A partir de 1927 los militantes del Partido Revolucionario Venezolano (PRV) sostuvieron varias polémicas con otros exiliados venezolanos sobre el contenido ideológico que debían tener las acciones contra la dictadura. Estas discusiones llevaron a una división en el seno del exilio venezolano y desembocaron en dos invasiones independientes hacia Venezuela en 1929 para derrocar a la dictadura. El objetivo de este artículo es estudiar estas polémicas y sus efectos en el accionar del exilio durante esos años para entender el papel que desempeñó el PRV en las definiciones ideológicas de la oposición a Gómez. Para ello utilizamos la propuesta metodológica de Sznajder y Roniger (2013) de prestar atención al país expulsor, al país receptor, la acción de los exiliados y el espacio transnacional, para un mejor entendimiento de la situación de los exiliados.
México, producto de la revolución de 1910, se convirtió en uno de los lugares de refugio para militantes políticos latinoamericanos perseguidos. La ciudad de México fue la sede de una serie de proyectos organizados por estos refugiados latinoamericanos, como la Liga Antimperialista de las Américas (Ladla), Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC) o la Unión Centro Sud Americana y de las Antillas (UCSAYA), por mencionar algunos. Se llevaron a cabo varias empresas editoriales que dinamizaron el debate y la discusión política en todo el continente.1 Los exiliados venezolanos en México participaron en esas organizaciones y de esos debates, lo que tuvo un impacto en las reflexiones que hicieron sobre Venezuela y su futuro.2
Entre las preguntas que guiaron esta investigación estuvieron: ¿cuáles fueron los elementos sobre los que giró el debate entre los exiliados entre 1927 y 1929?, ¿qué papel desempeñó el miedo al comunismo en la discusión?, ¿cómo afectó a los exiliados venezolanos el conflicto entre los comunistas y el gobierno mexicano?, ¿cuáles fueron las lecturas que desde la izquierda se hacía de la dictadura de Juan Vicente Gómez? La revisión de esta discusión y las acciones que desencadenaron dan luces acerca de la incorporación venezolana a los debates políticos del primer tercio del siglo XX, sobre las transformaciones que sufrió México como lugar de refugio para los desterrados y cómo asimilaron los exiliados venezolanos estos cambios.
En la primera parte de este artículo se describe a grandes rasgos el exilio venezolano durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935), luego se analiza el debate y los eventos armados que sucedieron entre 1927 y 1929 para entender las posiciones del PRV y los distintos actores involucrados y cómo las coyunturas afectaron a estas posiciones. A partir de este análisis discutimos el esquema y periodización sobre la oposición al gomecismo propuesto por el historiador Manuel Caballero (1994) , quien plantea el año de 1928 como un parteaguas: “a partir de esa fecha se puede comenzar a marcar la diferencia entre la oposición a Gómez y la oposición al gomecismo” (p. 275). Para el historiador, la primera solamente se oponía al dictador pero no al sistema, mientras que la segunda buscaba atacar las bases que sustentaban a la dictadura.
PANORAMA DEL EXILIO
En 1927, luego de 19 años en el poder, Juan Vicente Gómez decretó una amnistía general de los presos políticos y la clausura definitiva de La Rotunda, oprobiosa cárcel que se había convertido en símbolo de la dictadura. Su seguridad en el poder era tal que permitió la salida de casi todos los presos políticos en Venezuela, incluso del más importante de ellos: Román Delgado Chalbaud, detenido en 1913, cuando el gomecismo adelantaba maniobras continuistas al final de su primer periodo presidencial. La propaganda del régimen llegó a proclamar que el dictador no tenía enemigos.
Juan Vicente Gómez había logrado consolidar una férrea dictadura gracias al fortalecimiento del Estado y especialmente del ejército.3 Pero también se mantuvo gracias a la expulsión de Venezuela de cualquier tipo de oposición. Al principio de la dictadura el exilio fue un privilegio, el gobierno amenazaba con la cárcel y toleraba la huida al extranjero de sus contrarios. Luego, con el endurecimiento del régimen a los opositores, les tocó un doble castigo: la cárcel y después el destierro. Así, el exilio venezolano creció y se diversificó. Entre sus principales integrantes estuvieron políticos de los decimonónicos partidos Liberal Amarillo y Liberal Nacionalista, caudillos regionales, líderes de izquierda, profesionistas de clase media (periodistas, abogados, estudiantes universitarios, etc.) e incluso antiguos funcionarios y colaboradores del propio Gómez (McBeth, 2008, p. 4). Entre los lugares preferidos para el exilio estuvieron Nueva York, Madrid, La Habana, San Juan, Curazao, Trinidad, Cúcuta, Barranquilla y ciudad de México.
