En 2017, durante la discusión del proyecto de ley sobre identidad de género en Chile, la organización española Hazte Oír llevó su llamado “bus de la libertad” (conocido también como bus naranja) a la ciudad de Santiago, con el apoyo de organizaciones cristianas locales. Como forma de presión para que el Congreso rechazara el proyecto, hizo circular el bus alrededor de la casa de gobierno, La Moneda. Éste contenía diversas frases contrarias a los derechos sexuales y reproductivos (DDSSRR) estampadas en su carrocería. Una de esas leyendas decía “Menos Estado, más familia” (T13, 2017), para aludir a ambos términos como una dicotomía (Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020). Esa frase podía parecer inocua. Sin embargo, reflejaba una configuración que viene tomando fuerza en la región latinoamericana: la articulación cada vez más profunda entre proyectos neoconservadores en materia de moral sexual, y proyectos neoliberales asociados a la disminución del Estado y su reemplazo por lógicas de mercado (Biroli, 2020; Kalil, 2020; Vaggione, & Campos Machado, 2020).
No son escasos los ejemplos de proyectos políticos contrarios a los DDSSRR que están ahondando hoy en esta relación. En Chile, tanto el movimiento Acción Republicana como el Partido Republicano (creados en 2018 y 2019, respectivamente), formados ambos por el político y empresario pinochetista José Antonio Kast, se definen como organizaciones que defienden “la vida desde la concepción hasta la muerte natural” y que “promueven la familia” (Partido Republicano, s/f). Pero, además, entre sus postulados resaltan ideas vinculadas a la defensa de la libertad de mercado y la propiedad privada: “estamos convencidos de que la propiedad privada, en cuanto fruto del ejercicio de la libertad de las personas, constituye uno de los pilares de una sociedad auténticamente libre y responsable” (Partido Republicano, s/f.). En Brasil, el partido en formación Aliança pelo Brasil, creado en 2019 por Jair Bolsonaro, establece en su manifiesto que “el partido toma como valores fundacionales el evangelio y la civilización occidental” y desde ahí dice defender “la vida humana desde la concepción” y la “familia como núcleo natural y fundamental de la sociedad”. Asimismo, propone en lo económico “eliminar los controles estatales y la interferencia en la economía”, defendiendo “el papel fundamental y positivo de la empresa, del libre mercado, de la propiedad privada” (Aprigio, 2019).
En Latinoamérica, son cada vez más notorios los casos de actores que se oponen a los procesos de ampliación de DDSSRR mientras defienden una agenda orientada a la reducción del aparato estatal, la privatización de servicios, el reemplazo de derechos por bienes de consumo articulados bajo la lógica del mercado, y el desplazamiento de responsabilidades estatales y colectivas hacia la responsabilidad individual (Vaggione, & Campos Machado, 2020; Biroli, 2020; Kalil, 2020; Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020). Ante tal escenario, la pregunta que surge es qué hace posible esta convergencia neoliberal-neoconservadora. ¿Cómo se organiza esa relación? ¿Cuáles son las razones que se esgrimen públicamente para conectar estas lógicas?
Teniendo en consideración estas preguntas, el presente trabajo busca comprender los modos en que en la actualidad se están articulando ideas y proyectos neoliberales y neoconservadores, situándose específicamente en el contexto sudamericano. Para ello, se indagan los discursos de dos tipos de actores que actualmente sostienen agendas morales restrictivas en articulación con ideas neoliberales en el plano social y económico: nuevos partidos políticos de (extrema) derecha, y escritores/as y divulgadores/as de ideas neoconservadoras, en particular aquellos/as de la denominada corriente “libertaria” (Miguel, 2018) y sus ramas y autodenominaciones derivadas: “paleolibertarios”, “liberales clásicos”, etcétera.
Este trabajo se divide en cuatro secciones. La primera presenta la metodología general utilizada en esta investigación. La segunda realiza un esbozo del campo neoconservador latinoamericano e introduce el término “activismo neoconservador” en tanto aparato conceptual de captura del fenómeno en cuestión. La tercera propone comprender al neoliberalismo como una racionalidad política, y explora los modos teórico-conceptuales en los que la literatura académica entiende la articulación entre neoliberalismo y neoconservadurismo, de la mano de la propuesta teórica de Foucault y autores/as contemporáneos/as que han continuado sus ideas, en especial la académica estadounidense Wendy Brown (2006; 2015). Finalmente, la cuarta sección propone tres categorías para comprender cómo se estructuran esas articulaciones en el contexto sudamericano: ensamblaje funcional, subsidiario y defensivo.
Metodología
El campo neoconservador está compuesto por un complejo mosaico de actores que incluye a ciertas iglesias, ONG, comités de bioética, medios de comunicación, entre otros (Irrazábal, 2013; Vaggione, 2011; Morán Faúndes, 2018; Moragas, 2020; Panotto, 2020). Sin embargo, este trabajo focaliza su atención en partidos y divulgadores/as de ideas identificados como “libertarios/as”, debido a que en la actualidad esos dos tipos de actores son quizás los que más explícitamente proponen unificar posiciones neoconservadoras y neoliberales, aduciendo públicamente razones para justificar dicho entrelazamiento. Con ello, constituyen una nutrida fuente de información y una ventana analítica para explorar esta temática.
Respecto de los partidos políticos, se indagaron las bases, idearios y propuestas programáticas de una serie de partidos autodefinidos como “pro-vida” o “pro-familia”, particularmente en Chile, Brasil, Argentina y Perú (véase cuadro 1). Algunos de ellos constituyen proyectos recientes o en formación, como Acción Cristiana (Perú), el Partido Celeste (Argentina), el Partido Republicano (Chile) y la Aliança pelo Brasil. Otros, en tanto, son partidos de más larga trayectoria que hoy combinan posiciones morales restrictivas con ideas neoliberales en lo social y económico, como la Unión Demócrata Independiente (Chile) o el Partido Social Liberal (Brasil). El siguiente cuadro resume los partidos considerados en esta investigación:
País | Partido y año de fundación |
Perú | Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP) (1989) |
Acción Cristiana (en formación) | |
Argentina | Partido Celeste (2018) |
Frente NOS (2019) | |
Partido Demócrata Cristiano (1954) | |
Brasil | Partido Social Liberal (1994) |
Partido Patriota (2011) | |
Partido Social Cristão (1985) | |
Partido Republicano Brasileiro (2005) | |
Alianza pelo Brasil (en formación) | |
Chile | Unión Demócrata Independiente (1983) |
Partido Republicano (2019) |
Fuente: Elaboración propia.
