INTRODUCCIÓN
En el tercer decenio del siglo XXI, se está librando una lucha por el relevo de Estados Unidos (EE.UU.) en la hegemonía mundial que China tiene serias posibilidades de ganar. Trasladada al escenario europeo, dicha pugna va a tener dos contendientes principales que, por geografía y tradición, siempre han tenido algo que decir: por un lado, la Unión Europea (UE) y, por otro, el heredero del imperio soviético: la Federación Rusa. La primera experimenta un proceso de ampliación masivo desde 2010; la segunda estuvo relativamente ausente del escenario internacional y también europeo tras el colapso soviético que marcó el final de la Guerra Fría. La razón de ello vino dada por un periodo de inestabilidad interna, inherente a la formación de todo un nuevo sistema en un lapso de tiempo quizá demasiado breve. Ello comportó desajustes y el nacimiento de oligarcas, hoy objeto de las sanciones internacionales a Rusia con motivo de la invasión de Ucrania de febrero de 2022. Ese retroceso en la esfera internacional ocasionó un resentimiento tanto en las elites dirigentes como en la población, que ha ido cristalizando cada vez más, en especial con la Rusia de Putin.
Sin embargo, a finales de los años noventa del siglo pasado, Rusia se sentía con fuerza para volver a presentar credenciales de potencia internacional en la región balcánica -manteniendo a raya Bielorrusia, Ucrania y Moldavia e intentando despegar su influencia en los Balcanes-, el patio trasero de la UE. La batalla entre la UE-Occidente y Rusia se ventila, así, en la frontera suroriental de la primera. En esta región, Serbia es el Estado más decisivo de todos, puente entre el este y el oeste. Sin embargo, la invasión de Ucrania, país en cierto sentido controlado por el Kremlin, ha desplazado de Serbia a Ucrania los esfuerzos rusos. Con todo, Moscú no perderá de vista a Belgrado, porque constituye el siguiente hito tras Ucrania. Y Serbia no puede, a su vez, ignorar a Rusia, porque es uno de los pilares de apoyo en la cuestión de Kosovo. Para Rusia -y más aún después de la erosión de su prestigio que está suponiendo la guerra- es quizá la última oportunidad de no perder el ascendente en la región.
En el presente artículo se aborda el constructo ruso de la asistencia a otros pueblos eslavos, o a aquellos directamente considerados rusos, con base en una supuesta hermandad intemporal en la que Rusia se denomina a sí misma como hermano mayor. Para ello, se llevará a cabo un breve análisis de la situación de países en los que Rusia ha asistido a minorías rusas supuestamente amenazadas. Los países elegidos serán tres europeos: uno no eslavo pero que alberga minorías rusas (Moldavia) y dos eslavos: Bielorrusia y Ucrania, a los que se niega su carácter nacional, considerados rusos por la narrativa del Kremlin. Estos tres ejemplos de influencia rusa en el espacio postsoviético se contrastarán con el caso serbio, donde, del mismo modo, la ambición es desplegar la afirmación de que la historia de Serbia ha transcurrido junto a la de Rusia, hermano mayor y siempre protector según esta cosmovisión. Sin embargo, la posición rusa quedará tocada en Occidente y, en especial, en los Balcanes occidentales, donde mantiene como especial aliado a la Serbia de Vučić, que deberá plantearse hasta qué punto le conviene un socio como Moscú.
LA HEGEMONÍA RUSA EN LAS ANTIGUAS REPÚBLICAS SOVIÉTICAS; LA INTERVENCIÓN DEL “HERMANO MAYOR ESLAVO” EN SOCORRO DE LAS MINORÍAS RUSAS: LOS CASOS DE MOLDAVIA, GEORGIA Y UCRANIA
Conceptos previos del discurso ruso: el “mundo ruso” y la “democracia soberana”
La primera manifestación de Rusia como cabeza del mundo eslavo-ortodoxo fue formulada por el monje ruso Filoteo y se gesta al caer Constantinopla: la corona patriarcal de lo ortodoxo pasaría a Rusia como el país más importante de este ámbito religioso-cultural, iniciándose así el mito de la Tercera Roma, a tenor del cual Moscú sustituye a Constantinopla como cabeza del mundo ortodoxo. Sin embargo, la idea es cuestionada por turcos y por el propio mundo eslavo y, además, Moscú pasó por un siglo de convulsiones, momento nada propicio para poner en práctica ideas hegemónicas.
Tras la “jefatura” religiosa llega el segundo elemento: el mundo ruso, un concepto2 que procede de la ideología imperial rusa del siglo XIX y aparece plasmado en la “constitución” de la república de Donetsk como aspiración.3 Llama la atención el hecho de que, lo que en otros países encaja dentro del concepto de diáspora (rusos o sus descendientes que emigraron al exterior), no es así según la visión y el discurso de poder del Kremlin. Y ello es así porque, técnicamente, estos “rusos” o “compatriotas en el exterior”4 -como prefieren denominarlos en fuentes oficiales- no son, en realidad, ni rusos, ni compatriotas. Se trata de minorías rusófonas o de cultura rusa que no tienen vínculo de nacionalidad con Rusia. Sin embargo, están repartidos en repúblicas que antaño fueron soviéticas y por tanto, no son una diáspora, porque ni siquiera durante el periodo soviético fueron rusos.5 Lo dicho enlaza con la nostalgia de la URSS, que Rusia capitaliza para sí misma. Así, sólo puede hablarse de “compatriotas rusos” en el sentido de rusos étnicos. Esto no es exclusivo de Rusia y se da también en las repúblicas de la antigua Yugoslavia, y no únicamente en Serbia. El segundo elemento o consecuencia de lo descrito es la narrativa de opresión de dichos compatriotas en los países que los albergan (ejemplo de lo anterior es el relato según el cual el régimen “nazi” de Ucrania está cometiendo genocidio contra los rusos del Dombás). Éste es el mundo ruso del que habla Rusia, que puede traducirse, en términos geopolíticos, como esfera de influencia que el país reclama para sí y que contrapone a la expansión de la OTAN y de la UE: y Serbia es uno de los miembros más cercanos, al menos en segundo lugar. Naturalmente, el constructo del mundo ruso -una de cuyas consecuencias es la fraternidad eslava, que se trata aquí- es una herramienta de Moscú para recuperar la influencia perdida tras el desmoronamiento de la URSS.
Con arreglo a lo dicho, el concepto moderno de soberanía pierde vigor ante esta especie de globalidad difusa que preconiza el concepto de “mundo ruso”. Se trata de una utopía retrógrada anterior al advenimiento del Estado-nación,6 un retorno a unos valores difusos de un mundo ideal perdido en un tiempo pasado que -y esto es una idea recurrente- siempre fue mejor. Ahondando en lo descrito, Occidente -en especial EE.UU.- es, según lo afirma Putin en su discurso previo a la invasión de Ucrania, un “imperio de las mentiras” que ha atentado no sólo contra los “valores tradicionales”, sino también contra las “normas de la moral y la ética por todos reconocidas”, sin especificar a ciencia cierta en qué consisten los valores aludidos.7 Esta utopía se traduce en “esferas de influencia”, esto es: reivindicación de los antiguos territorios de la URSS. Es una meta.
Otra manifestación del mundo ruso es la “rusianidad”, que implica que el centro (léase Rusia) engloba a la periferia, aunque se hable sutilmente más del etéreo concepto de Eurasia8 que del espacio de la antigua URSS.9 Sin embargo, no es solamente ruso el motor: estos “rusos” repartidos en otros países adoptan un papel activo, ya que -según el enfoque de los teóricos- son depositarios de una enorme energía, que caracterizaría a los pueblos que viven entre dos mundos: se trata de gentes “apasionadas”, contenedores de pasión: enérgicos, aventureros y emprendedores10 (su actuación para “liberar” el Dombás sería una manifestación directa de este carácter11). Por último, íntimamente ligada a la idea de “mundo ruso”, se imbrica el concepto de democracia soberana. Esta idea es otra esfera más del “ser ruso” y nace, como no podía ser de otra forma, opuesta al “decadente” oeste, falto, como ya se apuntó, de valores tradicionales. El concepto de democracia soberana tiene de positivo el hecho de ser de asimilación rápida, adaptable al gran público, de ahí que su contenido sea vago y especulativo. Con todo, habría elementos definitorios como tradicionalismo, celo por la soberanía estatal y exclusividad nacional.12 En este peculiar tipo de democracia no tienen un rol primordial nociones como Estado de derecho (en la democracia soberana la justicia es más un ideal que un pilar del sistema) o la protección de las minorías, libertad de prensa o existencia de una oposición viable, entre otros. De ahí, se pasa a una intencionada comparación con las democracias occidentales. Éstas -según esta idea- intentan denodadamente imponer su tipo de democracia a Rusia. Por tanto, se niega la universalidad de los valores de la UE; es más: dichos valores pretenden cercenar los rusos. En suma, ambos tipos de democracia son igualmente válidos según este relato. De acuerdo con lo dicho la democracia soberana es una forma de democracia que se adapta a los rusos y -se supone- es por añadidura querida por ellos. En un ejercicio de dudosa equidistancia, se sostiene que la democracia soberana (es decir, la rusa) tiene fallos, pero también los tienen las democracias occidentales. En cuanto a la relación con la UE, las puyas son significativas: los rusos son soberanos, los miembros de la UE no, pues dicha organización impone a sus Estados una normativa que restringe su soberanía. Por esta razón sentó a Putin tan mal que, en momentos previos y durante la invasión, al remitir una carta a cada uno de los Estados de la UE, fue el Alto Representante de Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, quien contestó en nombre de todos. Las acusaciones de países que no saben regirse por sí mismos y que están condicionados por una UE antisoberana no se hicieron esperar por parte del Kremlin.
