Introducción1
El 13 y 26 de noviembre de 2022, tuvieron lugar dos manifestaciones multitudinarias en la Ciudad de México, en diferentes partes del país e inclusive en el extranjero para protestar o, en su caso, demostrar simpatía por el proyecto de reforma del Instituto Nacional Electoral (INE), promovido por el poder ejecutivo y votado por la mayoría parlamentaria del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y sus partidos aliados. Para los promotores de la reforma, el INE es una institución burocrática muy costosa, ineficiente y un obstáculo para la democratización auténtica del país. En cambio, los detractores de la reforma ven en el INE el garante de las elecciones confiables y del funcionamiento adecuado de la democracia, por lo que la reforma amenazaría con un retorno al autoritarismo del pasado reciente mexicano.
Con base en observaciones etnográficas de estas dos manifestaciones, en este artículo doy cuenta de cómo se escenificó, de manera estratégica, la polarización política en el espacio público en el marco de una disputa alrededor del proyecto de la autodenominada cuarta transformación (4T)2 y del gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Para este fin, analizo diferentes elementos de la protesta simbólica desplegada en estas acciones colectivas. La tesis de este trabajo es que la polarización escenificada en estas manifestaciones es producto de la conjugación de dos lógicas en el espacio público: la del populismo y la de la protesta social.
Parto del supuesto metodológico de que las manifestaciones masivas pueden servir como dispositivos para observar conflictos de una sociedad altamente politizada. He escogido analizar estas dos movilizaciones colectivas porque resultaron momentos políticos centrales, en los que, para los diferentes actores en disputa, se tenía la impresión de que allí se estaría definiendo el futuro de la democracia mexicana. Por es ta razón, asistí a las manifestaciones para observar cómo los participantes expresaban sus emociones, opiniones e intereses políticos. Para ello, registré etnográficamente los hechos tomando notas, fotografías y escuchando lo que decían los asistentes (individuales y grupales) a las marchas. Puse atención especial en pancartas, consignas y performances desplegados a lo largo de las manifestaciones y mítines para aprehender la riqueza de los significados que los asistentes daban a su presencia en el espacio público.3 Mi interés en este artículo es la escenificación de la polarización política en el espacio público; por ello, me ocupo sólo de lo que aconteció durante las manifestaciones mismas. Esto supone dejar fuera, por razones metodológicas y de espacio, antecedentes y consecuencias de las marchas y la realización de un rastreo de los grupos y organizaciones participantes, sus historias, diferentes objetivos y los procesos de acuerdo y coordinación para llevar a cabo estas movilizaciones colectivas. Esto es materia de otro escrito.
El presente artículo consta de cuatro secciones: en la primera, voy a establecer los términos conceptuales de mi análisis. En particular, observaré las manifestaciones desde una perspectiva de la lógica populista de construcción de lo político y daré cuenta de la movilización de narrativas, sentimientos y emociones en la protesta simbólica escenificada en el espacio público. En la segunda parte, describiré, de manera breve, el contexto de las dos marchas y cuáles fueron sus objetivos declarados. A continuación, analizaré diversas expresiones de la protesta simbólica. Además, daré cuenta de cómo se representan identidades colectivas en conflicto y se pone en escena la polarización política al reconstruir la narrativa subyacente a las formas de la protesta simbólica de las partes en disputa. Por último, cerraré el artículo con algunas reflexiones en torno a la polarización política en el país.
I. Populismo, narrativas, emociones y protesta simbólica
La “manifestación” es una forma de acción colectiva, en las que se articulan temporalmente un conjunto de sentimientos, opiniones e intereses de actores y organizaciones heterogéneos en torno a temas a los que se oponen o bien expresan su apoyo y preferencia. En el espacio público, la heterogeneidad de motivos, opiniones e intereses de los participantes en las manifestaciones es sustancialmente reducida a un conjunto de ideas centrales -como, por ejemplo, “el INE no se toca” o “es un honor marchar con Obrador”-. Esta reducción temática en forma de consignas es la que buscan posicionar los líderes sociales y políticos y las organizaciones convocantes en los medios de comunicación, redes sociales y en el sistema político para que circule como mensaje y demanda. El propósito es la interpelación de diferentes públicos (espectadores) y personas responsables de tomar decisiones (actores políticos). A los primeros se les trata de convencer de sus demandas y, en el caso ideal, sumarlos como participantes de la acción política, mientras que a los segundos se pretende presionarlos para que tomen decisiones en el sentido deseado por los manifestantes.4