El exilio venezolano fue prolijo en formar organizaciones políticas que en parte respondían a la diversidad de los grupos que lo componían; la mayoría sólo existió para dar vida a alguna de las conspiraciones en curso y estuvo integrada por la combinación de turno. Casi todas tuvieron un programa en sintonía con el canon liberal. Así, surgieron en Nueva York la Junta Patriótica (1911), la Sociedad Patriótica Joven Venezuela (1917) o la Unión Cívica Venezolana (UCV) (1927). También se formaron organizaciones obreras, aunque por estar en el exilio, tuvieron un carácter más político que sindical; la más importante de ellas fue la Unión Obrera Venezolana (UOV) (1923), afiliada a la American Federation of Labor (AFL). Además, se formaron partidos políticos pequeños y con grupos en distintas partes del mundo, y cuya acción era relativamente independiente, como el Partido Republicano (1920), con sedes en Panamá, Nueva York, Ecuador, y Puerto Rico; o el Partido Revolucionario Venezolano (PRV), fundado en México en 1926 y con seccionales en Nueva York, París, Curazao y Barranquilla.
De igual forma, los exiliados siempre estuvieron planeando invasiones que nunca llegaban a realizarse por falta de unidad entre ellos, escasez de dinero o dificultades para conseguir armas y pertrechos. Apenas si pudieron realizar algunas escaramuzas desde la frontera colombiana -emprendidas por caudillos menores-, pero nunca llegaron a representar una verdadera amenaza para la dictadura. Esta dinámica cambió con la llegada de Delgado Chalbaud al exilio. Su prestigio militar y catorce años en la cárcel lo revistieron con suficiente autoridad para lograr un acuerdo entre los opositores a Gómez. Sin embargo, en esta ocasión, además de los rencores pasados y las usuales disputas por el liderazgo, se sumó un debate por el contenido político que la acción debía tener.
1927 fue un año que estuvo dedicado a lograr la conformación de una alianza amplia contra la dictadura. De ello hay bastante evidencia en los archivos de Salvador de la Plaza -militante comunista y dirigente del PRV en México- y de José Rafael Pocaterra -escritor, liberal, exiliado en Canadá-, quien insistía en la necesidad de formar un frente único, porque los grupos surgidos en el exilio “bien sabemos que poco pueden”. Para él, las opciones eran “la definición pura y simple ‘vitalistaʼ de Gómez, o el núcleo matriz de un partido civilista” (Pocaterra, 1973, vol. I, p. 127). Al principio de las nuevas negociaciones parecía que el consenso sobre los objetivos eran claros. Había incluso a quienes, como a Rafael María Carabaño -periodista exiliado en Puerto Rico-, les preocupaban el plan de acción y quiénes eran los involucrados, pues, sobre el tipo de organización “siempre he creído que cualquiera es buena y la que no lo fuere se modificará en el camino, de acuerdo con las circunstancias” (Pocaterra, 1973, vol. I, p. 150). Sin embargo, otros, como Carlos León, aclaraban sus intenciones de “no solamente luchar a Gómez, sino principalmente derrocar el sistema del que Gómez es una resultante” (Pocaterra, 1973, vol. I, p. 132). Comenzaba a mostrarse que llegar a un acuerdo no sería tan sencillo y que no solamente había dos opciones, como pretendía Pocaterra. Así, en julio de 1927, Emilio Arévalo Cedeño, caudillo que en varias ocasiones organizó escaramuzas contra la dictadura desde la frontera colombiana, lanzó dos cartas públicas en contra de militantes comunistas venezolanos y rompió públicamente con el PRV, del que él fue miembro fundador, por no estar de acuerdo con su ideología, a la que trató de “propaganda insensata y criminal”. Gustavo Machado, en respuesta privada, le reclamó que “ama a Venezuela, pero no se preocupa por las intenciones de los hombres a quienes trata de imponerle”. Además, hacía hincapié que siempre habían tenido el cuidado que “nuestra campaña antiimperialista no sea confundida con la propaganda comunista” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. I, p. 169). La verdad es que el programa del PRV no era comunista y su propuesta era más bien reformista. Por ejemplo, no clamaban por una reforma agraria integral, sino que apenas proponían el reparto de las tierras de Gómez, por haberlas adquirido de forma ilegal. Su programa tampoco contemplaba el control obrero de las fábricas, solamente la defensa de los derechos de los trabajadores (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. I, pp. 147-155). Dentro del partido se reunían ciertamente algunos militantes comunistas, como Salvador de la Plaza y Machado, pero también había militantes de otras tendencias socialistas, como León o Miguel Zúñiga Cisneros.
Con este incidente se cerró la comunicación entre el PRV y el grupo que se estaba formando alrededor de Delgado Chalbaud. Varios de los argumentos de Arévalo ya habían sido usados por Nicolás Hernández, en un intercambio epistolar con Machado y De la Plaza en 1925, quien pedía por “el amor a aquella tierra donde nacimos todos nos manda no a llevar ideas que aquel medio no puede asimilar” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. I, p. 117). En aquel momento el debate cerró con todos los participantes convocando a colaborar y dejar de lado las diferencias, pero ahora el tono era otro. Las definiciones ideológicas comenzaban a ser una frontera visible entre los exiliados venezolanos. No bastaba con oponerse a Gómez, había que aclarar las razones del “para qué” se oponían.
