La filósofa argentina María Eugenia Borsani visitó el pasado mes de noviembre el Campus Ciudad de México del Tecnológico de Monterrey, invitada por la Cátedra UNESCO de Ética, Cultura de paz y Derechos Humanos del Tecnológico de Monterrey, y como parte del proyecto Pensar la paz como ideal moral desde la tradición filosófica, financiado por Conacyt.
Al finalizar el curso intensivo de tres días, tres profesores tuvimos la oportunidad de conversar con María Eugenia sobre la relevancia epistemológica que implica la decolonialidad. Esta conversación tuvo lugar la tarde del 30 de noviembre de 2018.
Javier Camargo: María Eugenia, muchas gracias por estos tres días de curso intensivo que realmente han sido muy reveladores, en el sentido de que nos has hecho pensar muchísimo acerca de nosotros mismos y nuestro quehacer académico. Quisiera recuperar la advertencia con que comenzaste el curso cuando señalabas que después de estudiar la decolonialidad, ya no se puede seguir siendo los mismos. Entonces, como una pequeña apertura a esta conversación, de manera general nos podrías comentar cómo es que la decolonialidad tiene ese poder transformador.
María Eugenia Borsani: Sí, la advertencia es que la decolonialidad, lo que genera o lo que produce inmediatamente es la irreversibilidad, digamos. Yo digo que cuando uno ingresa al escenario de los problemas que la decolonialidad presenta luego no hay marcha atrás, no hay posibilidad de poner reversa y hacer de cuenta que uno no sabe de que estamos hablando cuando hablamos de modernidad, cuando hablamos de colonialidad, cuando hablamos de racismo, etc. Y sobre todo, porque ocurre una sacudida de nuestras propias preconcepciones y una posibilidad de volvernos otros en muchos ámbitos. El ámbito en que a mí inmediatamente más me impactó fue en qué hacer para, después de todo esto, trabajar en el aula, porque el efecto que tiene en el campo de la praxis docente es de tal magnitud que después de conocer la decolonialidad uno se encuentra trabajando arriba de un tembladeral, de un tembladeral epistémico y eso es muy problemático porque es poner la praxis docente permanentemente en revisión y da muchísimo trabajo, pero además es muy trabajoso vivir sin certezas y vivir con una única certeza que es que aquello que teníamos como sólido, verdadero, preciso, etc., tiene un reverso, y ese reverso es el reverso de opresión.
Natalia Vargas Escobar: Justo quería ahondar en la cuestión de las opresiones, porque me parece una discusión que vale la pena para entender y aportar más en nuestras cabezas a qué se refiere el giro decolonial, digamos saber que es lo propio de esta condición. Entonces te quería preguntar lo propio de la condición decolonial y sus límites y encuentros entre otras opresiones, por ejemplo, la económica y la racial que, en nuestros países, en América Latina, por esa racialización están muy de la mano.
María Eugenia Borsani: Bueno, hay muchas cosas que ahí estás planteando. Yo no voy a responderte, no sé responderte lo propio de la decolonialidad porque me parece que sería entonces llevar a cabo un ejercicio definicional que es el que yo no quiero hacer y al que me resisto. Uno puede dar ciertos signos o ciertos aspectos indiciarios como para poder dar cuenta de lo que es la decolonialidad. Pero también yo he dicho que, en tal caso, aun cuando desde lo didáctico no sea lo más acertado, a mí me resulta mucho más comprensible y mucho más claro trabajar sobre lo que no es la opción decolonial. Señalar cuáles son esos contornos o límites para separarla de determinadas perspectivas de las que se ha intentado, a veces no intencionalmente, subsumirla o confundirla. Pensar que la decolonialidad hoy es una opción, una nueva moda académica, sería terrible. No es esa la clave desde la que hay que pensarla. La decolonialidad no tiene que ver con un gueto, no es una postura eurofóbica. La decolonialidad es una articulación si se quiere o un hilado de determinadas cuestiones que lo que ha puesto en el centro es la visibilización de la racialización. Claro está que el concepto de pobreza y el concepto de racialización son muy afines. El tema es que no creo que sea adecuado hacer una pulseada entre un concepto y el otro para ver cuál gana. Por eso cuando esto surgió como conversación ayer o antes de ayer, yo planteé que no era una suerte de jerarquización de opresiones, que es una de las cuestiones que a ti te interesan. Si no, que en tal caso es cómo un determinado tipo de cuestiones genera una matriz, y esa matriz o ese poder, o ese patrón de poder en clave de Aníbal Quijano, está directamente relacionado y es inherente al proceso de racialización. Entonces, ¿queda por fuera lo pobre? No, no nos queda por fuera, pero ahí la idea de raza es la que ordena porque es la que ha orbitado clasificando, organizando y jerarquizando las poblaciones en el mundo. Entonces, en ese sentido, creo que no son dos conceptos excluyentes, pero me parece que el eje sobre el que pivotar tiene que ver con el concepto de raza, no con la raza, sino con la noción de raza.