De esta forma, las manifestaciones son opiniones expre sadas y escenificadas en el espacio público -calles, plazas y lugares de reunión-. A diferencia de la opinión pública revelada demoscópicamente sólo en y para los medios de comu nicación y la autoobservación del sistema político,5 las mani festaciones se caracterizan por movilizar personas en un número considerable. De este modo, éstas últimas demuestran su “compromiso”6 con determinadas creencias y demandas políticas y expresan sus sentimientos de aprobación o desaprobación sobre diversas cuestiones. Aquí lo que cuenta es la presencia física en gran cantidad de participantes -o sea, su “potencial de movilización”-.7 Éstos ocupan, resignifican y se apropian del espacio público con el objetivo de transformarlo, para decirlo en términos de la filosofía política, en un espacio para la acción y el discurso políticos.8
Ahora bien, propongo analizar los fenómenos de ocupación multitudinaria del espacio público a discutir aquí desde una doble perspectiva en torno al populismo con el fin de entender su lógica de polarización.9 Por un lado, tenemos un actor político (AMLO y Morena) que afirma que sólo él y su partido representan al “pueblo”. De acuerdo con la definición de populismo de Jan-Werner Müller,10 que aquí sigo, los líderes y partidos populistas se caracterizan por postular, en sentido normativo, que ellos representan -y exclusivamente ellos- al “pueblo auténtico”, sus intereses “reales” y su voluntad “ver dadera”. En este sentido, el populismo es “antipluralista” y “antide mocrático”. Quien descalifica esta pretensión moral populista de exclusividad, es colocado, en términos simbólicos, fuera del “pueblo”. Por el contrario, sería su enemigo y formaría parte del establishment y las elites. La imagen populista del “pueblo” es la de una unidad “homogénea y moralmente pura”, a la que las elites “corruptas, inmorales y parásitas” serían, por su “esencia”, ajenas. Como existiría, además, una supuesta unidad orgánica -inclusive en términos cognitivos y emocionales- entre el líder y el partido populista con el “pueblo verdadero y bueno”, no sería necesaria ninguna instancia de mediación entre ellos -como los partidos políticos, las organizaciones de la sociedad civil, los medios de comunicación o las mismas instituciones democráticas-. El populista sabe lo que quiere y es bueno para el pueblo, aún antes de que éste tome consciencia de ello.11
La pretensión moral de representación exclusiva del pueblo del oficialismo en México ha obligado a sus oponentes, por otro lado, a definirse, actuar y pensarse en el interior del campo discursivo hegemónico de la lógica de la “razón populista”,12 que en nuestro caso ha sido configurado en el marco de la 4T. Lo anterior ha implicado para ellos enderezar sus esfuerzos para presentarse a sí mismos también como parte del “pueblo mexicano”.
De acuerdo con Ernesto Laclau, la razón populista es una “forma de articulación de identidades colectivas”. Ésta consiste en la agregación de grupos y demandas heterogéneos que, justo mediante procesos de articulación retórica de las diversas demandas consideradas ahora como “equivalentes” entre sí por un “significante vacío”, adoptan unidad y coherencia. De esta manera, se construye “el pueblo” como identidad colectiva. El significante vacío es, en sí mismo y fuera de este campo discursivo, sólo una demanda más entre otras pero, al asumir una posición y función discursiva “hegemónica”, cuenta con la capacidad de vaciar su contenido específico y postularse, en esta “cadena de equivalencias”, como universal. Esto significa que, al absorber en sí mismo las otras demandas, las representa y dirige, en una relación de oposición antagónica, a un orden establecido y hegemónico. Su pretensión política consiste en su desplazamiento para establecer una nueva hegemonía que reconfigure las identidades políticas de la sociedad en dos “campos opuestos”: el popular versus la clase dominante (o “el poder”), el cual reclama para sí representar a toda la sociedad.13
En este sentido, el populismo es una forma de polarización política.14 Esta última es, de acuerdo con Andreas Schedler,15 un tipo de conflicto político extraordinario, pero no violento, en torno a asuntos de interés público, que divide en dos polos a la comunidad política nacional en comunidades imaginadas enfrentadas. La lógica de la polarización política conduce a subsumir otros conflictos políticos -todos ellos de tipo ordinario- en uno único o central. Su carácter extraordinario consiste en poner en peligro los procedimientos e instituciones de la democracia en la medida en que cada una de las comunidades imaginadas confrontadas presupone que su adversario político sería, en realidad, un enemigo de la democracia. Esto es, abriga el temor de que estaría violando -o anticipa que así lo hará- las normas y reglas del juego democrático y, en última instancia, buscaría derogar las instituciones de la democracia. Así, la polarización política supone una pérdida en la confianza democrática, por un lado, y la intolerancia hacia al adversario (ahora enemigo) político, por el otro, bajo la sospecha de que sus intereses, valores, creencias y prácticas resultarían una amenaza casi existencial de los propios intereses, valores, creencias y prácticas y de la democracia en su conjunto.16
En las manifestaciones en torno a la reforma del INE aquí estudiadas, se observó el despliegue de procesos de escenificación de identidades colectivas no sólo diferentes, sino polarizadamente opuestas, como formas de construcción de lo político.
