I
En la agenda de los investigadores sobre el pensamiento brasileño, pocos temas han suscitado tanto interés para la reflexión como los estudios sobre la “formación” de Brasil. La existencia de las múltiples perspectivas y de los varios ángulos bajo los cuales el problema de la formación histórica del país fue considerado produjo un acervo emblemático de obras que sostuvo el constante interés por el tema. Objeto de frecuentes tesis, seminarios, publicaciones y cursos, la profusión de los análisis dedicados al tratamiento de libros y autores que pensaron a Brasil a partir del paradigma de su formación dio como resultado un alentador tesoro crítico, del cual sobresalen diferentes abordajes, recortes variados y enfoques disciplinares diversos.1 Naturalmente, la recurrencia de los análisis garantiza la presencia de un sólido legado, afianza la existencia de un patrimonio intelectual vigoroso, quedando lejos de ser una más de nuestras reconocidas extravagancias. En las obras que trataron de la formación de Brasil se observan rasgos comunes, manifiestos tanto en la idea de que el país no es una simple reproducción de experiencias históricas foráneas, habiendo formado una cultura genuina, hasta original, como en el carácter totalizante de los análisis y en el ensayo como forma de expresión.
Denominada por Paulo Arantes (1997: 11) como una “verdadera obsesión nacional”, al linaje de los estudios sobre la formación no le son ajenas las cuestiones pertinentes a los rumbos de la modernización brasileña; por el contrario, reflexionar sobre las singularidades de la formación histórica del país es un modo de indagar sobre la viabilidad de la realización de la sociedad moderna entre nosotros, sobre los proyectos a futuro, los obstáculos del presente, las tensiones y los dilemas nacionales vis-à-vis las imposiciones externas. Por esa razón, acompañar los estudios críticos es una manera de pensar los caminos, o los descaminos, de la modernidad brasileña; recientemente, sobre la difundida crisis del Brasil contemporáneo. En esa perspectiva, el tema de la formación adquirió fuerza en la corriente modernista que se afianzó en Brasil a partir de la década de 1920, aunque no haya sido contrario a los intelectuales de los ochocientos, como por ejemplo Sylvio Romero y Joaquim Nabuco y, a principios del siglo XX, a un autor como Euclides da Cunha, especialmente en la obra Los Sertones, publicada en 1902.
Sin pretender examinar a los autores clasificados como nuestros modernos clásicos, lo que presupondría recular a la tradición intelectual afianzada por la trinidad del decenio de 1930, representada por las ediciones de Casa-grande y senzala (1933), de Gilberto Freyre; Evolución política del Brasil (1934), de Caio Prado Jr.; y Raíces del Brasil (1936), de Sergio Buarque de Holanda; como tampoco avanzar hacia los años de 1950 cuando, al final del periodo, surgieron Formação da Literatura Brasileira, de Antonio Candido (1957-1959); Formación económica del Brasil, de Celso Furtado (1958); Os Donos do Poder: Formação do Patronato Político Brasileiro, de Raymundo Faoro (1958); me interesa tratar aquellos textos que, especialmente en la segunda década de nuestro siglo, llamaron la atención para la pérdida de vigor de la matriz formativa, cuya debilidad la incapacitaría para orientar la reflexión de las siguientes generaciones, por no dar cuenta del momento presente de la sociedad brasileña. Dicho de otro modo, ocurriría un “reflujo del concepto de ‘formación’ como clave explicativa” (Rodrigues, 2015: 254), una especie de “dilución” de la categoría (Rodrigues, 2015: 269). En ese escenario, como consecuencia de la interpretación, habría que cuestionarse no sólo sobre el carácter ya superado de una parte importante de nuestra tradición intelectual sino, especialmente, sobre el propio sentido de volver a los autores consagrados para pensar cuestiones del presente.