De cada uno de esos partidos se revisaron los documentos de sus declaraciones de principios, programas de gobierno y propuestas programáticas contenidas en sus sitios web. Es necesario aclarar que en cada uno de esos países existen también partidos cuyas bases institucionales no se identifican abiertamente con la denominación “pro-vida” o “pro-familia”, pero que igualmente encausan hoy la agenda contra los DDSSRR, como es el caso de Fuerza Popular en Perú, algunas facciones dentro de la alianza Juntos por el Cambio de Argentina, o incluso ciertas facciones del peronismo en el mismo país. Por supuesto, los posicionamientos de los partidos frente a estos temas muchas veces son coyunturales y dinámicos, por lo que sus posturas suelen oscilar y adaptarse.
Respecto del segundo grupo de actores investigados/as, se recolectó material online producido por escritores/as y divulgadores/as de ideas neoconservadoras, especialmente de aquellos/as autodenominados libertarios/as (Miguel, 2018). Estos actores han sido poco indagados por la literatura académica, ya que su impacto es relativamente reciente (Rocha, 2018; Goldentul, & Saferstein, 2020). Sin embargo, constituyen ahora uno de los grupos que más dinamiza las ideas restrictivas en materia de moral sexual, en articulación con ideas neoliberales, especialmente en entornos virtuales.
Entre los materiales indagados en este grupo se incluyen libros y artículos escritos por estos actores, así como los contenidos publicados en redes sociales y canales de Youtube, por ser estos medios que usan de manera recurrente (Goldentul, & Saferstein, 2020). Se tomaron en consideración algunos/as de los/as escritores/as y divulgadores/as más reconocidos/as por el campo neoconservador sudamericano, como Agustín Laje y Nicolás Márquez (Argentina), Vanessa Vallejo (Colombia), Olavo de Carvalho (Brasil), Miklos Lukacs (Perú), Teresa Marinovic (Chile), entre otros/as. Se hizo una revisión de los contenidos publicados en sus canales de Youtube o en los de sus organizaciones,1 entre 2018 y 2020, y se consideraron especialmente aquellos contenidos focalizados en sus posicionamientos en materia de género y sexualidad, así como sus posicionamientos vinculados con el liberalismo/libertarismo. Adicionalmente, se utilizó la técnica de bola de nieve para encontrar otros canales con los que suelen interactuar mediante la concesión de entrevistas e intercambio de contenidos, y que sirven para amplificar las voces de estos actores en el espacio virtual.2
Algunos/as de estos actores, además de publicar contenidos multimedia, son autores/as de libros y artículos, como Agustín Laje, Nicolás Márquez, Olavo de Carvalho y Miklos Lukacs. Varios de esos textos han impactado notablemente en el campo neoconservador regional, como es el caso de El libro negro de la nueva izquierda, escrito por Márquez y Laje (2016), o la compilación Pandemonium. ¿De la pandemia al control total? (Beltramo, & Polo, 2020), que cuenta con contribuciones de Laje, Vallejo, Lukacs, entre otros/as. Para encontrar los libros y artículos producidos por estos actores, así como notas periodísticas concedidas por ellos/as que pudiesen servir para complementar la información recabada, se realizó una búsqueda online mediante el uso de una serie de descriptores de búsqueda específicos.
A fin de triangular los distintos tipos de fuentes secundarias consideradas, se realizó inicialmente una codificación inductiva de la información, a partir de la cual se construyó una matriz de sistematización, desde la que se detectaron fragmentos textuales relevantes como unidades analíticas. Posteriormente, se realizó una categorización que permitió clasificar, agrupar e integrar en tipologías los principales componentes que articulan el material discursivo. A través de este procedimiento se construyeron las tres tipologías que son presentadas en la última sección de este trabajo.
Activismo neoconservador
Ante los procesos de politización del cuerpo y la sexualidad llevados adelante por los movimientos feministas y LGBTI a partir de la segunda mitad del siglo XX, comenzó a constituirse un movimiento opositor que vio en esos procesos una amenaza para su cosmovisión moral (Vaggione, 2011). Desde finales de los años setenta (Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020), los tradicionales sectores conservadores latinoamericanos, preocupados históricamente por la defensa de un orden moral de base religiosa, reorganizaron sus acciones ante el avance de las agendas feministas y LGBTI. En este sentido, es posible pensar el fenómeno de politización reactiva (Vaggione, 2005) como la emergencia de un “activismo neoconservador” (Bárcenas, 2018; Vaggione, & Campos Machado, 2020; Biroli, 2020).
Si bien este concepto no está libre de limitaciones, permite capturar el fenómeno de la contemporánea oposición organizada frente a la agenda de los DDSSRR, pues al menos pone de relieve tres características de este objeto de estudio desde una mirada situada. En primer lugar, hablar de un activismo neoconservador permite mostrar las continuidades existentes entre los actuales movimientos antagonistas a los colectivos feministas y LGBTI y los tradicionales conservadurismos. En Latinoamérica, si bien los tradicionales conservadurismos de los siglos XIX y XX tuvieron un carácter difuso, escasamente homogéneo o consistente en términos ideológicos (Romero, 2000; Kolar, & Mücke, 2019), se caracterizaron en general por un fuerte apego a la tradición cristiana, la defensa de un orden considerado (sobre)natural e inmutable, la perpetuación de ciertas estructuras socioeconómicas jerárquicas y la moralización de la esfera pública (Romero, 2000; Mujica, 2007). Aunque el conservadurismo decimonónico mutó, es posible trazar cierta relación genealógica entre los sectores que hoy defienden una moral sexual restrictiva, y aquellos que antes sostenían un orden político y moral tradicional.
En segundo lugar, el prefijo “neo” permite resaltar que, pese a esas continuidades con el pasado, la reacción frente a la politización de la sexualidad movilizada por los colectivos feministas y LGBTI desde la segunda mitad del siglo XX adquirió nuevas texturas políticas que renuevan los tradicionales componentes del campo conservador. La introducción estratégica de elementos seculares en sus discursos e identidades (Vaggione, 2005; 2011; Luna, 2013; Irrazábal, 2013; Morán Faúndes, 2018); la irrupción de iglesias evangélicas que complementan el tradicional rol de la jerarquía católica, pero que también disputan su liderazgo (Bárcenas, 2018; Semán, 2019; Panotto, 2020); el renovado interés de algunos de sus actores por construir un proyecto político de extrema derecha (Cassimiro, 2018; Rocha, 2018; Kalil, 2020; Biroli, 2020; Burity, 2020), entre otros aspectos, marcan algunos de los muchos desplazamientos que renuevan a tales sectores.