La escenificación de identidades en el espacio público17 se despliega en dos niveles: el argumentativo y el emocional.18 En el primero, los actores manifiestan, en términos discursivos, las razones y objetivos de su comportamiento. En el segundo, apelan a y movilizan emociones y sentimientos en relación con una causa o un actor (político) como, por ejemplo, la esperanza, el orgullo, el miedo o el enojo. Lo anterior sucede por medio de poderosas narrativas. A diferencia de lo que sucede en el nivel argumentativo, las narrativas, en el nivel emocional, se hallan implícitas en gestos, símbolos y todo tipo de representaciones figurativas. Esta política de los afectos contribuye a dotar de significado a experiencias sociales, sucesos, grupos, personas, proyectos u objetos (reales o imaginarios). Así, las narrativas ofrecen una comprensión y explicación de determinadas situaciones, sucesos y problemas, echando mano de una gran carga emocional que contribuye a fijar sentidos y significados entre las personas y grupos interpelados y conmocionados. En consecuencia, los afectos políticamente instrumentalizados pueden influir en los comportamientos y la toma de decisiones de los actores individuales y colectivos en la política.19
Asimismo, las “pasiones políticas” contribuyen a los procesos de identificación afectiva entre los actores (“lazo libidinal”) y la construcción política de identidades colectivas. En este sentido, son factores importantes para la motivación en la lucha política y el establecimiento de un compromiso afectivo de los actores con proyectos colectivos considerados como valiosos.20
Vale enfatizar aquí, aun si sólo sea de paso, que al considerar afectos, emociones, sentimientos o pasiones como fenómenos que cooperan en la configuración de las manifestaciones y la protesta social, no se están observando estados fisiológicos, corporales y/o subjetivos de individuos -cosa, por lo demás, imposible en situaciones no controladas fuera del laboratorio-, sino la comunicación de emociones y sentimientos.21
Como puede inferirse por lo hasta aquí escrito, las narrativas pueden asumir una forma discursiva o simbólica. En las alocuciones de representantes y oradores en los mítines de las manifestaciones se expresa, de manera argumentativa, un conjunto de creencias, razones, opiniones y sentimientos. Esos discursos pueden asumir, de manera explícita, la forma de una “narración”. Las narraciones pueden expresarse también de modo simbólico. En este caso, hablo de protesta simbólica. Con este concepto, aludo a los elementos predominantemente no discursivos, es decir, emotivos, plásticos, sonoros, dramatúrgicos, dancísticos y figurativos desplegados en las manifestaciones. Éstos sintetizan ideas, intereses y sentimientos de los actores. Así, lo simbólico funge como un modo de aprehender y representar sentimientos, temas, problemas, significados y sentidos de la protesta de manera intuitiva y evocativa.22
En este artículo me ocuparé, en suma, de observar y analizar exclusivamente la polarización afectiva puesta en escena en dos grandes manifestaciones en torno a la reforma del INE. Para ello, reconstruyo las narrativas y emociones de la protesta simbólica desplegada por los actores en el espacio público.
II. El ágora amotinada: expresiones de polarización política en la protesta simbólica
El contexto en el que tuvieron lugar las manifestaciones del 14 y 27 de noviembre de 2022 estuvo definido por la discusión sobre la ley de reforma del INE, que propuso el presidente López Obrador y que, en ambas cámaras parlamentarias, Morena y sus aliados votarían, finalmente, a favor.
La denominada “marcha por la democracia” del 14 de noviembre tuvo el objetivo declarado de protestar en contra de la iniciativa de reforma legal.23 Ésta implicaba, según sus detractores, si no necesariamente la desaparición del Instituto Nacional Electoral (INE) y sus contrapartes estatales, sí una reducción significativa de las facultades, capacidades operativas, modo de integración e independencia de las autoridades electorales y el equilibrio en la competencia electoral entre el partido oficialista en turno y la oposición, por un lado, y la modificación de los mecanismos de elección e integración de las cámaras de diputados y senadores, por el otro.24
Debido a las descalificaciones presidenciales, oficialistas y de la prensa en favor de la denominada 4T, esperé una manifestación compuesta exclusivamente de integrantes de las clases media y alta. En realidad, se trató de una manifestación socialmente más heterogénea. Para decirlo en un lenguaje demodé: fue una manifestación multisectorial y multiclasista. De manera correspondiente, se reflejaba la diversidad humana del país: gente morena y de piel más clara de diferentes estratos sociales.
Me sorprendió, también, la ausencia de grandes organizaciones de masas y sindicatos, así como de partidos políticos que, en este tipo de eventos, se distinguen por sus enormes mantas y contingentes disciplinados coreando consignas.25 Había, en cambio, algunas asociaciones civiles y políticas -por ejemplo, hagamosjalisco- o grupos pertenecientes a movimientos sociales -como el LGTB+-; sin embargo, lo que predominaba eran los ciudadanos sin una filiación partidista o militancia organizativa. En otras palabras, se trataba de personas y grupos que asistían por su propia voluntad y convicción autoorganizados y autoconvocados, en un sentido importante gracias al uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y motivados por la información en los medios de comunicación convencionales y las redes sociales.
Al observar la heterogeneidad social y pluralidad política de los asistentes, no registré ninguna ideología mayoritariamente compartida, como tampoco organización ni movimiento social que los englobara, sino ciertas convicciones básicas: la defensa de la democracia y sus instituciones electorales para evitar que lo que temen pueda implicar un regreso al autoritarismo del pasado (pérdida en la confianza democrática). Si se quiere encontrar en esta diversidad una “identidad colectiva”, en el sentido de Laclau, entonces sería la del ciudadano y la ciudadana. En efecto, se presentaron en el espacio público para manifestarse como integrantes de una ciudadanía plural. Quizá su autodescripción más abarcadora sea, por lo que escuché de su propia voz, la de ser parte de la “sociedad civil”.
