INTRODUCCIÓN
La noción de narcoestado hace referencia a un escenario en el que las instituciones de gobierno dirigen actividades de tráfico de drogas o se coluden con los traficantes, se aprovecha la estructura de la economía global lícita y segmentos de la sociedad civil se benefician económicamente de dichas actividades. La relación entre traficantes, representantes del Estado y la sociedad civil puede ser consensual o no, e incluso pueden surgir vínculos de simbiosis y de beneficios mutuos entre los distintos actores. México es un estado de producción, traslado y demanda de drogas ilícitas, que se caracteriza por la corrupción a gran escala de oficiales públicos, el ejercicio de la violencia hacia quienes resisten las actividades del narcotráfico y un amplio grado de influencia de la economía ligada al tráfico de drogas ilegales en la economía lícita (Rexton, 2016). Existe una reconfiguración cooptada del Estado, proceso en donde un grupo de actores públicos y no públicos que comparten intereses ilícitos, emplean múltiples estrategias para utilizar en su beneficio los recursos del Estado con el menor riesgo de castigo penal, lo cual limita el funcionamiento de sus instituciones (Flores, 2013).
No existe una relación de exterioridad entre las organizaciones ligadas al tráfico de drogas ilícitas y el Estado, tampoco con las comunidades en las que opera. Incluso, sobrepasa las fronteras del Estado nación y se concibe como una red transnacional de producción, transporte y comercialización de drogas ilegales (Ovalle, 2006). En esta red también circulan personas, dinero, objetos de consumo e información. La red se apropia de forma instrumental de los territorios para su explotación económica, como se difunde en medios de comunicación o se denuncia por parte de comunicados gubernamentales. Simultáneamente, estas redes buscan instaurarse simbólicamente en las localidades mediante inversiones estéticas, afectividades, prácticas y la construcción de identidades. El narcotráfico se ha ligado a la teatralización del éxito, la opulencia, el anonimato, el riesgo, el culto por el dinero rápido y la instrumentalización de la violencia (Ovalle, 2011). Córdova (2007) considera que ha conformado un transgresivo sistema ideológico particular, con su propia escala de valores, normas y pautas de comportamiento. Tanto los medios masivos de comunicación, como la industria del entretenimiento, han facilitado la reproducción, promoción y aceptación de este sistema ideológico.
En contraposición, se ha constituido un discurso oficial acerca del crimen organizado, dentro del que se incluye a las organizaciones asociadas al tráfico de drogas ilícitas. Escalante (2012) argumenta que este discurso no es neutro ni objetivo, sino que se elabora a partir de una dimensión imaginaria. Se conforma un conocimiento estándar acerca del crimen organizado, caracterizado por el empleo de un vocabulario especial y recursos explicativos estereotipados acerca de sus actividades, posiciones, relaciones con las autoridades y conflictos. Este discurso oficial brinda una imagen homogénea del crimen organizado, que no considera las particularidades locales y oculta las relaciones que establece con las instituciones estatales.
De acuerdo con esa imagen, que se reproduce en los medios masivos de comunicación, el crimen organizado se compone por grupos sociales separados y reconocibles, dedicados exclusivamente a delinquir, integrados en organizaciones estables con miembros distribuidos ordenadamente en los territorios. Se asume que tales organizaciones tienen fronteras claramente delimitadas, que existen procesos de identificación entre sus miembros, y una estructura jerárquica y funciones definidas claramente. Estas organizaciones tienen un carácter empresarial, con intereses multinacionales, recurren a la violencia con fines instrumentales y pueden diversificar sus actividades delictivas. Además de coordinarse para cometer delitos, pueden controlar territorios, organizar la delincuencia en las localidades, e incluso cumplir funciones de gobierno. Asimismo, la violencia es explicada como producto de la acción de cárteles que compiten entre sí por el control de las plazas, mientras que las víctimas son reducidas al anonimato y asociadas a la delincuencia.
Zavala (2018) afirma que el Estado crea una estructura de significado con fines políticos de ocultamiento. La noción de cártel es un dispositivo simbólico que oscurece la influencia del poder oficial en los flujos del tráfico de drogas, así como la explicación única de la violencia como producto de conflictos entre cárteles, mistifica el impacto de las estrategias disciplinarias del Estado en las muertes de la ciudadanía, sus desplazamientos y la ruptura del tejido social. Propone redefinir la noción de plaza como un espacio en contingencia en el que participan múltiples actores, organizaciones e instituciones que involucran alianzas entre políticos, militares, policías, empresarios y traficantes, donde lo que están en juego es el control de las economías clandestinas locales por parte del Estado.
Por lo tanto, detrás de la guerra entre cárteles se manifiesta un estado de excepción que además de controlar las economías ilícitas, intenta realizar una limpieza social, apoderarse de territorios y apoyar intereses económicos de empresas privadas nacionales y transnacionales (Gledhill, 2017; Mastrogiovanni, 2016). A pesar de la presencia del discurso oficial, que tipifica a los miembros de las organizaciones ligadas al tráfico de drogas como criminales externos al Estado, la interacción social y el grado de cercanía de los habitantes de las comunidades con estos actores en la cotidianidad, permiten elaborar construcciones que orientan los afectos y acciones de los grupos sociales y cuestionan dicho discurso. Astorga (1995) considera que la sociedad civil desarrolla un pragmatismo ético respecto al tráfico de drogas, que posibilita establecer cierto grado de tolerancia y estrategias de convivencia, y supone un cálculo implícito entre la violencia vivida, la violencia potencial y el beneficio económico. De esta manera, la estigmatización promovida por el Estado puede derivar en emblema debido al reconocimiento social y la influencia económica del traficante en las localidades.
En los contextos locales puede surgir una polifonía de discursos acerca del tráfico de drogas ilícitas, que supone distintos posicionamientos éticos y estrategias propuestas para abordar el impacto de tales organizaciones en las comunidades (Padilla, 2012). De acuerdo con Mendoza (2008), las redes de tráfico de drogas ilícitas no sólo tienen la capacidad de transformar la vida local, sino que las comunidades pueden asumir un papel activo en su apropiación y modificación. Los grupos sociales realizan una valoración y desarrollan formas de convivir con el tráfico de drogas ilegales, por lo cual surgen mecanismos comunitarios para controlarlo, rechazarlo o neutralizarlo. Esta valoración se expresa en los términos que emplean para nombrar a sus actores y actividades, así como el uso de géneros discursivos que utilizan para hablar del narcotráfico, y que se asocian con ciertos temas, estilos, reglas de composición y normas morales.
En un estudio realizado en una comunidad de Sonora, al norte de México, Mendoza (2008) encontró que predomina una aceptación pragmática del tráfico de drogas ilícitas, pues se concibe como parte de la vida cotidiana o un mal necesario, además de que existe una atracción hacia productos culturales como los narcocorridos. Existen algunos elementos esenciales que contribuyen a la evaluación moral del narcotráfico: su construcción como trabajo, pues contrarresta la ilegalidad o impureza ligada a la actividad; el valor otorgado al dinero obtenido por esta vía, ya que puede descalificarse como sucio o fácil; y el grado de dependencia de las actividades ilícitas en la economía local, debido a la precariedad laboral. Asimismo, el aumento del consumo de drogas, la inseguridad y las manifestaciones de violencia en el espacio público, son elementos que contribuyen a su rechazo social.
