I
Este texto analiza comparativamente las trayectorias de los sociólogos Gino Germani, Florestan Fernandes y Pablo González Casanova, quienes entre las décadas de 1950 y 1960 lideraron casi simultáneamente, en Brasil, Argentina y México, procesos de modernización disciplinaria en el interior de las ciencias sociales.1
En el contexto más amplio de América Latina, la institucionalización de la sociología en esos tres países -promovida principalmente por iniciativas nacionales-2 alcanzó su grado más significativo de desarrollo a la luz de indicadores tales como la existencia de centros de enseñanza e investigación, órganos de difusión especializados, grados de profesionalización y de reconocimiento obtenidos por la disciplina en el campo intelectual y obras producidas, entre otros. A este respecto, a pesar de las diferencias nada despreciables entre los tres casos, en todos ellos los sociólogos lograron implantar una nueva cultura intelectual, marcada por la exigencia de cientificidad, la valorización del trabajo colectivo, la imposición de un nuevo lenguaje, y por la consecución de programas de investigación innovadores, ambiciosos y ampliamente consagrados.
En los tres países tuvieron lugar, si bien con alcances desiguales, emprendimientos próximos a lo que convencionalmente se designa como “escuela” (Tiryakian, 1979; Bulmer, 1984), o sea, un grupo intelectual formado por un líder y discípulos, reunidos en torno de ideas, técnicas y disposiciones normativas, y que piensan su actividad bajo la forma de una misión. Tales innovaciones se relacionaron con los nombres de Gino Germani, en Argentina, de Florestan Fernandes, en Brasil, y de Pablo González Casanova, en México, líderes carismáticos que ocuparon posiciones intelectuales destacadas como sociólogos en las décadas de 1950 y 1960.
Tales procesos de institucionalización y modernización disciplinarias tuvieron como condicionantes generales cambios profundos en las estructuras sociales, en los sistemas políticos y en los mercados de bienes culturales durante las primeras décadas del siglo XX y, como soportes directos, innovaciones en las organizaciones de enseñanza superior, introducidas principalmente en las universidades que se constituyeron en cada uno de esos países, a lo largo de la centuria pasada, como las más importantes de América Latina: la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la Universidad de Buenos Aires (UBA) y la Universidade de São Paulo (USP). Las dimensiones principales que serán empleadas como parámetros de comparación se refieren a las transformaciones sociales y a las dinámicas específicas de urbanización en la Ciudad de México, Buenos Aires y São Paulo, a las relaciones entre intelectuales y Estado vigentes en cada caso -dimensión privilegiada en este texto-, a las modalidades de organización de los sistemas académicos, a los patrones de reclutamiento social de los científicos sociales y a las obras producidas (volumen, temas, estilos de trabajo, perspectivas de análisis).
Antes de avanzar vale la pena llamar la atención sobre las posibles ventajas de la comparación como estrategia analítica. En principio, ésta ofrece la oportunidad de identificar problemas que en estudios de casos aislados no serían advertidos. Asimismo, el contraste entre experiencias dispares, pero condicionadas por factores comunes, permite aprehender sus aspectos más significativos. La comparación puede indicar causas posibles para ciertos desenvolvimientos históricos por la presencia concomitante de ciertos factores y/o por la ausencia de otros. El cotejo de casos produce, también, un saludable efecto de desnaturalización de la observación histórica y sociológica, de tal manera que ciertas características, inicialmente percibidas como autoevidentes, y por ello mismo no problematizadas, revelan su carácter contingente. Finalmente, respecto del análisis de las trayectorias de los agentes seleccionados -foco de este trabajo-, la perspectiva comparada promueve una interpretación más atenta a las circunstancias sociales e históricas que las condicionaron, y permite con ello controlar los efectos de lo que Pierre Bourdieu designó como “ilusión biográfica” (Bourdieu 1995).
II
Cuando el italiano Gino Germani (1911-1979) se estableció en Argentina en 1934, con 23 años de edad, se encontró con una situación política convulsa, resultante del golpe de 1930, que interrumpió el segundo mandato presidencial de Hipólito Yrigoyen y el proceso de democratización política que se había iniciado al promediar la primera década del siglo XX. Tal situación probablemente lo disgustó, una vez que su salida de Italia había sido motivada por la persecución de que había sido víctima por parte del fascismo. De origen social modesto, era hijo único de un militante socialista, sastre de profesión, y de una descendiente de campesinos católicos. En Roma había concluido estudios secundarios de contabilidad en una escuela técnica; más tarde obtuvo el diploma de economista en el Instituto de Economía de la Universidad de Roma. Una vez en Argentina, se integró a los grupos de la comunidad italiana antifascista y publicó algunos ensayos referidos a la problemática del fascismo en distintos periódicos de la misma. En 1938 ingresó en la carrera de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (FFYL) de la UBA y, poco antes de graduarse, inició sus estudios como sociólogo apoyado directamente por su profesor Ricardo Levene, entonces director del Instituto de Sociología de la UBA.
Aunque hasta fines de los años cincuenta no hubo licenciatura de sociología en Argentina, la enseñanza de dicha disciplina era impartida desde finales del siglo XIX en las carreras de derecho y filosofía. Un impulso más efectivo para su desarrollo ocurriría precisamente con la creación del Instituto de Sociología en 1940, donde Ricardo Levene reunió un grupo de intelectuales políticamente heterogéneo, que incluía profesores de otras universidades del país, en su mayoría formados en derecho. Incorporó también estudiantes de la cátedra de sociología que tenía a su cargo en la UBA, entre los cuales estaba Germani, un extraño en el nido en función de su formación como economista. A ese respecto, sus primeros artículos en el Boletín del Instituto de Sociología sobre “morfología social”, en los cuales pudo movilizar el conocimiento entonces atípico en estadística adquirido en Italia, contrastaba con el patrón de trabajo de sus colegas, en gran parte referidos a una historia tradicional de las ideas, centrada en el pensamiento social argentino.
En esa primera etapa de su carrera, transcurrida aproximadamente en la mitad inicial de la década de 1940, Germani desempeñó una intensa actividad científica: tuvo bajo su dirección una de las líneas de investigación del Instituto, que recogía informaciones sobre la estructura social argentina y las publicaba regularmente en el Boletín; participó también en la comisión encargada de realizar el IV Censo Nacional; y realizó una investigación empírica, pionera en su género, sobre el consumo cultural de la clase media de Buenos Aires. Cabe recordar, además, que tales trabajos fueron acompañados de reflexiones innovadoras de orden teórico y metodológico, que difundió en conferencias y artículos.
