Introducción
Muchos autores griegos y romanos antiguos prestaron una gran atención a las cuestiones militares, debido sin duda alguna a la importancia que tenía esta actividad en su sociedad, ya que entonces la intensa turbulencia geopolítica llegaba al grado de determinar la supervivencia y continuidad de esos Estados. Destacan sin duda algunos autores como Onosandro, Eneas el Táctico, Frontino, Polieno, Arriano y muchos otros cuya obra se ha perdido, o cuyas consideraciones militares se encontraban más dispersas o subordinadas en el conjunto de su obra, como es el caso de Homero, Heródoto, Tucídides, Jenofonte, Polibio, Dionisio de Halicarnaso, Plutarco, Tito Livio o Flavio Josefo. No obstante, de entre todos ellos destaca claramente Flavio Vegecio Renato por su Epitoma rei militaris, o Compendio de técnica militar, como se ha traducido al español, ya que presta atención a aspectos muy específicos de la organización y práctica militar, al grado de haberse convertido en el texto más relevante sobre la materia en su época. A la postre, durante toda la Edad Media, fue el texto militar de la Antigüedad más referido, más consultado y más plagiado, manteniéndose vital y plenamente vigente hasta el Renacimiento, cuando Nicolás Maquiavelo dio cuenta de su continuada influencia.1
Maquiavelo escribió otro texto fundamental de la temática militar, El arte de la guerra, que fue el único de sus cuatro libros publicado durante su vida, en 1521, dado que los otros tres, El príncipe, los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, y la Historia de Florencia se publicaron algunos años después de su muerte, ocurrida en 1527. Debido a este libro, Maquiavelo adquirió entonces el prestigio de ser un experto en cuestiones militares, lo cual se debía no sólo a su relevante texto, sino además a que en su vida profesional, durante su función como segundo secretario de la República de Florencia, para la que trabajó entre 1498 y 1512, una de sus múltiples actividades o funciones fue la de ser secretario del Consejo de los Diez de la guerra, el organismo del gobierno republicano que se encargaba de las cuestiones militares y al cual le encargaron tareas tan importantes como organizar la milicia de la ciudad en 1506. De esta encomienda se guarda un documento oficial de la mayor importancia, tanto para la historia de Florencia como para el análisis del pensamiento del ilustre secretario.2
Sin embargo, Maquiavelo debía el conocimiento de las cuestiones militares no sólo a su práctica en el servicio público, sino también a su formación e inquietudes intelectuales, que lo orientaban a la lectura y atento análisis de los escritores antiguos. En este aspecto, era un ejemplo paradigmático del más puro espíritu renacentista, pues no sólo conocía muy bien, y apreciaba mucho, a los autores clásicos, sobre todo latinos, sino que su esquema conceptual lo llevaba sistemáticamente a comparar su sociedad con la de la Roma clásica, para establecer paralelismos, contrastes y enseñanzas útiles para su propia época.
Así, aunque Maquiavelo no lo nombrara expresamente en El arte de la guerra, es evidente que conocía muy bien el texto de Vegecio, del cual tomó una gran cantidad de ideas y principios, como es bien sabido entre los especialistas sobre el tema, quienes consideran que hay una enorme similitud entre ambos, incluso demasiada.
Por esta razón, la motivación principal de este texto es ir más allá de la mera sugerencia sobre las similitudes de ambos autores, o la insinuación intuitiva de la influencia del primero sobre el segundo, y comparar detalladamente ambos libros con el fin de evidenciar y analizar sus coincidencias, ciertamente, pero también, y sobre todo, destacar sus notables diferencias, algo mucho menos atendido. Esto, en conjunto, tiene trascendentes implicaciones militares y políticas.
Para alcanzar este objetivo, este escrito se ha organizado de la siguiente manera. En total, el análisis se segmentó en cuatro secciones. La primera, denominada La Antigüedad de los antiguos, expone la similitud de condiciones e intenciones de los dos autores al escribir sus textos. Ambos querían exaltar y enaltecer el pasado glorioso de su Estado y, sobre todo, de su ejército, con el fin de inyectar ánimos y pundonor entre sus contemporáneos. La segunda, El arte de la guerra y el Estado, tiene por objeto exponer una concepción fundamental, muy similar en ambos autores, sobre la importancia y, de hecho, la necesidad imprescindible de todo Estado de contar con un ejército, que no sólo defienda su integridad frente a otros, sino que incluso le permita expandirse siempre que le sea posible. En la tercera, Milicia, mercenarios y auxiliares, se muestran también ciertas semejanzas entre ambos autores sobre este tema, pero quizá en esta parte lo más relevante sean sus discordancias. Si bien sus ideas confluyen en la importancia de la existencia y el entrenamiento de un ejército propio, Vegecio parece admitir la utilidad y viabilidad de los soldados mercenarios y auxiliares, mientras que Maquiavelo reprueba de manera absoluta ese recurso. La cuarta y última sección, titulada Las reglas generales de la guerra, consiste esencialmente en un cuadro comparativo de una sección de cada texto, en la que cada uno de los autores expone los principios y axiomas básicos de sus ideas militares. Ello permite no sólo disponer de un listado puntual, y casi proverbial, del conjunto de ideas expuesto ampliamente en cada obra, sino también percatarse de la enorme semejanza, o influencia, de un autor sobre el otro.
1. La Antigüedad de los antiguos
Uno de los paralelismos y, al mismo tiempo, paradojas que se produce al comparar los textos de Vegecio y Maquiavelo es que los dos enaltecen e invocan la Antigüedad y a los escritores antiguos. Si bien Maquiavelo invoca como Antigüedad a la Roma clásica, de la que forma parte el mismo Vegecio, éste, a su vez, invoca una Antigüedad de la misma Roma clásica, es decir, su etapa primigenia, incluidos una serie de escritores que en ese momento ya eran considerados antiguos o tradicionales.3
No hay muchos datos biográficos disponibles sobre Vegecio, ni sobre el momento de la escritura de su texto. La única referencia clara de que se dispone para ubicarlo históricamente la proporciona él mismo, haciendo referencia en la Epitoma a la deificación del emperador Graciano, lo cual ocurrió en el año 383. Es decir, Vegecio debió escribir su texto algún tiempo después de ello, en los últimos años del siglo IV o en los primeros del v.4
Para esa época, Roma podía contar una historia de más de 1000 años; más de 1100, de hecho, si ha de partirse de la mítica fundación de la ciudad en el 753 a.C. Es decir, Roma, la Roma de Vegecio, ya podía apelar a una Antigüedad romana, tanto en lo que se refiere a gestas heroicas como a legados culturales e intelectuales.
