Se trata de un acontecimiento que se trasluce: la vida y el saber ya no se oponen, ni siquiera se distinguen, cuando uno abandona sus organismos nacidos, y el otro sus conocimientos adquiridos, pero una y otra engendran nuevas figuras extraordinarias, que son revelaciones del ser (Deleuze, 1996: 35).
Sufrir se ha tornado algo complicado, confuso. Desde hace un tiempo, sufrir se ha convertido en un terreno pantanoso, cada vez más difícil de transitar. Con la carga de una pesada mochila de acontecimientos variados, experiencias y sentidos, el sufrimiento se convirtió en algo más que padecer y sentir dolor. Modelados por contextos histórico-políticos específicos, los padecimientos han devenido en uno de los focos privilegiados de agendas sociales, políticas, económicas y académicas. Con su diversificación progresiva, el sufrimiento se ha transformado en materia maleable y transformable en el capitalismo regional y global.
Al considerar estas perspectivas, el objetivo de este trabajo es doble. Por un lado, a partir de la agenda teórica definida por la investigación que llevo a cabo sobre tratamientos psi y centrados en la palabra en poblaciones marginadas de Buenos Aires (Epele, 2016b), el propósito es examinar los argumentos ya establecidos en antropología sobre este tema. En específico, se exploran aquellas ecuaciones que integran sufrimiento psíquico, psicologización, modos de tratar con la palabra en el capitalismo actual, que modelan la inteligibilidad de este campo temático. Por otro lado, el despliegue de ese objetivo impone como ineludible la problematización del proceso de argumentar en la investigación, los modos en que los argumentos ya establecidos producen, reproducen y transforman las realidades que incluyen en su formulación. Problematizar los argumentos y el argumentar en aquellos estudios sobre los tratamientos que trabajan con la palabra en poblaciones marginadas se debe a la gran cantidad acumulada de argumentos, por lo general en contradicción y tensión entre sí, que atraviesan estas etnografías en su desarrollo.
Por lo tanto, con base en la recursividad como modelo de entender los modos en que los argumentos y la vida se entraman y se coproducen, en este trabajo desarrollo la descolonización de los argumentos y los modos de argumentar en los tratamientos psi en contextos de desigualdad y pobreza. Es decir, problematizo esta descolonización como una praxis que al mismo tiempo desarma y produce de modo recursivo, en la investigación, sensibilidades, nuevos e inéditos poderes de resolución de los sentidos, regímenes de facticidad, patrones de inteligibilidad y lógicas argumentales.
Por último, al tener el horizonte en descolonizar los argumentos, se examina la praxis del argumentar como un proceso abierto a otros, atravesado por la incertidumbre en su desarrollo: una suerte de solución de compromiso frágil e inestable entre lo sabido y lo nuevo, lo establecido y lo creativo, los saberes y realidades, lo extranjero y lo local, lo extraño y lo familiar, las continuidades y rupturas.
Sobre los argumentos y el argumentar
Algo desdibujados por el énfasis metodológico, colocados como satélites en el privilegio teórico u ocultos bajo otras denominaciones y títulos, los argumentos y el argumentar, sin embargo, son componentes indispensables e ineludibles en el desarrollo de toda investigación. En su versión clásica, los argumentos se refieren a tramas complejas de enunciados, sentencias y fundamentos que combinan materiales de orden diverso -referencias empíricas, teorías legitimadas, excepciones, etc.-, genealogía y cronología, y hacen inteligible un tópico específico (Boyer, Faubion y Marcus, 2014). Por un lado, las argumentaciones asumen características, como estructuras jerárquicas de enunciados, cascadas enunciativas, cartografías, etc., por lo que gozan de varios niveles de facticidad, sesgo hipotético, grados de incertidumbre, incluso, potencial de abducir (Ingold, 2014; Nader, 2011; Marcus, 2013; Yates-Doerr, 2017). Por otro lado, argumentar consiste en un conjunto de acciones y procesos - cuestionar, reescribir, deconstruir, proponer, fundamentar, hacer inteligible lo sensible, etc.- que producen argumentos. Sostenido en cierta cadencia en su despliegue expositivo, argumentar es una suerte de invitación para ver, sentir y decir cierto problema desde una perspectiva particular. Sin embargo, esto no es todo.
En determinados contextos históricos y regímenes de poder, crisis económicas o rápidas modificaciones geopolíticas en el capitalismo global y local, ciertos argumentos adquieren una relevancia particular, protagonismo, un grado de explicitación inédito. En estos contextos privilegiados, se hace evidente e ineludible la necesidad de problematizar los argumentos, a la luz de sus vínculos con los modos de vida en general. Con una variedad de ecuaciones - libros que producen naciones, artes que imitan vidas, etc.-, estos lazos han sido importantes para esclarecer las relaciones entre tipos de producción simbólica, como literatura, discursos académicos, políticos, saberes legos, etc., y los modos de vida, es decir, los procesos por los que los caracteres locales y nativos atraviesan ciertos modos de vida y formas de escribir en regiones particulares. Además, se hace impostergable interrogar los modos en que los argumentos dan forma a personajes, paisajes, colores, sentidos, el hábitat en el que vivimos, y modelan los modos en que nos vemos, somos, hacemos y sentimos (Deleuze, 1996).