Según la interpretación de Paulo Arantes, el problema de la formación expresa la constante cuestión intelectual que ronda los contextos letrados periféricos, en lo relativo a la indagación sobre la viabilidad de la existencia de un tejido cultural creativo en experiencias descentradas, marcadas por el carácter débil y discontinuo de la producción. Para el autor, con la publicación de Formação da Literatura Brasileira, de Antonio Candido, el principio de la formación se convirtió en método, cuando el tratamiento del sistema literario como “proceso acumulativo de articulación” permitió superar la discontinuidad de la vida intelectual brasileña, confiriendo fundamento y densidad a la expresión de una intelectualidad nativa, y al mismo tiempo cosmopolita (Arantes, 1997: 21). No por casualidad, el mismo Antonio Candido ancló su reflexión sobre la cultura en Brasil a partir de la condensación equilibrada de “localismo” y “cosmopolitismo” (Candido, 1965: 131-139), es decir, de la relación entre tradición nacional y patrones externos. En tanto problema de fondo intelectual, el tratamiento de la formación permitiría enfrentar el desplazamiento de las ideas, tratado por Roberto Schwarz en As Ideias Fora do Lugar. Para el autor, en la génesis de la “transformación” de la vida intelectual brasileña se encuentra el proceso de constitución de la economía política moderna basada en el principio del trabajo libre excluyendo, así, el Brasil esclavista “del sistema de la Ciencia” (Schwarz, 1977: 13).
En esa línea de razonamiento, los valores modernos y el modernismo se volvieron una especie de fetiche de la intelectualidad nativa, ya que ofrecieron fundamento para la construcción de la ciencia y la creación cultural. Cuando Antonio Candido identificó el modernismo con una “mayor conciencia respecto de las contradicciones de la propia sociedad” (Candido, 2000: 195) pudo, por consiguiente, denominar a los ensayistas de 1930 como “intérpretes de Brasil”, oscureciendo el pensamiento precedente, naturalizando el legado moderno de la cultura brasileña, y revelando, finalmente, una visión normativa que, por lo demás, parece no escapar a todo intelectual comprometido. La tradición fijada por Candido -que nombró el modernismo como la expresión más genuina de nuestra cultura- se inscribe, por derivación, en el rol de los análisis que revisitan los meandros de la producción intelectual, como una manera de entender la dinámica de desarrollo de los patrones modernos en Brasil. En suma, se trata de escrutar si a la afirmación de la cultura modernista no le correspondería el arraigo de patrones y valores sociales de la modernidad.
En ese contexto, independientemente de que se considere la “formación” como superada para contestar a los desafíos del presente, el análisis de las obras afiliadas a la tradición, aunque suceda bajo el prisma del rechazo de su fuerza explicativa, ya apunta hacia la difícil elisión del tema, cuando no hacia la relatividad del distanciamiento; finalmente, resulta en un tejido discursivo en el que los mismos autores actúan como si fueran personae de aquellos que están bajo análisis, dada la particularidad del conocimiento en las ciencias sociales que interpreta el mundo a partir de la selección de los objetos y de los sentidos que se les atribuye. “Especialmente en esos análisis que realizan una sociología de la sociología [...] se recuperan, de alguna manera, las cuestiones enfrentadas por los intelectuales que eligieron el tema de la formación como modo de expresión del pensamiento [...], considerando que el objeto de la reflexión obliga al retorno de las preocupaciones a los mismos problemas, desvelando orientaciones valorativas comunes” (Arruda, 2004: 115-116). Por esa razón, los análisis de obras y autores que problematizaron la formación de Brasil en sus más diversas manifestaciones, como Estado-nación, como sociedad, como cultura, como pueblo, comparten los mismos atributos de la producción sometida a la selección rigurosa de las interpretaciones nuevas.
Como ya señalé, dicha tendencia marcó la sociología de la cultura a partir de los años noventa del siglo pasado, cuando los estudios sobre la vida intelectual crecieron en volumen y densidad en Brasil (Arruda, 2004: 115-116), centrados, principalmente, en los análisis sobre el modernismo, cuya particularidad se expresaba en el examen de trayectorias artísticas e intelectuales singulares. Incluso las obras que consideraron el recorrido de intelectuales genéricamente identificados como científicos sociales exploraron las relaciones entre el desarrollo de esas disciplinas y la afirmación de la cultura moderna. La interpretación seminal de Ricardo Benzaquen de Araújo (1994) sobre la obra de Gilberto Freyre en los años treinta revela cuánto la sociología fue tributaria de las vanguardias modernas, aunque deja entrever cierto escepticismo en relación con el propio alcance del proceso modernizador que brotaba en el suelo de una sociedad contaminada de tradicionalismo.