Para los siglos I y II d.C. Roma ya había alcanzado su mayor expansión territorial, una gran concentración y centralización política, y un enorme cúmulo de riquezas, de lo que se vio beneficiada toda la sociedad romana y, sobre todo, el estrato de los patricios. Esto último lo lamentaba Lucano con estas palabras: “Con el sometimiento del mundo, la Fortuna acarreó riquezas excesivas”.5 Roma había experimentado ya también una escandalosa descomposición y corrupción política, cuyos ejemplos extremos, y grotescos, podían observarse en Calígula, Nerón o Cómodo.6 Más aún, las glorias militares que adornaban su expansión imperial, sobre todo las victorias obtenidas en las Guerras Púnicas, se habían comenzado a empañar por derrotas como la de Teutoburgo (9 d.C.) y, sobre todo, la de Adrianópolis (374 d. C.), la cual representó no sólo una estrepitosa derrota, sino un acontecimiento que señaló el inminente declive político y militar del Imperio, que aun cuando se sostendría 100 años más, lo haría ya agonizante y desahuciado.7
Aunque Vegecio no hace alusión alguna a la batalla de Adrianópolis, no puede pensarse en modo alguno que no haya calado hondamente en su ánimo, en sus ideas y, sobre todo, en su propósito.8
Como lo dice claramente en el texto de su Epitoma, escribió el primer Libro por iniciativa propia, tratando y sistematizando meticulosamente el proceso de reclutamiento del ejército romano, el cual, como muchos otros aspectos de la organización militar, se había venido desatendiendo gradual y negligentemente, desvirtuando la naturaleza misma de la legión romana, que había adquirido su nombre precisamente por este proceso, por lego (elegir) cuidadosamente a sus miembros, que se convertirían en los legionarios, los elegidos para formar parte del ejército.9 Ciertamente, la derrota de Adrianópolis no podía atribuirse directamente a un problema de tipo estructural, a una cuestión endémica del propio ejército sino, sobre todo, a errores de orden táctico pero, en todo caso, esta derrota manifestaba un indicio inequívoco de la crisis militar romana.
De este modo, Vegecio señalaba que en todo caso la falta de disciplina y entrenamiento era un problema estructural muy serio en el ejército romano, lo cual había sido durante mucho tiempo su mayor distintivo y, para el juicio de varios, la razón principal de su éxito.10 Polibio, Tito Livio, Julio César, Tácito, Flavio Josefo y muchos otros autores de la época dan cuenta de cómo la disciplina del ejército romano había sido un factor determinante en las victorias obtenidas en sus numerosas y variadas campañas militares.11 Vegecio acentuaba este rasgo recordando que el mismo nombre de esta corporación, ejército, se debía a su práctica del ejercicio, tanto al físico como al realizado con el uso de las armas, lo cual se había descuidado en buena medida por simple negligencia, aunque también por los largos periodos de paz en las últimas etapas del Imperio.12
Desde su personal perspectiva, Vegecio identificaba tres factores relevantes que habían conducido a este relajamiento e indisciplina.
El primero de ellos era el descuido, o incluso podría decirse la pérdida absoluta en el cuidado de la fortificación de los campamentos, una de las cosas que distinguía claramente al ejército romano del de los bárbaros.
El segundo era mucho más notable y preocupante, pues poco a poco el soldado romano había venido perdiendo el cuidado en su equipamiento, otra de sus características distintivas, sobre todo al contrastarlo con el de los bárbaros, que aunque había evolucionado siguiendo el modelo de los romanos, aún era inferior de manera general y, a veces, incluso rudimentario.
Ciertamente, en algunos casos, el soldado romano había optado sólo por el gorro paflagonio, de cuero, más ligero que el casco, y por la cota de malla, también más ligera que la coraza, pero esta protección distaba una enormidad de la proporcionada por el casco y la coraza, por lo que se ganaba en comodidad lo que se perdía en seguridad.13
Y la tercera es que los cargos más elevados del ejército se habían comenzado a entregar exclusivamente a los patricios, aun cuando no contaran con experiencia o mérito militar alguno, es decir, confiriéndolos como si se tratara de un simple título nobiliario, como si fueran parte constitutiva de su abolengo, lo que obviamente daba como resultado una conducción del ejército torpe y errática.14
Así, confrontando el antiguo orden y disciplina del ejército romano y con sus éxitos militares, Vegecio hacía este diagnóstico y balance, que le permitía no sólo evocar una época dorada, para así exaltar los ánimos patrióticos de sus contemporáneos, sino también señalar específicamente algunos de los errores más graves que a su juicio se estaban cometiendo en su propia época.15
A lo largo de toda la Epitoma hay una larga serie de referencias y ejemplos tomados de los escritores militares clásicos, lo cual si bien fue una petición expresa del emperador, parece indicar también que Vegecio no era propiamente un hombre de armas, sino un hombre de letras, es decir, alguien que conocía y sabía del arte de la guerra más por sus lecturas de los tratadistas militares que por su experiencia directa en el campo de combate.16
Al considerar desde esta misma perspectiva el texto de Maquiavelo, observamos ciertamente paralelismos y paradojas. Maquiavelo también evoca un pasado glorioso y prácticamente heroico de su ciudad natal, Florencia, una ciudad medieval y renacentista rica y potente, aunque contrastante con el vasto Imperio romano que tenía ante sí Vegecio. Aun así, Florencia había sido capaz de defenderse exitosamente frente a otras potencias europeas durante los siglos XIV y XV, para lo cual la ciudad había organizado y recurrido a una milicia ciudadana valerosa y confiable, del mismo tipo que había tenido la República romana clásica en sus primeras etapas, cuando aún era innecesario e inimaginable un ejército profesional.17
Sin embargo, no puede pasarse por alto que Maquiavelo incurre en cierto anacronismo e idealismo al realizar esta evaluación de la situación militar de Florencia en el siglo XVI. En primer lugar, si bien Florencia se había defendido con cierto éxito durante los siglos XV y XVI, recurriendo a la milicia, las potencias europeas de esa época se transformaron sustancialmente, no sólo al crecer y centralizarse, sino fortaleciendo sus ejércitos en varios aspectos, uno de los cuales fue el de la profesionalización. En segundo lugar, en la misma medida en que Florencia se expandió y enriqueció en los dos siglos previos, también decayó la voluntad ciudadana de servir militarmente a su patria; si los enriquecidos florentinos podían ofrecer parte de su bolsa en lugar de arriesgar su vida, les pareció obvia la primera opción.18
