El presente artículo empezó a ser elaborado en colaboración con varios de los estudiantes de maestría que participaron en el curso Gestión sobre los Recursos para el Desarrollo Rural, del Programa de Posgrado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (2019), quienes invitaron al responsable del curso a formular este escrito de manera conjunta en la medida en que, siendo nativos de comunidades originarias, ni ellos ni él hubieran podido elaborarlo cada uno por su cuenta. Es decir, es fruto no sólo de sus coincidencias, sino también de sus diferencias, algunas de las cuales sirvieron de alimento para la creatividad conjunta. Y es así como el método y el enfoque aquí utilizados se sustentan principalmente en la experiencia vivida por el primer coautor en su propia comunidad indígena y en su interés por poner esa experiencia de pervivencia, desarrollo y dignidad al alcance de los lectores de este artículo en términos comprensibles para ellos, incluyendo las evidencias encontradas en la literatura y en testimonios diversos.
Este artículo empieza analizando el enfoque con el que varias de las corrientes académicas de investigación han abordado las situaciones críticas bajo las que viven las comunidades campesinas e indígenas en México, así como la manera en que se considera y se actúa desde el sector agroindustrial y el gubernamental. Se presentan después algunos elementos de la visión de la que el primer coautor y sus pares son testigos a nivel comunitario. En esto último se ejemplifican diversas experiencias comunitarias acerca de la manera de relacionarse con el entorno natural y temas similares, presentando además algunas evidencias y testimonios de la sabiduría comunitaria y de las prácticas de reciprocidad, de compromiso y de responsabilidad que funcionan como pilares que dan sustento a la vida comunitaria.
Después se hace una reconsideración de estos elementos en términos académicos, para proceder a un planteamiento tentativo de conceptualización que pueda dar sustento a la búsqueda de la forma de contribuir al fortalecimiento de las capacidades comunitarias frente a la crisis actual, de una manera que abra el camino para el aprovechamiento de ese tipo de capacidades por parte de quienes interactúan con estas comunidades desde sectores y niveles económicos y sociales distintos. Se termina señalando el papel clave que puede desempeñar el diálogo entre actores diferentes como elemento básico para avanzar hacia una pervivencia conjunta que sirva como evidencia de un proceso de desarrollo con dignidad.
No está de más precisar que en el presente artículo definimos como campesinos a aquellas personas que viven del trabajo en el campo y que, dada la importancia que la propiedad de la tierra y los conflictos que de la disputa por dicha propiedad se desencadenan, han tenido que organizarse de forma comunitaria. Además, estas comunidades -al menos en México- en su mayoría corresponden a las llamadas comunidades originarias, es decir, a los grupos de población que existían de manera previa a la llegada de los españoles y que, en la época de la Colonia, fueron reubicados (expulsados) hacia territorios más hostiles o menos propicios para la práctica de la agricultura.
Como ya fue dicho, todo esto se plantea utilizando el método y el en- foque que se sustentan principalmente en las experiencias vividas por el primer coautor y por sus pares en su propia comunidad indígena y en el común interés por compartir esas experiencias.
Principales visiones sobre la cuestión rural
Visión académica
Hacia finales de la década de los años setenta y principios de los ochenta, varias de las investigaciones académicas sobre la cuestión agraria en México se enfocaban en la búsqueda de explicaciones sobre la crisis agrícola que transcurría, bajo la hipotética incapacidad de los campesinos para incrementar su producción, tal como supuestamente había ocurrido ya en las décadas de los años cuarenta y sesenta. Otras se enfocaban en el análisis del capital financiero agrícola a partir del reconocimiento de su carácter especulativo, así como en el surgimiento de un sector agrícola intensivo en capital, definitorio de las pautas productivas de la rama y que reorientaba las inversiones del ramo agrícola hacia los sectores financiero y de servicios; todo ello facilitado por la amplia intervención del Estado en la agricultura como agente de dominio (Zermeño López, 1997: 98) Sin embargo, también es posible hallar investigaciones con enfoques diversos en torno a la búsqueda de respuestas sobre el declive de la llamada edad de oro del campo mexicano, durante la cual tuvo lugar la etapa de desarrollo económico nacional bajo el modelo económico por sustitución de importaciones, al que el campo mexicano contribuyó mediante la disponibilidad de productos de alta calidad y bajo costo producidos en diversas comunidades rurales y cuya exportación incluso generó divisas útiles, como en el caso del maíz.
