Introducción
Hegel decía que la “historia es un banco de carnicero donde la felicidad de los pueblos ha sido sacrificada” (citado en Collins, 1996: 57). Más allá del contexto en el que el filósofo alemán utilizó esa metáfora para criticar la perspectiva histórica que predominaba en ese entonces y que dio pie a plantear la necesidad de una ciencia sociológica que explicara los procesos de dominación y conflicto, podemos ser capaces de esbozar cómo el poder se inserta de múltiples maneras y dimensiones, siendo la metáfora un vehículo para transmitir diferentes niveles analíticos y conceptuales que van más allá del significado literal de la frase o de la descripción de los acontecimientos en el contexto en el que fueron expresados. La metáfora por sí misma, además de cumplir con este mecanismo pedagógico, comunicativo, sociológico y político, da indicios y abre la puerta a la curiosidad -origen de toda ciencia- para plantear algunas preguntas y deconstruir el sentido original que buscaba ser descrito con esas palabras: ¿quién sería el carnicero? ¿Qué objeto se usó para sacrificar la felicidad de los pueblos? ¿Alguien estaba observando en el momento del sacrificio? ¿Cuáles fueron las razones del conflicto para ejercer esa dominación y violencia?
Apelando a la idea de Hannah Arendt (1984: 202) donde afirma que en el lenguaje hay “pensamiento congelado” que debe descongelarse para averiguar su sentido original, y asumiendo que la presencia de metáforas no es algo nuevo ni en la ciencia ni en la cotidianidad, es notable la forma en que, para hablar de poder, casi siempre es necesario el uso de manera directa o indirecta de figuras retóricas para explicar su naturaleza y evolución. Por ende, este artículo propone el análisis metafórico de diversos acercamientos disciplinares sobre el poder, con el objetivo de mostrar las coincidencias metafóricas entre distintas disciplinas -sociología, antropología, ciencia política, estudios de género, psicología- y comprender la manera en que el poder se va construyendo como un complejo rompecabezas de entramados escondidos, los cuales abren la posibilidad de entender los conceptos sociales y políticos en dos sentidos: a partir de las metáforas que los construyen y el análisis del concepto como metáfora per se.
Esta apuesta investigativa tiene sus cimientos en cinco ideas que surgieron primero de la intuición y luego fueron anclándose desde distintas disciplinas que correlacionan el poder, el lenguaje y la metáfora como mecanismos para comprender la lógica de la dominación en distintas sociedades. 1) La primera idea la recupero desde la sociología de Richard Adams (1978: 25) quien afirma que “no sólo todos los miembros de una relación social poseen algún poder, sino que no existe ninguna relación social sin la presencia de poder”, dando una perspectiva de omnipresencia del concepto, prácticamente en cualquier acto humano. 2) La segunda nace del análisis de Judith Butler (2004: 16) , quien problematiza la idea propositiva y retadora acerca de que, si estamos formados en el lenguaje, por lo tanto este poder constitutivo precede y condiciona cualquier decisión que pudiéramos tomar sobre él; esta afirmación supedita de cierta manera el concepto al lenguaje y, sin embargo, en este acercamiento preferimos mantener una postura donde lenguaje y poder van evolucionando de manera simultánea tocando y trastocándose mutuamente en el devenir de la historia. 3) La tercera idea es planteada por Steven Mithen (1998: 270) en las conclusiones de su libro Arqueología de la mente, donde presenta una contundente frase: “El uso de las metáforas y la analogía en sus diversas formas es el rasgo más significativo de la mente humana”; esto nos lleva a posicionar a la metáfora como expresión del lenguaje, como diferenciadora de la especie humana, ya que es bien sabido que algunos animales no humanos pueden tener lenguaje y comunicarse perfectamente, como lo han establecido en los últimos años investigaciones desde la bioética, la biología o la neurociencia; por lo anterior, posicionar al poder en los actos humanos y al lenguaje desde la metáfora es parte de las coordenadas analíticas que es preciso señalar por lo menos como punto de partida. 4) Una cuarta idea desde la teoría del marco de George Lakoff (2017: 11) , quien explica, desde una perspectiva cognitiva, los marcos como “estructuras mentales que moldean nuestra visión del mundo”, y cómo estos pueden ser reconocidos en el lenguaje, ya que “todas las palabras se definen en relación con un marco conceptual” evocando imágenes, conceptos u otro tipo de información. 5) Finalmente, si tomamos como base el desarrollo de las ideas de Hannah Arendt (1997) donde explora y define que el lenguaje es acción -sumado a la afirmación de una quinta idea de Mary Hesse quien afirma que todo lenguaje es metafórico (citado en Sampieri, 2014: 18)- delinearíamos una brecha donde podríamos empezar a explorar diferentes realidades, no sólo del lenguaje y la metáfora en lo general, sino también del poder en particular, teniendo como perspectiva a futuro poder establecer este acercamiento como método a otros conceptos, discursos o fenómenos sociales.