Por otro lado, la diferencia de escenarios y realidades históricas entre uno y otro hace que Vegecio ponga mucha atención en los lugares y climas de donde han de reclutarse los soldados, mientras que Maquiavelo, al no tener a su disposición semejante universo, pone más atención en el entrenamiento y preparación de los soldados. Ciertamente, ambos coinciden en que es mejor reclutar a los que trabajan en el campo, acostumbrados al esfuerzo, las inclemencias y las rudezas del medio. Vegecio llega a excluir incluso algunas profesiones que considera mujeriles.19
De la misma manera, otra diferencia notable entre Vegecio y Maquiavelo es que mientras el primero parece responsabilizar fundamentalmente del deterioro de la disciplina y el entrenamiento militar al propio ejército y sus generales, el segundo responsabiliza principalmente al gobierno civil, tanto a los príncipes como a los gobiernos republicanos. Esto lo expresa con claridad y convicción en El príncipe.20
Más aún, una de las características más importantes del pensamiento militar de Maquiavelo es recomendar e insistir precisamente en la unidad de la vida civil y la militar. Prácticamente todo el Libro I de su obra El arte de la guerra está dedicado a enfatizar esta unión, reprochando explicita y enfáticamente que los Estados italianos de su época han hecho lo contrario, es decir, disociar la actividad cívica de la militar. A partir de esta premisa, se pueden establecer también dos principios fundamentales para el Estado moderno: uno, que el poder público debe tener el monopolio de la guerra, de las armas y, consecuentemente, de la violencia pública; y dos, que el mando militar debe estar subordinado por completo a la autoridad civil, tanto en lo que se refiere a los medios como a los fines.21
Otra diferencia notable y muy relevante entre Vegecio y Maquiavelo es que el primero admite con naturalidad la posibilidad de que se cuente con un ejército profesional, mientras que el segundo no sólo no la admite, sino que construye todo un alegato en contra de ella, al grado de que esto constituye uno de los rasgos más sobresalientes y distintivos de su teoría política y militar. No obstante, aquí resulta de nueva cuenta determinante la circunstancia política e histórica de cada uno: mientras Vegecio tiene ante sí un enorme imperio cuyo ejército necesita una amplia movilidad y la custodia de larguísimas y lejanísimas fronteras, lo cual es imposible de satisfacer mediante una milicia, Maquiavelo tiene ante sí una Ciudad-Estado cuyo territorio es mucho menor. En este caso, atendiendo exclusivamente a criterios geográficos, bien podía cubrirse haciendo uso sólo de una milicia. Sin embargo, como ya se ha dicho antes, si consideramos todos los factores sociopolíticos que debían atenderse en aquella época, basarse exclusivamente en una milicia ciudadana no parecía ser lo más prudente.22
2. El arte de la guerra y el Estado
Tal vez la guerra no sea tan antigua como el hombre, pero sí como la sociedad, y consustancial al Estado. La guerra es sin duda violencia, pero no de hombre a hombre, sino violencia organizada, una violencia que propicia y presupone la organización política, el Estado.23
Desde la perspectiva de algunos historiadores, el abandono del nomadismo y el establecimiento y sedentarismo de los grupos humanos que dio origen a las primeras sociedades territoriales propició una mayor organización social y política, dando paso a la necesaria defensa del territorio y, en consecuencia, a la guerra. Julio César, por ejemplo, en La guerra de las Galias, consideraba que uno de los factores que posibilitaba e instigaba el belicismo de los germanos era su nomadismo, su reticencia para asentarse en un territorio, dado que, gracias a su trashumancia, la práctica de la guerra era una actividad natural y obligada para proveerse de medios de vida.24 Tácito también los describe como un pueblo amante de la guerra25 e, incluso, da una descripción muy perceptiva de su actitud: “No resulta tan sencillo convencerlos para arar la tierra o para aguardar la cosecha como para provocar al enemigo… les parece una cobardía y una vileza adquirir con sudor lo que se puede adquirir con sangre”.26
Vegecio estaba plenamente consciente de que la fundación de nuevas ciudades, es decir, no sólo la construcción de muros y calles, sino el establecimiento de una comunidad humana con vínculos sociales estables, era una de las mayores glorias de las que podía ufanarse un individuo.27 En consecuencia, asumía plenamente que para defenderse de enemigos territoriales o ambulantes, para mantener la libertad y dignidad de un pueblo, era indispensable practicar y dominar la técnica militar, lo que Tácito también expresa de una manera axiomática: “No puede haber seguridad para los pueblos sin armas, ni armas sin salarios, ni salarios sin impuestos”.28
Entonces, el entorno que está describiendo Vegecio es tal, que la libertad de los pueblos no se consigue y preserva mediante un acuerdo o una cultura de la paz, sino todo lo contrario, mediante una preparación constante y la predisposición para la guerra. Incluso considera que la cohesión social y la unión del Estado se consiguen sólo cuando hay un enemigo externo. Así lo expresa Salustio, quien refiere que mientras Cartago fue una amenaza real, había unión entre los romanos por el miedo que se tenía a los enemigos.29 Más aún, según Vegecio, la mejor preparación para la guerra no se da simple y sencillamente con el ejercicio físico o la práctica en el uso de las armas, sino emprendiendo real y de manera continua la guerra, sin dejar que el soldado y el general olviden lo que es hacer la guerra. En otras palabras, desde su punto de vista, la paz era perjudicial para el ejército.30
En este sentido, para él resultaba claro que el medio por el cual Roma pudo someter al mundo fue precisamente éste: contar con un ejército adiestrado a la perfección en el uso de las armas. La riqueza y los recursos de otro tipo eran secundarios. Más aún, asociaba la capacidad militar del Estado con la pericia del emperador en esta materia, considerando que a partir de ella el Imperio sería invencible.31
Para Vegecio, el afán de dominación y sometimiento militar no tiene límites, ni reglas, y mucho menos códigos de honor. Cualquier recurso o estratagema es válido para obtener la victoria, así sea necesario recurrir a la mentira, el engaño, la traición o el incumplimiento de promesas y acuerdos.32 En este aspecto, Vegecio se pliega por completo a una larga tradición greco-latina que asume sin ambages que en la guerra todo se vale, cualquier recurso que se emplee para derrotar al enemigo es lícito, y su resultado, la victoria, es lo único que se aprecia, tal y como lo ejemplifican claramente con numerosísimos casos la Poliorcética de Eneas el Táctico, la Stratagemata de Frontino y las Estratagemas de Polieno.
