Estados Unidos es lugar de destino para migrantes centroamericanes desde antes de la década de los 80, pero por razones legales y estructurales, la gran mayoría sigue en los márgenes de esa sociedad. Entre les pocos que han logrado entrar en la academia, Suyapa Portillo Villeda es una intelectual orgánica hondureña, catedrática y organizadora queer feminista afincada en Estados Unidos. Con amplia experiencia y experticia como historiadora, organizadora e intelectual internacionalista, Suyapa lidera y acompaña movimientos sociales interseccionales dentro y fuera de la academia.
En esta entrevista, teje varios hilos desde lo autobiográfico y entrelaza las luchas internacionales de la clase trabajadora, feminista, queer y migrante. Su narrativa comienza con la pulsión de vida que la llevó a atravesar su primera migración, del campo a la ciudad, luego el refugio, el exilio político, la infancia migrante, al mismo tiempo que el arraigo a un mundo indígena y mestizo. En este ejercicio de diálogo, conocemos sobre la experiencia de destierro y separación familiar - todos temas que siguen repitiéndose entre les que se incorporan al éxodo de Honduras y de Centroamérica hoy en día. Finalmente, Portillo nos comparte lecciones que ha ido aprendiendo en los movimientos sindicales, migrantes, LGBTQ y LGBTTI, en Los Ángeles, Chiapas, San Pedro Sula y Tegucigalpa, Honduras. Esperamos que disfruten de esta entrevista tanto como nosotras aprendimos al hacerla y editarla.
Genealogía familiar: En el principio fue la lucha, la palabra y el tabaco
Suyapa—Yo soy de Copán, el occidente de Honduras, crecí hasta los 8 años allí. Vengo de una familia de por sí fronteriza, mi pueblo es borderlands (ríe), o sea hay dos fronteras, con Guatemala y El Salvador. Para Semana Santa íbamos a Santa Ana, El Salvador o a Chiquimula, Guatemala. Además, mis abuelos cultivaban el cafe, jornaleros/as venían de otras partes de Honduras y de Guatemala a trabajar las fincas. Por eso, el café y la dictadura son dos constantes en nuestra genealogía, también la lucha por la democracia de nuestro país. Mi abuelo y mi padre, a sus tiempos y formas cada uno fueron defensores del sufragio democrático y se opusieron cada uno a los dictadores, civiles o militares de turno; nosotros venimos de esa tradición.
Ya desde 1950 mi papá, de joven, empezó a trabajar con el primer gobierno democrático en Honduras que fue el gobierno de Ramón Villeda Morales, a quien se derrocó por orden de EEUU con un golpe de Estado en 1963, paralelamente a la Guatemala de Árbenz. Es importante para mí partir del pasado, de historizar los procesos, por algo soy profesora de historia.
La historia del exilio de mi familia, es consecuencia del posicionamiento político frente a ese “accidente”. Como simpatizantes de “Pajarito”, como llamaban al presidente Villeda Morales antes de su derrocamiento por el golpe, mi padre que trabajaba en la aduana de la administración pública de Pajarito fue apresado en la frontera por los militares golpistas que instauraron la dictadura desde 1963 hasta 1980. Lo encarcelaron en la prisión que está cerca del pueblo de mis abuelos y ahí es donde conoce a mi mamá.
Con su trayectoria política cancelada, se dedica a ser profesor y campesino en el pueblo donde nací: Florida, en el departamento de Copán. Mi padre era profesor de día y cultivador de tabaco por la tarde. Era un tiempo histórico atravesado por la Guerra Fría. Los gringos usaron nuestro territorio para el cultivo intensivo de tabaco para proveer al mercado estadounidense tras bloquear el tabaco de la Cuba insurrecta. Llevaron la semilla de tabaco cubano, pero no se dio. De ahí el auge de tabaco nativo, el hondureño es muy rico. Por eso mi papá trabajaba el tabaco. Como era maestro con los sueños políticos confinados, se ayudó de jornaleros de mi pueblo. La Florida es un pueblo indigena y mestizo, pero sí habían comunidades indígenas Maya Chortí, con fuerte arraigo en la cosmovisión maya y sus propios sistemas normativos. El pueblo era una mezcla de cultura mestiza e indigena, aunque la cultura y practicas de los indigenas maya predominaba en mi casa, estas practicas estaban muy presentes en mi casa por la ayuda de jornaleros y jornaleras campesinos para cosechar el tabaco con mi mamá y mi papá.
La historia del tabaco en Honduras es centenaria, junto con la cultura cafetalera, su cultivo afianzó un sistema de encomiendas y explotación que subsiste hasta hoy. Los indígenas de mi pueblo eran muy discriminados. Mis abuelos en los cafetales -creo que esto lo atribuimos a mi papá, pero eran mis abuelos que hacían esto - ya mi papá fue normalista y daba clases en la escuela local, intentaba transformar mínimamente ese panorama enseñándonos a todos, a sus hijos y a los jornaleros y sus familias a leer y escribir. Todas nosotras aprendimos a leer y escribir y la única razón de que hablo el español como lo hablo es porque mi papá nos llevaba a la escuela desde los tres años como oyentes, en su aula de escuela rural. Recuerdo que jugábamos con los niños campesinos de la clase, pero a las 10 de la mañana ellos se iban a trabajar al campo con sus familias. Por eso crecí muy consciente de esta clase trabajadora. Y bueno, mi papá estaba muy involucrado en cooperativas y todo tipo de luchas, nos llevaba a reuniones. Ahí me nació la conciencia, vengo también de esa experiencia.
Primera experiencia migrante. De Florida a la ciudad
Suyapa—En un punto de mi primera infancia, mi madre se separa de mi papá y nos lleva con ella a mi abuela y a mí desde Florida hasta San Pedro Sula. Mi familia estaba muy involucrada en las luchas contra la dictadura, aunque sé poco porque, como en muchas otras familias, los activismos se cubrían de un halo de “secretismo”. El activismo de mi padre y de mi hermano mayor, para entonces un activista estudiantil muy reconocido, pero también las diferencias matrimoniales de mis padres, nos obligaron a migrar.
Mi hermano estuvo muy involucrado en luchas estudiantiles en contra de la dictadura. Antes de salir de Florida, nos enteramos de que era buscado por la policía por ese activismo. Mi padre tenía acceso a los diarios de la capital, y en una de las ediciones se reportaba el nombre de mi hermano -aún conservamos ese ejemplar- como el orador principal de un mitin estudiantil. Era como su sentencia de muerte.
Mi papá nos montó en un bus a la capital. El trayecto de mi pueblo a la capital duró 8 horas, pero cuando llegamos, ya estaba tomada la universidad, o sea ya los estudiantes estaban adentro y los militares alrededor. Me acuerdo de todo con claridad, pues a pesar de ser pequeña, mis padres me llevaban a todas partes, incluso vi la toma militar de la universidad, con mi hermano adentro. Ese suceso me marcó profundamente.
La trayectoria de mi padre nos ayudó a liberar a mi hermano y con sus contactos de cuando fue alto funcionario del gobierno de “Pajarito”, nos ayudaron a exiliar a mi hermano mayor a México durante el periodo más duro de la represión.
Mi hermano, llegó a la Ciudad de México. En esa época, en el imaginario colectivo de los centroamericanos, refugiarse en México era habitar un territorio de insurrección. Recuerdo a mi mamá angustiada. La historia de cómo salió de Honduras se la dejo a mi hermano que la cuente porque es su historia. Sí puedo decir que mi hermano cuando estuvo en México se volvio mas amplio y se reencontro con asuntos de género y diversidades y otros organizadores, porque a México llegaban todos los revolucionarios del continente. Dejo ahí la historia de mi hermano.
Volviendo a eso de migrar del campo a la ciudad, mi mamá contaba que esa decisión era por la persecución contra mi hermano y también por las diferencias con mi papá, pero yo pienso que también ella quería otra vida. Mi mamá estudió hasta el sexto grado (la primaria), pero entonces, como ahora, era tan precaria la educación en Honduras que su certificado de primaria equivalía a los estudios de grado completos, como ahora acabar el high school, la preparatoria. Además de que entonces una joven que estudiaba era realmente excepcional. Las mujeres pocas veces completaban nada más que la primaria antes del siglo XXI. Por eso, a los 16 años mi mamá ya daba clases de tercer grado de primaria. Así pues, vengo de padre profesor normalista y madre educadora.
Ella y yo llegamos a San Pedro Sula donde ella quería estudiar, pero no pudo permitirse ir a la universidad, así que se inscribió en un taller de taquimecanografía en la noche y, durante el día trabajaba para el Diario La Tribuna en el departamento de publicidad. Mi tío era fotógrafo del Diario El Tiempo que competía con el diario donde trabajaba mi mamá, pero él la entrenaba y trabajaron juntos en algunos reportajes a pesar de la competencia entre periódicos. Haciendo ese trabajo con mi tío es que mi mamá conoce a un coyote, no sé cómo decirle, a un señor. Mi mamá era y sigue siendo muy bonita. Cuando trabajaba en el diario estaba en sus 33 años.