En un estudio con residentes de Culiacán, Sinaloa, México, Reyes-Sosa, Larrañaga- Egilegor y Valencia-Gárate (2015) encontraron que el narcotráfico se vincula con otros hechos delictivos como asesinatos, balaceras, extorsión, secuestros y corrupción. Además de asociarse a la violencia y a la inseguridad, se relaciona con las adicciones, y a la vez, se asocia con el beneficio económico, pues la venta y el comercio de drogas ilícitas se concibe como un trabajo, además de que genera enriquecimiento por medio del lavado de dinero. Otra fuente de valoración positiva es que está ligado a un estilo de vida de comodidades, como autos, artículos lujosos o la disponibilidad de mujeres. Predomina una valoración ambivalente del narcotráfico que fluctúa entre la idealización por sus beneficios y la valoración negativa por sus consecuencias en el tejido social. Para estos autores, la distancia con el narcotráfico puede afectar su valoración, pues se espera una valoración positiva de quien conozca a algún miembro del narcotráfico u obtenga beneficios directos o indirectos de la actividad.
En otro estudio con jóvenes estudiantes universitarios de Tijuana, Baja California, México, Ovalle (2007) encontró que predomina una indiferencia hacia el narcotráfico. Es decir, no hay un rechazo ni aprobación de la actividad en términos morales. Éste es concebido como un negocio que satisface una demanda y una opción laboral, por lo que opinan que debería legalizarse y conciben a los narcotraficantes como empresarios ilegales que realizan una actividad de alto riesgo. Además, los estudiantes asumen que el narcotráfico representa un problema de seguridad pública sin solución, que se mantiene por la complicidad de autoridades.
Entre los estudiados por Ovalle (2007) existe un sector minoritario que sataniza al narcotráfico, pues lo construyen como una red criminal que vende drogas ilícitas percibidas como un veneno, funciona mediante el uso indiscriminado de la violencia y representa un cáncer social que corrompe y desintegra la sociedad. Sus miembros son vistos como delincuentes que realizan una actividad inmoral. Expresan sentimientos de repulsión y miedo hacia el narcotráfico, y proponen penas más severas hacia sus miembros.
En otro estudio realizado en tres municipios de Baja California por Ovalle (2010), estudió a hombres y mujeres jóvenes de 17 a 30 años pertenecientes a diferentes estratos socioculturales, residentes de los municipios seleccionados y que fueron ubicados en lugares recreativos o educativos. Los encuestados del municipio de Mexicali consideraron en su mayoría que el narcotráfico había aumentado en su ciudad (54%), deseaban que sus redes dejaran de operar (92%), pero percibían que no era posible que esto ocurriera (82%) debido al tamaño de las redes del narcotráfico, la demanda, su poder social y rentabilidad económica, la desigualdad social que impulsa a las personas a incorporarse al narcotráfico, la corrupción y el hecho de que se ha arraigado en las ciudades a lo largo del tiempo.
Aunque el narcotráfico es concebido como una actividad de riesgo, incierta y en la que se pierde libertad, los encuestados expresaron que es fácil ingresar en ella y se construye como una opción laboral atractiva, pues tiene diversos beneficios, como una remuneración mayor a los trabajos legales, momentos de ocio y recreación, acceso a diferentes bienes de consumo, oportunidad de viajar, reconocimiento social y respaldo de una red de complicidades con poder social.
Un indicador de que el narcotráfico no se ha construido completamente como un problema de seguridad pública en el municipio de Mexicali, es que el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública de Baja California (2017) reportó que los ciudadanos expresaban preocupación por ser víctimas de un delito (95.6%), que un familiar desarrollara una adicción (60.3%), la inestabilidad económica en el hogar (40.3%) y en menor medida, la violencia intrafamiliar (6%), pero el narcotráfico no fue señalado directamente. La construcción del narcotráfico como problema de seguridad pública no sólo implica su reconocimiento como tal, sino una atribución de responsabilidad por el problema de seguridad pública y asumir posicionamientos respecto a las estrategias para su abordaje (Gusfield, 2014; Kessler, 2009).
El propósito del presente estudio es comprender la influencia del discurso oficial y de los discursos sobre el narcotráfico presentes en los medios de comunicación en la forma en la que jóvenes de la ciudad de Mexicali, Baja California, construyen sus propios discursos sobre el narcotráfico y se posicionan éticamente ante él. Se eligió un grupo conformado por estudiantes de secundaria de escuelas públicas ubicadas en zonas con alta incidencia delictiva, debido a que se encuentran en una fase crítica del ciclo vital donde pueden estar expuestos a la venta y el consumo de drogas, pero también a la incorporación temprana en el narcotráfico.
La pertinencia de realizar el estudio en Mexicali, es que se trata de un municipio fronterizo, en el que aunque históricamente se ha desarrollado el tráfico de drogas ilícitas hacia Estados Unidos, gradualmente se ha incrementado el consumo interno. A pesar de lo anterior, no se han identificadolos los niveles de violencia ligados al narcotráfico que sí se han reportado en otros sitios de la frontera norte de México, y tampoco se han implementado procesos de militarización como estrategias de combate a la violencia.
MATERIAL Y MÉTODOS
Se realizó un estudio interpretativo desde la tradición del análisis crítico del discurso. En esa aproximación, se revisan las propiedades del discurso asociadas a la expresión, la confirmación, la reproducción o la impugnación del poder social de los grupos dominantes. El poder social implica control sobre otros grupos para su beneficio; dicho control se ejerce sobre las acciones de los otros, e indirectamente, por medio de la producción del discurso público sobre los conocimientos, actitudes, normas, valores o ideologías de los sujetos controlados. No obstante, los sujetos experimentan, interpretan y representan las estructuras sociales en sus interacciones cotidianas; es decir, ocurre un proceso de mediación entre las estructuras sociales y el discurso (van Dijk, 2009). El análisis crítico del discurso se orienta hacia la explicitación de las estrategias discursivas, el reconocimiento de los factores contextuales en la interpretación y la adopción de un lugar político desde el cual se investiga (Pardo, 2013).
En el estudio participaron adolescentes hombres y mujeres, estudiantes de secundarias públicas de la zona urbana del municipio de Mexicali. Para obtener una mayor diversidad en términos de la ubicación geográfica de las escuelas, se seleccionaron secundarias de diversas zonas de la ciudad (norte, sur, oriente y poniente), ubicadas en colonias que pertenecieran al tercer y cuarto cuartil en términos de incidencia delictiva en los últimos cinco años. Se acudió con las autoridades de cada centro educativo para presentar el proyecto de investigación que sustenta este artículo y solicitar su participación en el estudio. En general, las escuelas se mostraron dispuestas a participar, sin embargo, en una de las escuelas el director rechazó la participación debido al tema del estudio, mientras que en otra escuela se decidió suspender el trabajo de campo porque no había condiciones de privacidad para los participantes.