La cuestión de las ambigüedades inherentes al modernismo en Brasil cobró fuerza en la obra de Sérgio Miceli, sobre todo en el libro Nacional y estrangeiro (2003). A pesar de que el propósito central del sociólogo sea construir una historia social de las vanguardias, su interpretación se aproxima a la problemática de la formación, cuando privilegia la manera en la que nuestros renovadores absorbieron los cánones externamente concebidos, pero “fabricaron el arte modernista que les fue posible en aquellas circunstancias [...]. Aunque se puedan juzgar con pesimismo o entusiasmo los frutos de su actividad [...] cabe entender y admirar el acervo de aprehensiones sensibles al mundo social y cultural brasileño que nos legaron” (Miceli, 2003: 194). En otros términos, se puede observar, en la mirada del sociólogo, la presencia de un juicio ameno, en el que no está ausente una cierta empatía con los artistas analizados.
El propósito analítico de los trabajos, así como los problemas articulados por la temática de la formación aclaran, finalmente, los motivos de su constante reactualización, y su permanencia como un espectro que ronda por las diversas generaciones de intelectuales. Y es que las obras sobre la formación son reflexiones sobre la modernización del país y, al mismo tiempo, la afirmación de la cultura moderna, erigiéndose, sobre todo, en referencias fundamentales para encuadrar el propio ejercicio letrado. Por ello, pueden identificarse eslabones entre las tendencias de análisis sobre la tradición formativa y la trayectoria de nuestro proceso modernizador. A partir de ellos es posible articular la pregunta sobre las posibilidades reales de modernizar una nación construida en la fragua de la herencia colonial y cuya independencia no fue capaz de crear una completa autonomía.
De allí se derivan otras cuestiones fundamentales: el paradigma de la formación por un lado conformó una imagen de Brasil, y por otro formuló la naturaleza de los problemas concebidos como esenciales para la comprensión de nuestras reconocidas singularidades apuntando, por consiguiente, hacia el deseo de superar, o por lo menos poner en la ecuación, los impases de una historia refractaria a absorber los principios de la civilización moderna. Por esa razón, se atribuyó un papel relevante a los intelectuales; en función del cual pudo definirse su condición propia, así como los límites y la naturaleza de su autonomía. En consecuencia, existe una relación inherente entre la formulación del problema de investigación y la dinámica histórica brasileña. Finalmente, la reconstrucción de nuestros orígenes, como condición para el entendimiento del presente, siguió la lógica de los significados considerados como relevantes por el intérprete, quien guió la propia selección de los fenómenos considerados que, a su vez, se orienta por criterios de valor. Añádase a esta cuestión la inseparabilidad entre la situación objetiva del autor, sus representaciones, inclinaciones políticas y proyecciones a futuro, y la formulación de conjunto de las operaciones cognitivas realizadas.
II
Planteado lo anterior, cabe indagar acerca de la relación entre las tendencias interpretativas referentes a la matriz de la formación y los rumbos asumidos por la modernización brasileña en distintos momentos. Según una visión necesariamente generalista y simplificadora es posible afirmar que la generación de 1930 enfrentó el desafío de ofrecer una visión integrada de Brasil. Independientemente de los problemas y orientaciones a distinguir entre los tres autores más vigorosos del periodo, se puede decir que reprodujeron un retrato del país de cuerpo completo a partir de sus singularidades formativas, ofreciendo, por lo mismo, un material sugestivo para la construcción de nuestra identidad.2
El rechazo de las teorías raciales dominantes y la valoración del mestizaje hicieron de Casa-grande y senzala el verdadero libelo de celebración de los brasileños.3 En Evolución política del Brasil, Caio Prado Jr. llamó la atención sobre cuánto la carga de la herencia colonial sofocaba la autonomía de la nación; en Raízes do Brasil, Sérgio Buarque de Holanda reveló los impases y efectos de la ruptura con la herencia cultural portuguesa en la constitución de lo moderno. Finalmente, los tres autores rompieron, en definitiva, con la expresividad del portugués culto de raíz lusitana, sincronizando el problema de su reflexión -la viabilidad de lo moderno- con la oralidad brasileña, con lo cual armonizaban forma y contenido, algo que, además, ya había ganado fuerza en la ficción de los años veinte y ya era una norma en el periodismo, género al que muchos de los integrantes de esa generación se dedicaban. Nicho de inserción profesional de los intelectuales, la expansión de la prensa en el Brasil de la época estimulaba la práctica de un nuevo estilo de escritura inspirada en la oralidad de la lengua portuguesa de los trópicos, una mezcla equilibrada de coloquialismo y de precisión expresiva. “No por casualidad el arte de la conversación es esencial para el ensayo y, de cierto modo, eso es lo que busca instaurar con su lector” (Duarte, 2016: 4).
