INTRODUCCIÓN
La multiplicación exponencial de medios de movilidad, comunicación e información ha colocado el tema de la vida, del crecimiento y de la estructura de las ciudades en el centro del debate académico y político. Muchos son los autores que reflexionan sobre las condiciones existenciales en esta época denominada “era urbana”, en la que tres cuartos de la población mundial vive en ciudades.1 “En otros contextos discursivos, ideológicos y geográficos, la tesis de la era urbana se ha convertido en una forma de sentido común, doxa alrededor de la cual se articulan preguntas relativas a la condición urbana global contemporánea”2 (Brenner y Schmid, 2016, p. 308).
La tesis defendida aquí es la de que lo rural y la ruralidad son devenires resignificantes y resignificados del hecho ciudad y del fenómeno urbano. Para no caer en los riesgos de las generalizaciones decurrentes del debate de la era urbana, la especificidad de esta investigación está en el análisis de hechos urbanos metropolitanos derivados y derivantes del fenómeno rural y de las ruralidades inherentes y dinamizadoras de las pequeñas ciudades turísticas de América Latina.
El objetivo del artículo es presentar el tema de la situación geográfica turística oriunda de la interacción campo-ciudad en América Latina. Metodológicamente, se elabora una cartografía de la situación geográfica turística, la cual integra un palimpsesto de escalas, de temporalidades y de variables propias del mundo rural-urbano pueblerino y metropolitano. Los análisis de campo y la cartografía derivada demuestran como la fricción, tensión y simbiosis de lo rural-urbano por el turismo en pequeñas ciudades del continente, a través del imaginario individual y colectivo idílico de la cultura y de la “naturaleza” gestado en la metrópolis, son capaces de virtualizar ruralidades concretas.
Las pequeñas ciudades mineras Pirenópolis (Goiás, Brasil) y Real de Catorce (San Luis Potosí, México) son los hechos urbanos que posibilitaron la revisión teórica y la propuesta metodológica, para comprender situaciones geográficas turísticas orientadas por lo rural en Latinoamérica.
SITUACIÓN GEOGRÁFICA TURÍSTICA EN LA ERA URBANA E INTERACCIÓN CAMPO-CIUDAD EN LATINOAMÉRICA
El debate sobre la era urbana posee el potencial narrativo para opacar, o dejar en segundo plano, aspectos constitutivos de la ciudad más genuinos: el fenómeno rural y la ruralidad.3 Prueba cabal de esa afirmación es la tesis del brasileño J. E. da Veiga, según la cual vivimos el triunfo de la urbanidad, que conlleva la valoración de una ruralidad que no está renaciendo, sino naciendo. El autor defiende su tesis refutando otras dos, surgidas en la década de 1970 -la de Lefebvre4 y la de Kayser-.5 Para Veiga, tanto la hipótesis de la “urbanización completa de la sociedad” (Lefebvre) como la del “renacimiento rural” (Kayser) -tesis polarizadas entre la desaparición y el resurgimiento del campo en el seno de la urbanización capitalista- no responden a algunas de las indagaciones del mundo del presente, por lo que son necesarias investigaciones capaces de aprehender ese fenómeno en la fase más avanzada de la globalización. Según Veiga, existe un fenómeno completamente nuevo, lo rural que ha sido llamado pos-industrial, pos-moderno o pos-fordista. “Esa necesidad de usar el prefijo ‘pos’ no debe ser despreciada pues expresa un cambio que no es paulatino sino radical” (Veiga, 2004, p. 64).
Sin embargo, no se trata de una “desaparición” (Lefebvre), ni de un “resurgimiento” (Kayser), mucho menos de un “nacimiento” (Veiga) de lo rural o de la ruralidad en la era urbana, sobre todo, en el contexto latinoamericano. La historia del territorio y el análisis concreto de lo empírico demuestran que la ciudad y el campo, lo urbano y lo rural, jamás se anularon, sino que se estimularon, se retroalimentaron y se redefinieron, a través de demandas recíprocas determinadas e intensificadas por las necesidades humanas (básicas o complejas) y por los avances técnicos. Metodológicamente, los cambios de sentido en la interacción campo-cuidad deben ser evaluados por el contenido técnico-político de cada momento del continuum revelador de ese vínculo. En resumen, es primordial la periodización de las redefiniciones técnicas y tecnológicas, variables que conforman la duradera simbiosis campo-cuidad y por las cuales el territorio aglutina la historia sin rupturas plenas.6 Al contrario de lo que piensa Veiga, el prefijo “pos” radicaliza la dicotomía campo/ciudad, rural/ urbano y, lo más problemático, sociedad/espacio, espacio/tiempo y pasado/presente, pues banaliza la perspectiva totalizante dialéctica del espacio geográfico e ignora el recurso de la periodización del objeto. Para Soja (1993), los dos conjuntos de relaciones estructuradas (social y espacial) no solo son homólogos en el sentido de surgir de los mismos orígenes en el modo de producción, sino que también son dialécticamente inseparables.
Lo rural y la ruralidad son devenires resignificantes y resignificados del hecho ciudad y del fenómeno urbano. De acuerdo con Scarlato y Costa (2017, p. 13), la permanencia de la ciudad como negaciónafirmación dialéctica del campo guarda la esencia de lo urbano, que atraviesa la historia; la ciudad y lo urbano procedentes del pasado han modificado su sentido, para nuevamente hacerse pasado, redefinidos; “… lo antiguo gesta lo nuevo para la existencia citadina-rural venidera: es el propio acto del construir y del habitar, del resguardar y del emocionar, del conquistar y del dominar existenciales, como esencias de lo urbano”.
Entretanto, Brenner y Schmid (2016) alertan sobre el peligro que existe en la generalización de los términos urbano y rural, en el discurso de la era urbana; ambos conceptos se han generalizado hasta perder el sentido, refiriéndose a condiciones extremamente heterogéneas del territorio y entre territorios.
En su mayor parte, la noción de lo rural utilizada en el discurso de la era urbana es simplemente una “caja negra”: se refiere a las zonas residuales de asentamiento que son supuestamente “no urbanas”, pero esto se hace sin especificar cuáles son las características que estos espacios pueden compartir en distintos contextos, ya sea en términos de tamaño de la población, densidad o composición, uso del suelo, mercados de trabajo u otros indicadores (Brenner y Schmid, 2016, p. 329).
Para no caer en los riesgos de esa generalización, es necesario referirse a las más nuevas demandas metropolitanas y a la oferta y a la lectura de las ruralidades citadinas latinoamericanas -preservadas y virtualizadas- en la producción de situaciones geográficas turísticas operadas en diferentes escalas del territorio. Situación geográfica turística es una noción que revela, mediante los principios geográficos situación y escala,7 la amalgama de fenómenos rurales-urbanos sin dar protagonismo a la metrópoli en este proceso, en el período más avanzado de la globalización, dominado por las técnicas, la ciencia y la información.
