Desde una perspectiva holística, en este libro se reflexiona sobre la cosmovisión, el ambiente y la persona, así como la interacción con entidades no humanas, tal como establece dicha racionalidad.
Para el análisis, Guerrero Martínez retoma los postulados propuestos por Alfredo López Austin sobre cosmovisión y persona, enfatizando la importancia de su conformación histórica y, en consecuencia, la preservación de aspectos fundamentales provenientes de la larga duración retomados de la propuesta de Braudel (1999) y que López Austin esquematizó a la manera del círculos concéntricos en cuyo centro se ubican los elementos de larga duración; y conforme se alejan hacia la periferia, los de mediana y breve duración.
A partir de las reflexiones vertidas en el libro Juego de tiempos (López Austin, 2018) en que sitúa la cosmovisión en el plano ideológico, pero no como un ente estructurado a la manera levistrausiana, sino como un flujo perenne y dinámico derivado de lo que él llama “actos mentales”, en los que a través de su expresión da primacía a las dinámicas intersubjetivas que tienen lugar entre individuos y grupos, lo que deriva en que el concepto no se constituye como una entidad acartonada, sino como sujeto con gran dinamismo y diversidad de versiones inscritas en un contexto básico y coherente determinado por la “larga duración”.
En el rejuego de la disputa por el control de las visiones del mundo, es en el ámbito de las dinámicas intersubjetivas que se han ido incorporando y resignificando elementos de las nociones de cosmovisión, ambiente y persona de la visión dominante, así como las de grupos homónimos con los que los tojol-ab’al han interactuado, como son tseltal, mam, chuj y mestizos.
Asimismo, en torno a los aspectos de ambiente y naturaleza, Guerrero Martínez retoma la propuesta de cosmovisión de Johanna Broda (2018), autora que centra sus reflexiones en torno a la relación de la humanidad con la naturaleza y el cosmos; al respecto, el autor nos dice:
Este hecho es relevante para el presente trabajo, pues se parte de que dicha observación de la naturaleza ha sido la fuente primaria de concepciones y conocimientos en torno a la vida y el ambiente, aunque, más allá de una mera observación, resulta pertinente considerar la totalidad de la percepción como una de las bases que alimenta la cosmovisión. (Guerrero, 2022, p. 37)
Metodológicamente, retoma el modelo fenomenológico de Good y Alonso (2015), quienes postulan que “provee de una visión sobre los mundos natural, sobrenatural y social humano”.
Desde la biología, Guerrero se enfrasca en mostrar las discusiones que, en torno a definir la noción de vida, tienen lugar en dicho ámbito científico: que si la síntesis, que si la célula, que qué con los hongos, que si la proteína, que si la reproducción, etcétera. De ahí que haga referencia a la interacción ecológica que tiene lugar entre los diversos organismos que habitan el ambiente, para luego destacar la etnobiología como una disciplina que se enfoca en el estudio de la biología a partir de nociones ontológicas de los diferentes pueblos originarios.
La liga entre los enfoques de cosmovisión y etnobiología le permite al autor “entretejer el estudio de la noción de vida con la de ambiente”. Es decir, la forma en cómo el complejo persona percibe y actúa en dichos espacios, en el entendido de que persona implica cuerpo y también entidades ontológicas.
De acuerdo con su interés indagatorio, el autor, después de una revisión exhaustiva sobre la noción de persona, se propone estudiarla no como centro y punto de partida, sino en su interacción con el ambiente. En tal sentido, se apoya en Figuerola, quien a la letra dice: “La interpretación ontológica del cancuquero, habitado por una gran diversidad de entes que coexisten en planos cósmicos diferentes, nos obliga a aproximarnos a la noción de persona sin poder prescindir del cosmos del que forman parte, lugar en el que coexisten” (2010, p. 266).
Por otro lado, en uno de los puntos que más llama la atención al abordar las posturas teóricas respecto de la noción de persona -Pitarch (1996, 2011), Neurath (2008), Zamora (2019), Descola (2012), Martínez (2007) y Piedrasanta (2009)-, se destaca la noción de “dividuo”, que se constituye como un elemento fundamental a lo largo del libro, señalando que:
Se ‘individualiza’ un ser humano, se toma conciencia de él en tanto que ‘él mismo’, como una entidad singular y aislada. En cambio, si se ‘dividualiza’ un ser humano, no se puede sino tomar conciencia de la relación que tiene conmigo […] dicho de otro modo, solo se puede dar cuenta de un ‘dividuo’ a través de la percepción de su presencia. (Surrallés, 2002, p. 69).
Respecto de las categorías locales de “lo vivo” (sak’an), lo “no vivo”, “lo humano” y lo “no humano”, Guerrero Martínez nos dice que siempre se expresan ligadas a algún fenómeno o cosa en un contexto determinado, y no en su constitución individual.
En tal sentido, cuando se refiere a la entidad Tierra, la madre Tierra, desde la lingüística el autor la liga con los términos Alini (dar a luz) y chu’ni (amamantar), y a la par introduce la imperiosa obligación de nutrir a esta deidad, que permanentemente sufre de hambre.
