Introducción
El arzobispo Francisco Aguiar y Seijas,1 acompañado de un séquito de eclesiásticos, criados y un notario, realizó la visita pastoral a la ciudad de Querétaro y a la Sierra Gorda entre el 7 de noviembre de 1685 y el 16 de abril de 1686. Felipe Desa y Ulloa fue el notario apostólico que levantó el testimonio manuscrito de dicha visita y que fue depositado en el archivo episcopal con el título de “Visita a Querétaro de Francisco Aguiar y Seijas 1685-1686”. Dicho manuscrito, recién encontrado en el Archivo General de la Nación (en adelante, AGN),2 da cuenta de la tercera de cinco visitas pastorales que el prelado realizó entre noviembre de 1683 y enero de 1688, para supervisar las más de 220 parroquias que formaban parte del arzobispado de México.3 Territorialmente, el arzobispado abarcaba desde las costas del mar del sur, es decir, Acapulco, hasta Tampico, por el norte. Su límite al este era la parroquia de Texmelucan, de la diócesis de Puebla, y al oeste, Apaseo, en la diócesis de Valladolid. 4 Este territorio eclesiástico fue considerado, en aquellos años, el más grande y diverso, en cuanto a su geografía, y el más poblado del imperio español en América. Esto explica por qué el arzobispo Aguiar y Seijas tardó poco más de cinco años en recorrer esta jurisdicción y la necesidad de realizar cinco derroteros. En esta tercera visita pastoral, Aguiar y Seijas recorrió 34 parroquias ubicadas, como hemos mencionado, entre la región de Querétaro y la Sierra Gorda. De estas 34 parroquias, dos eran consideradas misiones: Jalpan y Xiliapa. En la primera, es decir, en Jalpan, revisó los libros de sacramentos e indagó con los frailes sobre la administración de otras tres misiones: Concá, San Miguel Puginguía y San Nicolás Puginguía. Todas estaban ubicadas en la Sierra Gorda,5 lugar habitado por muy pocos españoles,6 pero, sobre todo, por mestizos e indios pames, ximpeces y jonaces -conocidos como chichimecas o mecos de “recién conversión”-, así como de “bárbaros chichimecas” que se negaban a ser evangelizados.7 Por lo anterior, la Sierra Gorda fue considerada y enunciada por los eclesiásticos de aquellos tiempos como tierra de misión y conversión.8
El arzobispo Aguiar realizó ésta y las otras cuatro visitas pastorales en cumplimiento de lo mandatado por el III Concilio Provincial Mexicano.9 Dicho texto conciliar implementó la visita como el dispositivo para que los prelados reconocieran el estado material y religioso en el que se encontraban fieles y párrocos para, a partir de ello, establecer mecanismos en el gobierno pastoral. Las visitas pastorales de este arzobispo, en particular, y de otros prelados novohispanos, en general, han sido estudiadas prolíficamente en las últimas décadas por un sinnúmero de historiadores desde diferentes perspectivas. Algunos las han abordado para mostrar la geografía espiritual de determinada jurisdicción eclesiástica; es decir, el número de parroquias, fieles, cofradías, capillas, etc.; otros, para ejemplificar el conflicto entre las órdenes religiosas y el clero secular en torno a los curatos; otros más para explicar cómo se extendió y consolidó la jurisdicción episcopal a través de la aplicación de justicia y el establecimiento de los juzgados eclesiásticos.10 Todas estas perspectivas de análisis nos han permitido entender las funciones de los obispos, el afianzamiento de su jurisdicción, así como reconocer el estado de la Iglesia diocesana en diferentes tiempos y espacios. En este artículo, sin dejar de lado todas estas perspectivas de estudio, propongo analizar la visita a Querétaro para mostrar cómo la Iglesia institucional tuvo diferentes dinámicas de crecimiento, aceptación y consolidación; es decir, cómo en ciertos espacios geográficos, esta institución estaba perfectamente asentada y consolidada -el caso de Querétaro-, mientras que en otra zona, no muy distante a esta ciudad, específicamente la Sierra Gorda, la Iglesia no tenía suficiente infraestructura, asociaciones piadosas y curas de almas. Delinear estas dos realidades eclesiásticas que fue descubriendo en su recorrido el arzobispo, me permitirá, por un lado, demostrar cómo la visita pastoral fue para Aguiar y Seijas el medio a través del cual desplegó disposiciones pastorales y de gobierno encaminadas a solucionar las problemáticas propias de este territorio y, por el otro, evidenciar cómo la geografía y la población fueron factores determinantes en la conformación y la consolidación de la Iglesia católica en la Nueva España.
Dos realidades eclesiásticas, una frontera: Querétaro y Sierra Gorda
El 13 de enero de 1686, luego de terminar la visita pastoral en la parroquia de San Francisco de Xichú de Españoles, Francisco Aguiar y Seijas, arzobispo de México, se encaminó a San Juan Bautista Xichú de Indios para bajar a la populosa y religiosa ciudad de Querétaro (véase mapa 1).