Por un lado, debe considerarse que la producción económica de los territorios nacionales, junto con el fenómeno del mestizaje étnico cultural produjeron en América Latina algunas de las metrópolis más complejas del planeta. La coexistencia variable entre las culturas indígenas en todos los países, desde México hasta Argentina, la densidad técnica y su espacialidad determinada y causada, respectivamente, en la producción de diferencias y por la ideología del progreso y lo histórico del dominio de las masas populares por una élite promotora del subdesarrollo, define la multiplicidad económica y cultural que caracteriza a las metrópolis del continente. Las nuevas tecnologías de punta, instaladas por países como Brasil, Argentina y México, generaron distintos índices de desempleo y obligaron a la reformulación de las actividades urbanas, multiplicándose el sector informal de la economía (frecuentemente articulado con la economía formal), actitud que provoca una discriminación de la mayoría mestiza y la opresión del gran capital hacia la mano de obra asalariada (Lemos, 1996; Aguilar y Vázquez, 2000; Costa, 2017, 2018). En esa dimensión, las metrópolis latinoamericanas son consideradas: i) en sus particulares economías espaciales (todavía segregadoras); ii) frente al fenómeno histórico del mestizaje étnico y cultural, que “compone la realidad de nuestra región desde el origen de la colonización, puebla nuestras ciudades, nuestras calles, nuestros campos… que da identidad a las personas y formas expresas en los paisajes urbanos y rurales” (Lemos, 2006, p. 33).
Por otro lado, se deben considerar las nuevas ofertas y demandas metropolitanas en América Latina. Las interacciones y sentimientos formados por recursos materiales-simbólicos de origen multiescalar; la interculturalidad (a pesar del atrincheramiento binario de la élite y de los pobres en sus guetos); el urbanismo globalizador que promueve proyectos de intervenciones sectorizadas; el privilegio de la concentración y evolución de las formas artísticas, intelectuales y científicas del conocimiento (Canclini, 2003; Claval, 1999) no son características exclusivas de las metrópolis del “mundo desarrollado”.
La densidad cultural y de flujos de las grandes ciudades mexicanas, brasileñas, peruanas y argentinas son prueba cabal de ese patrón. Por un lado, los mega-aglomerados latinoamericanos estimulan el imaginario de las innovaciones y son matrices de la producción en la sociedad del consumo dirigido, y, por otro lado, aún abrigan poblaciones que imaginan, conocen o poseen hábitos residenciales, fiestas y lo cotidiano de origen rural (con componentes hispánicos, indígenas, negros y portugueses, como destaca Canclini, 2003).
A partir de esas dos caras dobles de las metrópolis latinoamericanas [por un lado, i) la economía espacial segregadora y ii) el mestizaje étnico-cultural; del otro lado, i) los imaginarios de las innovaciones y ii) los conocimientos de los hábitos y la cotidianeidad rurales (presentes o distantes de las metrópolis)], diversas pequeñas ciudades del continente son satelitizadas y satelitizan, recíprocamente. La interacción mutua entre i) la economía tecnificada veloz de la metrópolis y ii) las formas de ruralidades concretas e imaginadas, consolida un nuevo dinamismo en pequeñas ciudades latinoamericanas. Conforma un tipo de desarrollo regional posibilitado por la situación geográfica turística, noción aquí definida como palimpsesto de escalas territoriales superpuestas que revela la conexión de ideas, de imágenes, de experiencias, de capitales y de objetos técnicos geográficos, para el desarrollo de la actividad o fenómeno. Esa propuesta remite a Horacio Capel (2009, p. 16) , quien considera que:
En esas pequeñas ciudades se conocieron cambios profundos durante las cuatro últimas décadas del siglo XX. Sin duda, los cambios a escala mundial fueron los más decisivos y llegaron primeramente a las grandes ciudades. Pero también se produjeron en las pequeñas, por la dinámica propia y como reflejo de los que se producían de forma general. Fueron cambios en las estructuras económicas, en la población, en las relaciones sociales, en los sistemas de comunicaciones y de tratamiento de la información.
El debate de la situación geográfica turística busca relativizar el protagonismo de la metrópolis como punto de aglomeración-difusión global de la era urbana. Ello exige análisis territoriales más profundos, que involucran lo social, lo mental y lo físico, o sea, metódicamente, es el núcleo de una dialéctica espacial. Para Soja, definir esa interrelación continúa siendo el mayor desafío de la teoría social contemporánea, considerando que el debate histórico ha sido monopolizado por la dualidad físico-mental, casi excluyendo el espacio social. O, de acuerdo con Veltz (1999), se trata de destacar la diversidad de las trayectorias del desarrollo y, sobre todo, comprender su dependencia de factores difíciles de objetivar, tales como la aptitud para crear proyectos, la solidaridad y la capacidad de cooperación.
Esta propuesta se justifica por ser contextualmente singular y teóricamente universal, frente a la tesis de la era urbana que abstrae, dicotomiza y eclipsa la simbiosis rural-urbano, que es el aspecto originario y duradero de las ciudades. Para Brenner y Schmid (2016: 312), la tesis de la era urbana es una base errónea para conceptualizar los patrones de urbanización del mundo contemporáneo, “…es empíricamente insostenible (un artefacto estadístico) y teóricamente incoherente (una concepción caótica)”.
La tesis defendida aquí es la de la fricción, tensión y simbiosis de lo rural-urbano por el turismo, a través del imaginario individual y colectivo gestado en la metrópolis, las cuales virtualizan las ruralidades concretas de pequeñas ciudades latinoamericanas. Lo rural y la ruralidad inherentes a la pequeña ciudad son tomados en la metrópolis por un imaginario idílico de la cultura y de la “naturaleza”, por el cual el contexto urbano peculiar aglutina la vida del campo y la efectiva posibilidad de fugarse de los disturbios metropolitanos.
Claval (1999, p. 16) asegura que “…la sociedad de las grandes ciudades no se parece con las pequeñas comunidades del mundo rural donde todos conocen a todos, lo que crea un sentimiento de complicidad y promueve la solidaridad”; y sintetiza diciendo: “…la escena urbana es, por lo tanto, un lugar de yuxtaposiciones y de interacción de culturas”. El énfasis citadino (europeo) del análisis de P. Claval, a pesar de que parece segmentar lo rural-urbano, hace pensar en la fuga turística periódica de la metrópoli (latina), que ocurre por el deseo de un encuentro con lo más reservado de lo rural, a veces encubierto de “natural” y, normalmente, esperado en sitios urbanos de menor escala o cercanos a ellos. El idealizado “mundo rural” constituye tales lugares de interacciones y yuxtaposiciones culturales, en un ritmo, una intensidad y unos componentes técnicos (urbanos) que resultan más atractivos para los sujetos metropolitanos.
En ese aspecto, la situación geográfica turística se produce por lo rural y por la ruralidad reales y virtuales (de la pequeña ciudad) e imaginadas (en la metrópoli). Entonces, la cartografía de la situación geográfica turística ha de considerar: i) la interacción mutua y la superposición de los flujos entre pequeñas y grandes (o medias) ciudades y ii) las interacciones con y entre los lugares atractivos en el propio sitio o pequeña ciudad y sus alrededores. La representación espacial de la situación geográfica turística integra un palimpsesto de escalas, de temporalidades y de variables propias del mundo rural-urbano pueblerino y metropolitano.