Una vez que se obtuvo la autorización por parte de las instituciones educativas, se estableció una cita para la realización de los grupos de discusión. Los directores o subdirectores de cada centro educativo remitieron a los investigadores con prefectos, orientadores o maestros para conformar un grupo de cinco a siete estudiantes para participar en el estudio. Los miembros del personal escolar convocaron la participación voluntaria de estudiantes hombres y mujeres de primero a tercer grado. Una vez confirmada su participación, fueron conducidos al lugar donde se llevó a cabo el estudio; dependiendo de la disponibilidad de cada centro educativo, se trató de un aula, la biblioteca escolar o la sala de usos múltiples. Cuando los estudiantes arribaban al escenario, los investigadores se presentaban, les explicaban el proyecto, las condiciones para participar y leían juntos el consentimiento informado. El consentimiento incluía la autorización para el registro de audio. También se estableció que no se solicitarían sus nombres para mantener el anonimato, y que en cualquier momento podían decidir no participar o retirarse del grupo de discusión. Aunque se contara con el consentimiento de la autoridad escolar o de los padres de familia, se consideró que el consentimiento final correspondía a los participantes, quienes aprobaron su propia participación mediante el consentimiento informado.
Participaron un total de ocho escuelas y se realizó un grupo de discusión en cada una. Los grupos fueron mixtos, es decir, estuvieron conformados por hombres y mujeres, con una duración mínima de 40 minutos y máxima de una hora. El trabajo de campo se realizó entre junio de 2018 y enero de 2019. En los grupos participaron un total de 54 estudiantes, 26 hombres y 28 mujeres, en un rango de 13 a 15 años y edad promedio de 13.83 años. Los grupos de discusión fueron conducidos por los autores de este artículo, psicólogos e investigadores con experiencia en investigación cualitativa de temas como narcotráfico, inseguridad, desaparición forzada y violencia comunitaria. Generalmente la investigadora conducía el grupo y el investigador fungía como apoyo y observador, que intervenía solo cuando consideraba que hacía falta puntualizar alguna información o surgían temas emergentes a explorar.
Para facilitar la discusión entre los participantes, se elaboró una guía de tópicos que cubría los siguientes temas: lugares donde aprendían, observaban o escuchaban información relacionada con el narcotráfico; su concepción de él, su valoración, y en su opinión, cuáles serían los motivos para ser parte del mismo; la forma como se organiza, el grado de cercanía en sus vidas cotidianas, y su impacto en su localidad. Las sesiones de los grupos de discusión fueron grabadas en audio para su posterior transcripción y análisis.
Los textos resultantes fueron sometidos a un análisis crítico del discurso, a fin de identificar la influencia de discursos gubernamentales y de la industria del entretenimiento en los argumentos de los participantes, así como explorar la existencia de discursos emergentes basados en la forma en que se manifiesta el narcotráfico en la localidad. Especialmente, se atendieron las propiedades del relato como el uso del léxico, las descripciones, las figuras retóricas y las estructuras argumentativas (van Dijk, 2009). Dicho análisis fue realizado de forma independiente por ambos autores, quienes al término del análisis del discurso de cada grupo discutieron acerca de las categorías encontradas; cuando éstas coincidían o eran complementarias, se incluían en el análisis final. Cuando las categorías no coincidían, se discutía acerca de la pertinencia de incluirlas o desecharlas, y se tomaba una decisión al respecto. De esta forma, se llevó a cabo un proceso de triangulación del análisis por parte de los investigadores y se mantuvieron solo las categorías donde existía coincidencia (Flick, 2014).
NOCIONES SOBRE EL NARCOTRÁFICO
Las y los jóvenes que participaron en el estudio construyen el narcotráfico como objeto a partir de la interacción entre múltiples fuentes. Las noticias son una fuente importante de información; tienen acceso a ellas mediante la radio, el periódico, la televisión e internet, y especialmente por redes sociales, como por ejemplo en canales de YouTube. Otra vía central son los programas de entretenimiento como series, telenovelas o películas con temas vinculados con el narcotráfico, que consumen en plataformas digitales o en la televisión por cable.
En menor medida, los participantes expresaron que conocer del narcotráfico a partir de lo que aprenden en la calle, lo cual incluye las conversaciones cotidianas con personas cercanas o por los rumores que escuchan en sus colonias. Esto implica que en la construcción del conocimiento social acerca del narcotráfico, los estudiantes de secundaria tienen que mediar entre los discursos oficiales presentes en los medios de comunicación, los discursos que se manifiestan en la industria del entretenimiento, y los discursos locales que emergen en sus comunidades.
El narcotráfico es un objeto con múltiples sentidos, y para los participantes del estudio, formar parte de esta actividad representa vivir en riesgo. Si bien el narcotráfico es parcialmente considerado como una amenaza en la sociedad de riesgo, los participantes se refieren a que al ingresar a un mundo social particular, se asume un riesgo de manera intencional. Pertenecer al narcotráfico representa una ruptura o transformación, pues asumen que el tiempo de vida puede reducirse y reconocen la posibilidad de encontrar la muerte. Consideran que quienes participan en el narcotráfico viven con miedo, no sólo ante los enemigos de organizaciones rivales, sino por tener que cuidarse continuamente de ser aprehendido por las autoridades.
El ingreso a este mundo social es percibido como irreversible, ya que “no se puede salir” de él debido a la necesidad de mantener en secreto las actividades, relaciones y formas de organización ante la mirada de agentes externos. “Vivir en riesgo” se encuentra en oposición a mantener “una vida tranquila”, en la que no se realizan actividades que implican el uso de armas de fuego, no hay conflictos violentos con otros grupos, no hay vigilancia ni persecución por parte de la policía o el ejército, y se puede cambiar libremente de actividad. Los costos personales percibidos por los participantes pueden ser un elemento que contribuya a disuadir a las y los jóvenes de incorporarse al mundo del narcotráfico.
Es un negocio donde ya no hay salida… donde te van a decir: “te vamos a ofrecer el trabajo, pero donde tú nos hagas una jugada mal, pues te vamos a dar cuello” (participante varón, grupo 7; comunicación personal, 14 de enero de 2019).
Eso no es sobrevivir, es estar más en riesgo… Sí vas a sacar dinero y todo, pero también te tienes que poner a pensar que pues te pueden matar o puede venir la patrulla… te pueden hacer un daño a ti o a tu familia (participante mujer, grupo 8; comunicación personal, 15 de enero de 2019).
Para el estudiantado entrevistado, las personas involucradas en el narcotráfico no sólo “viven en el riesgo”, sino que simultáneamente pueden convertirse en figuras “amenazantes”, pues realizan una ocupación violenta del espacio público, ya sea a través de la portación de armas o de palabras altisonantes cuando se dirigen a los otros por medio de insultos o de amenazas ante el surgimiento de un conflicto o como forma de impedir la revelación de sus actividades.
Los participantes del estudio manifiestaron “no meterse con ellos” como medida precautoria, a fin de evitar algún daño. En sus imaginarios parece existir una contradicción entre la figura que se resguarda del riesgo, la que realiza actividades vinculadas al narcotráfico con discreción, procurando el anonimato, y la figura que irrumpe violentamente en el espacio público manifestando su posición de poder, que da sentido al estereotipo y criminalización de figuras como la del cholo o la del joven pobre y marginado. Según los entrevistados, pareciera que las personas involucradas en el narcotráfico se encontraran en un dilema entre la visibilidad y la invisibilidad, entre el ruido y el silencio.
El narcotráfico se considera ligado a la corrupción, pero existen posturas distintas sobre el grado de complicidad con el Estado. El desarrollo de actividades asociadas al narcotráfico requiere la protección de políticos y la cooptación de instituciones a través del financiamiento de campañas políticas o comprar a las fuerzas de seguridad, como militares o policías. Esta relación se caracteriza por un pacto entre los miembros del narcotráfico y los representantes del Estado en el que las fronteras entre cada grupo están claramente definidas, aunque no se precisa si las relaciones que establecen son horizontales o verticales.