En el mismo periodo, el estudio de la cuestión agraria se abordó desde visiones más relacionadas con los vaivenes del ciclo económico y su incidencia en la obtención de ganancias y en el Producto Interno Bruto (PIB) que con aquellos aspectos que atañen a las relaciones socioeconómicas a nivel de las comunidades rurales,1 y menos aún haciendo énfasis en el papel que los campesinos asumieron como agentes activos en los procesos de cambio observados en los ámbitos económico, político y social en distintas épocas. Aunque pueda comprenderse que esto haya sido así debido a la propia “naturaleza” del sistema económico capitalista y la supeditación que éste ejerce sobre otros ámbitos de la vida social, no está de más reconocer la existencia de otras visiones menos difundidas sobre el análisis de la cuestión rural,2 cuya intención ha sido ampliar nuestro acervo de conocimiento sobre las posibles explicaciones del deterioro del nivel de vida de las familias campesinas mexicanas, de manera que, al complementar esas explicaciones con ejemplos de experiencias vivas, se incentiven desde el ámbito académico la rediscusión y el replanteamiento de la crisis de la agricultura campesina mexicana, y de esta forma se amplíe también la posibilidad de construir nuevas alternativas de solución de manera conjunta.3
Es así como los participantes en el seminario4 hemos coincidido en afirmar que las familias y las comunidades campesinas e indígenas de México cuentan con algunos elementos y capacidades útiles para darse la posibilidad de construir su desarrollo a partir de la determinación y el reconocimiento de sus identidades, es decir, compartiendo sus valores y reafirmando su identidad ante ellos mismos y ante los demás, mediante la conciliación de sus intereses y de la exposición y transmisión bidireccional de su acervo de conocimientos y experiencias. Partimos también del reconocimiento de que, no obstante la riqueza y la valía de sus métodos y formas de producción y organización, para que esto pueda ocurrir bajo las condiciones y circunstancias actuales es necesario e indispensable abrir el diálogo e iniciar un ejercicio de suma de esfuerzos entre quienes, desde distintos ámbitos de la vida social y productiva, tengamos algo que compartir con los miembros de las comunidades campesinas de nuestro país, y de esta forma hacer posible la retroalimentación y la complementariedad de nuestros saberes bajo el entendido de que nadie sabe lo suficiente, pero es posible contribuir a la construcción de nuevos conocimientos a partir de la diversidad, mediante el intercambio de puntos de vista de los involucrados y convirtiendo nuestras diferencias en alimento de la creatividad necesaria para avanzar en lo concreto en términos milpero-sistémicos (1+1=3).
Lo anterior puede ser factible si, además de lo ya dicho, somos capaces de contribuir a la generación de iniciativas proactivas e interactivas que surjan de los propios involucrados, que se discutan y se analicen entre todos y que, además, se sustenten en el principio del mutuo beneficio (dando y dando). Creemos necesario impulsar también la búsqueda de nuevas identidades y coadyuvar en la reafirmación de las ya conocidas, dado el actual contexto de globalización económica y social en crisis. Dicho lo anterior, la pregunta inicial es: ¿Cómo abrir el diálogo entre los interesados y los involucrados en participar con las comunidades campesinas de México en el camino por retomar el papel protagónico de su desarrollo?
Nosotros intentamos lograr que las respuestas tentativas a la pregunta planteada pudieran no ser calificadas únicamente como románticas; para ello, hicimos un esfuerzo por incluir cierta dosis de pragmatismo; creemos que sólo así será posible contribuir al ejercicio práctico y efectivo de inter- cambio de experiencias ajenas y propias, y también que sólo así estaremos en posibilidad de compartir la formulación de alternativas de desarrollo con los protagonistas comunitarios.
Bajo este contexto y sin afán de ser exhaustivos, en el presente artículo exploramos brevemente algunas de las visiones más ampliamente representativas en la actualidad sobre “la cuestión rural”. Damos así un primer paso de aproximación al estado actual de comprensión y análisis predominante en los ámbitos académico, institucional y comunitario sobre el ámbito rural mexicano, y en particular sobre la agricultura campesina y los campesinos. Para ello, hemos consultado diversas fuentes bibliográficas y hemerográficas con la finalidad de obtener un panorama más general, y a la vez diverso, sobre el tratamiento que se le ha dado a la crisis de las comunidades rurales en los últimos años. Posteriormente, exponemos una síntesis de nuestra propia visión, así como de las razones en que ésta se fundamenta, con el propósito de dar coherencia a la propuesta explícita de abrir el diálogo participativo e incluyente entre visiones afines y distintas a la nuestra, con la finalidad de construir mejores preguntas y mejores respuestas que nos permitan dar pasos hacia adelante de manera más eficiente e incluso -¿por qué no?- llegar a proponer el replanteamiento del paradigma de desarrollo vigente.
Visión agroindustrial
Más allá de su ubicación geográfica y de lo que producen, a nivel gubernamental se reconocen tres categorías de agricultores mexicanos: 1) pro- ductores comerciales en crecimiento: quienes han podido desarrollar fuertes ventajas competitivas gracias a su integración a redes de innovación y que han generado o adaptado tecnologías de producción y/o comercialización; 2) productores comerciales estables: operan en mercados relativamente estables y conocidos o no logran consolidarse en mercados en expansión, y 3) productores marginales.
Es preciso señalar que esta visión no es unívoca; existen variantes de la misma cuyas diferencias se explican de acuerdo con las funciones de la institución que se tome como referencia. Algunos ejemplos de las visiones institucionales más representativas o relacionadas con el tema agrícola son: Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria (CEDRssA, perteneciente a la Cámara de Diputados): para este organismo, el agro mexicano requiere “renovarse”, ya que la situación de rezago y estancamiento productivo en que se encuentra dificulta a los productores agrícolas nacionales -incluidos los campesinos- su incorporación exitosa a la actual dinámica económica internacional; ello desemboca en una propuesta de “modernización” de los procesos productivos agrícolas, mediante el uso de mejores recursos tecnológicos, acompañados siempre de la participación activa del sector privado y sus inversiones, realizada con una visión de mediano y largo plazo.
Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader):5 se enfoca más en el tema alimentario, reconociendo los cambios en hábitos y prácticas alimenticias, así como la implicación que esto ha tenido en el estado nutricional de las personas; reconoce también que la desigualdad de ingresos explica las grandes diferencias respecto del acceso a los alimentos entre distintos grupos de población. En cuanto a los cambios estructurales y del empleo, confirma que la contribución al PIB de la agricultura en las comunidades rurales ha disminuido, del mismo modo que la proporción del empleo agrícola. Por último, destaca la importancia del papel de la investigación y la innovación científicas como detonadores de nuevos mecanismos y técnicas en los sistemas de producción, comercialización e industrialización de alimentos.