Al focalizar este trabajo en el argumentar como proceso y su productividad, en los modos en que hacemos argumentos que hacen y deshacen colectiva y subjetivamente realidades y modos de vida, se hace posible examinar algo más de lo que encierran sus formulaciones dualistas tradicionales, de los universos académicos (Bourdieu, 2000). Ese algo más en la problematización viene a interrogar los modos en que los argumentos son producidos por y producen realidades, experiencias y sentidos.
Estas perspectivas señalan la insuficiencia y la distorsión en términos binarios de causalidad lineal o recíproca: argumentos y modos de vida. Al mismo tiempo, empujan a encontrar otros y más sofisticados modos de articular lo visible, sensible, decible, vivible, inteligible y escribible en el proceso de argumentar. Además, este sutil pero decidido desplazamiento hacia el argumentar como praxis, en su productividad y recursividad, busca evitar la caída hacia la angustia y el tedio de la polaridad pendular de las historias recurrentes (Rose, 1996).
Sobre los argumentos y su productividad
El problema de las relaciones entre argumentos y realidades vividas, es decir, la productividad de los argumentos, tiene una larga y sinuosa genealogía: por un lado, la epistemología, con la clásica reducción de esta productividad en términos de teorías y prácticas, se hace impotente para aprehenderlo; por el otro, con la noción de problematización, ese conjunto de prácticas discursivas y no discursivas que hacen de algo un problema y objeto de pensamientos en términos de juego de verdad, Michel Foucault (1999) hace propio algo de esta productividad. En particular, ha hecho de la emergencia de superficies de inscripción, en las que lo oculto deja de ser invisible, algo que no se corresponde con construcciones ni interpretaciones o representaciones de realidades (Foucault, 2005). Al articular ciertos dominios, antes disociados, Foucault (2010) hace trabajar en conjunto los discursos y saberes, las lógicas de gobierno y las subjetivaciones. Al no ser la representación de un objeto preexistente ni la creación por el discurso de un objeto que no existe, la problematización es una elaboración que, en su misma formulación ya es real y también se corresponde con una situación concreta, en condiciones históricas que la hacen singular.
Algunas de estas dimensiones evolucionaron en la noción de Ian Hacking (1986) sobre los modos de hacer e inventar gente. Con el nominalismo dinámico, Hacking señala que las clases y las personas que incluyen las categorías, y los miembros que encajan allí, llegan a la existencia al mismo tiempo y abren nuevas posibilidades de lo que pueden, habrían hecho y podido hacer. En su análisis, las historias y experiencias de las categorías difieren por la posibilidad de aquellos a quienes incluyen de modificar y presionar “desde abajo” los saberes y clasificaciones expertas que se les aplican “desde arriba”. Estas coordenadas encontraron su derrame inevitable en la noción de looping effect o efecto bucle. A la luz del proceso recursivo, se han examinado sistemas de categorías en los regímenes coloniales, en específico, en los modos en los cuales los sujetos colonizados pensaron e hicieron suyas algunas de estas realidades, conflictos y categorías en sus luchas poscoloniales. Estos desarrollos, a partir de Hacking (1986), han facilitado salir de ciertas encerronas generadas por los argumentos clásicos y han mostrado cómo las transformaciones de las políticas poscoloniales no necesariamente se acompañan con transformaciones radicales de la epistemología occidental y los saberes psi (Deleuze y Guattari, 1985).
Cuando se focaliza en desvelar los modos de hacer o inventar gente por medio de las dinámicas de ciertas categorías y discursos decoloniales en el sur global, la terminología para describir la productividad -y destructividad- de los argumentos respecto de las vidas, en sus vínculos con ciertas poblaciones, adquieren otras características. En estas orientaciones, el argumentar está atravesado por otros procesos: la ideología, la hegemonía/subalternidad (Sousa, 2014), la representación (Spivak, 1998), el permiso de narrar en voz propia (Said, 1996), las palabras y el hablar en vidas ordinarias (Das, 2007), entre las principales. La mayoría de estos análisis ha tenido como escenarios privilegiados sobre el tema a la literatura y la política, ya que se convierten en materiales delimitables y analizables en términos histórico-locales, inteligibles respecto de las perspectivas teóricas disponibles y ubicables en regímenes geopolíticos precisos del capitalismo global.
Dentro de estas geografías simbólicas, las psicoterapias y el psicoanálisis, con su larga y compleja genealogía en el área de Buenos Aires, empujan de manera inexorable a explorar los modos de hacerse carne de ciertas teorías y argumentos. Estos tratamientos, modos de tratar con la palabra, han atraído no sólo la proliferación de argumentos, sino también una creciente fricción entre ellos, respecto de la ponderación del hablar y la palabra, sus poderes y eficacias en contextos histórico-sociales particulares.
Problematizar los modos de tratar con la palabra
El poder para narrar o para impedir que otros relatos se formen y emerjan en su lugar es muy importante para la cultura y para el imperialismo, y constituye uno de los principales vínculos entre ambos (Said, 1996: 32).
