El símbolo significa a la lengua, al mito, al arte, a la ciencia y a la filosofía, por lo que, para la hermenéutica, ha sido una necesidad investigar a fondo tanto su conformación como su efecto en el pensamiento. Puesto que aparece dentro de las obras y significa por medio de un contexto cultural, se encuentra rodeado de otros signos lingüísticos jugando en un proceso de significación e interpretación interminable. Esta investigación, pues, se concentra en el proceso hermenéutico del símbolo y especialmente en las funciones que propician una interpretación exitosa y precisa de los significados involucrados en la obra; parto de la función semántica de significar internamente, como un vocablo formado solamente por elementos esenciales. Luego, bajo el mismo marco teórico, analizo funciones con las cuales el símbolo crece en significado (función adquisitiva); se relaciona con otros significados internos de la obra (funciones intraestructural y retórica) y con el mundo que la rodea (funciones interestructural, comunicativa y cultural), para poder interpretarlo desde varios puntos de perspectiva. Para facilitar la estructuración argumentativa los vocablos y/o lexemas están encerrados entre comillas angulares sencillas, ‹ ›, y los significados entre comillas sencillas, ‘’.
La función semántica del signo lingüístico se encuentra fundamentada en las características del acto de habla definidas por Ferdinand de Saussure; esto es, supone una dualidad entre emisor y receptor en la cual se transmite una imagen acústica que contiene un concepto codificado;1 consiste en la acción intencional de significar dentro de una oración por medio de un lexema. Del concepto saussureano convertido en lenguaje para su transmisión de un codificador a un decodificador surge otra dualidad, significado-significante, cuya aleación resulta en la idea del signo como unidad de significado y como pieza en un aparato de significación o, en otras palabras, como un vocablo en medio de una oración; al funcionar este siempre en conjunto con otros signos, una de sus características es que obtiene su significado de otros y significa a otros.2 En algo así de crudo y pequeño se inicia el camino de la significación del símbolo; crudo, porque su nivel de significado directo —o, también, mal llamado “literal”— lo repliega hacia lo primitivo. Ahora, la primitividad del signo lingüístico no le resta importancia o funcionalidad, sino al contrario, le otorga una primariedad en cuanto a la interpretación del significado, esencial para la conformación de todo signo más complejo, como el metafórico o el simbólico. Todo vocablo, como signo lingüístico en transformación continua, tuvo originalmente un protosignificado3 expreso y consensuado antes de poder impregnarse de otros sememas4 y acrecentar su carga5 semántica hasta alcanzar su significado actual, uno muy simple formado por dos o tres semas cuya función navega más a nivel de índice que de ícono peirceano a diferencia del actual, el cual ya habrá acrecentado su carga en un proceso diacrónico. Este siempre aumenta su carga conforme es expresado en contextos lingüísticos más complejos; por ejemplo, un vocablo como ‹perro› comenzó siendo un índice del animal ‘perro’, y con el uso en otros contextos tomó significado como insulto (en el enunciado “te comportas como perro”), como hipérbole (en “tus zapatos están bien perros”) o cualquier otro en ese momento metafórico o metonímico hasta que se pierde por completo su relación semántica por el uso en el habla común.6 De esta manera, un vocablo siempre puede aumentar su carga semántica (la cantidad de semas) hasta perder los originales por completo y aparentar una rápida transformación.