Era una época dura, mi mamá fue la tercera mujer que se divorció en mi familia, la primera fue una hermana de mi abuela, mi abuela fue apenas la segunda. Por eso las tres nos mudamos a San Pedro Sula. Tiempo después, mi mamá se propuso intentar irse con ese coyote para el norte. El coyote le compartió que se llevaría a su familia a los Estados Unidos y, para sumarnos pero protegidas, mi mamá enganchó a un primo suyo, no sé si lo enganchó o se lo mencionó y ya el primo se vino. Partimos.
El viaje al Norte, migrar transnacionalmente
Suyapa—Con pasaportes vigentes salimos los tres, mi mamá, su primo y yo, con el coyote y su familia. Salimos de noche en un bus Congolón igual que ahora1.
Así cruzamos Guatemala. Años después, cuando estudié la historia de Guatemala en la universidad me di cuenta de lo peligroso que debe haber sido atravesar ese país en plena guerra civil. En ese entonces hubieron masacres, asesinatos y no pocos sucedían en la carretera Panamericana por la que atravesamos hasta llegar a México. Me acuerdo que dormí bastante en el Congolón. Así atravesamos el Quiché, donde fueron las mayores masacres de esa época, dormida. Recuerdo que algunos tramos los hicimos en carro, no en autobús, mi mamá me instruyó para pasar en absoluto silencio.
A la mañana siguiente cruzamos a México y luego llegamos a un lugar que no recuerdo. Íbamos a Ciudad Hidalgo donde nos quedamos en un hotelucho de esos de mala muerte; mi mamá estaba muy nerviosa porque había un montón de hombres jugando naipes y emborrachándose; las mujeres estaban en un cuarto y los hombres en otro, pero no había como echarle llave. Yo he encontrado eso en hoteluchos también en mis viajes de investigación ahora que investigo Honduras y a sus migrantes, a veces no tienen puertas ni llaves. Recuerdo que mi mamá pasó la noche en guardia, con una silla empotrada a la puerta sin cerrojo. Yo sentí peligro ahí. Poco después llegamos a la Ciudad de México.
Días después de habitar la gran metrópoli que desde chiquita mi mamá consumía como “la ciudad de los palacios”, fuimos a Guadalajara. Estábamos impresionadas, nunca habíamos visto ciudades tan grandes. Ahí empieza lo más difícil. Lo recuerdo mejor porque tenía que estar más alerta. Llegamos a Tijuana. Mi mamá y mi primo habían hecho el trato con un coyote para cruzar. Recuerdo que pudimos pasar por debajo de un cerco de alambre, no había muro aún. Pasamos divididos, las mujeres y niños de un lado y los hombres por otro. Considero que los coyotes nos usaron de señuelo para la migra, porque los hombres cruzaron bien, pero la migra nos interceptó a nosotras. Nos detuvieron pero no nos deportaron. Los varones pasaron, nunca lograron regularizar su estatus migratorio por eso, porque cruzaron indocumentados, pero estuvieron bien. De alguna manera lo habían asumido así. Por eso mi madre le entregó nuestras cosas de valor a mi primo que se fue con los varones y nosotras cruzamos con lo puesto. Todavía tengo una camisita con la que cruzamos, era de Palestina porque en Honduras hay muchos palestinos y una de las amigas de mi mamá se casó con un palestino en su pueblo natal, que ya desapareció por el sionismo, y de ese viaje llevó como recuerdo mi camisita.
El cruce de una de las muchas fronteras que hoy me atraviesan
Suyapa—Voy a describir con detalle el cruce de Tijuana, porque define mi historia. Era de noche, pasamos guiadas por tres personas. Nos hacían escondernos en arbustos que no dan cobertura. Luego pasamos a un cuerpo de agua. Ni mi mamá ni yo sabíamos nadar, así que mi mamá metió sus cosas en una bolsa y me chineó (cargó), atravesó el río de puntillas. El agua le llegaba hasta más arriba de la cintura. No era el río Grande o el Tijuana, era un río menos caudaloso. Era noviembre y estaba haciendo mucho frío. Cuando una viene de Centroamérica no entiende el frío de acá porque te agarra los huesos. Mi pobre madre salió del río totalmente mojada, yo solo me mojé los pantalones. Minutos después, ya en la otra orilla del río, vimos alumbrarnos intensamente, era un helicóptero con la luz de esa de estadio. Nos dijeron en un español pocho, luego entendí que eran agentes de origen mexicano: “hínquense, no se muevan”. Llegaron “las perreras” (furgonetas de migración). Los agentes comenzaron a gritarle a mi mamá, a interrogarla a gritos. Le arrancaron la bolsa con la cartera, vaciaron todo. Para mí fue muy indignante ver la falta de respeto a mi madre.2
Los coyotes la habían instruido para que respondiera siempre que veníamos de México, que éramos de Guadalajara, pero nosotros tenemos un acento muy distinto. Mi mamá decía “soy de Guadalajara, soy de Guadalajara”, pero la migra ya conocía esa táctica. El hombre le decía “eres de Nicaragua, eres de Nicaragua”. Creo que si mi mamá hubiera dicho que era de Nicaragua tal vez nos hubieran dado asilo súper rápido, pero como ella miraba lo que estaba pasando allá. Nosotros venimos de una situación donde todo lo izquierdista era penalizado. Mi mamá, me imagino pensó, “hay una revolución ahí y si yo digo que soy de Nicaragua me va a ir peor”.
Nos interrogaron al agarrarnos, luego nos llevaron a unas celdas cerca de la frontera que eran muy frías, como las hieleras.3 De ahí nos trasladaron a un centro de detención que todavía existe. Nos agarraron como a la una o dos de la mañana y nos tuvieron ahí como hasta las seis de la mañana, en interrogación. Estábamos en una oficinita de un oficial de migración latino que hablaba muy mal el español. Tenía un mapa en la pared y estaba tratando de identificar de dónde era mi madre. Yo observaba desde una esquina, sentada en un pupitre. Pienso que le di pena y me fue a traer una coca cola en lata bien fría. Yo no sabía ni cómo abrirla, pues nunca había visto una coca cola en lata. Eran las dos de la mañana, la soda estaba helada y pensé: “este hombre está loco, ¿por qué me da esto helado?”, pero él me la abrió.
Estuvimos hasta las seis de la mañana en una celda muy fría. No sabíamos dónde estaban las otras compañeras del grupo de mujeres con quienes cruzamos. A nosotras nos llevaron después hasta Chula Vista, a un centro de detención. Era enorme, había muchas camas. Conocimos a una mujer mexicana que había sido violada mientras cruzaba las montañas. Me acuerdo perfectamente, le contó a mi mamá, pero yo escuché todo, que fue capturada por un agente de la migra en el momento que la estaban violando, que el border patrol la “salvó”, porque era una violación tumultuaria, una pandilla la estaba atacando a ella y a su novio.
Nos asignaron una cama, nos tuvimos que bañar frente a un oficial de migración. Cuando yo estaba en high school leí bastante sobre el holocausto y como asesinaban a los judíos en cámaras de gas, con pipas para la regadera y me recordaba de esas duchas en el centro de detención. El agua salía helada, te dan el champú anti piojos, te revisan el pelo. La última vez que me habían chequeado para piojos era en la escuela de mi pueblo, pero aquí fue súper humillante, no era como tu profesora o la enfermera. Mi mamá hizo todo lo posible por bañarme rápido. Ella trataba de protegerme y ya cuando estábamos limpias guardaron nuestra ropa sucia, como en la cárcel y la pusieron en una bolsita. Nos dieron ropa limpia, nos metimos a la cama, mi mamá y yo en una camita al lado de la muchacha, que era la única que estaba ahí. Creo que nos recluyeron allí, a la muchacha por que fue violada y a nosotras porque yo era una niña aún.
Recuerdo perfectamente esa noche, hasta puedo sentir la textura de una colcha que nos dieron para cubrirnos, era una frazada estilo militar. Pero a mí me parecía que algo me cubría de la intemperie. Recuerdo la conversación de mi madre con la muchacha víctima de la brutal violación, en el trance que ambas estaban y mi escucha activa. Su narración me impactó mucho.
La muchacha nos hizo prometer que si ella moría, porque estaba muy lastimada, mi mamá iba a ir al pueblo, San Juan de Los Lagos, a decirle a su mamá que había llegado y lo que le había pasado, para que supiera donde había quedado su hija. No sé si la muchacha sobrevivió. En estos centros de detención se cuenta la vida con urgencia pero luego los detenidos se pierden el rastro porque son trasladadas a otros centros o a cárceles o deportadas.