En la asociación entre Argentina y psicoanálisis, el carácter local de los tratamientos psi centrados en la palabra se convirtió en punto de partida de la mayoría de los estudios sobre este tema, que tienen como escenario la región de Buenos Aires. Durante las últimas décadas, sin embargo, el desarrollo y avance sostenido de un repertorio renovado de tecnologías psi en el Norte global -terapias breves, neurociencias, nuevas psiquiatría biológica y farmacologías- fue extendiéndose, con variaciones, a otras geografías del Sur global. Con estos modos de circulación y apropiación global y local de tecnologías psi, el psicoanálisis y las psicoterapias han adquirido características particulares, es decir, se han regionalizado y marginado en Latinoamérica en general, y en Argentina en particular.
La maquinaria académica, económica, política y tecnológica que transforma sin cesar el campo psi, en correspondencia con las modificaciones de los modos de vida en el capitalismo global y contemporáneo, hizo un problema a investigar de los modos de trabajar con la palabra en el área de Buenos Aires. Este arrinconamiento del psicoanálisis, de Freud -o más bien, Lacan- en las pampas (Plotkin, 2003), ha convocado un repertorio de modelos explicativos de antigua data para explicar su sostenida actualidad en Argentina, arcaísmo o supervivencia del pasado, transformación en una suerte de cultura local, materialización en razones prácticas en la vida cotidiana, etc. (Dagfal, 2009; Plotkin, 2003; Vezzetti, 1996).
Las perspectivas que examinan las tecnologías psi en poblaciones atravesadas por la pobreza y la desigualdad aglutinan varios argumentos en fricción entre sí. La mayoría hace de estas terapéuticas una vía regia para la psicologización, expertización y despolitización de la vida cotidiana de estas poblaciones. Es decir, los saberes y prácticas psi en estas poblaciones podrían entenderse como una economía simbólica extractiva, pues modifican las relaciones entre la palabra y el padecer, erradican su eficacia ordinaria de la vida cotidiana, las integran en las lógicas de los sistemas expertos psi y devuelven las técnicas terapéuticas a la vida cotidiana como ecuaciones ya digeridas en términos de dichas lógicas expertas, lo que da forma a sujetos colectivos e individuales y hace que hablen, sientan y se piensen a sí mismos y a los otros en términos expertos y extranjeros. Desde esta perspectiva, mientras las operaciones y procesos serían constantes, los contenidos psi -orientaciones, técnicas, saberes, prácticas, etc.- serían variables.
Ciertos estudios señalan, además, que en estos contextos sociales se produce la apropiación local de los saberes y prácticas psi, transformadas en legas, casi naturalizadas, y en el mismo movimiento, nativizadas. Lo que intriga de esta sofisticada y extendida lógica argumental es que, por fuera de las poblaciones marginadas, es decir, las clases medias y altas, las elites, quedarían de algún modo u otro liberadas de los derrames de su posible iatrogenia. La mayoría de los investigadores de este tema han sido pacientes en estos tratamientos o han participado en instituciones reguladas por este saber (Visacovsky, 2009). Esta particularidad hace de la investigación del tema una actividad peculiar: somete al escrutinio ciertos modos psi de trabajar que nos hacen, deshacen y transforman, es decir, desandar y producir otros modos de relacionar la palabra que se hace carne.
Hablar de nativización del psicoanálisis puede llevar a confusión. La noción incluye la reproducción de ciertos dualismos, como occidental-no occidental, extranjero-local, colonial-nativo, etc. Es decir, la participación del psicoanálisis de la geografía simbólica local se manifiesta incluso en discursos y prácticas de ciertas orientaciones de salud en general, y psi en particular, de Latinoamérica -salud colectiva, medicina social, etc.- (Onocko et al., 2008).
Por lo tanto, tratar con la palabra, como conjunto de técnicas heteróclitas de complejas y antiguas genealogías, es interpelado de manera continua en las nuevas tecnologías psi y las actuales geopolíticas del conocimiento y el capitalismo contemporáneo. En estos tratamientos confluyen ciertas orientaciones que lo entienden como especialización global de saberes y prácticas psi, una suerte de colonización del sufrimiento, por un lado, y la expresión misma del “color local”, de la argentinidad en “bruto, primitiva y salvaje”, por el otro. Sin embargo, esta acumulación de argumentos, con alta carga teórica, clínica y afectiva, se convierte en una interrogación sobre los argumentos mismos en el desarrollo de la investigación, a partir del empuje forzado por su propia cantidad.
En otras palabras, es ineludible cuestionar los presupuestos que operan como clásicos -e intocables- puntos de partida y hacer una torsión sobre sí al desplegar una serie de interrogantes sobre el proceso mismo de argumentar. Como una suerte de solución de compromiso entre las perspectivas y proyectos decoloniales (Escobar, 2007) y la ontología política de Eduardo Viveiros de Castro (2014), esta aproximación tiene una suerte de horizonte general: el descolonizar los modos de argumentar. Descolonizar el argumentar es algo más que descolonizar los argumentos, es decir, revisar y cuestionar los argumentos ya establecidos, sus contenidos, referencias y corpus fácticos. Consiste en un conjunto de actividades, una suerte de praxis, de producir al desarmar, avanzar al desandar, elaborar al desnaturalizar, edificar al desmantelar.