Natalia Vargas Escobar: Como una profundización de este carácter matricial, en el que estoy de acuerdo contigo, yo por ejemplo trabajo desigualdades múltiples y considero que la raza es probablemente matricial de estos ordenamientos que generaron desigualdades que se traslapan. En este sentido, yo estaba pensando que la tierra, la cuestión de la tierra y los arraigos generados allí parecen ser fundamentales para una reivindicación frente al exterminio colonial. Y pensaba yo, qué pasa entonces, o cómo incluir o entender el sometimiento racial de la afro, porque la afro es desterrado, o sea, viene acá. Pensaba que muchas de nuestras reivindicaciones, de nuestros comunales y de nuestras comunidades tienen el componente de la tierra, y hablas tú, por ejemplo, que la cuestión ya no es androcéntrica sino biocéntrica. ¿Entonces qué pasa con estas poblaciones que fueron desterradas?
María Eugenia Borsani: Bueno, en realidad no está mal hablar de desterrados, no está mal hablar de afro transportados o afrodescendientes, distintos modos de nombrarlos. Pero en esa línea uno podría decir: de todos modos, también han conformado sus comunidades en determinados territorios y en esos determinados territorios han sido, esa tierra en donde han resistido ante esta situación, que ha sido una situación de violencia brutal que es como llegan las comunidades negras a América. Pero que luego en estos territorios, por ejemplo hoy día, cuando me estás haciendo esta pregunta estoy recordando lo que he aprendido en Ecuador sobre lo que es el Valle del Chota, y ahí se ve claramente como en esa acción de resistencia han podido organizarse como comunidad, y esa comunidad cómo les ha dado posibilidades de conformarse en términos de integración, no de quedar conformes, sino conformarse desde sus saberes, sus sabores y etcétera. Digo esto porque lo ha trabajado mucho desde Adolfo Alban Achinte (Popayán - Colombia) y eso tiene que ver con modos de lo que él señala como re-existencia, que no es un modo de volver a vivir, esa no sería exactamente la traducción, si no un modo de vivir con, y ese “con” tiene también que ver con la manera de resignificar esa tradición a la que se pertenece, esa comunidad a la que se pertenece, esos sonidos, esas músicas, esas tradiciones, esos rituales, esos saberes y entonces, claro, no puede decir uno inmediatamente que están desterrados: hoy podríamos pensar que hay grupos que en esa resistencia han logrado la re-existencia.
Javier Camargo: Regresando al papel transformador de la decolonialidad, nos podrías ampliar, porque a mí me parece realmente muy interesante, ¿por qué los estudios decoloniales son una postura ético-política y por qué es tan urgente en los tiempos que estamos viviendo?