Esos primeros pasos en la sociología fueron dados en un terreno desfavorable, dadas las escasas posibilidades de profesionalización propiciadas por los institutos, que no remuneraban a los investigadores. En 1946 intentó ingresar oficialmente en la universidad, presentando concurso para profesor en la cátedra de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. La derrota ocurrió, probablemente, en función de los obstáculos políticos ya presentes en los comienzos del peronismo, el cual intensificó las intervenciones del gobierno en las universidades, contrariando la tradición de autonomía vigente desde la reforma de 1918. En ese contexto, Germani se apartó del Instituto de Sociología, acusado de profesar ideas comunistas.
Desde entonces, participó de los círculos intelectuales de oposición al régimen, actitud que acabaría por favorecerlo después de la llamada “Revolución Libertadora” que derrocó al gobierno peronista en 1955. Entre 1946 y 1955 enseñó sociología en el Colegio Libre de Estudios Superiores, institución privada que durante ese periodo se convirtió en un frente de oposición cultural y política contra el peronismo, y se lanzó a una ambiciosa campaña de reivindicación de una “sociología científica”, núcleo de la propuesta a partir de la cual legitimaría progresivamente su posición en el campo intelectual argentino. De ese esfuerzo derivó en 1956 el libro La sociología científica. Apuntes para su fundamentación. Durante esos años, asimismo, asumió una actitud intelectual más agresiva, enfrentando a los “sociólogos de cátedra” y desempeñó una intensa actividad editorial al frente de las colecciones “Ciencia y Sociedad”, en la editorial Abril, y “Biblioteca de Psicología Social y Sociología”, en la editorial Paidós (Blanco, 2006). En 1954 se casó con Celia Carpi, con quien tendría dos hijos, y esa relación condicionó la estabilización de su vida profesional.3
Con la caída del peronismo, en 1955, Germani consiguió imponerse de manera efectiva en el interior de la institución académica, favorecido por la reforma posperonista que modernizó la estructura universitaria, principalmente en la UBA. Una serie de iniciativas, entre las que se destacaron la creación del Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y el impulso al régimen de dedicación exclusiva, promovieron la integración de la enseñanza y la investigación. Con el apoyo del entonces rector de la UBA, José Luis Romero, y del movimiento estudiantil, asumió la cátedra y el Instituto de Sociología; en 1957 se empeñó directamente en la creación de la primera carrera de sociología del país, que reclutó estudiantes de origen social medio (hijos de otros profesores universitarios, intelectuales o comerciantes de relativa prosperidad), una importante proporción de mujeres y de descendientes de inmigrantes de primera generación y una alta proporción de judíos (Neiburg, 1998: 242-243).
La fuerza de Germani se debió, de todos modos, al programa de investigación que lideró, dirigido a una comprensión del proceso de modernización de Argentina. El primer paso en esa dirección fue su investigación sobre la estructura social del país, que resultó en su primer libro (1955): Estructura social de la Argentina. Análisis estadístico, título que lo consagró como uno de los principales renovadores de la escena intelectual de entonces. El segundo paso fueron sus análisis sobre el impacto de la inmigración masiva en la formación de la Argentina moderna y sobre la génesis -y los significados social y político- del peronismo, reunidos en el libro Política y sociedad en una época de transición (Germani, 1962). Los temas enfrentados son reveladores de la lógica del sistema académico en el cual Germani estaba inscrito. La conversión exitosa del debate público sobre el peronismo en una cuestión científica, que acabó por comprometer a la disciplina con un asunto de alcance nacional, es indicativa de la imbricación de los campos académico y político. La defensa de la sociología científica que protagonizó no implicó, por tanto, el alejamiento de las cuestiones del momento, a pesar de haber sido criticado en los medios de izquierda por su falta de compromiso político. Finalmente, publicaría Sociología de la modernización (Germani, 1969), que ofrece un análisis sistemático (y comparado) del proceso de transformaciones sociales, económicas, políticas y culturales ocurridas en América Latina durante el siglo XX.
Su proyecto se apoyó en el montaje de un equipo grande de profesores e investigadores, muchos de ellos enviados a Estados Unidos para completar su doctorado, lo cual se inscribía en el esfuerzo de constituir una red de cooperación internacional que se concretara en instituciones latinoamericanas de enseñanza e investigación, en las cuales participó directamente, como la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y el Centro Latinoamericano de Pesquisas em Ciências Sociais (CLAPCS) (Blanco, 2010). A su vez, el Departamento de Sociología contrató profesores extranjeros -Kalman Silvert, Araon Cicourel, Irving Horowitz, Ralph Beals, Albert Meister, Alain Touraine, Johan Galtung, Peter Heintz, Lucien Brams, George Friedman y Samuel Eisenstadt, entre otros- que favorecieron la incorporación de un nuevo estilo de trabajo, fundado en teorías y métodos empíricos de investigación innovadores.
La composición del plan tel de profesores permite entrever las estrategias de reclutamiento movilizadas. De un lado, estaban Carlos Alberto Erro, Norberto Rodríguez Bustamante y Enrique Butelman, provenientes de los círculos intelectuales de oposición al peronismo, pero que no en carnaban una perspectiva sociológica moderna. Erro y Rodríguez Bustamante ha bían colaborado en el diario La Nación y en la revista Sur. El primero era autor de ensayos importantes, publicados alrededor de 1930, el principal de los cuales fue, en 1929, Medida del criollismo. El segundo enseñó en el Colegio Libre de Estudios Superiores durante los años del peronismo. Butelman fue uno de los fundadores de la editorial Paidós y era amigo de Germani. Esos tres profesores tuvieron un papel importante en la legitimación inicial del emprendimiento, sobre todo porque establecían una relación de continuidad con la tradición intelectual. Del otro lado estaban Jorge Graciarena, Torcuato Di Tella, Miguel Murmis y Juan Carlos Marín, un grupo de jóvenes estudiantes -algunos de ellos ya graduados- vinculados al Partido Socialista, filiación que era un factor importante para acomodar a la sociología en el interior de las fuerzas en disputa en el contexto posperonista -lo que se reflejaba directamente en la univer sidad. Este grupo se diferenciaba del primero por aproximarse propiamente al proyecto intelectual de Germani, inclinación por cierto relacionada con el reciente origen universitario de los cuatro. Uno de los miembros destacados del Departamento de Sociología, entretanto, desentonaba de los perfiles indicados: José Luis de Ímaz era un intelectual proveniente de los círculos católicos y nacionalistas, y siempre fue visto con cierta desconfianza por sus colegas.
La interrupción de su proyecto fue provocada por la crisis política que desembocó en el golpe de Estado de 1966, el cual generó un nuevo periodo de intervenciones en las universidades. El Departamento de Sociología de la UBA fue prácticamente desmantelado: de los 28 profesores que lo integraban en 1966 quedaban sólo cuatro en 1967. El proyecto de Germani de una “sociología científica” se vería así bloqueado, y el sociólogo -transmigrado a Estados Unidos- jamás encontraría una situación tan favorable a su carrera como la que tuvo, a pesar de todas las dificultades que prevalecían en la Argentina de aquellos años (Germani, 2004).
