Introducción
En el presente escrito se comparten los primeros intentos de sistematización, conceptualización y reflexión acerca de una experiencia de voluntariado universitario llevada a cabo desde el año 2016 en la sala “Andamiaje” del Hospital Neuropsiquiátrico Dr. Alejandro Korn, enmarcada dentro del proyecto “Redes”. Teniendo en cuenta que varias son las aristas que se pueden desarrollar a partir de considerar el trabajo dentro de una institución total -con sus dispositivos asilares correspondientes-, se considera pertinente focalizar la reflexión en circunscribir algunos alcances y limitaciones dilucidados de las prácticas que se sostienen desde “Redes”, a modo de hilo directriz que orientará el escrito. Asimismo, se introduce la noción de movimientos -particularmente en términos de movimientos instituyentes y subjetivantes-, en tanto clave con la que puede pensarse dicha práctica.
Se plantearán dos recorridos para contextualizar la experiencia. Por un lado, desarrollar cómo funciona este proyecto y qué objetivos se sostienen en él; por el otro, abordar qué es lo que se concibe como movimientos instituyentes y subjetivantes y argumentar esa manera de pensar algunos efectos del dispositivo.
Desarrollo
El proyecto “Redes” y efectos del dispositivo
El proyecto “Redes” tiene como directora a la Dra. en Psicopatología Julieta De Battista y como coordinadora a la Esp. Julia Martín. Dentro del hospital, su implementación y coordinación es llevada a cabo por estudiantes avanzados y graduados de la Facultad de Psicología, de Medicina y de Bellas Artes. En la medida en que diferentes disciplinas se encuentran, y a su vez, se entrecruzan con las lógicas de una institución total, varios de los voluntarios con mayor recorrido en el proyecto son propuestos como referentes.
En dicha propuesta se pretende trabajar sobre ciertas aristas en lo que a la grupalidad concierne, como lo serían la puesta en común, discusión y formalización de las experiencias que puedan funcionar como referencia para los posteriores encuentros, y la escucha de los afectos y fenómenos emergentes en base a aquello que acontece en los espacios en los cuales se trabaja.
El proyecto propone trabajar con un grupo de destinatarios altamente vulnerados y en situación de encierro en el hospital psiquiátrico: de los usuarios que deciden participar, algunos se encuentran internados de manera crónica, mientras que otros han ingresado a la institución recientemente.
La propuesta consta de un encuentro semanal de dos horas de duración en el hospital, en el cual se invita a los usuarios que se encuentran estabilizados; es decir, que dan cuenta de que no existe riesgo cierto e inminente para sí o para terceros, a formar parte del espacio. Esta salvedad es pertinente en tanto consideramos vital salvaguardar la integridad de todos los participantes del taller, tanto de voluntarios como de usuarios.
En ese encuentro se despliegan una variedad de actividades para realizar, a elegir según el interés y deseo de quienes concurren. Se ofrece un espacio que busca propiciar la posibilidad de ser y estar de diversas maneras: la oportunidad de conversar dentro o fuera de la sala; un espacio de capacitación en producción y sostenimiento de huertas; actividades lúdicas (juegos de mesa); artísticas (dibujo, pintura o manualidades); espacios de lectura y escritura; momentos de canto y baile, e inclusive momentos de simplemente estar ahí, compartiendo el encuentro.
Se trata de sostener semana a semana distintos encuentros mediatizados a través de esas ofertas, y al mismo tiempo, de escuchar qué tienen ganas de hacer los usuarios. Se considera que la pregunta por aquello que desean o tienen ganas de hacer en ese momento es clave para comenzar a rescatar algo del orden del deseo, de los gustos, de las dimensiones subjetivas que tan aplastadas y violentadas se puede encontrar en una institución total; de esa manera, es que se plantea pensar modalidades de lazo social que posibiliten restituir sus intereses personales dentro de una institución que desnuda su operatoria desubjetivante (Pérez, E. A, 2008).