Así, Vegecio tiene claro que la única garantía para hacer valer un pacto o compromiso es la potencia militar, la capacidad de hacer valer lo acordado esgrimiendo un potencial militar disuasivo. Fuera de ello, no hay garantía alguna. Y lo dice de una manera que en otro contexto y en otra materia parecería cinismo: “A menudo a los crédulos, el fingimiento de tratados y de paz les ha provocado más daño que las propias armas”.33
En este mismo sentido, tampoco admite que haya nada parecido al respeto por la integridad o los asuntos internos de los otros Estados. Más aún, parte del supuesto de que uno de los recursos más útiles y efectivos para vencer a un Estado enemigo es el fomento de sus discordias civiles, la infiltración de espías y provocadores, el soborno y cohecho de traidores y aliados internos.
Maquiavelo suscribía sin duda alguna muchos de los planteamientos de Vegecio a este respecto, sin embargo, también discrepó en algunos. Del mismo modo que lo plantea Vegecio, considera una de las mayores virtudes y méritos de los hombres la fundación de ciudades; más aún, en un conocido pasaje de los Discursos, considera que los hombres merecedores de mayor reconocimiento para la humanidad son: 1) los fundadores de religiones; 2) los fundadores de Estados; 3) los grandes generales y, 4) los hombres de letras.34
Maquiavelo asumía la misma presunción de Vegecio, a saber, que había que estar preparado siempre para la guerra, alerta y vigilante en todo momento. Sin embargo, aquí hay una diferencia de énfasis, o de esclarecimiento.
Vegecio, como se ha dicho ya, no sólo insiste en que se debe estar preparado en forma permanente para la guerra, sino que hay que estar realizándola continuamente, estar siempre en guerra. De este modo, atribuye a los largos periodos de paz que se habían experimentado en el Imperio, como la pax romana, la falta de preparación y la impericia del ejército.35 Es decir, para que el ejército esté en forma, debe estar siempre en guerra. Un imperativo que parece realizable mientras que un Imperio esté en expansión, pero que lógica y geográficamente tiene un límite, como lo experimentó la propia Roma.
Maquiavelo asume una perspectiva muy similar, aunque de una manera un tanto indirecta. Es decir, es enfático en su reiteración de que hay que estar preparado para la guerra, aunque no parece asumir con tanta claridad la necesidad de que el ejército siempre esté en campaña. No obstante, en El príncipe y en los Discursos señala que nada hay de reprobable en las tendencias expansivas de los Estados, más aún, cuando se tiene esa capacidad, es loable, lo que implica una tendencia imperialista que necesariamente conlleva el empleo del ejército y la práctica de la guerra.36 Evidentemente, como se ha advertido en otros casos, las posiciones históricas y geopolíticas de ambos autores son diametralmente distintas. Mientras Vegecio está contemplando un panorama en que el Imperio romano ha derrotado a todos los enemigos poderosos que le circundaban y domina casi todo el mundo conocido civilizado, Maquiavelo habla desde una Ciudad-Estado de proporciones moderadas, similares a las de las otras ciudades italianas del periodo, pero mucho más débil que los enormes Estados europeos del momento, como Francia y España, ante los cuales, por cierto, ya había sucumbido en 1494 y 1512. Y, a pesar de ello, o tal vez precisamente por ello, defiende una política expansionista.