Finalmente, el término “activismo” permite resaltar cómo la actual oposición contra los DDSSRR cuenta con un brazo organizado de actores diversos que movilizan procesos de acción colectiva en torno a una agenda común. La idea de una oposición organizada (esto es, un activismo) da cuenta del carácter político de esta oposición. Si bien sus preceptos se fundan sobre cosmovisiones morales específicas y, en muchas ocasiones, sobre matrices religiosas, su accionar se orienta no sólo a influir en las ideas, sino a generar una radical transformación en la relación entre las esferas de lo público y lo privado, ensanchando el alcance de la primera y moralizando la segunda (Brown, 2019). Pensar el neoconservadurismo como un activismo permite entenderlo como una agenda de intervención política y social, y no como un conjunto de ideas y acciones dispersas y desorganizadas.
Históricamente, la jerarquía católica ha sido protagonista de la arremetida contra los DDSSRR. Sin embargo, hoy en día otros actores confluyen en esta movilización neoconservadora. Algunas iglesias evangélicas, ONG, actores académicos, bioeticistas cristianos/as, centros de estudio y think tanks, algunos partidos políticos de matriz religiosa, entre otros actores, convergen en una misma agenda sexual (Vaggione, 2011; Gudiño Bessone, 2017; Campos Machado, 2018; Bárcenas, 2018; Panotto, 2020; Moragas, 2020; Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020). En Latinoamérica, el activismo neoconservador comenzó a cobrar especial fuerza en las décadas de los setenta y ochenta (González Ruiz, 2006). Si en una primera instancia este movimiento fue eminentemente católico y marcado por una agenda focalizada casi exclusivamente en oponerse al aborto, los anticonceptivos modernos y las leyes de divorcio, con el paso del tiempo sus temas de interés y configuraciones identitarias fueron complejizándose (Morán Faúndes, 2018). En paralelo a la irrupción del campo evangélico dentro de este activismo, otros actores comenzaron a des-identificarse de toda marca confesional (Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020), lo cual generó un complejo entramado que ha hecho que lo religioso y lo secular sean sólo dos caras de la misma moneda (Vaggione, 2005). Además, sus acciones colectivas buscan también responder a las nuevas demandas feministas y LGBTI, al oponerse a la legalización del matrimonio entre parejas del mismo sexo, las leyes de identidad de género, la educación sexual integral, etc. Así, el activismo neoconservador es un fenómeno complejo, marcado (entre otros aspectos) por una fuerte organización transnacional (Panotto, 2020; Moragas, 2020), un carácter identitario heterogéneo que se debate entre lo (multi)religioso y lo secular (Bárcenas, 2018; Vaggione, 2011), una configuración de actores cada vez más diversa (Morán Faúndes, 2018), y una agenda que no sólo es moral, sino política (Rocha, 2018; Vaggione, & Campos Machado, 2020).
Respecto de este último punto, la intencionalidad política de la agenda neoconservadora se hace cada vez más explícita en Latinoamérica. Son cada vez más abundantes los ejemplos de tradicionales partidos políticos que recientemente han desplazado sus agendas hacia posiciones morales restrictivas, alineándose con la arremetida neoconservadora y poniendo a los ataques contra los temas de género y sexualidad como una parte central de sus programas de acción. Adicionalmente, presenciamos en la región el florecimiento de una serie de nuevos partidos políticos explícitamente declarados “pro-vida” o “pro-familia”, muchos de los cuales le disputan electores/as y militantes a los tradicionales partidos de derecha, incapaces hoy de contener la radicalización de las agendas más extremas (Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020). De este modo, hoy más que nunca el activismo neoconservador se vuelca hacia la política institucional, pues busca conformar un proyecto político que consolide procesos de limitación de derechos en materia sexual, y de retrocesos (backlash) en las conquistas logradas por los movimientos feministas y LGBTI (Biroli, 2020).
Una característica de este proyecto político motorizado por activismo neoconservador es su vinculación cada vez más fuerte con un proyecto neoliberal. Por supuesto, no toda expresión neoconservadora es necesariamente neoliberal, ni viceversa. Ciertamente, existen ejemplos de partidos y gobiernos de izquierda o socialdemócratas en materia social y económica que también han abrazado estrechamente la agenda neoconservadora en aspectos asociados a la moral sexual. Tal fue el caso del expresidente Rafael Correa en Ecuador (2007-2017), quien sostuvo una agenda progresista en diversos puntos vinculados a lo social y lo económico, al mismo tiempo que movilizó una fuerte oposición a los DDSSRR desde discursos idénticos a los promovidos por los sectores católicos y evangélicos neoconservadores (Vega, 2019). Sin embargo, la literatura reciente, producida tanto en el norte global como en Latinoamérica, viene enfatizando cómo también se está desarrollando, incluso intensificando, una fuerte vinculación entre neoconservadurismo y neoliberalismo (Brown, 2006; 2019; Acar, & Altunok, 2012; Cooper, 2017; Lacerda, 2019; Biroli, 2020; Morán Faúndes, & Peñas Defago, 2020; Kalil, 2020; Vaggione, & Campos Machado, 2020).
En Latinoamérica, si bien la propagación y aplicación de ideas neoliberales en conjunción con ideas morales restrictivas tiene una larga trayectoria, hoy se observa un resurgimiento de esos ideales, no sólo de la mano de organizaciones y partidos políticos de derecha, sino además de nuevos actores orientados a generar espacios de divulgación social de los preceptos y teorías neoliberales. En particular, este proceso ha sido vigorosamente motorizado por el reimpulso de ciertas ramas de (extrema) derecha, pertenecientes al ala más radical de la extensa familia liberal, como los/as autodenominados/as “libertarios/as”, “paleolibertarios/as”, “liberales clásicos”, etc. (Miguel, 2018). Esta renovada oleada, compuesta en su mayoría por jóvenes (Goldentul, & Saferstein, 2020), propone una relectura de la Escuela Austriaca y de la Escuela de Chicago, y una agenda de irrestricta defensa de la libertad individual y el mercado. De la mano de escritores/as, conferencistas y divulgadores/as de contenidos como el argentino Agustín Laje, la colombiana Vanessa Vallejo, el brasileño Olavo de Carvalho, la chilena Teresa Marinovic, entre otros/as, rescatan, con distintos énfasis, los trabajos de autores/as como Ludwig von Mises, Hans-Hermann Hoppe, Carl Menger, Friedrich von Hayek o Murray Rothbard, así como la defensa al capitalismo y la propiedad privada emprendida por la filósofa y escritora Ayn Rand. Si bien los niveles de densidad de contenidos que manejan estos actores son disímiles, toda vez que algunos/as manejan lecturas teóricas con destreza, mientras que otros/as divulgan ideas más desde lo coloquial que desde lo teórico, en general todos/as apuntan a difundir ideas libertarias hacia un público amplio.