Por lo que se conoció por la prensa, entre los convocantes de la “marcha por la democracia” se encuentran empresarios, expolíticos, algunas personalidades públicas e inclusive partidos políticos y asociaciones civiles.26 De ellos proviene parte del financiamiento de su movilización y su difusión en medios y redes sociales. Como se trató únicamente de un evento de protesta (“marcha”) y no de un actor colectivo y, mucho menos de un movimiento social, puede puede considerárseles simplemente como sus organizadores, pero difícilmente como sus dirigentes o líderes.27 Como lo apunté arriba, la mayoría de los asistentes respondió a la convocatoria y se incluyó en la protesta sin mayor intermediación u organización, ni obedeciendo a algún liderazgo social o político. Para decirlo de manera coloquial: convocantes y asistentes a la marcha se juntaron, pero no se mezclaron. Poseen un interés común -a saber: proteger la democracia y sus instituciones electorales-, pero no tienen un pasado ni identidades políticas compartidas. Por lo que podía leerse en las pancartas de los manifestantes, resulta plausible inferir diversas preferencias políticas: liberales, socialdemócratas, centristas, izquierdistas, feministas, católico-guadalupanos o28 anticomunistas. Sin embargo, retóricamente estaban articuladas en un discurso hegemónico anti-AMLO y antimorenistas.
En esta manifestación tan heterogénea socialmente y tan plural políticamente, el repertorio de protesta utilizado fue variado. Primero, se recurrió a la “marcha” para ejercer los derechos de reunión y opinión en el espacio público. En segundo lugar, se coreaban consignas durante la manifestación y el mitin. Éstas fueron tomadas de las manifestaciones de los movimientos populares y refraseadas para la ocasión sin mucha creatividad. Por ejemplo: “INE, aguanta, el pueblo se levanta”; “A eso vine, a defender al INE”; “No somos 1, no somos 10, pinche gobierno, cuéntanos bien”; “Duro, duro”; “Obrador, Obrador, pareces dictador”; “Voto por voto, casilla por casilla, que chingue su madre, Obrador y su pandilla”; o “No pasará, no pasará, la reforma electoral”.29 Un tercer y último repertorio de protesta tiene que ver con el desdoblamiento virtual de la marcha in situ: los manifestantes tomaban fotografías y hacían videoclips de sí mismos y de lo que acontecía a su alrededor como recuerdo de su participación -muchas veces con ánimo simplemente lúdico y autocelebratorio-, pero también para difundir la protesta en directo en sus redes sociales. Gracias al uso activo de las TIC, los participantes en la marcha registraban lo que observaban y dejaban testimonio inmediato y virtual para incluir en la protesta a los no presentes físicamente, por un lado, y también disputar la “verdad presidencial”, con estas “evidencias” sobre el número, la forma y el sentido de la marcha, por el otro. Como cualquier actor colectivo hoy día en la plaza pública, los manifestantes estaban conscientes de que, sin resonancia virtual y mediática, su protesta perdería potencia.
Por otro lado, los recursos de la protesta fueron varios: el uso de prendas color rosa como identificación simbólica con el INE; pancartas hechas de manera doméstica; lonas, mantas y volantes impresos; pendones con el lema #EL INE NO SE TOCA; equipo de sonido en diferentes puntos de la ruta de la marcha y el mitin; macropantallas de video para autoobservación y automonitoreo de los manifestantes; drones para trasmitir en directo vistas aéreas de la marcha; teléfonos inteligentes; redes sociales, entre otros. Supongo que la infraestructura de sonido, el uso de drones, macropantallas de video y el mismo templete del mitin fueron financiados por los organizadores de la marcha. El resto de los recursos de la protesta provino de los mismos manifestantes, sus medios y creatividad individual y grupal.
La “marcha por la democracia” elaboró su discurso central en torno a la demanda “El INE no se toca”, que estaba dirigida a la presidencia de la República, los legisladores oficialistas y, también, los partidos de oposición.30 Este discurso abrigaba además el objetivo de movilizar a la ciudadanía en este sentido. La defensa de la democracia y sus instituciones y procedimientos electorales fue un enmarcado lo suficientemente amplio como para que se identificaran y se sumaran cientos de miles de ciudadanos a la manifestación del domingo 13 de noviembre.31
Dos días después de la manifestación, por otro lado, el presidente López Obrador anunció, de manera inesperada y, supuestamente, tras escuchar las opiniones de sus simpatizantes, que encabezaría una marcha para celebrar el cuarto aniversario de su gobierno. Con ello, adelantó la fecha de un mitin programado, con la misma finalidad, para el 1.° de diciembre. Entonces, en menos de dos semanas, el domingo 27 de noviembre se organizó una impresionante movilización política, que partiría del monumento de la Independencia, recorrería la avenida Juárez y la calle Madero y concluiría en el Zócalo de la capital del país.
Los asistentes a la “Celebración con el presidente de 4 años de transformación”32 provenían de todo el país, eran mili- tantes de Morena, sus partidos aliados, sindicatos y organizaciones populares. Sin embargo, su gran mayoría estaba integrada por los simpatizantes del carismático líder de la 4T y su gobierno -simpatizantes provenientes de sectores populares urbanos y rurales e integrantes de clases medias viejas y nuevas.