Hay, en esos términos, conexiones con la modernización en curso instaurada por la ruptura del dominio oligárquico dominante en la Primera República. Los años treinta fueron francamente modernizadores, a pesar del carácter autoritario del régimen varguista, resultando en la instauración del Estado Novo en 1937. Fue un periodo de crisis y de fatiga de la tradición en todos los planos de la vida nacional: en la política, en la economía, en la vida social. En la cultura, la “rutinización” y la expansión del modernismo generó “un movimiento de expansión cultural, proyectando a escala nacional hechos que antes ocurrían sólo en el ámbito de las regiones” (Candido, 2000: 182). Fue también, señala el autor, un tiempo no convencional y de intensa movilización de las ideas en todas las direcciones. En la literatura, la experimentación con el lenguaje, característica del periodo anterior, cedió debido a un desplazamiento del “proyecto estético” hacia el “proyecto ideológico” (Lafetá, 1974: 11-25). En suma, el clima cultural se renovó, acompañando el ritmo general de aquel tiempo, distinguiéndose el periodo por su especial condición de haber sido “un eje y un catalizador”, “un marco histórico” (Candido, 2000: 181).
Los ensayos sobre la formación escritos en el periodo siguieron el movimiento rítmico del conjunto e instauraron una nueva disciplina intelectual y expresiva, dando contornos particulares a la imagen de Brasil en el curso de la modernización que, por lo demás, no eran un atributo exclusivamente suyo, ya que sucedían en todos los campos de la cultura. Los escritores de la generación modernista de 1930 se distinguieron por “construir una visión crítica de las relaciones sociales” (Bosi, 1977: 436-437), plasmada en la prosa de los llamados novelistas regionalistas, sobre todo del noroeste, presente tanto en la literatura subjetivista mineira como en la saga gaúcha (Arruda, 2014). La ficción de la época reveló, a profundidad, cómo la constitución de lo moderno se realizó, entre nosotros, vía espasmos traumáticos. De ahí la construcción de personajes agónicos, enclaustrados, prisioneros de un destino que los empujaba al abismo. Los personajes de la decadencia del Brasil tradicional buscaron en la vivencia erótica desmedida el viático de sus existencias, bálsamo y condena a la vez; respiradero y sofocación.
Los ensayos sobre la formación fundaron, bajo diversos prismas y modos, una nueva gramática sobre la percepción de las cuestiones recurrentes en la construcción de la sociedad moderna en Brasil. Para utilizar las categorías de Pierre Bourdieu, el paradigma de la formación dio la oportunidad para la constitución de normas implícitas al “campo intelectual”, pues encuadró los parámetros de la producción, definió la posición de los agentes, suscitó la creencia en una intelectualidad autoengendrada y, finalmente, construyó la illusio. Esto significa que redireccionó la comprensión del aludido desvío de la historia brasileña en relación con la europea. En términos de Schwarz (1999: 85), en Um Seminário de Marx, “en los países surgidos de la colonización, el conjunto de las categorías históricas plasmadas por la experiencia intraeuropea pasa a funcionar con un armazón sociológico diferente, diverso, pero no ajeno, en que aquellas categorías ni se aplican con propiedad, ni pueden dejar de aplicarse, o mejor dicho, giran en falso, pero son la referencia obligada, o más aún, tienden a un cierto formalismo”. En suma, acentuar las singularidades históricas en el proceso de formación de Brasil permitió formular un programa interpretativo que sigue teniendo vida, como lo prueba la recurrencia de los estudios sobre el tema.