Moldavia, Georgia y Ucrania: el mundo ruso y la fraternidad eslava
Como paso previo, puede hablarse del caso de Georgia. No siendo un país eslavo, ha sido objeto de intervenciones rusas en 1991-1992 y 2008. El asunto tan sólo se esbozará, porque no es objeto de análisis de este estudio. El patrón se repite: Rusia acude a socorrer a las minorías (circasianos y rusos, amén de otras nacionalidades) en Abjasia, y a alanos (y otras nacionalidades entre las que se cuenta la rusa) en Osetia del Norte. El antecedente claro más o menos reciente es el acercamiento de Georgia a la UE y, sobre todo, a la OTAN desde 2003 y, en especial, desde 2008, lo que provocó la última invasión en Osetia del Norte.13 Ahora, en 2022, el país caucásico solicita la incorporación a la UE, consciente de que es el único paraguas que puede otorgarle cierta protección.
El siguiente bloque está integrado por Bielorrusia, Moldavia y Ucrania, parte del confín noreste de la UE. En cuanto a Bielorrusia, eslavo y, por consiguiente, parte del “mundo ruso”, es un Estado que supone más un caso de protectorado ruso14 que de país influido por Rusia de alguna manera. Alexandr Lukashenko, el único dirigente que ha conocido Bielorrusia desde 1994, preconiza tendencias resovietizadoras y prounión del mundo ruso. Minsk se ha mantenido siempre bajo la órbita de Moscú. Su política exterior está subordinada a Rusia15 como lo demuestra el hecho de que dicho país utilizó territorio bielorruso para invadir Ucrania en 2022. Las aproximaciones de la UE no tuvieron excesivo éxito, resignándose los comunitarios a establecer una relación más a largo plazo, sin esperanza en lo relativo a avances en los campos democrático y del Estado de derecho, entre otros muchos. Del alejamiento de Bielorrusia con respecto a la UE dan testimonio varios hechos, a saber: en primer lugar, la brutal represión de las protestas tras el muy probable fraude electoral en agosto de 2020, en las que Lukashenko amagó con pedir ayuda a Rusia; en segundo lugar, un proceso de autocratización16 que se refuerza con la constitución de diciembre de 2021. El nuevo texto constitucional permite armas nucleares en el territorio del país y la inmunidad vitalicia del presidente, aun cuando se pusiera fin a su mandato. Lo dicho se complementó, como tercer elemento, con una visita de Putin al objeto de realizar unas maniobras militares conjuntas.17 Independientemente del mensaje de poder ruso a Occidente, a la postre fue una preparación para la invasión de Ucrania desde territorio bielorruso.
En lo tocante a Moldavia y Ucrania, ambas comparten problemas que las alejan de la UE, en tanto que no cuentan con requisitos mínimos ni siquiera para pensar en una preadhesión. Así, presentan graves carencias en campos (sin pretender ser exhaustivos) como el Estado de derecho o la lucha contra el crimen organizado, a lo que se suman marcados desajustes de mercado. Dichos males se deben, entre otras razones, a la presencia ubicua de la delincuencia organizada y la corrupción, que lastran sobremanera la economía. A nivel comparativo, el proceso más actual de adhesión a la UE es el que agrupa a los Balcanes occidentales, en concreto, los llamados West Balkan 6 (WB6), grupo formado por Albania, Bosnia-Herzegovina, Kosovo (independientemente de su discutida estatalidad), Macedonia, Montenegro y Serbia. De éstos, los dos últimos son los más avanzados, por ello denominados por Bruselas frontrunners. La UE exige reformas en los campos mencionados y, a cambio, otorga a estos países asistencia técnica y económica para alcanzar las metas establecidas.18
Volviendo a Moldavia y Ucrania, Moscú prolonga su tradicional influencia conjugando la ayuda fraternal al “compatriota” ruso, traducida en fuerzas de invasión u ocupación, con la espada de Damocles de la asfixia económica a través del control del suministro del gas por parte de la empresa rusa Gazprom.
El primer ejemplo es la República de Moldavia. Este pequeño Estado, enclavado entre Ucrania y Rumania, alberga a una minoría rusófona. Presenta el país varios factores que lo vuelven totalmente vulnerable a la Federación Rusa tanto en lo político como en lo económico. El primero pasa por lo que algún autor llama el “efecto Transnistria”,19 que condiciona ineluctablemente la relación con Rusia. Dicho minúsculo territorio entraña un esquema reiterativo que Rusia aplica a las antiguas repúblicas soviéticas “díscolas” y que se repite en el Dombás ucraniano desde 2014. En virtud de lo mencionado, tiene lugar el conflicto de Transnistria entre dicho territorio y el gobierno de Chisinau en 1992. El ejército ruso entra al enclave a petición de su minoría homónima, con el objeto de protegerla y para garantizar la paz,20 y allí permanece desde entonces, estando el territorio integrado de facto en las estructuras federales rusas. Moldavia no conoce un desarrollo político estable, ya que es blanco de las presiones de Moscú. Chisinau, para intentar conjugar el peligro del poderoso vecino ruso, se volcó a Occidente y a la UE, lo que le acarreó aún más inestabilidad crónica. La razón viene dada porque Moscú continúa presionando para que la totalidad de Moldavia se sume a la mencionada federalización, propuesta que el país rechazó, por ejemplo, en 2004. Otra herramienta del Kremlin es el acceso de mandatarios prorrusos a la presidencia del país, que bloquean todo acercamiento a la Unión Europea o a la OTAN. Ello motivó revueltas como la de 2009, tras las que vencieron las fuerzas proeuropeas en unos nuevos comicios. Este gobierno firmó un Tratado de Asociación con la UE.21 Rusia reacciona con sanciones que asfixian la economía y a la población. Entonces, los moldavos vuelven a elegir presidentes prorrusos, entrando así en un ciclo vicioso. El último de los presidentes rusófilos fue Igor Dodon, quien fue sucedido por la europeísta Maia Sandu (en el cargo desde el 15 de diciembre de 2021) quien -quizá para no molestar a Rusia- evita la confrontación Este-Oeste y focaliza su actuación en cambiar el gobierno de ladrones y en salir del estancamiento económico.22
Además de la presencia física militar, está presente la presión política: el llamado “chantaje del gas”. Así, el Krem lin utiliza como arma el ajuste del precio de dicha materia prima, del que Moldavia depende totalmente, convirtiendo al país en blanco fácil de las medidas coactivas de Moscú. Moldavia ha intentado en varias ocasiones liberarse de su dependencia e integrarse en un mercado comunitario de la energía para diversificar sus exportaciones, lo que obliga a la República a adoptar el acervo comunitario en la materia.23 El incoveniente es que gran parte de Europa -en especial, Alemania- necesita el gas ruso para funcionar.24 En consecuencia, Moldavia padece una indefensión integral. Prueba de ello son episodios graves como los de 200625 y la segunda mitad de 2021. Ambos están relacionados con la renegociación del precio del gas con Gazprom. El contrato con la empresa expiró en 2021 y Rusia impuso precios inasumibles para Moldavia, justo antes del comienzo del crudo invierno moldavo y con el país en gran parte desabastecido. La razón de tal proceder hay que buscarla en el malestar de Moscú porque una europeísta como Maia Sandu ocupe el poder, y se muestre, a mayor disgusto ruso, más firme con respecto al contencioso de Transnistria.26 Tanto la UE27 como Ucrania, tradicionalmente enfrentada a Rusia en la cuestión del tránsito del gas ruso por Europa, ofrecen su ayuda. Ésta es otra razón más de Putin para mandar un aviso a Kiev: Chisinau teme ser el siguiente, más aún cuando Rusia anuncia que su objetivo militar en Ucrania es unir el Dombás con Transnistria.28
El último caso antes de pasar a Serbia es el de Ucrania. El país pertenece al ya analizado mundo ruso. Moscú usa siempre, como argumento legitimador, la consideración como rusos de las minorías rusoparlantes,29 aunque la cuestión no es tan simple: no todo ucraniano que hable ruso como lengua materna puede ser considerado “ruso étnico”. Con todo, lo más importante no es la diferenciación entre ruso étnico o ucraniano, sino que ambos, con sus peculiaridades, son rusos, en cualquier caso.30 La idea puede explicarse con una serie de ejemplos, a saber:31 primero, se consideran los intereses de Ucrania dentro de los rusos como parte de la rusianidad. En este sentido se conmina a Ucrania a unirse a los procesos euroasiáticos (un eufemismo de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), liderado, obviamente por Rusia32). Dicha organización es además una manifestación del mantenimiento de la identidad de la civilización (léase rusa); segundo: la anexión ilegal de Crimea es vista como un elemento de la unidad/reunificación de Rusia; tercero, proposiciones de unidad aduanera Rusia-Ucrania-Bielorrusia;33 cuarto: la política exterior de Ucrania se describe en clave de lealtad (si se acerca a Rusia) o de traición (si lo hace a la UE o a la OTAN); por último y como, en cierto sentido, sucede en Serbia, se contraponen las manifestaciones del Kremlin que redundan en compromisos y beneficio mutuos, paciencia y entendimiento con una realidad más cruda que pasa por chantaje, ultimátums, descalificaciones, amenazas34 y, como se está viendo desde 2014 y, en especial, desde 2022, agresión militar.