Una parte importante de los participantes fue movilizada haciendo uso de los aparatos clientelistas del partido y las administraciones de los gobiernos morenistas de varias partes de México. Los organizadores hablaban de “traslado”, mientras sus críticos afirmaban que se trataba de “acarreo” político.33 A lo largo de las calles paralelas y de los alrededores del largo recorrido de la marcha, se encontraban estacionados miles de autobuses y microbuses de la ciudad y del resto de la República que transportaron, de manera masiva y coordinada, a los asistentes de la periferia de la capital y del país. Los operadores político-territoriales de los organizadores y sus equipos de brigadistas entregaban a los asistentes banderines, playeras, gorras y paliacates -todos ellos con el color guinda del partido Morena o con fotografías de AMLO y, en ocasiones, con imágenes, consignas y lemas de políticos locales, diputados, senadores o gobernadores oficialistas-. Además, mientras pasaban lista de asistencia, les daban “lonches” y bebidas para la larga jornada, giraban instrucciones sobre cómo marchar de manera organizada o qué hacer al final del mitin en el Zócalo capitalino. A lo largo de la caminata, los operadores indicaban a los contingentes a su cuidado qué corear o cuándo enseñar pancartas y lonas. Debido a la larga jornada, asumían también la función de motivadores para mantener el ánimo de los participantes. Valga como ilustración de lo anterior el siguiente ejemplo. A unos 20 pasos de la entrada principal del Bosque de Chapultepec, sobre Reforma, se ubicó un enorme contingente proveniente de Guerrero. Llamaba la atención por el ruidoso equipo de sonido montado en una camioneta, una banda de pueblo flanqueándola y una generosa comitiva, entre la que destacaban indígenas ataviados con máscaras de jaguar y amplios sombreros. Montado en la batea de la camioneta, el animador arengaba: “Guerrero viene bien preparado y coordinado. Un saludo para Acapulco”. De fondo, se oían cumbias para ambientar. “Que se escuche”, agregaba el animador, “la porra más fuerte para nuestro presidente […] Eso es, Guerrero, así nomás […] Por favor, usen sus gorros y sombreros para ir calentando […]. Esta marcha es por la reforma electoral, por el bien del país y del INE, y la está implementado el mejor presidente de México”.
Esta heteróclita concurrencia formada por sectores populares urbanos y rurales y clases medias se identificaban como “el pueblo” y se manifestaban para mostrar su adhesión al gobierno de López Obrador, el proyecto de la 4T y, en particular, la reforma del INE, que consideran una institución corrupta, al servicio de los intereses de las clases dominantes y que, en su opinión, ha impedido el establecimiento de una “verdadera democracia” en México.34 Ese domingo de noviembre, el “pueblo” estaba presente en el corazón de la capital del país y se le veía contento, echando porras, haciendo ruido con matracas y silbatos y cantando consignas viejas y nuevas para la ocasión: “Es un honor, estar con Obrador”; “Educación primero, al hijo del obrero, educación después, al hijo del burgués” o “No somos acarreados, somos organizados”. A la altura del monumento a Cuauhtémoc, en la avenida Reforma, un grupo coreaba, con más convicción que métrica y rima: “Ciro, escucha, Lorenzo,35 entiende, qué honesto y valiente es mi presidente”; “INE, corrupto, por tu culpa estoy de luto” o “El país está endeudado, el pueblo no pidió, a dónde está el dinero, el PRIAN36 se lo robó”.37
En las dos manifestaciones de noviembre de 2022, por otro lado, se hizo uso de distintos dispositivos discursivos, narrativos y afectivos, que fueron escenificados en el espacio público en las respectivas protestas simbólicas de los asistentes. A continuación, presento y analizo diferentes formas de dicha protesta. En particular, pongo atención a la política de sentimientos implícita en estas protestas para dar cuenta de sus efectos, más adelante, en la afirmación y descali ficación de identidades colectivas políticas y la polarización representada en el espacio público. Para ello, he seleccionado un conjunto de pancartas elaboradas artesanalmente por los participantes en las que se sintetizan ideas, sentimientos y narrativas.38
Inicio con dos ejemplos de sentimientos negativos en la protesta de la manifestación en contra de la reforma del INE.
Enojo
-“TE PAGAMOS TU SUELDO Y NOS INSULTAS MALDITO”.
Hastío
-“La gente está cansada de tanta pendejada”.
Aquí se despliega una narrativa, en la que se critica la manera de gobernar del presidente López Obrador.
Uno de los sentimientos predominantes en esta protesta simbólica fue el miedo. Veamos un par de ejemplos.
-“¡NO A LA DICTADURA DE LA 4T! ¡DEFENDAMOS A NUESTRO INE! EN LA 4T SE MATA A: PERIODISTAS, NIÑOS CON CÁNCER, MADRES BUSCADORAS, LUCHADORES SOCIALES, DISIDENTES, … ¡Y SE ABRAZA A DELINCUENTES Y SICARIOS! NIETO/22”.
-“El Kakas [en referencia a López Obrador] quiere bloquear nuestro voto y destruir la democracia! La Lupa A.C., ciudadanos responsables”.
Además de señalar problemas graves del gobierno y el estilo de gobernar de López Obrador, aquí se caracteriza, de manera estigmatizante, la identidad colectiva del adversario como autoritario y se les imputa una voluntad de destruir la democracia para instalar una dictadura.39
Por otro lado, en la misma protesta simbólica se escenifica la autoidentificación de los manifestantes críticos de AMLO y la 4T. Los siguientes ejemplos dan cuenta de lo anterior:
-“Ni fifís,40 ni corruptos ni clasistas ni racistas, somos mexicanos defendiendo al INE y a nuestras instituciones y al Estado de derecho”.