En cambio, un sector de los participantes concibe que esas fronteras se han tornado borrosas, pues afirman que ambos forman “parte del negocio”, o “son los mismos”. Este elemento implica una legitimación encubierta del narcotráfico por parte del Estado que contradice al discurso oficial, señala la participación de empresarios, políticos y servidores públicos de alto mando y limita la confianza en las instituciones para lidiar con los costos sociales del narcotráfico o promover otras formas de movilidad social en la población: “Compraban a los militares y luego ellos les ayudaban, les daban las rutas donde no habían… [operativos u otros militares] les daban como que dinero para que poder pasar” (participante mujer, grupo 6; 14 de enero de 2019). Y otro informante señalaba: “En el narcotráfico también hay mucha gente de la política en altos mandos” (participante mujer, grupo 7; comunicación personal, 14 de enero de 2019).
Otro significado otorgado al narcotráfico por los jóvenes es el que lo conceptualiza como una actividad económica “en expansión”. Se concibe como una empresa o negocio que crece en forma gradual, lo cual se manifiesta en el aumento del capital derivado de ella, la globalización del tráfico de drogas y el ingreso continuo de personas en esta actividad ilícita. La expansión connota una dispersión en las localidades, así como la imagen de una actividad que no puede detenerse y se regenera continuamente a pesar de las aprehensiones o asesinatos de sus líderes. Por lo tanto, en el imaginario de los jóvenes el narcotráfico es construido como una empresa privada capitalista que se enfoca principalmente a la distribución y venta de drogas ilegales, se ha adaptado al proceso de globalización y recurre a la cooptación del Estado y a la violencia en el espacio público como mecanismos que favorecen su expansión:
[el narcotráfico es] un negocio que le puede generar mucho dinero, pero si dice algo, podría morir él o su familia (participante mujer, grupo 2; comunicación personal, 11 de junio de 2018).
Una consecuencia del narcotráfico consistiría en el “daño a los consumidores”. Los participantes expresaron que este último afecta a las comunidades por el aumento del consumo en jóvenes y adultos, y el desarrollo de adicciones; incluso un sector de los participantes empleó la imagen de la droga como un “veneno”. La idea de veneno permite generar un sentimiento de ambivalencia ante el narcotráfico: es una empresa o negocio que requiere la cooptación del Estado, pero al mismo tiempo implica riesgos para sus miembros, manifestaciones violentas en el espacio público y privado, así como daños contra la salud. La ambivalencia también se manifiesta en el posicionamiento moral ante el narcotráfico.
DILEMAS MORALES RESPECTO AL NARCOTRÁFICO
Entre las y los jóvenes entrevistados existían posturas encontradas con respecto a la valoración moral del narcotráfico. En mayor medida, afirmaron que es “malo” por diversas razones. En el aspecto jurídico, están conscientes de que es una actividad ilegal. En términos laborales, lo concebían como una forma inadecuada o deshonesta de obtener dinero, incluso cuando se mencionaba que es una vía para obtener “dinero fácil”, con lo cual se referían a que implica una menor inversión de tiempo, esfuerzo personal o de formación académica para obtener una remuneración que suele ser mayor a la de los empleos formales.
Como se ha mencionado previamente, esa valoración negativa se fundamenta en la creencia de que el narcotráfico facilita el consumo de drogas y el desarrollo de adicciones, el incremento de la violencia y las muertes asociadas al narcotráfico, así como la preocupación de que para la niñez se convierta en un modelo de conducta antisocial. Cabe señalar que, a su vez, los entrevistados consideraban que el narcotráfico es percibido como “malo” por la anticipación de consecuencias individuales para sus miembros, como la aprehensión o el asesinato. Esta valoración negativa del narcotráfico es otro elemento que puede influir en la decisión de incorporarse al narcotráfico por parte del estudiantado:
Estuviera mejor si no hubiera, porque las personas no consumirían, no dañarían su vida, entonces si tu distribuirías no causarías daño aunque es decisión de ellos consumirla… ponte a pensar si tú eres el jefe, si no se dedicara a eso y si nadie más se dedicara a eso nadie conocería las drogas y no se consumiría, entonces tu también tienes algo de culpa (participante mujer, grupo 2; comunicación personal, 11 de junio de 2018).
En contraposición, un pequeño grupo de los entrevistados valoró al narcotráfico como “bueno”, pues consideró que genera beneficios sociales, como ayudar a personas en situación de pobreza y permitir la supervivencia económica. Asimismo, este pequeño grupo intentó neutralizar los costos de salud en términos del aumento del consumo y de las adicciones, argumentando que las drogas pueden tener efectos medicinales, o bien, que las personas deciden individualmente consumir, y no son obligadas por el narcotráfico.
Un tercer grupo asume una posición intermedia o neutral, pues expresa que el narcotráfico no puede valorarse como bueno o malo, sino que simplemente es “algo normal”. Es decir, que en el contexto local el tráfico de drogas es una actividad que se ha mimetizado en las relaciones sociales y económicas. Estas posiciones con respecto al narcotráfico manifiestan su naturalización en la vida cotidiana y el hecho de que no sólo es legitimada encubiertamente por el Estado, sino por miembros de la comunidad.
Pues no lo veo como algo malo, no es que estés dañando la vida de las demás personas, porque las demás personas… ellas quieren [consumir] (participante hombre, grupo 2; comunicación personal, 11 de junio de 2018).
Un aspecto crucial en la valoración moral del narcotráfico reside en el posicionamiento de los jóvenes respecto a su tipificación como actividad. Un grupo de los entrevistados lo concibe como un trabajo o negocio, elemento que también contribuye a su normalización y lo legitima como ruta para la movilidad social y la supervivencia económica. Sin embargo, otro grupo lo considera como una actividad ilícita o como una forma de ganar dinero “con riesgos”.
Algunos de los participantes emplearon una expresión que capta la ambivalencia e incertidumbre respecto al tipo de actividad, al connotarla como un “trabajo ilegal”. En opinión de los entrevistados, un elemento que puede contribuir a la incorporación de jóvenes en el narcotráfico es la adopción de una postura pragmática que promueva la supervivencia económica sin considerar los costos sociales o su carácter ilegal, especialmente en contextos donde el Estado legitima ocultamente la actividad y en las comunidades existe ambivalencia hacia ella:
Los jefes te van presentando gente del negocio y te van enseñando. Si ven que tú puedes y que no te rajas, te van dando más confianza, más trabajo y más dinero (participante hombre, grupo 4; comunicación personal, 15 de junio de 2018).
El involucramiento en el narcotráfico tiene implicaciones morales para los jóvenes, no sólo porque representa una violación a las normas sociales de la localidad, sino porque es percibido como el resultado de una decisión individual. Aunado al deseo de obtener “dinero fácil”, la incorporación al mundo del narcotráfico es comprendida a partir de diversas disposiciones del sujeto, como por ejemplo la búsqueda de estatus, pues perciben que desean conseguir poder, fama, respeto, ser temidos, “llamar la atención”, ser capaces de “adquirir mujeres” y tener “una vida de lujos”.