Además -otro elemento insistente del discurso ruso- es la deslegitimación de la dirección del país: estas minorías rusas se encuentran en regímenes “rusofóbicos” que oprimen su ser y sus derechos. Por dicha razón, las minorías étnicas rusas esperarían ansiosamente su liberación por parte de Rusia. Un ejemplo es el de Crimea en 2014.35 Según el discurso antedicho, no permitir los deseos de las mencionadas minorías implica la contención a Rusia, que frustra su avance, lo que es para Putin una cuestión de vida o muerte. Así, el intento de Ucrania de acercarse a la OTAN es también un intento de contención. De acuerdo con esto, si el gobierno ucraniano lucha contra los “legítimos” deseos de la población del Dombás de integrarse en Rusia, se actúa contra el derecho internacional y se le califica, además, de genocidio. Las presiones de la OTAN y las advertencias a Rusia no se consideran vinculantes, pues la Alianza es protectora de nacionalistas radicales y neonazis (el gobierno de Ucrania es calificado, así, de “banda de drogadictos y neonazis”): por ello es necesario desnazificar Ucrania (si bien Putin ignora deliberadamente que existe una pujante comunidad neonazi en su país), y defender las legítimas aspiraciones de Donetsk y Lugansk, cuya independencia reconoce.36 Por ello, para evitar la guerra, el mandatario ruso exigió volver al régimen de Yalta y la posguerra mundial, donde el rol de Rusia era más relevante en la esfera internacional.
En cuanto al camino hacia la guerra, es necesario contrastar el discurso ruso y sus afirmaciones con lo en realidad sucedió. El paralelismo con la invasión de Georgia en 2008 es notorio. Como se ha dicho, el acercamiento a la OTAN o a la UE es el detonante, pero le preceden sucesos como la Revolución Naranja de 2004 o -en particular- el Euromaidán de 2013-2014. Ocupaba entonces la presidencia en Kiev Víktor Yanukóvich, prorruso quien, sin embargo, había negociado con la UE un acuerdo de Asociación en 201337 que debía ser firmado en 2014 (si bien la UE ya tenía implementado un programa de asistencia económica a Ucrania al menos desde 2007).38 Sin embargo, Yanukóvich, tras reunirse con Putin, anula el acuerdo con la UE, además de firmar con Rusia un tratado de asistencia económica, junto a una reducción del precio del gas (cuestión que siempre permea la geopolítica de la zona). Las protestas contra este viraje se recrudecen y acaban con la huida a Rusia del mandatario ucraniano. Esto generó una división en Ucrania, atizada por Rusia, entre prorrusos (minoritarios) y aquéllos a favor del gobierno de Ucrania.39 Kiev no respondió de la forma más prudente al cambiar la constitución de 2012. En la carta magna de 2016 se establecía el ucraniano como única lengua oficial, por mucho que se otorgara estatuto de protección a otras lenguas, entre las que se hallaba el ruso.40
En cualquier caso, la tensión aumenta en Crimea con los paramilitares prorrusos exigiendo la separación de la península y, pese a que los acuerdos de 1997 y 2010 entre Ucrania y Rusia vetaban que la armada rusa se ubicara en Crimea, la misma hizo lo contrario. Crimea apareció tomada por los paramilitares “prorrusos” que, en un ambiente de extorsión a los partidarios de seguir en Ucrania, celebran un referéndum, consulta declarada ilegal por gran parte de la comunidad internacional. La UE responde firmando una serie de sanciones contra Crimea y, luego, contra Rusia41, y se plantea la progresiva integración de Ucrania.
En cuanto al conflicto del Dombás, también comparte una premisa similar. Según la narrativa rusa, se apoya a los hermanos rusos, oprimidos por un “Estado nazi”, el ucraniano. Desde este prisma simplista y maniqueísta, los prorrusos ocuparían el lugar de los soviéticos en su lucha contra los nazis, y los ucranianos (llamados Banderovets o probanderistas),42 el de los nazis. En dicho sentido, los partidarios de la integridad territorial de Ucrania “pierden” tal atributo para ser considerados antirrusos; y los simpatizantes del Euromaidán en Donetsk, llamados “fascistas “o Maidanut. La realidad es que, de manera minoritaria pudo haber algunos combatientes neonazis pro-Ucrania en el Dombás, pero en un país donde la extrema derecha nunca fue relevante. Quien sí presenta, en cambio, vínculos con partidos de extrema derecha europeos es Vladimir Putin, bajo cuyo mando la Federación Rusa realizó préstamos al Front National de Le Pen, además de comandar el grupo de países de la UE más antieuropeo,43 liderados por Viktor Orbán (presidente húngaro) y Mateusz Morawiecki44 (Polonia). Asimismo, existe en el ámbito ruso el partido Rodina (“madre patria”, afín a Putin y cercano a la extrema derecha). Dicha formación organiza el Foro Conservador Internacional Ruso en 2015, donde acuden 150 representantes de lo más granado de los partidos ultranacionalistas y fascistas de Europa.45 Es desde esta concepción que Putin apoya a los separatistas, para lo cual debe invadir Ucrania. Por último, cabe citar otro elemento legitimador: el patriarca Kirill declara la licitud de luchar contra el lobby gay (del que formaría parte Ucrania). El patriarca es un aliado de Putin, tal y como se desprende de las declaraciones vertidas en 2012, a tenor de las cuales “el gobierno de Putin es un milagro de Dios”.46 El problema para Putin fue que en Ucrania no todo era blanco y negro: gran parte población rusófona -en especial en Járkov, de mayoría rusoparlante- se unió al gobierno ucraniano para defender el país y se opuso a la ocupación rusa.
LA CREACIÓN DEL CONCEPTO DE “FRATERNIDAD ESLAVA” COMO HERRAMIENTA DE INFLUENCIA DEL KREMLIN: PERSPECTIVA HISTÓRICA DEL CASO DE SERBIA Y LAS RELACIONES RUSO-SERBIAS
Notas previas: similitudes y diferencias entre la Rusia de Putin y la Serbia de Vučić
La Rusia de Putin, o “putinismo”, puede definirse como un “Estado híbrido y modernitario”. Lo primero hace referencia al grado de desarrollo de sus instituciones democráticas, que no lo equiparan a una democracia plena; lo segundo, un “régimen modernitario”, puede precisarse como un “régimen autoritario que impulsa la modernización económica”. Ello se posibilita a través del control de los recursos naturales y de distribución de la producción. Este tipo de sistemas genera clientelismo, poder excesivo de los oligarcas, con los que se cuenta, y la corrupción generalizada a largo plazo.47 Sin embargo, controlando dicha oligarquía o poniéndola a su servicio, como lo hizo Putin, se posibilita la perpetuación, en este caso, del líder ruso en el poder.
Dicho régimen modernitario ha tenido históricamente una función, por así decirlo, de emergencia, pues permitía un rápido crecimiento o su activación en países o zonas muy degradadas debido a, por ejemplo, un conflicto armado. Este es un rasgo que Rusia y Serbia comparten. La primera ha salido abruptamente de un sistema de economía planificada que fue sustituido por un liberalismo radical fallido; la segunda, después de atravesar una crisis económica en el decenio de 1980, experimentó una década posterior sembrada de conflictos bélicos que ocasionaron un colapso económico aún más pronunciado. El caso serbio es naturalmente más atenuado que el ruso, lo que no impide al presidente Vučić adoptar un sistema que no choque de manera demasiado frontal con la UE como sucedería si se adoptara el putinismo: la Hungría de Orbán,48 en clara contradicción con la UE pero siempre al límite de las posibilidades de ello. En cualquier caso, tanto en Serbia como en Rusia, se obstaculiza la labor de la oposición en los procesos electorales, convirtiéndolos en una farsa.49 Cabe precisar que es menos grave en Serbia que en Rusia; sea como fuere, Serbia no es una democracia plena, como se verá más adelante.
En cuanto a los referentes ideológicos, éstos también son compartidos, en no poca medida, por ambos países: en Rusia, son los más notables -entre otros- el nacionalismo -aspecto que aquí se aborda-, el conservadurismo (manifestado en la ya descrita “utopía retrógrada” al analizar el concepto de “mundo ruso”) y el iliberalismo.
En lo que atañe al último, es un concepto deudor de la idea de “democracia soberana”: el crecimiento económico puede llevarse a cabo a través de sistemas distintos a las democracias liberales occidentales.50 En el caso de Alexandar Vučić, se traduce en constantes diatribas contra una UE a la que quiere pertenecer, una UE que pretendería -siempre según la concepción del líder serbio-, asfixiar el “ser” de su pueblo.
Por el lado serbio, cabe referir elementos similares: el nacionalismo del que Vučić proviene es palmario, incluida la retahíla de victimismo y del “todos contra Serbia”. Así, añora la Serbia del pasado, el Estado dirigente de la Yugoslavia de Tito e, incluso, permanece impasible ante los homenajes de diversos criminales durante las guerras balcánicas, como Ratko Mladić,51 haciendo declaraciones en el pasado en las que espoleaba el genocidio contra los musulmanes52 -lo que da cuenta de sus escasas credenciales democráticas o moderadas- entre otros muchos ejemplos.