Lo planteado, a su vez, se encuentra en íntima relación con el hecho de considerar a la subjetividad desde el ángulo de su producción, como producida por instancias individuales, colectivas e institucionales. De este modo, hablar en términos de producción de subjetividad no refiere a algo que se establece de una vez y para siempre, sino de operatorias histórico-sociales. Siendo el manicomio un dispositivo que responde a emergencias histórico-sociales, se abren así los interrogantes sobre qué lógicas y producciones allí se ponen en juego.
Se ha de considerar que los usuarios que se presentan al espacio sufren de una particular forma de privación de la libertad. Dado que para algunos la internación crónica se ha vuelto su forma de vida durante años y para otros la reciente internación no parece comprender o poder lidiar con los procesos de externación sustentable, parece no cuestionarse la internación ni los procesos de cronificación a los que se ven sujetos. Ejemplos patentes de esto serían la negación por parte de algunos usuarios a salir del hospital; la reticencia y el rechazo a participar de dispositivos alternativos que movilicen su cotidianeidad; o bien la directa descompensación cuando se insiste en demasía o se fuerza a concretar la externación.
Cabría preguntarse entonces si en consonancia con estas líneas de pensamiento anteriormente mencionadas es posible pensar procesos y/o procedimientos de desubjetivación, y si por estos se entienden a aquellas prácticas que operarían arrasando las producciones subjetivas, procurando que éstas sean llevadas a su destrucción, su disolución o a la deshumanización del sujeto en cuestión.
Se considera entonces, que poder generar un clima de actividad con el fin de promover un ambiente de comunicación, de encuentro con lo múltiple y lo diferente, permite pensar en operatorias de subjetivación colectiva mediatizadas por actividades que versan desde el fomentar la expresión hasta el armado del desayuno y el cuidado personal.
Esto no sería planteado al modo de remodelaciones de la subjetividad de los usuarios, como una suerte de vuelta a lo anterior a las crisis que llevaron a la internación, sino de diversas invenciones, de un encuentro con sus cuerpos y existencias aplastadas por las lógicas manicomiales en un espacio que aloje esas elaboraciones, cual red que ataja y anuda lo que en esos encuentros se produzca. Lo importante no es la mera confrontación con nuevas maneras de expresarse mediante actividades variopintas, sino ofrecer posibilidades de resingularizarse y de salir, así sea por destellos, de las encerronas o atolladeros institucionales.
Introducirse en una institución total implica considerar toda una miríada de líneas heterogéneas íntimamente interrelacionadas: las lógicas manicomiales, el paradigma de derechos humanos, la Ley Nacional de Salud Mental Nro. 26.657, los imaginarios sociales, las instalaciones arquitectónicas, las decisiones reglamentarias y la jerarquía organizacional, la distribución de los cuerpos, las relaciones con la comunidad y lo barrial, leyes y normas, significaciones y afectos, elementos dichos y no dichos, elementos materiales y proposiciones filosóficas-ontológicas-morales, y un inabarcable etcétera.
El vislumbrar esa red de líneas y determinaciones que en la institución manicomial operan a modo de aplastamiento subjetivo, será la condición de emergencia del proyecto “Redes”, de su interés por los procesos de subjetivación allí puestos en juego, y de su apuesta por hacer emerger procesos de singularización deseantes, al modo de líneas de fuga, que escapen a esa serialidad deshumanizante.
La lista de actividades que podían realizarse en los encuentros era en un comienzo muy reducida, ya que la misma fue construida en una dialéctica con los usuarios. Se entiende este movimiento como un modo de hacer trabajo territorial, donde la puesta en valor de los y las integrantes del espacio está presente, ya en la construcción del mismo, y donde asimismo se habilita la posibilidad de avanzar en la detección y construcción de nuevas problemáticas y actividades en conjunto, bajo la forma de diagnósticos participativos.
Resulta pertinente resaltar que no se espera que en dicha práctica los usuarios realicen alguna producción particular, pero sí se apuesta a que algo se genere. En ese punto, la propuesta desde el proyecto “Redes” se diferencia de los talleres estrictamente productivos o de formación -panificado o capacitación en oficios, por ejemplo-. Esta propuesta pretende romper con la lógica de los talleres productivos y recreativos llevados a cabo en el hospital, dado que los encuentros no están focalizados en una tarea rectora ni en una única coordinación a ella subordinada, como tampoco se apunta a producir algo en particular, sino que se pretende ofertar y acompañar diversas actividades con el fin de favorecer los intercambios entre los participantes e ir trabajando sobre los efectos des-socializadores productos del encierro y el asistencialismo.
