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Convergencia

versión On-line ISSN 2448-5799versión impresa ISSN 1405-1435

Convergencia vol.16 no.50 Toluca may./ago. 2009

 

Ensayos

 

Una nueva mirada a la montaña

 

Elvira Sanz Tolosana

 

Universidad Pública de Navarra, España. E–mail: elvirasanztolosana@gmail.com

 

Envío a dictamen: 21 de agosto de 2008.
Aprobación: 23 de octubre de 2008.

 

Abstract

The European rural world has experienced a deep transformation in the last decades, especially mountainous areas. In this paper we explore the main political and ideological processes that have favored the revaluation of mountainous areas. First, we analyze the institutional recognition of the key role they play in development of human life and its natural and structural handicaps. Secondly, we study the recent evolution of policies directed towards Spanish mountains, namely the Pyrenees. Finally, we look on the social representations of mountain. In this sense, we emphasize the postmodern gaze that includes the signs of rural imaginary.

Key words: mountain, Pyrenees, revaluation, postmodernism.

 

Resumen

El mundo rural europeo ha experimentado una transformación profunda en las últimas décadas, en especial las áreas de montaña. En este artículo vamos a explorar los principales procesos de cambio políticos e ideológicos que han impulsado la revalorización de los espacios de montaña. En primer lugar, analizamos el creciente reconocimiento institucional del papel que estas áreas juegan en el desarrollo de la vida humana y de los handicaps naturales y estructurales a los que se enfrentan. Enseguida abordamos desde una perspectiva histórica la evolución reciente de las políticas dirigidas a la montaña ibérica y más concretamente al Pirineo. Finalmente recorremos de forma breve la variedad de representaciones sobre la montaña subrayando especialmente la posmoderna que aglutina los signos del imaginario rural actual. Unos análisis y reflexiones procedentes de mi tesis doctoral "Identidad, montaña y desarrollo: los valles de Roncal, Salazar y Aezkoa".

Palabras clave: montaña, Pirineo, revalorización, posmodernismo.

 

Las montañas representan una cuarta parte de la superficie de nuestro planeta. Una importancia no sólo cuantitativa, pues éstas influyen en la vida de muchas maneras. Además de sus recursos minerales, hídricos, forestales, agrícolas y de ocio, ejercen una notable influencia sobre el clima y determinan el curso de procesos históricos y económicos. Sin embargo, hemos tenido que esperar hasta finales del siglo XX para asistir a un creciente reconocimiento institucional de su papel clave en el desarrollo de las sociedades humanas que, junto a su revalorización, han devuelto a la montaña el lugar que le corresponde.

 

Reconocimiento institucional de la montaña

Las palabras de bienvenida en la mayoría de las conferencias y congresos sobre la montaña destacan el significado económico, cultural y espiritual de éstas en la existencia, y recuerdan a los participantes y oyentes que el entramado de vida que sostienen contribuye al sustento de todos: habitantes de las tierras altas y de las bajas. Más de la mitad de la humanidad —cuatro mil millones de personas— subsiste gracias a las montañas de donde consigue agua dulce para producir alimentos, electricidad para sostener las industrias y, sobre todo, para obtener agua potable. Las cordilleras son islas de biodiversidad, de diversidad cultural, y su fragilidad es extrema. "Cualquiera que sea nuestro lugar de origen, por elevadas o pequeñas las colinas o montañas de nuestros países, todos somos de las montañas. Todos dependemos de ellas, estamos ligados a ellas y sus efectos repercuten sobre nosotros, en formas que tal vez no hayamos siquiera concebido antes" (Diouf, 2002).

Las áreas montañosas cubren 24% de la superficie terrestre y albergan a 12% de la población mundial. A pesar de su peso, las regiones montañosas se han caracterizado por su periferialidad, aislamiento y lejanía de los centros de poder económico y de decisión. Sin embargo, ciertos hechos acaecidos en los últimos años pretenden invertir esta tendencia. En 1992 la Conferencia Mundial sobre Desarrollo y Medioambiente en Río de Janeiro aprobó la conocida Agenda 21, en la que se reconoce en el capítulo 13 la importancia global del desarrollo de dichas áreas. Un reconocimiento reforzado con la designación de 2002 como el Año Internacional de las Montañas por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas. El propósito es asegurar el bienestar de los habitantes de las montañas, mediante la promoción del desarrollo sostenible de los ecosistemas montañosos. Pero hay dos condiciones necesarias para que los países cumplan este objetivo: la primera es la paz, y la segunda, la seguridad alimentaria. En estas zonas se despliega la mayor parte de los conflictos armados del mundo, y en donde viven algunas de las poblaciones más pobres y con menos seguridad alimentaria. Sin paz no es posible reducir la pobreza ni el hambre. Sin paz no se puede pensar siquiera en el desarrollo sostenible.

Las zonas de montaña en la Unión Europea (UE) poseen una problemática común (declive económico, despoblamiento, marginación, acceso difícil, etc.) como consecuencia de las limitaciones geográficas, climáticas y de infraestructura que su situación acarrea. El Parlamento Europeo (2003) declara que es necesario que sus peculiaridades geofísicas, culturales y económicas, que condicionan el desarrollo e influyen en el modo de vida de los habitantes, se tomen debidamente en cuenta en la política de cohesión, reconociendo las características y valorando las potencialidades específicas. Asimismo, solicita que se incluya una referencia a las regiones de montaña en los reglamentos relativos a los Fondos Estructurales, a semejanza de la Política Agraria Común (PAC), en la que se hace mención explícita de dichas regiones (artículo 17 del Reglamento del FEOGA1), por tratarse de zonas desfavorecidas en el marco de las actividades agrícolas. El Parlamento Europeo destaca que el principio de solidaridad, fundamento de la política comunitaria de cohesión, debe aplicarse de manera particular en las regiones con desventajas geográficas y estructurales evidentes (las regiones insulares, las regiones de montaña y las zonas de baja densidad de población), que sólo pueden compensarse con una política estructural horizontal. En este mismo sentido, la Comisión Europea ha reconocido la existencia de regiones (en nuestro caso las montañas), cuyos handicaps naturales permanentes limitan su potencial para el desarrollo: la pendiente, la altitud y las temperaturas extremas. Un factor añadido es que a menudo se localizan en las periferias nacionales y constituyen, a su vez, fronteras regionales y nacionales. Mayoritariamente estas áreas están localizadas en los márgenes de la economía nacional y de los sistemas políticos con escaso acceso a los mercados europeos, lo que ha representado un obstáculo adicional en la Europa de los Estados–nación donde las zonas de frontera constituían la periferia, y su desarrollo no representaba la principal preocupación de sus gobernantes. El Parlamento Europeo considera fundamental que los problemas de estas zonas se traten en el marco de una estrategia de cooperación transnacional, transfronteriza que sea capaz de superar la inevitable fragmentación y la consiguiente ineficacia de un enfoque geográficamente limitado. Un último reconocimiento institucional de la Europa comunitaria viene incluido en el Tratado para la nueva Constitución Europea.2 En suma, Europa requiere una estructura económica y de población con la base de un uso equilibrado de sus espacios. Las regiones montañosas de Europa, aparte del clima, de la variedad geográfica y el reclamo como lugares de cura, de reposo y de recreo, muestran estructuras socioeconómicas parecidas entre ellas, gracias a las cuales representan un elemento unificador dentro de la UE. Más allá de los desafíos que afrontan a nivel local, estas zonas tienen en común las perspectivas de solución de sus problemas.