La producción ensayística del decenio de 1950 es tributaria, como ya se aludió, de las obras precedentes, y está situada entre los clásicos de 1930 y los trabajos sobre la formación que se expandieron en la última década del siglo XX. En el intervalo apareció A Revolução Burguesa no Brasil: Ensaio de Interpretação Sociológica de Florestan Fernandes (1975), que revela un perceptible retorno del sociólogo al ensayismo, género que anteriormente consideraba como precientífico. En realidad, el libro representa una doble superación: de las concepciones sedimentadas de Florestan Fernandes sobre la naturaleza del estilo científico; del propio ensayo, dado el carácter que la forma adquirió en manos del sociólogo. A partir del largo periodo histórico considerado -de la Independencia a los años setenta-, la reconstrucción del proceso de modernización de la nación es urdida por una posición crítica definida. No obstante, el discurso sigue siendo el del lenguaje especializado, pero cuyo desarrollo se realiza por medio de constantes disociaciones, al mismo tiempo que el propósito analítico sufre una fuerte inflexión, introduciendo un desequilibrio patente en el texto, cuyos desfases no operan en consonancia con la forma típica del ensayo, es decir, como “construcción del desvío en el texto y del propio texto como desvío” (Duarte, 2016: 5).
Desde el punto de vista formal el libro se aleja del ensayo: ello se manifiesta en la distancia entre el lenguaje cultivado del género, cercano al literario, y el estilo más bien rudimentario del sociólogo. Independientemente de las características estilísticas, la propuesta de explicar la modernización conservadora instaurada por el régimen pos-1964 reformula la visión común y corriente sobre Brasil. Las preguntas formuladas por el ensayismo clásico trasmutaron y migraron de las cuestiones sobre las virtualidades civilizatorias reales a la afirmación del fracaso del proyecto. A diferencia de Raízes do Brasil, quizás el producto más perfeccionado del género, sobre todo si se considera que la tesis inicial del destierro es retomada al final de manera transformada, en alusión al pacto fáustico, A Revolução Burguesa es un libro singular y más refractario a las clasificaciones, incluso porque puede ser leído como un ejemplo de desintegración del ensayo sobre la formación.
El reconocido escepticismo de Sérgio Buarque se tornó pesimismo y afirmación de la tragedia civilizatoria brasileña en Florestan Fernandes. No obstante, el libro permanece esquivo a la clasificación, pues la propuesta abarcadora hizo del ensayo un lenguaje inmutable, dada la presencia de la visión totalizadora, a pesar de la ausencia de la apuesta. Existe una especie de imposición de la forma cuando se pretende realizar una interpretación amplia, lo cual revela el peso de esa tradición en el sistema intelectual en Brasil.
Interesante comparar el libro con los escritos de Florestan de la década de 1950, cuando el sociólogo apostó por la creación de un tejido social marcado por el progreso y socialmente abierto, en el cual se forjaba “la sociedad brasileña de la era científica y tecnológica” (Fernandes, 1975: 303). Paradójicamente, justo en el mismo momento en que Florestan creía en la transformación civilizatoria de Brasil fue más reacio al ensayo; posteriormente, una vez que cambió su visión sobre los rumbos de nuestra modernidad escribió una obra muy plausible de ser identificada con ese género, revelando así la intimidad entre el ensayismo y el tratamiento de las cuestiones nacionales; y atestiguando, igualmente, la dificultad para preservar el modelo característico de la forma ensayística en el momento del desmontaje del llamado proyecto nacional.
En otros términos, el ensayismo dominante en Brasil había sido modelado al mismo compás de la valorización de nuestras singularidades, convirtiéndose en el depositario de la reflexión sobre la viabilidad de la modernización en el país, como medio de superación de nuestro atraso relativo, y sobre todo como modalidad de exploración de las potencialidades de los principios civilizatorios sobre los que reposaría la nación. El periodo que se inauguraba negaba las apuestas que se inmiscuían en los ensayos. “La nueva realidad del país era la más fuerte expresión de los límites de nuestra modernidad”, una vez que las virtualidades contenidas en el pasado no pudieron fructificar, permaneciendo sofocadas durante los años oscuros, aunque suficientemente vivas como para enseñar sus marcas, y a pesar de que los desdoblamientos futuros hayan sido ajenos a sus orígenes (Arruda, 2015: 360).