María Eugenia Borsani: Lo que se me presenta inmediatamente como respuesta es: porque se nos va la vida. Pero esto no tiene nada de metafórico, no hay posibilidad de legar en las generaciones futuras la posibilidad de abordar estos problemas. Y cuando digo esto “se nos va la vida”, esto me lo enseñó Edgardo Lander, esto me lo enseñó Aníbal Quijano, esto lo ha planteado Catherine Walsh, esto lo han planteado tantísimos otros y otras que justamente de lo que hablan es de una crisis, que no tiene nada de episódica, no es un determinado momento, es una crisis raigal, dirá Quijano: tiene que ver con eso que ha ocurrido y es que la modernidad implosionó, y esa implosión provoca que el mundo que tenemos es un mundo que se hace absolutamente insostenible e invivible. Y, además, es una crisis ética porque no podemos delegar este mundo a los que vienen, algo hay que hacer ya porque entonces el nivel de agudización de la conflictividad actual es tal que no hay espacio donde uno pueda decir “bueno acá voy a encontrar ese mundo que estoy buscando”. Sí hay diseños, y ustedes en México lo saben claramente, hay comunidades que están tratando de organizar, y vienen organizando ya hace años, nuevos mundos, habida cuenta de un desprendimiento de esa matriz capitalista opresora, etcétera, etcétera. Y finalmente, esa crisis es política necesariamente porque no hay modo de moverse asépticamente de esto. Para nuestra tradición de las ciencias sociales, uno tiene que manejarse para que sea verosímil lo que uno plantea, tiene que presentarse ante estos problemas de manera desapasionada, con cierto distanciamiento con la problemática, sin la emotividad a flor de piel y de manera cauta y sin generar ningún tipo de situación que pueda ser desestabilizante. Yo no hago más esos trabajos, yo cuando me paro frente a estos conflictos no puedo sino hablar desde, como dije ayer, desde un cuerpo o una cuerpa que se siente atravesada por este pesar, se siente involucrada en este pesar. Y por eso el título de ese trabajo que dije, bueno “cuando el aire mata y la tierra duele” y a mí me duele. Y esto parece que es bastante difícil de entenderlo pero si vos te imaginas que yo hasta hace 10 años viví en una zona, que era una zona frutihortícola, donde había bellos árboles de los que tenían peras y manzanas, y de pronto por un cambio brutal de matriz productiva, me la convirtieron en una zona de explotación hidrocarburífera y esa explotación hidrocarburífera hizo que se desmontaran los cuadros de fruta y que allí tuviéramos enormes torres de fracking, y que se nos cambiara no solamente el paisaje, que es un cambio visual muy brusco, sino que se te cambia la percepción olfativa porque hay olor a naftalenos, y se te cambia la percepción auditiva porque hay ruido y un runrún permanente porque las maquinas no cesan, porque trabajan 24 horas....A no ser que uno diga: esto se llama progreso. Si vos no sabes que eso se llama progreso, eso se llama muerte. La muerte no te duele porque es la muerte de los otros. La muerte te duele porque la estás viendo ahí, también es la tuya y es la de tus seres queridos y es la de tu vecindario, la de tus estudiantes y es la de tus vecinos que trabajan en el petróleo y mueren. Y cuando digo esto, estoy diciendo que en alto valle de Río Negro y Neuquén hay un índice por casos de cáncer que no había hasta hace escasos años atrás, que de esto además no se habla, que esto no se dice y que cuando nosotros hablamos de esto y lo publicamos y lo discutimos, etcétera, aparecen voces que inmediatamente nos señalan como aquellos que están en contra del progreso. Y eso es terrible porque algunos