Los participantes también aluden a la presencia de una patología o desviación que se caracteriza por la ambición, la falta de comportamiento ético, el placer experimentado al ejercer violencia, o ser “psicópatas”. La adicción es otro motivo por el cual un individuo puede incorporarse y mantenerse en el narcotráfico, pues facilita el acceso a sustancias psicoactivas: “Ganas dinero rápido, y en un trabajo normal te tardas mucho en ahorrar dinero” (participante varón, grupo 3; comunicación personal, 14 de junio de 2018). Además, en palabras de uno de los entrevistados: “Llama la atención el estilo de vida, el dinero, el poder, la acción, los lujos, el riesgo” (participante varón, grupo 5; comunicación personal, 10 de enero de 2019).
La responsabilidad del sujeto por ingresar al narcotráfico es atenuada por la influencia de su ambiente social. Su participación puede normalizarse cuando sus familiares han pertenecido al narcotráfico o se han desarrollado en comunidades donde interactúan cotidianamente con narcotraficantes, adoptan sus creencias y costumbres, y observan los beneficios económicos de su actividad. Al mismo tiempo, afirman que en ciertos casos las personas pueden ser amenazadas o coaccionadas para incorporarse al narcotráfico, lo cual reduce su responsabilidad en la elección: “Algunos buscan a personas que tengan necesidades para involucrarlas ahí porque saben que ocupan dinero” (participante varón, grupo 1; comunicación personal, 7 de junio de 2018). “Por falta de dinero, por problemas económicos; lo más común es eso” (participante mujer, grupo 2; comunicación personal, 11 de junio de 2018).
Las y los jóvenes señalaron la cuestión económica como un elemento central para entender la pertenencia al narcotráfico. De acuerdo con los participantes, la elección de esta vía de movilidad social puede ligarse a disposiciones personales como por ejemplo buscar “dinero fácil”, alcanzar un mayor estatus o la “ambición”, sin ligarse estrictamente a un nivel socioeconómico específico. Al mismo tiempo, aluden a la influencia de la violencia estructural cuando sugieren que las personas realizan esta actividad por “necesidad”, término con el que se refieren a vivir en situación de pobreza y condiciones de precariedad laboral.
Según los entrevistados, dichas limitaciones contextuales afectarían la posibilidad de encontrar otros medios de supervivencia económica, tanto personal como familiar, aunque no explicarían completamente cómo es que ciertos sujetos en condiciones similares no eligen incursionar en esta actividad: “Empiezan a vender porque se les hace facil conseguir dinero así de esa forma, se les hace la manera más fácil vender que trabajar” (participante mujer, grupo 8; comunicación personal, 15 de enero de 2019).
Por lo tanto, el ingreso al narcotráfico se muestra como un objeto ambivalente que implica la resolución de múltiples dilemas: ¿Es un trabajo o es un delito?, ¿Es una actividad buena o mala?, ¿Se elige individualmente o está determinada estructuralmente? La perspectiva de los jóvenes sugiere que la respuesta a estas interrogantes estará afectada por el grado de cercanía e identificación con el narcotráfico, las opciones de supervivencia económica y la legitimación de la actividad por parte del Estado y de la comunidad.
La organización imaginada del narcotráfico
El estudiantado construye una noción sobre cómo opera el narcotráfico, qué abarca el tipo de funciones realizadas por sus miembros, cuáles son las pautas para incorporarse al narcotráfico y qué requisitos debe cumplir un miembro potencial. Este imaginario se elabora principalmente a partir de los mensajes explícitos e implícitos en los discursos gubernamentales, de la industria del entretenimiento y de su experiencia personal en torno a las consecuencias del narcotráfico en su comunidad.
La mayoría de los entrevistados asume que para pertenecer al narcotráfico “se ocupan palancas”; es decir, el ingreso implica un contacto previo a partir de un vínculo íntimo propio o de algún conocido, con algún jefe o miembro de menor rango de la organización. Otra manera de ingresar es a través de la invitación o “reclutamiento” por parte de miembros del narcotráfico. Un pequeño grupo de los entrevistados señaló la vía de “pedir trabajo” en los sitios de venta de droga, como “tienditas” o “conectas”. Por lo tanto, entre los entrevistados existen distintas perspectivas sobre la organización: como un grupo secreto que incorpora nuevos integrantes a partir de vínculos de confianza, la “empresa” que realiza un proceso informal de “reclutamiento” o que puede recibir a solicitantes en sus puntos de venta: “Si alguien quiere entrarle va a lugares malos y busca gente mala que lo conecte con el negocio” (participante varón, grupo 4, comunicación personal, 15 de junio de 2018).
Existen ciertos requisitos para pertenecer al narcotráfico. El requisito principal para ingresar y permanecer en él es “ser de confianza”, pues se espera tanto discreción como lealtad y compromiso ante el “patrón”. Otra característica es “ser de piedra”, lo cual alude tanto a la valentía, mantener el control en situaciones de peligro, e incluso “no tener corazón” para asesinar. Finalmente, expresaron la importancia de “ser hábil” en términos del uso de armas, la inteligencia para burlar a los enemigos, el pensamiento estratégico, el conocimiento sobre rutas, el ocultamiento y la venta de droga. De esta manera, es a partir de estas características que construyen un perfil del narcotraficante, que abarca aspectos relacionales, afectivos y prácticos: “Es de piedra el vato –como quien dice– es duro” (participante varón, grupo 7; comunicación personal, 14 de enero de 2019).
Dentro de la organización del narcotráfico, los entrevistados identificaron una serie de actores. Con mayor frecuencia fueron mencionados los vendedores, quienes realizan su actividad en la calle o en espacios como casas y antros. Emplean múltiples términos para referirse a ellos, tanto legales (“narcomenudistas”) como coloquiales (“conectas” o “dealers”), y cabe señalar que algunos implican un mayor grado de estigmatización (“tecolines”).3 Otro actor relevante es el distribuidor, quien realiza actividades como enviar, trasladar, repartir, entregar o recoger la “mercancía”.
Los tecolines, se puede decir que son como las hormiguitas; están como abajo porque ellos ya cayeron demasiado...son como los lacayos, son las personitas que se encargan de irlas a distribuir (participante varón, grupo 8; comunicación personal, 15 de enero de 2019).
Posteriormente, los entrevistados identificaron a los jefes, quienes dirigen o coordinan la organización, y un grupo los percibe como iniciadores del “negocio”. De acuerdo con los entrevistados, otros actores o personajes que participan en el narcotráfico son los sicarios, quienes se encargan de matar o amenazar, también son denominados “asesinos” o “pistoleros”; los vigilantes cuidan a los miembros de cualquier ataque por parte de organizaciones rivales o la persecución de las fuerzas de seguridad, ya sea otorgando información, resguardando a los miembros ante los ataques, o recurriendo al uso de armas como defensa. Se refieren a ellos como “escoltas”, “guardias”, “cuidadores” o “punteros”. Los actores liminales en el mundo del narcotráfico son “los que les dan protección”, es decir, actores que permiten, facilitan o cooperan en las actividades pero pertenecen a instituciones gubernamentales, como policías, militares, informantes, políticos o autoridades. Entre los entrevistados existen posturas en conflicto con respecto a si estos actores son agentes externos o si pertenecen a la organización del narcotráfico.
Mediante términos genéricos o inespecíficos se hizo alusión a otros actores de la organización que suelen tener una menor visibilidad, como la “gente de confianza”, que está compuesta por la “mano derecha” del jefe, los “socios”, o personas que ocupan puestos altos pero inferiores al de jefe. Otro término genérico empleado fue el de “empleado”, lo cual coincide con la construcción del narcotráfico como un trabajo.