Las montañas de Europa son de vital importancia para la población en diferentes aspectos, siendo definidas como "the undervalued ecological backbone of Eur ope". En primer lugar, son las principales suministradoras de agua del continente, en especial en verano (water towers) y con una relevancia especial en el área mediterránea y balcánica. En consecuencia, es la fuente para la energía hidroeléctrica que básicamente se consume lejos de estas áreas. Sin embargo, aunque los costes de producción son relativamente bajos, los costes medioambientales son a menudo altos. En segundo lugar, son centros de diversidad biológica y cultural que constituyen el refugio de la mayoría de las especies protegidas y el hogar de numerosas minorías étnicas. No obstante, las influencias externas y la despoblación, en particular de los jóvenes, están diluyendo o menoscabando esta milenaria diversidad cultural. Este proceso no sólo afecta a las identidades locales sino también a los paisajes humanizados, los granos que se cultivan o el alimento que se produce. En este sentido, asistimos en la actualidad a una creciente revalorización de los productos elaborados en la montaña, aquellos que sólo pueden ser producidos en medioambientes específicos, tanto cultivados como no cultivables (hierbas, setas, hongos...), en lo que se considera un pilar fundamental para el futuro de estas comunidades. El patrimonio cultural, los productos de alta calidad y los paisajes conforman un creciente foco de atención para el turismo. En definitiva, asistimos a un reconocimiento creciente de las instituciones europeas y de la ONU sobre la importancia trascendental de la conservación y desarrollo de las montañas para y en beneficio de todos.

 

La montaña europea: handicaps naturales y estructurales

En la Unión Europea, las zonas de montaña se extienden por la tercera parte del territorio donde viven más de 40 millones de personas. A pesar de su reducido tamaño en comparación con otros continentes, Europa presenta numerosas cordilleras montañosas que están esparcidas ampliamente, por eso casi la mayoría de los países posee dichas cadenas montañosas, desde la península escandinava hasta Baleares o Chipre, y desde Portugal o Irlanda hasta los Urales. En tan amplio espacio las variedades climáticas que se extienden desde las oceánicas a las continentales, junto con los factores de localización, altitud, pendiente y orientación, crean numerosos microclimas. Una extensa gama de combinaciones físicas que nos ofrecen una notable diversidad en los ecosistemas y en los usos agrícolas tradicionales. Además suelen ser zonas aisladas y especialmente frágiles en cuanto a su reserva natural y la riqueza de su biodiversidad. Estas regiones constituyen un patrimonio de nuestro continente cuya pérdida ocasionaría un perjuicio para la sociedad europea. Los territorios son ricos pero sumamente delicados. Este es su carácter específico. Ricos por sus recursos naturales, por la belleza de sus paisajes, de sus variadas flora y fauna, por sus ecosistemas únicos, sus famosos parques, por sus recursos vitales de agua, aire, minerales, etc., ricos por su historia y cultura. Sin embargo, cualquier exceso por explotación excesiva o por abandono de la actividad humana puede romper el equilibrio del entorno natural. Cualquier competencia directa con zonas más productivas, cualquier inadaptación de las políticas compromete su desarrollo. No obstante, esta pluralidad de medioambientes no oculta la problemática específica y común que presentan estas áreas europeas: dificultades geográficas (difícil acceso, situación periférica, etc.), demográficas (despoblamiento, envejecimiento...) y económicas (falta de infraestructuras, potencial de diversificación económica muy limitado, etcétera). Un conjunto de elementos interrelacionados que desembocan en unas características propias y comunes de estas zonas y, a su vez, en una multiplicidad de situaciones.

Las zonas de montaña se diferencian fundamentalmente por sus características geofísicas: altitud y pendiente. A causa de sus condiciones geográficas tan acusadas, las regiones montañosas tienen que hacer frente a desventajas económicas en numerosos campos de actividad. En este sentido, la Comisión Europea (2000, 2003) ha reconocido la existencia de estos handicaps naturales que limitan su potencial de desarrollo de modo determinado. Así, se considera que el impacto de la orografía y el clima son decisivos. La actividad económica es restringida donde el terreno es realmente accidentado y las pendientes pronunciadas. En agricultura, por ejemplo, es indiscutible que la productividad del trabajo será siempre menos alta que en una llanura si se emplean sistemas agrícolas motorizados. También existen costes adicionales en otros sectores de la economía relacionados con el aislamiento, con la falta de infraestructuras o de servicios públicos. La dificultad del terreno significa que el coste de construir y mantener la infraestructura de transporte es significativamente mayor que en el llano, y los costes son a menudo incrementados por la necesidad de dotarla de protección contra inclemencias naturales como las avalanchas o desprendimientos de tierras. En este sentido, la accesibilidad a los valles por lo general es deficiente. Las comunicaciones entre éstos se encuentran en peor estado, por lo que es más fácil desplazarse hasta el llano y de ahí internarse en el valle contiguo. La falta de un fácil acceso físico se debe a que las poblaciones son pequeñas y están diseminadas por extensas áreas. Por ende, la población local tiene que desplazarse obligatoriamente para obtener servicios, en especial los de alto nivel (hospitales o universidades).

Un desafío clave para la población que vive en estas áreas es la desventaja comparativa en relación con todo tipo de infraestructuras y servicios. Esta dificultad incluye dos cuestiones: periferialidad y la restricción del acceso a los servicios dentro de la región montañosa. La mayoría de las regiones montañosas forman parte de las periferias nacionales. A menudo constituyen las fronteras nacionales o regionales. Tradicionalmente, la región fronteriza es donde acaba la carretera. En otras palabras, las montañas están marginadas en los sistemas económicos y políticos nacionales. Ser periferia no sólo es no accesibilidad, implica además lejanía de los centros de poder político o de las capitales económicas donde se planifican las políticas dirigidas a estas zonas. En ciertas regiones, dicha marginalidad es o puede ser equilibrada o compensada por un fuerte gobierno regional con cierta autonomía (Baviera, Escocia, Navarra...). Asimismo, el desarrollo de base o de infraestructuras que permitiría y facilitaría la diversificación es más costoso. Las redes de transporte son esenciales para disminuir los efectos de la periferialidad, facilitar los crecientes flujos poblacionales y también para el desarrollo del turismo como importante componente económico.

Explorar esta cuestión no puede obviar la contribución realizada con la delimitación de la montaña y la identificación de los macizos incluyendo la definición de las áreas de transición. Los lazos funcionales espacio–temporales entre ambas constituyen un factor relevante. La alta población dentro de estas áreas de transición refleja su rol de provisión de servicios tanto al llano como a la montaña; el acceso a oportunidades de recreo, recursos naturales y fuentes de energía provenientes del área montañosa; acceso a los mercados que han favorecido el asentamiento de muchas industrias; el potencial como localidades de residencia, etc. Un papel protagonista que no es exclusivo de la actualidad sino que es una característica histórica (Munich en Baviera, Milán y Turín en el norte de Italia...). Las áreas de transición juegan roles cruciales en la provisión de acceso a los servicios, compensando frecuentemente la carencia de los mismos en dichas áreas. El tamaño y la función de los asentamientos determinan la red urbana, y de las posibilidades de ésta dependerá en gran medida el futuro de los macizos. La carencia de ciudades en un determinado territorio capaces de organizar el espacio, ofrecer servicios y dotarle de dinamismo conduce a que los procesos de despoblamiento sean inevitables. Los espacios se vinculan social, económica y culturalmente con una serie de centros con los cuales establecen numerosas interrelaciones, consiguiendo una mayor o menor articulación del territorio respecto al núcleo organizador. El área de influencia está condicionada, sobre todo, por la distancia y la accesibilidad. En este sentido, el análisis de los asentamientos humanos plantea la necesidad de sobrepasar los límites municipales y comarcales para estudiar una serie de relaciones funcionales, estructuras socioeconómicas, etc., que expliquen el funcionamiento del macizo (Laborie, 1989). El diseño de un programa de desarrollo para estas regiones necesita saber las complementariedades pueblo–valle, valle–comarca, y éstas con las ciudades que organizan la trama económica, además de contemplar un espacio regional más amplio que la propia cordillera.