No deja de ser notable que en estas visiones no suelen incluirse algunos elementos cotidianos de la problemática rural, como la llamada “bajada de recursos”, la cual hace referencia a los recursos económicos que se otorgan formalmente para fines productivos y cuya aplicación se comprueba mediante facturas compradas y otras formas similares -a sabiendas tanto de quienes los reciben como de quienes los otorgan-, bajo argumentos como el de que, si se aplicaran en los términos que se establece en el proyecto correspondiente, no se recuperarían. Lo anterior deja ver cierta asimetría entre la cotidianidad campesina y el oficialismo institucional, y a la vez reafirma las disonancias entre la teoría y la praxis.
Visiones desde la acción comunitaria
En América Latina existen varias experiencias de trabajo cercano con los campesinos, que dan testimonio de la capacidad que éstos poseen en cuanto a la mejor forma de conservar y ampliar los conocimientos heredados de sus antepasados y resguardados comunitariamente por varios siglos. Tal capacidad se hace visible, por ejemplo, en sus métodos de siembra, selección y mejora de semillas en términos diferentes a los del monocultivo moderno, así como en sus cosechas y en el aprovechamiento que de éstas obtienen. Cada uno de estos elementos forma parte del patrimonio tangible e intangible de las comunidades originarias de América y de la cosmovisión en que sustentan su existencia, que les ha permitido resistir y enfrentar las adversidades históricas derivadas del control del poder político y económico, asumido y ejercido por los grupos sociales dominantes.6
Un ejemplo de lo anterior lo encontramos en el trabajo realizado por la Fundación Interamericana (1977), en el que se aborda la cuestión rural desde la perspectiva de las familias campesinas, reconociendo que éstas poseen la sabiduría y los conocimientos para propiciar su propio desarrollo y que los gobiernos o cualquier otro agente externo ajeno a las comunidades campesinas puede colaborar con ellas, pero preferentemente facilitando la disposición de los recursos que éstas consideren necesarios para llevar a cabo proyectos específicos acordes a su visión de desarrollo. Con trabajos como éste se reconoce la existencia de visiones alternativas de desarrollo surgidas desde las bases comunitarias y su importancia para la construcción de sociedades más cohesionadas y con dinámicas más funcionales a su entorno biopsicosocial.
La Nueva Ruralidad
El concepto de la Nueva Ruralidad, surgido en los primeros años de la década de los años noventa, explica los cambios observados en el medio rural a partir de la globalización económica, financiera y comercial auspiciada bajo el modelo económico neoliberal, y propone no sólo hablar de un cambio en el campo latinoamericano, sino también de un proceso de transición social, de la transmutación de una sociedad organizada casi exclusivamente en torno a la actividad agrícola, hacia una sociedad rural más diversificada o plurifuncional. Reconoce también la complejización de la relación campo-ciudad, circunstancia que ha rebasado la vieja relación dicotómica, yendo más allá del intercambio desigual y de la migración de los pobres del campo hacia las grandes ciudades, conducente a la formación del ejército industrial de reserva. Se puede decir de manera muy general que, bajo el enfoque de la Nueva Ruralidad, la conceptualización de lo urbano como espacio ocupado por grupos sociales relacionados con la industria y los servicios ya no tiene valor explicativo en el marco de la globalización del capital (García Bartolomé, 1991). Hoy, en el comienzo de la tercera década del siglo XXI, se vuelve necesario ampliar la perspectiva sobre la relación campo-ciudad incorporando elementos explicativos emanados desde las bases sociales comunitarias, por ser éstas no sólo meras construcciones teóricas, sino también experiencias vivas que se gestan, ejecutan y replantean de forma continua para adaptarse a las cambiantes circunstancias socioambientales y, de esta forma, posibilitar la pervivencia social no sólo a nivel local, sino más allá de la escala territorial.
La Vía Campesina
Algunos estudiosos del tema, como Alessandro Bonanno (citado por Desmarais, 2007: 45), eran escépticos sobre la habilidad de los campesinos para organizarse internacionalmente, debido a su gran diversidad. La Vía Campesina (LVC) cambió lo que algunos veían como un obstáculo a la organización internacional -la diversidad- para convertirla en una de sus fuerzas claves. Este movimiento transnacional une a organizaciones que representan a diferentes miembros; aunque la mayoría de esas organizaciones geográficamente vastas radican estrictamente en zonas rurales, algunas de ellas trabajan activamente en zonas urbanas. LVC también representa la diversidad en la forma en que se vinculan las organizaciones de campesinos y agricultores incluso a escala nacional e internacional.7 Una de las principales fuerzas de LVC es cómo entrelaza a organizaciones embebidas en su propio contexto político, económico, social y cultural, pero también cómo se las agencia para establecer la unidad entre toda la diversidad (Desmarais, 2007). Cabe destacar también que, para ese movimiento internacional, “el diálogo y la responsabilidad son las claves, apoyadas por estructuras bien definidas y por procesos de representación y toma de decisiones democráticas” (2007: 50).