creen que esto es progreso. Y esto es saqueo, muerte y destrucción. Pero esto yo no lo aprendí en los libros, yo esto lo aprendí vivencialmente, sobre todo. Mis maestros son, en este caso, con lo último que acabo de decir, los grupos asambleados de la zona. Por ejemplo, la asamblea permanente por el agua o los grupos que están trabajando mostrando esto, visibilizando esto, no solamente porque son afectados directos, sino porque tienen un compromiso vivencial, que destaca la palabra ética, pero es un compromiso que les sale desde las entrañas, tal vez porque quieran defender la historia del valle, no sé, pero se quiere defender esto contra lo que está produciendo una situación absolutamente letal. Pero esto es en mi zona, pero esto también les compete a ustedes porque esto está ocurriendo acá y esto está ocurriendo con la minería extractiva en Perú y esto está ocurriendo con la devastación y lo que se hizo con la destrucción del ambiente en Ecuador. Esto está ocurriendo con los terribles acontecimientos que se dan con la liberalización de la economía y el cultivo que se da de la palma africana, con la soya, con los transgénicos. Esto no es porque me produce a mí en lo personal, esto es todo nuestro continente, y es África también y por donde vayamos vamos a encontrar esto. Excepto algunos que dicen acá no, por ejemplo, Canadá dice acá esto no se hace pero ¿dónde van las empresas canadienses a hacerlo? Vienen a México, van a Colombia o van a 15 minutos de mi casa. Entonces yo entiendo que estoy en una zona terriblemente importante a nivel de geoeconomía a nivel mundial. Porque el yacimiento Vaca Muerta, la conformación geológica mejor dicho, yacimiento no es lo que corresponde, sino conformación geológica Vaca Muerta, está pasando a ser la segunda o la tercera a nivel mundial en términos de explotación de hidrocarburos no convencionales. Pero más allá de ello, no es mi realidad, no soy yo en primera persona que vengo a presentarme bajo una situación angustiante, somos todos los lugares periferializados por el poder trasnacional y por el poder corporativo trasnacional o por el capitalismo corporativo. Mientras estamos conversando en este momento se está llevando a cabo, por ejemplo, el grupo G20 en mi país. Y esto no escapa a lo que estamos hablando y uno podría decir: bueno, pero eso es una cuestión política, es una cuestión ético-política también, porque ahí se cuece lo que algunos llaman el futuro, pero también se cuece lo que algunos vemos como un futuro que no va a ser.
Coco Gutiérrez-Magallanes: Quiero agradecer la invitación a esta conversación y a María Eugenia por venir a México y compartirnos tu experiencia, tu visión y tus modos y métodos. Quisiera hacer una especie de paso atrás, dijiste que no necesariamente hablabas en primera persona, pero yo quisiera poner en el centro de esta entrevista dialógica que nos hablaras en primera persona de cuáles han sido tus trayectos, caminos hacia o en la descolonización. Es un poco dar un paso atrás de lo que ya nos has venido conversando, ¿verdad? Pero me parece importante porque si pensamos en ese espacio autobiográfico como un espacio compartido, donde el yo no es el individuo atomizado sino es un yo compartido, como lo dices recién que estás hablando desde tu cuerpa, de cómo tu cuerpa es afectada por todas estas cuestiones colonizadoras o neocolonizadoras, pero también de cómo tu cuerpa es afectada por estas colectividades que mencionas, el barrio, las prácticas asamblearias, etcétera. Entonces, en esta parte, si me gustaría preguntarte esencialmente, ¿Cuál ha sido tu camino hacia la descolonización, tu trayectoria?