Nosotras estuvimos unos días ahí y luego nos trasladaron a un centro de detención que se llamaba “Hotel Cortés”, en pleno centro de San Diego, una especie de centro para familias con niños y ancianos4. Estaba dividido, los hombres por un lado y las mujeres por otro. Ahí estuvimos casi un mes. Compartíamos habitación con una mujer de El Salvador que tejía crochét todo el día. Parecía un hotel, pero estábamos detenidas. No se podía salir del predio, solo a las áreas comunes: el área central, el comedor. Había un teléfono público que nos comunicaba con el mundo. Nos daban de comer tres veces al día excepto los domingos, cuando no había cena, me imagino porque no había personal. Por eso mi mamá andaba colectando comida que dejaban otras personas, lo que fueran, un sándwich, una fruta, para que yo tuviera algo que cenar los domingos.
Mi mamá fue muy ingeniosa. Ahí la gente se ayuda entre sí, igual que en los centros de detención de ahora. Y buscó la manera de salir rápido de ahí. Mi recuerdo sobre ese tiempo no es traumático, bueno si es traumático, pero lo viví como niña y mediado por mi mamá -no sé como decir eso, como niña jugaba con otros niños pero hasta esta edad siento que me afecto profundamente- no podíamos salir pero sí recibir visitas. Por ejemplo, vino mi primo el que sí consiguió cruzar. Nos trajo la maleta con las cosas importantes de mamá; recuperamos el álbum de fotos que aún conservamos. Para salir de ahí mi mamá se puso en contacto con una notaria de la que alguien le habló en ese centro de detención. En esa época los notarios te podían sacar de detención con una fianza. Llegaron a un acuerdo por teléfono, sin conocerse. La notaria le cobró $2000 para sacarnos. Pero, ya no teníamos dinero, mi mamá lo había invertido todo en el viaje y el coyote. Ideó una manera de juntar ese dinero, otra vez, con un acuerdo entre ella y la notaria. Por cada caso que mi madre le refiriera y lo aceptara como cliente, la notaria le acreditaría a mi madre 25 dólares. Mi mamá se levantaba todos los días a las cinco de la mañana o en la noche cuando venían los buses llenos de detenidas para hablarles de la notaria y ponerlas en contacto. La gente se iba a diario cuando las liberaban porque tenían familiares, pero nosotras no teníamos familiares con papeles o con dinero para la fianza. Así que por eso, todos los días mi mamá salía a recibir los buses y hablar con las detenidas, apuntaba los nombres de las personas y les explicaba cómo podían salir de allí. Es decir, mi mamá se convirtió, por la urgencia, en una especie de organizadora en cautiverio, porque asesoraba a las familias que recién llegaban al hotel. Y de 20 en 25 dólares, cuando llegó a los 1500, la notaria, una tejana que se llamaba Esperanza, y con quien tenía el acuerdo le consiguió, finalmente, una abogada. La abogada era gringa y no hablaba mucho español. Era del movimiento santuario de entonces. Esperanza hizo las diligencias y la abogada nos llevó a la corte en donde el juez concluyó que podíamos irnos. La abogada nos llevó a la casa de Esperanza, que nos dio posada una noche. Al día siguiente nos fuimos a vivir a casa de Marinita, una mujer de la diáspora salvadoreña que fue nuestro primer y efímero refugio en Elysian Park, Los Ángeles.
Esperanza, la notaria pública, contrató a mi mamá para ser su asistente, porque descubrió que mi mamá era muy inteligente y además así contaba con una intérprete para sus clientes que solo hablaban castellano. Comenzó “contestando teléfonos” por 100 dólares a la semana que mi mamá, sin papeles y sin cuenta de banco, fue atesorando literalmente bajo su colchón. Al poco tiempo nos mudamos a nuestro propio cuarto con una cama y colchón prestado. La mujer que lo alquilaba se divorció del marido y el tipo vino, recogió su cama, donde mi mamá guardaba su salario, ¡habían como mil dólares ahí guardados! Varias veces sufrimos por dinero, por administrarlo como en el pueblo del que veníamos, pero con mucho esfuerzo, y después de mucho trabajo, mi mamá pudo pagar los dos mil dólares que una mujer de su pueblo le había prestado para el viaje y el coyote. Y, poco a poco, fuimos estableciéndonos.
Mi mamá fue conociendo muchos centroamericanos y entre ella y Esperanza ayudaron a muchas de ellas. Al despacho llegaban salvadoreños, hondureños, nicaragüenses, guatemaltecos y otros latinoamericanos y mi mamá les hacía sus papeles, algo así como lo que hacen los estudiantes de DACA con las ventanillas de apoyo mutuo.5 Era como una guía para su comunidad. Pero, para no idealizar, surgieron diferencias con Esperanza, y mi mamá no estaba de acuerdo con cosas concretas de la gestión de su despacho, así que cambió de trabajo. Conoció a una hondureña que trabajaba en un hotel viejo en el downtown de Los Ángeles.
Comenzó entonces a trabajar en el hotel con otros centroamericanos, como ama de llaves. Al poco tiempo, la Universidad del Sur del California (USC) compró el hotel para convertirlo en residencia para estudiantes de postgrado. Allí, como nueva miembro del sindicato, mi mamá comenzó a luchar como sindicalista. Después de todo lo que había vivido, aprendió a sindicalizarse ella y, otra vez, con sus dotes, promovió entre sus compañeras que se unieran a la lucha por mejorar sus condiciones de trabajo.
Fueron años duros. Nos mudamos varias veces. Mi mamá trabajó duro, y yo pasé mucho tiempo sola en casa. En ese tiempo también otro de mis hermanos vino desde Honduras. A él también lo detuvo la migra pero gracias a la mediación de los padres de un amigo suyo, americanos, pudo salir del centro de detención y llegar a Los Ángeles.
Para 1986, y después de este susto, comenzamos el proceso de solicitud por los papeles. Nunca fuimos elegibles para asilo político ni estatus de refugiadas en este país por ser hondureñas. Pero mi mamá se había casado con mi padrastro quien era ciudadano. Era un hombre bueno quien me trató con ternura, y a quien yo quise. Ya murió. Cuando se casaron, nos mudamos a otro barrio.
Me recuerdo que durante ese procedimiento regresamos a Honduras por primera vez en 1989. ¡Fue muy emocionante! Estaba feliz. Ir a Honduras en esa época era carísimo porque no había aeropuerto grande para recibir aviones comerciales, se volaba a El Salvador y luego cambiaba uno de avioncito, uno chiquito de muerte que daba miedo, para llegar hasta San Pedro Sula. Y además del viaje, había que llegar con regalos para la familia. Mi mamá, que con toda la lucha sindical ganaba el salario mínimo (me acuerdo perfecto), compró regalos para todos. Fue emocionante.
Después, con los papeles aprobados en la embajada, volvimos a Los Ángeles. El nuevo barrio y la escuela significaron una inmersión completa al inglés como lengua y cosmovisión. No aprendí mucho en la escuela pero ese tiempo marcó un parteaguas en mi historia intelectual, empecé a definir mis intereses y la forma de abordarlos.
Leisy—Suyapa cómo describir tus raíces en estas experiencias y en lo que haces en tu trabajo ahora, como organizadora y como académica, ¿cómo influye? Suyapa-Fijáte que antes de llegar a la universidad, yo sentía que vivía en dos mundos porque nos han enseñado que lo que uno vive no se cuenta en la escuela, especialmente cuando somos indocumentadas. Cuando entré a la universidad, de 1992-1996 en Pitzer College, estudié Psicología y Literatura latinoamericana. En clases de estudios Chicanos/ Latinos o de estudios latinoamericanos empecé a conocer toda esta historia nuestra, que no era secreto, lo estábamos hablando en la clase. En esa época también tuve una clase de estudios laborales y me invitaron a hacer prácticas en sindicatos y centros de trabajo en Los Ángeles. Y es así como mis mundos se van conectando. Fundamos un comité de solidaridad con Chiapas en 1994, cuando el alzamiento en armas de los Zapatistas. Para entonces ya tenía residencia y podía viajar, todo eso va conectando mis mundos.
Los intensos años de hacer sindicalismo como zapatista y viceversa
Suyapa—Después de graduarme comencé a trabajar como organizadora comunitaria y después como organizadora sindical en Los Ángeles. En el Centro de Trabajadores coreanos6 organizaba a trabajadoras de la costura, la mayoría centroamericana que habían cruzado indocumentadas. En esa época una le decía a las trabajadoras, “no importa si eres indocumentada, tienes derechos, puedes protestar, la policía no te va a intimidar”, ahora ya no se puede porque a veces hay cooperación entre la policía y la migra.
Me reclutaron desde muy joven, recién salida de la universidad. Con mis compañeras no teníamos salarios dignos y nuestro trabajo era sobre todo organizar en castellano con mexicanos y centroamericanas, trabajadoras de talleres de sudor en la ciudad y jornaleros, limpiadoras como mi mamá, quien también fue parte del sindicato de hoteles y restaurantes.