Respecto al mencionado asunto militar, Vučić profesa idéntica querencia por las fuerzas armadas que su homólogo ruso: si Vladimir Putin acometió una reforma y mejora de las fuerzas armadas desde 2014, el serbio no se queda atrás, aumentando el presupuesto militar53 y realizando apelaciones en 2022 al restablecimiento del servicio militar obligatorio, abolido en 2011.54
Dichos referentes que se dan en la Rusia de Putin tienen lugar, en menor medida, en la Serbia de Vučić, donde las pulsiones autoritarias se atemperan por un proceso de integración en la UE que lo condiciona casi todo y obliga a seguir parámetros más democráticos, si bien en retroceso: cabe decir que, en 2021, Serbia ha sido encuadrada en el grupo de los regímenes “híbridos o en transición”.55
Las relaciones ruso-serbias en el mandato de Aleksandar Vučić en Belgrado: una perspectiva histórica
Belgrado lleva cabo una peligrosa política de equilibrio entre la UE y Rusia. Una de las estrategias del último para desplegar la influencia en Serbia consiste en apelar a las supuestas relaciones seculares de amistad entre los dos países. Es cierto que siempre existió en la opinión pública de ambos países una simpatía recíproca, si bien no se reflejó en el devenir histórico. No obstante, la narrativa rusa -apoyada por Vučić, presidente serbio desde 2017-, proclama que Rusia acudió siempre en auxilio de Serbia cuando ésta lo precisó.
El punto de partida es la Edad Moderna,56 cuando el Principado de Moscú57 se atribuye la jefatura eslavo-ortodoxa tras la caída de Constantinopla, a la sazón tradicional cabeza de la cristiandad ortodoxa. Iván IV el Terrible (1530-1584) inicia la idea/mito de la Rusia protectora de la cristiandad en los Balcanes,58 aunque habría que esperar a la Rusia imperial clásica del siglo XVIII para que volviera a pensar en la zona.
En las edades moderna y contemporánea, Rusia tiene como una de sus prioridades el acceso o control de los estrechos turcos, quedando la supuesta “protección” a los “hermanos” eslavos y a Serbia aparcada, no dudando incluso en ir en contra de los intereses serbios.59 Para Rusia, son los hermanos serbios peones para aumentar la influencia en la región y obtener otras ventajas comerciales.60 El siglo XIX es un ejemplo de seguimiento de la misma política, aquella en que los zares abandonaron Belgrado cuando no existía prebenda que obtener. Como conclusión del periodo, puede decirse que la protección rusa sobre Serbia es mínima cuando no inexistente. Un ejemplo es el decisivo Tratado de San Stefano (1878), que lleva a Serbia a la independencia de facto gracias a la ayuda rusa, misma que, por ejemplo, no se dio tres años antes61 pero sí ahora, cuando el imperio de los zares obtiene grandes ventajas en los Balcanes. Otros momentos de similar olvido de la “causa” serbia pasan por el apoyo a Bulgaria e incluso a Austria-Hungría en detrimento de Belgrado.62 Del mismo modo, el “apoyo” ruso brilló por su ausencia durante las guerras balcánicas de 1912 y 1913, así como durante el transcurso de la Primera Guerra Mundial. En dicha conflagración, la amistad serbo-rusa no era sino “una consecuencia lógica de los imperativos que regían la política rusa de los Balcanes”: San Petersburgo no iba a ir a una guerra por Serbia si no obtenía nada a cambio.63
Tras la Gran Guerra tiene lugar la creación del Reino de serbios, croatas y eslovenos, cuya máxima preocupación -fundada- eran la Italia fascista y el III Reich alemán. La URSS es en principio un aliado, pero Yugoslavia recela de Moscú. Tito siempre tuvo claro que el “hermano mayor eslavo” era el principal enemigo.64 Lo mencionado lo atestigua la política exterior soviética desde 1948 que vio a Yugoslavia como una amenaza para la cohesión del bloque socialista. Yugoslavia, por su parte, siguió un dinámico camino autónomo con respecto al resto del mundo socialista, destacando su liderazgo en el Movimiento de Países No Alineados (MNOAL) y su socialismo autogestionario (1950). Ello cuestionaba el socialismo monolítico de la URSS. Las tensiones entre los dos países crecieron: Moscú tuvo encima de la mesa la idea de invadir Yugoslavia, aunque lo impidió el estallido de la Guerra de Corea (1950) y la presencia disuasoria de la OTAN. Con todo, se marcó como meta desestabilizar Yugoslavia, atizando las rivalidades entre las distintas repúblicas y favoreciendo la emergencia de grupos prosoviéticos.65 A la muerte de Stalin (1953) y con Nikita Jrushchov en el poder en Moscú (1953-1964), la situación se suaviza,66 aunque los soviéticos se ven como el patrón indiscutible de la relación.67
Durante el mandato de Brézhnev (1964-1982), la relación con Yugoslavia68 no fue mala, pero evidentemente no gustaban a la URSS los intentos yugoslavos de mayor democratización y medidas de economía de mercado.69 Para muchos analistas soviéticos, la disolución de Yugoslavia era necesaria, pues ponía en peligro la propia existencia del Pacto de Varsovia y el comunismo europeo.70 No obstante, el punto de inflexión llega en 1968 con la invasión soviética de Che cos lo va quia y la pasividad occidental al respecto. Por lógica le debía tocar el turno a Yugoslavia.
Iniciada la década de 1980, atraviesa Yugoslavia una cruda crisis económica. Por dicha razón, el enfoque de Moscú cambia, intentando que fuera un Belgrado necesitado de ayuda quien se le acercara. El mandato de Mijaíl Gorbachov (1985-1991) desgastó un poco la intolerancia a la especificidad yugoslava, aplicando un mayor pragmatismo a la política exterior soviética71, lo que potenció el entendimiento bilateral:72 la difícil situación económica yugoslava no fue ajena a lo descrito.
DE LA ERA MILOŠEVIĆ A LA SITUACIÓN ACTUAL: APOYO NADA INCONDICIONAL Y OPORTUNISMO POLÍTICO MUTUO
La era Milošević (1987-2000)
Slobodan Milošević fue, con su nacionalismo agresivo, el principal detonante de las guerras que asolaron Yugoslavia. Una débil URSS actúa en principio como mediadora, aunque apoyando las sanciones internacionales contra Yugoslavia73 en la ONU.74 Con todo, la URSS era ya un cadáver político: se disolvía en diciembre de 1991, siendo su sucesor la Federación Rusa. El nuevo Estado, aquejado de múltiples problemas, no estaba en condiciones de plantear su política exterior de forma autónoma, menos aún en clave soviética, por lo que el primer mandatario de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, fue continuista, secundando las posiciones occidentales. Otras acciones de la política exterior rusa siguen en la línea del acuerdo con Occidente, como el plan de paz para Bosnia-Herzegovina (BiH) Vance-Owen (1993), al que Estados Unidos se opone lanzando un contraplan que combina ataques aéreos cuyo fin es el embargo de armas para BiH (“lift and strike”), con el que Rusia sigue estando de acuerdo. Pero la posición de Yeltsin cambiará a una política más independiente debido a las fisuras entre los aliados occidentales75 y las presiones de sectores ultraderechistas en la Duma -quienes acusan a Yeltsin de traidor al hermano serbio-. Se inaugura así un apoyo más decisivo a Yugoslavia (desde 1992, República Federal de Yugoslavia, RFY, integrada sólo por Serbia y Montenegro). El ministro de exteriores ruso Vitali Churkin, enviado especial del presidente ruso para Yugoslavia (más tarde hombre fuerte de Putin en la ONU) actúa como máximo valedor de los intereses de los serbobosnios de Radovan Karadžić.76 Sin embargo, es necesario realizar algunos matices, a saber: en primer lugar, Rusia no poseía tanta influencia sobre los serbobosnios como quería hacer ver; segundo, el apoyo a la RFY obedece también a razones de consumo interno, en un momento en que el ultranacionalista paneslavista Vladimir Zhirinovsky gozaba de predicamento en la opinión pública rusa; en tercer lugar, Rusia no tuvo reparo alguno en distanciarse públicamente de su “aliado” serbio cuando el apoyo a éste perjudicaba su imagen: se trataba de recuperar el prestigio soviético y de contener a Occidente en el espacio postsoviético. La clave no es asistir al hermano serbio, sino usarlo en su propio beneficio.77 En cuarto lugar, el apoyo a Yugoslavia no fue tan radical: la retórica nacionalista y agresiva es distinta de lo que se halla en los archivos de la ONU, que certifican que en la inmensa mayoría de las ocasiones Rusia actuó buscando el consenso con otros actores y que no pocas veces fue un aliado de primer orden -en especial del Reino Unido y Francia78 frente a Alemania,79 sobre todo en cuanto al reconocimiento de Eslovenia y Croacia.80 Por último, se achaca a Moscú su oposición al uso de la fuerza, pero lo cierto es que las objeciones del Kremlin en este sentido coincidían con las de las cancillerías europeas81 y estadounidenses.82
En cuanto a los serbios, veían en Rusia un influyente aliado que tenía poder de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que no obstó en manera alguna para ignorar las iniciativas diplomáticas rusas cuando les parecía oportuno, minando así el prestigio de una Rusia muy necesitada de éste. A fin de cuentas, los rusos no estaban tan lejos de las posiciones occidentales,83 colaborando incluso en el despliegue de las fuerzas de paz de la IFOR o la SFOR tras el conflicto.84
Sin embargo, el momento decisivo de la actuación rusa es la guerra de Kosovo (1998-1999) donde destaca la labor del respetado Yevgueni Primakov como ministro de exteriores.85 Su meta consistirá en mejorar la presencia rusa en el mundo, que había perdido posiciones en detrimento de la OTAN y Occidente. Serbia va a tener en este empeño un rol decisivo. Sin embargo, dicho menester no se logra desde una posición de fuerza que ya no existe. No trata de superar a EE.UU., imposible tarea, sino de fomentar un sistema multipolar, al objeto de que Estados Unidos dejara de ser la única superpotencia o, al menos, que tuviera algún tipo de contrapeso, con Rusia o China como centros de poder alternativos a Occidente.86 Sus pautas de actuación han creado una nueva forma más rea lis ta de concebir la política exterior: la pragmática “doctrina Primakov”, que ni siquiera excluye colaborar con la OTAN. Su gestión del conflicto de Kosovo fue paradigmática, buscando siempre apuntalar la posición y los intereses rusos en la esfera internacional.87
Volviendo al conflicto de Kosovo, Rusia apela, por una parte, a la tradicional amistad ruso-serbia (en línea con lo ya analizado) y asume las tesis serbias sobre el contencioso.88 Además, se implica en detener la violencia y forzar a la RFY (de la que Serbia es el socio dirigente), a negociar con los albanokosovares. Formó, en virtud de ello, parte del Grupo de Contacto -iniciativa, por cierto, rusa-, en apoyo a la diplomacia coercitiva (sanciones, advertencia de intervención de la OTAN). Así, la Federación Rusa no se opone a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.89 Ahora bien, sin menoscabo de lo descrito, Rusia no secunda a la ONU o a la OTAN, en todo caso, apoya la amenaza de intervención de la Alianza, pero se muestra renuente a su materialización, aspecto en el que los miembros del Consejo de Seguridad estaban sumamente divididos. De este modo, Rusia se mostraba en desacuerdo -y, en su caso, no apoyaba- cualquier resolución que implicara, aún de forma indirecta, el ataque a la RFY. Un ejemplo al hilo de lo dicho es proclamar que una intervención unilateral de la OTAN suponía una “seria violación del derecho internacional, con desastrosos efectos para el orden mundial post-Guerra Fría”,90 a la vez que apostaba, siguiendo la entonces posición de la ONU, por la integridad territorial de la RFY. De cualquier forma, la Federación Rusa enviaba siempre el mensaje claro de que tomaba la iniciativa e intentaba minar el prestigio de una Alianza que podía en el futuro devenir en una ampliación de la misma.91 Ello amenazaba el protagonismo que tenía hasta entonces, del que dan muestra iniciativas diplomáticas unilaterales, la más importante y un verdadero éxito diplomático, el Acuerdo de Moscú (16 de junio de 1998), firmado entre Boris Yeltsin y Slobodan Milošević y saludado por la UE,92 obligando a Occidente a rectificar.93 De este modo, la Federación Rusa se anticipa a la S/RES/124494 (integridad de la RFY, no independencia de Kosovo) emitida un año después.