Los enfoques brevemente expuestos hasta aquí pueden agruparse en dos principales visiones: una que da cuenta de los principales elementos con que cuentan las comunidades campesinas para tomar en sus manos las decisiones y acciones necesarias para definir los alcances y la viabilidad de sus iniciativas, recurriendo para ello a la riqueza de su diversidad; y otra que considera que el desarrollo de estas comunidades no está del todo a su alcance, al suponer necesaria la tutela de un actor externo que asuma de manera eficiente la planeación, ejecución y orientación del desarrollo campesino; dicho actor puede ser el Estado (gobierno) o alguna organización o empresa del sector privado.
En este artículo, al tiempo que reconocemos ambas visiones, hacemos énfasis en la existencia de evidencias y testimonios sobre la llamada “edad de oro de la agricultura campesina” como prueba histórica de la viabilidad de un sector agrícola autosuficiente y redituable que tuvo sustento en la participación protagónica de las comunidades campesinas mexicanas -manifiesta a través de la lucha histórica por la recuperación y posesión de la tierra- pero que empezó a dejar de ser considerada como una opción viable de desarrollo desde hace por lo menos 40 años, quedando fuera también del plano nacional de discusión. Prueba de lo anterior es el olvido en el que han quedado logros históricos de las comunidades campesinas, producto de iniciativas y acuerdos comunes, como lo fueron las exportaciones de maíz mexicano a Michigan, Estados Unidos, o como ocurrió en Nayarit cuando “utilizando la pericia y la sabiduría milpera para domesticar la planta de tabaco y convertirla en ‛planteros-de-monte’, se logró que el comprador extranjero fuera dando la espalda al hacendado y se empezara a aliar con ellos […] creando alianzas con las que le dieron vida a su nueva voluntad de ser: pasando así de peones acasillados-esclavizados a campesinos minifundistas, ejidatarios y comuneros con el doble carácter de trabajador y de dueño de la tierra” (Székely Sánchez, 2018: 594 y 604).
Como las anteriores experiencias, existen muchos otros casos, algunos documentados y otros no. En el caso de estos últimos, a veces lo único que se tiene es el testimonio de viva voz que se transmite de generación en generación o de boca en boca, motivo por el que su veracidad es cuestionada, y así, tales testimonios permanecen sin reconocimiento en ámbitos como el histórico, el académico o el político. Como resultado, su ausencia es notoria en los debates y en las discusiones que llegan a darse en los ámbitos citados, o simplemente quedan relegados como meras alusiones románticas o míticas. Con base en lo que hasta aquí se ha dicho, en los párrafos siguientes exponemos nuestra particular visión sobre el actual estado que guardan el estudio y el análisis de los temas relacionados con el campo mexicano en general y con la agricultura campesina y los campesinos en particular.
Construyendo una visión adicional
El cultivo de la tierra ha sido la actividad productiva que le ha permitido al hombre sobrevivir y permanecer cohabitando nuestro planeta con otras especies. Gracias a esta esencial actividad, la especie humana dio el paso hacia la evolución y el progreso que, con el transcurrir de los siglos, la llevarían a colocarse como la especie dominante. Tener cubierta la necesidad de alimentación le ha permitido a la humanidad enriquecer mente y espíritu hasta alcanzar inimaginables progresos que ha utilizado en su propio beneficio, pero que también han significado el origen de múltiples calamidades.
Finalizada la segunda década del siglo XXI, persisten problemáticas sociales que aún no han podido ser entendidas ni atendidas de forma efectiva para reducir sus efectos adversos sobre la población mundial; ejemplo de ello son la desigualdad económica y social, la pobreza, la (in)sostenibilidad ambiental y el hambre. Respecto a esta última, existen dificultades específicas relacionadas con aspectos técnico-económicos y sociales, como la producción de alimentos y las formas de acceder a ellos con calidad e inocuidad. En este sentido, consideramos preciso señalar la vertiginosa forma en que los procesos de producción, procesamiento y distribución de los alimentos han venido transformándose de acuerdo con los avances de la técnica y la ciencia aplicada a la industria alimentaria -aún más a partir de iniciada la desregulación de las finanzas y el comercio a nivel mundial- y la dinámica surgida de estos hechos que, lejos de ayudar a resolver problemas como el hambre, ha dificultado la propia satisfacción de la necesidad de alimentación de muchas personas en el mundo (UNICEF, 2018).
Respecto a la población rural de México, las precarias condiciones de vida prevalecientes en este medio destacan como oprobiosa realidad y cuestionan la eficiencia del actual modelo de desarrollo económico como generador de bienestar colectivo.8 La sola existencia de la llamada pobreza alimentaria en este mismo sector de la población resulta inaceptable y hasta cierto punto inexplicable, si consideramos que la gran mayoría de las comunidades campesinas de nuestro país poseen un vasto y diverso conjunto de conocimientos y recursos, tanto naturales como técnico-organizativos y culturales, que no sólo les han permitido vivir frente a la transformación del paradigma económico mundial de principios de los años ochenta, sino también ante los cambios ocurridos en el transcurrir de los siglos post-conquista.9 Lo han hecho reconociéndose continuamente y redefiniendo sus identidades para adaptarse de la mejor forma posible a las cambiantes circunstancias, y creándose nuevas posibilidades con los elementos de que disponen, como lo son su tierra, sus semillas, sus cosechas y su trabajo; intercambiando sus propios conocimientos con los de otros y aprovechando las diferencias entre ellos para generar sinergias y aplicar conocimientos probados, renovados y enriquecidos.