Aunque atraviesa toda investigación en antropología y en ciencias sociales en general, problematizar los argumentos y el argumentar en los estudios etnográficos sobre los tratamientos que trabajan con la palabra en poblaciones marginadas presenta desafíos particulares porque se incluye la tarea ineludible de tener que lidiar con una gran cantidad acumulada de argumentos, la mayoría en tensión y contradicción entre sí, que articulan las características que asumen el sufrimiento social y las psicoterapias en contextos de pobreza y marginación.
Fricciones argumentales sobre el sufrimiento
Los modos de sentir dolor y corporizar el sufrimiento, los lenguajes para expresarlo, las economías que lo producen, los discursos para legitimarlo, los espacios habilitados para su emergencia, las prácticas y políticas para identificarlo y aliviarlo se han modificado. A diferencia de los acercamientos clásicos, el sufrimiento se convirtió en un nuevo y prometedor marco de inteligibilidad, terminológico y de escritura que hacía posible una antropología no subsumida a la medicina y saberes psi: un nuevo lenguaje común susceptible de hacer referencia a la diversidad de malestares, aunque atravesados por fricciones conceptuales de diferente orden.
Cuando el sufrimiento irrumpió en los discursos académicos del Norte global, ciertas versiones ya habían integrado discursos y programas políticos, impregnaban imágenes de los medios y daban estructura a subjetivaciones y biografías sociales. Por lo tanto, si bien con el lenguaje del sufrimiento la antropología ganaba en autonomía respecto de la biomedicina y las disciplinas psi, también dejaba empantanada la terminología con expresiones legas y cotidianas de genealogías morales, y lógicas de poder y económicas complejas e implícitas (Kleinman, Das y Lock, 1997). En específico, el sufrimiento se ha considerado como un nuevo lenguaje para expresar la “cuestión social”. De acuerdo con Pierre Bourdieu (1999), el sufrimiento se refiere a lo que la gente dice que no está bien en ellos o su posición social, como consecuencia de las reformas neoliberales globalizadas, que los antropólogos y sociólogos tendrían la capacidad de observar y escuchar, es decir, hacer investigable. El sufrimiento estaría determinado socialmente fuera de las coordenadas de lo normal y lo patológico, es decir, de la enfermedad mental.
Sin embargo, Didier Fassin (2012) identifica varias orientaciones sobre el sufrimiento, que incluyen modos de asignar facticidad a sus expresiones y experiencias múltiples. En primer lugar, encontramos la orientación realista, la que considera la importancia creciente de los estudios sobre el sufrimiento una expresión directa y reflejo de la vida cotidiana y los procesos económicos y políticos que lo producen. Sería el caso de Bourdieu (1999), quien denuncia el orden social por medio del sufrimiento. En segundo lugar, la orientación construccionista considera que la multiplicación del sufrimiento es un producto histórico-cultural que incluye retóricas de compasión y políticas de sufrimiento. Por ejemplo, Luc Boltanski (1999), en el análisis de la retórica de compasión, denuncia este tipo de sociología, que a su vez, denuncia el sufrimiento. Por último, Fassin (2012) incluye ambas perspectivas en una tercera aproximación que integra la orientación realista y las políticas del sufrimiento, sus paradojas y ambigüedades para las sociedades occidentales. Por otro lado, al traducir la cuestión social en sufrimiento, es decir, los problemas sociales, económicos y políticos en términos de sufrimiento social, la desigualdad es sustituida por exclusión, la dominación por infortunios y la violencia por trauma. En el marco de inteligibilidad del sufrimiento, se multiplicaron los programas y políticas destinados a resolver urgencias, y se desdibujó la prioridad de las reformas estructurales a largo plazo y productoras de bienestar (Fassin, 2012).
Dentro del mapa de argumentos, es posible privilegiar las siguientes fricciones argumentales:
La interrogación sobre la expresabilidad del dolor, es decir, las relaciones variables entre dolor corporal, lenguaje y justicia. Elaine Scarry (1985) postula que el dolor físico extremo genera dificultades en su expresión verbal. El dolor extremo no sólo se resiste al lenguaje, también lo destruye, pues lleva a los sujetos a estados anteriores, a los comienzos mismos de la función simbólica -sollozos, etc.-. Estos problemas de expresabilidad del dolor tienen consecuencias sociales, políticas, judiciales y de derechos humanos, y se han revisado en estudios sobre el dolor y el sufrimiento.
Los efectos iatrogénicos de la confluencia entre información en detalle y denuncia pública en la exposición pública del sufrimiento de otros. La multiplicación de imágenes de sufrimiento en los medios de comunicación y otros discursos sociales y políticos incluye procesos de apropiación y mercantilización de estas imágenes, y produce la habituación, saturación y modificación del umbral de tolerancia sobre el sufrimiento de otros. Estos desarrollos críticos, sin embargo, reconocen que siempre es preferible la exposición y denuncia pública, al silencio y ocultamiento (Kleinman, Das y Lock, 1997).