Una de las principales características de esta oleada de derecha liberal es que una parte importante de sus actores (aunque no todos/as)3 está mixturando el discurso de defensa de la libertad con un fuerte neoconservadurismo en materia moral y sexual. En este sentido, se está gestando en la región latinoamericana una nueva camada de militantes opositores/as a los DDSSRR, desde un espacio de derecha neoliberal-neoconservadora. De uno u otro modo, este escenario abre ahora las puertas a la ampliación y consolidación de un renovado proyecto de extrema derecha que mixtura una radicalizada agenda moral con idearios neoliberales ortodoxos (Rocha, 2018; Miguel, 2019; Biroli, 2020).
Neoconservadurismo y neoliberalismo: una relación contingente
La unificación de ideas morales restrictivas con políticas sociales y económicas neoliberales, en escala global, no es un fenómeno nuevo (Lacerda, 2019). En el norte global, este maridaje se materializó en gobiernos como el de Ronald Reagan (1981-1989) y Margaret Thatcher (1979-1990) en los años ochenta. En Latinoamérica, tuvo eco en la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990) en Chile (incluso antes que en Estados Unidos y Reino Unido) o en el gobierno de Carlos Menem (1989-1999) en Argentina, sólo por mencionar algunos breves, aunque significativos, ejemplos. Sin embargo, en el último lustro parece haberse potenciado esa articulación (Lacerda, 2019; Miguel, 2019; Biroli, 2020; Vaggione, & Campos Machado, 2020; Kalil, 2020).
En su análisis del neoliberalismo, Michel Foucault (2008) utilizó el concepto de “racionalidad política” para referirse a la lógica subyacente de las propuestas que desarrollaron las escuelas neoliberales de Chicago y Austria a lo largo del siglo XX. Aunque no desarrolló en profundidad el concepto (Brown, 2015), su utilización daba cuenta de cómo este autor asumía que el conjunto de ideas propuestas por ambas escuelas constituía no sólo un set de planteamientos de orden socioeconómico, sino un marco para la completa transformación del tejido social e institucional, orientado a construir una nueva subjetividad política (Brown, 2006; Ortiz Maldonado, 2010). En tanto racionalidad política, el neoliberalismo organizaría la vida de un modo capaz de crear una renovada forma de pensarnos y de actuar en el mundo (Lemke, 2010). Así, siguiendo a Wendy Brown, el neoliberalismo es una fuerza histórica que establece un orden de verdad a partir del cual se gobiernan y miden las conductas, ya que “gobierna lo decible, lo inteligible y los criterios de verdad” (Brown, 2006, p. 693) en cada esfera de la vida política y social, y con base en determinados criterios socioeconómicos.
Como ha establecido la literatura especializada (Lemke, 2001; 2010; Brown, 2006; 2015; Laval, & Dardot, 2013; Han, 2014; Castro-Gómez, 2015; De Lagasnerie 2015), esos criterios se basan en la lógica de la competencia, del cálculo costo/beneficio y de la inversión privada, propios del mercado, pero aplicados al mundo de la vida en su conjunto. Si el liberalismo clásico estipulaba una separación entre lo económico y lo político, donde cada una de estas dimensiones se desarrollase bajo sus propias lógicas sin interferirse mutuamente, el neoliberalismo propone la configuración de un marco de acción general que expanda el principio de la competencia y el cálculo de costo/beneficio, propio del mercado, hacia todas las áreas de la vida, incluida la política, las relaciones familiares, la educación, la salud, etc. (Foucault, 2008; Castro-Gómez, 2015). Para el neoliberalismo, es necesario intervenir múltiples esferas de la vida para garantizar que el mercado funcione y opere como totalidad (Ortiz Maldonado, 2010).
Así, siguiendo a Foucault (2008), el neoliberalismo se funda sobre la idea de que la libertad no sería un dato previo, una cualidad espontánea del ser humano que las instituciones políticas deben proteger (Ortiz Maldonado, 2010). Por el contrario, la libertad debe ser producida y organizada mediante la intervención del medio, de tal modo que se generen incentivos en el entorno para producir los/as sujetos que el neoliberalismo considera libres (Han, 2014). Es por eso que el neoliberalismo es una racionalidad política que establece una matriz epistémica de subjetivación y agenciamiento. Éste es el sentido de la configuración de subjetividades basadas en el concepto de “empresarios/as de sí mismos/as” (Foucault, 2008). Lejos de aferrarse a una lógica de derechos, el/la sujeto neoliberal debe invertir en sí mismo/a constantemente para lograr su proyecto de vida individual en ausencia de un Estado que le otorgue un piso sólido para alcanzarlo. Capacitarse, educarse, desarrollar habilidades, sanarse, acondicionar su cuerpo, etc., son inversiones que cada persona debe hacer sobre sí misma de manera privada y libre a fin de mejorar y conseguir ventajas comparativas en el competitivo juego del mercado. Sólo así es posible disponer de los recursos materiales y simbólicos suficientes para acceder, individual y privadamente, a condiciones mínimas de vida (Castro-Gómez, 2015). Por esto, la salud, la educación, el empleo, la jubilación, etc., son aspectos de la vida diaria que, para el neoliberalismo, constituyen inversiones que cada sujeto debe hacer sobre sí, sin esperar que el Estado garantice su acceso.
Dichas inversiones son estimuladas por la noción de riesgo (Foucault, 2008). “El miedo cumple una función importante en el gobierno neoliberal. La amenaza constante del desempleo y la pobreza, de la ansiedad sobre el futuro, induce a la planificación y la prudencia” (Lemke, 2010, p. 259 ). Así, la centralidad de la noción de riesgo hace de los mecanismos de control la contracara de la libertad (Foucault, 2008). Al mismo tiempo que el neoliberalismo necesita estimular el peligro y el cálculo constante de los riesgos, genera una serie de mecanismos de control sobre sí y sobre los/as otros/as.
De acuerdo con esta lógica, para las escuelas de Chicago y Austriaca, todo orden social que promoviese la intervención estatal en algún área crítica, como la salud, la educación o la seguridad social, fue visto no sólo con sospecha, sino como un verdadero remanente del comunismo al cual estas escuelas se opusieron fervientemente (De Lagasneri, 2015). El neoliberalismo desecha la idea del Estado como una entidad cuyo principal objetivo sea garantizar condiciones materiales de vida mínimas mediante la consagración de derechos sociales. Por el contrario, el Estado debe reducirse al mínimo, en el sentido de que debe dejar en manos privadas el desarrollo de servicios básicos, y en cada individuo la responsabilidad por su bienestar (Brown, 2015).