Esta relación entre poder, lenguaje y metáfora resalta que el lenguaje puede ser visto no sólo como instrumento de comunicación -desde una perspectiva puramente lingüística- sobre el sentido, la referencia o significado que pueden tener las palabras, sino también como instrumento de poder (Wolf, 2011). Debido a que, tal como lo afirmaba Kant (citado en Collins, 1996: 64): “la realidad no puede observarse en sí misma, sino sólo a través de la pantalla de nuestras ideas subjetivas”, la metáfora será nuestro vehículo de comprensión tanto de los aportes de la teoría (Lakoff y Johnson, 1980: 7) -que permite estudiar la naturaleza metafórica de los conceptos para ganar entendimiento de la naturaleza de nuestras acciones- como de los trabajos desarrollados por Emmanuel Lizcano (2006) , en los cuales podemos hacer inferencias que capturen algunos argumentos a la luz de las metáforas. Nos referimos a “inferencias” como dos formas en los que se identificaron las metáforas presentes en las definiciones del poder: la primera donde la metáfora es directa (D) y no hay necesidad de desenterrar el elemento metafórico ya que está claro, como en la frase de Hegel que abre este texto; la segunda es menos evidente y la denominamos indirecta (I), para que el lector pueda identificar esta diferencia analítica en el ejercicio práctico.
Poder y metáfora como categorías analíticas son interdisciplinarias por definición, lo cual suele implicar el uso de figuras retóricas como: “construcción de puentes”, “reestructuración”, “trabajo por turnos”, “traspasar fronteras”, “cruces de caminos” (crossroads), “zonas de intercambio” (trading zones) (Frodeman, Thompson y Mitcham, 2010; Belmont, Ribeiro y Espinosa, 2016), son sólo algunas de las metáforas más comunes con las que se trata de explicar la forma de trabajo interdisciplinar. Lo interesante de estas descripciones es que todas apuntan a un concepto que, en palabras de Frodeman (2014: 3), constituye el corazón de la interdisciplina, nos referimos al límite. Esta noción nos puede llevar a analizar dos definiciones de la interdisciplina, una epistemológica, que centra su atención en el límite entre las disciplinas y cómo se pueden sintetizar los aprendizajes de cada una para entender un fenómeno o problema concreto de mejor manera en su propio ambiente; otra más política o retórica, que se refiere a la audiencia de dichos conocimientos comparando las actitudes científicas que rodean a la academia y que de forma crítica generaron el caldo de cultivo de la interdisciplina ante una rampante sobreproducción de conocimiento especializado desde las parcelas disciplinares de la ciencia, las cuales, a pesar de la cantidad y variedad de sus estudios, son incapaces de responder algunos problemas sociales específicos debido a su complejidad y por la evidente necesidad de considerar diversas disciplinas y enfoques para su análisis. Esta visión interdisciplinaria provoca que también el lenguaje y la metáfora puedan ser los mecanismos que traspasen esas fronteras y ayuden a afinar la mirada analítica en un mundo regido por la sobreproducción de información y el constante cuestionamiento del valor epistemológico que puede dar ese acceso a tanta información o desinformación. Aunque, si algo se ha potenciado en la actualidad, es el acceso a información sobre cualquier tema, contexto o realidad al alcance de unos cuantos clics. Las tecnologías de la información como la Internet, las redes sociales y demás mecanismos de comunicación, derrumbaron y borraron las fronteras que hasta no hace mucho tiempo obstaculizaban el conocimiento de otras realidades. Sin embargo, al mismo tiempo que estamos sobreexpuestos a cantidades desbordantes de información, siguen sin resolverse problemas profundos tales como la pobreza, la desigualdad o cuestiones asociadas con la salud. Inevitablemente, esta producción -o sobreproducción- de información generó dos perspectivas encontradas respecto al valor de la información en las sociedades contemporáneas: por una parte, la visión más institucional, bajo la tutela de la política económica neoliberal que apela a que este fenómeno es derivado del progreso y desarrollo de la ciencia y de la humanidad, en relación con otras épocas y tendemos a estar acostumbrados a pensar en el conocimiento como si este fuese intercambio monetario, es decir, como si nunca fuese suficiente y bastase con acumularlo sin un objetivo definido, incluso consolidando la metáfora de que “saber es poder”; por otra parte, aquella visión más social que cuestiona el exceso de información como causa potencial de desconocimiento, incertidumbre e ignorancia, es decir, la sobreproducción en la generación de conocimiento y la disponibilidad de éste de forma inmediata, accesible y democrática también puede tener su lado oscuro porque como dicen Proctor y Schiebinger “nadando como lo hacemos en océanos de ignorancia, los ejemplos podrían multiplicarse hasta el infinito” (Proctor y Schiebinger, 2008: 5).
Es evidente que existe suficiente información relacionada con el poder, por ello es necesario tomar prestado de las artes el concepto de curaduría, tal como lo plantea Bhaskar, quien afirma que: “Hoy no necesitamos más información. Por el contrario, hoy en día el valor reside en su curaduría” (Bhaskar, 2017: 13), entendiéndola como el uso de actos de selección y acomodo -pero también de refinación, reducción, exposición, simplificación, presentación y explicación- para agregar valor. Esta curaduría nos servirá para comprender únicamente aquellos conceptos sobre el poder que contienen metáforas, y no todo el cúmulo de definiciones que se pueden encontrar en la literatura. Por ende, algunos de los conceptos más emblemáticos del poder pueden no estar presentes en la discusión sin que eso afecte el proceso analítico propuesto; aunque este fundamento puede adecuarse y contradecir la idea de que todo lenguaje es metafórico, se decidió estudiar aquellas definiciones donde la metáfora fuese más evidente.
