Alors que la démocratie demeure un aspect crucial pour le développement, ce n’est pas seulement elle, du moins telle qu’elle est pratiquée dans certains pays, qui garantira le développement; bien qu’aucune société aspirant véritablement au développement ne peut ignorer la démocratie, les expériences démocratiques dans beaucoup de pays du tiers monde laissent un énorme fossé entre les gains attendus de la démocratie et la réalité sur le terrain.
Marobe Wama (2014)
Introducción
El análisis de los procesos de democratización en África se inscribe en la búsqueda de herramientas para comprender la funcionalidad de las sociedades africanas contemporáneas en el ámbito político. La noción de democracia consiste en un esfuerzo de edificación gradual de libertades, confianza, coparticipación y convicción entre los actores que confluyen en el desarrollo de los Estados. En realidad, cada proceso o proyecto que emprende el individuo actualmente debería estar fundamentado en ideas de cambio y progreso, aun cuando exista o predomine la tendencia de mantener las cosas “como están”: la resistencia al cambio . Esta perspectiva se encuentra fuertemente vinculada con la idea de acción, con una serie de consecuencias, resultados e impactos. La democracia, como herramienta de generación de un espacio de “acción en conjunto”, no puede escapar a esa lógica hacia el cambio, el progreso o el retroceso. En este marco, se habla de “obstrucción” en el sentido de “bloquear o frenar” el proceso de construcción de la democracia por parte de los gobernantes africanos; por este motivo, la democracia, como régimen político, no ha logrado arraigarse en el continente africano (Bayart, 1990; Quantin, 2009; Tar, 2010; Guichaoua, 2017) . En este sentido, tal obstrucción tiene un fondo estructural, ya que es considerada como resultante de la fragilidad de los cimientos sobre los cuales se han construido los actuales Estados africanos independientes. Asimismo, compartimos el planteamiento de Oscar Mateos -profesor investigador asociado al Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB)-, quien afirma que lo que se está produciendo en África hoy en día, es una efervescencia democrática alrededor de sociedades que se organizan y que son cada vez más jóvenes y urbanas, además de estar más preparadas (Europapress, 2017). Esa efervescencia obedece, probablemente, a un intento de ruptura con la obstrucción y, aún más, con el retroceso del régimen político que fue impuesto en el África postindependentista.
En noviembre de 2017, el Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA) lanzó la primera edición de su informe bienal, El estado de la democracia en el mundo, en el cual se ofreció un análisis fundamentado sobre el estado mundial y regional de la democracia, con énfasis en la resiliencia de la misma. Además, el informe contribuyó al debate público sobre la temática democrática, para apoyar a las reformas políticas y examinar de las soluciones a los problemas y los retos en todo el mundo. En su edición de 2019, el informe enfatizó que la erosión de la democracia afecta a casi todos los continentes, principalmente a África, Asia, América Latina y el Caribe (IDEA, 2019). Asimismo, las variables que permiten medir la erosión, la obstrucción, el retroceso y los fracasos de los esfuerzos de construcción democrática son: la participación de la sociedad civil, la integridad de los medios de comunicación, la participación electoral, los partidos políticos libres y las libertades civiles (libertad de religión, integridad, seguridad, libertad de expresión etc.).
En ese mismo sentido, Guerrero y Suárez (2017) estiman que, si bien las razones de implementación de la democracia son múltiples, los avatares o altibajos (up and down) de su consolidación se deben, principalmente a: 1) la profundización de los problemas de legitimidad de los regímenes políticos; 2) el crecimiento económico global; 3) los cambios profundos en la doctrina y actividades de las instituciones religiosas; 4) los cambios en la política de actores exógenos a los Estados; y 5) el “efecto demostración (bola de nieve)” o mimetismo.
Con base en esos antecedentes preliminares, el presente artículo tiene el objetivo de dar cuenta del modo en que la obstrucción de la democracia en el África postindependentista es resultado de un choque entre poderes disparejos: el colonizador y el colonizado. Intentamos en este marco, responder: ¿cuáles son los avatares de la obstrucción democrática en esta África? ¿Qué es lo que explica los debates controversiales sobre la obstrucción o el retroceso de la democracia occidental en el contexto africano? El argumento central -o hipótesis- que se maneja en este artículo es que las dificultades de democratización en África postindependentista se deben principalmente a que, la transición del Estado precolonial al Estado poscolonial, no se acompañó por cambios estructurales e ideológicos capaces de establecer un orden sociopolítico y económico adecuado a las sociedades africanas, lo cual ha fracturado los intentos de implementación de las libertades ciudadanas a través de la democracia. Con esto queremos decir que la derrota de la democracia occidental en África es, simultáneamente, resultado y consecuencia de un Estado africano “artificial”.