Continuando con los handicaps estructurales, estas zonas tienen una constitución demográfica de pirámide invertida, exceptuando algunos núcleos muy dinámicos, fundamentalmente turísticos. El envejecimiento, la masculinización y la emigración juvenil conforman el triángulo demográfico característico de estas zonas. El envejecimiento, debido a la instalación de jubilados, mayor esperanza de vida y sobre todo el abandono de los jóvenes, especialmente de las mujeres, da como resultado una baja densidad de población de estructura muy vulnerable. Son poblaciones cuya capacidad de regeneración está mermada, y en las que la influencia de procesos y dinámicas anteriores es notable, que ocultan en parte la renovación de las poblaciones locales con la llegada de nuevos residentes. La despoblación no es sólo el resultado del declive de las actividades económicas o la pérdida de puestos de trabajo, sino también de las malas condiciones de vida que juegan un importante rol para las mujeres rurales y las jóvenes parejas. A menudo, las casas tienen menos servicios (calefacción, internet, cobertura de telefonía móvil, etc.) o son más viejos e ineficaces. En suma, las poblaciones de montaña sufren un agravio comparativo acusado en relación con servicios, infraestructuras, flujos económicos u oportunidades.

 

La montaña ibérica en la historia reciente. De lugar inhóspito a espacio del deseo

La montaña como espacio remoto, marginado e inhóspito

A lo largo de los dos últimos siglos la percepción sobre la montaña ha variado considerablemente de unos momentos históricos a otros, y, en consecuencia, la política dirigida hacia estas zonas. La imagen de un espacio aislado e inhóspito sólo aprovechable para la extracción de recursos naturales baratos y abundantes ha prevalecido hasta la segunda mitad del siglo XX. Una inhospitalidad fundamentada en los rasgos extremos del clima (nieve, temperaturas muy bajas, etc.) y las dificultades añadidas de las fuertes pendientes. El aislamiento no sólo es físico sino también un producto histórico, fruto del papel marginal asignado en las políticas territoriales, siendo objeto de atención únicamente como despensa excepcional de recursos a precio de saldo. A pesar de este aislamiento y los condicionantes físicos, estas comunidades desarrollaron unas formas de explotación y aprovechamiento del medio en extremo respetuosas con la naturaleza, obteniendo un sistema organizativo que sólo tenía sentido si el hombre lo trabajaba. Un equilibrio ecológico objeto de admiración hoy en día. De ahí que el abandono reciente de las actividades tradicionales (en algunos casos deserción demográfica total) ha dejado de lado todas las prácticas conservacionistas, acelerándose de este modo el proceso de erosión. En definitiva, la montaña necesita un nivel mínimo de explotación (García Ruiz, 1988; Balcells et al., 1980).

Junto a la agricultura de subsistencia y la ganadería extensiva, el monte aparece como el tercer gran elemento del espacio agrario en el contexto de la economía autárquica. La explotación forestal emergió con fuerza en el siglo XVIII, dada la gran demanda originada por la construcción del Canal Imperial de Aragón y los astilleros de la Armada, y continuó para fines mineros o ferroviarios. El ritmo de deforestación fue alarmante con el pretexto del interés nacional, cuyos efectos todavía hoy son perceptibles sobre muchos montes carentes de cualquier tipo de vegetación. La desamortización decimonónica intensifica los ritmos de sobreexplotación de los montes al ser adquiridos extensos latifundios por personas foráneas que los destinan al cultivo. Y además privan a las comunidades locales de estas "reservas" empleadas tradicionalmente como despensa para momentos de necesidad (aumento considerable de la población o malas cosechas), introduciendo una elevada inseguridad social.

El Plan de Obras Públicas (dictadura de Primo de Rivera 1923–1930) fue el primero que tuvo el Estado español antes de 1950 y con cual se construyeron más de 5,000 km de carreteras y otros 9,000 km de caminos vecinales, entre los que se encuentran la mayor parte de las carreteras que permiten el acceso a los pueblos de la cordillera pirenaica. Pero éstas no estaban pensadas para articular los núcleos de población, sino para la explotación de los recursos naturales a favor de sectores como la siderurgia y el cemento. La construcción de carreteras en el Pirineo respondía a dos intereses concretos. Uno, la explotación forestal, obteniendo madera para la construcción, traviesas para vías férreas, postes de luz para el plan de electrificación rural del conjunto del estado, etc. Y dos, la construcción de embalses no tanto para riegos como para obtener energía hidroeléctrica. Junto a estos objetivos que responden a intereses externos al macizo, los valles se vieron favorecidos por la llegada de transportes públicos y la electrificación. Las comunicaciones influyeron decisivamente en la desaparición del sistema de explotación tradicional. Se facilitaba el acceso a mercados y la llegada de nuevos productos a los valles, muchos de ellos a precios inferiores a los costes de producción en las montañas. Consecuentemente, el autoabastecimiento es sustituido por el sistema de mercado. Los burros y las almadías3 dejarán paso al camión y al tren, y los ríos y caminos a las carreteras y a las vías.

La montaña: un espacio expoliado

A mediados del siglo pasado, el modelo de sociedad tradicional imperante en la montaña quiebra. Un desmoronamiento social circunscrito a la crisis del sistema rural y que se extiende al sistema productivo, la desaparición de técnicas y saberes ancestrales y la pérdida de unas formas de organización del territorio propias. La agricultura de subsistencia es marginada en el nuevo mercado incapaz de competir con los productos del llano. Idénticas razones mercantiles, junto al rechazo de los jóvenes por la profesión de pastor (dadas las duras condiciones) y las amplias reducciones de las zonas de pastoreo, los arruinan e incentivan la emigración. Y finalmente, el sector maderero tampoco es capaz de sujetar a la población local: reducción significativa del número de empleos, progresiva mecanización, dureza del trabajo, etc. De esta forma, la montaña se convierte en el principal suministrador de mano de obra al proceso de industrialización y urbanización del país. Es decir, una reserva inagotable de recursos naturales y humanos. El sistema tradicional montañés se resquebraja.