El siguiente nivel de significación se encuentra en los tropos clasificados como metasememas o de afectación al significado.7 En el caso de la metáfora, se relacionan dos signos concretos a través de un tercero abstracto: un signo llamado vehículo sustituye a otro llamado tenor por medio de otro llamado fundamento, cuya función es relacionar a los primeros dos semánticamente.8 Por ejemplo, en el verso “es una flor al viento delicada” del soneto Este, que ves, engaño colorido de sor Juana Inés de la Cruz,9 la ‘flor’ funciona como vehículo del tenor ‘juventud’, cuyo fundamento recurre a la imagen de la ‘belleza’ de una flor primaveral comparada con la de una mujer joven. En esta tríada sígnica resalta, más que una sustitución de signos, una fusión de ellos: al leer el verso, las imágenes evocadas son las de ambos signos, dejando a veces de lado el fundamento, y no solamente una imagen aislada que sustituye a otra. La función última de la metáfora no es el intercambio, sino la pregnancia10 de significado en un vocablo: ahora ‘flor’ no es solo un órgano de una planta relacionado a su fertilidad como proceso biológico, sino, al mismo tiempo, una bella e inocente joven. Una vez establecida la carga básica del signo por medio de su contexto, el cual también es una clave para interpretar el signo sobrecargado de significado, se dispone retóricamente como figura en medio de otros signos y se impregna de su significado. En el caso de este verso, la ‘flor-jovencilla’ es vulnerable al ‘viento-tiempo’ y más adelante en el poema se ‘marchitará-envejecerá’. Es decir, ambas cargas sígnicas originales adquirieron significado tanto del vehículo como del tenor retroalimentándolos entre sí; de la misma manera los signos que la rodean le atribuirán una mayor carga para integrar sus funciones en las de un símbolo poético más que de figura retórica. En este sentido, todo proceso semántico, semiótico, metafórico, simbólico y, obviamente, lingüístico es en esencia un juego de relaciones de significado que suelen funcionar en varios sentidos. Pero antes de concentrarnos en el símbolo, tomemos otro ejemplo de metasemema para aclarar en qué consiste ese juego en el plano retórico. En el caso del oxímoron como figura retórica, simplemente atrae la atención del receptor por medio de la conjunción de dos términos opuestos en su semántica; sin embargo, justo como la metáfora, su función semántica no es separar, contraponer o repeler, sino acrecentar la carga de significado de cada uno.11 Ambos términos como signos, por ejemplo, en el oxímoron “muerte en vida”, parecen contradecirse desde su fundamento semántico, o sea, hablando solo desde su significado directo, uno está vivo o muerto, pero no ambos; en cambio, como símbolo de algo más allá de sus sememas fijados por la convencionalidad saussureana del signo, sus relaciones se abren hacia la significación equivocista,12 por lo que la ‘muerte’ adquiere carga de otros signos como ‘sufrimiento’, ‘melancolía’ o ‘dolor’, y la ‘vida’ toma para sí ‘media vida’, ‘no logro’ y ‘estaticidad’.13 De esta manera, la oposición de los signos provoca un choque semiológico, no solo uno semántico, es decir, la rigidez del significado sígnico, al ser opuesto a otro de una manera tan tajante, provoca una maleabilidad a nivel metafórico o simbólico entre los signos contrastantes que lo rodean; para esto habrá que observar el corolario funcional de una mayor carga de significado: mientras más signos se adjunten, mayor será la flexibilidad del símbolo resultante; aunque, al mismo tiempo, es gracias a este excedente de significado que una figura retórica puede funcionar como símbolo. Entonces, en vez de contraponerse semánticamente y ser categorizados como un sinsentido o una antinomia, ambos signos adquieren mayor carga en el plano simbólico al ser figurados retóricamente como oxímoron; en otras palabras, toman la función de símbolo unitariamente. De allí que “un símbolo no puede ser tratado exhaustivamente por el lenguaje conceptual […] [La teoría de la metáfora] muestra cómo pueden originarse nuevas posibilidades para articular y conceptualizar la realidad a través de una asimilación de los hasta aquí separados campos semánticos”;14 desde la perspectiva de Ricoeur, el símbolo no es un mero signo representante del concepto saussureano, sino que, la metáfora como predecesora sígnica del símbolo concentra la carga semántica —sus semas— para generar un concepto más grande de la realidad, es decir, adquiere significado y funciona como símbolo cuando se encuentra en medio de un sistema retórico. Así, la ‘muerte en vida’ adquiere un significado digno de meditarse y contemplarse estéticamente: gracias a ello no solo significa semánticamente a un poema o lo ornamenta retóricamente, sino que el lector puede significarse a sí mismo y sentirse él mismo como un ‘vivo-sufriente’ a través del símbolo ‘vida en muerte’. En este proceso se ve cómo la función retórica del símbolo es la de disponerlo como pieza en medio de otras estructuras para llamar la atención hacia sí y darle la capacidad de impregnarse del significado de los símbolos que ahora lo rodean.