Yo trabajé en diferentes sindicatos y campañas. Mi trabajo era como organizadora sindical pero también como intérprete. En esa intensa época además, los latinos tomamos las direcciones sindicales. Por ejemplo, mi mamá fue parte de esa primera mesa directiva del sindicato que tradujó el contrato al castellano y lo ganó la primera presidenta latina María Elena Durazo. Ella aprendió muchísimo, negoció contratos y sin hablar mucho inglés.
De ella y con ella aprendí a hacer huelgas, a defender los derechos de las trabajadoras. Por sus luchas conoció a César Chávez y a Dolores Huerta, ésta es un personaje muy controversial ahora, pero en su momento sí fue un movimiento positivo para las mujeres que trabajaban en la limpieza porque aprendieron a negociar, a movilizarse. Hacían protestas muy creativas, aún siendo indocumentadas. Yo aprendí de todo eso. Por eso, cuando trabajé en los sindicatos puse mi corazón y saber en ellos. Yo había sido entrenada en la comunidad y me gustaba mucho el trabajo, heredé todo el saber de la gente de izquierda, centroamericanos y mexicanos que nos entrenaron. Trabajé mucho para la comunidad.
También hice mucho trabajo de solidaridad con Chiapas. En esa época viajaba más a México que a mi propio país. Me sentía más conectada con esa lucha en México. Fue en la época de George Bush, después de los ataques del 9/11, que vino el parón, porque en ese mismo entorno de lucha que crecí, de pronto hubo espionaje y marcaje por parte del FBI a las organizaciones. Empezaron a quebrar todo tipo de derechos civiles y empezamos a vivir el ataque frontal contra las comunidades migrantes que solo se agudizó con los años.
Al mismo tiempo, yo atravesaba una suma de decepciones. Empezaba a formarme como feminista. En ese mundo del organizar por derechos migrantes y laborales en Los Ángeles, mis compañeras y yo dejamos en bloque la organización (primera organización en la que trabajé KIWA) por el acoso sexual, la homofobia y el rechazo que estaban normalizados entre los hombres, incluyendo abogados y las mujeres organizadoras. La lucha no tenía prácticas interseccionales, no habían estructuras básicas de equidad en las organizaciones, esto pasaba en los sindicatos también. Por eso un sector de organizadoras jóvenes de color -quiero escribir algún día sobre esto- nos fuimos del sindicalismo y de las organizaciones en Los Ángeles, porque éramos inteligentes y nos trataban como pendejas en el movimiento. Como mujeres de color teníamos habilidades y estábamos tejiendo luchas trasnacionales, además que trabajábamos más que los hombres, haciendo los peores trabajos a veces. Pero, nuestros jefes eran varones muy machos o mujeres no feministas, sin esa visión. Por eso las más jóvenes negras, asiáticas, latinas, nos fuimos del sindicalismo y de algunos centros de trabajo.
Desde mi perspectiva, el sindicalismo de ese tiempo explica en parte el movimiento de migrantes del 2006,7 también del internacionalismo que nos ofreció el zapatismo. Por ejemplo, siempre que organizaba una reunión sindical para una campaña concreta, llevaba mi boletín sobre Chiapas, sin que se diera cuenta mi jefe de campaña. El zapatismo fue crucial para mi generación.
Amarela—Nos puedes platicar sobre las comunidades Zapatistas, ¿en qué sentido te ofreció un tipo de feminismo diferente?
Suyapa-Marta González en su nuevo libro habla de lo que hicimos aquí en California.8 Fue una quimera, mucho aprendizaje, viajamos muchas veces a las comunidades Zapatistas en solidaridad y acompañamiento. Para mí además fue identificarme como latina, también me sirvió para mirar con más complejidad a los chicanos, quienes tenían varias experiencias de clase trabajadora en Estado Unidos. Para mí, ir a Chiapas fue como regresar a casa. En las comunidades no había agua corriente ni luz eléctrica. Eso era regular en mi infancia, por eso sentí una conexión muy grande con Chiapas, aunque yo no viví esa gran pobreza de los indígenas Zapatistas, tampoco la incertidumbre de la amenaza militar directa en zonas tan aisladas, además de difícil acceso. Ahora ya hay carreteras, pero en esa época no había y nos tocó caminar horas en las montañas, con todo y la comida que llevábamos para el campamento al que íbamos a hacer como observadores de paz. Yo era atleta en esa época, pero subir las cuestas con las mochilas llenas de comida era demasiado, me dolía todo, ¡mientras que los “compas” recorrían el camino como si nada!
Ya llegados al campamento, nos tocó dormir en el suelo. Me acuerdo que no nos podíamos bañar porque los militares se habían tomado la fuente de agua, el pozo. Entonces las mujeres tenían miedo de ir ahí, como de por sí había sucedido en las décadas pasadas o seguía sucediendo en todo América Central. Yo tenía miedo, andaba con el pasaporte bien escondido, pero fuimos a confrontar a los soldados. Eran comunidades fronterizas con Guatemala. Como campamentistas trabajamos con los niños y logré entrevistar a unas jóvenes. Toda la militarización de Chiapas había afectado profundamente la vida diaria de los niños, de las mujeres, de los hombres y sigue haciéndolo, supe que hace pocas semanas hubo otra masacre.
La primera vez que fui a Chiapas con compañeras de la universidad me conmovió mucho, mis compañeras chicanas estaban aún más afectadas que yo. A pesar de ser chicanas de clase trabajadora, nunca habían usado una letrina en un área rural, o dormido en el suelo de tierra. Todo les afectó profundamente, la “precariedad” del campo. Y a mi me ayudó a entender mejor a mis hermanas chicanas. Íbamos guiadas por el centro de derechos humanos Fray Bartolomé de las Casas. Después regresé muchísimas veces. El zapatismo me cautivó políticamente y ahí aprendí que se podía hacer política de formas diferentes a las del sindicalismo del que me auto-exilié.
En los muchos viajes conocí gente de acá igual entrañable, como a Rudy, que tocaba en un grupo que se llamaba Aztlán Underground. Conocí a gente de mi barrio, de Highland Park (al noroeste de Los Ángeles), a profesores norteamericanos que habían estado en Centroamérica cuando “los contras”. De ellos aprendí cómo moverme por las comunidades militarizadas también.
Conocí la Realidad, la Garrucha, Guadalupe Trinitaria, Oventic, estuve por todos estos lugares revolucionarios. Aprendí mucho. Me acuerdo por ejemplo que en Oventic nos pedían el pasaporte para entrar porque era territorio liberado. Fue muy emocionante ver a los norteamericanos tener que mostrar sus pasaportes para entrar en territorio zapatista. Para mí, conocer la autonomía zapatista fue definitorio.
Acuérdate que muchas de las experiencias de Centroamérica venían de la tradición marxista leninista, y aquí en Los Ángeles esos migrantes que eran centroamericanos se organizaban de esa forma. Es una influencia importante, aunque la gente no lo quiera aceptar. Esos salvadoreños y guatemaltecos que se organizaron en sus países, desarrollaron nuevas prácticas aquí, informados por su ideología. Algunas de esas prácticas clandestinas se traducen en Los Ángeles en forma como de, no vanguardia revolucionaria, pero si viciada. Por ejemplo, un comité organizador toma decisiones y luego las presenta como acuerdo de asamblea. La asamblea no implica diálogo ni transparencia, eso es muy típico de los centroamericanos de “la vieja guardia” y que viven en Estados Unidos; por eso, ir a Chiapas y ver cómo los Zapatistas llevaban reuniones transparentes y ver las formas como se organizaba todo ahí, habían secretos militares claro, pero las comunidades tejían su autonomía de forma transparente, lo cual resultaba muy interesante para mí. Me llamó mucho la atención, lo sentía muy saludable. Llegar ahí fue lo más cercano a entender Centroamérica para mí, fue como un paso para empezar a ver mí país y también el resto de Centroamérica.
En Los Ángeles fuí parte de lo que se llamaba el Big Frente Zapatista. Es muy fuerte para mi emocionalmente aún, porque considero que no logramos nuestro objetivo, a lo que nos desafiaron los Zapatistas varias veces, (el subcomandante) Marcos decía siempre “Ustedes tienen que organizar en donde viven. Pueden llevar los ideales Zapatistas, irse a Los Ángeles y organizar ahí. No queremos que vengan acá a organizar con nosotros, nosotros ya estamos organizados”. Por eso, la idea del Big Frente era poder proveer solidaridad para organizarnos nosotros y poder apoyar las luchas de nuestros barrios. La otra cosa que atesoro de los Zapatistas es que fueron novedosas sus formas de luchar, el Internet por ejemplo fue muy importante. Fue por el zapatismo que yo le entré al uso de lo virtual como herramienta de lucha, para estar al tanto de los comunicados Zapatistas. Los Zapatistas fueron los que nos vinieron a revolucionar el Internet también.
