Mary Kay Vaughan marcó un parteaguas en la historiografía de la educación en México, con impacto notable en otros países, con su libro Estado, clases sociales y educación en México, en dos tomos, que fue traducido y publicado por el Fondo de Cultura Económica y la Secretaría de Educación Pública en la colección SEP80. Fue un libro obligado para los interesados en conocer la historia de la educación en este país. Desde entonces, la autora ha sido identificada como una importante autoridad académica y sus publicaciones siguen marcando nuevos derroteros en la investigación histórica.
Analizó al Estado mexicano como un elemento central de la construcción del sistema educativo, dentro de una lucha de clases que había tenido ciertos cambios con la revolución mexicana. La educación pública debía cumplir con sus dos tareas fundamentales: reproducir las relaciones sociales de producción, que subordinan la mano de obra al capital, e incrementar la capacidad productiva de la sociedad. En aquella investigación, la autora combinó de manera extraordinaria su formación histórica en una universidad norteamericana, que resaltaba la importancia de las fuentes primarias, incluyendo las estadísticas, con las interpretaciones marxistas de los años sesenta y setenta que ella aprendió en libros que conseguía y discutía con sus colegas de América Latina y Europa.
A mediados de los años ochenta, su interés ya no estaba en el Estado, sino en lo que llaman sociedad civil, en ver cómo ciertas políticas educativas llegaban y se modificaban en las regiones, ciudades y comunidades pequeñas, de acuerdo con historias particulares y con el poder de agencia y negociación de las personas y los grupos sociales. Con este tipo de inquietudes investigó por varios años la escuela socialista en México durante el gobierno de Lázaro Cárdenas. En 2000 se publicó su libro: La política cultural en la Revolución: maestros, campesinos y escuelas en México 1930-1940, con un tiraje altísimo para beneficio de los profesores y de todos los interesados en el tema. En este libro, Mary Kay concibió la educación como parte relevante de un “proceso mediante el cual se articularon y se disputaron definiciones de la cultura -en el sentido estrecho de ciudadanía y de identidad nacional, y en el sentido más amplio de comportamientos y significados sociales”. Otra vez, la autora nos sorprendió con nuevas perspectivas y aportaciones teóricas y metodológicas.
Mary Kay investigaba experiencias educativas de otros países y la manera como se analizaban e interpretaban. Así conoció, por ejemplo, la educación en la Francia revolucionaria, la educación en la Rusia zarista y la cultura de resistencia de una comunidad del sureste asiático. Al mismo tiempo, atendió de manera especial el estudio histórico de las mujeres, particularmente de las maestras rurales en México, con perspectiva de género. Es destacable la coordinación que hizo con Gabriela Cano y Jocelyn Olcott para publicar el libro Género, poder y política en el México posrevolucionario, y el trabajo de editora, con Heather Fowler-Salamini, de: Mujeres en el campo mexicano, 1850-1990.
Al iniciar los años noventa, el interés de Mary Kay Vaughan pasó de la escuela socialista a la educación de “la generación del 68”. Ahora estaba más lejos de aquella perspectiva macro que ponía atención en el poder del Estado mexicano y la lucha de clases. Lo hacía desde la biografía, pero no investigando la vida de un educador, sino de un artista, José Zúñiga (n. 1937), y no enfocándose en la educación escolar ni en la política educativa gubernamental, sino desde la influencia que tuvo el contexto social y cultural en el que este artista vivió. De este modo, supo comprender cómo se formó la personalidad del protagonista: un niño oaxaqueño que llegó con su familia a un barrio popular de la Ciudad de México, que desde la infancia se distanció de los gustos de los hombres machos y se fascinó con películas y canciones románticas; luego un joven que ingresó a una escuela de artes plásticas, luchó con sus demonios internos y llegó a expresar como pintor y ciudadano su inconformidad y su rebeldía en los años sesenta.