El σύμβολον15 en un principio no era un concepto tan complejo; era una simple marca de identidad en algunos ámbitos de la vida común: una señal de trabajo, un boleto, un permiso, en fin, objetos cualesquiera con los que se relacionarán otros dos, como ‘persona’ relacionada a ‘acción’ o ‘labor’ por medio de un ‘permiso’; por más sencillo, ya tenía una funcionalidad semántica triádica cercana a la metáfora; curiosamente el vocablo se impregnó de carga semántica y simbólica con el paso de más de 20 siglos de cambio lingüístico. Ahora su definición rígida es prácticamente imposible y requiere de otros elementos semánticos para su conformación significativa como ‘sema’, ‘semema’, ‘glifo’, ‘texto’, ‘obra’, entre muchos otros; y con su uso en la creación de obras de arte durante el último milenio, tras adquirir por sí mismo mayor carga semántica, terminó por abarcarse a sí mismo adquiriendo el mismo vocablo una carga simbólica,16 su concepción metafísica lo reformó paradójicamente a ser un símbolo del símbolo, o sea, a significarse simbólicamente a sí mismo a través de sí como un símbolo de sí,17 por lo que, para evitar la redundancia argumentativa, habremos de cuidar la construcción de su significado y concepto por medio de sus rasgos atribuidos por los hermeneutas y artistas a lo largo de su evolución, de los cuales obtendremos sus funciones. En ese camino de manifestación e interpretación se elaboraron tantos métodos prácticos para develar el significado previamente incrustado en las obras de arte como teorías del símbolo que los corroboran o los desmienten. Aunque el símbolo no es exclusivo del ámbito artístico, igual que la metáfora, y se usa en la vida común, su análisis e interpretación es mucho más rica y obvia en donde su trabajo es absoluto, es decir, en las obras creadas con símbolos y que significan simbólicamente para sus intérpretes; esto es, las artísticas.
La cualidad del símbolo de la que partiremos es la del contenido. Dice Cassirer: “El símbolo es una composición del mundo, que surge de la mente, y tiene que ser medida dentro de su contexto cultural, en el marco del cual cobra sentido; tiene que ser deducida del principio fundamental de su propia formación.”18 Todo significado al cual se relacione es un signo de algo perteneciente al mundo; esto no quiere decir que sea algo forzosamente real y objetivo, sino que pertenece tangiblemente a algún mundo, el cual puede ser el mundo de la vida de Husserl y Blumenberg, un mundo diegético (llamado universo diegético en la jerga de los cómics y el cine), una cultura o semiósfera de Lotman, o a cualquier otro concepto de mundo. Esto es, el símbolo no aparece mágicamente de la nada, sino, proviene de percepciones, emociones, descripciones, narraciones, explicaciones, argumentaciones, expresiones o, incluso, de otros símbolos; todos, al fin, elementos comunicativos de alguna cultura. Por ejemplo, el símbolo del águila para los romanos era expresado en estandartes para indicar el liderazgo imperial en el ejército, razón por la cual Napoleón lo empleó siglos después en el suyo, cuando este significado solo funciona hermenéuticamente dentro de la cultura de la historia de la guerra romana; para los franceses habría un significado e imagen distinta de mundo y, por consiguiente, del vocablo, imagen o símbolo ‘águila’,19 mientras que el águila devorando una serpiente se interpreta, aunque tal vez en el mismo ámbito, con distintos elementos culturales para un azteca previo a la conquista y para un soldado cantando el himno nacional frente a la bandera del México actual; por eso podemos inferir que el contexto cultural es inherente a las adaptaciones diacrónica y diatópica del lenguaje, de sus signos y, con mayor razón, de sus símbolos. La interpretación analógica del símbolo, propuesta por Mauricio Beuchot,20 se logrará aceptando abiertamente todos los significados que se puedan presentar en el símbolo (modelo equivocista), pero restringidos a los lindes de la semiósfera21 cultural de la cual se nutre (modelo univocista) dando pie a un equilibrio hermenéutico. Por ello, el contenido simbólico está allí dentro del mismo, porque el símbolo, antes que cualquier otra cosa, tiene una función semántica, por medio de la cual “atrapa” significado y lo mantiene para su interpretación enriquecida; asimismo, contiene una carga simbólica en sí interpretable por el lector cuyo contexto cultural le permite delimitar el contenido.