III
Contrastado con el itinerario de Germani, quien no concluyó formalmente el doctorado, el de Florestan Fernandes (1920-1995) cumplió rigurosamente todas las etapas de una carrera científica -grado, maestría, doctorado, libre docencia y cátedra-, volcada inicialmente a temas distanciados de las coyunturas políticas inmediatas y favorable a la defensa de una perspectiva científica estricta -folclore y etnología-, revelando que en Brasil, más específicamente en São Paulo, las esferas académica y política eran relativamente independientes. La aproximación de Florestan a los temas candentes de la política nacional sólo ocurriría en la década de 1960, después de consolidada su posición -y la de su grupo- en la universidad. Si las elecciones temáticas de Germani fueron en buena parte condicionadas por las coyunturas políticas, las de Florestan expresaron las orientaciones científicas que entonces se imponían en las dos instituciones universitarias en las que se formó: la Escola Livre de Sociologia e Política (ELSP, creada en 1933) y la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras (FFCL) de la Universidade de São Paulo (creada en 1934). En la USP fue miembro de una de las primeras cohortes de la carrera de grado, y en la ELSP estuvo entre los primeros en obtener el título de maestro en sociología.
El surgimiento de esas nuevas profesiones universitarias posibilitó el ingreso en el mundo académico de jóvenes oriundos de grupos sociales antes excluidos de tal alternativa. La creación de la universidad, pero especialmente de las nuevas carreras de ciencias sociales, benefició a hijos de inmigrantes, miembros de las clases medias de São Paulo y del interior, y mujeres, un patrón de reclutamiento similar al de Buenos Aires, aun cuando cuantitativamente más modesto. Incorporó también estudiantes salidos de familias tradicionales en declive, principalmente de aquellas más dotadas de capital cultural. Florestan fue un personaje emblemático del reclutamiento más democrático que tuvo lugar en las nuevas carreras. Nació en 1920;4 su madre -inmigrante portuguesa- trabajaba como empleada doméstica en la ciudad de São Paulo. El nombre de su padre no constaba en su certificado de nacimiento. Ese origen social desfavorable implicó una educación escolar discontinua, que sería superada a partir de su ingreso en la carrera de Ciencias Sociales de la FFCL-USP en 1941. Se destacó desde su graduación, a pesar de las dificultades enfrentadas en una profesión donde la mayoría de las clases era impartida en francés por profesores contratados en Europa, principalmente en Francia, para establecer las nuevas disciplinas (Peixoto, 1989). Se debe notar que la presencia de los profesores extranjeros, tanto en la FFCL-USP como en la ELSP, fue un rasgo que singularizó la implantación de las ciencias sociales en Brasil, en comparación con Argentina y México, y que permitió la incorporación más directa de dos de las más importantes tradiciones sociológicas: la de la escuela durkheimiana, transmitida por mediadores como Paul Arbousse-Bastide, Claude Lévi-Strauss y Roger Bastide, miembros de la misión francesa en la FFCL-USP; y la de la escuela de Chicago, por el sociólogo estadounidense Donald Pierson, que dirigió la ELSP entre 1939 y 1957.5
Los primeros textos publicados por Florestan, sobre folclore infantil, fueron trabajos de graduación y le garantizaron una reputación muy favorable entre sus profesores, a los cuales supo aproximarse para obtener oportunidades de trabajo y de progreso. Una vez titulado fue invitado por el catedrático Fernando de Azevedo para asumir el cargo de segundo asistente de la cátedra de Sociología II de la FFCL-USP. Poco tiempo después, en 1944, apenas iniciaba su desempeño como profesor, se casó con Myriam Rodrigues, proveniente de una familia de clase media, alianza que reforzó su trayectoria social ascendente, fundamentada tanto en sus títulos académicos como en sus conquistas profesionales. El matrimonio le proporcionaría, también, una base emocional indispensable para sus desafíos intelectuales posteriores.6
A mediados de la década de 1940 realizó la maestría en la ELSP. Dirigido por el antropólogo alemán Herbert Baldus, realizó una investigación sobre los indios Tupinambá, de la cual derivaron los libros Organização Social dos Tupinambá (maestría defendida en 1947) y Função social da guerra na sociedade Tupinambá (doctorado defendido en la USP en 1951). Desde el comienzo de la década de 1950, asimismo, participó de la investigación sobre el prejuicio racial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés), coordinada por Roger Bastide, que sería publicada en 1955 como Brancos e Negros em São Paulo. En 1954 asumió la cátedra de Sociología I de la FFCL-USP, después del retorno definitivo del profesor francés a su país. Durante ese periodo de formación y acumulación intelectual Florestan enfrentó temas como folclore infantil y sociedad Tupinambá que pueden ser calificados como “fríos”, apartados de las cuestiones políticas que interesaban directamente a la comunidad intelectual en la posguerra. En ese sentido, la cuestión del prejuicio racial y de la presencia del negro en la formación de la sociedad brasileira, con foco en el caso paulista, sería una especie de pasaje y punto de partida para una temática más sintonizada con los problemas vinculados con la vida política del país, que predominaría en su obra a partir de la década de 1960. Aún en aquel momento se empeñó en una “militancia”, a través de las polémicas establecidas con los folkloristas (Ortiz, 1990; Garcia, 2002), en favor de la sociología como ciencia. Posteriormente, los temas “calientes” del desarrollo capitalista y de la formación de la sociedad de clases en Brasil estarían en el centro de su actividad intelectual, comprometiendo al equipo reclutado desde el momento en que asumió la cátedra de Sociología I.
En los libros posteriores al golpe de 1964, desde Sociedade de classes e subdesenvolvimento (Fernandes, 1968) hasta A revolução burguesa no Brasil (Fernandes, 1975), Florestan asumiría una actitud más pesimista -antes del golpe de Estado de 1964 confiaba todavía en las posibilidades de modernización del país y en el papel que los sociólogos podían cumplir en la planificación racional de ese proceso- y políticamente comprometida. En términos generales, defendió la hipótesis del carácter incompleto del proceso de constitución del capitalismo brasileño, que permanecería “dependiente”, y de la correspondiente fragilidad de su sociedad de clases, apenas parcialmente estructurada sobre el trabajo asalariado. Contrastada con la posibilidad de una “revolución burguesa” integral y la configuración de un capitalismo autónomo, la experiencia nacional se detendría en una revolución tímida y egoísta. La burguesía brasileña, por tanto -según el autor- habría fallado frente a las condiciones enfrentadas.