NUEVOS AIRES EN LA OPOSICIÓN
Febrero de 1928 trajo nuevas esperanzas para los opositores de Gómez. Durante la Semana del Estudiante sucedió una serie de manifestaciones contra la dictadura. Apresaron a los principales líderes de la protesta, y sus compañeros, en un acto de solidaridad, se entregaron a la policía para ser encarcelados también. Este gesto movilizó a la sociedad caraqueña, que organizó huelgas y manifestaciones para pedir la libertad de los prisioneros. En un inicio el gobierno cedió y los liberó, pero, tras un alzamiento militar que se frustró en el mes de abril, fueron nuevamente capturados. Algunos lograron el exilio y así nació lo que se conoce como la Generación del 28; grupo de cuyo seno salieron importantes líderes políticos del siglo XX venezolano.4
Según la dictadura, los estudiantes fueron instigados por los exiliados en México, “adscritos algunos, a intereses contrarios a los de Venezuela, y afiliados, otros, a organizaciones de principios o tendencias comunistas”.5 La acusación del gobierno era poco creíble, en primer lugar, porque los exiliados fueron los primeros sorprendidos por los eventos en Caracas y, en segundo, porque los estudiantes dejaron testimonio de su orfandad ideológica. Es muy probable que el gobierno, como había hecho en otras ocasiones, tratara de construir una imagen de la oposición a la medida de sus necesidades y, para ello, aprovechara acusar a los comunistas, lo que, como hemos visto, generaba división entre los exiliados.
Desde México se tuvo una posición ambigua sobre la acusación. Los militantes del PRV optaron por negar el carácter “bolsheviqui” de las protestas e interpretarlas como “esencialmente antiimperialista”.6 Los exiliados, más que negar ser bolcheviques, se dedicaron a criticar lo que sus acusadores entendían por esa palabra: “Ellos consideran que hablarle al proletariado de los derechos que tienen de tratar de levantar al campesino y de mejorar al obrero, es obra comunista, y algo exótico en nuestro país”,7 y apuntaban que tal acusación era una receta usada en toda Latinoamérica para justificar la intervención de Estados Unidos.
Desde Nicaragua, Gustavo Machado publicó, en Repertorio Americano, un análisis de la situación en Venezuela. En el texto afirma que: “sin una doctrina revolucionaria es imposible organizar ningún movimiento revolucionario” e insiste en que lo primero era partir de un estudio profundo de la realidad venezolana. También plantea la necesidad de diferenciar la oposición venezolana que estaba compuesta mayormente “de conspiradores y no de revolucionarios”.8 Machado enumeró a los enemigos a los que se enfrentaban los verdaderos revolucionarios. Dentro de Venezuela estaban: Juan Vicente Gómez, los caudillos e intelectuales al servicio del dictador, la iglesia católica, los latifundistas, la burguesía nacional y los inversionistas extranjeros en el país. Y en el exterior: los viejos caudillos -nombró expresamente a Delgado Chalbaud-, los nuevos caudillos -entre quienes incluyó a Arévalo Cedeño-, a los intelectuales que apoyaban a estos caudillos y a la pequeña burguesía liberal demócrata expatriada.
Por tanto, para Machado la tarea no era solamente salir del tirano, sino que a “los feudales es necesario destruirlos como fuerza social y económica; a los burgueses y pequeños-burgueses tratar de separarlos del grupo de la reacción”.9 A través de este texto Machado introdujo la idea de entender la revolución como una transformación social guiada por una ideología y no simplemente el derrocamiento de un gobierno, como hasta ese momento se venía usando en los textos de los venezolanos.
La idea de que la lucha debía trascender de la “simple” caída de la dictadura no era del todo nueva, ya la vimos en la carta de León a Delgado Chalbaud y, al menos en el caso del exilio en México, la premisa se puede rastrear hasta 1921. En ese año, Horacio Blanco Fombona (1921) publicó en El Maestro un texto con un título parecido al de Machado, “La revolución venezolana”, en donde planteaba la necesidad de romper con los caudillos y “que con Gómez desaparezca el régimen que él representa” (p. 249). La dicotomía en este texto era caudillos contra jóvenes, y no revolucionarios, además de que proponía seguir el ejemplo de la democracia a la mexicana, sin mayores elaboraciones teóricas acerca de los objetivos.
Machado, en su artículo, también se ocupó del papel que jugaban las empresas petroleras extranjeras en la política venezolana y planteaba que la lucha de la dictadura debía ser entendida como “esencialmente una lucha antiimperialista, y por tanto, ha de ser coordinada continentalmente, vinculada a la lucha mundial anti-imperialista”.10 Al final del artículo, llamaba a una unidad con grupos latinoamericanos ideológicamente más afines y nombraba tres organizaciones venezolanas listas para el combate por la revolución: la UOV, el PRV y la UCV. Sin embargo, entre las definiciones y alianzas de 1928, la UOV y la UCV tomaron un camino distinto al del PRV y se incorporaron a la conspiración de Delgado Chalbaud. Machado abrió el debate público sobre el tema, pero no representó el sentimiento general de la izquierda venezolana, ni siquiera de aquellos que vivían en México; como el periodista venezolano Humberto Tejera, quien en una nota por el fallecimiento de Pedro Elías Aristeguieta aprovechó para usarlo de ejemplo: “Aunque fue en México un ansioso embebedor de ideales revolucionarios, y los llevaba en la mente para implantarlos el día del triunfo, sabía que la hora actual no es de discusiones escolásticas ni de ambiciones o equivocaciones disfrazadas con programas y por eso fue a inmolarse.”11
El texto de Tejera tenía exactamente el mismo título que el de Machado, “La revolución en Venezuela”, pero para decir prácticamente lo contrario: la unión de todos -caudillos incluidos-, la importancia relativa de las doctrinas y la urgencia de salir de Gómez. Muestra de la polisemia de significados que tenía la revolución entre el exilio venezolano. La coyuntura de las protestas estudiantiles llamaba a la acción inmediata y no al debate ideológico. Varios de los exiliados identificados con la izquierda anteponían el sentido de urgencia antes que la pureza ideológica en la lucha contra la dictadura.