La funcionalidad del contexto cultural nos remite también a la necesidad de un elemento decodificador, una clave. El símbolo se forma de significados ya expresados en el pasado; por lo tanto, su interpretación debe brotar del conocimiento de dichos significados.22 Para esto, el símbolo nutre a la cultura, tanto como necesita de ella para ser interpretado. La clave consiste en un paradigma23 de significados cuya función reside en transparentar el proceso hermenéutico por medio de su guía; como una plantilla arquitectónica dispuesta en un plano para dibujar un objeto en una escala previamente dada, la clave será dispuesta junto al símbolo y de ella se tomarán los elementos pertinentes semánticamente. Por ejemplo, para analizar la semántica metafórica de ‘flor’ se requiere de una clave como {{contexto cultural: Nueva España, siglo XVI, poesía}, {fundamentos metafóricos de flor: frescura, efimeridad, marchitabilidad}}, con la cual se impulsa la ἑρμήνευσις24 hacia un resultado controlado y analógico. De manera similar a la metáfora, un símbolo es dispuesto en una obra cuya funcionalidad opositora toma significado de él y al mismo tiempo lo impregna de otros significados; es decir, la función cultural del objeto simbólico es otorgar y recibir significado, haciendo interactuar elementos que se encuentran en alguna cultura contenida en el contexto de la obra. Adicionalmente, el significado inyectado al objeto es limitado por el contexto cultural por el cual habremos de encontrar sus límites, es decir, tiene una doble funcionalidad para con el símbolo: lo nutre de significados novedosos y lo limita hermenéuticamente a un paradigma de significados específico; la cual aprovechará el símbolo: se nutrirá de significados novedosos y también nutrirá a la obra de significado interpretable por medio del contexto que está estructurando con su propio significado. Para esclarecer estas funciones el siguiente soneto de sor Juana servirá como ejemplo (cuadro 1)25:
Su ámbito gira en la literatura y el género poético soneto; poesía lírica al fin, solo afecta al significado dejando ver que la clave constará de estructura definida, fundamentos metafóricos, figuras retóricas, símbolos e imágenes. Como contraejemplo de género textual, el ámbito ensayístico evocaría una clave conformada por términos, proposiciones, tesis, etc.; mientras que el matemático, por axiomas, teoremas, variables, funciones, etc. Ahora, la situación de la obra más bien varía dependiendo de cómo se presente dicha obra ante un público, por lo cual aquí no será tomada en cuenta.26 Lo más relevante para la clave será el contexto, el cual, en el caso de la poesía, está formado también por símbolos, por lo que representa un reto intelectual considerable en la interpretación,27 ya que podría caer en una circularidad de significados. El tema del soneto se entrevela en metáforas, pero es claramente el tenor de la ‘juventud envejeciendo’ a través del vehículo ‘rosa marchitándose’ parecido al verso ejemplar de la misma autora antes mencionado. Al conjuntar los significados del tema y las tríadas metafóricas encontramos un paradigma semántico28 más o menos como este:
El fundamento es el medio cuya función interpretativa mantiene al lector en estado meditativo y en constante relación simbólica con otros signos: se pregunta cómo funciona esta metáfora, qué representa y cómo representa, cómo significa en el poema y con qué elementos es posible significar; al mismo tiempo, su significado simbólico es paralelamente el del contexto, el cual incluye culturalmente al símbolo memento mori en el ejemplo y está relacionado directamente a la clave para la decodificación de los símbolos. Así, encontramos estructuralmente un frente con la parte α del paradigma, una vuelta y una sirima con la parte β del paradigma.29 Esta última presenta en sus versos 9 y 10, “¡Cuán altiva en tu pompa, presumida, / soberbia, el riesgo de morir desdeñas”, otro tópico comúnmente adjunto y contrastante a memento mori; me refiero a vanitas vanitatis, o sea, la ‘flor presumida’ agrega el significado de la vanidad para contrastar con el poco tiempo de vida. La vuelta es un término abstracto que indica un cambio del frente a la sirima en cuanto a significados, símbolos, proposiciones, expresiones, fines; es decir, separa perceptiblemente el soneto en dos estrofas antecedentes (cuartetos) y dos