Partiendo de lo anterior, creemos que aun en la más adversa de las circunstancias es factible construir alternativas viables de desarrollo, cuyo eje rector sea la conciliación de motivaciones e intereses y el debate de ideas entre los involucrados, para aprovechar sus coincidencias y para transformar sus diferencias, así como convertir los obstáculos para la cooperación en alimento para la creatividad conjunta, pero además con justicia y dignidad;10 es decir, ejerciendo libre y responsablemente su facultad de decidir sobre el curso que han de seguir sus acciones para alcanzar los objetivos planteados, a través del trabajo individual y colectivo, para poder alcanzar lo que desde su cosmovisión signifique vivir bien, en armonía con el desarrollo de sus capacidades y con el pleno ejercicio de sus derechos, como lo dejan ver los siguientes testimonios y evidencias.
Testimonios y evidencias
Sobre la importancia de la comunidad
En la cotidianidad de los pueblos indígenas y campesinos de México se pueden encontrar evidencias diversas de su continua resistencia a desaparecer, a dejar de ser ellos mismos al asumirse como parte de un todo ajeno, artificial, sin raíz, sin diversidad, sin identidad y sin cosmovisión propia. La vida de estos pueblos está ligada, desde sus orígenes, a la tierra, donde se gestan y de la que emanan, no sólo porque les proporciona sustento sino también autonomía, identidad y sentido de pertenencia. Así, la vida de estos grupos sociales se gesta en la familia y se expresa de manera colectiva en la comunidad, ésta a su vez sustentada en la corresponsabilidad, la solidaridad y el compromiso de las personas con ellas mismas y con el resto de los habitantes del pueblo (miembros de la comunidad). Así se observa en el siguiente testimonio:
[…] que lo que hagamos en nuestro entorno lo vamos a recibir: bien o mal lo vamos a recibir, porque si tenemos malos pensamientos también se nos van a regresar […], pero si eres responsable con tus actos, con tu vida, con tu relación, con tu entorno y con todos, vas a estar bien, si no, vas a tener problemas.11
En el siguiente testimonio se da cuenta de la importancia de la familia como el núcleo de la organización y acción campesino-comunitaria, de su indisoluble vínculo con la vida, con la generación del sustento para la producción y la reproducción familiar y comunitaria; como sustrato para la construcción de autonomía y para la creación de posibilidades de libre determinación y toma de decisiones de acuerdo con sus propios intereses, en sus propios términos y en su beneficio:
Las concepciones y valores del hombre tzotzil giran en torno al maíz. La vida humana se concibe gracias a él, que es considerado como fuente de prestigio social: am’tel, “trabajar”, se refiere a las actividades vinculadas al cultivo del maíz; el hombre que sabe trabajar es aquel que tiene mucho maíz. Para acceder a algún cargo dentro de la jerarquía tradicional, una persona debe tener suficiente maíz para alimentar a las autoridades, a sus ayudantes y a su familia durante un año (CDI, 2018).
Sobre la manera de relacionarse con el entorno natural
Un testimonio de resistencia al deterioro del suelo y de los cultivos es aportado por Sebastián Hernández Luna, intelectual tzeltal, campesino y licenciado en Desarrollo Sustentable, en el coloquio Defensa de los Territorios, los Saberes Tradicionales y la Participación de los Pueblos Originarios en el Diseño de Políticas Ambientales sobre Medio Ambiente.
En su ponencia, Hernández Luna habló sobre:
[…] el hombre perezoso, el hombre derrotado, el hombre que ha cedido su cultura a cambio del conformismo y la comodidad; por ejemplo, el campesino que deja de sembrar con los métodos tradicionales o que deja de practicar la rotación de cultivos en favor de utilizar fertilizantes químicos o abonos químicos, o sembrando solamente un solo producto como la piña12 o el aguacate, que ya llegó como una plaga y que está invadiendo muchos territorios en nuestro país […]; el ch’a lil winic es amargo porque ha abandonado su cultura y ha abierto la puerta al individualismo y a la debilidad política que eso implica: el ch’a lil winic abandona las buenas costumbres de las prácticas tzeltales de respeto a la naturaleza. […] Pero muchos de ellos están practicando también una transformación intensa de sus cultivos para tratar de proteger los suelos sembrando nuevos productos, además de que siguen sembrando la milpa13 y no sustituyéndola: están sembrando ahora también flor de jamaica, entre varios otros cultivos traídos de fuera […]. No haciendo caso de lo que sugiere el gobierno que es sembrar sólo para exportar y obtener dólares, están sembrando semillas importadas tal como ya lo habían hecho con la del café, con las que ganan dinero pero cuidando su manera de sembrar, en primer lugar, para proteger la reserva comunitaria que tienen ellos contra la ampliación de la frontera agrícola, y también sembrando algo que les permite proteger y enriquecer los suelos […] (Radio UNAM, 2017).
Testimonios como el anterior abordan varios aspectos: en primer lugar, muestran la incorporación de los miembros (algunos) de las comunidades campesinas al ámbito del conocimiento civilizatorio, en lo referente al estudio y aprendizaje de ciertas ramas científicas reconocidas mundialmente como válidas por estar basadas en el método científico; de esta manera se echa abajo el argumento sobre el campesino que se resiste (o se niega) a incorporar la ciencia y la técnica modernas en su cotidiana labor. Es decir, con ello se demuestra que muchos de los campesinos también pueden estar abiertos a la incorporación de nuevos conocimientos para reforzar su propio acervo, sin desplazarlo, y con el afán de obtener mejores resultados ante los múltiples problemas que enfrentan y que ponen en riesgo su supervivencia. Demuestran así que en la construcción de alternativas pueden utilizar las diferencias como alimento de la creatividad en la diversidad:14 no se trata de la imposición de otros conocimientos -y de su uso- sobre los propios, sino además de éstos, sin ceder ante el individualismo ni minando los cimientos de la vida comunitaria, sino reforzándolos. Así ocurrió con Jesús León Santos, líder ecologista mixteco ganador del Premio Ambiental Goldman en 2008; junto con otros comuneros de la Mixteca Alta oaxaqueña, se fijó el objetivo de reverdecer los campos recurriendo a unas técnicas agrícolas precolombinas para convertir tierras áridas en zonas de cultivo y arboladas (Enciso, 2008).
