Señor editor: Hemos leído con gran interés la carta al editor de Luján-Carpio y colaboradores,1 donde abordan el tema de la publicidad televisiva como riesgo latente para el desarrollo de problemas nutricionales junto con una descripción de experiencias en algunos países orientadas a su regulación. Asimismo, los autores reportan que en el Perú la prevalencia de sobrepeso y obesidad infantil es de 33 y 14%, respectivamente; sin embargo, consideramos que dicho valor es excesivo a la luz de las nuevas estimaciones y de los valores reportados en el estudio citado por los autores (6.4 para obesidad y 1.8% para sobrepeso).2,3,4
Es evidente que la cada vez mayor presencia de problemas nutricionales merece especial atención, buscando agotar todas las posibles estrategias de control o para complementar las ya existentes como las mencionadas por Luján-Carpio y colaboradores. América Latina no es ajena a esta realidad, si se considera que los cambios socioeconómicos ocurridos en los últimos años han generado modificaciones en los estilos de vida y la adopción de hábitos alimenticios en la población que predisponen la aparición de trastornos nutricionales. Así también, en muchos países de Latinoamérica coexisten tanto el sobrepeso y la obesidad, como la desnutrición, representando la doble carga de malnutrición que se traduce en efectos negativos sobre la morbimortalidad presente y futura.5
En el Perú, las tendencias en el consumo de alimentos indican una evolución negativa debido al aumento promedio de la ingesta calórica y de grasas saturadas, lo que provoca un escenario propicio para el desarrollo de problemas nutricionales. Según cifras de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), nuestro consumo calórico por persona al día se ha incrementado de 2 138 kcal en 1992 a 2700 kcal en 2013; de igual manera, el consumo per cápita al día de grasas y proteínas aumentó de 44.14 g a 51.15 g y de 54.04 g a 74.92g respectivamente.6 Sin embargo, estimaciones locales muestran que detrás de ese aumento promedio, más de 50% de menores de tres años no alcanzan el requerimiento energético diario, siendo la mayor proporción perteneciente a zonas andinas y amazónicas, bajo condiciones de pobreza y pobreza extrema; asimismo, existe una diferencia de 20 puntos porcentuales entre los niños de zonas rurales y urbanas que así alcanzan el requerimiento. 7
Debido a esta compleja situación y las consecuencias que deberemos enfrentar, resulta urgente y necesario sumar esfuerzos hacia el abordaje integral de la malnutrición. Para ello, se requiere tomar medidas orientadas a reducir la incidencia de este problema que incrementa en gran medida la carga de enfermedad, afecta la calidad de vida y genera un alto impacto en los costos de atención para los sistemas de salud y disminución de la productividad como país.
Situaciones como las descritas han generado el desarrollo de iniciativas globales para hacerles frente; una de las más representativas es el Plan de Acción Mundial para la Nutrición de 1992, en el cual se instó a los países miembros de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para que diseñen e implementen Guías Alimentarias (GA)8 que sean exclusivas y estandarizadas según sus necesidades y la carga de trastornos nutricionales.9 La finalidad e importancia de estas guías radica en la posibilidad de transmitir a la población recomendaciones nutricionales por medio de simbología y lenguaje simple, de modo que sean fácilmente entendibles; además servirían para complementar el desarrollo de políticas públicas y programas de salud nutricional.
Con la finalidad de conocer el estado y avance de la implementación de las guías en el mundo y específicamente América Latina, realizamos una búsqueda en sitios de Internet de organismos internacionales de salud pública e instituciones gubernamentales para identificar documentos o información actualizada relacionada con las GA. Los resultados muestran que a pesar de las recomendaciones propuestas por la OMS y la necesidad de contar con estas guías, tres países de la región (Perú, Ecuador y Guyana Francesa) aún no cuentan con ellas (figura 1).9,10
Si bien el impacto de la implementación de las GA es difícil de cuantificar, la evidencia muestra que los niños con adherencia a las recomendaciones de las GA poseen una dieta de mayor calidad y una disminución del riesgo de padecer obesidad.11 Además, esa adherencia estaría asociada con un menor riesgo de enfermedad cardiovascular, cáncer y mortalidad por diabetes en adultos;12 incluso países como Brasil consideran que lograr la implementación de las GA podría ser una oportunidad para mejorar el estado de salud bucal de su población.13 Todas estas evidencias dentro de un escenario complejo de transición epidemiológica avalan la implementación de las GA.
Además de los potenciales y demostrados beneficios que tienen las GA, su implementación podría contribuir a ser la mejor fuente de información que orientaría y ayudaría a la población a elegir, combinar y sustituir adecuadamente los insumos alimenticios, teniendo en cuenta la disponibilidad y acceso de los mismos en la diversidad geográfica y socioeconómica que caracteriza a Latinoamérica. De igual forma, estos beneficios servirían a los profesionales de la salud para promover estilos de vida saludables y reforzar las recomendaciones nutricionales brindadas a sus pacientes. Paralelamente, los gobiernos y organismos involucrados pueden usar las GA como base para el desarrollo y complemento de políticas de nutrición saludable.
Consideramos que la falta de guías alimentarias en tres países de la región, incluido el Perú, podría obedecer a la complejidad del proceso que implica asumir obligaciones, generar compromisos y alinear intereses de múltiples actores. En este escenario, es oportuno considerar que tanto el gobierno peruano como ministerios y agencias gubernamentales sumen esfuerzos hacia un objetivo común que permita alcanzar el compromiso asumido hace 24 años en la Conferencia Internacional de Nutrición y puedan materializar este tipo de estrategia que acompañe a las ya existentes, lo cual nos permitirá avanzar hacia un país con una población nutricionalmente más saludable y así reducir la carga de enfermedad que genera la malnutrición en la región. Caso contrario, tendremos que seguir esperando.