Con todo lo atractiva y relevante que tiene esta trayectoria de vida, Mary Kay Vaughan no escribe una biografía tradicional, sino una que, paradójicamente, está menos interesada en una persona y más en la manera en la que “una vida personal refleja e ilumina los procesos históricos”. No se trata tampoco de inscribir en un individuo discursos y representaciones sociales fijas, sino analizar y comprender que las personas están situadas dentro de ciertas estructuras sociales, pero que no están presas dentro de ellas, sino que son “agentes” que tienen voluntad y capacidad de ir más allá de dichas estructuras e influir para cambiarlas o crear otras.
En el año 2015 los resultados de su investigación se publicaron en Duke University Press, bajo el título Portrait of a Young Painter: Pepe Zúñiga and Mexico City’s Rebeld Generation.De inmediato, la recepción fue positiva entre los investigadores mexicanistas en Estados Unidos y otros países de habla inglesa, pues se reconoció que esta obra era una gran contribución a la historia nacional del siglo XX, en particular de la historia de la educación, de la relación entre el patriarcado y la nación-Estado y de la historia del género, tal como lo señaló Elena Jackson Albarrán. En otras palabras, el libro se adoptó por la “nueva biografía” para comprender la cultura de la rebelión juvenil de aquella década emblemática.
Gracias a la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA) y al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) el libro se tradujo y se publicó en 2019. Los lectores de habla hispana ahora podemos conocer y analizar la historia de Pepe Zúñiga que es, en gran medida, la de una generación que marcó la historia contemporánea de México, por los sucesos de 1968, un año axial en cuanto a movimientos juveniles se refiere. No extrañó que, en el año 2018, a raíz del 50° aniversario de estos movimientos ocurridos en diferentes ciudades del mundo, la revista Time, como muchas otras publicaciones internacionales, dedicara un número especial a aquel año paradigmático y en su portada se pudiera leer: “1968. The Year That Shaped a Generacion”. Allí están las referencias a los hippies, la sexualidad a flor de piel, la moda y el feminismo, el rock y los colores luminosos en las artes pláticas, las drogas y la exploración de la psique, la búsqueda de nuevas filosofías, los estudiantes en las calles de París y Praga, el regreso a prácticas comunales, la lucha de los afroamericanos, las protestas contra la guerra de Vietnam y también la matanza de Tlatelolco en la Ciudad de México.
Sin embargo, para el caso mexicano, contra la idea de que el país vivió un periodo de graves problemas a mediados del siglo XX, la autora señala que, por lo menos en la Ciudad de México, los jóvenes estudiantes se beneficiaron de una prosperidad económica (producto del “Milagro mexicano”, con tasas de crecimiento sostenido de 6.6%), de un Estado proveedor y de una vida pública activa y con nuevas oportunidades. Para ella, las experiencias que cuenta Pepe Zúñiga permiten aclarar cuatro procesos que fueron compartidos, hasta cierto punto, por un sector significativo de la juventud de los años sesenta:
en primer lugar, hubo una movilización posterior a la Segunda Guerra Mundial que en varios países procuró atender el bienestar de la niñez y el desarrollo personal, llegó a México y fue favorecida por “la estabilidad política, el crecimiento económico y la inversión del Estado”;
apareció, particularmente en la ciudad capital, una tendencia a propiciar el entretenimiento, en especial en los medios de comunicación, lo que “conformó la subjetividad” de niños y adultos;
también hubo un proceso de “domesticación de la masculinidad violenta”, derivado de los cambios sociales y políticos (el machismo posrevolucionario comenzaba a ser muy cuestionado); y
la formación de un público crítico de jóvenes que catalizó “el surgimiento de una esfera pública democrática”.
