Encontrarse con La comuna mexicana1 implica llevar a cabo un ejercicio de armado muy particular. ¿Cuál es el espacio teórico que sostiene este cúmulo de ideas y exposiciones acerca de la comuna, de lo comunal y de la comunalidad en México?, ¿acaso se puede entender como un ejemplo de la historia de las ideas?, ¿es posible leerlo como un estudio historiográfico sobre episodios mexicanos que evocan de algún modo a la Comuna de París del siglo XIX? O quizá, y me inclino a considerar más propicia esta opción, es un recorrido de una suerte de continuidad-discontinuidad de lo común, del comunismo, de la comuna y de la comunalidad en México del modo en que apunta la genealogía extraída por Foucault, a propósito de La genealogía de la moral de Nietzsche.
El texto da cuenta de la importancia de los saltos, de la necesidad de explorar otras formas de lectura que escapen de los cánones estáticos implementados por los tiempos; llama también a construir abordajes y miradas hacia los pasados, que no sucumban a las búsquedas historiográficas tradicionales. Se vuelve, entonces, una trinchera que exhibe rupturas, obras olvidadas de autores como Marx, y bocetos que se van dibujando porque cuestionan y reelaboran discusiones que los estudios académicos han mantenido inertes. Para ello, el libro propone al lector un ejercicio que plantea voltear a ver emergencias -ents-tehungs- de instantes, de actores y de experiencias que pueden vincularse de modos mediatos, aunque también de otros más inmediatos, al tiempo que teje vestigios, silencios y rupturas.
En estos espacios teóricos, Bruno Bosteels da cuenta de una continuidad albergada en los Méxicos a través de los siglos y, justo en esos plurales, la potencia de su argumento posee una fuerza precisa, da cuenta de las discontinuidades que la misma continuidad implica. Durante la presentación del libro en la Universidad Iberoamericana, en mayo del 2022, el autor se refirió al final de su texto y a que el título pudo haberse cambiado por el plural de los términos -las comunas en México-, aunque todas, a pesar de su multiplicidad, conservan algo de la experiencia de lo común.
La continuidad de las ideas y las experiencias, en un periodo de larga duración, se instala en la misma posibilidad de articularlas y rearticularlas según distintas formas determinadas por lo global y lo local, por los pasados y las herencias de los pueblos y los actores. El texto profundiza en la vivencia de “algo común” en México que ha conformado espacios y luchas de resistencia frente a los órdenes globales y nacionales hegemónicos, pero, paralelamente, escapa de trazar elementos causales directos para fundamentar este argumento, al menos en varios momentos. Es entonces que el trabajo de Bosteels adquiere dimensiones novedosas que permiten pensar la experiencia de lo común, en diferentes momentos de la historia, al tiempo que se ejerce de modos distintos según el contexto y las comunidades involucradas. De esta manera lo continuo-discontinuo se muestra como una suerte de adhesión a una experiencia de lo común, asida en la semejanza y en la diferencia de los tiempos separados y de los actores que la conforman. Por ello, se ha dicho que el texto es un ejercicio que conlleva un diálogo entre lo continuo -lo que permanece, se hereda- y lo discontinuo -la ruptura, la particularidad, la pluralidad.
Si hay una noción para mostrar esta forma de ser es la comuna. La de Bosteels no se limita, sobrepasa a la Comuna de París y a los escritos de Marx donde el filósofo aborda el evento que duró aquellos históricos sesenta y un días. Supera también los miedos de la anacronía al evocar las representaciones de los pasados prehispánicos. Finalmente, deja atrás las fronteras de luchas ideológicas que en México han producido rupturas absolutas entre liberales, magonistas, libertarios o comunistas. Con todas estas emergencias, se producen vínculos cercanos, y otros no tanto, que dan cuenta de la comunalidad en México y cómo se ha pasado a vivencias de comunas y comunidades que han dibujado y borrado tradiciones.
Puntualmente, se identifican dos momentos principales en el texto. El primero bajo el argumento que expone las rupturas, choques y continuidades en México condensadas a través de los años en acontecimientos alrededor de lo común. Ahí es donde Zapata y su proyecto local, Ayotzinapa como Escuela Normal Rural o la misma colonia proletaria Rubén Jaramillo se hacen presentes. En esta primera parte del libro, se concentran eventos sucedidos en distintas latitudes, cuyas semejanzas son apenas trazos pero, para Bosteels, ahí se puede percibir apenas que su emergencia resulta una suerte de vivencia de lo común y de la comunalidad que ha atravesado culturas y se ha mantenido vigente y viva en el país.