La discusión hay que contextualizarla en el debate general de las izquierdas y de la radicalización de los comunistas que los llevó en estos años a romper con antiguos aliados e instaurar una política de “clase contra clase” (Kersffeld, 2008, pp. 257-264). Baste recordar la sonada disputa entre Julio Antonio Mella y Haya de la Torre (Melgar Bao, 2013). Aunque, en el caso del PRV, se trató de una radicalización más política que ideológica. Durante estos años su bandera fueron los “principios básicos de la revolución”, pero hicieron mucho énfasis en a quiénes consideraban sus aliados y a quiénes no. Sin embargo, en el debate venezolano tuvieron un sinuoso discurso de no negar ser comunistas, sino atacar lo que el resto de los exiliados entendía por comunismo.
En la acera opuesta de este debate estuvo Pocaterra. Su propuesta más completa la presentó en una conferencia que ofreció en Nueva York en diciembre de 1928. Abogó por una operación militar lo más pronto posible. En su opinión, el momento exigía más acciones que reflexiones. Creía que podían pasar “años y años reuniéndonos y disolviéndonos, formulando programas educativos, preparando masas, instruyendo proletarios; todo ello útil, plausible hasta glorioso, pero absolutamente nulo, absolutamente fuera de lugar en un momento histórico como éste” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. II, p. 25). En su análisis, el gobierno se encontraba debilitado por las protestas estudiantiles y en alusión directa a los comunistas afirmaba que:
En Venezuela no hay clases. Sobre la testa hirsuta del Libertador mismo, se encrespa acaso una crencha africana con el ímpetu capilar con que se encrespaban las melenas de Yugurta ante las legiones romanas. Agitar la cuestión de razas en Venezuela es inútil y absurdo, y hacer del proletario una especie de negro al servicio del blanco es una tendencia infame y falsa, intentada por los explotadores de la canallocracia (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. II, p. 40).
Resulta interesante que Pocaterra igualara raza, como la entendía el positivismo, con clase social. Difícil precisar si se trataba de una confusión teórica o de una manipulación. En todo caso, es una clara evidencia del nivel en que se encontraba la discusión ideológica venezolana en ese momento y porque en muchos actores se aprecia un uso ligero de las etiquetas políticas del momento.
Respecto a las inversiones extranjeras en el país, era tajante al afirmar que “nosotros garantizaremos el último dólar y la última libra esterlina invertida lícitamente en Venezuela” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. II, p. 35). Recordaba que, en el pasado, cuando se derrocaron otros dictadores, siempre se reconocieron los compromisos adquiridos y acusaba de demagogos a quienes planteaban que ahora la situación podía ser distinta. En otro de sus textos había planteado que los inversionistas extranjeros debían ser los principales interesados en la caída de la dictadura, porque con la democracia volvería el Estado de Derecho y la seguridad jurídica.12 Por último, cerraba con un llamado a la unidad de todos los opositores, sin importar diferencias ideológicas o de cualquier otro tipo: “No hay caudillos, no hay intelectuales, no hay obreros, no hay comunistas, hay solo venezolanos. Venezuela será y es una y única contra todas las fuerzas adversas”, y recordaba, en ese evento a la memoria del libertador, que “no hicimos la independencia con santos, ni la patria la fundaron bienaventurados” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. II, p. 47). A pesar de estos llamados tan amplios a la unidad entre los opositores de Gómez, hay evidencia en la correspondencia del propio Pocaterra de que se trató de reducir la participación de los comunistas en las organizaciones del exilio e incluso se intentó circunvalar al PRV para conseguir los apoyos que el gobierno mexicano había puesto a disposición de la lucha antigomecista.
Los estudiantes del 28 también tomaron la palabra y lo hicieron como grupo. La primera expresión fue una conferencia dictada por Gonzalo Carnevali en Bogotá en contra de la dictadura de Gómez. En la conferencia, Carnevali se abrogó la representación de toda su generación e hizo una exaltación de los estudiantes universitarios como antagonistas de Gómez. Su texto mantuvo un tono de denuncia y no de análisis. Se clamó en contra de los trabajos forzados en las carreteras gomecistas y en los negocios particulares de la familia Gómez con capitales extranjeros.