Tampoco se transmiten conocimientos que permitan producir un objeto con valor de cambio, sino que se apunta a favorecer ciertas modalidades de lazo social que pueden ser pensadas como novedad dentro del manicomio. Desde el equipo de trabajo se leen dichas modalidades de enlace y desenlace que presentan los usuarios internados por su padecimiento mental y por situaciones de alta vulnerabilidad social, a fines de acompañar el proceso.
En lo que se menciona como “invención”; es decir, las invenciones en términos de arreglos subjetivos que surgen en el encuentro, puede señalarse que reside cierta potencia instituyente del dispositivo en el hospital.
Por último, para abordar la orientación ética de los voluntarios en la práctica, se considera pertinente seguir los planteos de Lacan (2003) en su escrito “La dirección de la cura y los principios de su poder”, quien guiado por conceptos tomados de la teoría militar de Carl von Clausewitz, aborda la experiencia psicoanalítica en tres dimensiones: táctica, estrategia y política, íntimamente relacionadas asimismo con los planos de libertad del psicoanalista y del acto analítico.
Al interior de la práctica del psicoanálisis, a nivel de la interpretación, el analista es capitán en su propio barco, decidiendo a su criterio el número y la ocasión de las intervenciones, lo cual se incluye en el plano de la táctica. A nivel de la estrategia, la libertad decrece, ya que la persona del analista se desdobla a causa de la transferencia, campo que encuadra toda una serie de determinaciones que se ponen en juego. Por último, se produce una pérdida de libertad mayor en el plano de la política, donde el analista, en tanto tal, renuncia a lo más íntimo de su juicio y se posiciona desde la falta en ser. A partir de esta lectura es que puede resultar esclarecedor extrapolar, de forma sintética, dicha concepción de la práctica psicoanalítica a los fundamentos del dispositivo territorial del proyecto “Redes”.
La dimensión de la táctica referirá entonces al estilo de cada voluntario, al saber-hacer que construye con el correr de los encuentros y las diversas lecturas que pueda realizar en relación a diferentes articulaciones teórico-clínicas.
Respecto a la estrategia, resulta indudable que en el espacio de taller se trabaja con transferencias múltiples, siendo desdoblada también la persona de cada voluntario en relación a la particularidad de los vínculos y la singularidad de cada sujeto. Por último, es en el plano de la política, como dimensión de menor libertad, donde se articula la ética que sostiene la práctica. En este caso, la brújula es el gesto lacaniano de renuncia a lo más íntimo del juicio de cada uno para sostener la orientación de la práctica por una ética del deseo que apunte a generar condiciones de posibilidad para la emergencia del sujeto, tomándolo en dos dimensiones: como sujeto del inconsciente y como sujeto de derecho.
Para ilustrar lo comentado y reflexionar al respecto se comparte a continuación una viñeta clínica y ciertos ejes de análisis que resultan orientadores para pensar el estatuto del dispositivo respecto a la dinámica entre lo instituyente y lo instituido, y cómo se refleja dicha dinámica en alcances y limitaciones de la práctica hospitalaria que se desprende del proyecto “Redes”.
Ejes de análisis
Como ejes de análisis están:
- La lógica manicomial en tanto instituido.
- Los objetivos y apuesta del dispositivo -en este punto ubicamos cierta potencia instituyente que es preciso delimitar-.
- Plantear la tensión existente entre los movimientos instituidos y los instituyentes, y la tensión entre alcances y límites de la práctica.
Viñeta clínica
Marcelo1 tiene alrededor de 50 años. Está internado en el hospital hace 8 meses. Rápidamente ubica lo perturbador que le resulta estar las 24 horas del día sin actividades para hacer. En su discurso es recurrente la queja por la situación que vive: la comida en el hospital es horrible, no hay nada para hacer y la cabeza no deja de pensar. Comenta que los demás internados solo le hablan para pedirle cigarrillos y que eso lo enloquece. En uno de los encuentros señala, en referencia a la internación, que lo que era un proceso se le estaba volviendo estado, y que las horas del día son una suma de tiempo muerto.