El valor de la metáfora
Si bien mi intención no es cuestionar si la metáfora construye o no teoría sino identificar su presencia y la manera en que moldea la realidad y los imaginarios sobre fenómenos específicos, vale la pena subrayar las tres propiedades de la ciencia que sirven de punto de partida en el posicionamiento metodológico que resalta Mithen (1998: 228) : 1) tiene la capacidad de generar y verificar hipótesis; 2) construye, desarrolla y emplea herramientas para resolver problemas concretos tales como el telescopio o el microscopio; 3) utiliza metáforas como instrumentos del pensamiento ya que su presencia es innegable en toda investigación científica. Kuhn (2013) explicaba que la metáfora juega un papel vital, no sólo en el aprendizaje sino también en la práctica de la ciencia misma; esta preocupación se ve reforzada por la reflexión que hace Rolando García sobre el tipo de ciencia que puede desarrollarse en un país: “Ciertas sociedades, en momentos históricos determinados, y dependiendo de diversos factores (en particular económicos y políticos) condicionan un tipo de ciencia que imprime una direccionalidad particular a la investigación” (García, 2006: 34). Ese acercamiento, aunque define parte importante del sentido de las metáforas, no se aborda en este artículo, pero da pie a futuras investigaciones donde el contexto, más que las metáforas sea el filtro por el que se tamice la realidad.
Nuestro punto de partida recae en los trabajos desarrollados por Lakoff y Johnson (1980: 156) , quienes consideran que la metáfora no es únicamente un recurso ornamental, sino que es fundamental para la comunicación humana al sustentar un rol importante en los significados sociales, políticos y hasta éticos de las personas, y al crear realidades y ser potencial guía de nuestras acciones. Además, se afirma que existen elementos que no se pueden enunciar si no es metafóricamente, dando forma a su propuesta teórica sobre el valor conceptual de las metáforas, retando las perspectivas lingüísticas que habían primado hasta ese momento, las cuales reducen su relevancia a la discusión sobre el valor de referencia, sentido y significado, además de la dicotomía entre lenguaje literal y figurado.
Para delinear el estudio de la metáfora, podemos rastrear dos tradiciones que contienen las principales ideas del tema hasta nuestros tiempos. La primera se denomina “clásica” y abarca desde Aristóteles hasta el siglo xix, donde la metáfora era considerada un adorno del lenguaje sin función epistemológica alguna y se hace una notable distinción entre el lenguaje literal y el lenguaje figurativo, mientras que la segunda etapa es denominada como “moderna”, cercana a los filósofos post-empiristas representados principalmente por Mary Hesse, Max Black, Ricœur e incluso Nietzsche. Dentro de esta tradición hay ciertos matices y divisiones en las posturas, dependiendo de la manera en que se contestan las características de la metáfora: su sentido, su referencia y su valor cognitivo, pudiendo dividir en dos grandes bandos las posturas casi polarizadas frente a ella: por un lado, se encuentran quienes apoyan su valor cognitivo y referencia o sentido y, por otro, se encuentran aquellos que niegan rotundamente estos aspectos (Sampieri, 2014: 16). Dentro de la tradición moderna es importante resaltar que el empirismo, sí consideraba la metáfora como un medio pedagógico o comunicativo, aunque no tuviera un valor cognitivo ni de referencia. Esto es relevante para nuestro análisis ya que, si bien las discusiones entre la visión clásica-moderna exigen una postura definitiva sin la posibilidad de combinar las ideas, podemos encontrar un punto de encuentro para nuestro objetivo: la parte pedagógica y comunicativa, que es inherente a la construcción conceptual, a la socialización y evolución de los conceptos en un sentido kuhniano.
Dentro del postempirismo, por su parte, se pueden encontrar varias teorías que dan cuenta del lugar y función que ocupa la metáfora y que son importantes mencionar de manera general; entre las más relevantes están las interaccionistas, las pragmáticas y las cognitivas.
Las teorías interaccionistas son representadas por Richards, Black y Beardsley, quienes comparten la idea de que la metáfora surge y toma sentido cuando dos conceptos o ideas interactúan entre sí dando paso a la formación del sentido metafórico. El ejemplo que se pone para entender esta teoría se basa en la frase conocida: “El hombre es un lobo”, en ese sentido quien presenta la metáfora está buscando que hagamos una síntesis entre las características del concepto “hombre” y las características del concepto “lobo” dando un paso importante para asentar, eventualmente, las bases de las teorías cognitivas al considerar la interacción como un proceso mental (Sampieri, 2014: 35). Una de las críticas más comunes a este acercamiento tiene que ver con el aspecto cultural, ya que puede variar el significado asociado y, por lo tanto, no puede ser generalizable a todos los contextos.
Para los pragmáticos como Davidson, Rorty o Searle, las metáforas no tienen un significado propio más allá del que tienen las palabras literales que las componen. Aunque Searle (1979) es un poco permisivo en su postura y suma a la discusión el aspecto de agencia, intención y contexto por parte del hablante y el oyente -es decir, para comprender la forma en que se utilizan las metáforas- se debe considerar la intención del hablante, la comprensión del oyente y el contexto específico donde se dice la metáfora.
Finalmente, están las teorías cognitivas representadas principalmente por Lakoff y Johnson (1980) quienes explican por qué las metáforas no son un fenómeno lingüístico sino conceptual, ya que no sólo se trata de comparar ideas o palabras, ni de llevarlos a un punto crítico de tensión, sino que nos permite relacionar sistemas capaces de vincular esquemas conceptuales anteriores a dicha expresión metafórica, aunque estos pertenezcan a dos horizontes de sentido alejados uno de otro. Algunos ejemplos que exponen los autores son aquellos que son más comunes y pueden mostrar la relación conceptual en la que fundamentamos el valor del análisis metafórico: “la vida como un viaje, el amor como una guerra, ubicar la tristeza con lo bajo u oscuro, lo vívido con la luz” lo que permite argumentar que los procesos metafóricos se dan en un nivel más profundo que el sentido literal en los que se puedan representar algunos enunciados lingüísticos (Lakoff y Johnson, 1980: 30-31).