A la ciudad de Querétaro llegó el 15 de enero. Atrás había dejado, luego de varios días, aquellas tierras de la Sierra Gorda donde algunos de los curatos eran considerados parroquias, otras doctrinas y algunos más, misiones o doctrinas de conversión, y que él visitó pastoralmente -como Chichicastla, Real de Minas de Zimapán, Xiliapa, Jalpan, Concá, Real de Minas de Escanela, San Pedro Tolimán y los dos Xichús,11 el de Españoles y el de Indios-12 (véase cuadro 1).
FUENTE: elaboración propia sobre el “mapa de la Sierra Gorda y Costa del Seno Mexicano desde la Ciudad de Querétaro de José Escandón, 1700-1770”, Library of Congress Geography and Map Division, Washington, D. C. 20540-4650 USA dcu
Lugar | Eclesiásticos a cargo | División eclesiástica | Iglesias sin sagrario |
---|---|---|---|
Xiliapa | agustinos | tierra de misión y conversión | |
Jalpan | agustinos | doctrina y misión | sin sagrario |
Concá | visita de Xalpa, misión | ||
San Miguel Puginguía | misión | ||
San Nicolás Puginguía | misión | ||
Real de Minas de Escanela | secular | parroquia | sin sagrario |
San Pedro Tolimán | franciscana | doctrina | |
San Juan Bautista Xichú | franciscana | doctrina | |
Real de Minas de San Francisco Xichú | secular | parroquia | |
Chichicastla | agustinos | parroquia | |
Real de Minas de Zimapán | secular | parroquia |
* Véase la nota 5 sobre los conceptos parroquia, doctrina y misión.
FUENTE: elaboración propia con base en “Libro de visita a Querétaro…”, AGN, Bienes Nacionales, leg. 475, exp. 1.
Eran tierras consideradas de “peligro” y de difícil penetración por los clérigos regulares y seculares porque en ellas, como hemos mencionado, además de los pocos españoles e indios convertidos, habitaban “salvajes chichimecas” que, por mucho tiempo, se resistieron a la evangelización y que muchas veces abandonaron las misiones a pocos años de su fundación.13
Llegar a Querétaro marcaba otra realidad social y eclesiástica, ajena, por supuesto, al peligro de los “bárbaros chichimecas”, al limitado personal eclesiástico, y a los escasos y pobremente aprovisionados espacios religiosos de la Sierra Gorda. En esta ciudad, cuya advocación era la de Santiago Apóstol, las casas eran pequeñas pero de “capacidad y grandeza”; no faltaban los “deliciosos jardines y abundantísimas huertas”,14 y en ella había “muchos templos de suntuosa fábrica”.15 En Querétaro, además de la parroquia de San Francisco, construida en 1566, se encontraba el templo de Nuestra Señora de Guadalupe -1675-, los conventos de San Pedro y San Pablo de la orden de Santo Domingo -1692-, así como los templos de San Diego, Santa Cruz -siglo XVI- , Nuestra Señora de la Merced, el convento de los carmelitas -1614-, el convento de los jesuitas -1625- y los conventos de religiosas de Santa Clara -1607- y Santa Rosa -1670-. Además, la ciudad contaba con varias capillas en barrios o casas de particulares. Por lo menos 16 de éstas fueron supervisadas por el prelado durante esta visita pastoral.16 Por ésta y otras razones, Querétaro siempre fue considerada la más “hermosa, grande y opulenta” ciudad del Arzobispado de México y un lugar de gran importancia por ser la “garganta” de Tierra Adentro, lo que significaba el punto nodal del camino entre la ciudad de México y las poblaciones mineras del norte.17
Querétaro -también llamada Cretaro, Tasco o Andamaxeise- se encontraba a 42 leguas de la ciudad de México y se había constituido como pueblo de indios alrededor de 1531. Tiempo después, en 1565, por su importancia económica y religiosa, se le concedió la categoría de ciudad. El arzobispo y su séquito permanecieron en ella desde el 15 enero hasta el 2 de marzo de 1686, es decir, más de un mes y medio. Esto no era usual. Lo recurrente era que los prelados permanecieran entre uno, dos o cuatro días máximo en cada parroquia. Había una razón, para permanecer poco tiempo: se pretendía cuidar que la visita no fuera onerosa para los fieles del curato que el arzobispo visitaba y quienes tenían que cubrir los costos de la comida, el alojamiento o el transporte del prelado y su séquito. Tener moderados gastos era parte del espíritu de Trento que proponía que la pobreza era una virtud que debían manifestar y vivir los ministros de lo sagrado.18 Sin embargo, la larga estadía del prelado en este curato, que estaba bajo el cuidado de la orden de San Francisco,19 se explica por la importancia religiosa de esta ciudad, la cual contaba -además de las iglesias, los conventos y las capillas que hemos mencionado- con más de 15 835 fieles de confesión y más de 16 cofradías tanto de españoles, como de indios y mulatos.20 Tal era su importancia que también fue sede de un juzgado eclesiástico.21 Por esta razón, Querétaro, junto con Toluca y la ciudad de México, fue considerada la tercera ciudad más importante del Arzobispado.