En torno de tales cuestiones, los trabajos realizados por los miembros del grupo enfatizaron los distintos agentes sociales implicados en el proceso de desarrollo, como el empresariado (Fernando Henrique Cardoso), el Estado y la clase política (Octavio Ianni), la clase obrera (Leôncio Martins Rodrigues) y el campesinado (Maria Sylvia de Carvalho Franco). Aun cuando ya hubiese en el grupo disputas internas, se tornarían más intensas a partir del golpe de 1964. Su heterogeneidad social pudo haber sido el motivo de ellas, vinculadas a asimetrías derivadas de las posesiones desiguales de capital económico, cultural y de género. Además, en la cátedra de Sociología I, bajo el comando de Florestan Fernandes, las alternativas en la elección de temas y perspectivas eran también acotadas, en la medida en que debían estar directamente vinculadas al programa de investigación que orientaba la producción de todos los miembros del equipo. Por último, debe recordarse que el sistema de cátedras por entonces vigente limitaba considerablemente las posibilidades de progreso en la carrera y agudizaba todavía más la competencia entre los pretendientes.
De cualquier manera, el emprendimiento colectivo realizado desde la mitad de la década de 1950 sería bloqueado debido a las jubilaciones impuestas por la dictadura en 1969 tanto a Florestan como a Octávio Ianni y a Fernando Henrique Cardoso -que había retornado al país, después de trabajar en la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Como sucedió con Germani, la expulsión sufrida por Florestan fue un golpe terrible para la continuidad de su carrera intelectual, posteriormente orientada a la militancia política, y que ganaría un perfil concreto con su adhesión al Partido de los Trabajadores y su elección como diputado federal en los años ochenta.
IV
El origen social de Pablo González Casanova (1922) contrasta sensiblemente con los del ítalo-argentino Gino Germani y del brasileño Florestan Fernandes -uno, inmigrante, el otro, hijo de inmigrante-, ambos desprovistos de capital social y cultural heredado (Miceli, 2012; Blanco y Jackson, 2015). El sociólogo mexicano proviene de una familia tradicional en descenso social. Oriundo, por los lados paterno y materno, de grandes propietarios de tierra del sur de México, en la Península de Yucatán (Kahl, 1986), dedicados a la exportación de henequén y a la producción lechera, nació en Toluca en 1922. Su padre (1889-1936), del mismo nombre, había sido enviado por la familia a Alemania con el objetivo de estudiar química y aplicar dicho conocimiento en la fabricación de quesos y otros productos lácteos, pero se desvió de ese destino familiar al consagrarse a los estudios de filología. Permaneció en Europa -Francia, Suiza, Italia y Portugal- por nueve años, y al regresar a México en 1913, tres años después del inicio de la Rrevolución, se dedicó al periodismo cultural y a la docencia en la UNAM. Por esos años participó en la importante investigación coordinada por Manuel Gamio, que originó el libro clásico de la antropología mexicana La población del valle de Teotihuacan, analizando el idioma náhuatl. Ese trabajo se relaciona, probablemente, con la amistad trabada en aquel momento con Lucio Mendieta y Núñez.7 Asimismo, en 1932-1933 González Casanova padre trabajó con el educador Moisés Sáenz en la Estación Experimental de Incorporación del Indio, en Michoacán, y con Mariano Silva y Aceves, uno de los fundadores del Ateneo de la Juventud (1909) y rector interino de la UNAM en 1921, año en el que se fundó el Instituto Mexicano de Investigaciones Lingüísticas de esa casa de estudios. Desarrolló además una intensa labor periodística como director del suplemento cultural del diario El Universal y redactor de la editorial de los lunes. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
A pesar de su muerte precoz -en 1936, cuando tenía 46 años-, González Casanova padre participó en las principales iniciativas culturales y universitarias (apoyó a Manuel Gómez Morín como rector en su lucha por la autonomía universitaria) del México de la década de 1920, y las relaciones urdidas con personajes clave del mundo intelectual de entonces pavimentarían las carreras intelectuales de sus tres hijos varones, que tuvieron a su favor la herencia del capital social y cultural acumulado por el padre.8
No sería posible entender la trayectoria de Pablo González Casanova sin tener en cuenta las adversidades enfrentadas por el grupo familiar, ocasionadas por la muerte del padre. Su madre, Concepción del Valle Romo movilizó los recursos, tanto materiales como sociales, de que disponía (Manuel Gómez Morín le dio apoyo y consiguió un primer empleo al futuro sociólogo), con el fin de garantizar una educación elevada para sus hijos.9 El casamiento de Pablo González Casanova con Natacha Henríquez Lombardo es también fundamental para comprender el capital social que tuvo a su disposición en el inicio de su carrera. Ella era hija del destacado crítico e historiador de la literatura hispanoamericana Pedro Henríquez Ureña -a quien González Casanova padre conocía- 10 y de Isabel Lombardo Toledano, hermana del Caudillo Cultural11 Vicente Lombardo Toledano. Era hija y sobrina, por tanto, de dos de los personajes más importantes e influyentes de la élite intelectual y política mexicana de la primera mitad del siglo XX.12
Pablo González Casanova realizó estudios de contabilidad -lo que le permitiría familiarizarse con los métodos cuantitativos de análisis, movilizados posteriormente en La democracia en México- antes de ingresar en la carrera de derecho de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, la cual dejó inconclusa para estudiar historia en El Colegio de México (Colmex), donde realizó la maestría y pudo absorber el hábito de trabajo sistemático de los profesores españoles.13 Casi simultáneamente, desde 1943, fue reclutado por Mendieta y Núñez, “amigo de mi padre” (González Casanova, 1995: 12), para trabajar como investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM. Desde el principio de su carrera estuvo dividido entre la historia y la sociología; más empeñado en la primera, hasta realizar el doctorado en Francia, y en la segunda a partir de entonces. Quien lo estimuló inicialmente para estudiar en Francia fue Mendieta y Núñez, para lo cual contó con una beca del gobierno francés y los apoyos institucionales y financieros tanto del IIS como del Colmex. Su primer libro, El misoneísmo y la modernidad cristiana en el siglo XVIII -tesis de maestría, defendida en 1947-, fue publicado por esta institución en 1948 y refleja directamente la fuerte presencia de la tradición de la historia de las ideas14 desarrollada allí por los transterrados españoles. En 1950 defendió su doctorado en Francia, bajo la dirección de Fernand Braudel,15 con la tesis “Introducción a la sociologie de la connasaince de l’Amérique espagnole à travers des donnés de l’historiografie française”, cuyo título permite entrever el giro hacia la sociología, reforzado por la relación establecida con Georges Gurvitch. Al retornar a México, osciló todavía en relación con los dos frentes posibles de actuación. Se reintegró al Colmex y publicó algunos libros como historiador en la década de 1950, en las principales editoriales: en coautoría con José Miranda, que había sido su profesor en El Colegio de México, Sátira anónima del siglo XVIII (FCE, 1953); Una utopía de América (El Colegio de México, 1953); La ideología norteamericana sobre inversiones extranjeras (Escuela Nacional de Economía de la UNAM, 1955); La literatura perseguida en la crisis de la colonia (El Colegio de México, 1958). Al mismo tiempo retornó como investigador al iis y se integró al plantel docente de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (ENCPyS) de la UNAM, que había sido concebida por Lucio Mendieta y Núñez e inaugurada en 1951.