No hubo ningún despliegue ideológico, apenas un pronunciamiento en contra del tiranicidio, porque “Gómez es un sistema, una casta, un monstruo con innúmeras cabezas, y hay que ir contra ese sistema y cortarle todas las cabezas a ese monstruo. O la revolución o el cuartelazo: no quedan más caminos”.13 Algo que lo pondría más cerca de los planteamientos de Machado que de los de Pocaterra. Sin embargo, no ahondó en qué entendía por revolución, aunque parece que se asemejaba más a la idea de revuelta. Trató de camarada a su compañero Raúl Leoni, pero nombró a Pocaterra como uno de los maestros a los que veneraba su generación. En estos primeros momentos los universitarios venezolanos no tenían muy ordenadas sus ideas, y lo que realmente les interesaba, en su efervescencia juvenil, era tomar las armas contra Gómez, en las filas de cualquiera que pudiera proveer los recursos para la lucha.
Por supuesto que el debate no siempre fue de altura o se mantuvo en el campo de las ideas, también hubo imputaciones y recriminaciones diversas. Las principales fueron acusarse mutuamente de tener agendas ocultas, de instaurar el comunismo o de pretender cambiar una dictadura por otra. Tampoco faltaron los recordatorios de colaboraciones en el pasado con Gómez para cuestionar la virtud de los opositores.
LAS CRÍTICAS DESDE LA IZQUIERDA
El PRV debió defender su posición, no sólo frente a otros grupos del exilio venezolano, sino que también recibió críticas, cuando no franca oposición, desde distintos grupos antiimperialistas con los que se había vinculado el partido. Si las críticas en el debate venezolano fueron sobre los objetivos de la lucha, en el caso latinoamericano fue sobre los métodos.
Ricardo Martínez, militante comunista venezolano, estaba en contra de cualquier acción putchista o garibaldiana y creía que las actividades debían estar dirigidas a introducir militantes al país para organizar y agitar a las masas proletarias. En respuesta, De la Plaza le reclamaba que era inviable un movimiento de masas en Venezuela porque varios factores “imposibilitan el trabajo más rudimentario de organización en el interior” y no se debían caer en interpretaciones mecanicistas, pues, las acciones de agitación llevadas a cabo en Rusia, Italia, México o en Centroamérica eran imposibles en Venezuela. Lo que lo llevaba a concluir que “el primer paso a dar era el derrocamiento de la tiranía, como paso previo para comenzar la lucha, la organización de las fuerzas, etc.” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. I, p. 248). En la carta le recordaba los fracasos que habían sufrido tratando de introducir militantes al país. De la Plaza le insistía que: “nosotros debemos afirmar no sólo la existencia del despertar, sino aumentar su fuerza y augurar que dentro de poco esas fuerzas harán la revuelta. Pero esas frases de propaganda deben ser tomadas por nosotros como tales y no aplicarlas en nuestro análisis”. Para él, la forma en que se había desarrollado la industria venezolana hacía poco probable el surgimiento abrupto de un proletariado, y señalaba como clave de esto que “los imperialistas han sabido separar del país las industrias que de la extracción depende para construirlas en país extranjero”, por lo que decía: “nosotros no debemos esperar como tu entiendes, a que se puedan formar fuerzas en el interior que por sí solas” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. I, p. 250). Concluía que lo más factible sería dedicarse a organizar a los obreros venezolanos en las refinerías de Curazao y Aruba para que luego estos se infiltren en Maracaibo, alentar a la pequeña burguesía a derrocar a Gómez y aprovechar el regreso al país para la organización. Al mismo tiempo le comentaba que estaban estudiando las posibilidades de que el propio PRV liderara una acción para evitar que surgiera “un movimiento armado de un cualquiera y quitarnos la dirección del mismo” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. I, p. 254). Había en el ambiente la sensación de que la dictadura gomecista caería en un futuro cercano y que quienes no participaran se quedarían, nuevamente, por fuera.
Las otras voces en contra de una revolución armada provinieron de la propia COMINTERN, en una carta discutida en el Comité Central del PCM, con asistencia de los venezolanos afiliados a la sección mexicana de la III Internacional, el lender-secretario Latinoamericano del CEIC se opuso a cualquier actitud de “heroísmo individual” y defendió la necesidad de la insurrección de masas, para lo cual debían de ahondarse los trabajos de organización de los obreros (Jeifets y Jeifets, 2015). En la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana se reafirmó esta postura en contra de cualquier acción individual y en favor de abocarse al trabajo de masas. En ese sentido, fueron Codovilla y Jules Humbert-Droz quienes tocaron el tema de Venezuela en sus intervenciones. Este último insistía en que:
los comunistas son adversarios de los actos terroristas individuales. ¿Qué continuación tendría el asesinato de Gómez en Venezuela, cuando no tenemos allí un obrero organizado, ni un partido, ni siquiera un grupo comunista? Otro dictador tomará el poder y acrecentará el terror contra los obreros y los campesinos. El atentado individual no puede reemplazar jamás al movimiento de masas y una revolución no se desarrollará sino a condición de ser un movimiento de masas (El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, 1929, p. 98).
En sus intervenciones, algunos participantes como Leopoldo E. Sala y David Alfaro Siqueiros destacaron que en Venezuela existían las condiciones objetivas y subjetivas para la revolución. Siqueiros habló de la necesidad de “hombres audaces”, como Villa y Zapata, para hacer posible la revolución y de la imposibilidad de “esperar más tiempo”; se puede apreciar cierta sintonía entre su opinión y lo expresado por Salvador de la Plaza en su carta a Martínez, acerca de que ya existían condiciones para la acción directa y la imposibilidad de perder tiempo.