El principal problema que ha sufrido el macizo pirenaico es la agresión múltiple, continua y voraz por parte de actuaciones exógenas duras, públicas y privadas y siempre de gran envergadura. La cantidad y frecuencia de éstas es abrumadora, reflejo de una concepción del Pirineo como un territorio por explotar. El modelo desarrollista de explotación a gran escala sobre áreas despobladas está en auge correlativamente al abandono de prácticas locales de explotación conservadora. Las actuaciones exógenas duras en el Pirineo se caracterizan, en primer lugar, por la búsqueda de lugares vulnerables (desarticulados territorialmente y despoblados) en combinación con la minimización de la información, ya que una valoración correcta de los daños podría hacer no rentable la operación. Una época en la que en nombre del interés público nacional se ha estado violentando el territorio pirenaico indiscriminadamente. El segundo punto se refiere al exiguo control en la ejecución de las obras: no hay ningún cuidado en disimularlas pese a suponer una inversión mínima complementaria, resaltando la ruptura del paisaje incluso en las grandes altitudes, la escasa limitación al uso de explosivos y en la multiplicación de accesos provisionales a las obras o en el vertido de enormes escombreras, sin detenerse a valorar los daños a los recursos locales, no sólo ecológicos sino también económicos (MOPU, 1986). La población pirenaica ve expropiado su territorio no sólo en el sentido material de tierras agrícolas ocupadas por las aguas o expropiadas, sino de sus recursos (agua), y con ellos de su futuro. La existencia de un sistema económico que expropia a la población su tierra es confirmada brutalmente. Conforme avanza el vaciado demográfico, el área ha perdido su personalidad, sus posibilidades de defensa y está incólume a efectos de los que le quieren solicitar sus recursos. La construcción de presas, embalses y centrales hidroeléctricas, carreteras en pro de la explotación maderera, estaciones de esquí, parques naturales, concesiones de prospección de gas natural y demás extractivas son un claro ejemplo de ello.

En estos años, la política dirigida a la montaña se articula en torno a dos grandes ejes: la repoblación forestal y la construcción de amplios embalses. La imagen de este espacio como despensa de recursos se refuerza de este modo. La idea no es sólo obtenerlos de forma rápida y abundante, sino establecer fórmulas de almacenamiento y gestión de los mismos para futuras necesidades. Y sin embargo, ni un metro cúbico de esta agua es aprovechado en o para el desarrollo y necesidades de la región. Los recursos hídricos son y han sido tradicionalmente un factor relevante para el desarrollo, tanto endógeno como exógeno. El siglo XX es el de la producción, industrialización y la conversión del agua en mercancía.4 La Ley de Aguas española considera a este líquido de utilidad pública y da al Estado el poder de definir su uso, es decir, el Estado quita la propiedad del agua al que le llueve. En este sentido, debería ser objeto de control regional, democrático y popul ar. Al contrario, el Estado supuestamente liberal les quita el agua a los campesinos para dársela a las compañías eléctricas con cánones ridículos (Gaviria, 1976).

El daño territorial al Pirineo excede con mucho a la inundación de las mejores tierras. Aspectos como la destrucción sistemática de las relaciones intrapirenaicas, sostenidas a lo largo de la historia, y el enrarecimiento de las mismas con el llano, especialmente entre el Pirineo central y la Depresión del Ebro, son buena muestra de ello. Los efectos territoriales de la expropiación tales como la desestabilización del mercado del suelo, la privatización de inmensos terrenos o la mayor extensión de la superficie afectada (no sólo la parte inundada) no han sido valorados en su justa medida.

La construcción de líneas eléctricas, telefónicas y ferrocarriles generan la necesidad de extraer mayor número de recursos forestales. La política de repoblación forestal iniciada en la vertiente sur del Pirineo en los años cuarenta y cincuenta fue devastadora para el pastoreo de la zona. Los efectos positivos como un mayor número de hectáreas repobladas con pinares, la creación de puestos de trabajo o la construcción de vías de acceso no esconden el resquebrajamiento territorial causado. El vaciado demográfico está íntimamente acompañado de las compras masivas de grandes superficies por el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (Icona), montes, incluyendo pueblo y cultivos, lo que a su vez supone un nuevo factor de despoblamiento, de una mayor dependencia exterior y de la extensión de la lógica de la máxima rentabilidad sin la más mínima retroalimentación de la zona. El Icona y la Confederación Hidrográfica del Ebro han sido algunos de los principales agentes de despoblación, de desarticulación del territorio y del cambio de propiedad del Pirineo sur. La construcción de carreteras corresponde a una voluntad de evacuación del pueblo, lo cual permite la compra global de los territorios comunales y la proyección sobre esos espacios de grandes sistemas de repoblación forestal.

La imagen revalorizada de la montaña

Las características propias de la montaña, producto de su aislamiento, antes asociadas al atraso y a lo vulgar, son hoy en día revalorizadas socialmente como ya hemos comentado. La escenografía rural (recuperada en gran parte gracias al turismo), las costumbres y la expansión de la ideología clorofila (Gaviria, 1971) provocan el redescubrimiento de este territorio como lugar turístico. Un espacio auténticamente identitario y de encuentro con la naturaleza y con uno mismo. El cambio de valores sociales y culturales conlleva una progresiva evolución del perfil económico–productivo de los territorios montañosos hacia una creciente y, en algunos casos, acusada terciarización que ha supuesto una nueva forma de creación de empleo y generación de rentas, y fundamentalmente ha contribuido a revalorizar la imagen de la montaña.

A partir de los años ochenta y gracias a la primera "Ley de Agricultura de Montaña", la Ley 25/1982 del 30 de junio (si bien hubo intentos para el establecimiento de la misma en los setenta), la política agraria española "descubre" los territorios montañosos, admitiendo su especificidad y estableciendo fórmulas para su relanzamiento socioeconómico (Gómez et al., 1987). El establecimiento de esta ley fue auspiciado por el proceso de adaptación del ordenamiento español al comunitario. Sin embargo, el profundo cambio esperado no tiene lugar. Únicamente las indemnizaciones compensatorias funcionaron regularmente. La entrada de España a la CEE en 1986 introduce una mejora sustancial: ayudas directas a los titulares de las explotaciones junto a otras primas y una mejora de los precios de múltiples productos agrarios se convierten, de este modo, en el mejor freno a la despoblación. El contexto eurocomunitario ha sido un factor clave para el impulso de los cambios de imagen y dinámica de las montañas, a través de los distintos fondos estructurales y sus programas (FEDER5 y FEOGA, principalmente), directrices y orientaciones (cambios en la PAC, promoción de diversificación económica, impulso a nuevos programas y medidas y a la innovación, etcétera). De ellas destaca la iniciativa LEADER que trata de aprovechar de forma más eficaz las potencialidades territoriales y las singularidades productivas que hasta ahora habían permanecido ocultas por el modelo económico anterior que las relegaba a un segundo plano y las menospreciaba por su falta de competitividad. Una normativa comunitaria reforzada por la construcción de nuevas infraestructuras rurales. El programa LEADER está en su tercera generación. LEADER I marcó el principio de un nuevo enfoque (en 1991) de la política de desarrollo rural basada en el territorio, integrada y participativa. LEADER II (desde 1994) propició un uso más amplio que la anterior, enfatizando los aspectos innovadores de los proyectos; y LEADER + activo en el periodo 2000–2006 continúa su rol como laboratorio para emergentes y nuevos enfoques hacia un desarrollo integrado y sostenible. El programa INTERREG es relevante para estas zonas europeas, dado el carácter fronterizo de muchas de ellas. Es un instrumento que favorece la cooperación transfronteriza permitiendo el inicio o el reforzamiento de muchos programas de cooperación como es el caso de Euromontana. Estos programas son importantes porque persiguen incentivar el desarrollo industrial o el sector turístico. Sin embargo, estos proyectos están más enfocados en sus aspectos de ruralidad o periferia que en los propios de estas zonas. Los impactos más positivos de estas políticas se resumen en la creciente apreciación de los valores de montaña para la sociedad urbana y global y también para las agencias gubernamentales, así como en la disminución a nivel regional de los efectos de barrera, aunque todavía queda mucho camino por recorrer. Por el lado negativo, resalta el hecho de que donde la PAC ha favorecido modelos ortodoxos de agricultura ha traído consigo la pérdida de pequeñas granjas, know–how, y el alto desempleo en algunas zonas.