Durante esa década, González Casanova participó en los círculos letrados de la Ciudad de México, movimiento que ya se anunciaba en el decenio anterior, cuando se involucró -en colaboración con su hermano Henrique- en un emprendimiento editorial, la colección “Lunes” (1944-1947), que publicó 31 volúmenes de antologías de cuentos de escritores mexicanos (Alfonso Reyes, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, Agustín Yáñez y José Vasconcelos, entre otros). Poco después se vinculó con el célebre suplemento literario México en la Cultura, del diario Novedades (1949-1964), dirigido por Fernando Benítez, y cuya dirección asumió cuando éste estaba de viaje (Careaga, 1971; Camposeco, 2015). También en la década de 1950 fue miembro del grupo que frecuentaba la Capilla Alfonsina -la casa de Alfonso Reyes-,16 formado por Carlos Fuentes, Octavio Paz, Jaime García Terrés, Ramón Xirau, Emmanuel Carvallo, Alí Chumacero, José Luis Martínez, Joaquín Díez-Canedo, Ernesto Mejía Sánchez y Víctor Flores Olea (Garciadiego, 2014: 19).
Vale la pena mencionar otra posibilidad, que ciertamente lo motivaba en su retorno de Francia a México: la de ingresar en la arena política, tal como él mismo admitiría años más tarde: “Al regresar a México estaba listo para formar parte de la clase política” (González Casanova, 1995: 12). La expectativa contenida en la frase, si bien referida a quien la profirió, es también expresiva del alto grado de integración de las élites intelectual y política, resultante de la experiencia social y educacional compartida (Escuela Nacional Preparatoria [ENP]-UNAM), condición necesaria para anhelar una posición en el sistema político hasta por lo menos finales de los años ochenta (Camp, 1988; Zaid, 1998).17
Ese itinerario plural desembocó, no obstante, en la opción definitiva por la carrera académica -como herencia paterna, según diversos testimonios- y por la sociología, al asumir el cargo de director de la ENCPyS, que ejerció entre 1957 y 1965, en la cual desempeñaría un papel modernizador, reivindicando la investigación empírica como procedimiento esencial de la producción del conocimiento sociológico (Reyna, 1979 y 2007; Castañeda, 1990; Arguedas y Loyo, 1979). Justamente en ese periodo, Pablo González Casanova concluyó (1963) y publicó (1965) su libro principal -La democracia en México- en Ediciones Era, que junto con Siglo XXI y Joaquín Mortiz (Andersen, 1996) -todas editoriales privadas-, surgieron como alternativa en la década de 1960 al monopolio ejercido hasta entonces por el Fondo de Cultura Económica, que había rechazado publicar el manuscrito (Díaz Arciniegas, 1994; Roitman, 2008). Devenido en poco tiempo un clásico de las ciencias sociales mexicanas, su primera edición de tres mil ejemplares se agotó en ocho meses. En los diez años siguientes el libro tuvo otras seis ediciones (1967, 1969, 1971, 1972, 1974 y 1975) y fue traducido a cuatro lenguas. En 1967 al portugués, en Brasil (Editorial Civilização Brasileira); en 1969 al francés (Anthropos); en 1970 al inglés (Oxford, Nueva York) y al alemán (Munster). La versión en inglés fue acompañada de un prefacio del sociólogo estadounidense Irving Louis Horowitz.
El inicio de la década de los sesenta marcó el estremecimiento de la legitimidad del sistema político, basado en el presidencialismo de partido único -el Partido Revolucionario Institucional (PRI)- y el comienzo de las reivindicaciones por la democratización. En la base de este movimiento, contenido hasta el final de la década por el ciclo económico todavía favorable, estarían los procesos de industrialización, urbanización, crecimiento de la población, especialmente, de los sectores populares y medios urbanos. Además, como resultante de las políticas educativas y culturales llevadas a cabo por el Estado posrevolucionario, tanto el sistema educacional (en sus tres niveles) como el público lector (reclutado en los nuevos grupos sociales emergentes) experimentaron una expansión significativa, promoviendo una mayor diferenciación del campo cultural y el reordenamiento de sus respectivas líneas de fuerza.
En ese proceso la UNAM, que creció sensiblemente,18 fue decisiva como locus de un conjunto de iniciativas que a ella se asociaban en mayor o menor grado. Las publicaciones periódicas, como las Revista de la Universidad de México y Revista Mexicana de Literatura; los suplementos literarios México en la Cultura (1949-1961) del diario Novedades y La Cultura en México, de la revista Siempre!, canalizaron el descontento cada vez más abarcador con el nacionalismo cultural, que fuera una ideología dominante desde la década de 1920, aproximadamente. Se asoció con ese contexto, como ya se mencionó, el surgimiento en el sector privado de las editoriales ERA (1960), Joaquín Moritz (1962) y Siglo XXI (1965). La democracia en México dio forma a esas tensiones y reposicionó favorablemente la sociología mexicana en la tabla de valores del sistema académico de entonces, al elegir como objeto y someter a crítica un tema que hasta entonces era tabú en el debate intelectual: la naturaleza del sistema político posrevolucionario. La cuestión había sido tratada ciertamente por analistas estadounidenses, como Ernest Gruening y Frank Tannenbaum; y entre los mexicanos existían al menos dos antecedentes, los artículos que Jesús Silva Herzog (1943) y Daniel Cosío Villegas (1947) publicaron en Cuadernos Americanos, pero ninguno había enfrentado el asunto de forma sistemática (Meyer, 2005; Lémperière, 1992).
La conjugación de rigor científico -garantizado por la articulación de teoría e investigación empírica- y análisis político aseguró a La democracia en México una amplia y favorable recepción, reforzada por la agudización progresiva de las tensiones políticas en las décadas de 1960 y 1970. Revisar los diagnósticos formulados en el libro puede ser interesante, entretanto, para problematizar las modalidades de relación entre los campos político y académico en el México posrevolucionario, que habrían condicionado tales diagnósticos.