Y, finalmente, para mí lo más fundamental de todo esto, era ser mujer en Los Ángeles, en un lugar donde lo que domina a la hora de organizarnos es la cuestión de la raza y etnia, lo que las organizaciones sindicales y comunitarias en las que había crecido siempre ponían al centro, pero del género no se quería hablar. Todo era conquistar terrenos para los latinos, para los asiáticos, pero no se hablaba de género y me recuerda mucho cuando estudio Centroamérica, ya como historiadora, de esas luchas revolucionarias donde la apuesta era cómo conquistar espacios de lo político, pero no se pensaba en el género. El género era sinónimo de sexualidad. Además, en ese momento yo estaba saliendo del clóset en EEUU, asumiéndome lesbiana a los 24 años. Por eso, todo junto me hizo crecer políticamente hasta que, definitivamente, me asumí como una feminista comprometida. Pero en los movimientos en que yo crecí no había espacio para personas como yo. Muchas de nosotras nos fuimos del movimiento sindical, y las organizaciones comunitarias fueron incapaces de reconocernos y valorarnos.
Es una pena porque éramos organizadoras muy buenas con audacia, valor y creatividad. Yo amaba mi trabajo como organizadora comunitaria y sindical, tenía arte, tengo arte para convocar a la movilización, pero resultaba imposible seguir bajo el mando vertical de estos hombres chicanos, latinos, asiáticos agridulces. Aunque mi vida como organizadora pagada fue truncada por el machismo, creo que ser organizadora es para toda la vida y sigo organizando. Tengo una deuda con mis hermanas feministas para teorizar sobre esta época para las nuevas generaciones.
Migrar la pulsión y la imaginación: volviéndome profesora investigadora
Suyapa—En medio de este cambio de piel, de mis desilusiones y aprendizajes, llegó la era Bush. Tenía que decidir hacía donde poner mi esfuerzo. Trabajé como profesora sustituta mientras hablaba con mis profesores de Estudios Latinoamericanos para orientarme. Solicité como a doce programas para posgrado, unos sobre literatura, otros en historia. También me motivaba estudiar historia centroamericana sobre la migración.
Ingresé segura de mi misma, iba como bien sazonada, me sentía como una activista política, ya sabiendo más o menos quién era yo. Y me dieron una beca además, no pagué nada. Acuérdate que tengo educación pero, tengo la clase pegada a los huesos. Soy pobre, porque mi mamá me pagó la licenciatura limpiando pisos. De joven, a veces los veranos me tocaba ayudarle. Durante la carrera trabajé muchísimo para pagar todas mis deudas de la universidad, así que traducía, tenía varios trabajos siempre.
Para reclutarme al programa de posgrado me dijeron “te vamos a entrenar como historiadora”, eso fue lo que me convenció, aunque la universidad que elegí, Cornell University, era bastante conservadora. Pero lo tomé como una estrategia. Estaba por cumplir 30 años, como la edad que tenía mi madre cuando pasamos la frontera.
Me mudé entonces al norte de Nueva York. Cuando llegué allí sentí que estaba en el clóset, otra vez, aunque mi pareja vivía conmigo. Era el tiempo de la invasión en Irak. Hicimos una protesta y apenas llegaron unas diez personas. Estratégicamente, tomé ese tiempo-espacio para volverme historiadora, aposté por ello. Y fue ahí, paradójicamente, desde donde pude regresar a Centroamérica.
Originalmente, en mi proyecto de doctorado iba a ir a estudiar la migración centroamericana, desde la perspectiva histórica, pero estudiarla en mi programa resultaba complejo. Así que cambié de directora y de tema de tesis, viré otra vez hacia los Estudios Latinoamericanos inspirada por mis asesoras/es. Fue una experiencia durísima. Efectivamente me entrenaron como historiadora.
Lo que no entendía era que yo estaba teniendo ya “reacciones”, estaba volviendo a vivir mi propia experiencia migratoria al aprender y comprender la historia contemporánea de Honduras. Ni mi mamá ni yo fuimos a un psicólogo luego de migrar, pero todo lo que vivimos en el tránsito y para acomodarnos acá, todas las historias que me atravesaron, y para las que no hay espacio en este texto para contarlas, se revelaban en mí.
Cuando yo estaba construyéndome como feminista, como activista política ya estaban surgiendo “esas cosas”, pero no tenía herramientas para sentipensarlas, para expresarlas, por eso estudiar historia en Cornell fue importante. Fueron años de mucho estudio, pude leer mucho, escribir hasta hartarme y, en realidad, diseñar el proyecto que acabo de publicar como libro9 sobre la huelga general de 1954 en Honduras.
Ahí fue donde descubrí la herida que nos configura, seguido surgía entre mi comunidad política, afectiva o de estudio el estigma de Honduras. Todo el mundo decía “Ah, pero vos sos de Honduras y ahí estaban los contras que mataban salvadoreños y nicaragüenses”. Es decir, lo que mis entornos me devolvían sobre mi país de origen es que carecíamos de una historia propia en clave de rebeldía, parecía que no había existido una izquierda de verdad, algo que me sonaba absurdo, pues como comencé esta entrevista fue narrando el exilio de mi familia por defender la democracia, por oponernos a la dictadura y a golpes militares.
Honduras sí tuvo movimientos guerrilleros y tuvo y tiene una izquierda pensante, vibrante, hondureñas que practicaron el internacionalismo cuando lucharon con el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN, en El Salvador) y con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN, en Nicaragua), que dieron su vida por esas apuestas. Pero esas historias no se contaban. Además de esas historias no contadas, estaba también escarbando en historias nuestras, de mi familia también.
El apoyo de mis co-directores de tesis, la profesora Mary Roldan, que estudia la violencia en Colombia, y Ray Craib quien estudia México y Chile, fue decisivo. Me garantizaron plena libertad para hacer mi trabajo doctoral. Tenía dinero, visa, preguntas de investigación y directores generosos. Me fui a Honduras en 2004, a descubrir la dificultad de acceder a los archivos. La historia que yo rastreaba no estaba en el Archivo General de la Nación. Yo buscaba la pista de la rebelión de 1954. La tuve que buscar por otras partes.
Esa rebelión es una huelga de trabajadores jornaleros, un parteaguas porque se produce en el periodo de democracia previa a una de las varias dictaduras que ha anochecido a mi pueblo. Parecía que Honduras estaba “regresando a la democracia”, paralelamente a Guatemala. Es un periodo donde los trabajadores paralizan las bananeras, paralizan el país, se produce una huelga general. De ese proceso de lucha nacen un montón de reformas, sobre todo en el ámbito de lo laboral, se crea el código del trabajo, se crea el derecho a la sindicalización. En 1957 las mujeres hondureñas logran el voto. Pero lo más importante es que se genera un proceso de radicalización y rebeldía en el país.
Iba rastreando ambos procesos, en qué sentido cambiaron Honduras, pero llegué allí en 2004 y reconozco que debo habitar mi tierra, era muy importante para mí. Así que me empeñé e hice funcionar esa estancia de investigación. Es algo que siempre les explico ahora a mis estudiantes, les advierto que no van a ir a un país centroamericano y van a tener un archivo precioso con aire acondicionado. Que las “fuentes” no van a estar esperándoles, que estamos hablando de un país seriamente militarizado, que ha atravesado múltiples golpes de estado y gobiernos autoritarios. Los archivos han sido destruidos, olvidados o reinventados. Por eso, para mí la historia oral permite rescatar la historia, además que nos da oportunidades de contar historias de mujeres y comunidades marginadas.
Por eso me parece importante el trabajo de Leisy (Ábrego), porque insiste en la memoria histórica que hemos de rescatar de las familias migrantes hoy encerradas en jaulas10 o hieleras. Porque en Centroamérica no ha habido procesos de memoria histórica, es decir, no es como Argentina que tiene un proceso histórico, incluyendo a Guatemala, no, ni en El Salvador ni en Honduras ha habido Comisión de la Verdad con transparencia, seriedad, que lleve ante la justicia todas esas muertes y abusos a los derechos humanos. Han habido reportes muy extensos y fuertes pero no justicia.
Hoy tenemos 11 años del golpe de estado en Honduras11 y ningún caso de violación a los derechos humanos se ha presentado en la Corte Internacional. Hay pruebas de la violencia de estado pero es tan constante que parece que el golpe de estado es continuo. Alteran o destruyen las fuentes documentales, asesinan a la memoria viva de las luchas, las desaparecen. Son estados sumidos en la total corrupción, sostenidos del autoritarismo militar y el neoliberalismo, entonces, no hay archivos o gente que te cuente su historia. Por eso todos tardamos tanto, porque hay gente que te quiere hablar, hay gente que no te quiere hablar, hay archivos que existen, otros que existieron y ya nadie sabe dónde quedaron.