Las distintas teorías buscan dar respuesta al uso y función de las metáforas dentro del espectro científico, sin embargo, se enfrentan a un problema más grande y es el descifrar cuál es el rol que el lenguaje metafórico juega en la racionalidad científica para que, más allá de su función, se pueda esbozar su participación epistémica.
Para comenzar, plantearemos una definición abarcadora de metáfora, primero como la “tensión entre dos significados, ese percibir el uno como si fuera el otro, pero sin acabar de serlo” (Lizcano, 2006: 61 ), segundo, diferenciándola de la analogía (funciones) o la metonimia (la parte por el todo) pero para este trabajo entendemos la metáfora en un sentido amplio considerando a la metonimia y a la analogía como una especie de continuum metafórico (Dirven y Porings, 2003); finalmente, retomamos lo que plantean Lakoff y Johnson, quienes comparten un poco la visión de Lazcano y la definen como: “la esencia de la metáfora es entender y experimentar un tipo de cosa en términos de otra” (Lakoff y Johnson, 1980: 41), lo que le da un carácter de acción a partir de la experiencia.
Cuando nos referimos al análisis metafórico es necesario también comprender el imaginario como el espacio etéreo donde se consolidan las creencias y los presupuestos de una colectividad que se traduce en lenguaje y a su vez en poder. Lo interesante del imaginario colectivo -y, por extensión, la metáfora- es que no existe como tal (Adams, 1978). Lo interesante de las metáforas es que, paradójicamente, pueden estar vivas -aquellas que son evidentes al usarse como algo que pertenece a dos mundos conceptuales diferentes- o muertas (Lizcano, 2006: 65 ); las primeras son aquellas que nos ayudan a ver con nuevos ojos algo que se nos presenta en la realidad; las muertas o lexicalizadas en términos lingüísticos, son aquellas que se han interiorizado de tal manera en el lenguaje y expresiones de la gente que ya no se ven como metáforas sino como expresiones de la realidad. Un ejemplo de ello puede ser la metáfora “El tiempo es dinero” porque está normalizado el que ahorremos o gastemos tiempo, por ejemplo, a pesar de la incongruencia lógica porque el tiempo no se puede ahorrar ni gastar, simplemente es. O intuitivamente podemos hablar de la metáfora de la guerra dentro de las expresiones del conflicto político, al hablar de “combate”, “estrategia” “impacto”. A pesar de que hay muchas metáforas muertas en nuestro lenguaje, y en la manera en que representamos el mundo, Lizcano (2006: 56) afirma que siempre es posible desentrañarlas, lo cual es aspecto fundamental de la metodología de análisis metafórico que proponemos. Para tratar de hacer analizables y asequibles las metáforas y el poder, este autor recupera seis tesis constitutivas del imaginario inspirado en los trabajos de Cornelius Castoriadis:
1) No puede definirse porque es la fuente de las definiciones por lo que la forma de fotografiarlo es a través de las metáforas.
2) El imaginario origina formas determinadas, es decir, influye en la realidad.
3) El imaginario persigue un anhelo de cambio radical.
4) El imaginario es denso en todas partes por lo que se puede rastrear su origen metafórico.
5) El imaginario es el lugar de los prejuicios y los presupuestos de una colectividad.
6) En el imaginario se juegan los conflictos sociales y se pone a prueba los poderes existentes. (Lizcano, 2006: 56 )
Finalmente, para el mismo autor, la lucha por el poder es, en buena medida, una lucha por imponer las propias metáforas. Por ello es relevante para la investigación comprender aquellas metáforas presentes en diferentes posturas y definiciones disciplinarias del poder; esbozaremos brevemente algunas de ellas para después dibujar la relación que hay con el lenguaje. Posteriormente, centraremos el análisis en las metáforas directas e indirectas presentes en las posturas teóricas de algunos de los autores, para poder clasificarlas y agruparlas conforme a sus características para después cerrar la discusión con algunas reflexiones a manera de conclusión, que nos permitan contestar tres preguntas sobre el valor de la metáfora en el poder o el poder como metáfora a partir de la afirmación de Hegel: ¿el poder es el carnicero en la metáfora de Hegel? ¿Qué metáforas describen al poder y cómo estas lo construyen? ¿puede ser el poder una metáfora per se?
Algunas definiciones sobre el poder, su relación con el lenguaje y el valor de las metáforas
Antes de presentar la relación entre lenguaje y poder, o de mostrar aquellas metáforas que nos permitan esbozar la forma en que el poder puede ser descrito, es preciso recuperar cuatro definiciones de poder que consideramos relevantes dentro de la relación que hemos planteado con el lenguaje y la metáfora; la primera definición es la propuesta por Richard Adams, donde poder significa:
el proceso mediante el cual un actor, alterando o amenazando con alterar el ambiente de un segundo actor, logra influirlo para que adopte una conducta determinada. El segundo actor decide, de manera racional e independiente, conformarse a los intereses del primer actor ya que es conveniente para sus propios intereses. (Adams, 1978: 90 )
Si bien esta definición podría esbozar cierta negatividad, la racionalidad expresa por parte del segundo actor apela a una lógica de cooperación y legitimidad de la acción, es decir, esa voluntad se traduce en el otorgamiento y cesión de cierto poder; es en esta voluntad donde Luhmann (1975: 17) propone una segunda definición en la cual dicho concepto es un medio de comunicación, que tiende a limitar las opciones y selecciones del otro y, sin embargo, remarca que la causalidad del poder consiste en neutralizar la voluntad, no en doblegarla. Dentro del espíritu reivindicador que ha predominado en los estudios actuales sobre el conflicto y el poder, los cuales anteriormente habían tenido una concepción más negativa y estereotipada, podemos mencionar el esfuerzo realizado por Deleuze (citado en Foucault, 1981), quien propone una tercera forma de concebirlo, a partir de los siguientes postulados que se basan en una visión más positiva donde el poder no destruye, sino que incluso puede producir:
Postulado de la propiedad: el poder no se posee, se ejerce. No es una propiedad, es una estrategia.