En el contexto de Europa, Capel comenta que, históricamente, la pequeña ciudad ha sido un lugar estimulante, desde luego mucho más que las áreas campesinas y los burgos rurales; para el autor, las ciudades medias y pequeñas han tenido siempre un papel de gestión de su entorno comarcal y la capacidad de actuar como eslabones de conexión entre la gran ciudad y el medio rural. “Pero, resulta claro que las ciudades han sido el lugar de la cultura, de la innovación, de la libertad, y de la movilidad social; y que eso se ha conseguido siempre en mayor grado en las grandes que en las pequeñas” (Capel, 2009, p. 09).
En síntesis, esta investigación busca eludir la fuerza de la dicotomía rural-urbano o campo-ciudad, así como el protagonismo analítico de las grandes ciudades, con la propuesta metodológica de interpretación de las conectividades de núcleos urbanos escalares (metrópolis-pequeñas ciudades), en los cuáles las resistencias y/o virtualidades de lo rural y de las ruralidades son los motivos de las conexiones; lo que se verifica en los sitios mineros Pirenópolis (Goiás, Brasil) y Real de Catorce (San Luis Potosí, México), constituyentes de situaciones geográficas turísticas latinoamericanas.
SIMBIOSIS RURAL-URBANO EN PIRENÓPOLIS, GOIÁS: UNA SITUACIÓN GEOGRÁFICA TURÍSTICA EN BRASIL
En el período colonial brasileño, lo rural cobró un protagonismo, que fue intensificado por el declive de la minería, al final del siglo XVIII. Frente a eso, las capitanías del centro del Brasil [especialmente Minas Geraes y Goyas]8 tenían la ganadería y la agricultura como opciones de subsistencia ante la disminución de la extracción de oro (Prado Junior, 1986). Hay que considerar que Brasil siempre fue un país de vocación agropecuaria y latifundista, lo que contribuyó en la formación territorial dictada por esa dimensión de la economía espacial y su esencia social: el patriarcalismo, la oligarquía, el clientelismo y la esclavitud. A consecuencia de la institución de las grandes propiedades rurales (producción para exportación) y del trabajo esclavo como base de la organización social, las ciudades actuaban como una prolongación del mundo rural, albergando las funciones político-administrativas que eran controladas desde las casas grandes: residencias de los oligarcas agrícolas, parte del sistema de colonización y formación patriarcal, donde se expresó el carácter del brasileño, referencia de su continuidad social (Scarlato, 2005; Freyre, 2006 [1933]). En realidad, el rol estelar del campo en la época colonial no es exclusivo de Brasil. Romero aclara el papel de lo rural en la formación social latinoamericana:
El campo era el hogar más entrañable de la sociedad criolla… La sociedad rural puso sobre el tablero su carta y reveló que en su seno no sólo se producía la riqueza que aseguraba la supervivencia de todos sino que también se amalgamaba esa población arraigada que podía hacer de cada ámbito colonial una nación independiente y de fisonomía definida… Como expresión de un sistema económico, o mejor, de un sistema productivo que veía en las ciudades el sinuoso mecanismo de la intermediación, la sociedad rural irrumpió como un factor de poder… Las ciudades se ruralizaron en alguna medida, pero sólo en su apariencia, en las costumbres y las normas, en la declarada adhesión a ciertos hábitos vernáculos. En el fondo, la sociedad rural fue reducida poco a poco, otra vez, a los esquemas urbanos… En la práctica, la élite rural se urbanizó tanto o más de lo que se ruralizaron las ciudades, y al cabo de poco tiempo se enteró a su sociedad y a su juego… Cambiaron las ciudades, pero también cambió el ámbito campesino (Romero, 2007, pp. 176-178).
En las colonias luso-hispanas, la minería generó redes de aglomerados; estructuró e integró el territorio a partir de una intensa vida urbana alrededor de la extracción y beneficio del oro, plata y diamante, pero esa producción dependía del abastecimiento agropecuario. Por un lado, la minería colonial estimuló el modo de vida urbano en el continente; por otro lado, las nuevas ciudades absorbieron lo rural manifestando su desdén por el campo y el migrante sometido. Romero considera que campo y ciudad, vida rural y vida urbana, expresan los polos que pusieron de manifiesto la irrupción de las sociedades mestiza y criolla, dentro del marco del mundo colonial todavía vigente. Así, solo es posible hablar de un triunfo histórico de la ciudad en Latinoamérica si se consideran: i) la asimilación cultural urbana de los significantes y de los significados rurales y ii) la dependencia político-económica profunda y perene citadina hacia el campo. El campo sobrevive con o sin las ciudades; las ciudades nacen con el campo y no perdurarían sin él.9 Esa afirmación se comprueba en el caso de pequeñas (o medias) ciudades de origen minero en Latinoamérica, las cuales después de la disminución drástica de la extracción de oro, plata o diamante se han mantenido gracias a la fuerza del medio rural en el que están inmersas.
Pirenópolis, ciudad del altiplano (planalto) central brasileño, en el actual estado de Goiás, es un ejemplo de sitios mineros coloniales en los que lo rural resiste después de la disminución o el fin de la actividad extractiva. Fundada -a raíz del descubrimiento de yacimientos de oro-, con el nombre de Meia Ponte, en 1727, fue un pujante centro urbano que gracias a la extracción del mineral áureo atrajo inmigrantes de Portugal y otras regiones de Brasil, como Sao Paulo y Minas Gerais. La bonanza económica favoreció el rápido surgimiento de edificaciones representativas de la arquitectura minera goiana, que perduran hasta hoy, entre las que destacan construcciones religiosas y civiles. De forma paralela al crecimiento del centro urbano, se establecían haciendas en los alrededores, y los rossios10 para abastecimiento, denotando el origen mixto del aglomerado. Maluly (2017) asegura que los núcleos goianos no se formaron o sobrevivían solamente de la actividad minera, a pesar de esta ser, de hecho, uno de los grandes propulsores de la penetración territorial efectuada en el siglo XVIII (junto con la captura de indígenas en el hinterland); en las villas se encontraba casi todo lo necesario. Frente al cuadro de dificultades derivadas de las distancias entre pueblos o entre las capitanías costeras y del centro del territorio, lo urbano y lo rural se co-realizaban en el inicio de los sitios mineros.