En Querétaro, el prelado supervisó las iglesias y las cofradías con sumo cuidado, sin dejar de cumplir con labores propiamente pastorales como eran la administración de los sacramentos, principalmente el de la confirmación -que era uno de los dos sacramentos que sólo los obispos podían administrar-; la predicación; la celebración de misas y la participación en procesiones o funciones religiosas, propias de tiempos como la Semana Santa o la Navidad.22 Y es que si bien, como señalan Ana de Zaballa Beascoechea y Ana Ugalde Zaratiegui, la visita era un instrumento de supervisión, también, y sobre todo, era de misión y trabajo pastoral.23 Además , aunado a lo anterior, durante la visita, el arzobispo nunca abandonó el quehacer de gobernar su jurisdicción eclesiástica. De hecho, el pequeño séquito que lo acompañaba era una especie de mitra itinerante;24 razón por la cual el arzobispo seguía dando resoluciones en asuntos diversos de las parroquias, los curas y los fieles bajo su jurisdicción.
En suma, en 1686, Querétaro era ejemplo de una ciudad donde la Iglesia se encontraba bien asentada, estructurada y en constante crecimiento. En este sentido, puede considerarse como una frontera de la Iglesia diocesana que marcaba otra realidad eclesiástica: la de la frontera chichimeca, tierra de misión y conversión que caracterizaba a ciertas parroquias de la Sierra Gorda. Estas parroquias tenían pequeñas comunidades de fieles, con pocas cofradías adscritas, con espacios de culto escasos o con capillas e iglesias poco “aderezadas”. Dicha frontera marcaba realidades eclesiásticas distintas, que se delineaban principalmente por dos elementos: el territorio y la población, una que recién se convertía al catolicismo y otra que se negaba a vivir en el modelo de comunidad cristiana propuesto por los españoles y que encontraba en el territorio de la Sierra Gorda un espacio propicio para evadirlo o escapar de él. El arzobispo observó estas realidades distintas y su secretario las registró diligentemente, como mostraremos a continuación.
Parroquias, doctrinas y misiones a su paso durante la visita pastoral: personal eclesiástico, población y lengua
Cuatro meses antes de tomar el derrotero a Querétaro, Aguiar y Seijas efectuó una larga visita pastoral a toda la zona del valle de Toluca, entre el 21 de noviembre de 1684 y el 13 de junio de 1685. En esta visita supervisó más de 54 parroquias y confirmó a 106 291 personas.25 En la visita a Querétaro se propuso supervisar 36 curatos, pero sólo visitó 34. El derrotero de esta tercera visita llevó al arzobispo a recorrer reales mineros como el de Minas de Zimapán o el de Minas de Escanela; pequeños poblados como Zumpango, Tepeji del Río o Cadereyta; ciudades como Querétaro, San Juan del Río, Huichapa o Tlalnepantla, o pequeñas parroquias, doctrinas o misiones en las casi inhóspitas tierras de la Sierra Gorda. En esa tierra -escribió el notario de visita- era latente el peligro por tener “inmediato a la gente bárbara chichimeca”. Así, provisto de lo necesario, el arzobispo salió de la ciudad de México rumbo a Tlalnepantla el 7 de noviembre de 1685.26
Corpus Christi Tlalnepantla fue el primero de los 34 curatos que supervisó en esta visita.27 En efecto, 34 fueron las parroquias visitadas, dos de ellas eran consideradas misiones, como hemos dicho en la introducción. De estas 34, 15 eran parroquias administradas por el clero secular y 19 eran doctrinas (12 estaban a cargo de franciscanos y siete de agustinos) como se puede observar en el cuadro 2.
La población en cada parroquia que visitó fue variable, como se puede apreciar en el cuadro mencionado, pero Querétaro era la más poblada. Ésta ascendía, según su padrón de confesión, a 15 835 fieles; seguida por San Juan del Río, con 12 559 fieles de confesión. Estos números contrastan con la pequeña cantidad de feligreses de parroquias, doctrinas o misiones de la Sierra Gorda, como Jalpan con 1 222 fieles o Xichú de Indios con 1 399 feligreses. Es importante mencionar que el total de la población de las 34 parroquias que visitó ascendía a 52 106 fieles, sin incluir a los menores de 5 años (véase cuadro 2). Este número de feligreses significa que la zona de Querétaro era una de las regiones más pobladas, junto con la del valle de Chalco, del arzobispado de México.28 La zona menos poblada del arzobispado se encontraba en la región sur; es decir, entre Cuernavaca, Taxco y Acapulco donde había, aproximadamente, entre 19 y 25 parroquias con una población, según se registra en los padrones de confesión de la denominada visita al Sur, de 21 743 fieles.29 Esta última cantidad de fieles representaba tan sólo la mitad de la población residente entre Querétaro y la Sierra Gorda. Ahora bien, la población en estos