Iniciados la campaña de ataques aéreos de la OTAN, el Kremlin intentó siempre trasmitir la imagen de un Milošević que busca una solución política. La intensa actividad diplomática de Moscú obedece también, no obstante, a otras razones geoestratégicas: hacer ver al mundo que Rusia sigue siendo una potencia internacional activa e independiente, la única capaz -según el relato ruso- de ofrecer diálogo frente a una OTAN que sólo ofrece guerra. Lo aludido se posibilita en virtud del liderazgo que ejerce Rusia en Belgrado y en toda la región95 y, por ende, en la seguridad europea y a escala mundial: Moscú sería, así, el único sujeto internacional capaz de arrancar acuerdos a la RFY. El problema para Rusia radicaba en la intransigencia de un Milošević, que a la postre constituyó un clamoroso error de cálculo, pues Rusia estaba seriamente comprometida en asistir al presidente serbio, pero también se trataba -sobre todo- del prestigio ruso. Cuando los diplomáticos rusos vieron que sus esfuerzos no daban resultado, comenzaron a enviar señales a Occidente para actuar contra la RFY.96 En cualquier caso, el Kremlin llevó a cabo una ambigüedad calculada. Por una parte, daba a entender -y es muy factible que también lo creyera- que era necesario emplear medidas más contundentes contra el régimen serbio, aunque de igual manera tampoco deseaba ver menguar su ascendente sobre Belgrado.97 Las coincidencias con Occidente se daban en torno a forzar a Serbia al diálogo político, contemplando el uso de la fuerza o la amenaza a la misma si no colaboraba. De esta manera, se aseguraba a Moscú un rol de primer orden en la esfera del manejo del conflicto, con lo que se incrementaba su liderazgo en la zona. Las conferencias de Rambouillet albergaron el diálogo político entre Serbia y los representantes albanokosovares, asistidos por representantes de la UE, Estados Unidos y Rusia. Naturalmente, esta última debía ejercer su rol de “hermano mayor”, y fue a partir de este momento en que actuó más decididamente como tal y siempre sin dejar de lado los intereses rusos. Por mucho que Moscú culpara a Occidente de imponer un Diktat a Serbia, lo que los negociadores rusos deseaban en realidad era que Serbia aceptara, pues ello constituiría un éxito diplomático, en virtud del cual el Kremlin exhibía un juego doblemente ganador: aliado de Serbia, por una parte, y Estado comprometido con la paz y el arreglo pacífico de controversias a nivel multilateral, por otra. En Rambouillet los rusos pensaban que la mediación más próxima entre países “amigos” facilitaría o forzaría a los serbios a negociar con los albanokosovares. Para algunos observadores, como Joschka Fischer, entonces Außenminister alemán, existían otros propósitos adicionales: lograr fracturas dentro de la UE, en especial en Alemania, donde las relaciones entre los miembros de la coalición gobernante eran tensas.98 El mismo patrón se repite 23 años después con motivo de la guerra de Ucrania.
Sin embargo, el elemento que haría que Occidente “perdiera” a los rusos fue una decisión no demasiado acertada de EE.UU. que ignoraba a Moscú.99 Rusia, con razón, se sintió ninguneada y, como en la Gran Guerra, la única opción que le quedó fue apoyar a Serbia, más por conveniencia política que por afecto hacia los “hermanos” serbios.
Al iniciarse la campaña de ataques de la OTAN sin el mandato de las Naciones Unidas, Rusia tiene una razón de peso para oponerse: el derecho internacional. El nuevo ministro de exteriores ruso, Igor Ivanov, quien trabajaría cinco años para el nuevo presidente ruso, Vladimir Putin, cambia el enfoque, retornando a la retórica antioccidental de antaño, incluso bélica;100 una actitud que, al día de hoy, caracteriza a Putin y que generó una importante consecuencia: el victimismo de Rusia con respecto a la OTAN, en línea con el revanchismo ya descrito: la naturaleza de la OTAN sería, de esta forma, antirrusa. Con todo, conviene señalar que, a finales de 1990 era sólo eso, retórica: el apoyo a la RFY chocaba con la necesidad de los créditos occidentales debido a una situación económica complicada por la crisis financiera del año anterior. Ivanov puso en marcha, eso sí, una serie de gestos de “fuerza”, tomando la iniciativa,101 aunque tuvo que claudicar en más de una ocasión. Ello, a su vez encendió los ánimos de la opinión pública, donde cundía un sentimiento de humillación que se mantiene hoy.
El discurso de Milošević, que se esboza a continuación, sigue siendo en parte el mismo de 2022, esta vez en boca del presidente serbio (Aleksandar Vučić) y del ruso (Vladimir Putin). Tres décadas antes, la opinión pública serbia asumió (Milošević era señor omnímodo de los medios de comunicación) que Kosovo era tierra santa y, por tanto, había que luchar por ella. De acuerdo con esto, la campaña de bombardeos de la OTAN es injustificada y se equipara a esta organización con los nazis de la Segunda Guerra Mundial,102 una idea de la retórica partisana. En segundo lugar, la causa serbia está apoyada por las naciones buenas del mundo y, de manera especial, por los hermanos eslavos ortodoxos rusos.103
LAS RELACIONES SERBORRUSAS EN LAS ERAS POST-MILOŠEVIĆ Y DE PUTIN: SERBIA COMO CABEZA DE PUENTE DE LA PENETRACIÓN RUSA EN LOS BALCANES
Similar al “mundo ruso”, si bien en otro ámbito geopolítico, es otra herramienta de la diplomacia rusa: la “fraternidad eslava”. De entre sus teóricos, cabe citar a los rusos Yelena Guskova y a Aleksander Dugin, este último activista anti-OTAN declarado que mantuvo lazos con el ultranacionalismo serbio. Califica la política exterior serbia durante los años 1990 de heroica y, a su juicio, corre peligro de perderse con el acercamiento a la UE y a Occidente, una cantinela repetida una y otra vez por Putin: la OTAN obliga a e Serbia, Montenegro, Macedonia y la S (una de las entidades que componen la federación de BIH) a mantener una actitud antirrusa y propugna que los hermanos eslavos (rusos) deberían detenerlo. En cuanto al dirigente de la RS, Milorad Dodik es, según Guskova, un hombre valiente porque se atreve a decir “no” a Occidente. Por dicha razón, su “país” está llamado a ejercer de “Piamonte serbio” en los Balcanes.104
El segundo teórico, Aleksandr Duguin, es un filósofo, sociólogo y analista político de extrema derecha ruso. Considera que todo acercamiento a la UE es una traición. Asimismo, destaca por ser el creador de la noción de “geopolíticas euroasiáticas”, donde por supuesto está Serbia incluida y donde, como no podía ser de otro modo, Rusia debe ser la cabeza. Su pensamiento pasa por la colaboración entre grupos de extrema derecha y extrema izquierda. Su interés en Serbia comienza por la página web Srpska.ru hoy extinta, que ya tiene presentes a los hermanos eslavos de Donetsk.105. La conexión con la guerra de Ucrania saltó el 19 de agosto de 2022, al ser asesinada su hija Daria Duguina en un atentado con coche bomba en Moscú, sin estar esclarecido si el objetivo era ella misma -periodista adalid de la “operación especial” rusa en Ucrania- o el mismo Aleksandr Duguin. En Serbia, Duguin despertaba simpatías entre muchos sectores, ente ellos los delije, seguidores del equipo de fútbol belgradense “Estrella Roja”, con vínculos con los extremistas radicales “Tigres de Arkhan” y con integrantes que han luchado en las guerras de los Balcanes bajo la organización ultranacionalista “Guardia Voluntaria Serbia”.106
Tras Milošević, ocupó el poder Vojislav Koštunica (2000-2003). Rusia se erigió en protector de los serbios, que identifica con los seguidores de Milošević,107 en contra de la inmensa mayoría de la comunidad internacional. Con Koštunica se abre en Serbia una nueva etapa en la que se intenta dejar atrás el aislamiento que caracterizó al anterior régimen. Su caso es un arquetipo de pragmatismo, renegando del nacionalismo en pos de una de las principales metas de la política exterior serbia: el ingreso en la UE. Con todo, Koštunica sabe que la UE es la meta, si bien desconfía, como siempre, de los valores europeo-occidentales. En este sentido, aunque criado en una familia de ideología contraria al comunismo, mantiene su ultranacionalismo con el sueño de la “Gran Serbia” como objetivo, participando de la retahíla de lamentaciones victimistas de fronteras impuestas por Occidente y alzando la voz por la situación de los serbobosnios (hoy, encuadrados la mayoría en la RS), imanes para la serbianidad, a quienes se impide sus aspiraciones nacionales, confinando a los serbios al Drina. Es un demócrata convencido, pero nacionalista (con toda la carga que tal término conlleva en los Balcanes).