El auge minero en Pirenópolis fue tan intenso como fugaz. A inicios del siglo XIX, la minería ya se encontraba en decadencia y la principal actividad económica de la localidad -cuya población había disminuido notablemente- era el cultivo de algodón. Hasta la primera mitad del XX, el núcleo urbano sobrevivió gracias a la producción agrícola y pecuaria a pequeña escala, sin crecimiento demográfico ni económico considerables. En ese período, por estar fuera del eje industrial y modernizador del sudeste de Brasil, el núcleo histórico de Pirenópolis mantuvo un aspecto de pueblo colonial. En el contexto de la urbanización y de la industrialización brasileñas -intensificadas después de la II Guerra Mundial y en la óptica del desarrollismo latinoamericano-, se asistió a una relación confrontante entre: i) la modernización del territorio nacional, ii) la letargia económica de los referidos núcleos y iii) la preservación material-inmaterial del acervo patrimonial de la extensa zona de minería.11
La inauguración de Brasilia, en 1960, acompañada por la modernización de la infraestructura de transportes terrestres y aéreos, así como el desarrollo agroindustrial de la región Centro-Oeste del país, situaron a Pirenópolis en la zona de influencia de la nueva capital brasileña (y de la capital de Goiás: Goiânia), transformando a la pequeña ciudad en uno de los más importantes centros turísticos del estado.12 Retomando a Juscelino Kubitschek -el presidente constructor de la nueva capital-, Costa y Steinke (2014, p. 18) argumentan:
Si, hasta la década de 1950, Brasil, examinado del punto de vista de su frontera noroeste, constituía ‘un mundo aparte’, ‘existía en los mapas’, ‘figuraba en los compendios de Geografía’, ‘pero, en realidad, no pasaba de una presencia autónoma’, con Brasilia para la integración nacional (a través de las primeras carreteras en construcción, sobre todo la Belén-Brasilia, la Brasilia-Belo Horizonte y la Brasilia-Anápolis-San Paulo), se volvieron los principales motores del desarrollismo jusceliniano. La conexión Belén-Brasília haría ‘respirar municipios hasta entonces estrangulados por la selva’. Para Kubitscheck, el monoextractivismo de caucho, en el Norte, y la monotonía de los paisajes de cultivos de arroz, en el Sur, terminarían, sustituidos por una serie de actividades agropecuarias - industriales que se valdrían de la carretera, ‘para hacer la civilización penetrar en el interior’.
Esa síntesis analítica demuestra la trayectoria de Pirenópolis como símbolo de la formación territorial urbano-rural brasileira; contenido que facilitó al Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (IPHAN) decretar, en 1990, la protección del perímetro correspondiente al núcleo antiguo como conjunto arquitectónico, urbanístico, paisajístico e histórico. La declaratoria concretizó la patrimonialización de la arquitectura colonial minera local, que comenzaba a verse amenazada por el crecimiento urbano y la modernización de Goiás (SPHAN, 1988).
La declaratoria es el evento que define el espacio-tiempo de la intensificación del turismo en Pirenópolis. Las décadas de incremento de esa práctica, a partir de 1990, produjeron lo que fue identificado en trabajos de campo y propuesto como situación geográfica turística; noción aquí definida como palimpsesto de escalas territoriales superpuestas que revela la conexión de ideas, de imágenes, de experiencias, de capitales y de objetos técnicos geográficos, para el desarrollo de la actividad o fenómeno. Será presentada la propuesta metodológica en que tales escalas y conexiones son traslapadas cartográficamente, representando la potencia histórica de lo rural y de las ruralidades para generar una situación espacial mediada por pequeñas, medias y grandes ciudades.
En campo se verificó una lógica muy peculiar en Pirenópolis, la cual estimuló una reflexión metodológica pasible de ser reaplicada a otros estudios de caso: calles globales del turismo, donde el patrimonio en ruralidad es la motivación de los flujos catalizados por las imágenes e imaginarios sobre la pequeña ciudad reproducida sobre la égida de narrativas espaciales específicas. Existen ejes primarios de la reproducción global del turismo en la localidad; ejes secundarios y puntos atractivos centrales y periféricos rurales. Las conexiones conforman una topología espacial turística. El referido sitio tiene por esencia la simbiosis rural-urbano (reveladora de la génesis y del contenido del patrimonio minero, en América Latina, previamente evidenciado), lo que atrae visitantes que buscan recreación rural y servicios urbanos en un entorno metropolitano repleto de ruralidad. En suma, la cartografía síntesis del análisis empírico-teórico realizada en esta investigación busca demostrar la fricción, tensión, simbiosis de lo rural-urbano gestadas por el turismo en pequeñas ciudades latinoamericanas. Dos puntos están en la raíz de esa simbiosis y conducen a una síntesis: i) la narrativa de las diferencias abismales entre las mega-ciudades y las ciudades menores (no se trata solo de tamaño, pues el cambio de escala implica un cambio de naturaleza);13 ii) el discurso de la existencia de un nuevo círculo de producción pautado en una nueva versión del turismo, que se orienta al consumo en los ámbitos del internet y de la realidad virtual;14 iii) la síntesis: la situación geográfica turística no enfatiza ninguna ciudad por su escala, pero identifica y representa el papel desempeñado por lo rural (real y virtual) en el establecimiento de las conexiones citadinas.
El turismo en Pirenópolis es: i) de las más importantes fuentes de ingresos para los residentes;15 ii) actividad más relevante del sector terciario, cuyas cifras oficiales son imprecisas, debido a la informalidad existente;16 iii) fomentador de otra notable practica económica local, la extracción de roca cuarcita utilizada en la construcción civil, y iv) refuerzo de antiguas realidades y practicas campesinas y generador de nuevas virtualidades rurales que hibridan el sentido patrimonial y resitúan la vida de los sujetos en la pequeña ciudad. Todo eso exige cautela en los análisis críticos sobre los impactos de las grandes ciudades en los sitios singularizados en Latinoamérica.
La situación geográfica turística de Pirenópolis -identificada en los recorridos de campo y representada en la Figura 1- se conforma por imágenes, escalas y conexiones espaciales traslapadas, cuya interacción rural-urbano denota:17
1. La centralidad de mayor densidad turística cercada por los ejes primarios de la reproducción global del turismo (calles del Rosario -Rua do Lazer-, Bonfim y Rui Barbosa). En esa espacialidad, se concentran servicios turísticos (restaurantes, bares, galerías, suvenires, productos locales, agencias de turismo, etc.), son atendidas al máximo las necesidades de los visitantes y se ha perdido la función residencial. De acuerdo con Veiga (2004), esa tendencia denota una “revolución del espacio” que engendra la “sociedad urbana post-industrial”, la cual tiende a revitalizar la ruralidad mediante mutación.18 En Goiás, la ruralidad tiene un lugar destacado en la experiencia urbanizadora -de carácter híbrido-, lo que se expresa en las edificaciones coloniales del período minero (Figura 2) y en las festividades. Lima (2017) lee ese fenómeno como una trayectoria del patrimonio orientadora de procesos territoriales y paisajísticos que dieron cohesión a la ruralidad, como marca efectiva del patrimonio cultural goiano, gracias a la arquitectura, las fiestas y los sujetos del lugar.