dos lugares no sólo era numerosa, sino diversa. En efecto, en ella había, como mencionamos anteriormente, habitantes de diversas calidades: españoles, castas, indios, indios chichimecos sujetos a doctrina y naturales de “nueva conversión.” Estos últimos, por ejemplo, se encontraban en las misiones de San Miguel Puginguía y San Nicolás Puginguía, ambas muy cerca de Jalpan.30 Esta variopinta población determinó además la diversidad de lenguas que se hablaban y que los ministros de lo sagrado sabían para administrar las parroquias. Ocho parroquias, según el registro de la visita, se administraban en mexicano, 19 en otomí, cuatro en mexicano y otomí, y en una parroquia, además de mexicano y otomí, había feligresía que hablaba el mazahua, como se puede apreciar en el cuadro 2. La mayor presencia de la lengua otomí es reflejo de un hecho histórico en esta zona, a saber, que después de 1590 “la población otomí aumentó” con respecto a la chichimeca, y luego ascendió debido a la “creciente inmigración desde el sur” a este territorio.31
Parroquia | Advocación | Clero regular | Clero secular | Lengua | Padrón | Capillas | Cofradías | Campanas |
---|---|---|---|---|---|---|---|---|
Tlalnepantla | Corpus Christi | franciscanos | otomí y mexicana | 3 898 | 4 | 6 | ||
Tultitlán | San Lorenzo | franciscanos | mexicana | 1 673 | 3 | |||
Cuautitlán | San Buenaventura | franciscanos | mexicana | 3 157 | 1 | 5 | 20 | |
Teoloyucan | San Antonio | secular | 1 156 | 4 | 3 | |||
Xaltocan | San Miguel | secular | mexicana | 993 | 2 | 12 | ||
Zumpango de la Laguna | Concepción | secular | mexicana | 663 | 5 | 6 | ||
Huehuetoca | San Pablo | secular | otomí | 914 | 1 | |||
Santiago Tequisquiac | Santiago | secular | otomí y mexicana | 769 | 1 | 7 | ||
Guipustla | San Bartolomé | secular | otomí y mexicana | 544 | 2 | 7 | ||
Atitalaquia | San Miguel | secular | mexicana, otomí, mazahua | 841 | 1 | 7 | ||
Tetepango | San Pedro | agustinos | otomí y mexicana | 940 | 1 | 12 | ||
Mixquihuala | San Antonio | secular | otomí | 904 | 1 | 2 | 5 | |
Actopan | San Nicolás | agustinos | otomí | 11 073 | 4 | |||
Yolotepec | San Juan Bautista | agustinos | otomí | 342 | ||||
Chilcuautla | Asunción | agustinos | otomí | 2 248 | 1 | |||
Ixmiquilpan | San Agustín | agustinos | otomí | 5 581 | 6 | |||
Real de Minas de Zimapán | San Juan Bautista | agustinos | otomí | 1 040 | 1 | 7 | 5 | |
Xiliapa | Santiago | agustinos | otomí | 668 | ||||
Jalpan | Santiago | mexicana | 1 222 | 2 | ||||
Real de Minas de Escanela | San Pedro | secular | mexicana | 417 | 1 | 2 | ||
Toliman | San Pedro | franciscanos | otomí | 806 | 2 | 2 | 2 | |
Xichú de Indios | San Juan Bautista | franciscanos | otomí | 1 399 | 1 | 2 | ||
Xichú de Españoles | San Francisco | secular | mexicana | 300 | 4 | 9 | ||
Querétaro | Santiago | secular | otomí | 15 835 | 16 | 16 | 19 | |
San Juan del Río | San Juan | secular | otomí | 12 559 | 7 | |||
Cadereyta | San Pedro y san Pablo | secular | otomí | 1 638 | 2 | 7 | ||
Tecozautla | Santiago | franciscanos | 2 717 | 1 | 2 | |||
Guichapa | San Mateo | secular | 5 535 | 1 | 8 | 10 | ||
Alfajayucan | San Martín | franciscanos | otomí | 5 242 | 4 | |||
Chapotongo | Santiago | agustinos | otomí | 1 097 | 3 | |||
Tepetitlán | San Bartolomé | agustinos | otomí | 1 577 | 4 | |||
Tula | San José | franciscanos | otomí | 5 476 | 7 | 7 | ||
Tepeji del Río | San Francisco | franciscanos | otomí | 3 314 | 2 | |||
Tepotzotlán | San Pedro |
FUENTE: elaboración propia con base en “Libro de visita a Querétaro…”, AGN, Bienes Nacionales, leg. 475, exp. 1.
Cofradías, fábrica material y economía local
El total de cofradías que Aguiar y Seijas supervisó en esta visita fue de 114. De ellas, 39 estaban dedicadas a una devoción mariana; 27 al culto del Santísimo Sacramento; 18 eran cofradías a las ánimas del purgatorio; 13 eran cristológicas; 13 estaban dedicadas a santos -siete a san Nicolás Tolentino, cinco a san Antonio, una a san Felipe- y una a la doctrina cristiana, como puede observarse en la gráfica 1.
Mas del 20.17 % del total de cofradías supervisadas en esta visita se encontraba en las parroquias de Querétaro y San Juan del Río. En la primera existían 16 y en la segunda siete. Este porcentaje contrasta con el escaso número de cofradías que, como hemos mencionado, existían en las parroquias ubicadas en la Sierra Gorda, donde misiones como Xiliapa o Jalpan ni siquiera contaban con este tipo de asociaciones, y en otras, como Escanela y Xichú de Indios, sólo existía una. De las 114 cofradías, 32 eran de naturales o indios; 31 de españoles; tres eran mixtas -de españoles con indios-; una era de mulatos; una mixta de mulatos y mestizos; y una de mulatos, negros y mestizos, como puede observarse en la gráfica 2.