Ya en el inicio del libro la contraposición entre “modelo” (europeo-norteamericano) y “realidad” (González Casanova, 1965: 11) permite al autor problematizar la experiencia democrática mexicana posrevolucionaria, caracterizada en líneas generales por la ausencia de sistema partidario y por el sometimiento del sindicalismo al Poder Ejecutivo, del Poder Legislativo al Ejecutivo y de los gobiernos provinciales al central. Desplazadas o sometidas las antiguas bases del poder político -caudillismo, ejército, iglesia- el presidencialismo se vio fortalecido, si bien acosado por las demandas del empresariado moderno emergente. La dominación ejercida sobre México por Estados Unidos, particularmente en el terreno económico, pero también en el político y en el cultural, constituiría una amenaza a la soberanía del Estado, aun cuando el autor subrayase la existencia de un “sentimiento antiamericano” generalizado (González Casanova, 1965: 55). A pesar de esos obstáculos, el Estado posrevolucionario habría cumplido funciones importantes al garantizar la estabilidad política y el desarrollo económico de modo más eficiente que en otros países latinoamericanos (González Casanova, 1965: 60).
Sin embargo, el examen detenido de las relaciones entre “estructura social y estructura política” (González Casanova, 1965: 61) revelaba fallas que debían ser corregidas. La sobrevivencia de un sector excluido de la sociedad -la población indígena y campesina, sometida a lo que el sociólogo denominaba “colonialismo interno”, o sea, el sometimiento del sector tradicional por el sector moderno-, sería el talón de Aquiles mexicano. La marginalización social era también política y la integración de los excluidos constituía una necesidad impostergable. En esa dirección, la democratización era un paso decisivo. Ahora bien, ¿qué significaba ese proceso para Pablo González Casanova? Veamos un pasaje clave:
El hecho de que en el desarrollo europeo y norteamericano el motor para el incremento del mercado interno haya sido un sistema de partidos y sindicatos próximos al modelo clásico y que en México el desarrollo hasta ahora logrado se deba a un sistema sui generis de gobierno, nos obliga a pensar que la democratización del país dentro del propio régimen capitalista exige una imaginación política especial, una verdadera creación democrática, sin que vayamos a imitar las formas de gobierno de la democracia clásica y sin que nos quedemos tampoco en las formas para-democráticas que hasta ahora nos han sido relativamente útiles como nación: la transformación no exige necesariamente llegar a un régimen parlamentario, que por lo demás se halla en decadencia y ya no corresponde a las expectativas de la política neocapitalista; la transformación exige idear formas de democracia interna dentro del partido gubernamental, instituciones parlamentarias en que obligatoriamente se controle el poder económico del sector púbico; instituciones representativas para la descolonización nacional; instituciones que incrementen la manifestación de ideas de los grupos minoritarios políticos y culturales, incluidos los grupos indígenas; instituciones que fomenten los periódicos de partido y la representación indígena; instituciones que fomenten la democracia sindical interna y las formas auténticas de conciliación y arbitraje; es decir, formas de gobierno nuevas que aprovechen la experiencia nacional y la lleven adelante en un acto de creación política, cuya responsabilidad queda en manos de la propia clase gobernante y sobre todo de los grupos políticos e ideológicos más representativos de la situación nacional (González Casanova, 1965: 123-124, énfasis nuestro).
Es verdad que Pablo González Casanova no combatió el sistema político resultante de la Revolución Mexicana y su partido único de sustentación, el PRI, sino que sugirió, fundamentalmente, la democratización de los mecanismos de reclutamiento interno del mismo. Una vez perfeccionado el sistema político, pero no como copia de los modelos extranjeros, existiría la posibilidad de alcanzar el desarrollo efectivo del país y lograr de esa manera la integración social y política de su población marginal. Joseph Kahl acertó, por tanto, al sugerir que -al menos en La democracia en México- su autor permaneció “dentro de la Revolución” (Kahl, 1986: 147). Desde nuestro punto de vista, eso significa que la sustancia y el alcance de su crítica al sistema político mexicano debería ser comprendida en función de las relaciones entonces vigentes de dependencia del campo intelectual respecto del político, que implicaba para los intelectuales (incluidos los sociólogos) un grado restringido de autonomía. En ese sentido, podían enunciar críticas, si bien contenidas, a los desajustes del sistema, como si encarnasen el papel de ombudsman del gobierno.
Existían, sin embargo, grados de compromiso y distanciamiento variables según las disciplinas practicadas, posicionándose el derecho y la economía en el polo más dependiente del Estado y las ciencias humanas y sociales en el menos dependiente. En el interior de este último, la sociología tuvo progresivamente mayor autonomía, sobre todo a partir de su profesionalización más consistente desde la segunda mitad de la década de 1950. Su distanciamiento estructural con relación al polo del poder implicaría, en contrapartida, mayor libertad de expresión. Asimismo, conforme sugerimos más arriba, Pablo González Casanova, el sociólogo que más avanzó en esa dirección, formuló en La democracia en México una interpretación apenas parcialmente distanciada de los presupuestos que legitimaron al sistema político desde la institucionalización de la Revolución al final de la década de 1920. A pesar de ser constatada, la centralidad del PRI en ese sistema no fue directamente combatida en el libro en cuestión.
Después de la publicación de La democracia en México, González Casanova dejó la dirección de la ENCPyS y se hizo cargo del IIS (1966-1970),19 justamente en un periodo de extrema polarización política, en el cual la tensión entre el gobierno de Díaz Ordaz (1964-1970) y los estudiantes universitarios desembocó en la represión sangrienta de Tlatelolco, ocurrida en 1968. Durante el mandato presidencial siguiente, de Luis Echeverría (1970-1976), que era su amigo y con quien había estudiado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, el sociólogo alcanzaría la posición política más elevada de su trayectoria, rector de la UNAM20 (abril de 1970-diciembre de 1972), al cual acabaría renunciando en medio de nuevos conflictos con los estudiantes (Torres, 2014).
V
En función de los parámetros mencionados en la introducción de este texto -transformaciones sociales y dinámicas de urbanización, relaciones entre intelectuales y política, modalidades de organización de los sistemas académicos, patrones de reclutamiento social de los científicos sociales, obras producidas- ensayaremos ahora una comparación entre las experiencias iniciales de institucionalización de la sociología (1930-1970) en México, en Argentina y en Brasil, centrada en las trayectorias de los personajes identificados por la literatura especializada como los líderes principales de la modernización de esa disciplina en los tres países: Pablo González Casanova, Gino Germani y Florestan Fernandes.