-“Me llamo Pedro Pueblo, nada de fifí, deshonesto, inmoral, racista y mucho menos clasista. Para fraudes, Bartlett41 y trabaja para ti. Nuestro ¡INE NO SE TOCA!”
-“Soy madre y abuela y exijo un México libre. Defiendo al IFE”.
-“CC: Ministros de la Corte, queremos seguir teniendo derecho a: la libertad, la propiedad privada y a elegir a nuestros gobernantes. Nadie sobre la constitución”.
En estas y otras expresiones de la protesta simbólica, los manifestantes se caracterizan a sí mismos como ciudadanos preocupados por la salud de la democracia, sus instituciones, la libertad, la división de poderes y el Estado de derecho en México.
Veamos ahora cómo se escenificó la polarización política en la manifestación a favor del oficialismo, haciendo también uso de la protesta simbólica. Aquí, el espectro de sentimientos expresados en el espacio público es de otro orden. Veamos algunos ejemplos:
-“Viva AMLO. ¡¡Sí vengo acarreada!! Acarreada por mi memoria histórica, por mi dignidad, por la dignidad de mis padres y por el amor a mi PAÍS”.
-“Soy acarriada [sic] por voluntad, por amor a México, por apoyo al mejor presidente, porque yo voto por un cambio, porque México está mejor por las pensiones, becas y apoyos, por el Tren Maya, la Refinería, el Aeropuerto y los proyectos. SOY ACARRIADA [sic] POR MIS OVARIOS”.
-“AMLO, A MUCHOS NOS ENCANTARÍA QUE TU DICTADURA SE PERPETUARA”.
En estas y otras pancartas, se expresa amor por México y el carismático líder y actual presidente, simpatía con el gobierno y proyecto de la 4T e inclusive esperanza de un futuro mejor.
De manera similar a sus opositores, los manifestantes en favor del oficialismo, también escenificaron su identidad política:
-“Soy un pata rajada42 que apoya al presidente ‘Andrés Manuel’. El pueblo exige menos diputados y menos senadores. Fuera racistas del INE”.
-“SOY NACO43 original pluricultural”.
En este sentido, frente al racismo y la discriminación clasista dominante en la sociedad mexicana, en esta protesta simbólica se manifestó también el sentimiento de orgullo por la identidad étnica y sociocultural popular. Esta identidad supone una reivindicación de los sectores populares y la superación de la desigualdad social.
De manera semejante a sus adversarios, los manifestantes en favor del proyecto político oficialista construyeron también una identidad estigmatizada de sus oponentes caracterizándolos de conservadores, fascistas, hipócritas, traidores a la patria, saqueadores, cínicos, privilegiados, entreguistas, entre otras cosas. Una “instalación artística”, montada unos 100 metros antes del cruce de las avenidas Reforma y Juárez, sintetizó la representación de esta identidad estigmatizada. Se trataba de un conjunto de alrededor de 30 afiches -una suerte de “galería de la infamia”- con las fotografías de políticos de oposición, periodistas, intelectuales y empresarios, a quienes se les calificaba de “traidores a la patria”.44 En estos carteles, se explicaba en qué consistió su supuesta traición. Por ejemplo, se encontraba Marko Cortés, líder del PAN, en cuyo afiche se leía: “Traicionó la confianza de su militancia para favorecer los intereses de empresas españolas”. En la galería también estaba Denise Dresser, politóloga y columnista, a la que se le acusaba de defender “con las uñas los intereses de empresas extranjeras para derrocar a CFE45 (empresa de todos los mexicanos)”. No faltaban afiches de todos los expresidentes del denominado “periodo neoliberal”. Sobre Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), de cuya cabeza descollaban dos cuernos, el “veredicto popular” rezaba: “Padre de la desigualdad moderna. Entreguista. Saqueó a mi patria”.46
Por su parte, la descalificación oficialista a los asistentes a la “marcha por la democracia” y la estigmatización de su “identidad” fueron contestadas in situ en diferentes formas mediante la protesta simbólica escenificada por los manifestantes opositores de la 4T.
En primer lugar, la ruta de la marcha supuso ya una dispu ta por el espacio público y la historia patria: del Ángel de la Independencia, por el Paseo de la Reforma, hasta llegar al monumento a la Revolución. Con esta selección se desafió, precisamente, la conculcación de la historia de México por la autodenominada “cuarta transformación” que el presidente y su partido dicen encabezar y llevar adelante. En los últimos cinco años, el oficialismo ha pretendido monopolizar para sí el significado y la representación de la historia mexicana, con lo cual ha denostado a los que piensan diferente y a sus opositores como supuestos “traidores a la patria” y “conservadores”, y los han excluido, simbólicamente, como integrantes del “pueblo” de México.
El trazo de la ruta de la marcha objetó esta pretensión oficialista de monopolio y exclusión. De allí las consignas coreadas a lo largo de la manifestación -como “México, México” o “¿De quién es el Zócalo? ¡De todos!”47- o, al final del mitin, el canto colectivo de las primeras estrofas del himno nacional. Con ello, los asistentes afirmaban ser patriotas, parte integrante del pueblo y que la historia nacional también era suya. Así, por ejemplo, se podía observar en una pancarta la siguiente leyenda: “Si Juárez viviera, aquí estaría en la marcha”. En el mismo sentido iba el performance de un asistente disfrazado de Miguel Hidalgo y Costilla -“el padre de la patria”-, portando en una mano cadenas rotas y, en la otra, el estandarte guadalupano al que le colgaba una pancarta con la leyenda “El INE no se toca, patria y libertad”.