Si el formato del ensayismo en Brasil derivó de las vanguardias modernas y su pujanza fue tributaria de los impulsos modernizantes del país con los que estaba comprometido es de suponerse que, decaídos los dos movimientos, el género perdiese vigor. Posiblemente, a causa de los vínculos existentes entre el estilo y lo moderno, el ensayismo brasileño representó, desde la generación de 1930, una gran innovación cultural. Cuando se le compara con el género practicado en Argentina, el carácter “más sociológico” de los brasileños y el “más literario” de los argentinos revelan “tradiciones intelectuales” diversas (Blanco y Jackson, 2015: 142), que expresan procesos distintos de cambio y de permanencia del canon dominante.
En Brasil, el impulso renovador permitió la revitalización del ensayo por parte de la generación de 1950, como por ejemplo el Grupo Clima, representante de los nuevos aires intelectuales del país (Pontes, 1988). Esos “destinos mixtos”, según una feliz expresión de la autora, herederos tanto del modernismo como de una formación sistemática recibida de los profesores de la Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de São Paulo recién fundada, combinaron la visión abarcadora con el pensamiento disciplinado en el compás metódico, haciendo decaer la característica más experimental del ensayo. Tal vez la obra de Gilda de Mello e Souza sea una excepción; la autora practicó un ensayismo que partía del tratamiento del detalle y estaba más identificado con la fragmentación de los lenguajes propios del modernismo, atributo que puede explicar la actualidad de su pensamiento en tiempos de franco despedazamiento de la cultura. De ser posible admitir que los ensayos totalizantes son realizaciones singulares del canon modernista, brotados de la identificación de las vanguardias brasileñas con proyectos de transformación del país, no podemos escapar a reconocer que ese ensayismo es el vehículo expresivo de la formación. Debido a ello, a la “forma históricamente variada, condicionada por configuraciones sociales y culturales específicas” (Blanco y Jackson: 242), le siguió en Brasil un escrutinio constante de los ensayistas y de sus obras.
En ese cuadro, los análisis sobre la matriz de la formación tendieron a privilegiar obras y autores a partir de referencias valorativas urdidas en contextos institucionales y político-ideológicos diferentes. Es visible -e incluso comprensible- que los estudios escritos por intelectuales de la Universidad de São Paulo dieran prioridad a los autores más ligados a la tradición del pensamiento gestado en la propia institución. En el marco de la primera generación, Caio Prado Júnior y, secundariamente, Sérgio Buarque de Holanda, fueron los más estudiados, a pesar del carácter seminal de Casa-grande y senzala de Gilberto Freyre que los había precedido; en la segunda, Formação da Literatura Brasileira vuelve con Antonio Candido, el autor más cultivado actualmente entre los nuevos, a pesar de la importancia que tiene Formação Econômica do Brasil y Os Donos do Poder, cuya recepción ha sido más circunstancial.
Del conjunto de los estudios sobre Antonio Candido destacan Providências de um Crítico Literário na Periferia do Capitalismo y Sentimento da Dialética na Experiência Intelectual Brasileira, de Paulo Arantes, reflexiones que no se desprenden del proyecto intelectual y filosófico del autor sobre la tradición del pensamiento de la Universidad de São Paulo, ya contemplada en Um Departamento Francês no Ultramar. No por casualidad, los herederos de Candido reaccionaron exacerbadamente a los análisis del crítico literario portugués Abel Baptista, para quien la noción de formación en el autor “no es modernista, o sea, es modernista sin serlo” (Baptista, 2005: 66), pues presenta una relación evidente con las cuestiones nacionales que niega, en esa medida, la auténtica tradición de las vanguardias, que rechazaron la existencia de toda herencia. Las reflexiones del crítico no toman en consideración, todavía, que el tema de la formación, por ser un legado de la tradición modernista, produjo interpretaciones estrechamente vinculadas con los problemas originados en la construcción de Brasil en su transición hacia lo moderno, reveladoras del carácter comprometido del modernismo brasileño con las cuestiones nacionales. Imbuidos de ese mismo espíritu, los seguidores de Antonio Candido escribieron textos dirigidos contra la crítica elaborada por el paulista Haroldo de Campos, intelectual lejano a la tradición de la universidad paulista, que acusó al maestro de haber secuestrado el barroco en A Formação. Independientemente de la pertinencia de las reflexiones, cabe destacar los vínculos que se dieron entre las diferentes generaciones, un ejemplo de los cuales es la obra erudita del sociólogo Leopoldo Waizbort, publicada en 2007, dedicada al análisis conjunto de las contribuciones de Antonio Candido y de Roberto Shwarz, su legítimo heredero.