En torno a esta misma entidad, refiere que algunas cuevas o piedras que forman parte de importantes cerros están vivas, si bien ello dependerá de si están habitadas, por ejemplo por el Chawuk (rayo), o si acogen al viento. Así, los dueños o habitantes detentan dones con los que pueden beneficiar o dañar a quienes hay que nutrir, sobre todo alrededor de los primeros días de mayo. Además, en estos lugares se guarda el “altsil” de lo que será el nutrimento de humanos y otras criaturas.
Las estalactitas y las estalagmitas de las cuevas señaladas viven, crecen y mueren, modifican su estructura a expensas de lo que el dueño determine. Por ejemplo, ordenar un crecimiento súbito para cerrar la cueva ante un invasor. Asimismo, muchas de sus piedras tienen propiedades curativas.
Por otro lado, Fernando Guerrero Martínez abunda sobre lo vívido de los vegetales, de entre los que destaca el maíz. Nos dice que todos los vegetales tienen altsil, sustantivo que coadyuva a nutrir la tierra y a que circule el agua entre cielo y tierra, nutren a humanos y a todas las criaturas, y algunos coadyuvan en la conservación de la salud y para sanar las enfermedades.
Se considera que el altsil de los vegetales se asienta en lo que en biología se designa como embrión de las plantas, y en el lenguaje popular como corazón. En muchos pueblos de origen mesoamericanos se dice que esta estructura resguarda la entidad sutil.
Entre los diferentes pueblos mayas destaca la presencia de ciertos vegetales en los procesos oníricos de formación y revelación de quienes ayudan a sanar, a quienes se les entregan mazorcas blancas y amarillas, así como diferentes tipos de arbustos, todos estos representando a las personas y animales que serán los destinatarios de sus ayudas.
Cabe destacar el estrecho vínculo que priva entre vegetales y humanos cuando el autor señala que el altsil de ambos es interdependiente, al grado de que la configuración y término de vida de las personas está determinado por la fuerza, poder y longevidad del vegetal con el que esté ligado.
Por otro lado, el altsil no solo habita dentro del k’ujol (corazón) de los seres, sino que les da vida; y en su ausencia, el k’ujol languidece; y si se prolonga, las personas y todo ser que lo contenga muere.
Entre los tojol-ab’al, el k’ujol además de órgano se constituye como centro donde se asienta la razón y se expresan las emociones, determina la expresividad facial y las posturas que adopta la gente, y asimismo puede ser designado como altsil o como asiento de este, y de ahí surgen una serie de funciones que involucran a ambos, cuyas voces en tojol-ab’al implican todas las emociones posibles. La única condición en que no se mencionan juntos es en referencia a los difuntos, cuyo ámbito es exclusivo del altsil.
El k’ujol-atsil, menciona el autor, “no es algo que ya está de por sí en un ser desde su nacimiento sino que se va adquiriendo conforme pasa el tiempo, va aumentando”.
Más adelante, en el texto, se hace mención del don de la metamorfosis o la imposición que los tojol-ab’al denominan jakel, “el don vivo”, referido a unos cuantos seres especiales que son poder, haciendo referencia principalmente a que metamorfosean en fenómenos atmosféricos, predominantemente rayo y viento. Estos personajes cumplen roles de importancia en su medio sociocultural y por lo general “son gente cuya milpa siempre da abundante maíz”. Es un mandato entregado por un ladino o ángeles enviados por Dios; por tal razón, en sentido estricto, son protectores de la gente, de los animales domésticos y las milpas. En este orden de cosas, cuando el autor se refiere a lo que denomina “brujos”, quienes asimismo son “metamorfoseantes”, no queda claro si Dios los dota, o alguna entidad maligna.
Cabe señalar que los metamorfoseantes tojol-ab’al son los únicos que poseen wayjelal (animales compañeros), que si bien son parte de la persona, gravitan fuera del cuerpo, y por su intermedio protegen o perjudican.
Considero que no únicamente en el caso tojol-ab’al, sino en general en Mesoamérica, y en muchas otras culturas originarias en el mundo, no existe un vínculo más estrecho naturalezahumanidad que la metamorfosis de unos cuantos, que, como sabemos, incorpora fenómenos atmosféricos, climáticos, animales, y juega un papel imprescindible en la organización sociocultural.
A partir de su análisis sobre la noción de wayjelal, al autor expresa: “Si se piensa el ser humano como una moneda, el wayjelal será una de sus caras; la persona que tiene wayjelal puede, conscientemente y a voluntad, darle la vuelta a la moneda según su conveniencia. Este sería el poder de transformación del brujo en su contraparte animal”. (Guerrero, 2022, p. 113)
En el capítulo cuatro, referido al jakel, hace especial énfasis en las nociones de chawuk (rayo), k’intum (arcoíris), icham (dueños de lugares), e ik’ (viento).
Por último, previo a sus reflexiones finales, nos habla de las formas que adquiere la comunicación entre los diferentes seres y entidades que habitan en el particular