consecuentes (tercetos). Esto ayuda a la interpretación de los símbolos en la medida de poder separarlos en dos grupos cuyo significado resultante será unitario, mas los resultados de cada parte deberán ser analizados por separado para obtener un significado general completo y, al juntar los símbolos, visualizar la obra misma como un símbolo total. El frente simboliza a la belleza a través del vehículo ‘rosa’; es en la sirima donde se manifiestan los tópicos vanitas vanitatis y, su conclusión, el memento mori. Los tres símbolos ‘belleza’, ‘vanidad’ y ‘muerte’ adquieren carga de significado, durante la transformación que sufre el poema, nutriéndose entre sí. Los elementos de cada paradigma cruzan sus sememas con los de cualquier otro elemento, la ‘belleza’ con la ‘muerte’, la ‘juventud’ con la ‘vejez’, la ‘fealdad’ con el ‘tiempo’, y de la misma manera entre todos; de allí que sus relaciones formen una estructura rizomática y no arbórea. En otras palabras, la interpretación lineal, como obtener una moraleja, sería que la rosa tiene la dicha de ser bella, pero al ser presumida gasta su tiempo de vida en algo carente de importancia y pronto encontrará la muerte; en contraste con la interpretación rizomática, donde la muerte y la vanidad son inherentes a la belleza y la juventud, aunque no signifiquen lo mismo o sean esos semas incluidos en su definición. Este es el juego relacional de significado: la lectura del poema es lineal —hasta se puede decir que es temporal—, pero la concepción de su significado es algo más complejo: los símbolos se corresponden entre todos; así, la contemplación del poema consiste en relacionar todos los símbolos haciendo todo tipo de combinaciones, esto es, para revelar el linde de la carga simbólica total, todos los elementos “juegan” y colisionan entre sí y, aunque provocan significados e interpretaciones cada vez más complejos, lo que puede resultar no saldrá de los significados de la obra limitados por el contexto del poema.
Esto nos lleva a la siguiente característica del símbolo: la pregnancia. Dice Cassirer: “El símbolo trasciende su materialidad y apunta hacia lo que se contiene en las más elevadas formas de significado. Su materialidad es subsumida en su función de significar. Es la pregnancia o preñez simbólica”.30 La concepción del símbolo es una construcción histórica, sus signos provienen de otros signos antes generados en la cultura y dan forma a otros novedosos: los tópicos medievales, como los últimos dos analizados, tomaron signos del mundo antiguo cuyos significados germinaron en símbolos más complejos, estos dieron luz a otros símbolos en el barroco, como en el poema de sor Juana tomado aquí como ejemplo, y estos continuaron evolucionando en otros autores posteriores, como en The book of Thel de Blake, que trata de la efimeridad de la vida de una niña, y como en los existencialistas con su concepto de angst,31 hasta llegar al presente para significar símbolos vigentes hoy en día. El medio por el cual esto es posible es la pregnancia de significado de la cual se aprovechan los símbolos para crecer. Blumenberg hace notar este mismo proceso en los μῦθοι:32 mientras se relatan oralmente por individuos distintos en diferentes épocas y situaciones, se impregnan de nuevos signos provenientes de la idiosincrasia del relator y la cultura de su pueblo, por lo que comparten con el símbolo esta característica.33 El ejemplo de sor Juana muestra cómo el símbolo ‘belleza’ no es infinito y perfecto en su significado, sino que en el poema la relaciona con imágenes bellas, pero agrega un signo que expresa lo siniestro justo antes de la volta: “en cuyo ser unió naturaleza / la cuna alegre y triste sepultura” (vv. 7-8); esta antítesis retórica no solo prepara la transformación, sino también inyecta la metáfora ‘sepultura-muerte’ a la carga que ya traía ‘rosa-juventud-belleza’; no queda más que preguntarse si la belleza siempre es una agradable experiencia estética o si, como simboliza, provocará la muerte de la delicada flor por medio de la obsesión o los celos. Entonces, la función adquisitiva del símbolo es aquella de impregnarse de significado cada vez que se encuentra manifiesta en una obra cargada con otros signos de donde toma todo el significado posible; a diferencia de la función semántica, la adquisitiva no solo mantiene la carga para sí, sino que absorbe más.
