Sr. Editor:
Presentamos el caso de un varón de 35 años sin demanda previa de asistencia sanitaria, que consulta por un cuadro de 3 años de evolución consistente en supuración crónica de bajo débito por un orificio fistuloso localizado en la pared abdominal, adyacente al hueso ilíaco, y dolor insidioso en la fosa ilíaca derecha.
El estudio de tomografía computarizada con contraste (Fig. 1) identificó el apéndice con un apendicolito, distensión del segmento distal, engrosamiento parietal y aumento de la captación de contraste en relación con cambios inflamatorios. Asimismo, se observaba reticulación de la grasa adyacente y un trayecto fistuloso que comunicaba la punta del apéndice con la superficie cutánea.
La apendicitis aguda puede evolucionar de forma insidiosa y excepcionalmente derivar en el desarrollo de un trayecto fistuloso secundario a la perforación primaria y no yatrogénica del apéndice inflamado hacia una superficie epitelial próxima, en nuestro caso cutánea puesto que se trata de una fístula enterocutánea. Este es el tipo de fístula entérica menos frecuente y algunos autores, por analogía con el empiema necessitates, la han denominado apendicitis necessitates1. La localización variable de la apertura cutánea de la fístula está en relación con la posición variable de la punta del apéndice2.
Las fístulas apendiculares más frecuentes son las internas hacia vísceras huecas, en orden de frecuencia apendicovesicales, apendicointestinales (íleon, ciego, duodeno, colon ascendente y divertículo de Meckel) y apendicouterinas, mientras que las apendicocutáneas son sumamente raras2,3.
Aunque en la mayoría de los casos las fístulas se preceden de abscesos subcutáneos que tras drenar a la piel tienden a perder el trayecto fistuloso con la luz intestinal1, su persistencia, como en este caso, se debe a la presencia de un apendicolito, un tumor carcinoide o una tuberculosis que impiden el cierre espontáneo2,4.