La conciencia de la pérdida del sentido de la existencia humana, que se ha expresado como la muerte de Dios, además de sus múltiples implicaciones en la historia de las ideas, ha tenido una notable repercusión en la forma de escribir poesía. Octavio Paz, que fue un poeta apasionado por la crítica, se ocupó con amplitud de este tema en algunas de sus reflexiones ensayísticas y ofreció con su producción poética una respuesta creativa a este problema esencialmente moderno. Por ende, parece acertado que el profesor José Luis Fernández Castillo, para indagar los vínculos existentes entre el lenguaje y lo sagrado en la poesía moderna, se enfocara en la obra de Paz.
El trabajo del doctor Fernández Castillo se divide en dos partes: la segunda centrada en la obra de Paz y la primera, cuya virtud es la de contextualizar la relación entre poesía y divinidad en la tradición poética occidental. Para lograrlo recurre a una nómina de poetas muy significativos: Dante, san Juan de la Cruz y sor Juana; Hölderlin, Mallarmé y Rilke, entre otros, cuyas obras el propio Octavio Paz estudió y comentó críticamente. Así, este ensayo también puede ubicarse dentro del ámbito de la literatura comparada.
Conviene señalar que el primer capítulo posee un carácter filosófico, dedicado a Nietzsche y Heidegger, cuyo propósito es mostrar las implicaciones de la muerte de Dios, al mismo tiempo que desarrolla la noción de las transformaciones de lo divino; es decir, aquello que no se limita al proceso de destrucción de Dios como ídolo conceptual y como fundamento de ciertos valores o cierta clase de consuelo, sino que es la apertura para nuevas posibilidades morales, de manera que tal acontecimiento en lugar de ser desmotivador, por el contrario, se ha vuelto una fuente de poder creativo y de expresividad poética. Dice Fernández Castillo: “La obra artística se aproxima al vacío dejado por el ídolo” (54).
El capítulo segundo es una osada exploración sobre el vínculo que une el fenómeno religioso con las palabras que lo construyen a través de analogías. Para ello se remonta a la vertiente dinámica de la religión, la mística, que al enfrentarse a experiencias inefables, comienza a sondear al lenguaje mismo, en especial, dos procesos que el autor llama génesis y alteridad de la palabra, que son dos formas de imaginar los límites del lenguaje. La génesis se relaciona con la concepción de que la palabra es creadora, mientras que la alteridad de la palabra sería el encuentro con lo indecible.
En el capítulo más extenso, el tercero, se expone una muestra representativa de lo que ha sido la relación entre poesía y divinidad, pero al mismo tiempo remarca la continuidad, en la obra de Octavio Paz, con respecto de la tradición de algunos autores que marcaron hitos en la historia de la poesía. Resulta encomiable la capacidad de Fernández Castillo para sintetizar el recorrido panorámico que propone, y de esa manera podemos entender la culminación de la Divina Comedia como la constatación de la divinidad como amor inexpresable, una fuerza “que rebasa toda capacidad expresiva del lenguaje poético” (85), y que la poesía de san Juan de la Cruz comienza ahí donde Dante concluye para abismarse en la parte “inefable de lo divino” de un modo místico. A diferencia del Primero Sueño, donde sor Juana se aproxima intelectualmente a la divinidad, aunque experimente la derrota de la inteligencia que Fernández Castillo relaciona con Un coup de dés de Stéphane Mallarmé por la imagen del naufragio, que en el poema del francés es “el fracaso de la antigua pretensión metafísica del lenguaje” (128), una consecuencia de la crisis de la divinidad.
En la segunda parte de su ensayo, el autor se enfoca en la obra poética de Octavio Paz, retomando la periodización establecida por Manuel Ulacia: los años formativos (1931-1943), una etapa posterior al viaje del poeta a Estados Unidos y que culmina con Libertad bajo palabra (1943-1957), posteriormente la influencia oriental que concluye en 1974 y, finalmente, una última etapa desde la fundación de Vuelta hasta su muerte. Al margen de otras formas de analizar la evolución creativa de Octavio Paz, vale decir que el asunto de la crisis de la divinidad sí tiene una trayectoria notable en su obra.
En los primeros poemarios de Paz, a decir de Fernández Castillo, se testimonia la crisis de la concepción ontoteológica de Dios como fundamento de la realidad. Se diría que la presencia inmediata del mundo, aun cuando esté amenazada por la nada, se volvió el verdadero fundamento de su poesía.
En “Himno entre ruinas”, analizado en el capítulo 5, por ejemplo, el poeta afirma la belleza de las apariencias momentáneas, lo que bien podría constituir un modélico sí a la vida, que implica un rechazo a la trascendencia cristiano-platónica. Así tenemos que en la obra poética de Paz la divinidad deja de ser un ídolo trascendente que impone el rechazo de la experiencia del mundo, para transformarse en un instante de armonía con lo contingente.
Es destacable el análisis que el estudioso Fernández Castillo realiza de Piedra de Sol, en el que el elemento sagrado se identifica con lo erótico y da cabida a una visión de lo divino como transparencia, que acarrea también una nueva ética inspirada en la pluralidad. Si bien no fue la intención del académico la posible relación entre las concepciones políticas y las religiosas de Paz, acaso puede sentar las bases para un ensayo en el que se exploren tales correspondencias. Como muestra dice: “La relación de apertura y comunicación entre el yo y los otros, entre individuo y colectividad, es el reflejo ético de la concepción de lo divino como plenitud plural” (202).
Especial mención merece el capítulo séptimo de la segunda parte, dedicado a la influencia oriental en la poesía de Octavio Paz, especialmente en sus libros Ladera este (1962-1968), Hacia el comienzo (1964-1968), Blanco (1966) y El mono gramático (1970), todos ellos vinculados con su experiencia en la India. ¿Qué improntas dejaron las enseñanzas budistas en Paz? Fernández Castillo sugiere que hubo una ruptura en la visión antropocéntrica; dicho de otro modo, el sujeto poético quedó trastocado en su centralidad; por ejemplo, el verso “soy la creación de lo que veo” alude a un sujeto creado por las percepciones, probablemente acorde con la visión del mundo del budismo Mahayana.
La última etapa poética de Paz es la más breve en El ídolo y el vacío, a pesar de que afirma Fernández Castillo que Pasado en claro (1974) “nos ofrece el extremo crucial de la transformación de lo divino operada en la poesía de Paz”; esta transformación es descubrir lo divino como un estado del mundo, “un lúcido asentimiento a la finitud, tanto humana como cósmica, que representa de nuevo una apertura al instante poético” (261).
Otro punto fuerte del libro reseñado aquí es la extensa bibliografía que ayudará tanto al especialista en Octavio Paz como a quien se interese en la relación de lo divino con la tradición poética moderna. Asimismo puede continuarse la discusión sobre las implicaciones que la relación de Paz con lo divino tuvo en sus posturas políticas, en especial, en su defensa de la pluralidad y su desconfianza sobre el pensamiento utópico; es muy probable que, al descreer de un ídolo trascendental encontrara, en lugar del vacío y la angustia, la lucidez requerida para examinar el mundo.