Postulado de Localización: el Estado no es el lugar privilegiado del poder, su poder es un efecto de conjunto. Postulado de la subordinación: el poder no es una mera superestructura, implica un espacio inmanente hecho de segmentos, no refiere a una forma piramidal. Postulado del modo de acción: sustituir una imagen negativa del poder por una positiva: el poder produce. Postulado de la legalidad: entender la ley como el ejercicio actual de unas estrategias, como un procedimiento, no es aquello que escinde limpiamente la legalidad y la ilegalidad. (Foucault, 1981: v )
Sin embargo, de todas estas definiciones y conceptos nos gustaría profundizar en la que pronuncia Judith Butler, quien retoma el acto del habla con el objetivo de proponer una teoría de la agencia lingüista, en la que el poder “funciona por medio del disimulo: se presenta como algo distinto de lo que es, de hecho, se presenta como si fuera un nombre” (Butler, 2004: 16). Un nombre que, desde la perspectiva de Foucault y compartida por Butler, se presta a una situación estratégica en una sociedad dada. El nombrar otorga la posibilidad a los individuos de existir, pero a la vez de ser atacados, definidos y condicionados por el lenguaje. La autora afirma que el lenguaje puede herir y, en ese sentido, se le dota de una agencia para lastimar a alguien en específico. Casi puede decirse que la voluntad del poder puede recaer sobre nosotros y, por lo tanto, paradójicamente, “ejercemos la fuerza del lenguaje incluso cuando intentamos contrarrestar su fuerza, atrapados en un enredo que ningún acto de censura puede deshacer” (Butler, 2004: 16).
Desde esta definición de Butler, aunado a las propuestas de Adams, Luhmann y Deleuze podemos establecer una relación clara entre poder y lenguaje -y, por ende, con las metáforas-, ya que el hablante parece encontrarse “fuera de control”, en una paradoja entre existir y ser ofendido, en un plano lleno de incertidumbre, como en un callejón sin salida, sabiendo de nuestra existencia, pero atenidos a la fuerza del lenguaje. Cada participante de este juego dialéctico tiene, por ende, diferentes grados de control sobre las situaciones, o distintas posibilidades de ejercer los actos del habla. En este sentido, se han planteado algunas posturas como la de Bourdieu (citado en Wolf, 2011), quien ha sugerido que la comunicación opera como mercados lingüísticos, donde no todos los participantes ejercen el mismo control sobre los procesos de la comunicación. En este caso -siguiendo con la idea de ambos autores sobre el acto del habla- es el poder el que decide quién, cuándo, sobre qué y mediante qué procedimiento se puede hablar.
Esta idea sobre las jerarquías de los individuos dentro de la sociedad, así como la capacidad de construir verdad y conocimiento, es una de las cuestiones centrales en el análisis de Gramsci cuando hace referencia a la noción de la espontaneidad como “la acción política real de las clases subalternas” (Gramsci, 1981: 328). Cuestión que profundizó Crehan a partir de los conceptos de subalternidad, el papel de los intelectuales, orgánicos y universales, sobre todo, del sentido común, ya que afirma que “todos somos, en cierto grado, criaturas de opinión popular” (Crehan, 2018: 18). Si queremos comprender el lugar donde entran las metáforas, debemos recuperar la voluntad de Adams, las alternativas de Luhmann, los postulados de Deleuze, la agencia lingüística de Butler y la subalternidad de Gramsci para que funcionen como filtro de la idea de Emmanuel Lizcano: “la lucha por el poder es, en buena medida, una lucha por imponer las propias metáforas” (Lizcano, 2006: 70).
Es bajo este espectro de definiciones sobre el poder, su relación con el lenguaje y la manera de comprender las metáforas, que presentamos aquellas definiciones que contienen expresiones metafóricas, para después realizar un ejercicio reflexivo sobre el papel que ocupan en el entendimiento del poder y cómo esto nos permite utilizar este último concepto como metáfora de otros fenómenos e ideas, además de extender el uso de esta herramienta analítica y metodológica a la comprensión que podamos alcanzar en cualquier disciplina o conjunto de disciplinas al condensar el pensamiento y la acción en las palabras que nos piensan y que definen de cierta forma nuestra realidad.
Metáforas del poder: tipos y ejemplos
Antes de discutir las metáforas sobre el poder, es preciso hacer dos acotaciones: respecto a la clasificación y categorías en las que se agruparon, éstas son sólo una propuesta a partir de la dimensión de la “inferencia” que aporta el modelo de análisis metafórico; en segundo lugar, si bien definimos las metáforas a partir de lo que permiten experimentar, también debemos aclarar que cuando hablamos de metáfora, lo hacemos en un sentido amplio incluyendo las diferentes figuras que se relacionan lingüísticamente, tales como la analogía o la metonimia. Esto permite ampliar el radio de acción y no reducir o relativizar el análisis propuesto. Aunque estas dos acotaciones pueden resultar en críticas y presentan limitaciones, este ejercicio debe ser visto como un primer acercamiento al análisis metafórico, el cual puede proporcionar luz ante el reto de delinear y definir el poder de forma interdisciplinar.