Otra diferencia notable entre ambos autores es su disposición frente a la influencia e injerencia de los militares en el poder civil. En todo el texto de Vegecio no hay advertencia alguna sobre el peligro de que los mandos militares o el ejército en su conjunto subviertan el orden civil, a pesar de que la ruina de la República se desencadenó en buena medida por esta vía, y de que el Imperio se corrompió y desintegró en parte por ello mismo. Y es que si bien los Estados se sostienen con buenas armas, como diría Maquiavelo, también sucumben ante ellas y, en ocasiones, ante las armas esgrimidas por sus propios soldados y generales, como lo experimentaron y sufrieron los romanos, pero también los italianos del Renacimiento, quienes vieron que condotieros como Francesco Sforza se hicieron del poder político a partir de su control del ejército. 37
Evidentemente, todo esto conducía a una gran paradoja, pues una de las fortalezas del ejército romano fue la unión y solidaridad entre sus soldados, y entre éstos y sus comandantes, dado que ellos mismos los elegían y le conferían la máxima distinción a un general, la de imperator, un nombramiento que daba cuenta de la máxima consideración como líder y comandante militar, a partir del cual se desarrollaría después la misma figura e institución del emperador.38 De esta manera, Maquiavelo trataba de llegar al mismo fin por una vía distinta, que era también la de fortalecer la unión y cohesión de los soldados, y de éstos con sus comandantes, pero no mediante relaciones personales o clientelares, sino mediante motivos cívicos y patrióticos, fomentando la lealtad al Estado en tanto representación de la comunidad política, una modalidad o extensión del humanismo cívico característico de las repúblicas renacentistas.39
Es por ello que para prevenir o evitar la corrupción y ambición de los ejércitos profesionales, Maquiavelo considera necesario que el pueblo permanezca armado. De ahí que condene enfáticamente a Octaviano y Tiberio, que a su juicio fueron quienes desarmaron al pueblo romano, sin ningún motivo justificado, sólo para satisfacer sus ambiciones personales.40 Y aquí se presenta una diferencia notable no sólo con Vegecio, sino entre los mismos escritos de Maquiavelo. Como se sabe, uno de los rasgos más característicos es su insistencia en que el Estado tenga su ejército propio, que el gobierno le conceda absoluta primacía a la guerra, y que los ciudadanos presten su servicio militar de manera voluntaria y entusiasta. Esa insistencia está presente no sólo en El príncipe y en los Discursos, sino también en la Historia de Florencia y en otros escritos políticos y militares breves, y obviamente también en El arte de la guerra. Sin embargo, lo que no planteó en los primeros trabajos referidos lo presenta con claridad en El arte de la guerra, al establecer que la forma de gobierno, su carácter y naturaleza, influye de manera determinante en la disposición de la ciudadanía para con el Estado, específicamente en su disposición a recurrir a las armas para defender sus vidas, sus familias, sus propiedades y, dado el caso, sus libertades.41
Así, a pesar de que una de las máximas más difundidas de El príncipe es que éste debe tener el arte de la guerra como su primera preocupación y ocupación, también advierte que sus excesos deben estar equilibrados por la milicia ciudadana. De ahí que una de las características del gobierno principesco, es decir, la concentración del poder en un solo hombre, sea precisamente la propensión a mantener ejércitos profesionales, antes que populares, los cuales están a su entero servicio. De esto, a su vez, deduce la regla general de que mientras las repúblicas se basan en ejércitos milicianos, las monarquías lo hacen en ejércitos profesionales y permanentes.42
Pero el peligro para el Estado no sólo proviene del propio príncipe, sino también de los generales del ejército, cuyo ejemplo también lo provee la experiencia romana. Por esa razón Maquiavelo proponía mecanismos para romper o debilitar los lazos y vínculos de lealtad, y posible complicidad, entre los mandos militares y sus soldados. Por ejemplo, recomendaba que los comandantes del ejército provinieran de una región distinta a la de los soldados; que los generales fueran transferidos de una zona a otra periódicamente, con el fin de romper esos mismos vínculos; y que, al igual que los soldados, los capitanes no tuvieran el ejercicio de las armas como su única profesión.43
Y ésta es otra diferencia notable entre Vegecio y Maquiavelo. Mientras el primero ya había asumido por completo la necesidad de un ejército profesional, el segundo seguía insistiendo en un ejército miliciano. Ciertamente Vegecio partía de la experiencia histórica ya probada de Roma, que evidenciaba cómo un ejército miliciano funciona de manera adecuada y se adapta bien a las labores defensivas, cuando no tiene que alejarse mucho de la ciudad o para campañas en el territorio circunvecino, lo cual le permite volver a sus labores productivas en un tiempo relativamente breve. Por el contrario, un Estado de mayores proporciones y con actividad expansiva necesita un ejército que pueda dedicarse por completo al ejercicio de las armas, que pueda alejarse del territorio de la ciudad por una temporada prolongada, y que pueda incluso pasar el invierno en un campamento adaptado para ello, es decir, estar disponible todo el tiempo y en todas las condiciones, no nada más en las cortas temporadas de verano, como se acostumbraba en los primeros tiempos de la República.
Sin embargo, a pesar de las menores proporciones de la Florencia renacentista, el ritmo y el flujo de los ajustes geopolíticos parecía imponer la necesidad no sólo de un ejército profesional, permanente y especializado, algo a lo que siempre se resistió Maquiavelo, sino también de una rama o institución pública especializada en la administración y conducción de la guerra y los asuntos militares.44
3. Milicia, mercenarios y auxiliares
El ejército romano no siempre fue el gran ejército que arrasó Cartago, que sometió a los galos y que mantuvo a raya a los germanos más allá del Danubio. Y, por supuesto, tampoco fue en sus inicios algo parecido al gran ejército imperial bajo el mando de Augusto, cuyos estandartes y pendones lo hacían aparecer como una maquinaria invencible.