Las condiciones de traducibilidad de las experiencias de padecer en diferentes regímenes de saber. Los saberes expertos -biomedicina, psiquiatría, psicología, etc.- reducen y distorsionan los padecimientos al categorizarlos en diagnósticos, por medio de la medicalización y psicologización, de los que los propios actores nada saben o dicen saber. Los procesos que expropian, traducen, reducen y hablan de los malestares locales y nativos en términos expertos de la biomedicina y el campo psi guardarían semejanza con aquellos de la antropología, la sociología en general y la salud en particular (Kleinman y Kleinman, 1991).
Las tensiones del sufrimiento en la lógica de la razón humanitaria. De acuerdo con Fassin (2012), la desigualdad y la dominación van siempre de la mano con la política de compasión y solidaridad. Los discursos y políticas centrados en el sufrimiento de otros, sin embargo, se han deslizado hacia el miedo y la criminalización, un discurso y políticas de seguridad hacia los que antes había que compadecer.
Revisar este repertorio de argumentos sobre sufrimiento, algunos brevemente, no es un recorrido lineal ni fácil, es un mapa lleno de tensiones, trampas, encerronas y fricciones que agregan niveles de complejidad, obstáculos epistemológicos y políticos que se mueven en el filo de someter de nuevo a los sufrientes y oprimidos en las telarañas del capitalismo contemporáneo y global.
La (des)psicologización del sufrimiento psíquico
Al ritmo de las modificaciones de las coordenadas epistemológicas, ontológicas y políticas, una diversidad de modos y categorías de padecer fue ganando legitimidad y popularidad en los estudios sociales. Éste es el caso del dolor o sufrimiento psíquico, también denominado dolor psíquico, emocional o psicológico. Para algunos discursos biomédicos, el dolor psíquico es una analogía pobre, deslucida y subjetiva del dolor corporal. Desde las perspectivas psi, el sufrimiento psíquico integra experiencias, síntoma y diagnósticos. Por otro lado, en la psiquiatría biológica y las neurociencias, este tipo de sufrimiento se considera “en espera” hasta la posible identificación de sus “bases biológicas”. En otras perspectivas sobre salud en Latinoamérica, como la salud colectiva, se incluye el sufrimiento psíquico como una suerte de solución de compromiso entre la medicina social y el psicoanálisis. En la búsqueda por desmedicalizar, y al reconocer la importancia regional del psicoanálisis, el sufrimiento psíquico emerge como resultado de procesos económicos, políticos, simbólicos y corporales, y como una forma de identificar e incluir los malestares que no son, ni serán, enfermedades ni diagnósticos. Además, ciertos estudios sociales problematizan el sufrimiento psíquico a la luz de la noción de trauma, la memoria traumática y las genealogías que dieron lugar a sus versiones actuales. Por último, el dolor psíquico sería la respuesta apropiada de las poblaciones más vulnerables a su situación socioeconómica. Más que un diagnóstico, sería una apertura a la posibilidad de proveer cuidado y alivio a estos “nuevos pacientes” (Bourdieu, 1999). Desde esta perspectiva, se incluyen en el repertorio sufrimientos que son consecuencia de violencia, guerras, conflictos políticos, pobreza y desigualdad crónica en el capitalismo contemporáneo.
El análisis antropológico del dolor psíquico dentro del concierto de padecimientos incluye los contextos sociohistóricos de emergencia y consolidación de su estatuto, por un lado, y la crítica de los procesos de psicologización, por los que son producidos, reproducidos y legitimados, por el otro. La psicologización (Rose, 1996) se refiere al proceso de apropiación progresiva de la psicología de problemas, actividades, instituciones, prácticas y saberes que antes estaban subsumidas a otros saberes, disciplinas e instituciones. Es decir, los problemas se vuelven psicológicos, se hacen inteligibles en términos y nociones del régimen experto psi y por estas traducciones se hacen tratables con tecnologías psi en general y técnicas terapéuticas psi en particular. En este proceso confluyen algunas dimensiones principales. En primer lugar, la ontologización del dolor psíquico, que contempla ceder realidad y facticidad a ciertos malestares, categorizados en términos de lo psíquico, y la psicología como garantía de su estatuto, inteligibilidad y legitimidad. Al hacerlos reales, estos dolores son susceptibles de ser tratados por las tecnologías psi. En segundo lugar, la traducción de malestares y problemas del orden lego al orden psi, es decir, su transformación en dolor psíquico, que desdibuja sus orígenes sociales, políticos y económicos. En tercero, la individualización y corporización de los malestares, que implican su localización en la persona y el cuerpo individual como condición necesaria para ser tratados por tecnologías psi. Luego, la transformación homogénea, inevitable y en expansión continua de los paradigmas psi, que se suceden de acuerdo con etapas y secuencias unidireccionales de temporalidad unilineal, que por lo general se corresponden con el modelo de desarrollo del campo psi en el Norte global. Por último, la psicologización, entendida como proceso que adquiere características particulares según las clases sociales, contextos histórico-políticos y su articulación con otras dinámicas y procesos sociales -secularización, medicalización, religiosidad, judicialización y expansión de las industrias farmacéuticas, etc.- (Rose, 1996; Viotti, 2014).