III. Lógicas de escenificación de la polarización en el espacio público
Al menos en la forma de su escenificación y sus efectos inmediatos, las manifestaciones aquí estudiadas son expresiones de polarización política. Como he mencionado, las manifestaciones en contra y a favor de las acciones del gobierno federal y la mayoría oficialista en las cámaras parlamentarias se caracterizaron por su heterogeneidad social y pluralidad política. Se compusieron, de manera interna, por diferentes actores, organizaciones, grupos, colectivos e individuos de distintos sectores sociales. Sin embargo, en el espacio público se enfrentaron grupos sociales con opiniones e intereses opuestos, que descalificaban in toto los juicios, preferencias y supuestas identidades sociopolíticas de su contraparte -casi siempre sin ningún matiz, concesión o voluntad de encontrar puntos de acuerdo mínimo.
¿Cómo explicar, entonces, el contraste entre la heterogeneidad social y el pluralismo político en el interior de las manifestaciones, por un lado, y la polarización política, por el otro? La respuesta está en el hecho de que la escenificación de la polarización política debe su dinámica, en gran parte, a dos factores distintos, pero concurrentes, y que se retroalimentan en el espacio público, a saber: la lógica de la “razón populista” y la de la protesta social.
Como una forma de hacer política, el populismo opera mediante la reducción de la complejidad. Simplifica la realidad de la pluralidad política existente en la sociedad con el fin de construir identidades monolíticas en oposición. Para ello, genera y representa, con regularidad, conflictos reales y simbólicos que enfrentan a distintos actores y sectores sociales.48 La alquimia populista logra su propósito cuando de la división consigue reconstruir el lazo social en forma de unidad nacional, de la cual los opositores son expulsados por no ser, para nuestro caso, “auténticos mexicanos”, sino conservadores elitistas en contra del “pueblo”.49 La potencia hegemónica de la “razón populista” se revela cuando obliga a sus adversarios a operar en el marco discursivo, espacios, formas y disputas definidos, de antemano, por el populismo de manera hegemónica.50 De allí la reacción de los críticos de AMLO y la 4T de verse en la necesidad de expresar que ellos también serían parte del pueblo y patriotas que aman a México, mientras que sus oponentes representarían una amenaza para la democracia. De este modo, en suma, se configura un conflicto como forma central del lazo político con dos caras: la interna de identificación de los seguidores de AMLO y la 4T, y la externa, que se caracteriza por una relación antagónica entre opositores. Así, la polarización política consiste en la confrontación de dos comunidades imaginadas, que abrigan visiones opuestas sobre lo que debe ser la democracia, sus instituciones y su futuro. Asimismo, en la escenificación respectiva de esta polarización, los integrantes de ambas comunidades en conflicto se autocercioran de su identidad colectiva, sus intereses, valores y creencias, que creen y sienten amenazados por el enemigo político.
La segunda lógica de la polarización política corresponde a la de la protesta social en sí. Todo actor colectivo que ingresa, movilización de por medio, al espacio público, lo hace en términos polémicos y haciendo uso de distinciones y explicaciones simplificadas para perfilar mejor sus demandas, definir sus posiciones, buscar aliados y seguidores y señalar a los supuestos responsables del problema que motiva la protesta. De este modo, entabla una disputa política en el espacio público gracias a la cual se configura un conflicto entre los adversarios.51
La conjugación de ambas lógicas en el espacio público crea la impresión de un clima de crispación y radicalización política que, sin embargo, puede resultar engañoso. En efecto, aunque el contexto de las manifestaciones que aquí analizo está marcado por el populismo impulsado por dichos y hechos del presidente de la República, no obstante las manifestaciones pro y anti-AMLO son de naturaleza diferente, a pesar de que ambas utilizan mecanismos de reducción de la complejidad política.
Si bien la identidad colectiva y el discurso anti-4T polariza el lazo político al estigmatizar a sus adversarios, el discurso de los críticos del presidente mexicano y sus simpatizantes no es populista en el sentido de Müller.52 En él no se afirma que ellos sean los representantes únicos y auténticos del “pueblo” y su “voluntad política”. Por el contrario, aceptan la pluralidad política y respetan las instituciones y los procedimientos democráticos. En las palabras de uno de los oradores del mitin en la plaza del monumento de la Revolución:
Cada voto vale lo mismo. Todos valemos lo mismo […] Ésta es la marcha de todos […] El pueblo somos todos, en este México cabemos todos, ellos y nosotros […] Quien es hoy minoría, mañana puede ser mayoría. Eso es la democracia […] Quien cree en la democracia, [la asume] como forma de vida […] Sin la sociedad civil, los mexicanos no hubiéramos conquistado la democracia. Ahora, AMLO la descalifica […] Nos oponemos a la manipulación facciosa de la democracia […] Este país necesita la reconciliación: la convicción democrática nos puede reunir [de nuevo].