Hasta aquí, las funciones y características del símbolo han sido explicadas desde un punto de perspectiva intrínseco; ahora es necesario alejarnos del concepto para entender desde uno extrínseco, ya que la perspectiva de sí para sí provoca inevitablemente la paradoja antes mencionada del símbolo de sí, paralela a la paradoja de Grelling-Nelson. Al estructurar todas estas relaciones sígnicas y simbólicas en un modelo rizomático se entiende que: 1) todos los elementos, aunque puedan estar agrupados en paradigmas diferentes, tienen la posibilidad de relacionarse entre sí, 2) los elementos más lejanos provocan una relación directa más que un camino relacional que pasa por algunos elementos esquivándolos, y, por consiguiente, 3) las relaciones se juntan en nuevos símbolos intermediarios que por ahora llamaremos nodos. En biología, un nodo es el punto de una planta de donde crecen dos ramas o se separa una secundaria de una primaria; en lingüística, donde se abren dos ramas de un árbol sintáctico —nuevamente definiremos con una metáfora un término técnico—, pero dentro de esa analogía de un punto aparentemente nimio y abstracto; con esto se puede entender cómo todo signo, ya sea lexema, metasemema o símbolo, es un punto intangible donde se juntan los significados. Por lo tanto, en el análisis será el punto abstracto, o nodo, donde se juntan paradigmas semánticos enteros en los que se relacionan elementos separados hacia y desde los cuales se abren ramas del rizoma. Por lo tanto, el símbolo por sí mismo es un objeto abstracto que concretamente agrupa un nodo complejo de signos u otros símbolos, y la obra es un objeto concreto que concretamente agrupa un nodo de símbolos abstractos. Así, en el poema de sor Juana, el frente es un nodo semántico que relaciona signos para formar el símbolo ‘belleza’, el primer versus de la sirima34 forma el tópico-símbolo ‘vanitas vanitatis’ y el segundo, el ‘memento mori’. Así, el poema se construye estructuralmente con una disposición retórica de nodos semánticos para consolidarse a sí mismo como un nodo simbólico. Esta es la función intraestructural del símbolo, cuyo resultado son estos puntos abstractos o aglutinaciones de significados que durante la interpretación dan pie a procesos cognoscitivos que evocan imágenes y relacionan conceptos complejos.
Para completar su funcionalismo interno habremos de analizar su función interestructural. El símbolo, como un nodo impregnado de signos y otros símbolos a su vez impregnados de signos y otros símbolos, funciona en estructuras retóricas o simbólicas externas también al impregnarlas; siendo la ἑρμήνευσις un proceso activo, todas estas funciones se encuentran en desarrollo activo y al mismo tiempo durante toda la interpretación. Es decir, así como las estructuras internas de la obra están formadas por nodos semánticos, también el esquema general es, por lo tanto, nodal. El símbolo interpretado en proceso activo no solo tiene la función de recibir y entregar significado, sino también de relacionarse durante toda la interpretación a otros. Hasta aquí hemos analizado la construcción simbólica del soneto sorjuanezco cuyo significado se transforma oponiendo los nodos semánticos ‘belleza’ volta→ ‘vanidad’ → ‘muerte’, que convergen en un significado general, el ‘memento mori’. Ahora la obra, como nodo simbólico, está a la merced de autores posteriores para ser dispuesta como símbolo retórico dentro de otra obra musical, plástica o literaria y cumplir con su función cultural. En este sentido, nuevamente intrínseco, el símbolo absorbe significado de otros para formarse y expulsa significado en otras obras para formar a otros, es decir, se forma de sus nodos semánticos y él mismo se convierte en otro.