El número de cofradías por calidad muestra, por un lado, los grupos predominantes en este territorio y, por el otro, la aceptación entre indios o naturales de esta forma de asociación y práctica religiosa que fueron las cofradías. Esta aceptación, evidente en el número de cofradías de indios, confirma, en cierto sentido, lo expuesto por algunos autores sobre que dichas asociaciones se generalizaron entre dicha población en el siglo XVII. 32 Mencionamos como población predominante a españoles e indios porque en este territorio, como en toda Nueva España, hay una variopinta feligresía: al menos 26 calidades diferentes de población fueron escritas por el notario tanto en los padrones, como en las referencias acerca de las diligencias matrimoniales a lo largo de esta visita, como puede apreciarse en el cuadro 3. Es importante mencionar que en este artículo utilizamos la palabra calidad,33 término que, insisto, los notarios usaban en el entendido de que designaba no sólo y no necesariamente las características físicas o de color -fenotipo- sino, sobre todo, la posición social, el estado jurídico y también el religioso del individuo. De allí que, por ejemplo, se marque la diferencia entre chichimeco de doctrina, chichimeco de recién conversión o bárbaro chichimeca. El cuadro 3 muestra las diferentes calidades enunciadas en el libro de visita.
indio |
mulato libre de cautiverio |
mulata libre |
mulato blanco |
india otomí |
india mexicana |
mulatos naturales |
loba |
india ladina |
mestiza otomí |
mulato morisco |
lobo natural |
indio principal |
negro esclavo |
mulata esclava |
mulata esclava blanca |
chino libre |
negro libre |
mulato prieto libre de cautiverio |
mulata blanca que habla otomí |
mestiza otomí |
chichimeca |
chichimeca de recién conversión |
FUENTE: elaboración propia.
La relación entre población, cofradía y fábrica material de las iglesias que algunos autores han evidenciado se comprueba en esta visita pastoral.34
Por ejemplo, Tlalnepantla, Cuautitlán, Actopan, Ixmiquilpan, Querétaro, San Juan del Río y Huichapa con 3 898, 3 157, 1 173, 5 581, 15 835, 12 559 y 5 535 feligreses contaban, respectivamente, con 6, 5, 4, 6, 16, 7 y 8 cofradías adscritas. En todas estas iglesias, el arzobispo encontró bien aderezados los templos y en buenas condiciones sus ornamentos. En algunas parroquias como Tlalnepantla, de hecho, felicitó al cura por tener todo con orden, veneración y decoro.35 En contraste, las parroquias de Xaltocan, Huehuetoca, Guispustla, Atitalaquia y las ubicadas en la Sierra Gorda -como Real de Minas de Escanela, Tolimán y Xichú de Indios- con 993, 914, 544, 841, 417, 806 y 1 339 fieles, respectivamente, contaban con dos o menos cofradías. Misiones como Jalpan y Xiliapa con 1 222 y 668 fieles, respectivamente, no tenían, como hemos dicho, ninguna cofradía. De hecho, parroquias como Xaltocan y Huehuetoca fueron reconvenidas por el arzobispo por la falta de decoro en sus iglesias; en Huehuetoca, además, apeló al cuidado del rito y a que procuraran comprar una nueva capa negra y un nuevo misal. El caso de Yolotepec es emblemático, en este sentido, con apenas 342 fieles y sin cofradías. El arzobispo apeló al párroco y a los feligreses de Actopan -éste sí un curato pingue- para que proveyeran al primero “de ornamentos decentes por la suma pobreza de su feligresía”, así como de otorgarles limosnas para la compra de palios. Asimismo, otorgó a los fieles de dicho curato una licencia para que durante seis meses recogieran limosnas que les permitieran edificar el templo.
Es importante hacer notar que el espacio cultural también estaba determinado por la realidad que representaba ser territorio de misión como era considerado la Sierra Gorda, donde la presencia eclesiástica podía ser inestable y eran frágiles las condiciones de seguridad para la población española, india o mestiza que se sentía amenazada por los bárbaros chichimecas, por ejemplo, en Jalpan, Escanela y Xichú de Españoles. En la misión de Jalpan y en la parroquia de Escanela de hecho no existía sagrario o depósito ante “el grave peligro que estaba por tener inmediata la gente bárbara chichimeca” o no tenerlo en consideración de ser un sitio de “misión y conversión.” En el caso de Xichú de Españoles, la pila bautismal tenía que estar cerrada con llave para “mayor seguridad y decencia”. El relato de la misión de Jalpan ejemplifica, como ningún otro, cómo el espacio cultual estaba influido por la realidad social.36 A su llegada a esta misión, el notario apuntó: “no tener esta iglesia depósito del Santísimo Sacramento por el grave peligro con que siempre está respecto de los bárbaros que tienen tan inmediatos y por haberse experimentado el incendio que esta iglesia padeció por dichos bárbaros”.37 Las únicas doctrina y parroquia que no entran en esta correlación de población/fábrica/cofradía son la del Real de Minas de Zimapán y la de Real de Minas de Xichú de Españoles. La primera, a cargo de los agustinos, contaba con tan sólo 1 040 fieles, pero tenía adscrita a ella siete cofradías. Real de Xichú de Españoles sólo tenía 300 feligreses, pero contaba con tres cofradías y una hermandad.38 La situación que explica lo anterior es que en la doctrina y en la parroquia sus fieles, trabajadores de las minas, podían sostener con más desahogo el culto y también dedicar más recursos a la devoción de sus santos a través de las cofradías.39 De hecho, el otro real minero, el de Escanela, ubicado en la Sierra Gorda, con apenas 417 fieles, contaba con una sola cofradía. Este último real minero fue fundado por Alonso de Tovar en 1635 y se sostuvo con mucho trabajo “entre chichimecas rebeldes”.40