En los tres casos la sociología se insertó institucionalmente en grandes ciudades en proceso de metropolización, resultado de transformaciones de peso en la sociedad, en la economía, en la política y en la cultura. No obstante, existen diferencias importantes que deben ser apuntadas, en función de nuestro argumento. La principal de ellas se refiere al peso de la inmigración masiva europea ocurrida entre el último cuarto del siglo XIX y las tres primeras décadas del siglo XX en Buenos Aires y en São Paulo, que promovió en esas ciudades la constitución temprana -más acelerada en la capital argentina- de una nueva clase media urbana directamente interesada e implicada en el sistema de educación superior creado por las élites nativas y en las posibilidades de ascenso social que ofrecía la profesionalización de las nuevas disciplinas académicas, como fue el caso de la sociología (Blanco y Jackson, 2015). En la ciudad de México no hubo inmigración masiva y la formación de las clases medias urbanas, aun cuando importante, fue más lenta y convulsa, en función del proceso revolucionario y de sus consecuencias (Iturriaga, 1951; Loaeza, 1988). Ese cuadro permite comprender por qué en Buenos Aires y en São Paulo prevaleció a mediados del siglo XX, para las carreras de ciencias sociales en UBA (Germani, 1956; Germani y Sautu, 1965) y en la USP (Miceli, 1989), el reclutamiento mesocrático de estudiantes, mientras que en la Ciudad de México el origen social de los estudiantes de la ENCPyS-UNAM se concentró hasta mediados de los años sesenta en las élites (Benítez, 1961).
Otra diferencia concierne al hecho de que São Paulo nunca fue capital política de Brasil, mientras que Buenos Aires y la Ciudad de México lo fueron desde la independencia de ambos países, lo que implicó un alto grado de politización de la vida intelectual que nunca se dio en dicha ciudad brasileña del mismo modo (en Río de Janeiro, sí). En los contextos que nos interesan, eso explica el grado menor de politización de la USP, desde su creación en 1934; en contraste, la UBA y la UNAM fueron siempre extremadamente politizadas (cada una a su manera). Tal diferencia tuvo efectos directos en los patrones de institucionalización de las ciencias sociales y en las orientaciones temáticas de las investigaciones establecidas en cada caso. En esa dirección, vale la pena recordar que Florestan Fernandes enfrentó directamente temas ligados a las coyunturas políticas solamente después del golpe militar de 1964 y que, aun así, no abordó la cuestión del Estado o de las instituciones políticas de forma explícita.21 En oposición, tanto Germani en sus análisis sobre las bases sociales del peronismo, como González Casanova en su examen de los obstáculos a la democracia mexicana, discutieron tales problemas de manera directa, estableciendo las bases de una sociología política propiamente dicha.
Las experiencias que tuvieron lugar en los tres países resultan significativas para pensar el juego complejo que vincula el mundo intelectual -sobre todo, el académico- con el mundo político -especialmente, el conjunto de relaciones que envuelve a los científicos sociales en esa interfase. ¿Cómo se relacionaron tales instancias? En primer lugar, por medio de las políticas educacionales llevadas a cabo por los Estados (nacional o provinciales), sobre todo las que se refieren a la enseñanza superior. Desde ese punto de vista, el Estado obró como promotor directo de la vida intelectual, generando las condiciones para su autonomía, una vez que la universidad se constituyó en locus decisivo de ese proceso. Argentina fue favorecida desde fines del siglo XIX por políticas educacionales incluyentes, tanto en la base como en la cima del sistema de enseñanza, y a comienzos del siglo XX contaba con un sistema universitario público unificado, a pesar de estar centralizado en Buenos Aires. Ello ocurriría en Brasil en los años sesenta, por intermedio de la dictadura militar iniciada en 1964. Las primeras universidades brasileñas, creadas en la década de 1930, resultaron de iniciativas puntuales, comprometidas con intereses políticos específicos, y su implantación quedó restringida al estado de São Paulo y al Distrito Federal, que en esa época era la ciudad de Río de Janeiro (Cardoso, 1982; Schwartzman, 1979; Cunha, 2007). En México, desde finales del Porfiriato y, más acentuadamente, a partir de la Revolución, el Estado amplió progresivamente, a lo largo del siglo XX, la inversión en la educación superior, concentrada hasta finales de los años sesenta en la ciudad de México y en la UNAM, institución que evolucionó de una pequeña universidad en 1910 hasta una universidad masiva desde la década de 1960 en adelante.
En segundo lugar, principalmente en Brasil y en México el Estado se constituyó como un empleador directo de los intelectuales, incorporándolos en cargos políticos, técnicos o burocráticos. En el caso brasileño, durante el Estado Novo, con la centralización del poder político, ese proceso alcanzó dimensiones extremas, lo que sirvió directamente a la sustentación del régimen y, al mismo tiempo, remedió la fragilidad del mercado cultural entonces existente. Tales mecanismos de cooptación fueron más frecuentes todavía en el Estado posrevolucionario mexicano. A partir de mediados de los años cuarenta, la fracción dominante de la élite política mexicana sería reclutada entre graduados de la UNAM (Camp, 1986). En Argentina, durante la República Oligárquica (1880-1916), los intelectuales ocuparon puestos burocráticos y orbitaron en la esfera del poder, pero su cooptación por el Estado se interrumpió desde la democratización del sistema político, iniciada con la elección de Yrigoyen en 1916. A partir de entonces, la relación de los intelectuales con el Estado estuvo marcada por un mayor distanciamiento -e inclusive oposición-, como el que se dio emblemáticamente durante el peronismo (Sigal, 1991).
Retomando el eje de este artículo, y no obstante las diferencias mencionadas, ¿cómo explicar el surgimiento de los liderazgos intelectuales de Florestan Fernandes y Gino Germani, sociólogos que se constituyeron como “jefes de escuela” y dirigieron programas de investigación ambiciosos, en las décadas de 1950 y 1960 (Blanco y Jackson, 2015), y el de Pablo González Casanova, que desempeñó un papel análogo en México? A nuestro juicio, tales trayectorias deben ser comprendidas como un resultado del proceso de modernización que experimentaron las organizaciones académicas de esos países en el siglo XX.
La constitución temprana de un sistema universitario relativamente unificado e inclusivo en Argentina hacia finales del siglo XIX, aun siendo consecuencia de políticas conducidas por las élites dirigentes, impulsó con fuerza la rápida formación de un campo intelectual dinámico, que tuvo en la profesionalización de la actividad académica uno de sus pilares más importantes. Eso ocurrió de manera pronunciada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA (1896), en cuyo interior se reforzó una cultura académica que valorizaba el oficio del profesor universitario y la rutina del estudio sistemático. La sociología fue introducida en las carreras de Filosofía y de Letras (y también en las facultades de Derecho) y esa contingencia implicó un ritmo lento de institucionalización, derivado también de la inexistencia de especialistas en la materia; lo que se produjo por muchas décadas se restringió a comentarios de los clásicos extranjeros, que tomaban como modelo las disciplinas humanísticas que se habían consolidado en el sistema universitario -como la filosofía, la crítica literaria y la historia.
