En los últimos años, el populismo ha ganado millones de adeptos alrededor del mundo. En numerosos países, los líderes y partidos populistas ocupan un espacio importante en los órganos de representación e, incluso, en algunos casos han encabezado o encabezan el gobierno. Lo anterior ha fomentado la reflexión y el debate académico en torno a este fenómeno, y es posible encontrar tanto argumentos a favor como en contra del populismo y su impacto en la democracia.
En este panorama, Christian F. Rostbøll ofrece, en Democratic Respect. Populism, Resentment, and the Struggle for Recognition, un análisis sobre el significado del populismo, las razones que llevan a la gente a apoyar a este tipo de líderes y partidos, y la validez de sus demandas en el contexto democrático.
Rostbøll comienza su obra definiendo el populismo como “un conjunto de postulados que se centran en torno al antagonismo entre el pueblo y la elite como elemento fundamental de la política, cuya lógica es una lucha de todo o nada, y cuya legitimidad democrática se basa en el reconocimiento de una parte del pueblo como el único y verdadero pueblo” (p. 14). El autor destaca que los postulados que definen el populismo tienen que ver con las circunstancias y la lógica de la política, además de los requisitos para la legitimidad democrática, en vez de referirse a cuestiones concretas sobre asuntos políticos. De ahí que puedan existir corrientes populistas de distinto signo ideológico (de derecha, de izquierda e incluso de centro).
Asimismo, a partir de diversos aportes empíricos, conceptuales y normativos en la literatura sobre populismo, Rostbøll compila una lista de postulados populistas que señalan que ninguno de éstos por sí mismo define a un personaje como tal, sólo la combinación de la mayoría de ellos. Estos postulados se agrupan en tres temas: las características de la política, la lógica de la política y los requisitos de la legitimidad democrática:
Las características de la política. Se refieren a los elementos básicos de la sociedad, sus divisiones o su unidad, así como los motivos fundamentales de los actores políticos, que en conjunto hacen necesaria y posible la participación política: 1) los elementos básicos de la sociedad son el pueblo y la elite (en vez de una pluralidad de individuos y grupos); 2) los dos campos están unificados y bien diferenciados (en vez de estar internamente divididos y mezclados); 3) la relación entre el pueblo y la elite se caracteriza por un antagonismo comprehensivo; 4) la división entre el pueblo y la elite es de tipo moral y maniqueo; el pueblo está del lado bueno; 5) las divisiones sociales son producto del interés personal, la corrupción y la identidad de grupo (en vez del desacuerdo de buena fe).
La lógica de la política. Ésta concierne a los elementos centrales, dinámicas y objetivos políticos: 6) la política es una batalla por todo o nada, con ganadores o perdedores absolutos (en vez de un asunto de acomodo o juego de victorias parciales); 7) la política es un asunto de voluntad y decisión (en vez de razón y deliberación); 8) la política es un asunto de movilización del pueblo, no mediada ni institucional.
Los requisitos de la legitimidad democrática. La legitimidad democrática se refiere a lo que hace aceptable el ejercicio de gobierno: 9) sólo una parte de la población total es realmente el pueblo o el demos que debe gobernar; 10) el pueblo posee una voluntad general que puede identificarse independientemente de procedimientos políticos e instituciones; 11) la voluntad del pueblo debe ser expresada de forma inmediata y directa en las decisiones políticas, sin restricción alguna; 12) la democracia debe reconocer y restaurar el lugar privilegiado del pueblo; 13) el pueblo sólo puede tener un representante legítimo y oponerse a éste es ilegítimo, y 14) la voluntad del pueblo puede ser representada y personificada por un líder.
En esta obra, Rostbøll enfoca su análisis en el populismo de derecha, señalando que es el que ha tenido el crecimiento más pronunciado en Europa occidental y Estados Unidos. Defiende la idea de que el crecimiento actual del populismo se encuentra estrechamente conectado con el sentimiento de irrespeto que mucha gente experimenta en la sociedad y en el sistema político, y señala que, de acuerdo con diversos estudios empíricos, la gente que apoya a partidos y líderes populistas se siente estigmatizada, disminuida en estatus y carente de una identidad social positiva.
En particular, el populismo pulula entre individuos de derecha que consideran que ser blanco, cristiano y heterosexual, y/o tener una postura distinta sobre temas como el aborto, el matrimonio homosexual, los roles de género, la raza y la libertad de portar armas, entre otros, son culturalmente marginados e incluso ridiculizados y atacados. Por una parte, los partidos populistas expresan la frustración y el resentimiento respecto a las prácticas sociales y políticas existentes y, por otra, otorgan a sus seguidores una identidad social positiva y respeto a sus posturas. Así, los partidos y líderes populistas articulan la posición política de una parte de la sociedad que se siente marginada, y demanda respeto y reconocimiento a su modo de vida y opiniones.
Ahora bien, para analizar la legitimidad de las demandas de reconocimiento de los populistas de derecha, el autor diferencia entre estima y respeto. El primer concepto se refiere al reconocimiento que se da en virtud del mérito -por ejemplo, un excelente profesor, o una buena persona-. Mientras que el segundo se da en virtud del estatus -por ejemplo, como profesor o como persona.