Cierto día Marcelo se sienta a conversar con usuarios y voluntarios y deja a su lado un cuaderno donde se podían ver fragmentos de escritura. El encuentro avanza, el cuaderno sigue allí a la vista, hasta que una extensionista pregunta: “¿Eso lo escribiste vos?” Él afirma haber escrito algunas ideas y permite que los voluntarios lean pasajes de lo que ha titulado “Reflexiones para bajar el pensamiento”. La vida, la muerte, la libertad y el encierro son algunos de los temas abordados, firmados con el seudónimo “Dios-Cosmos”. Momento de apertura para hablar de la escritura, pero también sobre lecturas que él había realizado, y específicamente sobre los pensamientos que registraba a lo largo del día y que sólo encontraban un límite cuando podía plasmarlos en papel.
En el siguiente encuentro, movidos por el entusiasmo a causa del descubrimiento de la relación de Marcelo con la escritura, algunos voluntarios fueron con diversas ofertas: “¿Querés libros de filosofía?”, “¿Te interesa que traiga una computadora y lo pasamos?”, “Quizás podamos gestionar algo para que publiques”. Con sucesivos “no”, Marcelo supo marcar lo errado de dicha posición: el saber-hacer del usuario se topó con un ideal del equipo, encarnado en un empuje a que vaya más allá de aquello que había inventado como arreglo singular sobre su propio malestar.
A posteriori se pudo comprender que lo importante no era formalizar su gusto por la escritura sino saber que él había encontrado un espacio, esa construcción de “entre” de los martes por la mañana, para leer, para escribir, para intercambiar pensamientos y que, más allá de la finalidad del proceso de escritura, sin dudas se anudaba allí una forma de hacer lazo y de sostener una práctica que le permitía cortar con la rumiación de pensamiento constante. El papel de los voluntarios debía ser dar lugar a su saber hacer.
Discusión: alcances y limitaciones del dispositivo
Una cuestión a mencionar, al hablar de alcances y limitaciones es que no se pretende en la presente reflexión cristalizar dichas cuestiones como ejes estancos, como una suerte de lista de objetivos cumplidos -o a cumplir- de una vez y para siempre, o de imposibilidades infranqueables a priori, sino como procesos multivariables que se sostienen semana a semana en presencia de los cuerpos como apuesta para poder analizar sus efectos.
La problematización de la práctica en un manicomio da cuenta de que estos interjuegos entre alcances y límites pueden ser pensados como una tensión constante: en el momento en el que aflora una apertura a la posibilidad de un nuevo posicionamiento deseante -como la función de la escritura y la lectura en Marcelo en el espacio del dispositivo-, también se vislumbra cómo tensionan ciertos obstáculos y limitaciones al momento de operar conjuntamente sobre esos movimientos.
Para hablar de las limitaciones del estar en el hospital monovalente se puede retomar la viñeta y los efectos de la cronificación institucional en las palabras del usuario. Si bien es enorme la diferencia que existe entre tratar de producir nuevas modalidades de lazo en pacientes llegados hace poco tiempo y de aquellos que llevan en el hospital dos, tres o cuatro décadas, en las palabras de Marcelo ya pueden leerse los profundos efectos de la institucionalización sobre la carne: efectos de la cronificación y destellos subjetivantes se anudan en un mismo movimiento.
En el inicio del proyecto “Redes”, los usuarios no tomaban acción para algo -a priori- tan aparentemente simple como prepararse un café. Ante la pregunta “¿Qué querés hacer hoy?” la respuesta era un tajante “Lo que vos quieras”; si ante la realización de un dibujo se preguntaba: “¿Lo querés pintar?”, se oía un inercial “Bueno”; y si se preguntaba “¿De qué color lo querés pintar?”, la respuesta solía ser: “No sé, decime vos”.