A pesar del indiscutible tesoro crítico, la comprensión de la temática de la formación incluye, necesariamente, la reflexión sobre los autores que se centraron en ella. Queda claro que el prestigio de los grandes pensadores brasileños se transfiere a sus intérpretes que, de cierta manera, se adueñan de sus objetos de estudio y, en muchos casos, se confunden con ellos. Eso se explica, en parte, por la ingente necesidad que las nuevas generaciones tienen para afianzar sus reputaciones, construir sus carreras, en un campo cada vez más competitivo y caracterizado por su dimensión masiva, cuya resultante es el cambio de los criterios que construyen y validan las jerarquías entre los practicantes.
Una colección de fenómenos relevantes, paradójicamente surgida en el contexto de las políticas urdidas por el régimen autoritario, el formato actual de las universidades brasileñas se originó a partir de la expansión del sistema y de la institucionalización del posgrado a escala creciente. Se atribuye a lo anterior la forma por medio de la cual la dinámica de la sociedad brasileña pos-1964 alteró significativamente los modelos analíticos afianzados en realidades anteriores, revisando paradigmas y produciendo nuevas preferencias teóricas. A pesar de esto, la tradición formativa permaneció operando en los moldes de la illusio bourdieusiana, en el sentido de delinear los nuevos horizontes disponibles para la investigación. Esa prolífica producción sobre el tema ha nublado la percepción del alcance de los cambios de paradigmas en el ámbito de la literatura dedicada a tratar la formación, creando una sensación de retorno al universo de las generaciones fundadoras. De esta manera, el surgimiento de trabajos que consideran los estudios sobre la formación como ya superados permite evaluar los rumbos de la producción reciente en Brasil.
III
En el ámbito del indudable tesoro crítico producido -cuya referencia es la matriz de la formación- los trabajos que señalan la pérdida de vigor del paradigma son recientes, apuntando hacia la dialéctica de un movimiento permanente de revisión. Los nuevos contextos de la sociedad brasileña y de la práctica de las carreras intelectuales se reflejan en los debates, y crean otras formas de volver sobre el tema, una dinámica que ha marcado la reflexión actual desde un inicio. Mientras que los autores de la mitad del siglo se inspiraron en los ensayos modernistas de los años treinta, al partir de la singularidad de la cultura brasileña para formular los problemas sobre la constitución de la cultura y de la sociedad modernas, los autores que han escrito sobre el tema de la formación se basaron en otras referencias analíticas nutridas por diversos cuestionamientos.
En el momento actual cobran fuerza las concepciones que niegan la rentabilidad de la matriz formativa. Silviano Santiago, en un texto reciente, afirmó:
Me doy cuenta del agotamiento de los varios, diferenciados y notables “discursos sobre la formación” que constituyeron el paradigma desarrollista como tarea prioritaria para el crecimiento de la joven nación brasileña [...]. Nuevas condiciones materiales definen el nuevo milenio brasileño. Ellas pasan a exigir otro haz -amplio y crítico- de discursos afines y complementarios, que constituirán el nuevo paradigma -el de la “inserción” en el conjunto de las naciones (Santiago, 2014: 4-5).
Inserción asimilada, no obstante matizada, por Roberto Schwarz, cuando señala que el orden social surgido “produce sus propias escisiones, que se articulan a las antiguas y se depositan en el lenguaje. Éste continúa siendo local, aunque de modo cambiado, y hasta un segundo aviso califica las aspiraciones de los intelectuales que les gustaría escribir como si no fuesen de aquí -faltando naturalmente descubrir qué significa, ahora, ser de aquí” (Schwarz, 1999: 58). Y esto debido a que para el autor contemplar la derrota de una fuerza civilizatoria no deja de ser, igualmente, civilizatorio. En esos términos, el naufragio de las propuestas “superadoras” no es una experiencia secundaria, una vez que surgen como “el destino de la mayor parte de la humanidad contemporánea” (Schwarz, 1999: 58), lo que apunta, irónicamente, a nuestra universalidad.