En un principio, el ejército romano era apenas un cuerpo armado de 3000 hombres que provenían proporcionalmente de las tres tribus que habían fundado la ciudad, es decir, un ejército compuesto de forma exclusiva por ciudadanos, más aún, por colonos conducidos por un rey-caudillo, cuya ocupación fundamental era la agricultura, la cual descuidaban sólo unos cuantos meses al año para prestar servicio militar a su comunidad, por el que no obtenían paga alguna. Muy al contrario, tenían que proveerse de su propio armamento, herramientas y sustento, lo cual hacían convencidos de que era la única manera de defender su propiedad, su familia y su libertad.45
Pero con el crecimiento y la transformación de Roma, su ejército fue experimentando también un cambio y desarrollo paralelo, que incidió en su organización, su tamaño, su armamento y muchas más de sus características distintivas. De forma que aquel legionario-agricultor nativo de la ciudad fue dando paso a un soldado íntegramente profesional, de la más variada extracción regional, propiciando así una enorme diferencia.46
De este modo, para fines del siglo IV, cuando Vegecio escribió su Epitoma, el ejército romano era una corporación compuesta por cientos de miles de soldados, repartidos en una enorme extensión territorial, que abarcaba tres continentes y que, si bien lo seguían distinguiendo ciertas características específicas, también se diferenciaba en su interior por notables divergencias raciales, lingüísticas y religiosas. Muy probablemente esta realidad haya sido la que impulsó a Vegecio a escribir su texto sobre la importancia de recuperar la atención en el reclutamiento del soldado romano, volver a convertirlo en un verdadero legionario, cuya misión primordial fuera ponerse al servicio del Estado romano. Como ya se ha dicho, ese texto se convirtió a la postre en el Libro I de su Epitoma, y los Libros siguientes se compusieron y agregaron a petición expresa del emperador, quien le solicitó no sólo poner atención a otros temas relevantes de la organización militar sino, sobre todo, recuperar y preservar las enseñanzas de los antiguos escritores militares, de modo que podría presumirse que este libro en conjunto es un compendio general de principios y dictados de esos autores previos.47
De esta manera, a pesar de que para Vegecio y su época se contemplaba con cierta añoranza aquel ejército legionario, aquel soldado ciudadano, y aquella comandancia y jerarquía militar emanada de y constituida por la misma comunidad de soldados, lo que Victor Davis Hanson ha llamado el militarismo cívico, en realidad esta organización militar ya portaba desde su misma simiente algunos de los problemas que se potenciaron con su crecimiento y expansión. Éstos hicieron eclosión en la época imperial.48
Así, el hecho de que inicialmente se tratara de un ejército miliciano propició en buena medida que la asamblea de soldados fuera la que tomara decisiones muy importantes, como elegir a sus comandantes, para lo cual normalmente dirigían sus miradas a los más valerosos, experimentados o confiables.49 No obstante, esto que en un principio parecía dotar de fuerza y cohesión al cuerpo militar, se convirtió a la postre en un mecanismo que generó ciertamente fuertes vínculos de colaboración y lealtad, pero también de interés y complicidad. Inevitablemente, éstos evolucionaron hasta convertirse en una especie de relaciones clientelares, del mismo tipo incluso que las que existían en el conjunto de la sociedad romana, y que Tácito y Suetonio condenan en César, denunciando que sedujo a los soldados con dádivas y al pueblo con trigo.50 Estos vínculos de protección y patronazgo, mediante los cuales el patrocinador y el cliente se proveían mutuos servicios y compromisos, constituyeron la fibra del tejido social romano, el eslabón básico entre los plebeyos y los patricios. Sin embargo, también comportaban serios problemas sociales, que en el ejército se potenciaron al grado de minar la civilidad de esa organización militar, dando preferencia a sus necesidades y exigencias, postergando incluso prioridades públicas y patrióticas.51
De esta manera, los comandantes militares se convirtieron en proveedores, facilitadores y protectores de sus soldados, adquiriendo así un gran poder, tanto frente a la tropa, a la que se impusieron con este tipo de favores y con la disciplina militar requerida, como frente a las más altas autoridades civiles, ante las que se presentaron no sólo como gestores del servicio militar ciudadano, sino como capitanes de una fuerza armada autónoma e independiente. A partir de esta condición, sus reclamos derivaron con frecuencia en una especie de chantaje y extorsión.
Más aún, los afanes de servicio público que parecían motivar a los legionarios primigenios, pronto se vieron mezclados, opacados o desplazados, por la ambición y la codicia. El botín, que en su origen era un beneficio marginal de la guerra y la conquista, se convirtió en un objetivo prioritario, a veces único, desplazando muy frecuentemente a posiciones secundarias las consideraciones estratégicas de la guerra. Lucano reprobaba la ambición de los soldados de este modo: “el amor al oro es el único que no conoce el temor al hierro”.52 Maquiavelo retomó de Vegecio el acento en la importancia de la milicia, del ejército ciudadano. Más aún, reasumió por completo la afirmación de que la fuerza del ejército radicaba en la infantería. El énfasis que puso en contar con un ejército propio y formado por los mismos ciudadanos y rechazar a los soldados mercenarios y auxiliares está presente de manera expresa e insistente en El príncipe, específicamente en los característicos capítulos XII-XIV; en los Discursos, en los capítulos II. 0, II, 0 y II. 0; en la Historia de Florencia, en los tres primeros libros, pero en especial en el capítulo I.XXXIX, y, desde luego, en todo el primer libro de El arte de la guerra.53
Esta animadversión de Maquiavelo hacia los ejércitos mercenarios encuentra una explicación clara y motivada por la experiencia previa de toda la península. Si bien los ejércitos mercenarios existieron en la Antigüedad y durante la Edad Media en toda Europa, fue entre los siglos XIII y XV que se manifestaron con más fuerza, impertinencia y atrocidad en el territorio italiano, poblado de Estados pequeños y ricos, carentes de ejércitos sólidos y confiables y, por lo tanto, dispuestos a pagar los servicios militares de las compañías de mercenarios que recorrían todo el territorio.54
Más aún, la confianza absoluta que Maquiavelo expresaba hacia la milicia y su reprobación de los ejércitos mercenarios se alimentaba de su propia experiencia, ya que había atestiguado muy de cerca el fracaso de la reconquista de Pisa en 1503, empresa que el gobierno republicano había confiado a ejércitos mercenarios, cuyo fracaso se atribuyó no propiamente a errores tácticos, sino a una traición de éstos. Por tal motivo, a partir de ese acontecimiento, Maquiavelo se volvió un convencido promotor de la formación de un ejército miliciano, al grado de que se le comisionó para elaborar dicho proyecto, mismo que quedaría plasmado en el escrito de 1506 ya referido, de suma importancia, la Provisión de las Ordenanzas.55
No obstante, mientras Maquiavelo rechaza y reniega de manera absoluta de los ejércitos mercenarios o auxiliares, afirmando que en manera alguna se debe recurrir a ellos, Vegecio los admite y acepta de manera general, anteponiendo aparentemente sólo el inconveniente de su costo, es decir, señalando que es más barato para el Estado recurrir a sus propios jóvenes que pagar mercenarios. Evidentemente, aunque Vegecio no rechazó de forma absoluta ni descalificó de manera explícita este tipo de tropas, resulta obvio presumir una predilección implícita por las tropas propias, pues de otro modo sería inexplicable e injustificada la tarea que se impuso de redactar su texto sobre el cuidado meticuloso que hay que poner en el reclutamiento y el entrenamiento de los jóvenes.56 En el caso de los auxiliares, Vegecio tampoco los rechazó de manera absoluta, aunque en este caso sí pareció anteponer algunos reparos.