Es importante mencionar que en esta visita fue evidente cómo Aguiar y Seijas buscó, promovió y coadyuvó para que las feligresías contaran con espacios de culto como lo exigían y alentaban el Concilio de Trento y el III Concilio Mexicano; es decir, limpios y decentes. Por esta razón otorgó varias licencias para recolectar limosnas que permitieran reedificar la iglesia del pueblo o la construcción de capillas o colaterales. Por ejemplo, en San Juan Bautista Yolotepec otorgó licencia para que por seis meses recogieran limosnas para reedificar su curato; en Chilcuautla, licencia, también de seis meses, para que dos personas recogieran limosna en 20 leguas de contorno, y con lo recaudado se pudiera construir el colateral y proveer de “ornato el altar de Nuestra Señora de la Soledad”. También dio licencia para recoger limosna por seis meses y construir su colateral a los fieles de Tepeji del Río. A veces la licencia iba acompañada de retribución espiritual. Por ejemplo, otorgó al pueblo de Tepantepec licencia para recoger limosna, hasta dos leguas de su curato, para que pudieran reedificar su iglesia y otorgó 40 días de indulgencias a quienes contribuyeran para ello. En orden al culto, el arzobispo bendijo durante todo su trayecto 142 campanas, porque al final de cuentas eran estos objetos de rito los que marcaban los tiempos religiosos, pero también lo cotidiano de la vida en aquellas comunidades.41
Ahora bien, como lo han mostrado otros autores y como hemos mencionado páginas atrás, las cofradías no sólo fueron esenciales para financiar los gastos de la construcción de iglesias, capillas, colaterales, etc., sino que, además, permitieron, por un lado, asegurar, derivada del pago por celebración de misas, mejor congrua para el cura párroco,42 y por otro, articular la economía local en tanto que casi todas tenían entre sus capitales y para sostener el culto a su santo patrón, ganado cabrío y vacuno que arrendaban a pequeños propietarios de ranchos. La zona de Querétaro era conocida justamente por ser una comarca en la que se criaba mucho ganado mayor y menor. El cronista franciscano, fray Antonio de Ciudad Real, decía que la tierra era maravillosa por ello y por su producción de trigo. Y en efecto:
la provincia fue ganadera por antonomasia y su producción se volcaba en los mercados demandantes. Se vendían ingentes cantidades de cabezas de ganado mayor: toros, novillos y vacas. El destino principal de esta mercadería era el abasto de carne de las principales poblaciones del Altiplano, destacando desde luego el de la ciudad capital de la Nueva España.43
Así, muchas cofradías tenían ganado menor entre sus bienes y el dinero recaudado a partir de esta actividad les permitía comprar cera, fuegos artificiales, incienso, telas; es decir, todo lo necesario para el culto a su santo patrón, el cual articulaba una economía local o regional. Por ejemplo, la cofradía del Santísimo Sacramento y Concepción de naturales de la parroquia de Santiago Tesquiquiac contaba con 307 cabezas de ganado ovejuno que esquilmaban. Con lo obtenido realizaban las misas de los cofrades. La cofradía del Santísimo Sacramento de españoles de la parroquia de san Agustín Ixmiquilpan contaba con 1 470 cabras y con lo derivado de su arriendo o matanza, y la venta de carne podían pagar una misa cada jueves de a dos pesos por las almas de los cofrades. En esa misma parroquia se encontraba la cofradía del Tránsito de mulatos y mestizos que arrendaba sus más de 300 cabras y con ello pagaba tres pesos por la misa de los martes. Otro caso fue la cofradía del Santísimo Sacramento de españoles de san Pedro y san Pablo de Cadereyta, que contaba con cabras y con cuyo producto se pagó parte del colateral de la iglesia. En esta misma parroquia, la cofradía del Santísimo Sacramento de naturales arrendaba una hacienda de matanza con nueve sitios y estancias para ganado. La cofradía del Santísimo Sacramento de san Bartolomé Tepetitlán arrendaba 305 cabezas de ganado cabrío y ovejuno, y ello le permitía pagar tanto la cera como la misa de la fiesta de Corpus Christi. En esta misma parroquia, la cofradía de Nuestra Señora de la Concepción de naturales contaba con 500 cabezas de ganado cabrío y ovejuno, y con lo obtenido pagaba 14 pesos por celebración de misa, procesión y sermón. Esta cofradía celebraba, además, las fiestas de la Asunción, la Encarnación, la Purificación y la Natividad. Por su parte, la cofradía del Santísimo Sacramento de la parroquia de san José de Tula pagaba con el ganado que tenía los fuegos artificiales de la fiesta. En suma, y como hemos visto, hay una enorme correlación entre población, cofradías, la construcción de las iglesias y la celebración de prácticas devocionales promovidas por estas corporaciones. Las prácticas de devoción a veces dieron lugar a conductas no aprobadas por el prelado o excesos en gastos, de allí que algunas cofradías fueran reconvenidas y se les ordenara gastar menos en cera, bizcochos para los penitentes o fuegos artificiales.44
Los fiscales de indios y la enseñanza de la doctrina
Como en las visitas pastorales que efectuó al norte y al sur del arzobispado, Aguiar y Seijas supervisó con sumo cuidado la impartición de la doctrina y no dejó de sancionar a aquellos doctrineros, curas y sobre todo a fiscales que no cumplían a su parecer con su enseñanza.45 La supervisión de la enseñanza de la doctrina durante la visita era directa: el arzobispo preguntaba en cada parroquia a un determinado grupos de jóvenes, tanto de hombres como de mujeres, sobre ella y casi siempre lo hacía por medio de intérpretes.46 En esta visita es especialmente significativa la insistencia del arzobispo en que los fiscales de indios cumplieran con su deber de enseñar la doctrina a los naturales. En Teoloyucan, por ejemplo, recordó a los fiscales su obligación de cuidar de ello y de que los fieles no cometieran pecados públicos, como el de la incontinencia;47 en Xaltocan alentó a seguir con el empeño de adoctrinar y dirigir “a los fieles al camino de la salvación”; mientras que en Zumpango recordó a los fiscales el deber de enseñar la doctrina a los pequeños y colocarles maestros.