2. El perímetro inmediato de la expansión turística en el que se combinan la función residencial y los usos turísticos, que comienzan a ganar terreno frente a los usos de vivienda y comercio local. “Ese centro aquí, la verdad tiene pocas residencias, porque después que llegó el turismo son solo bares, restaurantes, posadas… Los antiguos dueños alquilan los establecimientos, ellos compran casas en los barrios lejos del centro histórico y alquilan las casas de ellos en el centro histórico para posada, restaurante, bar, café”.19
3. Los ejes de la expansión territorial-local del turismo (calles Direita y del Carmo; avenidas Pref. Luíz Gonzaga y Benjamin Constant) los cuales actúan como inductores de la expansión urbana y del ensanchamiento del turismo hacia el periurbano, por medio de hoteles, restaurantes y, especialmente, segundas residencias en áreas verdes.20 La mancha urbana crece orientada por esos ejes y en función del desarrollo turístico, lo que estimula el fenómeno de la incorporación de las tierras rurales a la zona urbana. Pero, se debe mantener cautela pues el caso analizado demanda relativizar, en el contexto del debate sobre la era urbana, el supuesto metodológicamente equivocado en el cual el territorio es segmentado en tipos de asentamientos binarios y homogéneos [como la oposición clasificatoria demográfico-económica rural/urbano]. “En la mayor parte del discurso de la era urbana, esta oposición se entiende en términos de suma cero: todo espacio de asentamiento debe ser clasificado como urbano o rural; la extensión de lo urbano, por lo tanto, implica la disminución de lo rural” (Brenner y Schmid, 2016, p. 326). Pirenópolis niega esa “suma cero”: a causa del turismo, las ruralidades [virtuales y reales] propician la transformación de tierra rural en urbana y refuerza, a su vez, el poder de lo rural en sus prácticas y representaciones duraderas (Figura 3).
4. Dos centralidades urbanas desiguales y combinadas: (i) una turística -polarizada por la Rua do Lazer, conectada con múltiples cascadas en el entorno urbano-rural y beneficiada por la dinámica local; (ii) otra local -abastecimiento popular y beneficiada por el desarrollo turístico, que es el caso de las vialidades que llegan o parten del núcleo histórico principal (vértice formado por los templos del Rosario, del Bomfin y del Carmen). Ambas centralidades se mezclan por la complejidad de lo urbano y de lo rural en el sitio. Las iglesias confrontan -como si se comunicaran y protegieran- la centralidad de mayor densidad turística y dan la espalda a las centralidades de lo cotidiano local, con su comercio, servicios y viviendas. Los fines de semana, es maximizado el uso y las apropiaciones en la centralidad turística y se ralentiza la reproducción de la vida local; entre semana se acrecienta la vida local y disminuye la dinámica turística en dicha centralidad. “Ellos [los turistas] van para las cascadas durante el día y en la noche tienen la Rua do Lazer, donde tienen restaurante, tienen todo allá”.21
5. Una fricción, tensión, simbiosis de lo urbano-rural gestadas por el turismo en pequeñas ciudades latinoamericanas. La fricción urbano-rural ocurre en la dimensión de mensajes producidos por las imágenes y la estética lugareña, que son capturadas y reproducidas en la metrópolis, la cual genera la asociación de la pequeña ciudad con la “naturaleza” y el campo. La tensión urbano-rural se da en la dimensión de la virtualidad o de la simulación de esa relación, en el ámbito del lugar de destino, la cual el turista comporta y proyecta (Figura 4). La simbiosis urbano-rural es la propia realidad del lugar, es la esencia y la interacción que el turista puede ver, apropiarse o aproximarse poco (Figura 5).
Esa tríada se gesta en el seno del fenómeno turismo operado en la conexión de escalas (citadinas) y de localidades (atractivos), las cuales aglutinan y narran lo rural, bien tomándolo por real, bien por virtual.22 Entonces, la fricción, la tensión y la simbiosis urbano-rural se realizan, en Pirenópolis, a través: de las fiestas tradicionales (Divino Espíritu Santo y Cavalhadas), de las atractivas cascadas, de lo verde “natural” para segunda residencia [evasión metropolitana] y para la experiencia fugaz, de las haciendas para visitar, de los mercadillos para el consumo, de la Rua do Lazer para la alimentación típica provinciana y del propio centro histórico, cuya escala y paisajes denotan la mezcla de lo rural-urbano-bucólico, del pasado en el presente. La realización de esos hechos turísticos ocurre a través de la conexión establecida con las ciudades de Brasilia, Goiania y Anápolis.23 Los atractivos urbanos presentan lo virtual rural y esconden lo real rural; el sujeto de la gran ciudad imagina lo real rural y realiza lo virtual rural, por la esencia y por la apariencia de la pequeña ciudad. El hecho urbano-metropolitano no reproduce él solo esas situaciones geográficas turísticas en América Latina; ello se sintetiza en Pirenópolis con las conexiones concretas e imaginarias entre las metrópolis y la pequeña ciudad, como el lugar especial para lo rural-pintoresco virtual o real.24 De acuerdo con Alvarado-Sizzo, Zamora y López (2018), la imagen de un sitio turístico, al igual que el imaginario sobre el lugar, se forma a partir de la publicidad y de la percepción subjetiva y afectiva de los sujetos que han visitado el lugar y divulgan sus impresiones a través de diferentes medios. De esa manera, el imaginario turístico es una construcción colectiva en la que intervienen diferentes actores para reproducir una imagen idealizada de los territorios.25
6. Una patrimonialización sugestiva de que las vías del placer estético son imprevisibles y no pasan, obligatoriamente, por un enraizamiento local (hay una estética paisajística, una estética de las imágenes y una estética rural en las ciudades); la mirada restringida al centro histórico y a la arquitectura puede tener dificultades para capturar los resultados de la estetización de lo urbano y de la virtualización de lo rural real.26 Hay que yuxtaponer las conexiones y las escalas [presentadas o no en mapas] y matizar la relación simbiótica perene rural-urbano y la interacción concreta e imaginaria pequeña-gran ciudad. P. Claval (1999) dice que la ciudad no se distingue de otros medios de vida solamente por las formas particulares de sociabilidad; a través de la urbanidad, ella asume un importante papel en la creación cultural. Entretanto, la ciudad, en todos los períodos, morfologías y escalas, jamás debería ser pensada o planeada segmentada de lo rural ni de las ruralidades reales o virtuales que constituyen el alma y la cultura dichas urbanas. Eagleton (2005), al afirmar que el concepto de cultura, etimológicamente, deriva del concepto de naturaleza o aquello que crece naturalmente y que uno de sus significados originales es “labor”, “cultivo agrícola” y “modo de vida”, alimenta el debate sobre la relación rural-urbano mediada por el turismo de las pequeñas-grandes ciudades en América Latina.