Se pueden identificar cuatro clases de metáforas que, de manera abstracta o concreta, se acercan al fenómeno del poder: 1) metáforas-cosa, que se centra en la función que tienen ciertos objetos, 2) metáforas-espacio, que se vincula con elementos de espacialidad, 3) metáforas-institución, que se fundamenta en las consecuencias de ciertos procesos o construcciones sociales institucionales y 4) metáforas-cuerpo, que se relaciona con las capacidades, actitudes, comportamientos o características del ser humano. También cabe recordar que las metáforas que presento pueden ser directas (D), es decir planteadas y reconocibles en la misma definición o indirectas (I), planteadas por el autor de este texto a partir del análisis metafórico de las definiciones mencionadas, por lo que se hará referencia explícita en cada una de ellas para que no exista confusión analítica.
Metáforas-cosa
La primera metáfora-cosa que recuperamos es la del escalón (I), si bien esta metáfora está presente a partir del concepto de jerarquía, tanto en la antropología de Gluckman (2009) como en la sociología de Collins (1996) , toma un sentido diferenciado. Desde la visión antropológica, es más importante resaltar la relación que hay entre dirigentes y subordinados, así como las expectativas que se tienen de la autoridad. En este caso, el escalón del poder es frágil, ya que las expectativas son muy altas por parte de los subordinados, y los dirigentes no son más que seres humanos; el autor lo resume de la siguiente forma: “la autoridad puede ser frágil, ya que la fragilidad humana lleva al titular a no estar a la par con los ideales” (Gluckman, 2009: 68). Por otro lado, el escalón que presenta la sociología, parte del concepto de desigualdad, donde la manera en que se reparten las riquezas y los conflictos se da inequitativamente, es decir, “las desigualdades más graves se presentan cuando los excedentes son muy cuantiosos y donde el poder está más cocentrado” (Collins, 1996: 111).
La segunda metáfora-cosa también la encontramos en la tradición sociológica del conflicto, de Randall Collins, en la cual se refiere a las ideas como armas (D), que empata con la visión de Butler (2004) sobre la teoría de la agencia lingüística. En concreto menciona que “las ideas son armas y su dominación está determinada por la distribución de los recursos sociales y económicos” (Collins, 1996: 4). Esta metáfora encajaría más en la noción negativa del poder, de la cual han buscado alejarse algunos autores como Deleuze o Luhmann, pero permite deconstruir los efectos inmediatos y la letalidad que puede tener la utilización del poder en contextos desequilibrados como las sociedades capitalistas contemporáneas, donde la desigualdad es norma y no excepción.
Siguiendo está lógica de las ideas y del lenguaje presentamos la tercera metáfora- cosa donde el conflicto es unaolla de presión (I), susceptible de tener “válvulas de escape” para no trastocar el statu quo del poder a través de rituales, sobre todo de discursos públicos y ocultos como mecanismo de resistencia ante el poder y la dominación. James Scott lo muestra cuando recupera la posibilidad de que alguien que ocupa la posición de dominado, al realizar un acto de desafío público al mismo tiempo que cuestiona la estructura de poder, siente satisfacción debido a la eliminación de las tensiones que surgen por la vigilancia y la autocensura: “Está la sensación de liberación que produce resistir a la dominación y al mismo tiempo, la liberación de manifestar la reacción que antes se había sofocado” (Scott, 2000: 251).
Si bien parece que lo único que busca la metáfora es perpetuar el modelo de dominación, existe también una lógica de certidumbre en los rituales para mantener el poder. Parece que ambos lados de la moneda tienen la posibilidad de ejercer poder y de utilizar el conflicto y el lenguaje como mecanismos de resistencia. Finalmente, la última metáfora-cosa surge de los estudios de género: la que propone Rita Segato donde hace la comparación del patriarcado con un edificio (D); en sus trabajos en búsqueda de la erradicación del papel patriarcal en nuestras afectividades, no es suficiente “modificar los comportamientos y los roles en la división sexual del trabajo, sino de minar. desgastar y desestabilizar sus cimientos y la ideología que de ellos emana” (Segato, 2003: 71). Ese “edificio” que se ha ido cimentando con el tiempo, así como sus privilegios sistémicos, necesitan de un ataque frontal para realmente tener un impacto en su “demolición”.
Un escalón, un arma, una olla de presión y un edificio; si bien es común que las metáforas-cosa conlleven a cuestionar quién es el propietario o poseedor con el afán de comprender de qué manera se usa el poder, es importante resaltar lo que Luhmann (1975: 17) menciona sobre la voluntad implícita en la acción, ya que esa es la característica que diferencia a estas metáforas de las siguientes categorías.
Metáforas-espacio
Rita Segato, autora de Las estructuras elementales de la violencia, nos permite reflexionar sobre la violación como mandato de la sociedad patriarcal en la que vivimos, proponiendo la metáfora del cuerpo de la mujer como territorio (D): “como territorio, la mujer y, más exactamente, el acceso sexual a ella, es un patrimonio, un bien por el cual los hombres compiten entre sí” (Segato, 2003: 26); es esa expropiación la que parece reponer el statu quo y la masculinidad de aquellos que se sienten con la obligación de recuperar algo que les dijeron que era suyo. De esta manera, el poder no se cuestiona, sino que parece algo dado y susceptible de ser accionado en cualquier momento como derecho propio.