De este modo, la práctica comenzó a poner de manifiesto la existencia de una gran diferencia entre trabajar modalidades de lazo social y acompañar procesos de externación sustentables en usuarios internados recientemente, que hacerlo con quienes han sido subjetivamente aplastados este proceso de cronificación dado tras años de encierro manicomial en una institución total. Retomamos en este punto la definición de Erving Goffman (1970) de lo que llama “Instituciones Totales”, como aquellas instituciones que regulan por completo la vida del sujeto, el tiempo, el espacio, los vínculos y las acciones. Todo un artificio de control de la subjetividad y del deseo; a mayor tiempo de exposición al mismo, más profundos serán los efectos de desubjetivación. El proceso decanta en un arrasamiento de la subjetividad, penetración del dispositivo hasta los huesos, que queda muy bien ilustrado en las palabras de Marcelo: un proceso que se vuelve estado.
Algunas de las limitaciones se relacionan, además, con las políticas públicas que hacen a la salud mental de una población en general. Por mencionar un ejemplo, la Ley Nacional de Salud Mental Nro. 26.657 (2010) sostiene en su artículo 15° que no pueden mantenerse internaciones para resolver problemáticas sociales o de vivienda. En ese caso, es el Estado quien debe proveer recursos a través de los organismos correspondientes para que se lleve a cabo la externación de la institución asilar. Ese posicionamiento implica entender al usuario no solo como una persona con un padecimiento mental, sino también como sujeto de derecho.
Sabido es que eso no sucede. Una gran cantidad de usuarios de los hospitales monovalentes están allí porque no tienen donde ir, sin posibilidades económicas, con dificultad para acceder a un empleo que les permita vivir de forma digna, con falta de residencias en la comunidad y sin una red vincular de contención por fuera de las redes que constituyen en el hospital.
Los usuarios con los que hablamos todas las semanas, y que son absorbidos por el dispositivo manicomial, son en su mayoría personas sin recursos económicos. De este modo, se producen muchas veces al interior de los hospitales psiquiátricos relaciones, que más que vínculos terapéuticos, terminan definiéndose por una profunda asimetría entre quienes poseen el saber y quienes son internados en el hospital como locos y pobres (Basaglia, 2013).
Muchos vienen de otras provincias sin mayores recursos, y es ese un limitante categórico del movimiento instituyente que pretende promover el dispositivo del proyecto “Redes”. Por dicho motivo, se entiende que sólo con una perspectiva intersectorial e interinstitucional de políticas públicas, que acompañen el trabajo con cada sujeto singular es que podría materializarse el objetivo de una externación sostenible en el tiempo.
Nos encontramos ante instancias complejas, donde la salud está diversamente compuesta, condicionada y atravesada por factores sociales, psíquicos, biológicos, políticos, económicos y culturales.
Para materializar una de las diversas variables que entran en juego, puede considerarse a Cohen y Natella (1995) cuando comentan ciertos principios rectores para la desmanicomialización. Los autores remarcan uno que resulta fundamental, y es desmanicomializar las propias mentes, atravesadas por las representaciones sociales que instituyen al manicomio y al loco. Aquí puede pensarse que uno de los alcances del proyecto es su función deconstructiva respecto a aquellos imaginarios sociales, tanto a nivel de los voluntarios como en los espacios de difusión de la experiencia, como son los congresos, las publicaciones, y otros sitios de divulgación. Los problemas que se intentan cernir apuntan asimismo a contribuir al diseño de estrategias de externación sustentable que no impliquen un empuje hacia la sociedad que previamente ejerció una fuerza expulsora.
Respecto a la práctica en una Institución Total, en un entrecruzamiento entre distintas disciplinas, en un espacio socio-histórico y con múltiples condicionamientos en juego, es que surge la pregunta: ¿Desde dónde se interviene en calidad de voluntario? Esta pregunta, en apariencia simple, se complejiza cuando se visibilizan las dimensiones que se ponen en juego a la hora de intervenir en el hospital. Surge una cuestión sobre el adentro y el afuera de la institución. Al estar trabajando dentro del hospital ¿Se trabaja en….? ¿Se trabaja con...? ¿Se trabaja para...?
Es un hecho, que en tanto voluntarios, se va hacia el hospital y se va desde una comunidad en una coyuntura socio-histórica, y que se produce un acercamiento en calidad de voluntarios de distintas carreras de grado, pero ¿se insertan formas de hacer y saberes desde el exterior en el interior? ¿Cuáles? ¿Se trabaja en el interior la preparación para el exterior? ¿Las categorías adentro y afuera alcanzan para nominar nuestra inscripción institucional?