7. Al imaginario bucólico-rural idealizado y a la cercanía con ciudades grandes, se suma la extensa oferta de servicios de hospedaje (214) y alimentación (170) existentes en Pirenópolis;27 servicios que satisfacen las demandas de los metropolitanos que desean el encanto del campo y la “naturaleza”, pero sin perder las comodidades de la gran ciudad. El crecimiento del sector de servicios asociados con el turismo ha transformado la funcionalidad del centro histórico y la estructura socioeconómica urbano-rural. Por un lado, los residentes perciben al turismo como actividad económica fundamental y es algo positivo vivir en la ciudad turística: “… el movimiento que hay en la ciudad para trabajo de los jóvenes es en relación con el turismo. La mayoría son meseros en restaurantes. Otros hacen paseos, trabajan como guías. Es lo que mueve la ciudad. Yo, gracias a Dios, pago la universidad con mi trabajo que también es lidiando con turistas”.28 Por otro lado, se intensifica el movimiento de inmigración de población joven de otras ciudades goianas (como Anápolis) o nacionales, que llegan a Pirenópolis para trabajar como empleados en hoteles y restaurantes, puesto que la mano de obra local es estigmatizada (como no adaptable o perezosa) e insuficiente ante el aumento de la demanda. “La mayoría son [foráneos]. A los pirenópolinos no les gusta el servicio de restaurante, de posada... Es muy cansado para los que viven aquí”.29
El patrimonio minero en Brasil (no solo en Goiás) tiene su génesis en procesos que involucran la interacción rural-urbano. En este apartado dedicado a Pirenópolis, se presentaron las principales variables de fricción, tensión y simbiosis que conforman la duradera relación campo-cuidad y por las cuales el territorio aglutina la historia sin rupturas plenas. Queda claro que el cambio de las ciudades es acompañado por el cambio campesino, lo que permite hablar de lo real y lo virtual inherentes a la situación geográfica turística catalizada por la inmanente ruralidad. Para una posible generalización latinoamericana, seguirá el análisis del caso de Real de Catorce, en México.
EL CAMPO COMO ESENCIA DE LO URBANO EN REAL DE CATORCE (SLP) Y PRODUCTOR DE UNA SITUACIÓN GEOGRÁFICA TURÍSTICA EN MÉXICO
El descubrimiento de las primeras minas en la Nueva España, en 1532, dio impulso a la formación territorial y a la urbanización coloniales.30 Como señala Sariego (1994: 314) , “… las rutas de la plata, desde el altiplano central hasta los desiertos de Nuevo México (en el suroeste de Estados Unidos), y desde la capital del virreinato hasta los puertos de embarque de Veracruz y Acapulco, han sido durante siglos los ejes vertebrales de las comunicaciones del país”.
La explotación de minerales -principalmente plata, de la cual Nueva España llegó a ser el primer productor mundial en el siglo XVIII-31 originó los “reales de minas”, localidades centradas en la extracción de los metales. “Sin los establecimientos formados para el beneficio de las minas, cuántos sitios habrían permanecido desiertos… la fundación de una villa es la consecuencia inmediata del descubrimiento de una mina considerable” (Humboldt, 1966, p. 238). Junto a las localidades mineras, se formaban aglomerados rurales que funcionaban como centro de abasto agrícola-ganadero, para cubrir las necesidades de los reales de minas, o sea, en muchas zonas de México se integraban centros urbanos mineros, haciendas agro-ganaderas y comunidades indígenas (Florescano y Gil Sánchez, 1976; Sariego, 1994).
En esa época, la hacienda era el núcleo rural donde se concentraban numerosos pueblos, ranchos y rancherías densamente poblados. No era infrecuente que los dueños de haciendas actuasen como señores feudales en la región que controlaban (Florescano, 1973). Entrado el siglo XVII, la producción de plata en la Nueva España se redujo drásticamente, lo que generó un cambio en la economía colonial. A raíz del declive de la minería, disminuyó la demanda de productos provenientes de las haciendas que, al no estar enfocadas solamente en el abasto, se transformaron en “unidades aisladas y autosuficientes” (Blackwell, 1976).32
Entre los siglos XVII y XX, la minería novohispana osciló entre períodos de éxito (con inversión de capital extranjero) y de decadencia (con reales de minas que se ruralizaron).33 Los centros recuperados son, actualmente, capitales estatales o regionales cuya economía depende más del comercio y los servicios, pero la minería sigue siendo una actividad importante (Sariego, 1994). Tal es el caso de Guanajuato, Zacatecas, San Luis Potosí y Pachuca.34
En paralelo al desarrollo de los centros mineros, y posterior a la decadencia de los mismos, en el medio rural se ha manifestado la resistencia a los grandes capitales no solo metalúrgicos, sino también agrícolas. Tal resistencia no se expresa únicamente en actos de rebeldía civil sino en la subsistencia a través de los recursos locales, alejados de los avances tecnológicos globales. “El pequeño minero serrano logra sobrevivir explotando a muy baja escala minerales con un muy alto contenido de oro y plata, utilizando para ello arcaicos métodos metalúrgicos,… quienes combinan en muchos casos su vieja tradición de oficio con la siembra del maíz y del frijol” (Sariego, 1994: 334-335).35
Una de las localidades que han sufrido esos devenires de la historia económica del país es Real de Catorce, en el estado de San Luis Potosí. Ubicado a una altitud de 2 715 metros, en la Sierra de Catorce, en la región del Altiplano Potosino, fue uno de los más tardíos desarrollos de la minería virreinal; descubierto en 1772, se le nombró “Real de Nuestra Señora de la Concepción de Guadalupe”. En 1779, había en el real más de cien minas productivas (Díaz Berrio, 1976) y, en 1795, la población local alcanzó los 15 mil habitantes gracias a la inmigración de trabajadores de otras partes de la colonia (Sánchez-Crispín et al., 1994).
La prosperidad y el consecuente crecimiento demográfico del sitio organizaron el territorio circundante para satisfacer las necesidades de la industria minera y de los residentes. Mientras que en la localidad principal se concentraban funciones urbano-administrativas -además de la residencial-, en otras comunidades se establecieron haciendas de beneficio, y otras se dedicaron a la agricultura.36
A mediados del siglo XVIII, la actividad minera disminuyó notablemente en el real, a consecuencia del agotamiento de las minas y de los conflictos derivados del movimiento de independencia en México. A finales del siglo XIX, la llegada de capital extranjero y tecnologías de extracción llevaron a la localidad una segunda época de riqueza en la que se modernizaron infraestructuras (construcción del emblemático Túnel Ogarrio, introducción de la electricidad y del telégrafo y habilitación de un tranvía interno), y la población alcanzó los 25 mil habitantes.37 Recién iniciado el siglo XX, la actividad minera comienza a disminuir, con el consecuente vaciamiento demográfico.38
La disminución drástica de la actividad minera como fuente de empleo, en la década de 1990, obligó a los residentes que no emigraron a retomar/ incrementar las labores del campo para subsistir, o bien a dedicarse a las actividades terciarias asociadas con el incipiente turismo que, en el caso de Real de Catorce, está íntimamente ligado al carácter rural del sitio. Eso exige una atenta reflexión y flexibilidad en la interpretación de las formas heterogéneas de los datos incorporados sobre el postulado de la era urbana (Brenner y Schmid, 2016).