De hecho, es importante mencionar la insistencia del prelado en que los fiscales recogieran a los niños y a las niñas para adoctrinarlos con la salvedad de que las mujeres fueran regresadas a sus casas al cumplir los 12 años y que por ningún motivo asistieran las mujeres si estuvieran casadas.48
Para el prelado, el oficio de fiscal era tan importante como su distinción o representación, y por eso ordenó, por ejemplo, en Santiago Teozutla, que su fiscal, José Ignacio, quien también era un indio principal, trajera su vara y casquilla “para que se le conozca y distinga”. Pero los fiscales no fueron los únicos a los que el arzobispo apeló a la enseñanza de la doctrina, también lo hizo con los curas seculares y doctrineros. Por ejemplo, al párroco de Huehuetoca le solicitó que con “amor y caridad enseñara la doctrina cristiana, predicara y explicara con todo cuidado, enseñara las oraciones, credo, los mandamientos de Dios y los artículos de la fe”, todo lo que, decía el arzobispo, era tan necesario para la salvación. Para el prelado, la enseñanza de la doctrina era el único medio para procurar la salvación de los fieles, ya que su correcto aprendizaje evitaría que éstos cometieran pecados públicos como amistad ilícita, amasiato, incontinencia, etc. Sin embargo, el prelado estaba consciente de que los fieles cometían “pecados públicos” y que la única forma de evitarlos era sancionar y castigar a quienes los ejecutaban. Por esta razón, en esta visita no dejó de confirmar y nombrar a jueces eclesiásticos; nombró y confirmó a 12 de ellos, a los que delegó su jurisdicción para: “oír, conocer, juzgar y sentenciar interlocutoria y en algunos casos definitivamente, en asuntos matrimoniales, en las causas civiles o moderada suma y en causas de criminales y de fe contra indios”.49 Asimismo, los jueces atendían otros asuntos como las testamentarias o todo lo relativo al gobierno y las cuentas de las cofradías.50
En suma, los jueces, como delegados del arzobispo, procuraban sancionar aquellas conductas consideradas ilícitas como el amasiato, la incontinencia, la mancebía, los gastos excesivos en fiestas de cofradías, etc. Ahora bien, en su paso como visitador no dudó en reconvenir a quienes fueron denunciados por algunos de los delitos mencionados. Así, por ejemplo, en Tepeji del Río recibió la noticia de que una pareja de indios vivía en incontinencia. Luego de entrevistarlos, ordenó que se casaran y como penitencia espiritual les impuso rezar en los cinco altares de su iglesia.