A partir de las reflexiones sobre la propia experiencia es que pueden ensayarse esbozos de respuesta, que no es más que una invitación para seguir pensando la práctica y las distintas dimensiones allí implicadas. Es al ver el trabajo con otros profesionales y al convocar a voluntarios de diversas disciplinas que se encarnan los intersaberes. Al considerar las propuestas que surgen, como la huerta, el mural, los intereses que traen usuarios ya externados, se encarnan diferentes saber-hacer. Es al apostar por un dispositivo de intervención que se definen los límites que hacen a la práctica: trabajo en tensión con las intervenciones socio-comunitarias, en tanto estas son con la comunidad misma, a lo que hay que agregar la falta de políticas públicas pertinentes.
En ese entrecruzamiento surge la noción de un entre. Efectivamente, la instalación del dispositivo que se desprende del proyecto “Redes” estaría en una especie de “entre”, cual zona intermedia o transicional. A modo de metáfora, podría pensarse el espacio creado como una suerte de embajada. El dispositivo estaría signado por una topología que se encuentra en el territorio -en este caso en el hospital- pero que a la vez es extraterritorial, ya que no responde a esa legalidad ni a la misma lógica -la manicomial- sino que desde un lugar éxtimo (Lacan, 2015) se sostiene una política del deseo; posición que lleva a repensar las intersecciones posibles entre una ética del psicoanálisis y algunas prácticas comunitarias.
A raíz de diversos intercambios de reflexiones entre los voluntarios, lo que aparecía como una dicotomía en forma de problema - “¿Acaso operamos siendo una fuerza instituyente o reproducimos lo instituido?”- dio paso a un pensamiento de la cuestión en términos de potencia subjetivante. Esta lógica va de la mano con la ética que comanda la praxis, la cual refiere a una apuesta por el deseo sostenida en cada encuentro, y que no pretende reducir las actividades propuestas a “talleres productivos”.
La brújula ética que marca una dirección se distingue tajantemente de una brújula moral, que por ejemplo, cristaliza el ideal de externación anteriormente mencionado y no atiende a las coordenadas subjetivas, coyunturales, situacionales y estratégicas de la internación.
Se considera vital aquí realizar una operación de separación de las nociones de “ética” y de “moral”, nociones ora dadas por sobreentendidas, ora banalizadas, que merecen una problematización. Deleuze (2003), cuando trabaja la “Ética” de Spinoza, dirá que “la moral es inseparable de una especie de jerarquía de los valores” (p. 48). El autor vislumbra la íntima relación entre la moral y el juicio, y la necesaria escala de valores que se pone en juego en el acto de juzgar, en tanto juzgar implicaría una instancia superior al ser que sirva como metro patrón para, justamente, evaluar la no/adecuación de ese ser y su accionar a ese valor trascendental y supremo. Conectando esta consideración con lo dicho anteriormente, es que podemos advertir el peligro que significaría localizar la externación como valor supremo, y las consecuencias de operar desde esa brújula empujando a los usuarios desmedidamente a un mundo que no solo les es desconocido sino incapaz de recepcionarlos y alojarlos.
Se tiene presente así, que la ética psicoanalítica nuclea lo que es la pregunta y el tratamiento del deseo y el goce -reconociendo la duplicidad entre el placer y su más allá-, como bien lo sintetiza la pregunta por haber o no actuado en conformidad con el propio y singularísimo deseo (Lacan, 2015).
Desprender la ética de la moral permite entonces cuestionar que las prácticas giren en torno al concepto del Bien Supremo, en tanto la ética psicoanalítica ve a este Bien como obstáculo en las sendas del deseo y del goce. El rechazo radical a que todos los ideales desprendidos de esta idea de Bien Supremo comanden las intervenciones y la constitución del espacio nos alejan de colocar el “curar”, el “hacer bien” y el “externar” en ese lugar de metro patrón y de juicio.