Es muy distinto a los procederes del investigador blanco norteamericano que investiga en archivos, pulcros, organizados. Además, en nuestros países (incluido México) los académicos norteamericanos son bienvenidos. Cuántos norteamericanos no conocí en Chiapas que ahora han publicado sus libros sobre los Zapatistas, pero los hondureños, los Zapatistas y los guatemaltecos no han publicado sus libros, aunque han vivido cosas extraordinarias. Regresar a Honduras en el 2004 para trabajar los archivos y las fuentes orales no fue fácil. Sentí rechazo al regresar a mi país. Como no era gringa, me invisibilizaban como mujer. Pero, poco a poco, abrí las puertas para poder contar las historias marginadas de ese movimiento.
Volví con los hallazgos a Nueva York. Trabajé imaginando vías para seguir el trabajo de campo y convencí a mi comité tutoral de que efectivamente podía desarrollar esta tesis. Regresé a Honduras en 2006.
Son dos hitos para mí en mi trabajo, el zapatismo de los 90’s y las dos visitas y el trabajo de campo en Honduras para mi tesis doctoral. Estos dos hitos me legitimaron para contar la historia contemporánea del país donde nací. ¿Cómo lo conseguí? Trabajando con la gente, es lo que yo hago, trabajo con trabajadores, toco las puertas de sus casas, de sus centros de trabajo para entrevistarlos. Eso sí, fue un trabajo de mucha soledad, porque el trabajo es solitario y estaba regresando a mi país pero no estaba regresando a lo que perdí cuando migramos. Regresé a una Honduras que no era lo que yo tenía en mi mente, ni las relaciones que yo había tenido la pérdida de mi pasado, pérdida que me afectó profundamente, habitar una tierra que mi memoria había reificado y habitar una Honduras que iba descubriendo como historiadora, como intelectual bilingüe, de color. Después, en 2009 se produjo el golpe de estado. El golpe de estado fue durísimo para mí-para todos los hondureños.
Había actualizado y complejizado mi perspectiva, ya como historiadora, sobre la Honduras contemporánea, al mismo tiempo que se reactivó la memoria histórica que explica el éxodo de mi familia. En nuestra familia se había hablado de los golpes de estado, que los nacionalistas son ladrones, vendidos, narcos. El golpe de estado de 2009 significó para mí una bisagra, una herida, integró las dos dimensiones de las que hablo. Para comprender dicho golpe yo misma y para poder explicarlo con densidad a mis colegas, mis compañeras de lucha y al gran público en los medios, tuve que integrar la narrativa de mi familia, de todo lo que habíamos vivido con la lectura geopolítica ya como historiadora de América Central.
Fue muy duro justificar, primero, que aquello había sido un golpe de estado, ser capaces de agrietar las narrativas hegemónicas que lo negaban, poner en el centro los antecedentes históricos que daban sedimento a la intervención de Estados Unidos en la política de América Central. Mi rol era explicarle a los norteamericanos Honduras, que era como explicar ese viejo mundo de la guerra fría a los norteamericanos. Fueron meses muy duros porque debí transitar de identidades, como organizadora, como activista, a intérprete, a traductora para una izquierda gringa que solo hace de espectadora pero no mete las manos. En un contexto además muy patriarcal y blanco.
Explicar el golpe de estado en Honduras y sus consecuencias geopolíticas en el 2009, me recordó también los años de otras luchas en las que me involucré antes. En esas luchas atestigüe dinámicas que me atraviesan y duelen, en Chiapas, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, hay norteamericanos progresistas que intervienen en las luchas de solidaridad que se tejen en torno a esos pueblos e imponen sus formas de hacer y sus maneras de ver. Yo lo interpreto como una forma de imperialismo aunque dentro del movimiento solidario. La intervención de los norteamericanos queriendo llevar la batuta de movimientos de solidaridad.
Esa forma de priorizar la voz de intelectuales o activistas blancos por sobre de las comunidades que resisten me parece una forma de imperialismo de raza. Por ejemplo, ahora siempre hay norteamericanas que hablan sobre Honduras, sobre las respuestas de Donald Trump a las caravanas o con las luchas por el TPS.12 Mientras tanto -nosotras que estamos conectadas con los movimientos de nuestras comunidades, que construimos también esos movimientos- no se nos otorga ese mismo espacio en la prensa. No se nos respeta como expertas, pasa con mucha frecuencia, sino que nos otorgan nomás el lugar del sujeto que provee testimonio. Eso me pasó a mí muchas veces. Me invitaban a hablar en paneles sobre Honduras para explicar el golpe, pero mi análisis fungía como “el testimonio”, mientras que otro profesor, norteamericano blanco, más viejo que yo y de clase media, tenía el reconocimiento como “el historiador” de Centroamérica. En esa mesa, y en la academia en Estados Unidos, el profesor es el experto y yo soy el sujeto de estudio. Es decir, a pesar de todo, hoy nosotras seguimos siendo sujetos para las narrativas hegemónicas. Y eso pasa a pesar de que nosotras entendemos las dinámicas de las zonas que nos vieron nacer, o donde nacieron nuestras comunidades, mucho más profundamente, precisamente porque somos de esos países, hemos pasado mucho tiempo estudiándolos, entrevistando a nuestra gente y escribiendo nuestras historias.
A pesar de todo eso, se nos representa como “no objetivas”, y eso sucede también en las luchas de solidaridad con la izquierda blanca. Por eso, ahora estoy enfocada en defender y sostener el rol de las comunidades marginadas en contar sus historias, que se les reconozca como las expertas. Esto es otra forma de luchar por la dignidad de nuestras comunidades. Veo mi rol de historiadora como importante en ese esfuerzo.
Amarela—Y esto, compañeras, es lo que acá llamamos activismo epistemológico.
Suyapa—Si, eso, por eso estoy concentrada en contar nuestras historias profundamente como catedrática y proveer solidaridad desde la universidad. Eso es lo que aprendí de ser organizadora. En el 2008 fui cofundadora del movimiento May Day Queer Trans Contingent.13 Nos unimos eventualmente con 32 organizaciones LGBT de Los Ángeles y lo hicimos con mucho éxito inclusive en momentos en que el movimiento migrante no lograba unirse. Después de 10 años decidí que debía permitir la transición de liderazgos, apoyar a otres jóvenes a liderar este movimiento. De esa plataforma salen muchos liderazgos importantes: Bamby Salcedo, una mujer trans mexicana indocumentada que forma parte del liderazgo en pro de migrantes, pudo hacer crecer la Coalición TransLatin@. También se fortalece Familia Trans Queer Liberation Movement, uno de los organizadores de ese grupo nos dijo que él fue a la marcha que habíamos organizado y allí entendió que ellos también podían fundar algo así. Con todo eso veo que sembré una semilla que debe florecer a la manera que quiera y pueda.14
Historiadora de las luchas de ‘queer people of color’ en los Estados Unidos contemporáneos
Leisy—Regresando al 2008, ¿nos podés contar en relación a la proposición 8 en California,15cuando con Eileen Ma y otras compañeras demandaron al Estado, cuando construyeron esa expresión del movimiento queer?
Suyapa—Sí, es complicado explicarlo. No queríamos casarnos porque nos parecía pequeñoburgués, pero, durante la época de (George) Bush, existía una legislación que reconocía el estatus de unión libre para parejas del mismo sexo, “parejas domésticas” le decían en California. Y una de sus traducciones concretas es que podías tributar como pareja en el estado. La proposición 8, junto con otro paquete de medidas homófobas, nos despojaban de esa posibilidad de tributar como pareja, pero además nos anulaba una serie de derechos básicos -era un ataque a 1,200 derechos básicos. No podíamos ser dueñas de casa, propiedades-, en común, no podíamos tomar decisiones por la pareja en el hospital, tenían criterios diferentes para las parejas gay ante una serie de derechos ya reconocidos a personas heterosexuales casadas. Era todo un rollo, por ejemplo, con el tema de las adopciones. Por eso, con mi pareja, en esa época, que también era organizadora comunitaria, decidimos entrar de lleno en la lucha contra este paquete de normas de odio.