Humbert-Droz criticó la postura de Alfaro Siqueiros a la que llamó “caudillismo rojo”, y reiteró que “la verdadera audacia comunista, y por lo tanto revolucionaria, consiste en realizar los más grandes y constantes sacrificios para penetrar entre las masas, crecer en su seno y hacer que la levadura revolucionaria surja de su interior” (El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, 1929, p. 98).14 Resulta interesante que los miembros de la COMINTERN tildaran esas posiciones de caudillistas, cuando esa misma acusación era la que usaba el PRV en su disputa contra otros grupos de exiliados venezolanos. Por parte del liderazgo de la COMINTERN no hubo variación alguna en sus opiniones y la resolución sobre Venezuela fue: “Liquidar absolutamente los sueños de conquista de Venezuela desde el exterior. Enviar algunos camaradas para trabajar ilegalmente en el mismo país entre los obreros, los campesinos y los soldados; crear las primeras organizaciones. Trabajar más intensamente en el interior del país que exteriormente” (El Movimiento Revolucionario Latinoamericano, 1929, p. 106).
El PRV nunca tuvo la intención de cumplir esta resolución. Machado excusó el desacato diciendo que entre los venezolanos había un “espíritu expedicionario” y “mi convicción ‘antiexpedicionariaʼ no era suficientemente sólida para resistir esa corriente” (El comienzo del debate socialista, 1983, t. VI, vol. II, p. 107). Además, existía el temor de que los trabajadores, con esas ansias de acción inmediata, se fueran con cualquiera de las otras facciones existente entre los exiliados. La decisión del PRV de seguir adelante con sus planes demuestra que el partido no estaba sujeto a los mandatos de la Internacional Comunista y ni siquiera los propios militantes comunistas venezolanos, como lo muestra el mea culpa de Machado, se mostraban dispuestos a acatar ciegamente las resoluciones.
1929 MANOS A LA OBRA
Producto del “espíritu expedicionario” del que hablaba Machado sucedieron en 1929 varios movimientos contra la dictadura, los cuales respondieron a la división reinante entre la oposición. Dentro del país se produjeron alzamientos aislados liderados por viejos caudillos, el más importante comandado por el general José Rafael Gabaldón.15 Los otros fueron dirigidos desde el exterior: uno por el PRV y el otro por Delgado Chalbaud. Ambos movimientos respondieron a las posiciones defendidas en el debate del exilio por Machado y Pocaterra, respectivamente. Los jóvenes de la Generación del 28 participaron en los tres eventos.
Delgado Chalbaud logró conformar la Junta Suprema de la Liberación de Venezuela, una amplia unidad que incluía a viejos caudillos y jóvenes estudiantes de 1928, generales e intelectuales, exiliados en América y Europa. Financiado con aportes de venezolanos y por un préstamo respaldado por la fortuna de Delgado Chalbaud se alquiló y equipó al Falke.
El programa político era bastante genérico, al tomar el control del territorio se convocaría una asamblea constituyente que le diera al país una nueva constitución; aunque la proclama reconocía ciertas acciones urgentes como la independencia del poder judicial, castigar el peculado y leyes en favor de los obreros y campesinos. La proclama también dejaba claro que los miembros de la Junta consideraban “en extremo perniciosa para los ideales y la prosperidad de la república, la propaganda del comunismo y bolcheviquismo” (La oposición a la dictadura gomecistas, 1983, t. II, vol. II, p. 487). La expedición resultó un rotundo fracaso, la descoordinación de las fuerzas y la muerte en los primeros combates de Delgado Chalbaud sellaron el destino de la invasión. Al fracaso le siguieron los reclamos y las mutuas acusaciones entre los involucrados.
El PRV, por su parte, auguraba el inminente cambio en Venezuela y el contexto propicio para una intervención armada, pero la situación en México no era muy alentadora para conseguir recursos en este sentido. La reelección y el posterior asesinato de Álvaro Obregón había dejado a los exiliados venezolanos en una posición incómoda. No sólo por la muerte de su mejor aliado, sino por la crisis política en la que se sumió México. Además, el entendimiento entre Estados Unidos y México en el tema petrolero fue visto por muchos como una claudicación del gobierno mexicano y un triunfo del imperialismo. Un descreído León escribía en su correspondencia: “La nueva orientación de política internacional que se ha dado últimamente a este país me ha hecho perder toda esperanza en el actual orden de cosas” (Archivo de Rómulo Betancourt, 1990, vol. I, p. 23). Ante este panorama el PRV decidió arriesgarse por propia cuenta a organizar una invasión a Venezuela desde Curazao.
Consecuentes con su análisis de la situación político-económica de Venezuela, desde Libertad, órgano del PRV, habían alertado sobre la concentración de obreros venezolanos en las refinerías de Curazao y Aruba y de las condiciones injustas de trabajo en las que se encontraban, lo que consideraban un caldo de cultivo perfecto para la sublevación. En septiembre de 1928 se organizó una local del partido en la isla, y en abril del año siguiente se fundó la Unión General de Trabajadores (UGT) (Jeifets y Schelchov, 2018, p. 1329). En mayo viajó Machado hacia Curazao y comenzó los preparativos para la invasión.