Siguiendo con la lógica del territorio, el poder como brecha (I) puede dar cuenta de cómo la espacialidad, junto a lo cultural, exigen la contextualización de las prácticas de poder. Gluckman, en su libro Costumbre y conflicto en África, desarrolla la siguiente idea: “parece que, para muchas sociedades africanas, la tierra tiene un valor místico, junto a su valor secular” (Gluckman, 2009: 46-47), sin embargo, los derechos a ese territorio se ganan a partir de las relaciones sociales y de la pertenencia. Por lo tanto, el conflicto y el poder se disputan en las brechas de tierra que aún quedan sin relaciones. Esta afirmación no refiere precisamente a lo que Marc Auge (2000) construyó como los “no lugares”, sino más bien a esos espacios que no contienen dinámicas de amistad ni pertenencia y que por lo tanto son susceptibles al conflicto y al ejercicio del poder.
La siguiente metáfora-espacio es la del poder como iceberg (I), la cual surge a partir de lo que Collins define, dentro de la tradición sociológica, como los procesos de dominación y las formas en que el conflicto es evidente únicamente en momentos extraordinarios; el autor menciona que “todo lo que ocurre cuando no hay un conflicto abierto es un proceso de dominación” (Collins, 1996: 51), es decir, el conflicto es la punta del iceberg, mientras que las implicaciones de la dominación y el poder no se pueden dimensionar. Esto concuerda con la idea de invisibilidad del poder que mencionamos anteriormente y nos presenta un punto de partida. Aunque el territorio es tangible, el verdadero poder se puede ocultar a la vista.
Finalmente, dentro del análisis de este tipo de metáforas-espacio, Foucault puede auxiliar a dejar abierto un espacio de reflexión, ya que menciona que “el poder está ‘siempre ahí’, que no se está nunca ‘fuera’ […] Que no se pueda estar ‘fuera del poder’ no quiere decir que se está de todas formas atrapado” (Foucault, 1980: 170). Aunque el poder está ahí, no nos debería “tener”.
Metáfora-institución
Siguiendo con el postulado foucaultiano sobre si “estamos atrapados”, es preciso recuperar la metáfora del poder como cárcel (I), de Quijano, quien muestra un nuevo patrón cimentado en dos ejes: “un nuevo sistema de dominación social fundado en la raza y un nuevo sistema de explotación social bajo la hegemonía del capital” (Quijano, 2009: 7). Lo que Quijano define como modernidad es un patrón del cual nosotros “no podemos estar fuera de él, no hay modo de estar fuera de él, no hay a dónde irse”. Esta condición se fundamenta también en el concepto de ciudadanía, a partir de nociones de libertad y de autonomía, las cuales terminan por constreñir la capacidad y voluntad reales frente al poder.
La siguiente metáfora-institución surge de la comparación que hace Gluckman (2009: 78) de las elecciones con guerra civil (D). Si bien el conflicto puede ayudar a que el orden se mantenga, éste no siempre tiene que posibilitarse a partir del uso de la violencia o de las armas, por ello, las elecciones se pueden representar como un mecanismo que asemeje las discordias de la guerra civil pero donde se mantenga el orden que ha conseguido el poder. En este sentido, se puede permitir la rebelión, mas no la revolución.
En este juego individuo-institución también se agrupan expectativas presentes en las relaciones de poder, lo que nos lleva a la última categoría de metáforas, aquella que centra su descripción en lo relacionado al ser humano.
Metáforas-cuerpo
En este texto hemos visto cómo la autoridad se legitima al momento de otorgar o delegar cierto poder a un representante, lo cual nos lleva a visualizar las formas en que se aglutina la voz de muchos en la de uno sólo, algo que Bourdieu representa con la figura del portavoz como “el grupo hecho hombre” (Bourdieu, 2000: 141) (D), ejemplificado en figuras como Luis XIV, quien se proclamaba como “El Estado soy yo” o Robespierre con “Yo soy el pueblo”. Esta personificación del poder también puede verse en El príncipe de Maquiavelo (1999) , en el cual las capacidades intelectuales de una persona son las que provocan la estabilidad o inestabilidad del poder y dan pistas sobre la idea de que éste es el hombre mismo.
Una de las posibilidades de metaforizar el poder, es delegar las decisiones o la voluntad para que otro u otros puedan ejercerlo por nosotros. Sin embargo, también hallamos estudios que representan a la sociedad en términos de un “cuerpo social” susceptible de estar saludable o enfermo, con metáforas como tejido social. En este sentido, Collins la utiliza para cristalizar la dominación como “epidemia” (I) al mencionar que la teoría del conflicto centra su atención en los “brotes periódicos de lucha violenta” (Collins, 1996: VII). Este autor ve al conflicto como “anticuerpos” que permiten mantener el orden social de la misma manera que hace Gluckman (2009) en su análisis de las sociedades africanas.
La última metáfora-cuerpo es la más explícita, ya que compara el poder con un falo (I), al mencionar que “las relaciones de poder pueden penetrar materialmente en el espesor mismo de los cuerpos sin tener incluso que ser sustituidos por la representación de los sujetos” (Foucault, 1980: 156). Esta noción, basada en el análisis de la sexualidad que desarrolló el autor, vuelve a colocarnos en el centro la voluntad, la cual puede estar implícita en el ejercicio del poder y en la agencia de aquellos subalternos para reaccionar a este embate.
