homenaje que le tributó la UNAM llevado en una ambulancia y asistido por dos residentes de Nutrición, pues se rebeló con vehemencia a las indicaciones médicas que le prohibían salir de su internamiento en Nutrición. Tres días antes de su fallecimiento el 10 de junio de 1998 Socorro y yo estábamos en Nueva Orleans, donde fuimos avisados de que se esperaba pronto un desenlace fatal. Pudimos regresar de inmediato, cuando ya estaba en un letargo no muy profundo, pues cuando se le dijo que ya estaba ahí me apretó la mano y al susurrarle al oído remembranzas de nuestras andanzas juntos esbozaba una sonrisa y asentía con la cabeza. Pronto entró en coma y expiró sin aparente sufrimiento.

Caía, así, aquel robusto árbol añoso cuya sombra protectora me refugió, como a tantos otros. Alguna vez mencioné: "A lo largo de su fructífera vida se ha prodigado, pues ha sido maestro de muchos, pero puedo ufanarme en decir que de ese maestro yo he tenido más, pero mucho más que muchos otros".(7)

Termino por recordar la dedicatoria que escribí al libro "Soberón, dentro y fuera de la Universidad" que editó la UNAM en 1992: "Con afecto al maestro Zubirán, con quien he estado estrechamente vinculado durante toda mi vida profesional de más de cuatro décadas, simboliza e idealiza las muchas personas de quienes he aprendido lo que sé y he sabido hacer. Su existencia, plena de vitalidad, es un paradigma de un gran médico y de un hombre de bien".

Así nombraba Cohen a la gestión académico–administrativa que implica ser Jefe de Departamento o de una jerarquía mayor.

"Haber convivido con Ignacio Chávez fue un deleite espiritual; haber conocido y revisado su obra ha sido aleccionador, haber participado in vivo e in vitro en su gestión como rector es una cátedra suprema". Guillermo Soberón: Ignacio Chávez, Rector de la UNAM, en Cuauhtemoc Valdés Olmedo. Ignacio Chávez a cien años de su nacimiento. México. El Colegio Nacional, p 123. (Epígrafe del texto presentado en el homenaje de la UNAM con motivo del centenario de su natalicio). NOTA: la expresión in vitro quiso hacer referencia al conocimiento de Ignacio Chávez a través de sus escritos y fama pública, mientras que in vivo es para explicar la apreciación de Chávez por medio de una interacción directa con la persona: relación rector/director y relación exrector/rector, discusiones, problemas comunes, conferencias, etc.

1. Ya he explicado antes que, en 1986, el Maestro me hizo el honor de pedirme que nos tuteáramos por eso el anacronismo que espero, se me entienda, porque me quedó la ilusión de que nuestra relación siempre se dio tan intensa como terminó en virtud de su deceso. REGRESAR

2. Así se refirió a Nutrición Jesús Kumate en el tiempo que fue Secretario de Salud. REGRESAR

3. Alfonso Rivera, quien había sido mi compañero de cuarto en la residencia en Nutrición, regresó a México después de una estancia posdoctoral en Bethesda, MD. Él fue incorporado, además de sus propias ocupaciones, a la égida inmediata del Maestro, de modo que compartíamos esa relación estrecha. Se comentaba que él y yo éramos los brazos del Maestro Zubirán, lo cual traía consigo que se nos viera, por algunos, con cierta animadversión. Yo le decía con sorna a Rivera "Te queda bien a ti ser el brazo derecho por mocho (que no lo era) y a mí me queda bien ser el izquierdo por liberal" (que sí lo era). REGRESAR

4. "Nutrición en cuatro etapas de mi casi cincuentenaria vida profesional", en Salvador Zubirán, 1898–1998. Tomo IV, Testimonios, pp 437–448. Cuauhtemoc Valdés Olmedo (editor). México, UNAM, SSA, INCMSZ, FUNSALUD, 1998. REGRESAR

5. Soberón, Guillermo. Tres rectores vistos por un rector. México, Universidad Nacional Autónoma de México, Sociedad de Ex–Alumnos de la Facultad de Ingeniería y El Colegio Nacional, 1984 REGRESAR

6. Ibid. REGRESAR

7. Párrafo final de Salvador Zubirán en mis cinco décadas en la investigación científica, en Hombres de la salud en México, Cuadernos FUNSALUD, No. 3, p. 68, México, 1993. REGRESAR

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