La problematización antropológica del dolor psíquico incluye un espectro variado de trabajos: estudios sociales de lo psi, sobre las tecnologías psi, malestares vinculados a la pobreza y desigualdad crónicas, modos de psicologización, etc. En la compleja geografía de argumentos sobre el tema es posible detectar algunos centrales:
La modificación de los poderes de resolución de noción de psicologización. Como refiere Nikolas Rose (1996), la psicologización se ha convertido en una suerte de clásico para explicar una de las formas de especialización de la vida cotidiana y modelar con saberes psi los modos de sentir, las gestiones del vivir, experiencias del padecer, entender(nos) y producirnos como sujetos colectivos e individuales. El poder de resolución se ha reducido a un mínimo: al incluir demasiado, abarca muy poco. Es decir, se ha convertido en un rastreador general e impreciso de modificaciones que los saberes psi hacen a las experiencias de malestar e intimidad, al gestionar la vida y el bienestar, modos de gobierno de otros y de sí en ciertas poblaciones.
Desde la psicologización despolitizante hacia la politización del sufrimiento psíquico despsicologizante. Por un lado, la transformación de los problemas y malestares en sufrimiento psíquico o su categorización en diagnósticos y tratamientos psi en sectores que viven en condiciones de pobreza, desigualdad y marginación puede entenderse como un caso clásico de psicologización, que incluye procesos concurrentes de despolitización, desmovilización e individualización. Por otro lado, en estas poblaciones hay un complejo repertorio de experiencias que se han categorizado como dolor y sufrimiento psíquico a partir de discursos académicos, políticos y sociales, sin requerir la intervención de la psicología como saber y práctica para su determinación y regulación (Fassin, 2012).
Institucionalización desmedicalizadora y despsicologizante para poblaciones marginadas y minorías segregadas. En esta línea argumental, encontramos las denominadas zonas de abandono para pobres y marginados. Estos centros se han convertido en una suerte de depósito para personas frágiles y vulnerables (Biehl, 2005), reservorios que, aunque objetivan a los pacientes, por lo general no son sometidos a tratamientos profesionales. En este argumento, las zonas de abandono se convierten en una solución de compromiso entre los modelos de acumulación del capitalismo, los movimientos de salud mental de despsiquiatrización, la expansión de la industria farmacéutica y el consumo extensivo de fármacos.
El carácter relacional, intersubjetivo y experto de la lectura del dolor y sufrimiento psíquico en contextos de desigualdad y marginación. El sufrimiento o dolor psíquico no sería visible de forma directa e inmediata ni para cualquiera, pues sería el resultado de la transformación de la pobreza y desigualdad en dolor psíquico. Sólo la lectura experta haría posible desandar la traducción cotidiana de la violencia visible en sufrimiento encubierto, el sufrimiento sería invisible a la mirada ordinaria, incluso a los propios actores sociales que lo padecen (Onocko et al., 2008; Kleinman, Das y Lock, 1997).
En resumen, lejos de ser un proceso homogéneo, la psicologización se refiere de manera indirecta o directa a acciones y procesos -categorizar, traducir en dolor psíquico, despolitizar, especializar, individualizar, etc.-; genealogías de categorizaciones y sistemas expertos psi; modelos epidemiológicos de categorizar y cuantificar; discursos -académicos, políticos, sociales, etc.-; modos de leer, entender y traducir transformaciones y transmutaciones de las condiciones materiales a las psíquicas; modos legos de tratar dolencias y tradiciones locales en términos de modos de entender el sufrimiento en estas poblaciones, entre las principales. Estos argumentos, en su complejidad, se alejan de los modelos basados en la psicologización como desarrollos homogéneos estructurados en etapas sucesivas fijas y unilineales.
Descolonizar el argumentar
Durante todo el último siglo, versiones de tratamientos psi centrados en la palabra se sucedieron, superpusieron y ensamblaron en poblaciones que viven en los márgenes urbanos de Buenos Aires. Sin embargo, su circulación y apropiación en la academia local no fue un desembarco en una terra desolata (Damousi y Plotkin, 2009). A su vez, el examen de las relaciones de los discursos, argumentos y su productividad respecto de las realidades y poblaciones marginadas asumió varias versiones en otros campos, como literatura, discursos políticos, religiosidad popular, etcétera.
No podemos siquiera insinuar que el saber nada tiene que ver con el poder. No obstante, parece que en estos desarrollos hubiera un “afuera” de los libros, textos, discursos y argumentos, en el que habita la vida, real y cotidiana, es decir, vida y argumentos se excluirían entre sí. De tiempo en tiempo, se modificarían los paisajes y las categorías de seres humanos que habitarían los márgenes sociales y urbanos - gauchos, malevos, pobres, punteros, pacientes, víctimas de explotación y violencia, etc.-. Sin embargo, en la mayoría de los argumentos, no en todos, estas categorías de seres humanos incluirían la habilidad de modificar sus vidas, condiciones y estatutos en la vida cotidiana, es decir, de tener conflictos, tensiones, sublevaciones y transformaciones que los harían salir de sí y convertirse en otros.
