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Investigaciones geográficas

versión On-line ISSN 2448-7279versión impresa ISSN 0188-4611

Invest. Geog  no.107 Ciudad de México abr. 2022  Epub 20-Jun-2022

https://doi.org/10.14350/rig.60551 

Reseñas

Hernández Espejo, M. Á. y Lugo Hubp, J. (2021). Glosario geomorfológico para montañistas

Pere Sunyer Martín* 

*Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa

Hernández Espejo, M. Á.; Lugo Hubp, J.. 2021. Glosario geomorfológico para montañistas. México: Instituto de Geografía, Universidad Nacional Autónoma de México, Colección Geografía para el siglo XXI. Textos universitarios. Núm. 28, 231p. ISBN: 970-32-2965-4.


La investigación científica de la montaña está directamente relacionada con la historia del montañismo. Uno de sus antecedentes, Horace Bénédict de Saussure, naturalista en su más amplia expresión, geógrafo físico por vocación, con su ascensión al Mont Blanc (4810 msnm) en los Alpes en agosto de 1787 inauguraba una forma de hacer ciencia poco usual en aquel entonces: hacer investigación sobre el terreno, describir en vivencia propia los fenómenos meteorológicos, geológicos y geomorfológicos, relatar sus observaciones sobre los glaciares y la vegetación. Pero también abría la puerta a una pasión, la de las alturas.

La atracción por las montañas ya había sido experimentada previamente por otros naturalistas, como Johan J. Scheuchzer, el primer “científico alpinista” (Kirchner, 1950, p. 428), Albrecht Haller, el médico, botánico y poeta de los Alpes, o Jean-André De Luc, quien junto con su hermano ascendió al Mont Buet (3096 msnm) y fue “el primer montañero estudioso de las alturas” (Tunbridge, 1971, p.p 15-33). Sin embargo, De Saussure convirtió esa atracción en devoción y proyecto de vida. Términos como sérac, morrena, rocas “moutonnées” son algunos de los términos propuestos por él en su estudio de las formas glaciares (Carozzi, 1995)

Inspirado por el sabio ginebrés, Alejandro de Humboldt hizo lo propio en los Andes de Ecuador, y con el Chimborazo (6263 msnm) culminó sus exploraciones en ellas, un hito que sirvió de modelo al químico Jean-B. Boussingault, a los geógrafos alemanes como Oscar Peschel, Ferdinand von Richtofen, Friedrich Ratzel, o a los geógrafos anarquistas como Elisée Reclus, por mencionar unos pocos en el siglo XIX.

Esta actividad científica tuvo su paralelo en la labor no menos relevante de los clubes de montañismo, creados en Europa desde mediados del ochocientos impulsados por la exploración de las montañas, tanto en sus aspectos físico-naturales como antrópicos. Su actividad sirvió de nexo entre el científico, “que era mal montañero”, y el montañero, “que era mal científico”. En los clubes se ofrecían charlas, se organizaban exposiciones y un sinfín de actividades divulgativas que permitieron que permearan las ansias de saber más sobre lo que se observaba y popularizar el vocabulario científico.

A pesar de esta íntima influencia entre una y otra actividad, los términos científicos no siempre han penetrado en la práctica del montañista, y menos en estos días en los que la visión deportiva parece haber tomado la delantera a la del montañismo como forma de vida.

La obra de Miguel Ángel Hernández Espejo y José Lugo Hupb parece llenar un hueco que muchos de los que hemos dedicado una parte de nuestra vida a la montaña echábamos en falta en nuestra biblioteca. Glosario geomorfológico para montañistas es una obra dirigida al montañista, principalmente mexicano, que tiene curiosidad e interés por identificar aquellas formas del relieve que destacan en el paisaje y que él recorre. Su principal valor es el de haber compilado términos científicos útiles a la práctica montañera, y, a su vez, brindar al científico, otros (pocos) que la práctica montañera utiliza para describir sus disímiles itinerarios.

No son únicamente vocablos geomorfológicos los que ordena el glosario, aunque sean los más abundantes; también los hay sobre fenómenos meteorológicos (“efecto invernadero”, “precipitación”, “lluvia”, “llovizna”, “nevasca”), posiciones de un relieve en función de la insolación (“solana” y “umbría”) o del viento (“barlovento” y “sotavento”); conceptos relativos a fenómenos marinos (“mar de fondo”, “olas”, “marea”); a aspectos relacionados con la administración de los bienes naturales (“parque nacional”, “área protegida”, “turismo de la naturaleza”) entre otros muchos. Y compila algunos de los términos específicos de la práctica montañera (“nudo”, “rapel”, “travesía”, “diedro”, “desplome”, “repisa”) o las numerosas especialidades que la afición por este medio tan peculiar ha generado (“cañonismo”, “rafting”, “senderismo”, “espeleismo”) y tantas que no se citan (“parapente”, “ala delta”, “ciclismo Todo Terreno” -BTT-, “trail running”).