En suma, la polarización política registrada en el espacio público entre los críticos de la reforma del INE es producto de la lógica de la movilización colectiva y la escenificación de la protesta simbólica. Un producto que se configura reactivamente en el interior del campo discursivo hegemónico elaborado por la 4T y su líder. En cambio, en la manifestación de los simpatizantes del proyecto de López Obrador la lógica de la polarización es inherente al funcionamiento de la “razón populista”, a saber: la construcción de identidades antagónicas. En el sentido de Müller, sí se trata de una manifestación populista en la medida en que se presenta, de modo antipluralista, como la expresión del “pueblo verdadero”.
IV. Conclusión: paradojas, beneficios y peligros de la polarización política
La polarización política que se registra en la actualidad en México en los medios de comunicación y las redes sociales, multiplicada mediante las precampañas ilegales por la candidatura presidencial de los distintos partidos y coaliciones partidistas, crea la sensación en la ciudadanía y la opinión pública de un peligro de radicalización política que podría desestabilizar aún más al país en medio de la normalización de la crisis de seguridad y la violencia criminal.
Para concluir este escrito, me gustaría destacar ciertas paradojas, beneficios y también peligros de la polarización presente en el país.
De manera paradójica, la polarización escenificada en el espacio público es posible gracias a y contenida por las instituciones políticas que unos cuestionan y pretenden reformar y otros defienden como garantes de la democracia y el Estado de derecho. En otras palabras, la constitución y las instituciones políticas en México permiten y garantizan la pluralidad política, la expresión libre de opiniones, el derecho de reunión, las elecciones periódicas de las autoridades públicas, etcétera. La polarización es consustancial a la política, en general, y al conflicto en la democracia, en particular. No es necesariamente una amenaza para ésta última -no, al menos, mientras el intenso conflicto democrático no mute en “polarización perniciosa”.53
Por otro lado, la polarización tiene lugar en un campo simbólicamente hegemonizado, en el que la 4T define las posi bilidades discursivas entre los actores antagónicos, de tal suerte que los opositores se han visto obligados a posicionarse en los términos y alcances que esta hegemonía dispone. Por esta razón, la polarización queda, paradójicamente, atemperada y puede ser gestionada política y administrativamente sin llegar a un conflicto violento.
En la escenificación de la polarización hay, asimismo, efectos positivos. El primero es la recuperación colectiva del espacio público como un espacio de la política y no solamente uno degradado de inseguridad y violencia.
En segundo término, contrastan las “emociones y sentimientos negativos” de discursos y narraciones escenificados en el espacio público con la alegría de los asistentes a las manifestaciones por el hecho de estar juntos, aparecer en público y mostrar con su presencia sus preferencias políticas y su simpatía por una causa.
En tercer lugar, habría que destacar aquí el notable hecho de que la polarización en la plaza pública se expresó de modo pacífico, inclusive en momentos de interacción cara a cara entre opositores. Si bien en las formas de la protesta simbólica de cada uno de los grupos se veían y oían ciertos excesos, la violencia física -inclusive en contra de objetos y mobiliario urbano- estuvo ausente. Justamente, uno de los efectos de la protesta simbólica consiste en la canalización no violenta de emociones y sentimientos negativos, que, en otros contextos, podrían conducir a actos de violencia.
Como vimos, la lógica populista y la de la protesta contribuyen, de manera distinta, a la polarización en el espacio público. Si bien ésta tiene un efecto vigorizante en la politización de personas y grupos de distintos sectores sociales, también abriga efectos peligrosos.
Uno de ellos es el de la moralización de la política. Efectivamente, las identidades no sólo se polarizan (pobres versus ricos o pueblo versus ciudadanía), sino que se caracterizan en términos maniqueos: buenos y malos, honestos y corruptos. Así, el populismo produce un discurso y una narrativa victimizante como instrumento político, en el que, además, se otorga a sí mismo una superioridad moral frente a su oponente. Siguiendo la razón populista, la moralización de la política esencializa al otro y lo estigmatiza como malo y corrupto: todo lo que hace y dice carece de integridad moral.
Otro peligro de la polarización es la emocionalización de la política. La lógica populista y la de la protesta se configuran, en parte, por medio de la comunicación de emociones y sentimientos. Por su propia naturaleza, las emociones, sentimientos y afectos se alimentan de estados y procesos subjetivos sólo accesibles, de forma directa, al actor que las vive.54 De allí que la semántica que los expresa sea una semántica de la “autenticidad”: en principio se cree en la veracidad de quien afirma sentir miedo u orgullo, por ejemplo. Sin embargo, la conjunción de la identidad construida de acuerdo con la razón populista y la escenificación de la autenticidad de emociones y sentimientos pueden conducir a exigir identificaciones excluyentes para las cuales los integrantes del polo opuesto son una amenaza de la propia identidad, forma de vida y proyecto político, por tanto, son un enemigo que no merecería los mismos derechos que “nosotros” (o que “yo”) y que no puede tener razón.
La moralización y emocionalización de la política pueden socavar el espacio público en la medida en que dejan pocas (o nulas) oportunidades de diálogo, discusión, entendimiento y acuerdo entre los actores enfrentados. Más que una deliberación colectiva, transforman la comunicación política en cacofonía. Así, pueden contribuir a destruir la pluralidad e igualdad políticas.