María Eugenia Borsani: Bueno, pasa que a veces hablar en primera persona tiene un riesgo de petulancia, ¿no? Pero está muy linda la preguntita. Te lo agradezco. Yo hace unos cuantos años, no quiero sacar las cuentas, pero vamos a suponer aproximadamente 15 años que, desde mi campo que es la filosofía, empiezo a sentir una suerte de inquietante insatisfacción y esa insatisfacción tenía que ver con lo que yo advertía que era la impudicia del distanciamiento que la filosofía generaba respecto del mundo y que yo fortalecía en cada una de mis clases en las aulas, de mi practicado docente, mi vida que pasa por la universidad. A partir de eso, en lo que estamos en esto, se traduce en búsquedas bibliográficas y el dicho dice que el que busca encuentra. Lo que pasa es que las búsquedas pueden ser, digamos, muy trabajosas o de pronto algo puede aparecer ahí de manera casi azarosa. En realidad, la búsqueda por nuevos nutrientes teóricos y la mudanza epistémica que implicó para mí moverme desde el escenario canónico de la filosofía euro centrada, intramoderna y, sobre todo, de la hermenéutica alemana hacia estos lugares. Una podría decir, bueno, ¿qué pasó ahí?, ¿qué paso en el medio? Yo no he dejado de ser hermeneuta y de hacer hermenéutica, lo que pasa es que aquello que se me presenta como cuestión o escenario en el cual desplegar una acción hermenéutica es ahora otro y siempre digo: “yo nunca me moví y sigo haciendo lo de siempre, con mi hermenéutica del tiempo presente”, lo que pasa es que esa hermenéutica del tiempo presente hace que ese presente se te vuelva con distintas fisonomías y, por lo tanto, las claves intelectivas que necesito para hacer esa hermenéutica tengo que buscarla en otros escenarios también de producción intelectual. Y así fue cómo en esa búsqueda y en esa insatisfacción terrible, que además era muy angustiante porque cuando lo que estás haciendo te produce una insatisfacción, yo sentía una carga ética, sentía que lo que estaban haciendo estaba mal, no lo puedo explicar exactamente en un sentir. Me sentía incomoda con el quehacer filosófico y con el distanciamiento con las cosas que ocurrían y me faltaban. Siempre uso la metáfora de empapar a la filosofía de mundo, la sentía deshidratada, seca, ausente de mundo, no tenía más que una distancia con aquello que ocurría. Estaba ahí el mundo y después yo iba al aula con aquello que tenía que desplegar como saber a reproducir, etcétera. Más allá de que uno también producía, pero desde esta hermenéutica que en su momento sí estuvo muy cerca de problemas relacionados con historia y memoria, sobre todo hermenéutica del tiempo presente y del tiempo presente en tiempos postdictatoriales, en donde en Argentina fue muy fuerte y luego se dio esta situación. Ya de alguna manera transcurrido ese periodo en donde lo que me había interesado era la relación historia-memoria y, sobre todo, en un periodo en donde eran los primeros años de democracia en Argentina y allá fue por inicios, yo no tengo exactamente las fechas, tendría que buscarlas, pero creo que fue algo más del dos mil y tantos, que empezó esta situación de tanto incordio con mi propia praxis profesional.
Coco Gutiérrez-Magallanes: ¿Podrías asociar esa incomodidad o insatisfacción con el acontecer de la propia historia de la Argentina o de tu región o de tu provincia?
María Eugenia Borsani: En ese momento, más que lo que pasaba con la región o en la provincia era: si esto es hacer filosofía, no quiero. Entonces ese momento fue interesante porque ahí comenzó esa búsqueda de nuevos nutrientes teóricos, porque me tenían que nutrir ante esa situación de tanta pereza o ese distanciamiento de la filosofía y el mundo. Lo primero que llegó a mi mano fue el libro de Walter Mignolo, Capitalismo y geopolítica del conocimiento, y como esta es una entrevista, en las entrevistas uno dice “toda la verdad y nada más que la verdad”, en un tono absolutamente coloquial. Yo les cuento que -además él lo sabe y él lo ha escrito además-, yo les cuento que ese libro lo compré porque me sentí horrible de que me eran mucho más familiares nombres muy extraños como el de Žižek, y hasta su pronunciación es difícil y su fonética es compleja, que nombres tan fáciles como Aníbal Quijano, que no sabía quien era, y ese texto tenía además nombres exóticos como Serequeberhan, como Aldelkebir Kathabi, como Chukwudi Eze, y compré un libro simplemente por una curiosidad, porque qué tenía yo que ver con ese libro que eran autores desconocidos, algunos africanos, un latinoamericano por allí, y el único que realmente me era familiar, mira qué situación incómoda, era eslavo, Žižek. Entonces mi llegada fue por una búsqueda, pero una búsqueda que también de pronto apareció algo en el medio que fue esto, e inmediatamente si vos me decís “¿y ahí qué paso?”