En este libro agudo y perspicaz Aäron Moszowski Van Loon efectúa un desglose (léase apertura) de los presupuestos filosóficos de la antropología y la etnografía formulados en las últimas cinco décadas. Para ello realiza un recorrido cronológico y analítico por la obra controvertida, heterodoxa e hiperrealista del antropólogo y médico Michael Taussig. Inicia por los textos experimentales escritos a mediados y finales de 1970 al alimón con Anna Rubbo -firmados con el seudónimo de Mateo Mina-, hasta sus trabajos (y declaraciones) más recientes. De hecho, además de analizar libro por libro y artículo por artículo, Moszowski examina las diferentes recepciones que tuvieron éstos a través de sus respectivas reseñas.
De esta forma, sirviéndose de las páginas de Taussig, Moszowski despliega una lectura vítrea, cortante, una suerte de anatomía de la antropología contemporánea y, más precisamente, de aquella parte que a nivel de naciones concentra su producción y consumo: el triángulo conformado por Francia, Inglaterra, Estados Unidos.
Esta anatomía que conjuga la disección de la antropología contemporánea con el reconocimiento de su arquitectura filosófica presenta un desafío: ¿cómo reconstruir los momentos filosóficos de una ciencia empleando, justamente, a un autor cardinal en la hechura de estos momentos?
Moszowski resuelve este desafío a partir de una doble cartografía: examina la obra de Taussig para reconocer sus momentos filosóficos (autores, conceptos, argumentos, etcétera) y, en paralelo, utiliza estos momentos como mapas, como prismas, como bisturís para descubrir los momentos filosóficos de la antropología y etnografía contemporáneas. Así, a partir de la síntesis entre ambas labores se logra revelar la arquitectura filosófica.
Para llevar a cabo estas labores, Moszowski reconoce un grupo de problemas filosóficos que ordenamos del siguiente modo: 1) Las definiciones de modernidad y posmodernidad, de lo moderno y lo posmoderno; 2) los límites y posibilidades del lenguaje; 3) las concepciones de verdad y realismo; y 4) el “problema del Otro”.
Estos problemas filosóficos son observados a través de un marco triangular del saber antropológico constituido por las implicaciones éticas y políticas, los supuestos filosóficos y las estrategias retóricas. Por medio de este triángulo se incorporan y desincorporan decenas de autores generando un campo de interlocución colectiva donde se exhiben y enjuician diferentes posturas presentes en la historia de la antropología. Como cabría esperarse, en toda historia hallamos un comienzo, y en la antropología y etnografía contemporáneas el comienzo se asocia a Bronislaw Malinowski, antropólogo cracoviano que ha sido protagonista de la arquitectura filosófica de la antropología.
Al respecto, y pensando en Robert Thorton, cabe recordar el influjo de Ernst Mach en la práctica científica de Malinowski, verbigracia, la noción de campo en cuanto sistema heterogéneo, la necesidad de una perspectiva holista, y la síntesis sociológica (considerar a la actividad científica como parte del objeto de estudio, lo cual se tradujo en asumir el “estar ahí” como un proceso vertebral de conocimiento etnográfico). A este influjo filosófico Thorton añade la influencia de la literatura, ya que El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, y El conde de Montecristo de Víctor Hugo constituyeron lecturas impostergables en los momentos aciagos que recurrentemente invadían a Malinowski en sus estancias en las islas Trobriand, de ahí que esta influencia literaria resulte significativa para comprender el estilo de su escritura etnográfica.
Estos influjos encajan dentro del triángulo del saber conformado por las implicaciones éticas y políticas, los supuestos filosóficos y las estrategias retóricas. Por ende, no contamos sólo con un prisma, sino con dos prismas “rivales”: Malinowski y Taussig. Y aquí Moszowski hace lo imposible: articula ambos prismas y con ello cubre la mirada sobre el abanico histórico de los presupuestos filosóficos de la antropología contemporánea. Algo, es menester decirlo, tan desafiante como necesario.
Lo anterior se trenza con el tercer protagonista del libro: la “antropología posmoderna” de los años ochenta y noventa, y sus secuelas y fragmentos en el nuevo siglo. Algunos presupuestos de esta antropología “posmoderna” han contribuido en la confección de la arquitectura filosófica contemporánea. Sus críticas a la autoridad etnográfica y el estímulo de nuevas estrategias y estéticas de representación son muestras de ello. Asimismo, sus juicios sobre el “positivismo”, el “realismo” o el “empirismo” de la antropología de la primera mitad del siglo XX, a pesar de estar argumentados sobre caracterizaciones erróneas, lograron promover nuevos diálogos con la historia y actualidad de la filosofía.
Ahora bien, los tres protagonistas (Taussig en cuanto columna, Malinowski y la antropología “posmoderna” como extremidades) son considerados constructores y reproductores de la arquitectura filosófica de la antropología contemporánea, son fenómenos de estudio que a la vez se confrontan entre sí.
Empero, esto no significa insinuar la ausencia de autoría en el reconocimiento de la arquitectura. Es evidente la existencia de un principio de orden. Por ello es justo decir que Moszowski no elude fijar posiciones. Tampoco suspende el juicio. Establece términos, nombra e identifica un universo conceptual con equivalencias y variaciones. Por ejemplo, define una “antropología postetnográfica” en cuanto sinónimo de “antropología reflexiva”, o bien reconoce a la “antropología posmoderna” como el “momento posmodernista” de la antropología reflexiva (p. 208).