Dicho bagaje nacionalista, antioccidental y anti-OTAN es el que acumulaba cuando se presentó a la UE y a la comunidad internacional en 2000, deseoso de “pasar página”. Ahora bien, si algo ha caracterizado a Koštunica es, como se dijo, su pragmatismo. Su meta de convertirse en Estado miembro de la UE no le obstó para pensar que, aunque “el mundo odia a los serbios”, se necesita avanzar. Quiere un país basado en la sociedad civil,108 no autoritario, conectando con lo que quiere la UE. Su pasado de activista por los derechos humanos es de sobra conocido, así como su oposición a Milošević; por añadidura, atesora otra cualidad: es íntegro, lo que ya eran palabras mayores en la RFY de entonces.109
Como presidente, destaca su voluntad de recomponer sus relaciones con los países que una vez formaron parte de Yugoslavia, no siempre de la manera más acertada: su visita histórica a Croacia, por ejemplo, contrasta con algunas pifias diplomáticas, de poco tacto, en especial con BiH,110 que supusieron una forma gratuita de desacreditarse en la esfera internacional. No obstante, no es menos cierto que uno de sus objetivos pasaba también por establecer relaciones diplomáticas con Sarajevo.111
Con respecto a la colaboración con el TPIY, requisito insoslayable para avanzar en la adhesión a la UE, mantiene una visión ya trillada por su oponente Milošević y que compartía gran parte de la población serbia: es un tribunal político, no judicial; antiserbio, para más señas. Pese a ello, defiende la necesidad de colaborar con el mismo en cuanto que representa oportunidades en la esfera internacional que deben aprovecharse112 porque se precisa un Estado civil, ya que un Estado nacional sólo lleva a “prolongar la situación de guetización de Serbia, lo cual coloca al país en un estatus semicolonial”.113
En lo tocante a las relaciones internacionales de Serbia, no hay que perder la perspectiva: tras la Guerra Fría, Estados Unidos es el país más fuerte, mientras que Rusia -por quien se siente un afecto especial- es un aliado muy débil, con demasiados problemas internos.114 Serbia, por su parte, está incluida en el Proceso de Estabilización y Asociación y ello comporta, entre otros beneficios, asistencia económica.115 Esto no significa, en cualquier caso, cortar los lazos con una Rusia a la que sigue necesitando y que es una de las principales voces en la ONU en la cuestión de Kosovo. Así, apenas comenzado su mandato, Koštunica viaja a Moscú a entrevistarse con el nuevo mandatario ruso, un semidesconocido Vladimir Putin. Entre otros temas,116 el presidente serbio expone un con junto de argumentos que en parte asume Putin: el comunismo soviético y las democracias occidentales no son tan distintas, calificándolas de sistemas totalitarios del siglo XX en tanto que ambas perjudican siempre a los serbios, anticipándose al concepto ya descrito de “democracia soberana”. De este modo, Estados Unidos es calificado de “totalitarismo democrático”.117 Este pensamiento es sincero, y conveniente en tanto Koštunica necesita a Rusia para no depender por completo de su denostado mundo occidental, además de servir de contrapeso a la UE o a la OTAN. El corolario de lo dicho es que Serbia debe ser proeuropea porque depende de la ayuda financiera comu nita ria; pero también prorrusa: un complicado juego de equilibrios en el que no siempre es fácil preservar la coherencia. Con todo, Koštunica rechazó la idea propuesta por Rusia de unirse a la Unión de Rusia y Bielorrusia.118
Tras el encuentro, Koštunica y Putin son acusados de “vendidos”119 por varios motivos, en especial el primero, quien “sacrificaría” Kosovo o la Republika Srpska a cambio de la asistencia económica de la UE.120 En cuanto a Rusia, su pecado imperdonable para el sector ultranacionalista fue la traición al hermano serbio, si bien se afianza en protector del Estado balcánico.121 Putin también exhibe pragmatismo; reconoce la victoria de Koštunica, y permanece impasible ante las acusaciones de sectores duros que lo califican de marioneta de la OTAN. Este viraje de la diplomacia rusa puede venir dado por el hecho de que, a fin de cuentas, el cambio de régimen en Belgrado mejora las posibilidades de Rusia en el escenario internacional.122 En cualquier caso, lo dicho no obsta a que Vladimir Putin siga el relato de Koštunica, apoyando a Serbia en la cuestión de Kosovo y culpando del conflicto a la “intolerancia nacionalista y religiosa y al extremismo albaneses”.123
Para concluir la sección, se constata que, ya descartada la veracidad del constructo de la hermandad secular serborrusa, dicha idea constituye un potente instrumento de poder blando ruso. Así es como tiene lugar la apuesta decidida de la Federación Rusa por asistir a Serbia, una relación de mutua conveniencia que seguirá siendo promovida por Vladimir Putin durante su largo reinado.
A medida que va avanzando el siglo XXI, Putin se marcará como objetivo contener a la UE en el este: Ucrania, como se expuso con anterioridad, amenaza la influencia rusa en la zona al aproximarse a esta organización, aunque lo que realmente le preocupa es la extensión de la OTAN. La Federación Rusa se halla, además, vigilada por China, que le va restando protagonismo paulatinamente. Para luchar contra la UE, Putin se aplica en fomentar la inestabilidad: desde el apoyo a los países euroescépticos del Grupo de Visegrado, donde los valores formulados por Putin encuentran eco124 respecto a sostener (junto con China) a Bashar el-Assad en Siria, pasando por le injerencia en los disturbios en Cataluña en 2017. La UE consiguió salir con éxito de la situación, lo que a priori no es buena noticia para Putin, porque puede significar que su momento ha pasado. La guerra en Ucrania no haría sino confirmarlo.
Zoran Djindjić llegó al cargo de primer ministro (2001-2003) del gobierno de Koštunica. A diferencia de éste, es un hombre conocedor de Europa y partidario más sincero del europeísmo, lo que coloca al político ineluctablemente en rumbo de colisión con las elites del país y con Rusia, en tanto que éstas son decididamente prorrusas.125 Djindjić aboga por una reforma integral del país126 y, lo más grave, se propone llevar a Milošević al TPIY. Eso era demasiado y ello le costó la vida al primer ministro en 2003. Un ejemplo del estado de ánimo de las elites -en gran parte milosevistas aún- fueron las invectivas de la mencionada Yelena Guskova, que acusaba a Djindjić de tener bloqueados a verdaderos patriotas como Koštunica y Šešelj (del que se declara firme admirador), así como de vender a Milošević al “antiserbio” TPIY. Aleksandar Dugin, el otro teórico del “hermano ruso” en Serbia es más crudo al hablar del asesinado Djindjić. Así, en el quinto aniversario del atentado, lo califica de “marioneta de Occidente”, por lo que, por tanto, “se merecía la bala que lo mató”: fue el justo precio que pagó por la “renuncia a Kosovo” y su intención de integrar a Serbia en la UE. La llegada de Putin al poder en el Kremlin, de acuerdo con dicho discurso, supone una oportunidad de revertir la situación en Serbia. Según el pensador ruso, el propósito de la UE y Occidente es desmembrar el país, provocando la secesión del Sandžak y de Vojvodina -del mismo modo que sucedió con Kosovo-; asimismo, la RS desaparecería,127 algo en lo que insiste su presidente Dodik de manera recurrente, al asegurar que el gobierno de Sarajevo quiere convertir la federación en un “Estado musulmán”. Así, una de sus bestias negras es el Alto Representante para Bosnia y Herzegovina (OHR), surgido de los Acuerdos de Dayton (1995) para implementar dicho tratado de paz. Los OHR suelen provenir de países de la UE y están asistidos por cargos estadounidenses. Para Dodik tienen como finalidad boicotear el desarrollo de la RS.128
En cuanto a la relación con Rusia, el ferviente europeísmo de Djindjić no le impidió ver que había que mantener los lazos, pues Serbia es dependiente de Moscú en muchos sectores estratégicos, en especial para el suministro de gas; el recurso natural es un arma de Moscú, como ya se ha descrito, para lograr objetivos políticos. Fuera de ahí, no hubo mucho más en la esfera de profundizar relaciones con Rusia, pues más bien la intención era lo contrario.