Ahora bien, como señalaba Wendy Brown (2006), la superposición entre una postura neoconservadora orientada a moralizar la esfera político-estatal y una racionalidad neoliberal pareciera suponer a primera vista una paradoja. Por un lado, el neoliberalismo suele asociarse con un modelo de desregulación y privatización que busca el achicamiento del Estado, mientras que el neoconservadurismo privilegia el fortalecimiento del Estado mediante el uso de herramientas jurídico-institucionales orientadas a promover públicamente una específica moral sexual. Por otro lado, el neoliberalismo generaría subjetividades vinculadas con la habilidad de satisfacer individualmente las propias necesidades de acuerdo con el esfuerzo personal ejercido libremente, y no con criterios específicamente morales, mientras que la racionalidad neoconservadora se asocia más a producir sujetos morales capaces de limitar sus deseos conforme a prescripciones de lo bueno y lo malo.
Sin embargo, pese a las aparentes contradicciones, diversas investigaciones han indagado las confluencias teóricas y empíricas entre esa racionalidad neoliberal y posiciones neoconservadoras en materia de género y sexualidad (Brown, 2006; 2019; Acar y Altunok, 2012; Cooper, 2017; Lacerda, 2019; Biroli, 2020). Análisis como los desarrollados por Melinda Cooper (2017) o Feride Acar y Gülbanu Altunok (2012), por ejemplo, asumen esta relación en términos de una convergencia que se presenta primariamente en el lugar que ambas racionalidades otorgan a la familia. Estos trabajos argumentan que el neoliberalismo tiende a producir un tejido social atomizado, donde las principales unidades de agenciamiento pasan a ser los/as individuos y, en última instancia, sus familias.4 Ante el abandono del Estado, los/as individuos deben tornarse responsables de su propio bienestar y el de su círculo íntimo. Mientras el neoliberalismo torna a la familia el núcleo central del agenciamiento individual, el neoconservadurismo promueve discursos orientados a “recuperar” valores familiares supuestamente perdidos. Recientes análisis locales, como los desarrollados por Kalil (2020), o Biroli, Campos Machado y Vaggione (2020), coinciden con esos enfoques. La responsabilidad familiar y privada, en este sentido, reemplaza a la responsabilidad estatal y pública como principio de la política social. La idea de la familia opera como un punto de encuentro entre la racionalidad neoliberal y una lógica neoconservadora centrada en la defensa de un modelo familiar específico, basado en el matrimonio, la monogamia, la reproducción y la heterosexualidad, pero también en un imaginario blanco y de clase media (Cooper, 2017).
Desde una mirada crítica y novedosa, Wendy Brown (2019) da un paso más, y propone pensar que más que una confluencia, las bases del actual neoconservadurismo y su defensa de la tradición y la moral se encuentran en las mismas raíces del pensamiento neoliberal. Esto desde el momento en que los teóricos fundantes del neoliberalismo, y especialmente Friedrich von Hayek, propusieron entender a la tradición (en particular la tradición asociada a las religiones monoteístas) como esencial para la transmisión de valores y principios morales necesarios para el ejercicio de la libertad individual y de la competencia. El orden del mercado no puede depender sólo de un Estado vigilante y securitario, sino que debe además ser garantizado por mecanismos que produzcan subjetividades que valoren, respeten y reproduzcan el orden, la individualidad y el libre intercambio. Según Hayek, esta subjetividad, históricamente, la habrían producido los sistemas morales religiosos que otorgaron a las sociedades valores de respeto por el otro/a y el libre albedrío. Es por esto que, siguiendo a Brown (2019), neoconservadurismo y neoliberalismo no pueden analizarse separadamente, dado que el primero sería parte constitutiva del segundo.
Sin embargo, algunos análisis también dan cuenta de la complejidad de la relación entre neoconservadurismo y neoliberalismo, mostrando que no toda expresión neoconservadora es necesariamente neoliberal, y que no todo proyecto neoliberal es siempre la expresión de un neoconservadurismo estricto en materia moral. Nancy Fraser (2019), por ejemplo, al observar el caso estadounidense, da cuenta de cómo, entrado el siglo XXI, el progresismo demócrata en temas de género y sexualidad (pero también en asuntos de migración, derechos humanos, etc.) encarnó al mismo tiempo un proyecto neoliberal que desmanteló a todas luces las políticas de redistribución y de clase. Asimismo, el reciente gobierno de Donald Trump (2017-2021) apeló, como contracara, a una política neoconservadora en materia moral, articulada con medidas proteccionistas en ciertas áreas de la economía. En Europa de Este, los análisis de Korolczuk y Graff (2018) exponen también la forma en que los sectores neoconservadores que orientan su agenda a atacar a los movimientos feministas y LGBTI, articulan su política contra los DDSSRR desde una narrativa crítica del neoliberalismo, desde la cual asocian a esos movimientos con un individualismo radical que destruye a la familia y a la comunidad.
En Latinoamérica, trabajos recientes ponen el acento en la afinidad existente entre el neoliberalismo y la mecánica de subjetivación propia de la teología de la prosperidad que promueven ciertos sectores evangélicos neoconservadores en expansión, en especial los llamados neopentecostales (Rodríguez Noa, 2007; Pimentel de Freitas, 2019; Semán, 2019). Nacida alrededor de la década de los setenta, la teología de la prosperidad es una concepción teológica que transforma la tradicional cosmovisión cristiana relacionada con el bienestar después de la muerte, y lo traslada hacia la vida terrenal, pues establece una relación directa entre la prosperidad material y la comunión con Dios (Semán, 2001). Según esta teología, las personas pueden alcanzar el bienestar antes de la muerte, y ello no depende de cambios en su entorno social o económico, sino que se logra a través de “invertir en la fe” (Rodríguez Noa, 2007). Esta inversión supone que el/la creyente debe convertirse en “un comerciante de su credo al destinar con ‘fe’ sus recursos económicos a la iglesia, esperando a cambio una multiplicación de sus bienes de una forma milagrosa” (Rodríguez Noa, 2007, p. 91). Así, la idea de la inversión en la propia fe replica la lógica del/a empresario/a de sí, propio de la racionalidad neoliberal. Para ambas cosmovisiones, una desde una lógica secular y la otra desde lo teológico, cada sujeto es responsable de su propio bienestar, el cual se logra mediante un proceso constante de inversión privada sobre sí mismo/a.