Además, los participantes también utilizaron términos como “ayudantes”, “chalanes” o “trabajadores” para referirse a actores de menor jerarquía y que no realizan una sola actividad especializada. Un aspecto relevante es que a través de los grupos, los términos empleados para referirse a las personas que participan en el narcotráfico, indican que es una organización donde predominan los varones.
Como parte de la organización criminal se incluye a los productores que elaboran la droga por medio de la agricultura o laboratorios, y reciben múltiples nombres como “fabricantes”, “cocineros”, “químicos” o “los que la siembran”. Para su distribución se puede requerir la participación de “empaquetadores”, quienes preparan la droga en paquetes o bolsas para traslado y venta al mayoreo. Los jóvenes entrevistados conciben que como organización, el narcotráfico realiza el proceso de producción, distribución, protección y venta al mayoreo. Un grupo de participantes indicó la relevancia de la figura del cliente para entender la permanencia y expansión del narcotráfico, aunque suele ser percibido como un agente externo. Cabe mencionar que un aspecto de la organización que fue omitido por los participantes fue el lavado de dinero.
Las actividades que llevan a cabo en la organización imaginada del narcotráfico pueden tipificarse. En forma análoga a empresas consideradas legales, en la organización se realizan actividades de producción, distribución, venta de la “mercancía” y coordinación del proceso, lo cual requiere tanto su planificación como el control sobre los miembros que participan en dicho proceso. A diferencia de las empresas mencionadas, en el narcotráfico se trafica o “se pasa droga” a través de fronteras internacionales por distintos medios de transporte como autos, barcos y aviones, el uso de “mulas” o túneles clandestinos.
Debido a su carácter de actividad ilegal, se requieren medidas para proteger el producto, el desarrollo de las actividades de producción, distribución y venta, y el cuidado de los miembros de la organización ante grupos rivales o intentos de aprehensión por fuerzas de seguridad. Otra actividad particular en el mundo del narcotráfico es el asesinato, que puede realizarse ante la presencia de un conflicto, como castigo por revelar información, por la pérdida de “mercancía” o debido a deudas, e incluso, se cometen homicidios contra testigos de actividades delictivas que pudieran delatarlos con la policía.
La violencia también puede ejercerse para obtener un control del territorio en el que buscan operar. Algunos participantes añadieron que existe una diversificación de actividades delictivas, como la extorsión, el secuestro, el tráfico de armas o la trata de personas.
El estudiantado aludió mayormente a una violencia instrumental en un contexto de confianza escasa para mantener la actividad de tráfico de drogas, y que se ejerce principalmente contra actores involucrados en el narcotráfico. En menor medida, los entrevistados se refieren a la violencia instrumental que se manifiesta en delitos de alto impacto para diversificar sus ganancias económicas y cuyo rango de acción incluye a personas no involucradas en el narcotráfico. En el discurso de los participantes se omite la violencia que se ejerce contra la ciudadanía que no está motivada por el control interno de la organización, ni la diversificación delictiva.
La presencia del narcotráfico en la vida cotidiana
La construcción del narcotráfico por parte de los jóvenes no sólo se basa en los discursos gubernamentales o de la industria del entretenimiento, sino que también se elabora a partir de lo que observan y escuchan en la localidad. En todos los grupos se mencionó que el narcotráfico estaba presente en su vida cotidiana, aunque algunos participantes afirmaron que consideraban que en la de ellos no estaba presente, o al menos no tenían conocimiento sobre ello.
Puede considerarse que existen distintos grados de cercanía de los jóvenes entrevistados con el narcotráfico. Algunos dijeron mantener una relación indirecta, pues identificaron a personas cercanas como familiares, padrinos, amistades, parejas o conocidos como “narcos” y jefes de mayor jerarquía, o bien, como vendedores, o personas que “pasan droga” hacia Estados Unidos.
Hubo quienes mencionaron relaciones más directas, pues les habían ofrecido vender droga o habían vendido droga. Expresaron una relación más distante cuando mencionaron que en la localidad se encontraban “personas que están en el narco”, mientras que algunos participantes expresaron no haber tenido ningún contacto directo o indirecto con miembros del narcotráfico:
Nada más por estar ahí en la calle me ofrecieron tal paga si un día vendía tal paquete y acepté. Sí fue peligroso, la primera vez sientes como que te van a atrapar, pero cada vez que lo haces se te va quitando el miedo (participante varón, grupo 4; comunicación personal, 15 de junio de 2018).
Cabe mencionar que en ciertos grupos se expresó otro tipo de relación indirecta, pues contaban con personas cercanas que eran consideradas consumidores:
Hay muchas conecta en mi colonia, ahí llegan todas las personas a comprar, ahí van mis amigos, mi familia los conoce a todos, y yo sé dónde venden, quiénes venden y quiénes consumen (participante varón, grupo 6; comunicación personal, 14 de enero de 2019).
Por lo tanto, los jóvenes señalaron que en su opinión hay un predominio de un vínculo indirecto con el narcotráfico en la cotidianidad, especialmente focalizado en la venta y el consumo. Aunque consideran que en el narcotráfico participan múltiples actores, en la localidad conocen principalmente a vendedores, llamados a su vez “conectas” o “dealers”, a consumidores y en menor medida, a “distribuidores”.
Por otro lado, se hicieron menciones mínimas “a los que matan”, a los denominados “sicarios”; o referían que en sus comunidades había “cholos” que se encargaban de asesinar y forman parte del narcotráfico. Los “jefes” fueron mencionados con menor frecuencia, lo cual indica que los jóvenes participantes mantienen principalmente una relación indirecta con la parte más visible del narcotráfico y de menor jerarquía. Los espacios donde se lleva a cabo la venta de droga son principalmente las “conectas” o “tienditas”, seguido de espacios públicos como calles o parques, y eventos como fiestas privadas. Existían posturas encontradas sobre la venta en la escuela, algunos grupos mencionaron que esta realiza al interior o en los alrededores, mientras que la mayoría de los grupos refirió que no ocurría, o bien, dijeron no tener conocimiento de ello:
En mi colonia hay de todo, desde jefes hasta consumidores, pero hay más consumidores. A los jefes se les distingue porque traen mucho lujo en sus carros; en cómo se visten, en cómo caminan, en sus mujeres, porque traen muchas mujeres y [porque] nadie les dice nada (participante varón, grupo 5; comunicación personal, 10 de enero de 2019).
En el corazón de aquí, de Mexicali, y en varias partes es donde está la droga… donde nomás van y ponen la droga y ahí donde ponen la droga van las hormiguitas y van y las venden (participante varón, grupo 8; comunicación personal, 15 de enero de 2019).
Consideraron que en sus comunidades participan en el narcotráfico principalmente hombres jóvenes y adultos, y en menor medida mujeres y niños.
En espacios de socialización como fiestas, los entrevistados perciben que los miembros del narcotráfico se caracterizan por “alardear” o mostrar ostentación en su forma de hablar, caminar o vestir; en los autos que conducen o en el acto de mostrar fotos en sus redes sociales con autos de lujo o armas. Asimismo, los miembros del narcotráfico pueden ser intimidantes para los demás, pues tienen escoltas o las personas no se acercan a ellos.