La derecha populista en Estados Unidos (Tea Party y trumpistas), por ejemplo, percibe una falta de estima por su carácter moral, su ética de trabajo y autoconfianza. Y la falta de respeto se relaciona con su pertenencia a un grupo social -blancos cristianos- que ha perdido su posición privilegiada en la jerarquía social. No obstante, el autor considera que algunas personas apoyan a partidos populistas no porque no se les reconozcan sus logros o porque no se les trate como iguales, sino porque perdieron o temen perder alguna forma de estatus privilegiado en la jerarquía social. La “identidad blanca” otorgaba un estatus superior y la pérdida de éste, derivada de las conquistas de los movimientos por los derechos civiles, lleva al enojo, a la ansiedad y al resentimiento entre muchos blancos. Lo mismo puede decirse respecto a ser heterosexual, cristiano y hombre, en muchos países.
En los sistemas democráticos todas las posiciones merecen ser respetadas. Debe aceptarse su derecho a ser escuchadas y analizadas en términos de la validez de sus reclamos e, incluso, debe invitarse a todas las posiciones a expresar sus puntos de vista. Sin embargo, esto no significa que todos los reclamos deben ser considerados legítimos, pues no todos tienen objetivos acordes con los principios democráticos. Las exigencias basadas en una alegada superioridad en estatus, por ejemplo, evidentemente carecen de legitimidad democrática.
El problema con el populismo es que sólo da dos opciones: o estimas por completo el modo de vida del grupo llamado “el pueblo” o eres un enemigo; o aceptas todas las demandas de este grupo o eres considerado irrespetuoso de éstas. Según esta lógica, si la sociedad condena el modo de vida de quienes apoyan el populismo de derecha de forma indiscriminada, en su totalidad, se anula la posibilidad de que éstos presenten reclamos e impide que se respete su estatus como iguales. Así, debe entenderse que los modos de vida no son algo que deba protegerse o rechazarse como un todo monolítico, y que el desacuerdo o crítica de creencias específicas de una forma de vida no significa faltar al respeto a quienes la sostienen o dejar de considerarlos conciudadanos. El problema con el tipo de polarización creada por el populismo es que las partes se confrontan de forma indiferenciada y se acepta o rechaza todo lo que la otra representa.
Ciertamente, muchas de las demandas del populismo de derecha son, o bien demandas por estima pública de un modo de vida particular, lo que es incompatible con el pluralismo democrático, o bien demandas para proteger privilegios y estatus, lo que es incompatible con la igualdad política.
No obstante, debe reconocerse que si el populismo ha ganado millones de adeptos, ello se debe a las deudas de la democracia.
En este contexto, algunos académicos han señalado que el populismo puede servir como medio para corregir los problemas de la democracia. La literatura señala tres formas principales: 1) presentando nuevos asuntos para la agenda pública y alternativas programáticas para los votantes; 2) legitimando grupos usualmente excluidos de la esfera pública y movilizándolos para la participación política, y 3) volviendo más responsivo el sistema político hacia las preferencias de la gente ordinaria.
Sin embargo, Rostbøll arguye que el problema con el populismo está en que promueve una forma de conflicto que deslegitima el disentimiento y el desacuerdo. Los populistas rara vez argumentan por qué están en desacuerdo con sus oponentes. Simplemente los acusan de corruptos y alejados de los intereses del pueblo. Asimismo, no aceptan la idea de que la gente pueda, de forma legítima, elegir entre distintas opciones. Los partidos populistas no se presentan como una alternativa entre varias para que los ciudadanos puedan elegir, sino como la única opción legítima. Y, por último, los populistas promueven una idea de las decisiones públicas que rechaza el debate sobre diversas opciones en favor de un antagonismo entre dos bandos: se está a favor o en contra del pueblo. Por último, Rostbøll sostiene que el populismo va en contra de la cultura política democrática, de respeto al desacuerdo y a los opositores, de búsqueda del compromiso y voluntad de escuchar y de aprender de los conciudadanos. Y si bien hay casos en que los partidos populistas han tenido un efecto positivo sobre la democracia, al menos en algunas dimensiones, éstos se limitan a los partidos populistas en la oposición, ya que los partidos populistas que llegan al poder amenazan el sistema democrático cuando otros sectores sociales no se manifiestan en contra y frenan sus atropellos. El autor concluye subrayando que el populismo no debe convertirse en una forma legítima de participación, pues terminaría erosionando el sistema democrático.
Para cerrar, vale la pena señalar que esta obra constituye un destacado aporte para entender qué es el populismo, cuáles son las razones que la gente tiene para apoyar esta clase de partidos y líderes, qué validez tienen sus reclamos y cuáles son sus implicaciones para la democracia. Su lectura resulta imprescindible para académicos estudiosos de la democracia contemporánea, pero también para miembros de la sociedad civil y políticos no populistas, pues con ello entenderán la importancia de respetar las demandas de diversos grupos sociales siempre que éstos sean compatibles con el pluralismo democrático y la igualdad política, y de oponerse a aquellas que atenten contra estos principios -tal y como sucede con el populismo-, ya que de ello dependerá en buena medida la salud de la democracia constitucional.