Conclusiones
Metáforas del poder: ¿claridad o confusión?
El poder y sus expresiones han sido descritas a lo largo de este artículo en doce metáforas que agrupamos en cuatro categorías: metáforas-cosa (escalón, arma, olla de presión y edificio), metáforas-espacio (territorio, brecha e iceberg), metáforas-institución (cárcel y guerra civil) y metáforas-cuerpo (hombre, epidemia y falo). Cada una de ellas permite entrever algunas de las características y formas en que opera el poder y los conceptos que contiene -como la autoridad, el conflicto, la jerarquía, la dominación- pero sin lograr construir un panorama claro de lo que es el poder en concreto. Si bien en cada categoría encontramos cierto grado de abstracción o tangibilidad de las metáforas, es interesante que se puede observar un patrón en el que el poder es responsabilidad del individuo o del contexto, es decir, el grado de voluntad puede ser mayor o estar ausente dependiendo de la forma en que nos acercamos al poder.
Desde esta reflexión analítica, en la cual las metáforas aportan claridad en los casos particulares, sin embargo, generan confusión en el entendimiento integrado del poder. Esto puede llegar a ser un problema si pensamos que la mirada globalizadora tiende a agrupar los fenómenos sociales en un ejercicio para homogeneizar el análisis de las dinámicas y problemas que se producen en sociedad mediante la utilización de métodos e información que buscan las generalizaciones y donde los estudios de caso sólo son un paso en la construcción de conocimiento social. Es aquí donde la interdisciplina, mediante la comprensión de la complejidad, puede ayudar en el entendimiento del poder más allá de propuestas duales que tienden a reducir sus alcances y realidades, tal y como propone Agamben, al criticar la política humana, ya que “se funda sobre una comunidad del bien y del mal, justo o injusto, y no simplemente de placentero y de doloroso” (Agamben, 1988: 11), donde queda abierta la posibilidad de que la participación y la voluntad del individuo quede supeditada al ejercicio del poder y, por lo tanto, se ponga en entredicho su existencia social.
A lo largo de este trabajo hemos expuesto la manera en que el poder expone sus “mil rostros” en condiciones y situaciones concretas, muestra cómo su invisibilidad no evita el impacto contundente en la realidad y cómo, en términos de Luhmann, “la vida social cotidiana está determinada en un grado mucho mayor por el poder normalizado, es decir, el poder legal, que por el ejercicio brutal y egoísta del poder” (Luhmann, 1975: 25). El conflicto es extraordinario, mientras que el poder nos rodea y está presente en cualquier momento, casi afirmando que se ha convertido en “una necesidad”; su estudio termina por ser únicamente destellos breves cuando se nos muestra bajo alguna de sus representaciones. La metáfora, en este sentido, es una manera en que fotografiamos ese fenómeno en el que encontramos explicación a eso que llamamos “poder”.
En la metáfora que utilizó Hegel, que describimos al principio: la historia como “un banco de carnicero donde la felicidad de los pueblos ha sido sacrificada” (citado en Collins, 1996: 57 ) podríamos concluir que el poder es, al mismo tiempo, el banco y el carnicero - hombre en el análisis de Segato-, el arma o cuchillo con el que se sacrifica, pero también el espacio, los espectadores y, finalmente, también la felicidad misma al estar en este patrón moderno explicado por Quijano, en el que la voluntad con la que otorgamos y cedemos nuestro poder se ha convertido en el mecanismo para evitar las responsabilidades de estar contra de él. Hemos privilegiado la rebelión y no la revolución porque así las decisiones son más sencillas. Tal y como lo expresa Nietzsche “permanecemos necesariamente ajenos a nosotros mismos, no nos comprendemos, tenemos que confundirnos, de nadie estamos más lejos que de nosotros mismos” (Nietzsche, 2010: 2).
Reducir el poder a una metáfora o usar el poder como metáfora es confuso y peligroso, y no conlleva a un ejercicio fructífero para la investigación de lo social, ya que puede interpretarse desde muchas metáforas con las que se explica el poder. Sin embargo, sí podemos proponer al lenguaje como un instrumento de transformación de la realidad -en el sentido que Butler (2004) nos muestra- como una manera de recuperar el poder, de establecer nuetras propias realidades y de retomar la fuerza del lenguaje y las metáforas para recuperar nuestra voluntad por conocer, experimentar, explicar y cambiar el mundo. Como menciona Fina Birulés en la introducción al libro de Hannah Arendt ¿Qué es la política?: “Las palabras son el alimento del pensar y son lo único de que, con frecuencia, disponemos para replicar a los sobresaltos del mundo” (Arendt, 1997: 39).
En este sentido, se podrían proponer estudios posteriores que recuperen un elemento contextual o cultural para comprender las metáforas del poder en México o incluso buscar las metáforas del conocimiento para no cometer el error de utilizarlas erróneamente, ya que, si bien saber no es poder, podemos afirmar que lenguaje es poder. Como dijera Edgar Morin (2001: 91), la complejidad es el desafío, no la respuesta. Mantenernos creativos y alerta a lo que nos enfrentemos será clave para poder llegar a buen puerto teniendo como brújula dos improntas: “para pensar distinto hay que hablar distinto” (Lakoff, 2017: 11 ) y de la mano de las metáforas poder cumplir con la clave epistemológica de Emmanuel Lizcano: “Conservad las metáforas y conservareis el mundo. Cambiadlas, y cambiareis el mundo” (2006: 71) .