Otro sector de los jóvenes entrevistados expresa otra imagen sobre las personas que participan en el narcotráfico. Se refieren a ellos como personas “normales”, pues no tienen una apariencia especial, son discretos, e incluso son cercanos a ellos, ya que se encuentran entre sus amistades, compañeros de la escuela o conocidos de su ambiente social. Por lo tanto, los entrevistados distinguen entre una manifestación visible, estereotipada y “ruidosa” del narcotraficante, en contraste con una expresión invisible, similar al ciudadano común y “silenciosa” del narcotraficante que desea pasar desapercibido:
La que lo trabaja es una persona x, nadie sabe, se supone que nadie sabe, y como nadie sabe, anda así porque él es una persona x y nadie sabe que anda en eso (participante varón, grupo 2; comunicación personal, 11 de junio de 2018).
Otra distinción se refiere al estatus social de los narcotraficantes en la localidad. Una forma de identificarlos públicamente es porque son personas “que viven bien”, lo que tiene múltiples sentidos, como mostrar su poder económico, usar ropa de marcas costosas, ser dueño de casas grandes y autos de lujo, o “tener mujeres”. Para los jóvenes entrevistados existe cierta sospecha sobre el origen de la fortuna, pues el bienestar económico puede haberse alcanzado abruptamente y no se explica por el empleo, profesión o negocio legal del presunto narcotraficante.
En cambio, los participantes consideran que en su comunidad hay actores de menor estatus y mayor grado de marginación que también participan en el narcotráfico, especialmente en la venta de droga, como por ejemplo los “cholos”, los “tecolines” y los “vagos”. Esta distinción es relevante, pues al considerar que en el narcotráfico existen personas “que viven bien”, este se convierte en una vía de movilidad social y obtención de estatus, con el riesgo de que por ello se convierta en una actividad aspiracional. Al mismo tiempo, esta vía tiene implicaciones morales en la localidad, pues se percibe como un bienestar conseguido a través de la ilegalidad y la falta de esfuerzo:
Antes ocupaba dinero y ahora es como que ya trae un buen carro, ya trae una buena casa y así. Es un cambio muy drástico en muy poco tiempo (participante varón, grupo 7; comunicación personal, 14 de enero de 2019).
Los jóvenes entrevistados refieren que la presencia del narcotráfico tiene consecuencias en la comunidad. La principal se relaciona con la inseguridad pública, pues perciben que diversos eventos violentos están relacionados con el narcotráfico, como balaceras, homicidios o “matanzas”, quema de casas de quienes deben dinero, llevarse por la fuerza a personas en camionetas o la desaparición de mujeres.
Otra manera indirecta en que según los entrevistados afecta a la seguridad pública, es por la presencia en la calle de personas con problemas por el consumo de drogas, de quienes temen recibir algún daño cuando se encuentran bajo los efectos de la sustancia psicoactiva, o bien, les preocupa que los roben o asalten para comprar la sustancia. La inseguridad también se manifiesta cuando evitan salir a espacios públicos donde se vende o consume droga, como los parques:
Hay balaceras y se quedan los hoyos en la pared… las balaceras son por traiciones, soplones o gente que se quiere salir del negocio (participante mujer, grupo 3; comunicación personal, 14 de junio de 2018).
Consumen tanto que pueden dañar a otras personas… se hace más inseguro, se drogan, hacen desmadres, andan acosando gente… hablan con los postes y los abrazan (participante mujer, grupo 4; comunicación personal, 15 de junio de 2018).
Para los jóvenes entrevistados, una consecuencia relevante para la imagen de su comunidad es que se vuelve habitual ver a personas consumiendo en espacios públicos, e incluso hay colonias donde las casas abandonadas se convierten en “picaderos”. Ligado al aumento del consumo se encuentra el desarrollo de adicciones, que se observa a través del deterioro de los consumidores, pues pierden dinero, solicitan ayuda económica para consumir o “recurren a robar”. El deterioro puede incrementarse hasta el grado de verlos “drogados en la calle”, que se conviertan en “vagabundos”, o “se quedan loquitos”, haciendo referencia a la emergencia de trastornos de salud mental. Aunado a ello, los problemas asociados al consumo tienen consecuencias para los familiares cuando derivan en violencia intrafamiliar.
La gente se gasta todo su dinero y ocupa robar para conseguir más droga; el cuerpo cada vez te pide más, genera adicción… la gente ya no quiere ir [a la colonia] porque dice que allí son drogadictos (participante varón, grupo 4; comunicación personal, 15 de junio de 2018).
En mi casa, atrás como en la cuadra sale un señor cuando ya está drogado… sale peleándose con quién sabe quién, peleándose con el viento, no sé (participante mujer, grupo 8; comunicación personal, 15 de enero de 2019).
Otra consecuencia es el deterioro de la imagen urbana, pues debido a la venta y consumo de drogas, así como los problemas de inseguridad previamente mencionados, se construye una noción de las colonias como sitios peligrosos a evitar. A su vez se reduce el uso de espacios recreativos como los parques, y se genera pobreza cuando los residentes invierten sus recursos económicos en la compra de droga.
Algunos jóvenes señalaron que cuando su colonia se constituye como “peligrosa”, pueden aumentar los operativos de la policía o ingresar a las casas a llevarse a personas. Cabe aclarar que un grupo importante de jóvenes no identificó alguna consecuencia de la presencia del narcotráfico en su localidad.
Ahí por donde yo vivo, está mi casa y en la casa de atrás hay un six [tienda de conveniencia], al lado del six ahí va gente. Una bola de drogadictos, y se ponen a fumar ahí (participante mujer, grupo 5; comunicación personal, 10 de enero de 2019).
Tienes miedo de salir en las noches por lo mismo, de que en la esquina se junta un grupito de personas y te da miedo salir por ahí… porque se drogan y ya muy locos te pueden hacer algo o así (participante mujer, grupo 8; comunicación personal, 15 de enero de 2019).
En la vida cotidiana el narcotráfico representa un riesgo diferenciado para las mujeres, quienes por su condición de género se preocupan por situaciones de acoso en la vía pública por parte de personas que consumen drogas y expresan un miedo de que les puedan hacer “algo”. Aunque algunos grupos de los jóves entrevistados no identificaron consecuencias del narcotráfico en la localidad, otros jóvenes hicieron alusión a su impacto, expresaron poca preocupación por él, como en la frase “preocupa, sin quitar el sueño”.
Los entrevistados consideran que puede afectarlos si participan en la organización, consumen drogas o se vinculan con usuarios. Ocurre una normalización del narcotráfico, se ha vuelto parte de la cotidianidad y resulta común conocer a personas involucradas en la actividad que transitan en la ciudad o participan en la vida comunitaria como “personas normales”.
El narcotráfico ya es algo normal, toda la gente sabe que existe, y mientras no te involucre a ti, pues no te importa (participante varón, grupo 3; comunicación personal, 14 de junio de 2018).
Otro motivo por el que consideran que el narcotráfico no es un problema tan preocupante, es que en la ciudad “no se nota”. Argumentan que esto se debe a la discreción, pues no es fácil involucrarse con miembros del narcotráfico o verificar quiénes “andan en eso”. Además, perciben una menor violencia comunitaria asociada al narcotráfico en comparación con otros sitios del país en términos de balaceras, presencia de sicarios, el establecimiento de retenes militares, la presencia del ejército en las calles, mensajes públicos del crimen mediante el uso de mantas o la exhibición en la vía pública de cuerpos mutilados o desmembrados, la publicación de sucesos violentos en los medios de comunicación, o el desconocimiento de nombres de narcotraficantes.