Hallándose con ese escenario, renovado por la creación del Instituto de Sociología en 1940, el inmigrante italiano Gino Germani -graduado en economía en Italia y en filosofía en Argentina- se movió con dificultad hasta que el contexto posperonista (1955-1966) permitió la creación de la carrera de grado en sociología, que lo tuvo como mentor y artífice. La dificultad de entender su obra y el programa que dirigió a partir de entonces reside justamente en tal estructura de posibilidades. Germani no tuvo maestros en su materia y debió transponer la extrema politización de la universidad argentina para forjar y defender con uñas y dientes su “sociología científica”. Fue, en cierto modo, un autodidacta. Evidentemente, no se habría tornado jefe de escuela fuera de la universidad, pero fue, como otros tantos personajes muy destacados de la vida cultural y científica argentina, alguien que se construyó a partir de las condiciones más amplias que caracterizaban el tejido intelectual de la ciudad de Buenos Aires, y de la densidad y diversidad de su mercado de bienes culturales, instancias que le permitieron ascender socialmente y ganar legitimidad intelectual en medio de las tensiones políticas que marca ron al país a partir del peronismo. La politización se infundió en su obra, toda ella asociada con los temas calientes de la coyuntura política, y le permitió prácticamente monopolizar poderes académicos y recursos institucionales en el ámbito de su disciplina. La radicalización de la política que llevó al golpe de 1966 lo alejó en forma progresiva de la universidad y bloqueó finalmente la continuidad de su proyecto académico.
Si bien existe controversia en torno del origen de la sociología brasileña, su inserción institucional en la enseñanza superior en carreras de grado en ciencias sociales ocurrió en la década de 1930, con la creación de la ELSP (1933), de la FFCL-USP (1934) y de la Universidad del Distrito Federal, en Río de Janeiro (1935). Las dos últimas eran universidades, pero debemos notar que formaban parte de un sistema educacional restringido y no estaban integradas nacionalmente, lo cual sólo se consumó en los años sesenta a través de las iniciativas de la dictadura militar. Las tres carreras fueron importantes, pero la que logró mayor legitimación fue la de la USP. Recordemos algunas de sus características principales. Aun cuando reclutase pocos alumnos por año, oriundos de grupos sociales antes excluidos de la enseñanza superior -como hijos de inmigrantes y mujeres-, la formación ofrecida estuvo a cargo de una misión extranjera oficial -de franceses principalmente-, quienes formatearon la carrera en los moldes de la tradición durkheimiana. Si tenemos en cuenta que en la ELSP militaron profesores estadounidenses y alemanes, constatamos la excepcionalidad de esa experiencia y de los resulta dos extremadamente fructíferos que de ella derivaron. El alumnado entrenado por los profesores extranjeros -lo que también ocurrió en Río de Janeiro, aunque no con la misma eficacia- adquirió disposiciones científicas y absorbió directamente la bibliografía especializada de Europa y Estados Unidos. Recibió, por tanto, formación sistemática, que constituyó un trazo generacional. En ese microcosmos, Florestan Fernandes se tornó sociólogo por entero a través de la experiencia compartida con sus colegas, a pesar de su origen desfavorable que, de cierta forma, se convirtió en un triunfo para él en la medida en que se destacaba como el representante más promisorio de su generación. Situado en una univer sidad relativamente blindada de las injerencias políticas, se consagró inicialmente a los temas fríos -como el folclore y la etnología- que le permitieron granjearse una reputación de investigador competente y reivindicar la sociología como ciencia. Instado a la posición de catedrático por indicación de Roger Bastide, a quien sustituyó confirmando su condición de heredero dilecto del sociólogo francés, se consagró desde entonces a la formación de un grupo de investigadores y dirigió programas centrados en la cuestión racial y en el problema del desarrollo, temas calientes sintonizados con el contexto de la posguerra y con la irritación del clima político que condujo al golpe de 1964. Luego de este acontecimiento, asumió una postura de clara oposición al gobierno militar, en función de la cual sería jubilado obligatoriamente en 1969.
En México la universidad, creada en los finales del Porfiriato (1910), fue progresivamente ajustada a los propósitos del Estado posrevolucionario, al mismo tiempo en que las reivindicaciones de autonomía por parte de la comunidad académica promovieron el proceso de profesionalización de las diferentes disciplinas. Las primeras generaciones de profesores universitarios en las áreas de ciencias sociales se movieron entre cargos en el poder público y puestos en la universidad y eso dificultó el surgimiento de “intelectuales académicos” (Coser, 1968) propiamente dichos. El Colegio de México, comparativamente, dispuso de mayor autonomía para las actividades de investigación, beneficiado por la presencia de los exiliados españoles y por las iniciativas modernizadoras del historiador mexicano Daniel Cosío Villegas.
El desarrollo de la sociología, de manera similar a lo que ocurrió en Argentina, tuvo como base la enseñanza en las carreras de derecho y las actividades de investigación del IIS (1930), el cual prosperó desde que Lucio Mendieta y Núñez asumió su dirección en 1939, creando inmediatamente la Revista Mexicana de Sociología. Oriundo de una familia tradicional declinante y disponiendo de considerable capital social y cultural, Pablo González Casanova se movió del derecho a la historia y de ésta a la sociología. En El Colegio de México obtuvo formación intelectual privilegiada, -como Florestan- en función del contacto directo con los profesores extranjeros, de los cuales absorbió también patrones de trabajo sistemático. Paralelamente se desempeñó como investigador en el IIS, bajo la orientación de Mendieta y Núñez. Hacia el final de los años cuarenta -a diferencia de Florestan y de Germani, quienes no realizaron un posgrado en el exterior- viajó a Francia, donde se doctoró. Durante un tiempo permaneció sin definirse entre la historia y la sociología: sus primeros trabajos se focalizaron en una historia de las ideas del período colonial, pero lentamente se desplazó hacia la sociología, lo que se concretó con su designación, en 1957, en el cargo de director de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales (1951). Después de un libro de poca repercusión -Estudios de la técnica social (1958)- donde se alineó con Gino Germani y Florestan Fernandes en la meta de establecer la sociología como ciencia empírica, su apuesta certera se dio con La democracia en México (1965), que le garantizó amplio reconocimiento al someter a interrogación sociológica, por primera vez, el sistema político de su país. De manera similar a la de Florestan Fernandes, por tanto, transitó de los temas fríos (historia de las ideas) a los calientes (sistema político), aunque por razones distintas. La elección de Florestan por los temas fríos estuvo condicionada por las tradiciones científicas que prevalecían en las instituciones donde se formó (ELSP Y FFCL-USP), marcadas por la presencia de profesores franceses y estadounidenses, distanciados de la política local por su condición de extranjeros. Si lo mismo vale para González Casanova en función de la presencia de los españoles en El Colegio de México, lo que condicionó su dedicación al comienzo de su carrera a los temas fríos fue, más bien, la existencia de una censura velada, pero extremadamente eficiente, en torno de la discusión pública del sistema político mexicano.