. Bueno, me enteré, además, de que había una editorial que estaba sacando muchísimo material, que eran los cuadernillos de Ediciones del Signo y me pareció interesante empezar a seguir con esto, pero también me apareció algo que, en esta urgencia, por decirle de alguna manera, cursó a esta insatisfacción vital, vivencial, qué se yo, existencial si les parece. Le escribí a Walter Mignolo, desde la distante Patagonia, y le escribí a Catherine Walsh y les dije: yo soy una profesora de la Patagonia que acabo de encontrar esto y etcétera y empecé a encontrar no solamente textos, si no que empecé a encontrar a los autores de los textos y empecé a encontrar gente hermosa con una generosidad intelectual que en mi país no es moneda corriente con los propios. Me empecé a acercar a los temas, a los problemas, a los autores y, bueno, inmediatamente sin saber cómo, me encontré que formaba parte de una red decolonial y eso fue una cosa que no se paró. Inmediatamente, en el grupo en el que yo tenía y tengo un equipo de investigación, había surgido la idea por parte de uno de los integrantes de armar un centro de investigación. Yo me había negado y había dicho “los centros de investigación son sellos” pero, más adelante, organizamos un Centro de Estudios y Actualización en Pensamiento Político Decolonialidad e Interculturalidad, que es el CEAPEDI, que nos dio un impulso increíble. Me comprometí con el centro desde un principio, porque como digo yo, “para mí es el último hijo parido”, y a su vez una publicación y, entonces, el entrever constante y permanente en el sentido de contactarme y comunicarme e involucrarme con autores, y a su vez con problemas y a su vez con nuevas situaciones que iban apareciendo y, bueno, pues tuvimos la posibilidad de ofrecer nuestra Universidad Nacional del Comahue como sede para el último encuentro que se hizo del Colectivo Modernidad/Colonialidad, lo que fue una experiencia para mí sumamente enriquecedora, porque, sobre todo, se hizo con los miembros del colectivo pero, a su vez, con movimientos que invitamos, que vinieron de muy distintos lugares a un lugar inhóspito y lejano para muchos como es el Comahue, porque no es ir a la Argentina de Buenos Aires, es ir a la Argentina al Comahue y a la Patagonia, pero no es ir a la Patagonia turística de Bariloche o San Martin de los Andes, es venir a una provincia en el Valle como Neuquén. A partir de ese encuentro, mi compromiso con los que habían venido en tanto personas, en tanto perspectivas que tanto me habían enseñado fue permanente y se fue asentando momento a momento. Ahí aparece esa situación, la pérdida de la ingenuidad epistémica, una vez entrado en ese circuito felizmente uno no puede salir, y entonces ahí empezaron a aparecer publicaciones continuas y tanto más que me dio la posibilidad también de ir acercándome a otra gente más joven que la gente de mi equipo e ir difundiendo, ir expandiendo, ir también poniéndome ciertas metas; una de esas metas fue, sobre todo, que esto tenía que llegar, por supuesto, en términos de cursos, de posgrados y tanto más, pero esto tenía que llegar a los institutos de formación docentes de mi zona.
Coco Gutiérrez-Magallanes: ¿Serían como las preparatorias en México o el bachillerato?
María Eugenia Borsani: Serían los que enseñan a los maestros. Entonces la meta que en ese momento me fijé -y que prácticamente la tengo cumplida, me falta nada más que una pequeña, muy pequeñita zona- fue hacer cursos de actualización en todos los institutos de formación docente de las distintas localidades de la provincia de Neuquén. que a veces son localidades no sencillas porque no te quedan muy cerca, pero, además, porque, logísticamente, lo hice sin ningún tipo de apoyo, más que el de los directivos que me recibían sin ningún tipo de contrapartida de ninguna naturaleza. Sin embargo, fue algo así como una acción, y lo digo sin ningún tipo de prurito, fue como una acción de militancia, muy buenas puertas afuera, pero yo esto lo tengo que hacer en mi zona, en una suerte de rastrillaje de los distintos institutos y esto tiene que llegar a los formadores, a quienes forman a los futuros maestros.