Tal vez ese sea el motivo por el que se señala, sobre todo los intérpretes más recientes de la obra de Antonio Candido, que el soporte básico de su reflexión perdió sentido (Alcides, 2011: 152) a causa del énfasis puesto en la dinámica interna. Pari passu, el historiador Henrique Estrada Rodrigues (2015: 261) afirma, en el artículo titulado “O Conceito de Formação na Historiografia Brasileira Debates Contemporâneos”, que el concepto de formación “parece signo, no apenas de un análisis de procesos objetivos, sino también de un modo muy específico de configuración de la realidad histórica”. En estos términos, según el autor, el concepto en cuestión remite a una construcción simbólica (Estrada, 2015: 261). Es precisamente en esta clave interpretativa que Leandro Vizim Villarino, en su reciente proyecto posdoctoral en el Departamento de Sociología de la Universidad de São Paulo, se propone explorar el discurso sobre la formación en Antonio Candido y en los ensayistas de 1930 a partir de una metodología de análisis que “conjuga la arqueología foucaultiana y la teoría de lo simbólico en el lenguaje de Lacan” (Metamorfoses do desejo, 2016), que lo conduce a reconocer en la obra de Antonio Candido un verdadero giro lingüístico a mediados del siglo XX, que se anticipa en por lo menos dos décadas a la formulación del cultural turn. Según su lectura, Formação da Literatura Brasileira es un libro moldeado por el deseo: el del propio Antonio Candido, que transformó el deseo de la formación en objeto, convirtiéndose por eso en una “historia del deseo deseado”.
Bajo este prisma, la formación se vuelve un repertorio de significados, referencia para tratar la crisis que se observa en los tiempos actuales, en donde la pérdida del horizonte de expectativas se vuelve un drama nacional, cuando no una tragedia, anunciada en la fragmentación de la sociedad que se encuentra dividida por conflictos que provocaron la escisión ideológica de la inteligencia crítica brasileña. Por este sesgo, tomar en consideración la literatura sobre la formación funciona como referencia para la comprensión del regreso de proyectos políticos recesivos que turban las posibilidades pensadas para el futuro. En palabras de Marcos Nobre: “No somos la realización ni del sueño ni de la pesadilla ‘nacional-desarrollista’, sino una combinación de ambos”. Para este autor equivale a decir: “Quitar las trabas de la inteligencia y de la crítica sólo vendrá con el reconocimiento de que el proceso de ‘formación’ terminó -aunque no haya sido completado de la manera como el paradigma esperaba” (Nobre, 2012: 7-8). En esa perspectiva, la formación sería parte del legado intelectual, como ya se dijo, pero permanece, no obstante, como horizonte necesario para reflexionar sobre el estado actual de anomia de la sociedad brasileña.
Todo el peso de la crítica actual, a pesar de su pertinencia para el encuadramiento de la problemática, no elude el hecho de que la “formación” dejó de ser una mera palabra. Se trata de una noción densa y, por ello, una especie de atavío de la inteligencia del país, capaz de expresar los variados y sucesivos momentos del devenir histórico, redefiniéndose por su metamorfosis constante, razón por la cual Luiz Costa Lima entiende que en Antonio Candido, “la formación nos revela la mano de un maestro. De un maestro que nos defiende de la sensación de vivir en una tierra sin ideas” (Lima, 1991: 166).
En ese orden de consideraciones, entiendo por “formación” un concepto que incluye en su repertorio de significados el abarcamiento y la verticalidad, siendo en esta línea una clave para la comprensión de la cultura letrada brasileña. Precisamente por eso, como ocurre con todas las categorías abarcadoras del conocimiento, pierde consistencia en determinados segmentos de su productividad; de ahí la complejidad que hace de este concepto un topos no desechable de la historia de nuestra cultura intelectual.