En primer lugar, advierte explícitamente que el número de auxiliares no debe sobrepasar el número de tropas propias. No dice el porqué, aunque presumiblemente por alguna consideración similar a la de Maquiavelo, es decir, para no depender en exceso de ellas. Esto implicaría ponerse en manos de un ejército extranjero, es decir, de otro Estado, en caso de una victoria.
En segundo lugar, no parece tener en alta estima a las tropas auxiliares, pues aunque tampoco las descalifica explícitamente, hay un comentario muy significativo en su texto que no debe dejarse pasar inadvertido. Ahí dice que uno de los problemas más serios que enfrentaba el ejército en su época era el desgano y la negligencia del soldado romano, quien se mostraba apático y renuente cuando se trataba de hacer grandes esfuerzos en sus ejercicios y tareas militares, al grado de que muchos de ellos preferían alistarse en las tropas extranjeras que en las propiamente romanas ya que, en aquellas, el nivel de entrenamiento y exigencia era mucho menor. Es decir, como puede deducirse, percibía que las tropas auxiliares estaban menos capacitadas que las que podrían considerarse auténticamente romanas.
En tercer lugar, Vegecio hace otra indicación relativamente sutil al mencionar que debe ponerse mucho cuidado en enseñar a las tropas auxiliares a obedecer el mando. Y aquí tampoco resulta del todo claro si lo dijo por asumir la natural rebeldía e insubordinación de los bárbaros, o por las diferencias de lengua y cultura que en muchas ocasiones hacían difícil la comunicación entre los generales y las tropas, sobre todo las auxiliares; o bien, simplemente por la necesidad de las tropas auxiliares de aprender y reconocer las señales visuales, sonoras y los movimientos de los estandartes, tal y como los reclutas bisoños deben aprenderlas.57
4. Las reglas generales de la guerra
Una de las partes más conocidas y citadas de Vegecio son sus Reglas generales de la guerra, que se encuentran en el capítulo III.XXVI de su Epitoma. En este capítulo, haciendo un gran esfuerzo de concreción y síntesis, resume en 33 enunciados los principios básicos que deben tenerse en cuenta a la hora de hacer la guerra. Maquiavelo, por su parte, ya casi al final del Libro séptimo de El arte de la guerra, también hace un esfuerzo similar, resumiendo en 27 principios lo que considera las reglas básicas de la guerra.58
La semejanza entre ambos recuentos es evidente, notable a simple vista. Para hacer una comparación puntual y dar una idea más clara de hasta dónde Vegecio influye en Maquiavelo, se presentan en el siguiente cuadro, del lado izquierdo, las reglas generales enumeradas por Vegecio y, del lado derecho, alterando el orden de su presentación para identificar mejor su correspondencia, las señaladas por Maquiavelo, a las que se les ha añadido un número de acuerdo con su orden consecutivo, que no se encuentra en la edición consultada.59
Comparación | |
Vegecio | Maquiavelo |
1. En todo combate la condición de la campaña es tal que lo que a ti te favorece menoscaba al enemigo y lo que a él le beneficia a ti siempre te perjudica (…). | 1. Lo que favorece al enemigo nos perjudica a nosotros, y lo que nos favorece a nosotros, perjudica al enemigo. |
2. En la guerra quien más empeño haya puesto en las guardias y más se haya esforzado en adiestrar a sus soldados estará expuesto a menos riesgos. | 2. Aquel que durante la guerra esté más atento a conocer los planes del enemigo y emplee más esfuerzo en instruir a sus tropas incurrirá en menos peligros y tendrá más esperanzas de victoria. |
3. Nunca se debe llevar al combate a un soldado cuya capacidad no hayas comprobado antes. | 3. Jamás hay que llevar a las tropas al combate sin haber comprobado su moral, constatado que no tienen miedo y verificado que van bien organizadas (…). |
4. Es mejor doblegar al enemigo con el hambre, con los ataques por sorpresa o con el miedo en la batalla, donde suele tener mayor influencia el azar que el valor. | 4. Es preferible rendir al enemigo por hambre que con las armas, porque para vencer con éstas cuenta más la fortuna que la capacidad. |
Comparación | |
Vegecio | Maquiavelo |
5. No hay mejor plan que aquel que el enemigo ignora antes de que lo pongas en práctica. | 5. El mejor de los proyectos es el que permanece oculto para el enemigo hasta el momento de ejecutarlo. |
6. Aprovechar las ocasiones suele ser de más ayuda en la guerra que el valor. | 6. Nada es más útil en la guerra que saber la ocasión y aprovecharla. |
7. Hay que depositar mucha confianza en atraer y acoger a los enemigos, si vienen con buena fe, pues provocan más quebrantos en el adversario los desertores que las bajas. | 9. Si algunos enemigos se pasan a las filas propias, resultarán muy útiles si son fieles, porque las filas adversarias se debilitan más con la pérdida de los desertores que con la de los muertos… |
8. Es mejor reservar muchas tropas de refresco por detrás de la formación que desplegar demasiado a los soldados. | 10. Al establecer el orden de combate es mejor situar muchas reservas tras la primera línea que desperdigar a los soldados por hacerla más larga. |
9. Es difícil vencer a quien es capaz de hacer una correcta estimación de sus tropas y de las del enemigo. | 11. Difícilmente resulta vencido el que sabe evaluar sus fuerzas y las del enemigo. |
10. Ayuda más el valor que la cantidad de soldados. | 12. Más vale que los soldados sean valientes y no que sean muchos… |
11. A menudo proporciona mayor ventaja la posición que el valor. | 12. … y a veces es mejor la posición que el valor. |
12. La naturaleza engendra pocos hombres fuertes, pero el trabajo con un adiestramiento oportuno hace fuertes a muchos. | 7. La naturaleza produce menos hombres valientes que la educación y el ejercicio. |
14. Nunca lleves a la batalla campal a un soldado si no ves que tiene expectativas de victoria. | 3. Jamás hay que llevar a las tropas al combate sin haber comprobado su moral, constatado que no tienen miedo y verificado que van bien organizadas. No hay que comprometerlas en una acción más que cuando tienen moral de victoria. |