El asesinato de Djindjić no dejó mucho margen para mayor especulación. Sus autores y planificadores infiltraban la seguridad del Estado, que a su vez estaba en parte tomada por el crimen organizado, en concreto el clan de Zemun, conectado a su vez con los llamados “Tigres de Arkhan”, grupo paramilitar serbio que operó en las guerras yugoslavas, perpetrador de crímenes de guerra y contra la humanidad.129 Junto a la cooperación con el TPIY, la lucha contra dichos clanes mafiosos y en general contra el crimen organizado es uno de los requisitos que la UE estipula para la adhesión.130 Lógicamente -traición a Serbia o no- la delincuencia organizada difícilmente podía permitir un camino hacia la adhesión que implicara la desaparición o la lucha contra sus organizaciones.
La presidencia (órgano de nueva creación) de Boris Tadić (2004-2012) supuso un impulso definitivo en el proceso de adhesión de Serbia a la UE, marcando como hitos la entrega al TPIY de -entre otros- Radovan Karadžić (2008) y Ratko Mladić (2011). Al mismo tiempo, hubo que efectuar complicados equilibrios entre su europeísmo y la relación con Rusia: el precedente de la muerte de Djinjić era una espada de Damocles. En cualquier caso, Tadić necesita a Rusia, en especial en la cuestión de Kosovo. Moscú apoyó a Serbia, si bien lo dicho pudo quizá tener un precio: el aumento de la influencia rusa, que se manifiesta, amén de otros asuntos, en la sempiterna cuestión del suministro de gas.131 Ambas operaciones tuvieron lugar en condiciones de total opacidad, vulnerando las reglas de competencia de una UE a la que Serbia quiere pertenecer.
Las presidencias de Tomislav Nikolić y Aleksandar Vučić (2012- actualidad) constataron la instalación del nacionalismo antaño radical y un regreso al “hermano ruso”. Por mucho que la línea oficial insista en el no alineamiento. Ambos presentan credenciales nacionalistas (Vučić fue ministro de propaganda durante el régimen de Milošević). En cuanto a Nikolić, al igual que Koštunica, abraza la “causa” europea, sin ocultar su afinidad con Rusia, por mucho que se asegure que no existe alineamiento ni con ésta ni con la UE. Ello no será óbice para declarar que Belgrado y Moscú son “socios al más alto nivel”.132 Ante la ONU proclama que el objetivo es la integración en la UE, pero también quiere cultivar la relación con otros poderes mundiales -una referencia velada a Rusia- para que Serbia no sea “colonizada por la UE”.133
El sucesor de Nikolić, Alexander Vučić, entronca con la actualidad y exhibe una retórica nacionalista con menos complejos que quienes le precedieron; es considerado por muchos un peligro para la seguridad de la región.134 Vučić relanza la relación con Rusia quien, en los últimos años, tiene que competir con China el favor serbio. Y no siempre lo consigue: el país asiático tiene inundada la región de los WB6 con empréstitos de tal envergadura algunos de ellos, que la soberanía de dichos Estados puede verse seriamente comprometida.135
Vučić y Putin se entienden bien. En primer lugar, se de sen vuel ven como pez en el agua en regímenes similares (ya descritos en este estudio) pues sus narrativas se parecen: ambos coinciden, en primer lugar, en que sus países mantienen minorías fuera de sus fronteras y aspiran a “reagruparlas” en la “madre patria”: un trasunto serbio de la idea de “mundo ruso”.136 En segundo lugar, ambos participan de un victimismo a tenor del cual Occidente los margina y frustra sus aspiraciones nacionales. En este sentido, Rusia sufre sanciones de la UE, EE.UU. y de otros países.137 Serbia, por su parte, ha transitado por la misma experiencia durante los años 1990 y parte de la década posterior. Además, sufrió la campaña de bombardeos de la OTAN en 1999, bestia negra de ambos gobernantes. De este modo, Rusia sería un país amigo. Sin embargo, se trata de una relación asimétrica en la que Moscú actúa más de “padrino” que de hermano, hasta el punto de que distintos analistas hablan abiertamente de rusificación o, incluso, “putinización” de Serbia.138 Muchos se preguntan si este apoyo ruso sobre todo en la cuestión de Kosovo no sale demasiado caro y le está costando a Serbia esa soberanía de la que tanto gusta hablar al servicio exterior ruso. Así, Vučić permite a Rusia instalar una base militar camuflada de centro humanitario (2016), lo que se completa con una oficina de enlace de Rusia en Serbia para fortalecer los lazos militares (en 2020), pese a saber que es incompatible con el programa de Asociación para la Paz de la OTAN, del que Serbia forma parte. La consecuencia potencial más grave es la inquietud e inestabilidad que produce en toda la región de los WB6, en especial en BiH, Kosovo y Montenegro.139
Con todo, Vučić sabe que, sin perjuicio de su admiración sincera por Rusia, no debe dejar de lado el proceso de integración en la UE, lo cual entraña una contradicción, pues resulta claro que Rusia y la Unión Europea no comparten los mismos valores ni objetivos. El caso de Ucrania es muy ilustrativo. En lo tocante a las sanciones que la UE puso en marcha contra Rusia tras la anexión de Crimea y la desestabilización del Dombás en 2014, Serbia no puede o no quiere molestar a su aliado ruso, por lo que se niega a aplicarlas bajo la mirada del embajador ruso en Belgrado, Alexander Chepurin. El diplomático ruso redobló la presión sobre Belgrado, al declarar que “no espera que Serbia aplique las sanciones por presiones de la UE”, a las que responde Ivica Dacić, ministro de exteriores serbio, de una forma bastante irónica: apoya la integridad de todo país del mismo modo que apoyó la S/RES/1244,140 que establecía la integridad territorial de Serbia: lo declarado constituye una referencia no velada al apoyo occidental casi unánime a la declaración unilateral de independencia de Kosovo. Ahondando en el sarcasmo, afirma que Serbia no puede imponer sanciones a un amigo que nunca las ha impuesto a Serbia, en otra clara alusión a las sanciones sobre la RFY en su momento.141 Así, Serbia se retrata como el único país europeo (junto a Bielorrusia) que no aplicaría las sanciones, irritando a la UE. Los medios de propaganda rusos insisten, ahondando en la presión, en que Serbia no debe sucumbir al “chantaje” de la UE.142
La posición serbia ante la invasión rusa de Ucrania: equilibrismo diplomático
Serbia decide cerrar filas con su aliada Rusia, evitando calificarla como agresor en la invasión de Ucrania de 2022.143 Dicha decisión es consecuente, por una parte, pero extraña si se tiene en cuenta que el sistema de defensa territorial yugoslavo estaba especialmente ideado para una eventual invasión soviética144 similar a la que tiene lugar en Ucrania. De lo dicho da cuenta la peculiar posición Serbia: vuelve a resistirse a aplicar las sanciones que la UE, EE. UU. y la mayoría de los Estados desplegaron contra Rusia, enfadando a la UE, que advierte a Belgrado que puede salirle cara su posición145 y recuerda a Serbia, en su resolución del Parlamento Europeo del 1 de marzo de 2022, que el proceso de adhesión no consiste sólo en adoptar el acervo comunitario (armonizar la legislación serbia a los estándares comunitarios), sino también en actuar de acuerdo con las directrices de la política exterior comunitaria.146 Para ganar tiempo, Vučić insinuó que podría apoyar las sanciones tras las elecciones de abril de 2022. Sin embargo, Vučić vence en dichos comicios y despeja cualquier duda: no apoyará las sanciones, declarando que los intereses serbios son lo primero, y que no son ni los de la UE ni los de Rusia: la habitual “equidistancia”. Por dicho motivo, algunos observadores sostienen que Serbia practica, una “neutralidad disruptiva”:147 asegura no querer pertenecer a ninguno de los dos bloques, predicando un espurio apego a la tradición yugoslava de no alineamiento, pero aspira a ser miembro de la UE, si bien sus acciones parecen ir en el sentido contrario a los valores comunitarios. Por una parte, Ucrania es un amigo que no ha reconocido la independencia de Kosovo, por lo que apoya su integridad territorial; por otro, no se respaldan las sanciones que persiguen, precisamente, condenar el atentado del Kremlin contra dicha integridad desde la anexión ilegal de Crimea en 2014.
Con respecto a Bielorrusia, la posición de Serbia se torna aún más incómoda, ya que, efectivamente, este país aplicó sanciones contra aquél por las irregularidades en el proceso electoral de 2020. La causa parece residir en que en 2021 Vladimir Putin no estaba de acuerdo con Lukashenko en su política de equilibrio entre Rusia y la UE,148 algo que puede hacer Serbia pero que en ningún caso se le “permite” a Bielorrusia. El problema de la posición serbia es haber quedado comprometida cuando Minsk cerró filas con Rusia desde 2021 (Rusia preparaba ya su “operación especial” en Ucrania).