Es complejo, porque además, siempre volviendo a mi ombligo, esos eran los años intensos de los ires y venires a Honduras, como es ya de por sí desde entonces hasta ahora, voy y vengo de Honduras a California y viceversa. El tema es que cuando comencé en 2004 a ir a Honduras yo estaba fuera del clóset y saliendo poco a poco de él. Cuando llegué a Honduras, ¡el clóset me enclaustraba de nuevo! Y es que, era complicado el tema de mi identidad sexoafectiva para allá. Al llegar, busqué una organización LGBT en San Pedro Sula. Me conecté con las luchas LGBT hondureñas. Fue ahí donde realmente me declaré lo que soy: queer fem. Conocí a un grupo que se llamaba Comunidad Gay San Pedrana Para la Salud Integral, y bajo ese grupo un comité que se llamaba Mujer sin límite. Fue con ellas que se declaró el contingente lésbico por primera vez en la marcha del Orgullo gay del 2006 en Honduras. Con fondos que enviaron amigues del movimiento en EU, imprimimos una manta para identificarnos “somos el movimiento lésbico San Pedrano”. A pesar de que era la sexta marcha de orgullo gay en general en San Pedro Sula, esa era la primera vez que se había hecho una marcha específicamente lésbica allí. El colectivo era de mujeres de clase trabajadora. Habían incluso compañeras deportadas, ya habían tenido experiencias en organizaciones de Los Ángeles y de Nueva York, que habían tomado parte del Pride (marcha del orgullo gay) en esas ciudades. Eran mujeres trabajadoras de las maquilas y sus madres y padres eran campeños/as (trabajaban en las bananeras). El colectivo se desintegró después, pero para mi fue muy importante, todas estas mujeres, incluyendo a hombres trans asumiendo su identidad de género y su sexualidad. Esa experiencia me revolucionó.
La primera marcha del orgullo gay en Honduras fue, creo, en 1999, la organizaron varios compañeros gay y lesbianas en San Pedro Sula. Una de las lesbianas feministas debió exiliarse después de ello porque los militares le destruyeron su casa, violentaron a su familia, se tuvo que venir exiliada a EEUU. Además, estaba emergiendo el movimiento trans en Honduras, con sus propias complejidades. Estas pioneras me interpelaban a traer cosas, formas de organización, conceptos desde Estados Unidos a las organizaciones hondureñas. Pero, compartí pocas cosas porque tenía miedo, no quería insertar conceptos norteamericanos cuando ellas estaban generando sus propias identificaciones. Pero, fijáte, las lesbianas de clase trabajadora en San Pedro Sula no eran muy apegadas al feminismo. Le tenían cierto pavor a las feministas porque veían al movimiento feminista en Honduras como un movimiento de clase media, para universitarias, en esa época pues. Para ellas era un feminismo de élite, y con ese estereotipo que tenían las compañeras, se sentían humilladas con las universitarias. Me acuerdo que tuvimos varios debates sobre esto. Yo vi que esto también pasaba en Chiapas.
Me acuerdo que en un encuentro zapatista se reunieron las mujeres en México con las Zapatistas, tuve el privilegio de verlo. Durante el encuentro, las Zapatistas no hablaron, sólo las mujeres ladinas, las mestizas. De repente, a media jornada, las compañeras Zapatistas se levantaron y se fueron. ¿Por qué se van? Dijeron las ladinas, “porque están teniendo una conversación y la verdad, no quieren saber nada de nosotras. Cuando estén listas, regresamos”.
Por eso, las compañeras del movimiento lésbico, mujeres trabajadoras, en Honduras eran reactivas al feminismo que conocían. Yo les decía, “hay múltiples feminismos”, como de los que yo venía en California, pero eran “tenaces”, eran antifeministas en San Pedro en esa época. No tuvimos la oportunidad de ver el proceso terminado ya que la organización se disolvió. Pero, en Tegucigalpa habían lesbianas que tramaban con feministas más populares, y por lo tanto ellas sí se consideraban feministas, como las compañeras de la Red Lésbica Cattrachas.16
Hago esta postal para responder a tu pregunta Leisy, sobre lo de la proposición 8, porque cuando regreso de Honduras, de haber tejido movimiento con hijas de jornaleras, con deportadas, con trabajadoras de las maquilas, con hijas de campeños y bananeras, vuelvo a California donde la clase trabajadora del movimiento LGBT o el movimiento de Queer people of color, las migrantes no están representadas, como en el movimiento migrante no había, en ese tiempo, una narrativa LGBT reconocida como prioridad.
Ya desde 2007, cuando colaboraba con grupos sindicalistas habíamos hecho el esfuerzo de incluir subjetividades y discursos trans en las marchas laborales en California. Igualmente me encuentro con un grupo de Lesbianas Chicanas que organizaban en Los Ángeles y México, porque en esa época, algunas compañeras chicanas con quienes trabajaban fueron a la Ciudad de México a una marcha lésbica y lo que les impactó ahí fue que las trans no estaban incluidas. De allí emanó el compromiso de invitar una delegación del movimiento lésbico mexicano a California. Hicimos un congreso que se llamaba Tongue to Tongue, porque ya existía una revista de Queer Women of Color que se llamaba Tongues Magazine, y me uní a ellas, la mayoría chicanas. Entre pocas organizadoras hicimos un trabajo de campo bárbaro, llegaron 300 mujeres queer y trans al congreso que organizamos. Así es como nació el comité que después se conformaría en contingente May Day Queer Trans para las marchas del movimiento migrante en California.
Durante una marcha del 1º de mayo de 2008 se nos convocó a formar una gran marcha uniendo grupos en cada esquina. Con otras organizaciones comenzamos a trazar una marcha diferente, empezamos en el sur de la ciudad, cada esquina tenía una temática, por ejemplo los jornaleros en una esquina, las trabajadoras del hogar en otra. Logramos por medio de un movimiento de jóvenes queer llamado QTeam, formar una esquina dentro de esa marcha a la que llamamos “queer corner”, así le pusimos. Este fue un primer logro.
Seguimos organizando, y ahí conecté con Roland Palencia, Bamby Salcedo, Doreena Wong, Ari Gutiérrez, Jorge Gutiérrez, Eileen Ma y otra gente que son líderes reconocidos en Los Ángeles. Así fue que nació la primer marcha. Usando los saberes aprendidos como organizadora comunitaria y sindical me lancé con otras a tejer la red, a hacer asambleas de barrio, por centros de trabajo y así fue como nació la primera contingente Queer migrante. Una trama de organización, una conspiración, inspirada en las enseñanzas y los saberes que nos heredaron tanto los organizadores del pasado, como los organizadores de la diáspora salvadoreña y guatemalteca.
Cuando yo empecé a organizar en los sindicatos me entrenaron para pensar que el sindicato es la única medida para la liberación de los trabajadores, pero las chicanas/os me ayudaron a pensar “afuera” de esto. Fuimos a Chiapas, donde aprendí la práctica política de transparencia y el valor del diálogo. Los salvadoreños solidarios me ayudaron después también a pensar “afuera” del imperio. Por eso, cuando se da el golpe de estado en Honduras en 2009, fueron los compañeros salvadoreños de los comités de base del FMLN los que respondieron, gente como María Guardado que pertenecía como a 20 comités, Norma Potter, Berny Motto, mi hermano y muchos mas que tenían trabajo de servicios, algunos eran sindicalistas, algunos se trabajaban de 8 a 5 y en la noche se iban a las protestas, toda esta gente fue muy importante para mí. Estos compañeros me enseñaron a estar al tanto de las luchas internacionales, que Palestina, que Centroamérica… Cuando ocurre el golpe de estado, los comités de base del FMLN ya estaban planeando una marcha de protesta, ya estaban listos porque ellos entendían lo que significaba ese momento en Honduras. Si no fuera por ellos yo nunca hubiera podido realizar todo ese trabajo, o tener la confianza que me dieron de organizar una respuesta articulada y colectiva contra del golpe de estado, desde acá digo. Fijáte que igual ibas a cualquier protesta y la prensa decía ¿usted es de Honduras? “Ahora soy de Honduras”, decían y explicaban, “soy salvadoreña pero ahora soy hondureña”. Ese internacionalismo ha sido muy importante para mí.
Todos esos maestros, les queer, les centroamericanes, me formaron políticamente y yo apliqué todo lo aprendido a construir una lucha trans, lésbica, feminista, gay, queer. Puse el espíritu internacionalista heredado de todas esas luchas en la apuesta por la lucha sobre mi identidad política y feminista.
Con todo esto, nos metimos de lleno a luchar contra la proposición 8. Éramos cuatro parejas, dos parejas latinas, bueno mixtas, porque mi compañera era de origen chino, las otras dos parejas eran blancas. Perdimos el caso, pero ganamos visibilidad y aprendizajes en la lucha. Por eso, cuando se lanza la lucha contra DOMA17 el caso fue fundamental para articular la lucha. Cuando se derrota DOMA, con Obama, nos invitan al estrado del escenario de celebración, en la marcha del orgullo gay en West Hollywood, una ciudad icónica especialmente para la comunidad blanca LGBT de clase media. Nosotros nos sentíamos raras, tengo que reconocerlo, tal vez porque somos migrantes, pero creo que también porque la narrativa del pride (orgullo) es muy blanca, muy gringa, además, la narrativa de los matrimonios a mi no me seduce. Pero igual trabajamos mucho, usando nuestras herramientas de organizadoras, desplegamos esfuerzos, apenas como ejemplo, en los bares, íbamos a donde se divierte la comunidad queer, a organizar entre pisteada y pisteada, llevábamos volantes con el mensaje y condones también, aprendimos mucho.