El relanzamiento socioeconómico de las zonas de montaña se ha basado en dos grandes ejes o estrategias: el desarrollo turístico y la producción de calidad. La llegada del Romanticismo deja atrás la imagen de ésta como un espacio hostil, huraño, peligroso, morada de todo tipo de fieras y delincuentes. Surge un espacio nuevo, bello, puro, auténtico donde uno puede encontrase a sí mismo.6 El Romanticismo empuja a los primeros turistas a los Alpes a mediados del siglo XIX, y a partir de esta fecha se convierte en un destino turístico y objeto de consumo. La revalorización de la montaña como espacio de recreo y lugar de escape del estrés urbano consolida la atracción turística que trae un relanzamiento socioeconómico a estas zonas, genera puestos de trabajo y rentas, y también una progresiva y acusada terciarización.

Mientras la globalización actual conlleva especializaciones regionales y desarrollos sectoriales, estos territorios han sabido, en general, preservar su diversidad, su carácter multifuncional y sus identidades locales. La montaña europea constituye una verdadera reserva de la diversidad de medioambientes y de culturas. Son zonas con numerosas producciones de pequeños volúmenes, reflejo de típicos modos de producción y que además son específicos. Este know–how (saber hacer) constituye su potencial frente a la estandarización y uniformización actuales. En este sentido, la promoción de los productos, de los servicios y de los territorios de "calidad" conforma la apuesta de la política impulsada por la Comisión Europea. Así como en el reconocimiento de las externalidades positivas de la agricultura de montaña (mantenimiento de los paisajes, servicios, atractivo turístico, etc.). Una política basada en las ayudas para la transformación y comercialización de los productos. Se demanda una agricultura de calidad e identidad en la que la conservación de los paisajes y el medioambiente se elevan como objetivos prioritarios, no sólo como elemento aislado sino como parte fundamental o tarjeta de presentación para el territorio y sus productos originarios.

A pesar de presentar una problemática común, no existe en la UE una política específica para la montaña (Sanz, 2005). Las acciones sobre estos territorios se enmarcan en políticas generalistas. La necesidad de una política específica y distinta de otras no es inequívoca, está justificada por la gran variedad y complejidad de las situaciones, el principio de subsidiariedad y el hecho de que la mayoría de las regiones están dentro de áreas donde son aplicadas las políticas agrícolas y estructurales de la UE, y que a menudo compiten por los escasos recursos con otras regiones desfavorecidas. En suma, las futuras políticas de montaña tendrán que hacer frente a los tres principales desafíos para estas áreas:

– La tendencia a convertirlas en museos abiertos o áreas para el recreo y naturaleza protegida para las sociedades industrializadas.

– Tendencia a verlas como regiones para ser económicamente explotadas o incluso sobreexplotadas.

– Tendencia al abandono.

 

Mitología de la montaña y demás representaciones

La variedad del imaginario social y las representaciones sobre la montaña y sus diferentes paisajes no puede ser agotada en un trabajo como éste. Sin embargo, una breve exploración nos ayudará, sin duda, a entender la relevancia que adquieren como objeto de consumo en nuestros días.

La montaña como espacio sagrado

Las montañas han sido objeto de significación cultural y social en todas las sociedades y a lo largo de la historia. Son los puntos terrestres más cercanos al cielo, y la mayoría de las culturas establece en este lugar un vínculo entre lo sagrado y lo profano, o como dice Eliade (1999) son "pilares del cielo" o "clavos de la tierra". La cumbre representa el acercamiento a la espiritualidad, donde lo terrestre y lo mundano desaparecen. Su majestuosidad, inaccesibilidad y altura favorecen la asignación de atributos mágicos y, a su vez, la generación de miedos. Desde el punto de vista de la simbología, las montañas por su altura y verticalidad evocan una idea de elevación espiritual, constituyendo una imagen alegórica de la divinidad celeste suprema. De forma universal, éstas ocupan un lugar central y estratégico en la extensa pluralidad de cosmologías. Para la mitología griega, el monte Parnaso representa el ombligo del mundo; para los hindúes y los jaraníes el centro del cosmos se encuentra en Meru, donde se apoya el cielo de Brama, o el árbol del mundo en la mitología nórdica (Yggdrasil). Como escalera al cielo la encontramos en Zigurat (Mesopotamia) y en las pirámides de Egipto y América Central, donde se fusionan lo terrestre, lo telúrico y lo celeste. También se consideran moradas de divinidades (Fuji Yama en Japón). Prácticamente la totalidad de las religiones posee una o varias montañas sagradas (Machu Pichu, los cinco picos hieráticos del confucionismo en China, el Kilimanjaro para los masai, las montañas sacras del hinduismo, etcétera).

Pero también es un espacio poseído por los dioses y por potencias maléficas para los habitantes de la llanura (frecuentes topónimos referidos al diablo y al infierno). Un espacio inaccesible y desconocido conceptualizado como refugio de ladrones, seres mitológicos (Basajaun, Lamiak, Yeti), brujas, lobos, osos. La mitología y la superstición que rodeaban a estas zonas se retroalimentaban con el desconocimiento generalizado hacia ellas. Las primeras actas de defunción de las leyendas fueron probablemente, según los geógrafos, la ascensión en 1518 del monte Pilate por un rector de la Universidad de Viena y la certificación en 1585 del abad de Lucerna de que por allí no vagaba el espíritu de Poncio Pilatos. Durante siglos la montaña pertenece más a la fábula que a la realidad, influencia de la cual tampoco escapa la literatura. Hasta el Romanticismo éstas aparecen como un lugar peligroso, desconocido, hostil, frío. Jovellanos será el encargado de cambiar esta percepción en la literatura castellana introduciendo una visión ilustrada en la que se identifica a la montaña como el lugar idóneo donde interiorizar y encontrarse con uno mismo. Autores como Bécquer, Juan Ramón Jiménez o Hemingway la presentan como la naturaleza en estado puro, el nuevo paraíso social y natural. El "rural idyll" descubre el placer que proporcionan los lugares intactos y la (presumible) inocencia de sus habitantes.

A menudo aparecen montañas que son objeto de culto por distintas religiones como es el caso del Sinaí, protagonista en la cosmología hebrea, cristiana y rastafari (Sion). Sin embargo, éstas no son íconos exclusivos de las religiones. En este sentido, nos las encontramos como emblema político (el monte Montejurra para el carlismo) y con nuevos valores posmaterialistas, sobre los cuales se edifican los discursos ecologistas o de corte ambiental que, a su vez, influyen en las políticas dirigidas a ellas. Actualmente la sacralización de la naturaleza y especialmente de la montaña confluye con sentidos y representaciones religiosas que a menudo entran en conflicto (Blatt, 2005). En ocasiones, compartir esa vivencia del carácter sagrado de las mismas ha solventado la crisis. Un ejemplo ilustrativo de esta nueva situación lo encontramos en la polémica suscitada tras la presentación del proyecto del alpinista J. Martinez Novás de subir el monte Kailas7 como un acto reivindicativo en defensa de la paz y para denunciar el deterioro ambiental del planeta. Una intención calificada de blasfema por los líderes religiosos que lo comparan con la ascensión a la basílica de San Pedro en Roma o al muro de las lamentaciones. Los diferentes intereses entra(budistas, jainistasn en pugna por el uso del espacio. Alrededor de éste, alpinistas y montañeros se mezclan con fieles de diferentes religiones , bonpö o hinduistas) en una peregrinación que cristaliza creencias de origen milenario y otras más recientes. Lejos de difuminarse estos dogmas, la mitología alrededor de las montañas se renueva constantemente a través de su mercantilización. La masificación de un espacio antes sagrado y su impacto negativo favorece un debate en torno a su protección. En suma, la montaña es recipiente privilegiado de numerosos y variados valores afectivos que son elaborados y renovados constantemente por el hombre.