Otro asunto de especial significancia pasa por el apoyo de ciertos sectores en Serbia, -aunque también en Montenegro y en la RS de Dodik- a la causa rusa en Ucrania. Se trata de voluntarios -por lo general grupos nacionalistas de extrema derecha, como las “Patrullas Nacionales”, entre otros- que van a luchar al Dombás contra el gobierno ucraniano, donde ya combaten muchos antiguos militares que sirvieron en la RFY en las guerras de Croacia, Bosnia o Kosovo. En Serbia, Montenegro y BiH está prohibido por ley combatir en el extranjero, aunque hay elementos que indican que Serbia no aplica especial celo en ello: en primer lugar, Air Serbia, la compañía aérea de bandera serbia, mantiene el flujo de vuelos a Rusia, al contrario que otros países europeos que los han reducido significativamente debido a la invasión de Ucrania; en segundo lugar, destaca la suavidad o ausencia de sentencias condenatorias a ciudadanos serbios por luchar en el extranjero; en tercer lugar, no existen ni en Serbia ni en BiH (básicamente, la RS) datos oficiales de voluntarios con destino a Ucrania; cuarto: no se trata de grupos marginales ni recientes, como lo prueba el hecho de que Nikola Djakonov realizó en 2014 una visita a Banja Luka, la capital de la RS, donde expresa su apoyo a Milorad Dodik quien, por coherencia (es partidario de un referéndum para separar la RS de la federación de BiH) es un aliado natural de los separatistas prorrusos del Dombás. Su narrativa es similar a la del Krem lin: Occidente va contra Rusia y fue en su momento contra los serbios, negándoles el derecho a proteger a las minorías serbias -en este caso- en Bosnia. Por tanto, simplemente intentan que a Rusia no le pase lo que les sucedió a los serbios en las guerras de los años 1990.149
Sin embargo, y pese a todo lo mencionado, Serbia no tiene intención de enemistarse con la UE: el partido de Vučić (Partido Progresista de Serbia, SNS) tiene que calibrar de manera muy cuidadosa cómo no ir contra Rusia, no sólo por la tradicional alianza con el Kremlin, sino porque además no quiere perder la base electoral de su partido, decididamente prorrusa. Quizá por este motivo vota a favor de la condena casi unánime a Rusia en la sesión de emergencia de la Asamblea General de Naciones Unidas (el derecho de veto de Rusia hace impensable algo similar en el Consejo de Seguridad), el 2 de marzo de 2022,150 algo que constituye una novedad en la política “rusa” de Serbia, dejando al aliado ruso con apoyos irrelevantes en la esfera internacional.
CONCLUSIONES
El examen desarrollado en el presente estudio señala la relevancia de Serbia en las relaciones entre Rusia y la Unión Europea. Así, Serbia supone la última frontera de ésta, habida cuenta de que el espacio europeo postsoviético permanece, exceptuando los países bálticos, bloqueado por la coacción de la Rusia de Putin que, en el caso de Ucrania, se ha materializado en intervención militar y, en el caso de los WB6, la amenaza a la misma u otros medios, lo que podría ser un aviso para Serbia, país que siempre fungió como un equilibrio entre Rusia y la UE. En lo tocante a la primera, mantiene Belgrado dependencia energética, además de posible inclinación sincera del presidente Vučić y gran parte de la elite serbia, que en muchos casos bascula hacia la delincuencia organizada. La mencionada inclinación se ve reforzada en primer lugar por los intereses de gran parte de las elites, que encuentran un discurso legitimador en la potente herramienta rusa de la fraternidad eslava, la cual, si bien se ha demostrado su falsedad histórica, sí ha calado en la población serbia, que muestra altos grados de aprobación con respecto a la Rusia de Putin y la intervención en Ucrania.
En segundo lugar, la Rusia de Putin capitaliza un sentimiento de desagravio previo a tenor del cual Occidente ninguneó y humilló a Rusia. Esto es en parte cierto, en tanto que la Rusia inmediatamente postsoviética perdió la capacidad de influencia que tenía con la URSS. Hubo una forma de conjurar el ascenso de Occidente, y fue con el ministro de exteriores ruso Yevgeny Primakov (1996-1998). Aún de tendencia antioccidental, ideó un sistema muy bismarckiano, preconizando la creación de un sistema de equilibrios mundiales, en el que EE. UU. tuviera contrapesos, mediante el cual podía lograrse mucho más que con la coacción o la amenaza del uso de la fuerza.
En contraste, en tercer lugar, la Rusia de Putin quemó su imagen de manera gratuita ante la comunidad internacional con medidas de todo o nada, como la invasión de Ucrania, que además pecó de clamorosos errores de cálculo y puso en solfa el mito de la máquina militar rusa en un país, Ucrania, donde, como en Afganistán, no son bien recibidos. Así, cunde la impresión de que las fuerzas armadas rusas son incapaces de ocupar un país si no es arrasando ciudades -y población civil- como en Grozny (Chechenia) o Siria. Ello podría ser posiblemente una opción de huida hacia delante de un Putin incapaz de rectificar y al que la UE y Occidente deberían dejar una opción de retirada con el menor menoscabo posible de su prestigio, sobre todo a ojos de su propia opinión pública.
En cuarto lugar, la invasión de Ucrania está sostenida por una serie de presupuestos en torno a la situación de este país que resultaron ser todos ellos falsos. Uno de los componentes de la narrativa de Putin es el “mundo ruso” como reformulación de la recuperación del espacio postsoviético. A ello se sumó una propaganda un tanto maniqueísta, poco sofisticada y simplista, según la cual Ucrania es un Estado nazi que oprime a sus minorías rusas y que incluso comete genocidio: el presupuesto de que los tanques rusos iban a ser recibidos como libertadores o al menos con indiferencia, se ha estrellado contra la resistencia de una inmensa mayoría de los ucranianos, desmontando fácilmente el mito del “mundo ruso”: por el contrario tuvo como efecto alejar definitivamente a los ucranianos de Rusia, forjando un sentimiento nacional de “ucranidad” y, a la vez, pertenencia indubitada a Europa y Occidente, motivado por el apoyo sin matices de los Veintisiete. Ello constituirá probablemente un punto de inflexión que alejará a Ucrania de esa característica figura de transición entre el Este y el Oeste, y será reforzado aún más por las condiciones que impondrá -y que está imponiendo en los territorios ocupados- Putin.
En quinto lugar, y en relación con los mencionados fallos de previsión, elementos como la relativa pasividad occidental ante la anexión ilegal de Crimea y la desestabilización del Dombás, así como la humillante retirada occidental de Afganistán en 2021, el brexit y las presiones de los países euroescépticos en la línea de una UE que atenta contra la soberanía de éstos llevaron a pensar a Putin que la invasión podría realizarse con una UE dividida. No obstante, ha galvanizado a todos los Estados miembros de la UE, incluidos los más euroescépticos y proclives a Putin, que han cerrado filas en lo relativo a las sanciones y gestión de la crisis, además de darse un impulso sin precedentes a la defensa común europea tras décadas de debates. Al haber revelado Rusia su jugada, ha dado a la UE la oportunidad de plantearse el rearme y de calificar a Rusia como una amenaza directa y a largo plazo para la seguridad europea, con lo que se ha esbozado la creación de una nueva política de seguridad europea (brújula estratégica) en la que Rusia tendrá aún menos concesiones. Además, podría acelerar los procesos de integración o, al menos unas mejores condiciones de asociación, de los llamados frontrunners de los WB6, como Serbia y Montenegro, para no perderlos, lo que generaría un efecto dominó en el resto de los WB6. Otra derivación de lo descrito es que la guerra en Ucrania ha vuelto a unir a los socios euroatlánticos (Canadá y Reino Unido inclusive). Igualmente ha reforzado a la OTAN -lo contrario de aquello que Putin preveía- y Estados neutrales como Suecia y Finlandia están dando los primeros pasos para la histórica integración en dicha organización militar. Ello ha provocado que Europa vuelva a estar en la agenda estadounidense tras años de desplazamiento al eje Asia-Pacífico y tras décadas de exigirles más presupuesto en defensa.
En sexto lugar, en Serbia, y la propia UE, podría cundir la preocupación de que este país es el próximo en sufrir un “correctivo” ruso. En principio, se encuentra Serbia alejada del teatro de operaciones ucraniano, pero coexisten varios factores que la hacen proclive a una desestabilización por parte de Rusia, como la actitud prorrusa de Milorad Dodik, cuya RS ya ha sido escenario de operaciones para el reclutamiento de voluntarios para luchar en el Dombás junto a Rusia. Moscú, que a buen seguro lleva tiempo intentándolo, podría desequilibrar una BiH con el apoyo de Dodik, cuya aspiración es la disolución de la federación de BiH. Ello podría albergar peligros potenciales para la estabilidad de la arquitectura de los acuerdos de Dayton en la zona, vitales para los WB6 y la propia UE.
Por último, y a medida que, como se va viendo, Rusia está siendo abandonada por cada vez más países, Serbia podría usar el pragmatismo que ha caracterizado en el pasado a sus dirigentes. El tiempo ha demostrado que los mandatarios serbios con pasado nacionalista han aparcado sus ideas en pos de la meta de la integración en la UE o, simplemente, de lo más conveniente a sus intereses. Con arreglo a lo dicho, incluso alguien como Vučić podría ir despegándose de un aliado que empieza a resultar demasiado incómodo.