La densidad de la interpretación, que es núcleo fundamental, se hace al inicio del libro para dar paso a un relato inteligente, erudito y bien fundamentado. Se sigue un orden cronológico en el que se describen las influencias formativas del protagonista y del año 1968; por ejemplo, Mary Kay hace un análisis del impacto cultural y artístico desde la mirada y la vida de Pepe Zúñiga. Además, habla de una generación de artistas jóvenes, no de élite, sino de aquella que trabajó con dificultades y que luego se proyectó en lo individual en diferentes ámbitos, tal como alguno reivindicó con su activismo cultural el barrio de Tepito o de quienes regresaron al terruño provinciano para impulsar proyectos que hicieran despertar el ambiente artístico amodorrado de las ciudades. El análisis biográfico desde la perspectiva de las “subjetividades” es magistral, como lo es, entre otros aspectos, el manejo de la historia de las artes plásticas en el siglo XX y su relación con lo que se producía en México.
En el libro se confirma que la formación de la personalidad de los sujetos, es decir de su educación, no es un asunto meramente escolar, sino que la trasciende. Las relaciones familiares son determinantes para tener información, formar valores y actitudes y tener concepciones específicas sobre asuntos de la vida en todas sus esferas. Desde este ángulo, la autora analiza y describe lo que ocurrió con la familia de Pepe Zúñiga, que emigró y sobresalió ante la adversidad económica y social. Llama la atención la influencia paterna, que fue determinante aun teniendo una relación difícil de autoritarismo: el papá finalmente mostró sensibilidad y propició que su hijo tuviera un gusto singular por el cine y la música. También están las influencias de su madre, hermano y parientes cercanos.
Si la familia influye, marca e impone, también lo hace la Iglesia católica, incluso también es educación lo que ocurre en los lugares concretos donde se vive. En los años cuarenta y cincuenta, la vida de la vecindad y del barrio fue clave en la formación de la personalidad infantil y adolescente de Pepe Zúñiga. Este hecho nos recuerda el trabajo de Oscar Lewis en Los hijos de Sánchez y la película Los olvidados de Luis Buñuel. Llama la atención la influencia que tuvieron en él las amistades y el trabajo. Desde luego, los medios de comunicación fueron clave en su formación, sobresale la importancia de la radio. Pepe Zúñiga recuerda con detalle el gusto que tenía cuando era niño por las canciones de Cri-Cri, del cantautor Francisco Gabilondo Soler, quien reivindicaba valores de honestidad, esfuerzo, trabajo, tal como la modernidad demandaba en la posguerra en países periféricos como México.
En el libro es admirable la manera tan clara y amena, incluso con sentido de humor, en la que se narra y se interpreta una vida personal y la época de una generación. Están allí siendo usados los teóricos del discurso, las emociones, la fenomenología y los movimientos sociales; la interdisciplinariedad, y está también el conocimiento fino de la cultura, la sociedad y la política de esos años, que la autora puso en juego magistralmente. Sin proponérselo, invita a los estudiosos de los movimientos juveniles a buscar nuevas rutas explicativas y diferentes estrategias metodológicas.
Se nota que Mary Kay Vaughan disfrutó, junto con su biografiado, largas charlas sobre el cine, la familia, las diversiones, los viajes al extranjero, los amores logrados y fallidos. Habrá que imaginarse al protagonista y a la investigadora caminando por las calles y lugares que fueron memorables; también habrá que reconocer el trabajo profesional de la investigadora al analizar, seleccionar y escribir sobre la gente que entrevistó y que está involucrada directamente en esta narración. El libro tal como se escribió es, además, una muestra de afecto y generosidad a un gran amigo.
Por último, El retrato de un joven pintor: Pepe Zúñiga y la generación rebelde de la Ciudad de México, como los otros libros que escribió Mary Kay Vaughan, da cuenta del trabajo profesional de una “historiadora mexicanista” nacida en Estados Unidos y radicada en Oaxaca, que supo combinar el análisis riguroso y sin concesiones sobre las diferentes etapas de la historia de México con un gran respeto para México y para los mexicanos.