La montaña como refugio y campo de batalla

En la mayoría de los Estados, la montaña es un espacio tardíamente dominado y no siempre ocupado, es el último reducto en caer (Pirineos, Picos de Europa, Reino de Navarra, Amaiur, etc.). Los romanos no llegan a ocupar el territorio vascón, los carolingios no pueden pasar el Pirineo al igual que los musulmanes, los cristianos en su huida tras las conquistas musulmanas se refugian en la cordillera, el "ejército fantasma" de Zumalacárregui, los maquis, Lacandona, Sierra Maestra, etc. La montaña se convierte en escenario de batallas donde su orografía es su mejor muralla defensiva y estrategia de ataque. Son atalayas dominadoras para militares (Lindux, Urkulu), razón por la cual, para los ejércitos, siempre tuvo importancia estratégica ocupar las zonas altas. El escarpado terreno no sólo ofrece una ventaja militar, sino que puede abrigar a los movimientos de oposición que se retiran de las zonas bajas. Los pobladores de éstas a menudo son los anfitriones impotentes de estos "refugiados". En 1999, 23 de los principales 27 conflictos armados en el mundo se libraban en zonas montañosas. Desde Afganistán ^ hasta los Balcanes, el Cáucaso, los Andes, partes del Medio Oriente y de África son focos de conflicto que afligen a estas áreas. Los motivos son variados y complejos (la lucha contra la droga, el control de los recursos naturales, etc.), pero las consecuencias para sus pobladores son universalmente devastadoras. Por otro lado, la montaña aparece representada como refugio étnico (lenguas, folclore, artesanía, etc.) y ecológico (especies animales protegidas, riqueza floral).

La montaña como espacio comunal

Una de las características más propias e inherentes de las sociedades de montaña es la gestión social de sus recursos. En el Pirineo, el valle es el eje articulador del territorio que constituye una unidad geográfica, económica y política. Una unidad formada por diferentes subsistemas como la conocida institución sociofamiliar de la casa y el mayorazgo. Estas sociedades se organizaban de tal modo que la población accedía a servicios difícilmente alcanzables mediante sistemas individualizados. El acceso a los comunales a través de la casa proporcionaba a sus vecinos madera, pastos y frutos silvestres. En este sentido, la existencia y gestión de estos comunales ha fundamentado el comunalismo (Gaviria, 1981) o el mito comunitario. Un pasado idealizado representado por la igualdad y homogeneidad social, soberanos y dueños de su propio destino. Una orientación que prima sus rasgos colectivistas, participativos y la solidaridad vecinal. Gaviria (1981) denuncia el robo de la soberanía de los montañeses sobre sus recursos naturales y espaciales (agua, nieve, pastos, madera), a través de la declaración de parques nacionales o naturales, de grandes estaciones de esquí, ley de montes, ley de aguas, ley de minas, etcétera: "Si la montaña es hoy un foco de pobreza es porque la riqueza le ha sido arrancada anteriormente".

La montaña como espacio frontera

Las cadenas montañosas han sido utilizadas para establecer los límites entre Estados a lo largo de todo el mundo (Pirineos, Alpes, Urales, Andes, Himalaya, etc.). Históricamente el Pirineo se ha conceptualizado como una frontera por los distintos imperios y pueblos vecinos, si bien, como muy bien observa Séneca, los Pirineos nunca fueron una barrera. Sin embargo, sus habitantes pertenecientes a ambas vertientes se relacionaron más entre sí que con sus vecinos del llano. En este sentido, podemos hablar de una región natural y cultural homogénea (Caro Baroja, 1988; Barrera González, 1990; Viers, 1973; Barandiaran, 1972; Mur, 2003; Comas d'Argemir, 1995; Gorría, 1995, etcétera).

Este espacio funcionaba en la práctica casi como un Estado (con sus fronteras, derecho público, adversarios, pero sin capital ni gobierno ni ejército), con base en un complejo sistema de acuerdos que ha llegado hasta nuestros días bajo la denominación de Tratados de Alianza y de Paz o simplemente facerías. El Pirineo actuaba como un territorio geográfico, político y económico análogo en el que el valle era el eje articulador y sujeto de derecho. La concepción del Pirineo como frontera se basa en dos hechos fundamentales: la instauración de los modernos Estados centrales en el siglo XVII y la firma de los tratados de límites del siglo XIX. Amplias tierras secularmente hermanas de ambas vertientes se dividen: País Vasco, algunos valles del pirineo aragonés, la Cerdanya y el Empordá, entre otras. El traslado de las aduanas al Pirineo a principios del siglo XIX conmovió profundamente a las comarcas fronterizas, que veían gravemente afectada su economía al quitárseles la libertad relativa de comercio de la cual disfrutaban, exceptuando los periodos de guerra. Hecho que no impidió que se continuara ejerciendo el comercio y, aunque a partir de entonces de forma ilegal, el contrabando. Se comerciaba con todo tipo de materiales, armas, utensilios del hogar y, sobre todo, animales. De hecho la creación de las grandes fortunas se debe en gran medida a esta actividad comercial. Una riqueza y una densidad demográfica que no se registraban en aquellas zonas de montaña no fronterizas (Sistema Ibérico, Penibético, Central). La guerra civil española concluyó con un férreo control de la frontera que destruyó el contrabando como sistema económico y comercial, trayendo consigo una acentuada crisis y la emigración. Durante la Segunda Guerra Mundial, la cordillera pirenaica tendrá un protagonismo doble. Por un lado, se convierte en territorio de paso hacia uno u otro lado de la frontera: hacia la vertiente francesa para quienes huían de la represión franquista, y hacia tierras españolas los numerosos judíos, resistentes o aviadores aliados caídos en territorio francés.8 De hecho, la primera contribución de los españoles a la resistencia francesa contra los nazis fue el establecimiento de redes de paso. Por otro lado, las montañas pirenaicas de la vertiente francesa se convirtieron en los primeros núcleos de resistencia organizada de los españoles conira la dominación alemana. Finalizada la liberación de Francia, los guerrilleros españoles se agrupan a lo largo de la frontera con el objetivo de liberar su tierra de la dictadura. Comienza el fenómeno de los maquis.

Simultáneamente al Tratado de Límites, el Estado francés promueve la creación de polos de desarrollo en las cabeceras con el propósito de fomentar las relaciones entre éstas (Mauleon, Oloron, Lourdes, Tarbes, Foix) y los valles. En consecuencia, los pueblos del pirineo francés se dirigen hacia ellas, acentuándose el efecto frontera e incrementando las diferencias entre ambos lados. Sin embargo, la economía de subsistencia con largos periodos de inactividad durante el invierno predominante en los valles a lo largo del siglo XIX y principios del XX empuja a decenas de roncalesas, ansotanas, etc., a trabajar en Mauleon a la alpargata, fenómeno conocido como "las golondrinas", ya que emigraban en invierno y retornaban en la primavera. Los intercambios migratorios a ambos lados del cordón montañoso han sido una constante histórica. Secularmente la montaña no ha sido una barrera, al contrario, para las poblaciones locales era punto de encuentro que conduce a la necesidad de negociación entre los valles, en materias como la utilización de los pastos y el trasiego de animales por los puertos, y actualmente de los flujos turísticos.