Al fin y al cabo, Moszowski es el “último” arquitecto, es él quien escoge el cruce de los trazos y fija el punto final de la obra. Y aquí es precisamente donde la apuesta por una metaantropología cobra sentido: cuando el arquitecto de la arquitectura se suma a la obra, la encarna en cuanto diseño o en cuanto columnas o vigas, pero en cuanto diseño, columnas o vigas con y hacia nuevas orientaciones.
En sintonía con esto último es indudable que el libro nos espolea sin parar a salirnos del camino que él mismo propone, aunque no del mapa. A sabiendas de que da gusto extraviarse con mapas, se nos ocurren algunas orientaciones arquitectónicas de las expuestas en el libro:
a) Evidentemente sus tópicos se enlazan a una historia desbalanceada de diálogos filosóficos sobre la antropología y la etnografía, entre los que caben mencionar los protagonizados por Ian Jarvie y Peter Winch (popperianos y wittgensteinianos); Jean-Paul Sartre y Claude Lévi-Strauss; Theodor Adorno, Max Horkheimer, Eric Fromm y Margaret Mead; y Stanley Diamond, Bob Scholte, Dell Hymes y Jürgen Habermas, entre los más recordados.
Así, otro rastreo de las arquitecturas filosóficas de la antropología, que el libro de Moszowski nos invita a prolongar, nos podría conducir a Roberto Cardoso de Oliveira y su incorporación de la perspectiva fenomenológica trabajada por Maurice Merleau-Ponty. O también a Rodolfo Kusch y sus lecturas de la vida andina quechua a través de los planteamientos de Martin Heidegger y Georg Wilhelm Hegel.
b) En el mismo tenor no sería exagerado decir que aún quedan pendientes estudios “vernáculos” sobre la recepción y efectos de las antropologías “posmoderna”, “reflexiva” y “postetnográfica” en las antropologías externas, periféricas o subalternas al triángulo conformado por Estados Unidos, Inglaterra y Francia.
c) Por otro lado, entre los autores del continente del saber filosófico abordados en el libro, mejor dicho, que la lectura de la obra de Taussig demanda su abordaje, destacan Karl Marx y Friedrich Nietzsche, a quienes Moszowski adjunta a Ludwig Wittgenstein, Michel Foucault, Jacques Derrida, Paul Feyerabend, Marshall Berman, Zygmunt Bauman, Hilary Putnam, William Van Orman Quine y Bruno Latour, entre otros. No obstante, un autor cardinal en esta arquitectura filosófica es Walter Benjamin. La noción de montaje nos motiva a regresar a La obra de arte en su época de reproductibilidad técnica, y a París, capital del siglo XIX . En ambos textos se tratan las relaciones políticas y artísticas entre ficción y reproducción, entre imagen y repetición, entre lo sagrado y lo profano y, en ambos, Benjamin reflexiona sobre las “máquinas miméticas” (foto, cine, radio) que tanto rendimiento dieron a Taussig.
d) Pero, sobre todo, nos incita a revisitar El origen del drama barroco alemán, ensayo donde Benjamin expone una “doctrina del texto filosófico” a la par que una “crítica del conocimiento”. Allí concibe al filósofo como una figura intermedia entre el “investigador” y el “artista”. Reflexiona sobre los vínculos entre conocimiento y drama, conocimiento y nostalgia, conocimiento y luto, conocimiento y melancolía, conocimiento y alegoría. Además, lo auténtico y lo original se comprenden en cuanto procesos de restauración o rehabilitación, es decir, imperfectos. De hecho, el mismo significado de verdad es desplazado del interés del conocimiento filosófico ya que no se considera un objeto de estudio. Como se advierte, Taussig encontró una fuente inagotable de inspiración; quizá, también, aquí la arquitectura filosófica de la antropología aún encuentre renovados planos.
A propósito de formas y contenidos cabe subrayar que los siete capítulos que componen el libro finalizan con sendas “Adendas”, las cuales favorecen la retención (y meditación) de las opiniones vertidas actuando no sólo como síntesis, sino también como balances y perspectivas.
Para finalizar, nos gustaría revelar una situación que ilustra el permanente trabajo de revisión y actualización que subyace al libro. Como podrá notarse al final de éste, más precisamente en las conclusiones, Moszowski confiesa compartir el juicio de Matthew Carlin, quien identifica tres vetas en el proyecto de investigación de Taussig: “la crítica marxista del capitalismo, la crítica anarquista del Estado y la crítica fenomenológica del lenguaje” (p. 260); a las cuales podríamos agregar una cuarta: el esteticismo, un tanto escatológico y barroco, que satisface una sensibilidad artística altamente politizada.
Sin embargo, cabe indicar que el juicio de Carlin, y la confesa adopción de Moszowski, no estaban en la tesis doctoral de este último (fuente del libro), lo cual muestra, insistimos, la constante actualización y revisión concienzuda de la investigación. Dicho lo anterior, es de festejar, no menos que agradecer, que con este elaborado libro su autor atice el pensamiento, la práctica y el compromiso en el conocimiento antropológico y en la comprensión del comportamiento humano en general.