La obra de arte de Heidegger35 es el vínculo entre el símbolo y el Dasein. Para él, la obra no solo es una cosa-objeto [Dinge], sino que su esencia es germinada u originada [Ursprung] desde el ser-cosa [Dingsein], es decir, se materializa la obra en un objeto plástico, sonoro, textual, espacial o de alguna manera perceptible o palpable; sin embargo, su esencia como obra no es parte del objeto materializado, sino del cómo se presenta la ἀλήθεια36 de la obra como esencia del Dingsein. La verdad, dice, significa “el desocultamiento de lo ente”;37 esto es, ἀλήθεια es un vocablo formado por el prefijo α-, cuyo significado es ‘no’, y una raíz que proviene de λήθω, ‘olvidar’ u ‘ocultar’, de lo cual deduce que la verdad, o desocultamiento, no es un estado, sino un acontecimiento donde se encuentra la esencia de la obra y es en el ser-obra [Werksein] donde se manifiesta; no en la cosa, sino en su esencia. “El único ámbito de la obra, en tanto que obra, es aquel que se abre gracias a ella misma, porque el ser-obra de la obra se hace presente en dicha apertura y solo allí,”38 es decir, para él hay un ser-obra que significa más allá de su signo expreso y perceptible en la cosa-obra, el cual trabaja metafísicamente y solo puede funcionar significativa e interpretativamente por medio de su esencia. Y no es todo, sino que “ser-obra significa levantar un mundo”:39 la obra de arte tiene suficiente significado dentro de sí para que el intérprete emule alguna de las tantas formas de mundo en su imaginación durante el proceso hermenéutico, o sea, que efectúe una interpretación sintética. Lo cual significa en nuestros términos que el símbolo expreso en el proceso de interpretación y sus funciones desocultan al Dasein; por eso mismo “la obra es símbolo”;40 y dentro de esta, los símbolos no son solamente una ornamentación retórica o un significado expuesto para su interpretación, sino que son una manera de manifestación fenoménica de lo ente en la cual es posible desocultar al ser. La función metafísica del símbolo es aquella de develar al ser en el proceso creación-interpretación y, al mismo tiempo, de manifestar el significado simbólico total proveniente del ser-obra.
Las funciones investigadas en este ensayo se listan en el cuadro 2:
En resumen, el símbolo es una función lingüística en la que juegan los signos lingüísticos para formar nodos semánticos y simbólicos; el símbolo nace, se construye y transforma por medio de sus funciones internas y externas para con otros símbolos; en todo este proceso se revela la esencia del arte al mismo tiempo que la de la obra; el símbolo, entonces, absorbe significado, navega dentro de él y lo expulsa. “Solo funciona cuando su estructura es interpretada”,41 porque su función comunicativa es lograr este nodo simbólico entre un autor y un intérprete para provocar en ambos una satisfacción a sus logos, ethos y pathos. “El creatumes la semilla de una forma simbólica”,42 por ser él mismo un resultado de otro choque simbólico del cual salen disparados los significados hacia otros espacios racionales, éticos, estéticos y, por ende, contemplativos. Sus mismas funciones aprisionan al símbolo en una paradoja de autología-heterología, por lo que es difícil aterrizar una teoría; sin embargo, es esencial entender la paradoja y tener un modelo hermenéutico del símbolo para la interpretación del arte, la filosofía, la ciencia y la vida común. Para el filósofo es imprescindible trabajar una teoría del símbolo, aunque nunca se alcance su perfección, pero solo así logrará desocultar al ser y asentar de manera casi estable sus teorías de la metafísica y la ontología; también es algo indispensable para el artista porque solo así adquirirá herramientas de creación e interpretación suficientes para dar a luz nuevas obras.
Para finalizar, quisiera exponer la ironía del texto académico como vorágine de sememas y supernova simbólica: de los símbolos nació este ensayo cuya pretensión de expulsar simbólicamente sus símbolos quedará en espera de un hermeneuta ávido de interpretar sus símbolos y su totalidad como símbolo.