En la actualidad, la economía del municipio muestra que el 39% de la población ocupada (PO) se emplea en el sector primario; el 21%, en el secundario39 (el 14% de ese sector corresponde a minería -el 3% de la PO; la construcción, en cambio, representa el 40% del subsector y el 9% de la PO); y 40% en el sector terciario.40 Cabe mencionar que las condiciones fisiográficas del altiplano (clima árido, escasez de agua y suelos con alto contenido de sales) complican la existencia de ganadería y/o agricultura a gran escala. Pese a ello, en las ocupaciones primarias, domina la cría de ganado -bovino, caprino, porcino- y la agricultura, cuyos productos -maíz, frijol, tuna, avena forrajera, alfalfa y pasto- son para el abastecimiento local (Inegi, 2010). Se destaca que, además de los cultivos para consumo humano, prevalecen los forrajes para alimento de rumiantes y equinos. La terciarización de la economía en Real de Catorce se genera gracias al campo y lo rural, elementos enfatizados por y para el imaginario turístico. Claval (1999) destaca que, en una cultura, la urbanidad refleja los guiones existentes entre estilos de vida y marcos de vida. En tanto, las pequeñas ciudades mineras en Latinoamérica enseñan que las transiciones citadinas históricas y la urbanidad produjeron espacios policéntricos de profundo contenido rural.
El aura rural de Real de Catorce está presente en el estilo de vida de los locales, en la arquitectura, en las fiestas sagradas y los peregrinos, en el aspecto de pueblo antiguo, abandonado, alejado… todo ello definido por la imagen visual, escrita y virtual del lugar (Figura 6). La bonanza minera dejó su impronta en el patrimonio local: construcciones religiosas (Parroquia de la Purísima Concepción, Capilla de Guadalupe), civiles (Casa de Moneda, Alhóndiga, Túnel Ogarrio, puentes, plazas, Panteón, Palenque), domésticas (residencias de los siglos XVIII al XIX, muchas de ellas en ruinas) e industriales (bocaminas y haciendas de beneficio).
La patrimonialización de Real de Catorce avanza con el ingreso de la localidad en el Programa Pueblos Mágicos,41 en el año 2001, y con el crecimiento significativo del turismo, cuando la localidad se popularizó, al ser escenario de producciones cinematográficas hollywoodenses (La Mexicana, 2001 y Bandidas, 2006). Esas representaciones consolidaron la imagen de lugar donde “se ha detenido el tiempo”42 -un tiempo lento, rural- asociado también con un exotismo de sitio recóndito (estereotipado como el Viejo/Lejano Oeste), contrastante con el ritmo de las grandes ciudades.43 Fue hasta el año de 2011, cuando el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) decretó como Zona de Monumentos Históricos el conjunto de 68 manzanas y 123 monumentos, correspondiente al núcleo antiguo de la localidad.
Al igual que Pirenópolis, Real de Catorce revela una situación geográfica turística cuya esencia contiene el campo y las ruralidades conectoras de pequeñas y grandes ciudades. La investigación de campo en Real de Catorce y la Figura 7 derivado presentan una situación geográfica turística (o la interacción-totalización de múltiples escalas y temporalidades de lo rural-urbano) en México, de la siguiente manera:
1. Real de Catorce concentra 39 establecimientos de hospedaje y una llegada anual de 38 109 turistas -80% de origen nacional- (Inegi, 2017). Actualmente, los visitantes atraídos por el imaginario agreste rural del lugar se mezclan con los peregrinos devotos de San Francisco de Asís,44 imagen situada en la Parroquia de la Purísima y que, desde el siglo XVIII, ha atraído fieles. Los peregrinos tienen motivaciones y comportamientos distintos a los turistas, pues, aunque representan una afluencia importante,45 no suelen pernoctar.46 Los exvotos dedicados al santo, exhibidos por miles, en la Parroquia de la Purísima (Figura 8), representan milagros asociados con la sanación de enfermedades, ayuda en accidentes sufridos por los mineros, así como la resolución de problemas de la vida en el campo (curación de animales, rescate de cosechas, etc.). Es reveladora la composición visual de los exvotos: incluye el paisaje ruralizado de Real de Catorce y la cosmogonía del campo mexicano. El eje L de movilidad peregrino-turística, que contiene las calles Lanzagorta y Libertad [ruta que conecta el Túnel Ogarrio47 y la capilla de Guadalupe] representa el territorio apropiado y usado en el contexto de las tradiciones sacro-urbano-rurales y sus eventos decurrentes; marca los desplazamientos peregrino-turísticos, concentra los principales equipamientos, atractivos y comercio turísticos en el área localizada entre la Parroquia de la Purísima y la Plaza de Armas.
2. La situación geográfica turística de Real de Catorce también es consecuencia de la virtualización de lo rural operada por la imaginación y apropiación urbano-metropolitana del marco de vida rural alejado, desde las tres principales aglomeraciones de la región noroeste de México. Monterrey, metrópolis industrial del norte del país que aglomera 4.7 millones de habitantes (330 kilómetros de distancia); San Luis Potosí, capital del estado homónimo con una población de 1.2 millones de personas (dista 250 kilómetros); y Saltillo, capital de Coahuila e importante nodo industrial regional, cuya población alcanza los 920 mil habitantes (a 250 kilómetros) (Sedatu, Conapo e Inegi, 2015). Las tres ciudades aportan los flujos más significativos de visitantes al Pueblo Mágico (Sectur, s/f; Barriga, 2018). Esa situación espacial no representa, superficialmente y como plantea Veiga (2004), el casamiento entre la ciudad (que cuida del ocio y del trabajo) y el campo (dedicado a la libertad y la belleza); esa situación geográfica turística traslapa e interacciona tanto escalas de ciudades, como marcos y estilos de vida rurales, conformando cambios de existencias sociales por lo imaginario y el espacio.
3. A lo largo del año, fuera de los períodos vacacionales, festivos o fines de semana, los días y las noches en el pueblo son de poca movilidad. La mayor dinámica está en esa L, que contiene tres puntos de lanzadera (la explanada fuera del Túnel, la Plaza de Armas y la calle Allende), donde los turistas (y peregrinos) contratan paseos para explorar los alrededores (o intentan adquirir lo real rural), operando la conexión de los atractivos del imaginario campo-ciudad y del acercamiento pequeña-gran ciudad. Los recorridos se hacen a pie o caballo, acompañándose por uno de los cerca de 100 caballerangos (ex mineros o campesinos incorporados al servicio turístico, Figura 9), que trabajan como guías y cuentan con alrededor de 250 equinos.48 Una virtualización de lo rural que también ocurre cuando se contrata un viaje a bordo de un “willy” -vehículo Jeep de la década de 1960-49 para visitar las ruinas de la ex hacienda minera (Pueblo Fantasma), la antigua estación de tren (Estación Catorce), rutas por la sierra (Altiplano Potosino) y el desierto para llegar a Wirikuta, la zona sagrada de los indígenas wixaricas [huicholes] (Figura 10). Muchos turistas son movidos por el interés de conocer el peyote, cactus endémico (Lophophora williamsii) al que se le atribuyen efectos alucinógenos, así como por el misticismo que rodea al sitio religioso de origen prehispánico. H. Capel comenta que los turistas y los visitantes tienden a interesarse por aspectos diversos e inesperados, descubren a veces a la misma población rasgos que esta no ha valorado (paisaje, estructuras geológicas, ambiente urbano, convivencia, estructuras industriales del pasado etc.). Por ello, “… se han de tener en cuenta las relaciones organizadoras de la ciudad con el espacio circundante, con sus áreas de influencia, con los espacios rurales. De manera general, es conveniente pensar en la ciudad y en su comarca, para desarrollar a ambas a través de visitas, turismo rural, valoración de equipamientos y riqueza naturales o agrícolas” (Capel, 2009, p. 27).