El sábado 8 de junio se llevó a cabo el ataque al cuartel Ámsterdam. El contingente del PRV, que solo iba armado con machetes y dos pistolas, no consiguió mayor resistencia. Luego de tomar el control del cuartel secuestraron al gobernador de Curazao. Ante el escaso armamento que consiguieron en la isla decidieron por invadir inmediatamente a Venezuela. Por el éxito de la acción se unió más gente, entre ellos algunos estudiantes del 28, pero optaron por llevar tanta gente como armamento habían conseguido: 150 personas (El comienzo del debate socialista, 1983, t. VI, vol. II, p. 113). Con el gobernador como rehén se embarcaron en el vapor Maracaibo rumbo a las costas venezolanas. La invasión fue un desastre y en menos de un mes el gobierno logró desmembrar a la fuerza invasora y apenas un puñado pudo escapar de nuevo al exterior, luego de meses escondidos en la sierra de Falcón.
Mientras el resultado de la invasión desde Curazao era incierto, el PRV consiguió diversos apoyos en México. León visitó varias veces El Nacional, órgano divulgativo del gobierno, para dar informaciones sobre los acontecimientos venezolanos y augurar la pronta caída de la dictadura. Mientras los periódicos mexicanos solamente reproducían cables de las agencias de noticias, la mayoría de ellas con un tono favorable al gomecismo, el periódico oficialista mexicano concedió espacio en varias oportunidades. A pesar de los tiempos adversos para los exiliados por el giro del gobierno, todavía existían posibilidades de apoyos mexicanos para los venezolanos.
El Machete, ya clausurado por el gobierno y publicado desde la clandestinidad, también informó sobre el alzamiento y solicitó a “los obreros y campesinos de todo el continente deben estar alertas para prestar su ayuda moral y material a sus hermanos de Venezuela”.16 El número estaba mayormente dedicado a denunciar la arremetida del gobierno mexicano en contra del PCM y del propio medio, pero igual cedieron un espacio para la solidaridad con la causa venezolana. En México, la lucha contra la dictadura de Gómez era transversal. Los comunistas mexicanos, a pesar del mandato de la COMINTERN, se mostraron dispuestos a seguir apoyando los alzamientos en Venezuela.
Desde El Libertador también se arengó a favor de la Toma de Curazao. Según su interpretación, la lucha contra Gómez desencadenaría la intervención de Estados Unidos, por lo que “la lucha contra la tiranía y el caudillismo, será pronto lucha por la soberanía e independencia de Venezuela”. Destacaban el liderazgo de Machado en la acción armada e hicieron un resumen de su carrera: miembro del Comité Continental de la Liga, representante de Sandino en México y miembro del PRV. Denunciaban la colaboración de Inglaterra y Estados Unidos en la persecución de los exiliados venezolanos en todo el Caribe, las dificultades de conseguir armas y el parque de guerra para luchar contra la dictadura y la persecución de la que eran víctimas los obreros venezolanos que se quedaron en Curazao. El Libertador hizo un llamado a todos sus asociados a organizar actividades de protesta frente a las autoridades holandesas o sus representantes diplomáticos. El texto muestra la sincronía con De la Plaza al plantear que en países semicoloniales: “la falta de concentración de población y especialmente de obreros en centros fabriles hace casi imposible el movimiento organizado de masas, el derrocamiento de las tiranías se lleva a cabo o bien por un golpe de mano o de Estado o bien por un movimiento armado cuyas provisiones en municiones son hechas siempre en el extranjero”.17
El artículo hacía hincapié en que el buen resultado de la acción fue producto del trabajo de organización del PRV en la isla, en otra parte también hablaban de la labor de la UGT. El texto mostraba, una vez más, las distancias existentes entre el PRV, y ahora LADLA, con las interpretaciones de Martínez y el liderazgo del COMINTERN, pero sin dejar de insistir en la importancia y los buenos resultados de la organización previa. Quizá una forma de mostrar que la discusión no había caído completamente en saco roto.
León escribió, el 8 de septiembre de 1929, sobre los eventos en Cumaná. Para él, todos los firmantes del pacto de la Junta Suprema de la Liberación de Venezuela eran hombres de derecha, moderados en el mejor de los casos, y que el manifiesto contenía “las mismas abstracciones de todos los programas”. Afirmaba que la verdadera revolución era la que había comenzado en Coro, “cuya alma fue el doctor Gustavo Machado, aunque le pese a los falderillos del caudillismo”, e insistía que los ideales que la dirigían era los principios básicos de la revolución propagada por el PRV, “programa de izquierda, que solo se ocupa en la emancipación de las masas a las cuales ha hecho llegar por todos los medios de propaganda que le ha sido dados”.18 Aquí sí fue contundente al afirmar que el programa era de izquierda, y no comunista. Una definición, ahora sin los amagues y vueltas de Libertad, que resultaba importante tanto para el caso venezolano como para el contexto mexicano. También era muy claro en distinguir la revolución, que era la acción de Curazao y Coro, de los sucesos de Cumaná, que se trataban simplemente de una revuelta.