Desde la mirada del nominalismo dinámico de Hacking (1986), en estos mismos argumentos, los seres humanos no rozan siquiera la posibilidad de transformación radical e histórica de las categorías y los argumentos que los producen como pobres, punteros, pacientes, etc., por lo que en los textos asumen formas de caricaturas binarias, en paisajes estereotipados, congelados y ahistóricos. Como he mencionado, en épocas de crisis económicas, políticas y sociales, ciertos argumentos emergen con toda su potencia trivial, precariedad simbólica, acumulación repetitiva y añeja; además, incluyen versiones locales de efecto bucle, es decir, modos recursivos que esclarecen los procesos productivos locales por los que los argumentos hacen, nos hacen y deshacen.
Este trabajo busca expresar una faceta central en la investigación de los tratamientos centrados en la palabra: los modos de asumir, confrontar y lidiar con argumentos disponibles y con la praxis de argumentar, en la que se anudan y entraman observaciones, sensaciones, nociones, sentidos y perspectivas. Con la avalancha de formulaciones expertas, legas y de estatuto indeterminado sobre el tema de lo psi, en una suerte de telaraña de argumentos cada vez más envolvente, el sufrimiento psíquico y la psicologización adquirieron consistencia y protagonismo crecientes en los escenarios globales y locales, actualizaron problemas añejos, promovieron otras distribuciones y tecnologías de lo sensible, otros modos de categorizar y tratar el dolor.
En el detalle de esos argumentos explorados es posible identificar ciertos presupuestos que les dan estructura, consistencia, familiaridad, y por lo tanto, verosimilitud en el mundo académico psi. Destacamos los siguientes: a) lo que se hace con la palabra, se deshace y se transforma con y por medio de ella; b) la palabra goza de un estatuto material, es decir, es susceptible de comunicarse, participar y transformar otras sustancias y materias -emociones, cuerpos, etc.-; c) lo que se hace con la palabra en determinado orden de realidad social afecta y modifica lo que se hace y sucede con ella en otros órdenes de la vida cotidiana, como redes domésticas, políticas, economías informales, etc., y d) las geografías simbólicas de lo social reflejan una dinámica semejante a la económica clásica, que consistiría en la producción y distribución de recursos simbólicos limitados para experiencias y objetos ilimitados. Es decir, por dar cobertura simbólica a algunas áreas de la realidad, se deja desnuda, desierta y con aristas punzantes la roca madre de otras realidades.
Como en toda investigación, el estudio de los tratamientos psi centrados en la palabra en poblaciones marginadas incluye la tarea de polemizar con un repertorio de argumentos y presupuestos, algunos de los cuales se enfocan en el sufrimiento psíquico y la psicologización, como hemos detallado. Sin embargo, lidiar con ellos no sólo remite al conocimiento profundo de los argumentos, sus contradicciones y fricciones entre sí, también, sobre todo, en descolonizar los argumentos y los modos de argumentar, revisar y desandar los ya conocidos, sus contenidos, corpus fácticos y las acciones que incluyen, a la luz de la elaboración de otros en el marco de la investigación.
Descolonizar el argumentar es algo más que examinar los argumentos y hacerles perder su eficacia inmediata, incluso es más que revisar las coordenadas de su facticidad y verdad con el análisis de sus contenidos, los corpus fácticos a los que remiten, los procesos por los que se producen, las genealogías que incluyen, los otros y nosotros como sujetos y agenciamientos (Deleuze y Guattari, 1985). Lo principal es el ejercicio de determinar y hacer inteligibles los efectos bucle en los procesos de argumentar y sus características: los modos particulares que adquiere la recursividad en varias formas de argumentación. El acento en los modos expertos psi de tratar y trabajar con la palabra en contextos de desigualdad y pobreza hace posible explorar en los argumentos las relaciones recursivas entre saber, conocer, hacer, ser y devenir que incluyen -y son incluidos- en el campo psi.
Descolonizar el argumentar consiste en desandar la ontologización de los saberes expertos psi en la vida cotidiana, sin perder su carácter material y de hechura compleja. En otras palabras, supone revisar los modos de ceder peso de realidad y facticidad a ciertas nociones y argumentos de variada procedencia, examinar los modos en que participan en la producción de sufrimiento y cómo tratarlos y buscar alivio. Es decir, se trata de deshacer los nudos argumentales, como la pampa en la literatura, que tienden a constituirse en núcleos naturalizados y conservadores, que enceguecen en el trabajo de campo y la escritura. El proceso de descolonizar contempla la apertura de un conjunto de interrogantes sobre las relaciones entre argumentos ya formulados, los sentidos y la sensibilidad, los registros y patrones de inteligibilidad en el proceso de investigación.