Dado esto, al momento de pensar las vinculaciones entre el activismo neoconservador y el neoliberalismo desde una perspectiva situada, y con la mirada puesta sobre la América Latina actual, se torna necesario considerar dichas articulaciones más como una relación contingente, que responde a momentos y procesos coyunturales, que como una relación necesaria e indisoluble. En lo que sigue, se propone profundizar algunas de las principales formas en las que el activismo neoconservador contemporáneo allana el camino para ensamblar su agenda de oposición a los DDSSRR con una agenda neoliberal en la región.
Ensamblajes entre neoconservadurismo y neoliberalismo en Sudamérica: funcional, subsidiario y defensivo
Sin ánimo de exhaustividad, propongo a continuación tres categorías, no excluyentes entre sí, que permiten poner en evidencia los modos concretos que habilitan las contemporáneas articulaciones que se dan entre las ideas neoconservadoras y neoliberales en Sudamérica: ensamblaje funcional, ensamblaje subsidiario y ensamblaje defensivo. Estas categorías surgen al observar las plataformas y programas enunciados por algunos de los principales proyectos político-partidarios neoconservadores que han emergido recientemente en la región, así como de los discursos enunciados por escritores/as y divulgadores/as neoconservadores/as actuales, en especial aquellos/as de la llamada rama “libertaria”, “paleolibertaria” o afines.
a) Ensamblaje funcional
Esta categoría alude a aquellas ideas y enunciados que hacen converger la agenda eoconservadora y la neoliberal al otorgar funciones específicas a ciertos valores morales para el correcto funcionamiento del mercado. Valores como la honestidad, el respeto al prójimo, la decencia, entre otros, son asumidos por el neoconservadurismo como centrales para que se desarrollen el intercambio comercial, la compra y venta, y la celebración de contratos. Sin la producción de sujetos socializados/as en estos valores, indican, el libre mercado no podría funcionar o, en el peor de los casos, sólo podría funcionar con base en un Estado omnipresente que actuase a partir del control, la vigilancia y el castigo permanentes. Para estos sectores, la promoción de valores morales se torna esencial para evitar la intromisión estatal y garantizar, con base en la libertad individual desarrollada en la buena fe y la moral, el correcto funcionamiento del mercado. Así, por ejemplo, lo expresa en su ideario la Aliança pelo Brasil, el espacio político creado por Jair Bolsonaro tras renunciar a su anterior partido político, el Partido Social Liberal: “La Aliança pelo Brasil entiende que la libertad económica no se opone a la existencia moral, incluso porque sólo un pueblo moral puede actuar con decencia en sus relaciones comerciales, con honestidad, buena fe y confianza” (Aliança pelo Brasil, s/f).
En una entrevista radial realizada en 2018 al escritor libertario Agustín Laje, de Argentina, explicaba del siguiente modo esa síntesis funcionalista entre valores “tradicionales” y libertad de mercado:
El mercado existe donde hay un cierto orden social […] y ahí aparecen dos cosas. Uno es el Estado. Y, cuidado, porque la posición de que reduzcamos el Estado al mínimo, al mínimo no es al cero, porque necesitamos todavía un Estado que nos garantice la propiedad. ¿Cómo se garantiza la propiedad? Con la fuerza: teniendo policía, un sistema jurídico, defensa, etc. Muy bien. Ahora bien, ¿la tradición qué te da? Un sistema moral donde no necesitás vos tener al Estado encima, con el palo encima de ti todo el tiempo para que vos no robes, porque eso sería imposible, el Estado no puede estar encima nuestro, las 24 horas del día, para que nosotros no robemos, en el caso de la propiedad (Laje, 2018).
Por supuesto, no es cualquier tradición o cualquier conjunto de valores morales los que son pensados como funcionales para el libre mercado. Es la tradición judeocristiana la garante de esta moral, tal como expresaba el escritor neoconservador Nicolás Márquez en un seminario: “nuestra cultura está atravesada por la cristiandad […]. La libertad es hija de la cristiandad. Fíjense en el mapa: todos los países que tienen índices razonables de libertad son países donde previamente ha llegado la cristiandad” (Márquez, 2019). Así, son específicamente los valores cristianos neoconservadores que ponen a la familia conyugal, monogámica, heterosexual y reproductiva en el núcleo de la sociedad aquellos que, para ciertos sectores neoconservadores, garantizarían hoy la libertad. Esta familia tradicional es pensada por el activismo neoconservador como la base desde la que se socializa a ciudadanos/as morales, donde los/as niños/as aprenden y reproducen esos valores necesarios para el orden social neoliberal.
Esta función que ciertos sectores otorgan a la moral, en tanto vehículo que propiciaría la libertad y el intercambio, no es una idea novedosa. Muy por el contrario, se condice con lo que algunos de los principales teóricos del pensamiento neoliberal, como Friedrich von Hayek (1998), propusieron en su momento (Brown, 2019). Según este último, el hecho de que cada sociedad promueva ciertos principios morales no debe verse necesariamente como un atentado a las libertades. Por el contrario, compartir una serie de valores implica asegurar un piso mínimo común para que los proyectos individuales se desarrollen libremente y en armonía: “la libertad no ha funcionado nunca sin la existencia de hondas creencias morales, y la coacción sólo puede reducirse a un mínimo cuando se espera que los individuos, en general, se ajusten voluntariamente a ciertos principios” (Hayek, 1998, pp. 140-141). Yendo incluso un paso más adelante, Hayek encontraba en la familia el dispositivo que por esencia opera como transmisor necesario de tal moral, entendiendo así la existencia de una “función familiar de transmitir patrones y tradiciones” (Hayek, 1998, p. 200 ).
En este sentido, la moral era vista por los propios teóricos del neoliberalismo como funcional para el buen desarrollo del mercado y el ejercicio de las libertades, así como para evitar la constante coacción y el uso de la fuerza. Como mencionaba Foucault (2008) en su crítica a las escuelas de Chicago y Austria, el neoliberalismo necesita producir la libertad que dice defender (Han, 2014). Para sus fundadores, la libertad no es un dato previo y natural, sino una característica que debe ser producida. Conforme a estos preceptos, y al entender el neoliberalismo como una matriz de subjetivación, la moral constituye una condición de posibilidad para que las libertades establecidas en el marco del neoliberalismo se ajusten a las normas básicas de la competencia, el libre intercambio y el respeto por los contratos celebrados. La producción de la libertad y la institución de preceptos morales, lejos de ser procesos contradictorios, son complementarios y necesarios en el ideario neoliberal (Brown, 2006).
b) Ensamblaje subsidiario
Un segundo modo en el que el activismo neoconservador articula actualmente su oposición a las propuestas feministas y LGBTI con una agenda neoliberal se vincula con el rol subsidiario que otorgan estos actores a determinadas estructuras intermedias, como las pequeñas comunidades, los vecinos/as, organizaciones privadas y, especialmente, la familia, en el marco de procesos de ajuste estructural y de retraimiento estatal (Cooper, 2017; Biroli, 2020). El achicamiento del aparato del Estado que propone el neoliberalismo, materializado en la transformación de derechos sociales en bienes de consumo privados, obliga a que la satisfacción de determinadas necesidades vinculadas al cuidado de personas, a la salud, a la educación, etc., ya no sea responsabilidad del Estado. En cambio, la responsabilidad pasa a los/as individuos y a sus familias y redes cercanas.