De lo que se tratará entonces es de generar condiciones de posibilidad para que los sujetos en cuestión vislumbren la relación entre su accionar y su deseo, desligando así la noción de responsabilidad de aquella relativa a la culpa y a diferentes imperativos. Rescatar que el marco de lo singular no admite generalizaciones ni reducciones a esos mandatos lleva a considerar, que justamente, cuando la ética universaliza ideales, se moraliza. Así, no podemos hablar de “la” ética psicoanalítica en tanto universal que sirva como valor de referencia para orientarnos respecto a cómo debemos obrar e intervenir, sino de pensar una ética para cada situación que compongamos en esos espacios.
Con la pregunta disparadora con la que iniciamos los encuentros, aquella interrogación sobre “¿qué quieren hacer hoy?”, es que se abre cada vez un camino para pensar una ética en relación a la potencia de cada uno, a lo que cada uno pueda con lo que tiene. Así, “’¿Qué puedes?’ en virtud de tu potencia es muy diferente de la pregunta moral ‘¿qué debes?’ en virtud de tu esencia” (Deleuze, 2003: p. 75). Si se retoma en este punto la cuestión del entre, la reflexión se complejiza aún más, porque si bien se apuesta por algo desde una postura ética orientadora, es un trabajo en una institución en nombre de otra institución, en el cual se apunta a la movilización de ciertas cuestiones en lo que refiere al deseo y al goce, tanto de los usuarios como de los voluntarios.
También es cierto, que necesariamente, para ser embajada hay que conceder algunas cuestiones y amoldarse en parte a ciertas legalidades para no ser expulsados por la lógica institucional vigente, como el respeto de pautas horarias y espaciales. Así como no se puede no estar implicado por las instituciones que nos atraviesan y determinan, tampoco puede evitarse reproducir en algún punto cuestiones propias de la lógica manicomial. El compromiso ético, de allí esta reflexión, consiste justamente en poder pensar las prácticas para batallar contra lo manicomial que puede reproducirse en cada uno de los agentes que habitan el manicomio.
Pensar la práctica es lo que permite transformar la modalidad de trabajo, encontrar cierta flexibilidad que evite que el dispositivo de intervención se convierta en algo estático, en una aplicación de un protocolo que pierda de vista que el encuentro genera efectos de a momentos. En otras palabras, rescatar el hecho de que las intervenciones deben pensarse como instancias dinámicas, en permanente movimiento y de constante interjuego entre alcances y limitaciones.
Se espera, asimismo, que la presente reflexión funcione como herramienta que permita a quienes participan del proyecto “Redes” estar advertidos del error que sería obviar el hecho de que cuando se realizan las intervenciones, no son modos de hacer que se encuentran previamente constituidos. No existe un modo de hacer que sea pensado desde el inicio como una acción subjetivante prefabricada. Por el contrario, se apuesta a fomentar momentos o instancias que generen un efecto distinto o innovador en el taller bajo la forma de una pregunta, que se instala desde el “¿qué querés hacer?” para romper con la lógica de lo automático y de la directriz inamovible.
Conclusiones
A la hora de arribar a las conclusiones, se considera que no se trata de una búsqueda de cierre, sino que es una intención de apertura. Es en la medida en que estos interrogantes siguen operando que pueden crearse líneas para seguir pensando.
Invitamos, también, a los lectores y lectoras, sea en calidad de profesionales, estudiantes, usuarios de los servicios de salud mental o ciudadanos interesados en ella y en los procesos de producción de subjetividad, a que puedan acompañarnos en la interpelación que aquí se propone. De este modo, se pretende generar condiciones de posibilidad para interrogarse sobre las propias prácticas, sobre los sentidos que les atribuyen a los términos: qué concepción se tiene de la clínica, de lo comunitario, de los diferentes dispositivos que se llevan a cabo, de lo grupal, de las subjetividades, de las intervenciones, de la ética y de las múltiples inscripciones institucionales que nos atraviesan.
Lo consideramos un ejercicio necesario para andar y desandar las prácticas en salud mental en instituciones, particularmente en instituciones totales. Desde las intervenciones y la reflexión sobre sus efectos, desde propuestas que involucren a todos los agentes que constituyen el campo de la salud mental, y desde una ética que no pierda de vista la singularidad del sujeto es que podremos avanzar en procesos sostenibles y perdurables de externación e inclusión.