Hablar de descolonizar los argumentos y los modos de argumentar puede entenderse como una praxis que desarma y produce sensibilidades, al mismo tiempo que modifica los poderes de resolución de los sentidos -mirar, escuchar, etc.-, los modos de entender, las lógicas de producir facticidad, los modelos para confrontar las fricciones e inconsistencias, y niveles de tolerancia a la frustración en el proceso de investigación. La praxis del argumentar es siempre un proceso abierto a los otros e incierto en su devenir: una suerte de solución de compromiso frágil e inestable entre lo sabido y lo nuevo, lo establecido y lo creativo, los saberes y realidades, lo extranjero y lo local, lo extraño y lo familiar, las continuidades y rupturas, etcétera.
Conclusión
Para finalizar, quisiera examinar uno de los motores fundamentales de este artículo, que hizo ineludible esta problematización. Me refiero a la evidencia creciente de algunos efectos paradojales que han tenido, en específico, las orientaciones críticas dominantes sobre determinados problemas en disciplinas sociales. Hemos atesorado y reproducido estos argumentos como pilares de nuestro saber y quehacer, en un modelo histórico, acumulativo y progresivo, tradicional en Occidente. Me refiero a algunas consecuencias “negativas” y ciertas intervenciones de orientaciones críticas cuando quedan sujetas a agendas políticas y otras lógicas en el capitalismo contemporáneo, sus modos de acumulación y gobierno inéditos y renovados.
La motivación de este análisis fue interrogar las posibles consecuencias paradojales de los argumentos desarrollados en la investigación: aquellas que no resultan de ignorar, eludir o confrontar dichos argumentos, sino al contrario, de seguirlos y aplicarlos en literalidad, en contextos regidos por agendas sociales, políticas y económicas específicas. Con base en la distinción entre la iatrogenia positiva y negativa (Foucault, 2004), en este caso se hace referencia a considerar como parte de la argumentación no sólo lo que sería lo extraño e indeseable de ciertas intervenciones -lo negativo-, sino lo que sería consecuencia de la intervención en correspondencia literal y asertiva en las realidades -lo positivo-.
Hablar de efectos paradojales e iatrogenia positiva de ciertos argumentos en antropología es otro modo de expresar los bucles y los procesos recursivos particulares, que incluyen ciertos argumentos críticos en el capitalismo contemporáneo y en el Sur global. En el caso que nos ocupa, los argumentos críticos que hacen inteligibles los modos psi de tratar la palabra en contextos y regiones diferentes, al reproducirse en la investigación y análisis de tradiciones terapéuticas locales en el Sur global, son susceptibles de favorecer no sólo el despliegue de versiones actualizadas y otros tratamientos, como terapias cognitivas, neurociencias, medicación farmacológica, etc. Además, al desmantelar por medio de la crítica ciertas tradiciones y prácticas terapéuticas locales, las intervenciones, cuando están bajo otras agendas y lógicas, no siempre generan y amplifican formas de bienestar, otros modos de tratar y trabajar de forma colectiva y adecuada al contexto.
Aunque presentes desde un siglo atrás, en la historia reciente de nuestra región se han multiplicado y diversificado las formas de subsumir lo terapéutico a las lógicas de otras instituciones -judiciales, penitenciarias, educativas, etc.-, se han generado otras nuevas áreas de negocios -farmacéuticas, gestiones expertas de bienestar, etc.-, nuevos modos de apropiación de facciones políticas, partidarias o religiosas en sectores populares - iglesias evangélicas, católicas, punteros políticos, etc.-, hasta nuevos modos y zonas de abandono y negligencia -desmedicalización y producción de medicinas de segunda calidad o para pobres, etcétera-.
Los análisis tradicionales hacen de las tensiones entre argumentos y realidades una cuestión regulada por ciertos procesos, como modelación recíproca, imitación, reflexión especular, mímesis, etc. Las genealogías de Foucault (2004), Deleuze (1996) y Hacking (1986) abren otras posibilidades y modos de entender que, como el nominalismo dinámico, hacen posible enfocarse en aquellos casos en los que categorías y sus miembros, distinciones y realidades, llegan a la existencia al mismo tiempo. A su vez, la recursividad y los efectos bucle permiten superar y complejizar el espectro de procesos disponibles - dialéctica, retroalimentación, nominalismo dinámico, etc.-. Es decir, para elaborar argumentos sobre los modos psi de trabajar con la palabra en contextos de desigualdad y pobreza, la recursividad ofrece la posibilidad inédita de incluir los efectos paradojales como algo inherente a la praxis argumental en los márgenes geopolíticos y urbanos.
Este trabajo no busca señalar que ciertos argumentos críticos sean o se vuelvan erróneos, inadecuados, o menos aún, falsos con el tiempo. El problema reside en que debería incluirse, como una condición inherente al proceso de su propia formulación, la iatrogenia potencial de ser capturados en y modelados por diferentes agendas y lógicas, en los márgenes del Sur global. En lugar de disociar los argumentos y la vida, oposición que se corresponde con otros dualismos clásicos -conocimiento/acción, teoría/práctica, etc.-, la recursividad integra estas nociones como versiones diferentes - simbólicas, territoriales, políticas, lógicas, etc.- de un mismo proceso que genera variaciones en una suerte de espiral, cuyo devenir es, se hace y nos hace abiertos e inciertos.