La montaña como acumulación de saberes locales

Ya hemos adelantado anteriormente cómo el modelo de gestión tradicional de la montaña ha supuesto una simbiosis exitosa entre las diferentes actividades económicas y la conservación de la naturaleza. Unas sociedades que se han dotado eficazmente de estructuras institucionales capaces de articular el territorio y alcanzar acuerdos duraderos con sus vecinos montañeses, para el uso compartido de recursos estratégicos en sus espacios colindantes. Las prácticas tradicionales de gestión colectiva del espacio son hoy en día interpeladas por la ampliación de funciones que les son confiadas y que se relacionan con las nuevas exigencias de protección y de patrimonialización de los recursos. Estos saberes locales son demandados para participar en una gestión duradera del territorio, para elaborar nuevas prácticas colectivas que respondan a los nuevos criterios y exigencias del desarrollo local.

Por otro lado, la montaña ha sido el hogar de saberes externos y lugar para la meditación. La búsqueda del aislamiento del mundo laico convierte al Pirineo en objetivo de los monasterios del Cister. Los monasterios actúan como resortes políticos movidos por la voluntad de la monarquía. Se constituyen en recintos defensivo–fronterizos y en enclaves repobladores, sirviendo también como vehículos transmisores de creencias e innovaciones culturales.

La representación exterior de la montaña como morada de seres malignos, malhechores y lugar peligroso favorece la larga espera hasta la Ilustración y el Romanticismo para que el deseo de saber y explorarla sea generalizado. Actualmente, la montaña en sí misma es considerada como un "laboratorio" excepcional, que nos ayuda a comprender mejor los procesos, tendencias y nuevas significaciones. Es objeto de numerosas tesis, revistas especializadas, institutos de investigación, foco de atención de diversas ciencias (sociología, geografía, economía, biología, etc.). Es decir, se ha convertido en un campo científico de primera importancia, y el Pirineo en cuna de ilustres sociólogos contemporáneos (Bernard Kayser, Pierre Bourdieu, René Lourau o Henri Lefebvre).

 

La montaña: aglutinadora de los signos del imaginario rural

Las transformaciones que experimentan las sociedades de finales de siglo han abierto el mundo rural a tendencias, relaciones, oportunidades e incertidumbres impredecibles hace apenas unas décadas. En primer lugar, los grandes procesos de metamorfosis rural transforman la sociedad tradicional originando la ruralidad agraria moderna, y en una segunda fase, la reestructuran nuevamente generando la ruralidad ex agraria actual. Las nuevas pautas de organización productiva dispersas, nuevos patrones migratorios y residenciales, estilos de vida y formas de consumo, políticas públicas (Comisión Europea, 1989, 1994) se producen en un contexto de reformulación simbólica que transforma significativamente las representaciones sobre lo rural. Es decir, la nueva imagen de la ruralidad es el resultado de un doble proceso: la adopción de un nuevo modelo económico o etapa conocida como posfordismo o capitalismo desorganizado (Lash y Urry, 1994) y la emergencia de una nueva configuración ideológica o cultural (la posmodernidad). Así, la representación modernista de lo rural como algo desdeñable, arcaico o atrasado desemboca actualmente en su identificación con la calidad de vida, salud, patrimonio o identidad. Una transformación cualitativa excepcional en la que se producen un sinfín de imágenes construidas y reconstruidas en función de múltiples intereses y valores culturales.

El anterior recorrido por las distintas representaciones y políticas de las zonas de montaña nos ha develado la profunda transformación de la imagen de estas áreas y sus consecuencias sociales y económicas. Los cambios ideológicos producidos en las últimas décadas del siglo XX y que se extienden al presente se pueden resumir en dos ejes (Moyano, 2000): la puesta en valor de lo rural como calidad de vida y la revalorización de lo local como proceso identitario. En este sentido, las zonas de montaña condensan los principales signos o elementos del imaginario rural. Un espacio representado como naturaleza salvaje, intacta, pura. Un paisaje dominado por extensos bosques, cascadas y barrancos, habitada por Bambi y el oso Yogui, donde se respira un aire puro. Es el lugar ideal para la práctica de deporte. Montañismo, senderismo, escalada, esquí, barranquismo o descenso de cañones, piragüismo, etc. Toda una amplia oferta de deportes a lo largo de las cuatro estaciones. La marginalidad y el olvido en las grandes directrices y proyectos de desarrollo anteriores, y la consiguiente escasa o nula actuación en estas zonas que fueron abandonadas a su suerte, han reforzado la imagen de autenticidad. Un lugar que ha "escapado" de la lógica desarrollista (grandes industrias, urbanización, autopistas, ruido, contaminación, etc.) y ha logrado conservar su esencia cultural e identitaria. Es el lugar ideal para admirar y entrar en contacto con la madre naturaleza, y en esa paz y armonía encontrarse con uno mismo. Es un espacio de descanso, ocio y reflexión. Es el lugar donde se localizan los balnearios, centros de meditación, yoga y reiki, monasterios, campamentos para niños, pueblos nudistas, etcétera.

Por otro lado, la montaña aparece como lugar privilegiado de identificación sociocultural y, por lo tanto, como espacio paradigmático para el estudio de este proceso. Como señala Sthal (1998), estamos hablando de sociedades que presentan importantes similitudes en toda Europa, comunidades que mantienen todavía en cierto modo formas arcaicas de vida social. "La montaña guarda fragmentos de una vida social del pasado, vida ligada a ciertas formas de propiedad de la tierra, a ciertas organizaciones políticas de las comunidades desaparecidas en las llanuras o reducidas a dimensiones modestas" (Sthal, 1998).

La antesala a esta revalorización está marcada por la quiebra de la estructura socioeconómica y el declive de prácticas y costumbres seculares. La ciudad que absorbió a la población rural hoy invade sus espacios con lógicas no productivas, y aparece una nueva fisonomía y un nuevo paisaje. Los usos y actividades son distintos de épocas pasadas y reveladores de nuevas significaciones. De un espacio por explotar pasa a ser un espacio lúdico y de recreo. Una revalorización que atrae a una población flotante que reside en la ciudad y que vuelve al pueblo en busca de naturaleza, comunidad e identidad: su no dependencia económica del territorio favorece percepciones ecologistas e identitarias. Se constata un proceso de recuperación y de reconstrucción de mitos y de formas de relación social que anhelan los aspectos integradores del pasado y que valoran los espacios y tiempos comunitarios.

Sin embargo, los espacios privilegiados del pasado no van a perderse del todo. A nivel de celebraciones y de representación social, las nuevas poblaciones rurales van a reencontrarse con el rol privilegiado que la casa o el pueblo representaba en el pasado, con el sentido comunitario de la vecindad y con la montaña como lugar privilegiado de reidentificación cultural. Éste es el auténtico triunfo de los espacios de montaña frente a una sociedad que, al modernizarse, les ha despojado de sus funciones productivas (Martínez Montoya, 2002: 37).

Es un intento por recomponer lo comunitario en un territorio que ha dejado de ser espacio de convivencia diaria, de trabajo y común. Simultáneamente se recupera y se reconstruye la identidad en peligro por el abandono, a través de la proliferación de ritos, fiestas y puesta en valor del patrimonio. Los procesos de identificación grupal y de prácticas espaciales y rituales constituyen marcadores de identidad, rasgos diferenciadores del yo grupal frente al otro, en creadores de pertenencia y de diferencialidad.