El fracaso de todas las acciones armadas contra la dictadura obligó a retomar los temas del debate de 1928. Hubo algunas consultas para concertar una unión entre el PRV y la Junta de Liberación, aunque esta fue completamente desechada por Salvador de la Plaza, quien consideraba que “el PRV es hoy la única fuerza MILITAR que combate a Gómez con éxito” (El archivo de Salvador de la Plaza, 1992, vol. II, p. 88). Esta posición fue remarcada en el número 18 de Libertad, dedicado casi exclusivamente a comentar y criticar lo sucedido en Cumaná. El recuento de los sucesos se enfocaba en los errores de la acción y lo más importante para Libertad: la falta de apoyo popular en los eventos de Cumaná a diferencia, según ellos, de lo sucedido en Coro. Los redactores de Libertad hacían estos comentarios aun a sabiendas de que podían ser acusados de hacer “causa común” con la prensa gomecista, a la que también atacaban por la pretensión de juntar a todos los opositores: “Con una diferencia, que a los primeros les saca a relucir trapitos de todos conocidos por lo sucios que son, y a los segundos, los ‘tira a locosʼ no teniendo qué decir de ellos” (Archivo de Rómulo Betancourt, 1990, vol. I, pp. 493). El PRV mantuvo su posición de lucha en dos frentes en Venezuela: contra la dictadura y contra los caudillos.
El número también se usó para defender sus posiciones. Sobre la toma de Curazao se publicó un relato de Salvador Rodríguez, obrero venezolano, enfocado en realzar la figura y el papel de Machado durante la toma: como ideador del plan, arengando a los obreros para su participación y persuadiendo al gobernador de la isla para que colaborara con los insurrectos (Archivo de Rómulo Betancourt, 1990, vol. I, pp. 472-476). También en ese número apareció un artículo de Jorge Contreras, uno de los seudónimos de Vittorio Vidali, quien estaba enfocado en defender el liderazgo revolucionario de individualidades del PRV y en aplaudir su lucha contra el caudillismo. El reconocimiento resulta importante, no tanto en su elaboración argumental, sino por quién lo firmaba. Vidali era en ese momento miembro del LADLA y del Buró del Caribe del Socorro Rojo Internacional. Recordemos las críticas que recibieron los comunistas venezolanos en la Conferencia Comunista Latinoamericana y que habían sido publicadas en Correspondencia Suramericana, revista que no había hecho ninguna mención al asalto de Curazao. El artículo deja ver que el PRV no sólo estaba enfrascado en su lucha a dos frentes en Venezuela, sino que además debió responder a los cuestionamientos de los comunistas, aunque en esta lucha contaba con el apoyo de LADLA en México.
A pesar de todos los augurios la dictadura logró mantenerse. La falta de recursos para financiar otra acción armada obligó a todos los grupos a disminuir su activismo y, de nuevo, la oposición tuvo que entrar en un receso, al menos en el debate público y la agitación.
REFLEXIÓN FINAL
Manuel Caballero dividió la oposición a la dictadura en dos grupos: los antigomistas, quienes se oponían a la figura personal de Gómez, y los antigomecistas, quienes eran contrarios al sistema creado por Gómez.19 La primera de estas oposiciones era personalista; su proyecto no se diferenciaba doctrinalmente del de Gómez. Para Caballero, la segunda oposición surgió con la Generación del 28 y la caracterizó como urbana, letrada, crítica del liberalismo decimonónico, con un sentido de trabajo colectivo y alejados del personalismo político. Sin embargo, como hemos demostrado en este trabajo, ya antes de 1928, dentro del exilio se estaban debatiendo estos temas y ya había surgido una oposición con las características mencionadas por Caballero.
El PRV pudiera calzar perfectamente en la descripción que hizo Caballero de los antigomecistas. Pero lo que más nos interesa destacar es que la idea de oponerse a un sistema y no sólo a un dictador fue parte de las discusiones de los opositores a Gómez en el exilio a lo largo de la década de 1920. Hay que reconocer que la Generación del 28, desde un principio, tomó la bandera de combatir el sistema, pero no fue la génesis de esa reflexión, al contrario, recogió las conclusiones del largo debate sostenido entre los exiliados venezolanos. Un debate que no se limitó solamente a los venezolanos y en el que también desempeñaron un papel los procesos políticos de los países que habían recibido a los exiliados. Lo que queda claro en las posturas defendidas por el PRV, que recogieron experiencias de la revolución mexicana y de las organizaciones antiimperialistas que tuvieron sede en la ciudad de México.
El PRV mantuvo su línea reformista producto de una lectura pragmática de la situación venezolana. También intervino en esta posición que el gobierno mexicano estuviera enfrentado con los comunistas. El PRV optó por conservar una prédica reformista y no por arriesgar las posibilidades que le ofrecía México en la lucha contra Gómez. Esta línea enfrentó al PRV con el COMINTERN y con los exiliados venezolanos. En el análisis del PRV, en el país todavía no había un desarrollo suficiente de las masas obreras y campesinas para hacer la revolución, hacía falta organización, y la única manera de lograrlo era estar en el país. Por todo esto concluyeron que la revolución era urgente, pero lo más urgente era salir de Gómez.