En Brasil, el neoconservador Partido Social Liberal expresa esta idea en los siguientes términos: “Creemos y fomentamos la acción y la iniciativa privada. El individuo debe actuar y hacer todo lo que esté a su alcance, dentro de los límites de la Ley y la ética, para prosperar. Las actividades que no puedan ser realizadas por los ciudadanos de forma aislada deben, por tanto, ser responsabilidad de familias, asociaciones, empresas u otro tipo de grupos organizados” (Partido Social Liberal, s/f).
El activismo neoconservador observa en el neoliberalismo una oportunidad para promover el rol central de las familias y organizaciones intermedias en tanto soporte exclusivo del desarrollo, el cuidado y la formación de las personas. Esta idea de la familia y las redes cercanas que cumplen un rol subsidiario ante el retraimiento del Estado logra unir una concepción moral neoconservadora de la familia, con una perspectiva neoliberal (Cooper, 2017; Kalil, 2020).
Por lo tanto, el único rol de la política, según esta concepción, es proteger y promover la idea de la familia y la comunidad como el lugar propicio para el cuidado y la formación de las personas. La libertad se debe proteger en lo individual y familiar, que sean las personas y sus redes cercanas las que tengan la “libertad” para cuidar a enfermos/as, niños/as y ancianos/as; para educar a los/as niños/as y decidir qué tipo de educación formal deben recibir, etc. Al ser el individuo el núcleo de la sociedad, es también el responsables de su propio bienestar y el de sus seres cercanos. En estos términos lo explica la economista neoconservadora Vanessa Vallejo, directora del Mises Institute de Colombia y del medio digital de derecha El American:
La gente suele creer que el Estado de Bienestar llegó para tapar un hueco que había. Pero no llegó para tapar un hueco, sino simplemente para desplazar algo que ya estaba ocupado y que se hacía voluntariamente entre los individuos. Es decir, antes, entre las comunidades, los vecinos se ayudaban. Cuando alguien estaba mal los vecinos se reunían y lo ayudaban pues porque el Estado no estaba para hacer nada de eso. Las pensiones, por ejemplo. Antes los hijos se hacían cargo de los papás. Era una especie de contrato. “Ok, cuando tú estás chiquito yo te ayudo y cuando yo esté viejo tú me vas a ayudar a mí”. Y la familia era esa red de contención, y no sólo la familia, sino también los vecinos, la familia extendida […] El Estado es el principal enemigo de la familia porque es la familia la que tiene que ocuparse de las personas cuando sufren problemas o cuando tienen una enfermedad, o cuando están ancianos o cuando están niños, y eso se hacía antes, así era antes. Ahora el Estado, con todas estas cosas, lo que hace es que la gente diga, “bueno, el Estado se ocupa de mi hijo, el Estado se ocupa del anciano, de mi padre viejo”, entonces es el principal enemigo de la familia (Vallejo, 2018a).
Lo que establece este discurso es una dicotomía entre la familia (heterosexual, reproductiva) y el Estado. El avance de uno de los dos términos de este binomio supone el retroceso del otro: a mayor Estado, menos familia.
En Latinoamérica, el rol subsidiario de la familia que otorga el activismo neoconservador en su afán por achicar el aparato estatal se observa con especial fuerza desde hace unos años en las propuestas de esos sectores en materia educacional, y con especial fuerza en temas asociados a educación sexual (Serrano Amaya, 2017; Troncoso, & Stutzin, 2019; López, 2020). Así lo expresa, por ejemplo, el Partido Acción Cristiana de Perú en sus idearios: “Promoveremos una educación de calidad para toda persona, respetando los valores y principios de la familia. El rol del Estado en la educación complementa y no sustituye la función formativa de los padres de familia” (Acción Cristiana, s/f). La idea de un Estado que se retrotrae implica, en este ámbito, un Estado que deja grandes áreas de la educación formal en manos exclusivamente de las familias.
Al igual que en el caso del “ensamblaje funcional”, la idea de que un Estado que se hace cargo de la salud, la educación, los cuidados, etc., es contrario a la libertad de las familias, estaba ya presente en los primeros teóricos neoliberales. Ludwig von Mises planteaba en su libro Socialismo de 1932 cómo el intervencionismo estatal, al que consideraba propio del socialismo soviético y de lo que entendía como grupos afines, como el movimiento feminista, operaba en contra de instituciones básicas de la sociedad como la familia y la libertad de sus integrantes. Para este autor, la familia debía ser sostenida por la mujer, por lo que las tareas de cuidado, educación y reproducción le eran propias. Traspasar esas tareas hacia el Estado, atentaba contra la existencia de la vida familiar: “Se arrebata a la mujer parte de su vida si se le quitan sus hijos para educarlos en establecimientos públicos, y a los hijos se les priva de la mejor escuela de su vida al arrancarlos del seno de la familia” (Mises, 1968, p. 98). Esta antigua idea es recuperada por el contemporáneo activismo neoconservador, quien asume que cuando el Estado se ocupa de las tareas de cuidado, educación, etc., lo que hace es socavar a la familia al usurparle esas funciones.
c) Ensamblaje defensivo
La tercera categoría, denominada “ensamblaje defensivo”, refiere a cómo una parte del activismo neoconservador encuentra su punto de unión con el neoliberalismo en una sospecha compartida hacia el Estado, al que acusan de un exceso de intervención cuando se otorga atribuciones que exceden las de garantizar el buen funcionamiento del mercado y el orden público. En este sentido, el achicamiento del aparato estatal supone una forma de defensa contra un pretendido germen estatista, al que tanto neoconservadores/as como neoliberales entienden como una nueva amenaza comunista.