Elementos explicativos
En términos de sabiduría propia
Con base en los testimonios expuestos, es posible afirmar que un elemento explicativo de la pervivencia de las comunidades campesinas de México es la continua dinámica de intercambio y adquisición de conocimientos socio-productivos en la que están inmersas. Esto incluye hoy el hecho de que varios miembros de la comunidad emigran en la búsqueda del sustento y de nuevas formas de proveer el ingreso necesario a sus familias para continuar con las labores propias del campo y para la satisfacción de sus necesidades más elementales, mientras que otros emigran también en búsqueda de oportunidades de carácter formativo a nivel profesional; algunos logran matricularse y graduarse en instituciones de educación superior. Es esta una de varias formas de darse a sí mismos la posibilidad de acrecentar y complementar el acervo de conocimientos que muchos de ellos han adquirido en la propia práctica de la producción agrícola y de la vida comunitaria; conocimientos que les han sido transmitidos desde generaciones anteriores, no sólo de viva voz y de forma empírica, sino también mediante la práctica y el desarrollo de los conceptos y los métodos de la sabiduría propia, que son, en alguna medida, equivalentes a los de las ciencias modernas.
Además de lo anterior, es importante saber que el trabajo continúa llevándose a cabo en el seno de las comunidades, en tanto que siguen celebrándose asambleas y reuniones en las que se delegan los cargos que algunos miembros de la comunidad ejercerán y se discuten las formas en las que se resolverán determinados conflictos de implicaciones particulares o colectivas, entre otros temas de importancia. De esta forma, podemos ver que las comunidades campesinas no permanecen pasivas ante las necesidades de sus miembros ni ante los factores externos que amenazan su autonomía, su estabilidad y su integridad;15 dicho de otra forma, las comunidades perviven gracias a la acción y las iniciativas de sus miembros.
En lenguaje comunitario
La reciprocidad y el compromiso son dos de los pilares que sustentan la vida comunitaria de los pueblos indígenas y campesinos de México. Ambos elementos están presentes en la forma de organizarse y de trabajar, y en la mayoría de los casos, en las obligaciones de cada persona con la comunidad, las cuales son asignadas por ésta de manera directa en las asambleas e indirecta a través de los familiares. Tales responsabilidades, así como los juicios que la propia comunidad hace de acuerdo con el cumplimiento o no de las obligaciones correspondientes, se transmiten (o heredan) a las generaciones sucesivas. Así lo confirma el testimonio de Martha Colmenares, quien señala que, si bien en el ámbito académico se dice que lo más importante para la vida comunitaria es el territorio, esto va más allá del aspecto meramente geográfico, ya que:
El territorio es un espacio de responsabilidad, y es esa responsabilidad la que a su vez fortalece la espiritualidad, la cual se manifiesta a través del trabajo comunitario (por ejemplo, el tequio). Pero existe un principio más importante aún: la reciprocidad, que es la ley universal del yo te doy y todo lo que (te) doy, regresa […]. Y eso es lo que nos hace cumplir: entender que la responsabilidad es lo más importante para vivir en un pueblo.16 […] porque lo más importante es servir, ya que si sirves al pueblo te sirves a ti y sirves a tu familia. Si alguien falla, lo carga hasta el nieto. […] lo importante para nosotros es esto que le llaman reciprocidad, recibir y dar, por eso damos el servicio, porque estamos agradeciendo que nos están tomando en cuenta, que somos parte de ese núcleo que vive en este territorio, que puede ser delimitado o no, pero tenemos una responsabilidad; y si no cumpliéramos con lo que hacemos, nuestra existencia no tendría caso.
De las aportaciones hechas por Martha, destacamos lo siguiente:
Nos deja claro que si algún miembro de la comunidad no asume su responsabilidad, dejando de servir, la comunidad lo juzgará y dicho juicio (moral) se hará extensivo a todos los miembros de su familia y su descendencia. Dicho de otra forma, se sirve no sólo por conciencia, sino también por conveniencia.
El término “reciprocidad” se conjuga armónicamente con la visión que en este artículo tratamos de exponer, porque hace referencia a la manera en que los involucrados en el diálogo comunitario -que los conduce a retomar el protagonismo de su desarrollo- asumen los intereses del otro como propios, pero sin sacrificar los suyos, sino más bien por conveniencia mutua: porque se reconocen como dos fuerzas cuya capacidad de influencia por separado es insuficiente para enfrentar resolutivamente determinado problema o conflicto, pero que unidas son capaces de eso y más.