El segundo momento plantea un esfuerzo por mostrar aquellos episodios en los que el joven Marx deviene en un Marx transformado en un estudioso de pueblos prehispánicos y cómo, a través de Lewis H. Morgan, distingue que estas comunidades, anteriores al capitalismo, ejercían un modo de vida contrario al de las sociedades modernas en torno a lo común. Este recorrido supone una importancia mayúscula para todo el libro, dado que el autor encuentra los fundamentos de las ideas principales sobre la comunalidad en México. Más aún, con estos hallazgos es posible que otras investigaciones futuras se centren en los trabajos de un Marx más cercano a los Apuntes etnológicos apenas recuperado, según Bosteels.
A pesar de hablar de dos momentos, la obra se reconoce como un gran trabajo unificado, complementado entre sus distintas secciones y tratamientos. Uno de los ejes que se suma a las constantes relaciones entre partes es la vivencia del calpulli como forma de organización social en la época prehispánica. Quizá sea posible afirmar que éste es el punto de partida cronológico que utiliza el autor para estructurar su exposición, pero además, es también una noción presente en las reflexiones del mismo Marx, por lo que se observa como un elemento unificador, termina por fortalecer la continuidad de la experiencia de lo común en México. Esta noción ayuda a Bosteels a cumplir uno de sus objetivos, “captar los vínculos entre comuna, comunidad y comunalidad en el pensamiento de Marx y su significado para la historia de México”.2
Al respecto y con una visión crítica de este planteamiento, cabe preguntar al autor si parte de un postulado de corte antropológico para formular esta idea. ¿Existe un elemento heredado a través de los siglos, desde épocas prehispánicas, y que, a su vez, su latencia se ha expresado en revoluciones como la de Zapata, en las ideas de los magonistas o en la experiencia de las comunas? Se entiende que, en este punto, el reto de Bosteels se halla enmarcado en la identificación y comprensión de las limitaciones que textos escritos por frailes o estudiosos exponen en su tratamiento sobre los pueblos, y también que su propuesta no es un planteamiento historiográfico, sin embargo, durante todo el libro se mantiene la duda de si el autor considera que existe un acercamiento, a modo de vestigio, sobre la prehispanidad en sus múltiples formas. Si la respuesta es un no rotundo, entonces la continuidad que traza y mantiene en formas discontinuas, a través de acontecimientos, no puede emerger de un tiempo tan anterior y sólo se permite trazarla desde la mezcla de visiones posteriores a la Conquista, filtradas por todo el Virreinato. Si la respuesta es sí, mucho habría que discutir sobre el acceso a las tradiciones, a los usos y a las costumbres de aquellos grupos que sólo a través de la mirada europea pudieron ser inventados, como señala O’Gorman en La invención de América.3
Por otra parte, cabe recuperar aquellas linealidades que la misma historia ha utilizado, desde la noción más pragmática del término, para plasmar algunos acontecimientos en las hojas de la historia de la nación. Siguiendo a Wendy Brown, Bosteels se permite cuestionar cómo las experiencias de lo común, que han devenido en acciones de grupos de poder en contra de sus integrantes, siguen representándose solamente como experiencias generadoras de mártires y de memoriales, y cómo esto no ha permitido que la experiencia completa de lo común -donde están integradas comunidades enteras y periodos largos de lucha- se aborden como ejercicios comunales con un bagaje más largo en el tiempo. Este proceder parece una práctica establecida por distintos poderes que neutralizan lo vivido para ubicar a los involucrados en discursos generadores de víctimas y de recordatorios de momentos específicos, dejando de lado las vivencias completas. Si bien Bosteels dota de importancia acontecimientos concretos, no quiere confundir “todo lo que potencialmente representa Ayotzinapa con la tragedia que tuvo lugar en la noche de Iguala”.4 La construcción de la Escuela Normal Rural Ayotzinapa, para seguir con este ejemplo, no se dio en el fatídico 2014, sino que lo común lleva décadas inventándose y siendo una trinchera donde muchos actores han jugado papeles muy importantes. De este modo, el texto pone en discusión las políticas identitarias como un dispositivo político que contrarresta las vivencias de lo común en México y apela por un abordaje más extenso de las mismas.
Finalmente, no queda más que afirmar que La comuna mexicana permite entender que los acercamientos académicos a ciertas temáticas no requieren de la mirada ortodoxa y llena de fronteras disciplinares, sino que es preciso saltar esas barreras que el tiempo ha vuelto inamovibles. En ese sentido, leer sobre la continuidad, expresada en la articulación de lo común y la comunalidad en México, y al mismo tiempo ser partícipes de la discontinuidad, observada en movimientos plurales y distintos, resulta una experiencia regalada y facilitada a todo lector, con quien comparte ideas y recrea diálogos propicios para estas épocas.