Comparación | |
Vegecio | Maquiavelo |
15. Las acciones por sorpresa siembran el miedo en los enemigos, las que se usan una y otra vez no tienen ningún valor. | 13. Las cosas nuevas y repentinas atemorizan a los ejércitos; las conocidas y progresivas les impresionan poco (…) |
16. Quien emprende una persecución con sus soldados desperdigados y sin orden desea entregar al enemigo la victoria que ha obtenido. | 14. El que persigue desordenadamente al enemigo después de derrotarlo, no busca sino pasar de ganador a perdedor. |
17. Quien no se aprovisiona de grano y de todo lo necesario cae derrotado sin la necesidad de armas. | 15. Quien no se provee de los víveres necesarios, está ya derrotado sin necesidad de combatir. |
25. Quien confíe en su caballería debe buscar terrenos más apropiados para la caballería y acomodar las maniobras a los soldados de este cuerpo. 26. Quién confía en sus tropas de infantería debe buscar terrenos más apropiados para la infantería y acomodar las maniobras a los soldados de este cuerpo. | 16. Quien confía más en la caballería que en la infantería, o al contrario, escogerá en consecuencia el campo de batalla. |
27. Cuando un espía enemigo merodea clandestinamente por el campamento se debe dar orden durante el día de que todo el mundo regrese a su tienda y el espía será capturado de inmediato. | 17. Si durante el día se quiere comprobar si ha entrado algún espía en el sector propio, se ordenará que todos los soldados entren en sus alojamientos. |
28. Cuando sepas que tu plan ha sido revelado al enemigo conviene que cambies la táctica. | 18. Hay que cambiar de planes si se constata que han llegado a conocimiento del enemigo. |
29. Consulta con muchos lo que se debe hacer pero lo que realmente vas a hacer consúltalo con muy pocos y de tu entera confianza o, mejor aún, sólo contigo mismo. | 19. Hay que aconsejarse con muchos sobre lo que se debe hacer, y con pocos sobre lo que se quiere realmente hacer. |
Comparación | |
Vegecio | Maquiavelo |
30. El temor y el castigo enmiendan a los soldados en el campamento, en la campaña, la esperanza de recompensas los hace mejores. | 20. En los acuartelamientos se mantendrá la disciplina con el temor y el castigo; en campaña, con la esperanza y las recompensas. |
31. Los buenos comandantes no combaten en batalla campal más que en ocasiones propicias o por extrema necesidad. | 21. Los buenos generales nunca entablan combate si la necesidad no los obliga o la ocasión no los llama. |
Como puede verse, la similitud entre ambos catálogos de principios y recomendaciones generales sobre el arte de la guerra va más allá, y muestra la enorme deuda de Maquiavelo con Vegecio, pues muchos de estos enunciados constituyen una copia casi textual. Sin embargo, una gran cantidad de los enunciados de Vegecio también podrían encontrarse, aunque de manera un tanto más aislada y dispersa, en autores militares que le antecedieron, de manera que podría decirse que la civilización grecolatina tenía todo un corpus de recomendaciones y aprendizajes en torno a la teoría y la práctica de la guerra que gozaban de amplia aceptación y circulación.
Conclusiones
Como ha podido observarse, la influencia de Vegecio sobre Maquiavelo es notoria y evidente. Sin embargo, no se trata simplemente de un burdo remedo, como hubo tantos durante la Edad Media, cuando incluso los plagios fueron numerosos. En este caso ciertamente hay muchas ideas retomadas, pero muchas otras nuevas, incluso contrastantes. Además, en esto no debía haber grandes sorpresas, ya que durante el Renacimiento se siguió de forma repetida y reiterada esta práctica, más aún, lo que caracteriza a este movimiento cultural es precisamente eso: la recuperación, imitación y reproducción de muchos de los modelos de la Antigüedad.
A pesar de las condiciones políticas diametralmente distintas de ambos autores, en las que Vegecio tenía ante sí al mayor imperio que la humanidad había conocido hasta entonces, y Maquiavelo estaba frente a una relativamente pequeña Ciudad-Estado renacentista, que ya había sido presionada, invadida y condicionada por las grandes potencias europeas del momento, había una circunstancia común que los aproximaba. Ésta era la necesidad y el propósito de recuperar la capacidad y efectividad pretérita de los ejércitos de sus respectivos Estados: llamar a sus conciudadanos a recuperar el ardor y la entereza militar que les había permitido defender o engrandecer su patria.
Ese mismo propósito los conducía a conferir gran valor a la infantería, el cuerpo del ejército integrado esencialmente por el modesto campesino o agricultor independiente que toma las armas para defender a su familia, su tierra y su patria; el modelo clásico del soldado-ciudadano que alimenta la tradición del militarismo cívico, sobre todo del republicanismo clásico. No parecía importar tanto ya que en la época de Vegecio la centralidad de la infantería se viera cuestionada por el surgimiento de la caballería, o que en la época de Maquiavelo la operatividad de la infantería se viera sustancialmente modificada por la aparición de la artillería de fuego, convirtiéndose en un elemento indispensable en todo planteamiento táctico tanto de las guerras campales como de las de asedio.
Es cierto que había una diferencia notable entre los dos, fundamental, en realidad. Se trata de que mientras Vegecio valoraba y procuraba el reclutamiento de los jóvenes habitantes del Imperio para disponer de un ejército propio, ello no le impedía aceptar de buen grado la disposición e integración de ejércitos mercenarios o auxiliares, lo que Maquiavelo no admitía en modo alguno. Un planteamiento esencial no sólo de El arte de la guerra, sino también de El príncipe y de los Discursos, era precisamente éste: reprobar y rechazar de manera absoluta el recurso de los mercenarios y los auxiliares.