Desde sus orígenes intelectuales en el siglo XX, las escuelas de Chicago y Austriaca entendieron la planificación e intervención del Estado en materia social y económica como una forma de expresión del comunismo, incluso en aquellos Estados signados por lógicas capitalistas (Laval, & Dardot, 2013; De Lagasnerie, 2015). Toda intervención estatal que exceda al mínimo necesario para garantizar el imperio de la ley y el buen funcionamiento del libre mercado fue entendida por la teoría neoliberal como una política más cercana a un totalitarismo socialista que a la libertad democrática del capitalismo. Según Mises, “la democracia está inextricablemente enlazada con el capitalismo y no puede subsistir cuando hay planeación” (1968, p. 552). Por ende, a fin de evitar la germinación de lógicas y prácticas que deriven en ideas marxistas o en prácticas económicas comunistas, los neoliberales clásicos se esforzaron en desactivar y desacreditar el intervencionismo estatal, pues todo lo que no fuese libre mercado en sus más absolutos términos, contenía en su seno el peligro del socialismo.
Varios de los proyectos políticos neoconservadores que promueven actualmente una agenda neoliberal se expresan en estos mismos términos. El partido Aliança pelo Brasil, por ejemplo, plantea entre sus idearios que “rechaza el socialismo y el comunismo en todos sus aspectos y se esforzará por reducirlos. Y, siempre que sea posible, eliminar los controles estatales y la interferencia en la economía mediante mecanismos burocráticos, fiscales o regulatorios” (Aprigio, 2019).
De acuerdo con este entramado, el contemporáneo activismo neoconservador articula su oposición a las agendas feministas y LGBTI con ese cuestionamiento neoliberal a la intervención del Estado. Según indican, las agendas de esos movimientos por los DDSSRR requieren un Estado activo que garantice el cumplimiento de los derechos que demandan: el buen funcionamiento de programas de educación sexual en las escuelas, el acceso a políticas de salud reproductiva y no reproductiva, la prevención y sanción de toda forma de violencia y discriminación basada en el género y la sexualidad, entre otros aspectos; es decir, requieren necesariamente un Estado presente que focalice parte de sus recursos en tales áreas. Así, las demandas feministas y LGBTI por ensanchar el alcance de los derechos y, por lo tanto, de la presencia del Estado en la vida social, es vista por el activismo neoconservador como una renovada forma de imposición atentatoria de las libertades, emulando la tradicional crítica neoliberal al intervencionismo estatal y al Estado de bienestar.
Más aún, una parte de esos sectores plantea incluso que las agendas feministas y LGBTI constituyen una renovada búsqueda marxista (un neo-marxismo) por transformar la sociedad, ya no mediante la lucha de clases y la transformación de las estructuras económicas, sino mediante las luchas vinculadas al género y la sexualidad orientadas a generar cambios culturales. Y para ello, la intervención del Estado se torna crucial. Todo el aparato discursivo que ha construido el activismo neoconservador en torno al concepto de “ideología de género” (Careaga, 2016; Serrano Amaya, 2017; Bárcenas, 2018; Kalil, 2020), desde el cual sindican a las agendas feministas y LGBTI como construcciones ideológicas de carácter neo-marxista, que buscarían configurar una reingeniería social mediante pretendidas imposiciones culturales, se basa en una lógica anti-estatal y anti-comunista. Parafraseando al escritor neoconservador Agustín Laje: “No hay ideología de género sin estatismo. Si no fuese por el uso del poder coactivo y armamentístico del Estado, la ideología de género no puede prosperar” (Vallejo, 2018b).
De este modo, una parte del activismo neoconservador contemporáneo ve en las políticas de retraimiento estatal y en la sospecha al Estado, propias de la teoría neoliberal, una forma de defensa contra las agendas feministas y LGBTI, a las que entienden como inexorablemente ligadas al crecimiento del aparato estatal. Neoliberalismo y neoconservadurismo se articulan, en este tercer tipo de ensamblaje, desde el recelo hacia el Estado y el entendimiento de que los DDSSRR representarían un exceso de Estado y una nueva estrategia socialista encubierta.
Conclusiones
Las tres categorías presentadas en este artículo (ensamblaje funcional, subsidiario y defensivo), si bien no son necesariamente exhaustivas ni mutuamente excluyentes, permiten mostrar las principales razones en que hoy se presentan públicamente para instituir la conjunción entre el neoconservadurismo y neoliberalismo en una parte de la región sudamericana. Considero que pensar estas articulaciones como una conjunción contingente, y no como algo necesario e insoslayable, no se contrapone a la idea desarrollada por Wendy Brown (2019), relativa a que dentro del pensamiento teórico neoliberal se encontraba desde sus inicios el germen del neoconservadurismo. Antes bien, entender el vínculo entre estas dos lógicas de manera situada permite comprender cómo las ideas y conceptos teóricos desarrollados por la Escuela de Chicago y la Escuela Austriaca operan en contextos materiales muy disímiles a aquellos en donde fueron producidos en el siglo XX. El pensamiento neoliberal puede haber contenido desde siempre idearios neoconservadores en sus fundamentos teóricos, pero los modos en que esa articulación se expresa en la práctica no pueden darse por sentados.
Asimismo, si bien cada uno de los casos presentados tiene sus particularidades, y están situados en contextos concretos con sus propias especificidades, esas categorías buscan mostrar ciertas regularidades o coincidencias más allá de las fronteras nacionales, lo que da cuenta de un fenómeno transnacional en expansión. Esta confluencia entre neoconservadurismo y neoliberalismo parece desembocar ahora en una reificación de la frontera entre lo público y lo privado, que expande esta última esfera y minimiza la primera. La oposición organizada contra los DDSSRR no sólo despolitiza el campo de lo privado al entender que la familia, la sexualidad y los cuerpos serían entidades organizadas bajo la lógica de lo natural y lo inmodificable (Mujica, 2007; Morán Faúndes, 2018; Troncoso, & Stutzin, 2019). Además, al abrazar una racionalidad neoliberal que socava los derechos y promueve la mercantilización de la vida bajo la lógica de la competencia, la responsabilidad individual y el cálculo costo/beneficio (Lemke, 2001; Brown, 2006; Foucault, 2008), plantean una expansión de lo privado y un retrotraimiento de lo público (Brown, 2019). En otros términos, más que una moralización de la esfera pública (Brown, 2006), el contemporáneo activismo neoconservador reduce en la actualidad lo público a su más mínima expresión, y expande a la vez una moralizada esfera de lo íntimo hacia todas las esferas de la vida, de la mano del neoliberalismo.
Así pues, asistimos a una renovada oleada neoconservadora, orientada a instituir una moral pública desde una específica y restrictiva idea de la libertad y lo íntimo, estrechamente asociada al libre mercado. La movilización de la libertad en contra de las libertades parece ser una de las formas más fuertes en las que el activismo neoconservador hoy se articula dentro de un más amplio proyecto político de (extrema) derecha, el cual se está materializando en la formación de nuevos partidos políticos, en la radicalización de ciertos partidos tradicionales, y en la conformación de todo un entramado de divulgadores/as de estas ideas, entre otras dimensiones.