En términos académicos
Actualmente no resulta fácil encontrar algún trabajo académico cuyo tema central gire en torno al reconocimiento de la pervivencia del campesinado; son más numerosos los trabajos -al menos con 20 años de rezago- que abordan el tema de la ruralidad como una cuestión puramente histórica y que, en algunos casos, identifican al campesinado como el remanente social de un viejo sistema económico basado en un modelo de desarrollo ineficiente y caduco. De esta forma, términos como nueva ruralidad, multifuncionalidad campesina, reurbanización, etcétera, han llegado a ser propuestos como conceptos explicativos de la “nueva realidad” que se vive en el medio rural y, sobre todo, en el sector de la población dedicada a la agricultura de pequeña escala.
Siguiendo la misma ruta, la producción literaria académica ha contribuido con una diversidad de términos como agricultura sustentable, agricultura orgánica, cambio climático, cultivos genéticamente modificados (transgénicos), huella ecológica, entre otros, surgidos desde disciplinas y enfoques diversos pero cuyas implicaciones convergen e inciden en alguna medida en el medio rural, en la agricultura y en otras actividades relacionadas directa o indirectamente con ésta.
Lo anterior puede corroborarse citando y analizando las propias definiciones de algunos de los conceptos mencionados:
Huella ecológica: es un indicador para conocer el grado de impacto de la sociedad sobre el ambiente. Concepto propuesto por William Rees y Malthis Wackernagel. Es una herramienta para determinar cuánto espacio terrestre y marino se necesita para producir todos los bienes que se consumen, así como la superficie para absorber los desechos que se generan, usando la tecnología actual (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, 2018).
Agricultura orgánica: es un sistema global de gestión de la producción que fomenta y realza la salud de los ecosistemas, incluso la diversidad biológica, los ciclos biológicos y la actividad biológica del suelo. Hace hincapié en la utilización de prácticas de gestión, con preferencia a la utilización de insumos no agrícolas (FAO, 1999).
Agricultura sustentable: se refiere al uso racional de los recursos para la agricultura, en particular del suelo, el agua y los insumos agrícolas. Su objetivo es producir más en menos superficie de suelo, para satisfacer las necesidades básicas de fibra y alimentos, sin provocar o minimizando impactos ambientales, de forma económicamente viable y sin perjuicios para la salud de los productores y de la sociedad en general (Instituto de Investigaciones Agropecuarias-Ministerio de Agricultura, 2018).
Cambio climático: variaciones en el clima que no se producirían de manera natural provocadas por las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero derivadas de las actividades del ser humano (entre ellas, por supuesto, la agricultura) (Acciona, 2018).17
Así, es posible apreciar que cada concepto representa un enfoque particular para abordar algún aspecto concreto de una problemática compleja; para estudiar un aspecto micro de un sistema macro -y su funcionamiento-, que de otra forma sería muy difícil comprender. No obstante, todos los enfoques tienen también elementos en común que comparten en algún punto de su particular universo de análisis, elementos que se complementan y elementos que se excluyen; sin embargo, ello no hace a alguno de los enfoques más valioso o importante que el resto, sino más bien les asigna a todos valor intrínseco como elementos constitutivos o piezas claves del macrosistema que se analiza.
Fenómeno similar ocurre en el ámbito de las ciencias sociales, cuando se da cuenta de la existencia de comunidades campesinas e indígenas que han resistido de una o varias maneras los cambios en la geopolítica económica mundial y local, valiéndose de sus propios medios y estableciendo el diálogo entre saberes, el cual se realiza entre los miembros de comunidades rurales mexicanas territorialmente distintas y en el que se intercambian conocimientos técnicos (y su capacidad para hacerlos interactuar horizontalmente), organizativos y sociales arraigados en la sabiduría comunitaria, con los que avanzan en la superación de dificultades concretas (Székely Sánchez, 2018), gracias a lo cual estas comunidades aún se encuentran vivas y muchas de ellas incluso inmersas en el replanteamiento del papel que ocupan en el orden mundial actual y del que pretenden ocupar en el futuro inmediato.
Es así como la forma en la que actualmente se trata el tema del campo -y por añadidura, la agricultura campesina- se distingue de la manera en que se hizo en las últimas décadas del siglo XX, en el carácter multidisciplinario de su análisis, con la consecuente subdivisión e hiperespecialización temática; circunstancia que, aunque permite conocer más detalladamente cada uno de los elementos que intervienen, interactúan y conforman el universo de la agricultura y actividades relacionadas, lo hace por separado, de forma desagregada, dificultando así el ejercicio analítico e inteligible con perspectiva holística.
Conceptualización
De lo hasta ahora expuesto podemos extraer elementos que nos posibilitan entender por qué, terminada la segunda década del siglo XXI, los campe- sinos no han desaparecido como en algunos momentos de las dos últimas décadas del siglo pasado fue predicho, periodo histórico de tránsito hacia un modelo de desarrollo económico de libre flujo de capitales, mercancías y fuerza de trabajo, en el cual, se decía, habría lugar únicamente para los agentes más capaces de competir en los mercados internacionales, entre los que no se consideraba a los campesinos. Pero vemos que no ha sido así: podemos observar a muchos de ellos aún trabajando la tierra, organizándose de manera tal que los distintos miembros que integran las familias puedan asumir determinados roles o responsabilidades comunitarias, evitando, en la medida de lo posible, poner en riesgo la funcionalidad y la integración (cohesión) de las estructuras familiar y comunitaria que les permiten lograr la pervivencia individual y colectiva, y que además son el basamento que soporta la estructura social y, por consiguiente, la superestructura del sistema económico capitalista.