Los jóvenes entrevistados manifiestan que el narcotráfico en la localidad opera “por debajo”, o trata de ocultarse a la ciudadanía, la cual está expuesta principalmente a la superficie: las actividades de vendedores y consumidores. Finalmente, asumen que en la ciudad el narcotráfico está “contenido” debido a diversos supuestos: es una ciudad “neutra”, “de paso” o “descanso” que no pertenece a un “cartel”; no se siembra droga; y se encuentra en frontera con una ciudad pequeña de Estados Unidos que tiene una menor demanda de droga:
Sería preocupante si la gente consumiera demasiado y hubiera muchas balaceras, pero aquí no es tierra de narcos. Ellos tienen sus territorios, pero este no es territorio narco (participante varón, grupo 3; comunicación personal, 14 de junio de 2018).
Un pequeño grupo de los jóvenes entrevistados no concibe al narcotráfico como problema de seguridad pública que requiere abordarse, pues asumen que “nunca se va a acabar” y no podría hacerse nada ante ello, aunado al hecho de los riesgos que ello implica en términos de seguridad. Algunos participantes proponían la legalización de ciertas sustancias como la marihuana, pues afirman que la prohibición incrementa el deseo de consumo, que se ha comenzado a legalizar en Estados Unidos o perciben que en la vida diaria se actúa como si “ya se hubiera legalizado”.
En cambio, otros jóvenes proponen el fortalecimiento de los programas de prevención de adicciones, o atribuyen mayor responsabilidad a los padres en la prevención, debido a la necesidad de incrementar la supervisión parental, disciplina, el apoyo emocional, inculcar la importancia de trabajar legalmente, e incluso que los padres soliciten a los narcotraficantes de sus comunidades que no les vendan droga a sus hijos. Asimismo, se mencionó la necesidad de reforzar la seguridad pública para contrarrestar las consecuencias del narcotráfico, ya sea aumentando la vigilancia de la policía municipal o bien, recurriendo a la militarización. Finalmente, se hizo referencia a desarrollar una cultura de la denuncia anónima o realizar campañas preventivas para disuadir de la incorporación a la delincuencia:
Nunca se va a acabar, aunque hagas muchas pláticas sobre eso, nunca se va a acabar porque es un negocio extremadamente grande en el mundo (participante varón, grupo 2; comunicación personal, 11 de junio de 2018).
Yo digo que con gente que la ha consumido y ha perdido las cosas así, ellos den las pláticas, para que los que la consumen vean lo que puede llegar a pasar, tal vez le dicen “no, pues esto” y si ven a alguien que lo pasó, tal vez como que reflexione poquito (participante varón, grupo 6; comunicación personal, 14 de enero de 2019).
CONSIDERACIONES FINALES
Los jóvenes construyen discursos acerca del narcotráfico a partir de la mediación entre múltiples discursos: el discurso oficial, el discurso de los medios de entretenimiento y los discursos locales en sus comunidades. En general, existe una ambivalencia hacia el narcotráfico, pues si bien se le concibe como una empresa ilegal que brinda beneficios económicos, implica costos sociales como adicciones y costos personales, como vivir continuamente en riesgo. La decisión de incorporarse al narcotráfico va más allá de una decisión racional que implique una evaluación de costos y beneficios, pues también conlleva afectividades, posicionamientos morales, vínculos sociales y limitaciones contextuales.
El narcotráfico es un objeto polémico que impone dilemas éticos a los jóvenes. Aunado a los costos personales y sociales de la actividad, es rechazado si se la concibe como ilegal, se asocia a la violencia o al “dinero fácil”. Sin embargo, puede aceptarse por sus beneficios económicos, especialmente cuando se construye como un trabajo, y se vislumbra como una estrategia de supervivencia económica en contextos de precariedad laboral o erosión del Estado social.
Un aspecto que torna al narcotráfico como una actividad atractiva para algunos jóvenes es la obtención de un estilo de vida ligado al estatus social y al lujo. Si bien la relación con el narcotráfico parece ambivalente, es preciso realizar una distinción. A nivel de opinión pública pueden normalizar o aceptar el narcotráfico como una actividad cotidiana, pero a nivel privado lo rechazan como opción laboral o estrategia de movilidad social. En términos de prevención, se requieren explorar los mecanismos y procesos que promuevan el rechazo del narcotráfico a nivel personal.
En esta coyuntura histórica, la legalización de la venta de marihuana en el estado de California ha provocado cuestionamientos en ciertos grupos de jóvenes sobre las posibilidades de su venta y distribución legal en México, así como la normalización de su consumo medicinal o recreativo. Se requiere atender los posibles cambios en la construcción simbólica del narcotráfico derivados de las políticas de legalización de drogas y su impacto en las relaciones fronterizas.
Una diferencia importante entre los discursos de los jóvenes participantes se encuentra en la relación que establecen entre el narcotráfico y el Estado, pues principalmente conciben que existe una relación de exterioridad entre ambos, en lugar de una simbiosis. Es decir, que existe una delimitación entre narcotráfico y Estado, aunque ésta es relativa. Lo que sucede en uno está interrelacionado con lo que sucede en el otro, ambos cambian en función del otro. El efecto de exterioridad provoca que el cambio en uno sea consecuencia del contacto o la relación con el otro. El riesgo radica en que, en una situación extrema, el contacto entre ambos sería tan intenso, que la interioridad de cada uno podría desaparecer para convertirse en exterioridad pura (Galindo, 1990).
Un pequeño grupo de los jóvenes entrevistados mencionó la participación de representantes del Estado en el narcotráfico como agentes que brindan protección a las actividades. Por lo tanto, parece que en este punto la influencia del discurso oficial mantiene la separación entre los traficantes de drogas y los miembros del Estado, y que aunque existan vínculos de corrupción, no se reconoce la participación intensiva del Estado en el control de la economía ilegal. Incluso, no se advierte la conexión entre la economía ilícita del tráfico de drogas con la economía lícita, a través del lavado de dinero.
A partir del acceso a los discursos gubernamentales que suelen apelar a la moralidad y de la industria del entretenimiento, que hacen una apología del narcotráfico, los jóvenes entrevistados pueden construir una organización imaginada de esta actividad. No obstante, en la cotidianidad no sólo mantienen en mayor medida un vínculo indirecto con los miembros de las organizaciones de tráfico de drogas ilícitas, sino que ese contacto se realiza con la superficie o parte más visible de la organización, así como de menor jerarquía: los vendedores y los consumidores. Existe una distancia entre la imagen del narcotráfico en otros contextos y la imagen del narcotráfico que se construye en el contexto local. A partir de ese contraste puede satanizarse, rechazarse, aprobarse, normalizarse o mantenerse como un objeto ambivalente en la vida cotidiana de los habitantes de la comunidad. Cabe señalar que suele aprobarse especialmente cuando se le concibe como una estrategia de movilidad social y supervivencia económica, y se percibe que la violencia relacionada con el narcotráfico no afecta el espacio público.
Normalizar socialmente el narcotráfico en las comunidades tiene implicaciones para sus habitantes, especialmente en términos de la inseguridad o del desarrollo de adicciones, así como en del deterioro material y simbólico de la imagen urbana de las colonias. Su aceptación pragmática, mientras no perjudique al individuo, inhibe la posibilidad de construir nuevos discursos ante el narcotráfico, posicionamientos ante el Estado y la creación de una agenda o propuestas de cursos de acción para entender y atender los costos sociales del tráfico de drogas ilícitas.