De todas formas, yo no me casé, porque es una cuestión ideológica, pero la lucha era importante para mí, pelear contra la lógica de ese paquete de normas que nos categorizaban como ciudadanos de segunda clase. Además, era estratégica la lucha también como migrantes, porque si se hubiera aprobado la proposición 8, los migrantes queer no hubieran podido nacionalizarse a través del matrimonio con una persona ciudadana. Fijáte, en ese tiempo, descubrimos trabajando en la campaña, la mayoría de las parejas y familias queer en California eran latinas. Perdimos el caso, pero ganamos muchas cosas. Ser reconocidas como lo que somos, queer queer women of color o queer people of color latinas, pero también como organizadoras políticas, fue importante, porque pienso que también conseguimos agrietar la narrativa gringa, blanca, de clase media, en torno al matrimonio, base del sueño americano.
Construir cambio social
Leisy—Suyapa, has compartido tantos elementos, nos has hablado de muchas luchas, de muchas dimensiones: Honduras, luchas sindicales, internacionalismos, luchas feministas, luchas migrantes, luchas por la identidad de género, la sexualidad como identidad política, las luchas en la universidad porque se reconozca nuestra episteme. ¿Cómo aprender de todo eso, cómo traer todos esos hilos para seguir organizándonos, cuáles son las lecciones que heredarías a personas que ahora se están organizando, cómo pensar desde todas estas perspectivas un movimiento que no sea solo queer, o migrante o feminista, sino que sea interseccional, que integre todas esas partes?
Suyapa—Creo que hay que partir de reconocer que lo personal es muy importante, es una manera de hacer, situar nuestra manera de habitar y comprender el mundo, a través de la memoria de nuestras biografías. Ser radicales, y caminar preguntando como dicen las Zapatistas, hay que hacerse preguntas todo el tiempo. La más importante, desde mi perspectiva es tomar una decisión, si vas a poner el esfuerzo en construir instituciones o vas a apostar por construir cambio social. Ahora que estoy clara, que soy académica que estoy escribiendo sobre estas luchas en Honduras o en Los Ángeles, también comprometida con luchas concretas, sé que yo no quiero construir instituciones. Si hay que elegir entre si construyes instituciones o construyes cambio social, yo decido construir cambio social. Estoy convencida de que lo que quiero es ser parte de un cambio social profundo y que no soy la única, hay un montón de gente, un montón de esfuerzos.
Amarela—Suyapa y desde esta perspectiva tan insurgente, mi perspectiva es que justamente a los estudios sobre la migración le falta la politización, se han tecnificado, se han tecnocratizado, incluso las narrativas de los mismos compañeros de las luchas migrantes a veces están ancladas en esa fantasía neoliberal del gobierno de “migraciones ordenadas, seguras y regulares”.
Suyapa—Yo creo que es porque parten del Estado, se apuesta todo al Estado…
Amarela—En ese sentido, ¿qué proyectos, qué propuestas, qué ideales normativos, qué desafíos le lanzarías a les chaves, a los jóvenes menos domesticados, cómo ser activista y académica en el mundo de las migraciones para provocar cambio social?
Suyapa—Todo lo transformador, y creo que Leisy acaba de escribir sobre eso en el libro We are not dreamers18, sobre las luchas en torno a DACA19, todo lo que se apostó con ello, y de cómo lo transformador que esta lucha produjo vino de la gente, del esfuerzo de los estudiantes al tomar las oficinas gubernamentales, de arriesgar, de poner su cuerpo en arrestos. Creo que en torno al movimiento por DACA hay muchos aprendizajes, hubo y hay mucha gente con el valor de decir “eso lo podemos hacer nosotros desde la base”. Creo que el movimiento migrante acá en Estados Unidos ahora mismo ha perdido esa confianza, la que se desplegó desde la gente en las marchas de 2006. Por ejemplo, para la gran marcha del 2006, yo estaba en Honduras. Pagué mi boleto para venir a esa marcha porque me considero como una luchadora, además de que se trataba de mí, de las miles de personas que cruzamos en los ochentas y noventas, por eso para mí el movimiento de 2006 fue increíble, en ese momento había muchas posibilidades. Después empezaron a deportar gente y despedir ilegalmente a la gente de sus trabajos. Eso provocó un repliegue de nuestra parte, los movimientos se cerraron y empezaron a negociar. Esto lo abordan con densidad Chris Zepeda-Millán y Alfonso Gonzales,20 que hubo represalias que llevaron a las organizaciones a negociar y cabildear, ya sea con los demócratas o con otros partidos, en contra de la forma en que la gente puso el cuerpo, y contra lo que demandaba esa gente que marchó y se organizó. Desde mi perspectiva, los movimientos de migrantes de ahora están alejados de la base, ya no están centrados en la experiencia de los migrantes, la voz, la agenda, las formas las deciden las organizaciones, los abogados, los congresistas. Esto ha sido un problema muy grande en Estados Unidos. Revela el límite del movimiento migrante. Su giro hacia lo caritativo. Este es todo un tema ahora en la frontera, las organizaciones están respondiendo a las caravanas con caridad, no con perspectiva política.
Esa es la crítica que ahora despliego, con otras compañeras, por medio de nuestros escritos y organización: al odio institucional contra nuestras comunidades necesitamos responder políticamente, a Trump y ahora a Biden y toda esta gente, para crear un espacio de protesta social, como lo ves ahora con el movimiento de Black Lives Matter. Eso es una respuesta política a la situación. Es difícil politizar las respuestas en torno a nuestras comunidades migrantes, porque se ven grados de violencia extrema, como la que se cierne sobre los niños migrantes, pero, precisamente porque son niños, siento que la respuesta de solidaridad se produce en clave de caridad. Y pienso que se necesita la caridad para proteger a nuestros niños al mismo tiempo que necesitamos articular una respuesta política a esta violencia estructural. Por eso digo, antes de construir instituciones, por ejemplo de caridad, hay que apostar por el cambio social, que solo va a venir de la gente más afectada. Son las luchas, las formas, las demandas de más afectados. Regresando al concepto de interseccionales, cómo centra, a los más afectados para que diseñen sus respuestas políticas elles mismos. En los márgenes hay mucha más posibilidad. Y lo importante es saber dar solidaridad y refuerzo a esas propuestas.
Lo digo porque veo el movimiento en Georgia, en Florida, en Chicago, afuera de Los Ángeles, hay mucha más fuerza política ahí. Todo lo que se desarrolla ahorita en Arizona, es muy interesante; Los Ángeles, que debió ser el epicentro de esa lucha, se volvió una especie de escaparate de organizaciones, pero estas organizaciones no fueron capaces de construir unidad política, de desplegar una visión política radical y nacional unida. Estas organizaciones angelinas se plegaron a los compromisos con los demócratas, que en realidad son desilusionantes. Y lo siento, ahora por ejemplo, en esta coyuntura de las elecciones de 2020, yo sé que tenemos que sacar a Trump, pero hay que tener claro que estamos votando a la camarilla demócrata por eso. No hay que engañarnos a nosotras y a las comunidades a las que nos debemos de que los demócratas harán justicia. Creo que si Biden gana las elecciones, lo interesante, lo vital, será mirar cómo se resiste al gobierno demócrata. Y eso es lo que hemos de imaginar como diáspora y tenerlo bien claro. Las elecciones forman parte de una negociación, después tiene que emerger un movimiento, como el que vimos y vivimos en 2006.
Después de las elecciones viene lo bueno, cómo construir luchas ahora si interseccionales, como lo que intentamos con el contingente Queer y Trans en el movimiento de 2006. Cómo construir liderazgos entre las nuevas generaciones de feministas queer para que no sean expulsados del movimiento, como pasó con muchas de nosotras con el sindicalismo, que nos expulsaron sus formas, porque éramos feministas y no aguantamos el machismo, el liderazgo machista y jerárquico, porque fuimos entrenadas, crecimos políticamente en las apuestas de luchas internacionalistas, transversales, interseccionales, mientras que, por lo menos en Los Ángeles, se petrificó en liderazgos institucionales. Lo importante por eso es ceder el liderazgo a los jóvenes, los que se formaron en las luchas como undocumented, los estudiantes indocumentados y queer feminist, muchos de elles centroamericanas.
En el plano de lo académico, creo que hay que trabajar la historia de Honduras, imprimirle una apuesta política por el futuro, llenar los silencios, tejer las narrativas. A mí me interesa la historia y las luchas de la clase trabajadora, entonces creo que hay que apostar por escribir todo lo que tenga que ver con la clase trabajadora, la migración y hacerlo como queers y people of color que somos. Luchando compañeras, luchando.