4. Los pobladores involucrados con el turismo mantienen una relación concienzuda con los visitantes y con el entorno. Hay una organización genuina popular del turismo; cuidado con la localidad, los atractivos e incluso con las narrativas sobre la práctica turística en Real de Catorce y su importancia para toda la población. En la raíz de ese discurso, está la transición del trabajo y de la economía de la minería al turismo y el movimiento de las penurias del ser minero hacia el “privilegio” de estar frente a frente, informando, llevando conocimiento, dialogando con quienes pagarán directamente por el trabajo. El antiguo minero se ve en una labor más cómoda y menos violenta con el cuerpo y con la propia vida: “Es muy diferente. Porque el turismo es un diálogo, y con el mineral es nomás tener suerte, tener fe hacia Dios, que nos dé el mineral para sobrevivir. El turismo es invitar a todo mundo, ser abierto.”50 La apreciación positiva del turismo se relaciona con la perdida de la principal fuente de ingresos en la localidad, que parecía condenada a desaparecer. “…Cuando yo era niña teníamos mucha hambre… y no hallaban qué darnos de comer… Sí, pues toda la gente, la poquita que quedó, y pues van creciendo, van poniendo sus puestecitos [de suvenires, o de alimentos] para vivir.”51
5. El campo se vuelve distintivo de la dinámica turística en Real de Catorce. El campo hace al turismo y el turismo se hace por el campo: caballerangos, gente de pueblos próximos, que actúan en diferentes ramos del turismo, como venta de hierbas medicinales, artesanías y alimentos (recolectados, cultivados o producidos por ellos mismos -adquiridos directamente por los visitantes o vendidos a tiendas especializadas o consumidos por los restaurantes locales, Figura 11). Los paseos alrededor del Pueblo Mágico establecen las conexiones: atractivos y productos (que contienen lo real rural) e imaginarios52 de la interacción campo-ciudad (que producen lo virtual rural); real rural y virtual rural se constituyen como síntesis dialéctica y existencial de las pequeñas ciudades mineras en Latinoamérica. “Se encuadra la cultura urbana o la nueva sociedad urbana, aquella que, gradualmente, se distancia del trabajo del campo, pero necesita de él para sobrevivir” ( Scarlato y Costa, 2017, p. 18).
6. Por último, incluso antes del desarrollo turístico, llegaron extranjeros y foráneos a Real de Catorce -atraídos por la imagen vendida del bucolismo lugareño y la oportunidad de ganancias futuras- y adquirieron inmuebles que los propietarios locales -limitados en sus ingresos económicos- vendieron a bajo coste:53 “…en ese tiempo llegó mucho extranjero, que traía dinero y compró terrenos. Por eso es que la mayoría de los hoteles son de extranjeros, porque compraron y tenían dinero para construir. Compraron a precios muy bajos porque la gente estaba necesitada…”54 Pese a que los comercios turísticos más elitizados son propiedad de personas llegadas en las últimas décadas a la localidad [en su mayoría], la particularidad de Real de Catorce se encuentra en la relativa libertad que los residentes locales todavía disfrutan para beneficiarse, económica y culturalmente, de la práctica turística y de su lugar de vida activa, pues usan y se apropian de bienes patrimoniales inmuebles y productos de consumo inmediato, desde la Zona de Monumentos (inclusive en el área más densa de la funcionalidad turística), además de las fiestas sagradas y la peregrinación55 recurrente: hecho espacial, imaginario y concreto de la memoria individual y colectiva en México.
La dinámica establecida en Real de Catorce tiene por esencia el campo, hilo conductor de la complejidad inherente a la naturaleza de la pequeña ciudad minera en Latinoamérica, que todavía reproduce la gran ciudad. La peregrinación, mezclada con el turismo, conforma imágenes del lugar que estimulan la visitación y, gradualmente, la gente del lugar, forasteros y extranjeros utilizan y se apropian de la materialidad y de las subjetividades constituyentes del núcleo urbano original ruralizado, turistificado y componente de una situación geográfica turística singular en México. Las poblaciones campesinas del entorno inmediato son beneficiadas por la economía que genera el turismo en esa centralidad principal; se establece un circuito espacial de producción, de existencias y de supervivencia -a través del turismo- que merece un estudio profundizado en el futuro.
CONSIDERACIONES FINALES
El análisis de las pequeñas ciudades latinoamericanas Pirenópolis (Brasil) y Real de Catorce (México) posibilitó comprobar la tesis de la fricción, tensión y simbiosis de lo rural-urbano por el turismo, a través del imaginario individual y colectivo gestado en la metrópolis, la cual virtualiza las ruralidades concretas inherentes a tales centros.
La fricción urbano-rural ocurre en el plano de mensajes producidos por las imágenes y la estética lugareña, que son capturadas y reproducidas en la metrópolis, la cual genera la asociación de la pequeña ciudad con la “naturaleza” y el campo. La tensión urbano-rural ocurre en la dimensión de la virtualidad o de la simulación de esa relación, en el ámbito del lugar de destino, la cual el turista lleva y proyecta. La simbiosis urbano-rural es la propia realidad del lugar, es la esencia y la interacción que el turista puede ver, apropiarse o aproximarse poco. Esa tríada es gestada en el seno del fenómeno turismo operado en conexión de escalas (citadinas) y de localidades (atractivos), las cuales aglutinan y narran lo rural, tomándolo por real o por virtual.
Queda clara la mirada metodológica en que la tríada fricción, tensión y simbiosis de lo rural-urbano es generadora, entre diferentes escalas de ciudades en conexión y sin protagonismo metropolitano, de la situación geográfica turística, en una era urbana todavía conducida por lo rural y por la ruralidad reales y virtuales (de las pequeñas ciudades) e imaginadas (en la metrópoli). La representación de esta situación espacial integra un palimpsesto de escalas, de temporalidades y de variables propias del mundo rural-urbano pueblerino y metropolitano que, metodológicamente, hay que considerar el contenido técnico-político de cada momento del continuum revelador de esos mundos perpetuamente vinculados: lo rural y lo urbano hecho en una duradera simbiosis, por la cual el territorio aglutina la historia sin rupturas plenas.
Ello exige análisis territoriales profundos, que involucran lo social, lo mental y lo físico para, metódicamente, acercar a una dialéctica espacial. A partir de esas dos caras dobles de las metrópolis latinoamericanas [por un lado, i) la economía espacial segregadora y ii) el mestizaje étnico-cultural; del otro lado, i) los imaginarios de las innovaciones y ii) los conocimientos de los hábitos y cotidianos rurales (presentes o distantes de las metrópolis)], Pirenópolis y Real de Catorce (y diversas pequeñas ciudades del continente) son satelitizadas y satelitizan, recíprocamente. La interacción mutua entre i) la economía tecnificada veloz de la metrópolis y ii) las formas de ruralidades concretas e imaginadas, consolida un nuevo dinamismo en pequeñas ciudades latinoamericanas.