Estos cambios ideológicos repercuten ampliamente en el ámbito rural. El turismo necesita de una elaboración cultural y simbólica ya creada con la nueva configuración ideológica. La escenografía urbana se modifica en búsqueda de la autenticidad y rusticidad, tanto para satisfacer la mirada estereotipada del turista como del local. Así, la piedra y la madera cubren las fachadas. Las entradas exhiben aperos de labranza ya en desuso. Un escenario complementado con museos donde se exhibe el patrimonio local, centros de interpretación que intentan no sólo educar el gusto y la percepción del turista sino del mismo nativo, y la propagación de actos culturales sobre la idiosincrasia local. Es la denominada autenticidad reinventada (Harvey, 1989). Esta tendencia hacia la naturaleza, rusticidad y al arcaísmo constituye el denominado neoarcaísmo urbano (Morin, 1994), que se extiende en numerosas direcciones que condicionan decisivamente las áreas de montaña. El culto a los elementos naturales (el aire, el sol, el verde, el agua, etc.); el culto al cuerpo físico (deporte, dietética, estética...); el auge de la cocina natural y gastronomía local frente a la comida industrializada; el éxito de la decoración rústica (chimeneas, vigas de madera a la vista, muebles rústicos, antigüedades...); la autenticidad de la obra artesanal frente al producto estandarizado, etc. La identificación del carácter singular del territorio, el valor de los atributos de naturalidad y rusticidad locales son traspasados a los distintos productos de la montaña asignándoles un carácter diferencial en el mercado. Un espacio cargado de significados y valores que lo hacen único. La identificación entre los productos y el territorio es nítida.

Esta puesta en valor de las zonas de montaña las convierte en un apetitoso objeto de deseo para múltiples intereses. Unos priorizarán los valores naturales, paisajísticos y biológicos y defenderán políticas conservacionistas o de corte ecologista. Otros buscarán en ella la identidad en una sociedad altamente movilizada. Y para otros, la vida social y comunitaria será su objetivo. Las áreas montañosas se han convertido en escenarios de confluencias residenciales, migratorias, medioambientales, productivas y turísticas en el que múltiples actores e intereses pugnarán para su apropiación material y simbólica, y en la que la lucha transciende ampliamente el escenario local. Unos procesos que presionan de forma creciente para la regulación de la montaña. Unos espacios que, en definitiva, han dejado atrás el olvido y el abandono.

 

Conclusiones

Necesitamos a las montañas y ellas a nosotros. Éste es el mensaje recogido en la ONU y en las instituciones europeas. Por ello es necesario reconocer e identificar los handicaps naturales y estructurales que caracterizan a estas áreas y que dificultan su desarrollo. Ha quedado atrás la representación social de ser un espacio remoto, lejano e inhóspito para dejar paso a la imagen de la montaña como lugar identitario, de ocio y de deseo. Como hemos visto, la montaña es objeto de muchos valores afectivos que son elaborados y renovados constantemente por el hombre. Definitivamente, un cambio ideológico trascendental basado en dos ejes principales: la puesta en valor de la montaña como calidad de vida y como referente identitario.

 

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Notas

1 FEOGA (Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícola).

2 Artículo III–220: A fin de promover un desarrollo armonioso del conjunto de la Unión, ésta desarrollará y proseguirá su acción encaminada a reforzar su cohesión económica, social y territorial. En particular, la Unión intentará reducir las diferencias entre los niveles de desarrollo de las distintas regiones y el retraso de las regiones menos favorecidas. Entre las regiones afectadas se prestará especial atención a las zonas rurales, a las zonas afectadas por una transición industrial y a las regiones que padecen desventajas naturales o demográficas graves y permanentes como, por ejemplo, las regiones septentrionales con una escasa densidad de población y las regiones insulares, transfronterizas y de montaña.

3 Balsas para transportar madera por los ríos, con el fin de desplazarse hacia las localidades del sur y allí poder comercializarla. Un transporte necesario para la extracción de la riqueza forestal de los bosques pirenaicos.

4 Se dice que en una visita a Barcelona, F. Pearson subió al Tibidabo y al contemplar las cumbres nevadas de la cordillera exclamó: "Allí está la hulla blanca", o sea, la energía que iba a mover las centrales hidroeléctricas.

5 FEDER (Fondo Europeo de Desarrollo Regional).

6 "La naturaleza es magnífica; salvaje como la necesitan los soñadores". "En la montaña el alma se eleva, el corazón se sanea; el pensamiento participa de esta paz profunda" (Víctor Hugo, 2000).

7 El Monte Kailash es uno de los lugares más poderosos de la gran área cultural del Himalaya y el centro neurálgico de una geografía sagrada que convoca devociones antiquísimas. La cumbre es la esencia del universo y como tal inspira las peregrinaciones que desde tiempo inmemorial parten desde lejanos lugares de Asia para postrarse ante su imponente y solemne aspecto. La consideran la morada de la divinidad y el lugar en el que los espíritus comprometen sus mejores intenciones.

8 Precisamente, el miedo al probable bombardeo nazi de París conduce a Walier Benjamin (sociólogo de la escuela de Frankfurt) a refugiarse primero en Meaux (uno de los pocos lugares de Francia afectado realmente durante los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial), para después conseguir atravesar en septiembre de 1940 la frontera entre Francia y España con la intención de llegar a Lisboa y tomar un buque hacia Estados Unidos. Ese preciso día, España decidió cerrar la frontera y enviar de regreso a los refugiados provenientes de Francia, entre ellos Benjamin y el grupo que lo acompañaba. Mientras aguardaba el traslado en un pequeño hotel de Port Bou, Benjamin decidió suicidarse. En su último mensaje dice: "En una situación sin salida, no tengo otra elección que poner aquí un punto final. Mi vida va a terminar en un pequeño pueblo de los Pirineos donde nadie me conoce". Los Pirineos son también el lugar de descanso eterno para Anionio Machado. Como dijo su hermano, José Machado, "realmente venía herido de muerte del fatal éxodo". En este contexto bélico, los Pirineos se convierten en las montañas del miedo y la esperanza para los numerosos fugitivos. Muchos murieron por accidente, otros por frío y otros muchos asesinados por sus guías cuando creían que se sentían a salvo. "Algunas pequeñas fortunas locales tienen su origen en el equipaje de estos hombres desesperados" (Pallaruelo, 1990: 218). Unos caminos de huida que son hoy reconstruidos en senderos turísticos e interpretativos. A modo de ejemplo, la red de evasión Comète (destinada a poner a salvo a los aviadores aliados) es en la actualidad un sendero vasco que discurre de la localidad labortana de Urrugne a la cima navarra del Mandale.

 

Información sobre la autora

Elvira Sanz Tolosana. Doctora en Sociología por la Universidad Pública de Navarra. En 2008 obtuvo el Premio Realidad Social Vasca, de parte del Gobierno Vasco. Actualmente se desempeña como investigadora del equipo "Cambios Sociales", del Departamento de Sociología de la Universidad Pública de Navarra. Líneas de investigación: cambios sociales, sociología: rural, urbana y de la salud. Publicaciones recientes: "Tendencias de las políticas de montaña europeas: nuevos retos y desafíos", en Inguruak, núm. 41 (2005); "La agricultura de montaña: sembrando un desarrollo con futuro", en Anuario de la agricultura en España (2008); Identidad, montaña y desarrollo: los valles de Roncal, Salazar y Aezkoa, Gobierno Vasco (2008).

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