Además de cuidar de la ortodoxia, durante la visita, Aguiar y Seijas dio resolución a distintas peticiones de pueblos de indios en orden a mejorar la administración de curatos, doctrinas y tierras de misión. Así, autorizó a los pueblos de Santo Tomás y Tierra Blanca a que no llevasen a enterrar a sus difuntos hasta Xichú de Indios en virtud de que era muy trabajoso para ellos llevarlos hasta ese camposanto. Los fieles, a cambio, se comprometieron a dar por cada feligrés que hubiese fallecido dos pesos que sirvieran para pagar los servicios del párroco.51 También acordó con los indios el uso o no del arancel establecido en 1638 que estipulaba tarifas por servicios religiosos según la calidad.52 Para el arzobispo era claro que lo mejor era dejar a cada comunidad la decisión de pagar por “costumbre” o por arancel, pero no desestimó dejar en cada parroquia un ejemplar de este último para que decidieran a qué forma plegarse. En este sentido, Aguiar siguió la línea tendida en sus anteriores visitas a Tampico y Toluca donde “ante la petición de los indios en varias parroquias, accede a que éstos sigan la costumbre de pago normalmente en trabajo o en productos de la tierra, pero siempre contando con su aprobación. Aguiar, sin embargo, mantuvo el arancel para españoles, mestizos y mulatos”.53
Una de las resoluciones que atendió el arzobispo en esta visita en cuanto a territorios de misión fue la que hizo el general Jerónimo de Labra, “protector de los chichimecos de la Sierra Gorda, alcalde mayor y capitán de guerra de la provincia de Jilotepec y sus fronteras”. Labra, según el manifiesto que él mismo escribió,54 había logrado fundar ocho misiones en Sierra Gorda entre 1682 y 1683, pero en 1686 se enfrentaba a un problema: que se hubiesen salido los ministros misioneros “que su majestad pagó” de dos de las seis misiones, a saber, las misiones de San Francisco Zimapán y San Jerónimo de la Nopalera. Lo anterior, en palabras de Labra, había dado lugar a que “quedaron con sumo desconsuelo él y los chichimecos que estaban ya reducidos y en paz y respeto”.55 Esto último tal como lo deseaban y pretendían los religiosos de la orden de san Francisco de la provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán. Labra, por esta razón, solicitó al arzobispo que “por ahora y en ínterin” en tanto se informaba al virrey y este daba una solución, cualquier sacerdote secular o regular pudiera decir y celebrar el sacrificio de la misa en dichas misiones. El arzobispo lo aprobó y emitió el edicto, correspondiente para que
en dichas dos misiones por cualquiera sacerdote secular o regular de los aprobados por este arzobispado se pueda celebrar el santo sacrificio de la misa los domingos, días festivos y demás del año en las ocasiones que asintiere el dicho general en las dichas misiones y sus caudillos y gente lo cual sea por ahora y en el ínterin que por el superior gobierno de este reino tiene debida determinación lo referido y sin perjuicio de lo que en dicha razón se proveyere y dándose parte al beneficiado de Zimapán y al ministro a quien toca el territorio de la Nopalera para que le conste y por el tiempo que fuere nuestra voluntad y sin perjuicio del derecho parroquial.56
El edicto del arzobispo coadyuvó, así, a dar una solución temporal, pero de suma importancia, para que Labra y los chichimecas continuaran recibiendo servicios religiosos. Para Aguiar y Seijas resultaba evidente que lo importante era asegurar la presencia de ministros en ese territorio de difícil pacificación y con poca presencia de eclesiásticos.
Conclusión
Francisco Aguiar y Seijas realizó cinco visitas pastorales -entre noviembre de 1683 y enero de 1688- para poder supervisar las más de 220 parroquias, doctrinas y misiones asentadas en el amplio territorio bajo su jurisdicción, que abarcaba desde Acapulco, por el sur, hasta Tampico, por el norte. Si bien el arzobispo observó en cada una de ellas ciertas problemáticas o realidades comunes -por ejemplo, los excesivos gastos que los cofrades sufragaban en sus fiestas patronales; la falta en la que incurrían doctrineros y fiscales de indios en la enseñanza de la doctrina cristiana, o el uso sin medida de bebidas embriagantes- en ninguna visita, como la emprendida a Querétaro y la Sierra Gorda, constató dos realidades tan disímiles que le exigieran diferentes formas de accionar. En la ciudad, la estructura diocesana de iglesias, conventos, cofradías y jueces eclesiásticos era visible, extensa, predominante y bien articulada. Esta realidad era compartida en curatos como Cuautitlán, Tlalnepantla, San Juan del Río o Huichapan. En la Sierra Gorda, la frágil presencia de la Iglesia como institución era evidente. La fragilidad de la institución eclesiástica que el prelado observó en misiones, doctrinas y parroquias de la Sierra Gorda era propia de un territorio en el que, por un lado, la población o feligresía era poco numerosa -lo que impedía sostener o mantener la congrua de sus ministros, fundar asociaciones piadosas o construir iglesias bien aderezadas-, pero que también, por otro lado, estaba frecuentemente amenazado por las incursiones de “la gente bárbara chichimeca” que quemaba las iglesias, como en Jalpan. La amenaza de ataques, que es evidente en la precaución de retirar el sagrario en la misión de Jalpan o en la parroquia de Real de Minas de Escanela, o el simple abandono de los recién conversos o de los propios doctrineros de las misiones, como sucedió en dos de las seis fundadas por Jerónimo de Labra, hacían más inconsistente el firme establecimiento de la Iglesia en esta área. En realidades tan diferentes, Aguiar y Seijas tuvo que desplegar estrategias pastorales y de gobierno específicas, tales como cuidar, alentar y revisar las condiciones de impartición de doctrina y evangelización por parte de religiosos o fiscales indios a niños y niñas menores de 14 años en las misiones o doctrinas. Asimismo, solicitar a los mineros mejorar la congrua de los curas y enviar a sus cuadrillas de trabajadores a la doctrina cristiana. O supervisar la gestión de los párrocos en materia de aranceles, capellanías, o licencias de confesar o predicar. Como parte de la estrategia de gobierno estaba el extender la jurisdicción episcopal en materia de justicia. Así, y en el entendido de que el fin de la visita pastoral era cuidar de la ortodoxia y evitar los pecados públicos, hizo el nombramiento de una docena de jueces eclesiásticos y, durante la visita, dirimió asuntos en esta materia. En suma, y en este sentido, sigue vigente la afirmación sostenida hace más de 20 años por el historiador Alberto Carrillo Cazares sobre que, sin duda alguna, Aguiar y Seijas, como prelado, ‘‘privilegió” la visita pastoral “al grado de elevarla a la principal forma de su gestión episcopal”.57