Es así como el legítimo y fundamental acto de ser, de existir en sus propios términos, con cultura e identidad propias, con modos de relacionarse, formas de producir y de reproducirse afines a cosmovisiones específicas -diversas, pero no excluyentes-, bajo las normas y los principios establecidos por sus antepasados, y con la encomienda como valor y principio ineludible, ha significado mantener vivos los modos de vida de los campesinos e indígenas de México, y además ha causado que otros actores con formación disciplinaria diversa comiencen a centrar su atención en aspectos particulares de la vida campesina e indígena, en reiterados intentos por hallar respuestas a distintas problemáticas que actualmente amenazan y ponen en riesgo la estabilidad y la viabilidad de procesos de orden natural y social.
Lo dicho párrafos arriba nos brinda también la posibilidad de explorar las formas en las que actualmente se construye, se difunde y se aplica el conocimiento científico, sus fines, potencialidades y riesgos; y es también una invitación a reconocer que nadie sabe(mos) suficiente pero, a la vez, que todo conocimiento factible de ser explorado debe ser considerado como una potencial y valiosa aportación al acervo colectivo, aunque éste, de principio, no se considere producto del método científico, no obstante haber sido logrado -y probado- por la humanidad en algún momento de su historia, como lo sugiere la teoría filosófica del empirismo.18 De hacerlo, estaremos en posibilidad de potenciar los alcances que la sabiduría colectiva pueda tener, al comprender de forma integral y diversa cada uno de los aspectos involucrados en su proceso creativo, en su aplicación y en los resultados derivados.
Creemos que abrir el diálogo para colectivizar y enriquecer el conocimiento y la técnica es una forma de darnos la oportunidad de construir planteamientos factibles que nos permitan enfrentar e incluso resolver con dignidad, y con mayores posibilidades de éxito, las múltiples problemáticas que hoy aquejan no sólo a la especie humana,19 sino también la viabilidad del planeta como un sistema vivo y funcional, gestando y desarrollando iniciativas desde el ámbito local y haciéndolas fluir corriente arriba, alimentándolas de flujos tanto confluyentes como divergentes.
Entonces, abramos diálogo
Escuchar al otro, al que piensa distinto, en vez de descalificarlo o excluirlo, nos brindará la posibilidad de encontrar elementos que podamos utilizar -además de los propios- para construir iniciativas socialmente más sólidas y técnica y económicamente más eficientes. Desde luego, la participación de las instituciones es también necesaria, como impulsoras y promotoras de las iniciativas y los pactos surgidos del diálogo intra e intercomunitario, interdisciplinario y trans-social,20 pero, sobre todo, como garantes del cumplimiento irrestricto de las garantías constitucionales y los derechos de los individuos y de las comunidades o grupos sociales a los que pertenezcan.
Dialogar nos ayudará también a desmitificar aspectos de la vida de los grupos campesinos e indígenas que han sido utilizados como argumentos del discurso paternalista, discriminante y compasivo, emitido por actores di- versos que buscan satisfacer intereses particulares.
Dialogar nos permitirá desmonopolizar de la disciplina económica el concepto de desarrollo, además de redefinirlo y enriquecerlo con elementos extraídos de la(s) perspectiva(s) de las comunidades campesinas e indígenas de México -y de otras-, de forma tal que sea posible construir una conceptualización distinta que no sólo a ellos, sino a todos, nos sirva para hacer valer con dignidad la(s) ruta(s) y los pasos a seguir en el legítimo afán de mejorar sustancialmente sus condiciones de vida, en sus propios términos y sin que ello implique pérdida de autonomía, de identidad, de su entorno natural o de su herencia cultural; y que además les sirva también para ser reconocidos como sujetos y partícipes históricamente activos en la construcción de este país.
Dialogar para reconocernos frente al otro y frente a nuestras propias carencias nos brindará la posibilidad de interactuar creativamente, en términos sistémico-milperos, es decir, haciendo valer lo propio, los conocimientos y recursos técnico-organizativos y sociales arraigados en la experiencia y la sabiduría comunitarias; potenciar la capacidad para hacerlos interactuar horizontalmente hasta con algunos conocimientos y recursos modernos aportados por aliados institucionales y privados, aprovechando las diferencias entre unos y otros de manera creativa, renovando y fortaleciendo nuestras identidades para definir el rol protagónico que cada cual esté dispuesto a asumir, junto con las comunidades campesinas e indígenas, en la concreción del desarrollo con dignidad y de nuestra pervivencia en el futuro próximo.
Así pues, más que concluir el presente esfuerzo colectivo, es nuestra intención dejar esta propuesta sobre la mesa, de la misma forma en que lo hacen las personas de las que se dio testimonio páginas atrás, para que sea retomada por quien(es) nos lee(n) si así lo considera(n) necesario o importante, para aglomerar y concretar el valioso trabajo que las comunidades campesinas e indígenas realizan desde distintos lugares de nuestro país, para seguir aprendiendo desde la diversidad y dando pasos firmes hacia delante ante los retos presentes y venideros. Creemos que los objetivos planteados al inicio del artículo han sido cumplidos, pero somos conscientes también de que hay aún mucho trabajo por sumar y muchas voces por escuchar, otras perspectivas por conocer. Bienvenidas sean. Al igual que las comunidades de las que se habló aquí y de sus miembros, sabemos que nos enfrentamos a algunos retos añejos, pero también a otros sin precedentes, ante los cuales no hay respuestas únicas; no obstante, nuestra fortaleza histórica ha sido siempre la diversidad y las iniciativas propias surgidas desde lo local. Hoy más que nunca, hagámoslas valer.