Coco Gutiérrez-Magallanes: Y en ese sentido es una forma estratégica, política y también vital de desplegar las coordenadas, las pistas claves de las prácticas de la descolonización. Si tu pudieras sintetizar, porque en efecto es una entrevista, pero también es la idea es que llegue a diferentes espacios; ¿cómo podrías, como hacer una especie de trazo, tal vez zigzagueado de las coordenadas?, ya lo escuchamos en los últimos tres días que nos has estado compartiendo, pero para el propósito de la entrevista, ¿cuáles serían estas coordenadas que tu consideras necesarias, indispensables?
María Eugenia Borsani: Sí, en realidad las palabras claves si quieres, o las coordenadas claves sería desmontar la modernidad, ese desmontaje de la modernidad que nosotros continuamente lo hemos incorporado a través de tantísimos autores y autoras. En ese desmontaje hay que mostrar lo que es el monopolio del conocimiento, lo que tiene que ver con que la modernidad es una tradición fuertemente patriarcal y androcéntrica, que la modernidad es sinónimo de exterminio, que la modernidad sigue hoy dándose de otros modos pero que tiene que ver con políticas extractivas en su amplio sentido, que sí en algún momento la modernidad estaba asociada con progreso, eso es una patraña que sigue vigente en nuestros días. Digamos que hay muchas cosas para plantear ahí y, por supuesto, también lo que conversamos anteriormente respecto a los fenómenos de racialización y aclarar que los fenómenos de racialización no solamente tienen que ver con lo cromático, porque a veces se piensa que simplemente es porque uno es blanco, menos blanco o más negro. La racialización es un fenómeno que se extiende y se expande y que no queda acotado a una cuestión estrictamente biológica o dermatológica, no es dérmica, es cromática, es epistémica y es política y que afecta a los sujetos, pero, como dije antes, también a los territorios y allí también decir que territorios es mucho más que tierra; territorio es tradición, son los cantos de la comunidad, territorio también es el aire, territorio son vivencias compartidas. Digamos que acá también hay una restricción respecto al concepto de territorio, que es una restricción mercadocrática, territorio es tierra y se traduce en X hectáreas y esta sería una acepción distinta, sería una concepción vital de territorio. Ahí tienen mucho que ver los estudios que han hecho las feministas de Abya Yala, que son impresionantes, porque justamente cuerpo y territorio no es posible describirlos desmembrados.
Javier Camargo: Me gustaría hacer una última pregunta, respecto a tu experiencia como directora de la revista Otros logos que editas.
María Eugenia Borsani: Sí, Otros logos nace en el 2010, es la publicación periódica del CEAPEDI, yo en su momento no quise asumir la dirección, pero nadie quiso asumirla así que por default soy la directora de Otros logos desde hace casi 10 años, su aparición es anual y ha sido ininterrumpida. Se planteó como una revista que cumple con todos los protocolos para ser una revista de un centro académico, en el marco de una facultad que pertenece a una universidad y que está atravesada por todos los requerimientos de las universidades occidentales. No obstante, y eso sí fue un acuerdo en su muy pequeño staff -porque es un staff muy chico y cuando digo muy chico, es pequeñísimo, somos casi como cuatro, cinco personas, más no, que hacemos todo el trabajo de editorializar, el trabajo de corrección, de recibir los papers, de lidiar con las dictaminaciones, etcétera-, pero el acuerdo que hubo fue: no vamos a hacer ninguna tramitación que tuviera que ver con la incorporación a directorios y vamos a ver si ese hijo logra o no buena salud. Lo que nos ocurrió es que, de pronto, Otros logos empezó a aparecer en Latindex, y bueno es porque nos fueron leyendo como publicación científica, y a su vez ahora forma parte de otro directorio, que es un directorio que intenta hacer un nuevo bloque epistémico de problemáticas afines. Es también una de mis pasiones Otros logos. Siempre digo que, cuando termine mi vida académica en términos del retiro, le llaman ustedes, nosotros le llamamos jubilación, de alguna manera voy a seguir trabajando con Otros logos, porque el trabajo de ir formando una revista es maravilloso cuando uno ve el número allí ya materializado. Es fantástico, ¿no?, la materialización es virtual, pero no importa, está materializada.