Los autores vinculan internamente las diferentes entradas del glosario, que a la par que dirigir al lector hacia sinónimos de fenómenos o formas próximos, lo animan a adentrarse en las minucias y el detalle, como el origen etimológico de las palabras o muestras de lugares, en la mayor de las ocasiones nacionales, donde se puede observar tal o cual fenómeno.

Complemento fundamental son los bocetos con que se ilustran cada entrada, autoría de Manuel Hernández Espejo, excelente dibujante, que se define como “apasionado montañista”; afición (¿o forma de vida?) que comparte con José Lugo Hubp, persona de reconocida trayectoria investigadora y docente, mayoritariamente en el Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sin embargo, hay que decir que el formato de la obra no ha ayudado a desplegar la expresividad de los dibujos y fotografías adjuntos.

Llama la atención los escasos términos en lenguas vernáculas de México (“apantle”, “axalapazco/xalapazco”, “cenote”), de gran valor descriptivo y metafórico, y paralelamente la riqueza de palabras y expresiones que, además del castellano, proceden de otras lenguas y nutren el vocabulario científico. Términos franceses, alemanes, ingleses, holandeses, croatas… se superponen a los vocablos populares. A todo esto, uno se puede preguntar ¿cómo se forma el vocabulario científico? ¿Por qué unas palabras pasan al escalafón de la élite de la ciencia mientras que otras se quedan en la voz popular? ¿Qué es lo que diferencia un término popular de uno científico?

El Glosario que comentamos en parte nos resuelve las preguntas. La definición precisa de los distintos términos es una de las condiciones. Ceñir las palabras a las cosas,1 y viceversa, de tal manera que permitan la identificación y descripción clara y precisa de fenómenos observables. En ese amarrar, se pierde una parte de la expresividad y viveza con que el saber popular, del que forma parte el montañero, ha nutrido sus relatos y ha descrito sus itinerarios y hazañas. La otra, el glosario, exhibe el dominio que ciertos países han tenido en la construcción del saber científico y el papel secundario de otros tantos países y lenguas. Y también, de repente, las reivindicaciones de los científicos nacionales, como es el caso del geólogo José G. Aguilera, por introducir vocablos autóctonos, verbigracia, “xalapazco”.

A este lector le ha sabido la obra a poco. Le hubiera gustado una introducción con mayor fuerza y empaque que lo situara en la dificultad de elaborar un glosario y sobre su proceso de conformación; nota a faltar un mayor número de referencias entre las propias entradas, que lo animen a hacer suya la terminología: por ejemplo, los íntimos vínculos entre ciertas palabras y sus derivaciones: peña, peñasco, peñascoso, peñón, peñuela y también penacho y pináculo, o canal, cañada, caño, cañón, cañonismo, y por una extraña confluencia, canoa y canotaje. Y, sobre todo, una mayor profundidad en esa tímida investigación etimológica. Es el caso de numerosas palabras, como “sérac”, “rimaya”, de origen savoyard, o más próximo a México, los topónimos y formas como “bufa” (occitano, “vejiga”) o “bernal”, cuya raigambre se extiende al otro lado del Atlántico, asociado con los ritos de fertilidad.

En definitiva, el Glosario geomorfológico para montañistas es una obra de consulta pero que debe ser ampliada y mejorada en lo que creemos que son sus debilidades. Conviene acabar esta reseña con una cita que se aviene a la obra de Hernández y Lugo: “Este libro es para montañeros, y un montañero no es solo aquel que asciende montañas, sino todo aquel que le gusta caminar, leer o pensar en ellas” (Young, 1920, p. VII).

Referencias

Carozzi, A. V y Newman, J. K. (1995). Horace-Bénédict de Saussure: forerunner in Glaciology. Genève: Éditions Passé Présent. [ Links ]

Foucault, M. (1966). Les mots et les choses. Une archéologie des sciences humaines. París: Gallimard. Collection Bibliothèque des Sciences humaines. [Edición en español: México-Buenos Aires-Madrid: Siglo XXI, edición utilizada 2007]. [ Links ]

Kirchner, W. (1950). Mind, Mountain and History. Journal of the History of Ideas, 11(4), 412-447. DOI: https://doi.org/10.2307/2707590 [ Links ]

Tunbridge, P. A. (1971) Jean-André De Luc, F.R.S : (1727-1817). Notes and Records of the Royal Society of London, 26(1), 15-33. [ Links ]

Young, G. W. Mountain Craft. New York: Charles Scribner’s Sons 1920. Disponible en Disponible en https://archive.org/details/mountaincraft00youngoog/page/n12/mode/2up?q=Pyrenees . Consultado el 10 de febrero de 2022. [ Links ]

1Tomo de Michel Foucault (1966 [2007]) el título de una de sus conocidas obras.

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