Los discursos referentes a los avatares de los procesos democratizadores en África se fundamentan en la crítica de la herencia colonial, la cual, sin duda, está cargada de ambivalencias y ambigüedades. A juicios de varios autores (Thompson, 2004; Adonon, 2003; Pambou, 1982; Gonidec, 1993), la colonización fue un sistema de balcanización que los líderes africanos convertidos en mandatarios de los Estados poscoloniales no cuestionaron, ya que eran los principales beneficiarios de las supuestas “independencias”. Esto condujo a la representación de que los primeros presidentes africanos “calzaron los mismos zapatos” que los colonizadores, se sentaron en el mismo trono para gobernar a sociedades que, por lo general, han luchado para la consecución de dichas “independencias”. El resultado fue que, muy pronto, África se enfrentó a los problemas de un Estado cuyas bases políticas y socioeconómicas estaban casi totalmente erosionadas, y con la necesidad de garantizar, de alguna manera, su supervivencia.
Para comprender los fundamentos explicativos de la obstrucción democrática en África, resulta fundamental adoptar una orientación analítica que implique lo siguiente:
Explorar los contextos históricos en los cuales se construyeron los actuales Estados africanos.
Analizar la situación social en la cual se dieron las transiciones al final de 1950 y al principio de la década de 1960.
Considerar las visiones de los actores, europeos y africanos, en una atmósfera de “fin de la colonización” que no significó lo mismo para ambos.
Analizar los intentos de reapropiación, mimética o crítica, de ese sistema de gobierno por la primera generación de gobernantes africanos.
Con base en una metodología cualitativa de revisión y análisis de literatura, este artículo ha de considerarse como una valiosa aportación en algunas ramas y disciplinas de la Ciencia Política contemporánea tales como: la historia política, las relaciones internacionales, el escenario regional de África, el comportamiento político, la autoridad y su legitimidad, la obtención y ejercicio del poder político entre otras. Asimismo, este artículo ayuda a vislumbrar de mejor forma, no solamente el funcionamiento de los Estados africanos poscoloniales, sino también los avatares de su penoso camino hacia la búsqueda de un régimen de gobierno ad hoc (democracia, dictadura, anarquía etc.). A partir de esta plataforma analítica, se puede concebir a los Estados africanos actuales, no como una sencilla variable de ciencia política o un fenómeno de trasplante o de traslado del Estado europeo-centrado, sino como el resultado de un proceso de hibridación y de reinvención en donde se entrecruzan, se enfrentan y se combinan lógicas y experiencias de Estado de tipo tradicional, colonial, poscolonial y neocolonial.
El artículo se divide en tres secciones. En primer lugar, se hace un recorrido teórico-histórico y contextual del proceso de construcción del Estado africano como principal vector de obstaculización de los procesos democráticos en África. El supuesto que se plantea aquí es que el Estado africano emergió formalmente como producto de una técnica de gobierno heredada de la antigua metrópoli, por lo cual, resultó inoperante y contraproducente para la realidad endógena de África y, por ende, un obstáculo a los procesos de democratización.
En segundo lugar, se abordan los mecanismos y las consecuencias de la gestión de un Estado africano, partiendo del supuesto de que existe una confusión al analizar los cambios políticos que acontecen en África; los enfoques que tienden a homogeneizar, universalizar y uniformar el debate sobre las prácticas democráticas sin discernimiento conducen inevitablemente al fracaso. En esa línea de ideas, exponemos que el proceso de democratización en toda África en la era postindependentista fue obstruido en más de cuatro décadas, no se ha renovado la clase política, más bien se agudizó el abismo en la relación entre la élite política africana y la mayoría de la población. La consecuencia fue que el Estado africano ha tenido que navegar entre crisis y conflictos.
En tercer lugar, se exponen las condiciones en que se halla la democracia en África hoy en día. Ante la presentación de algunos datos duros sobre la situación actual de la democracia continental, llegamos a la conclusión preliminar de que una nueva era de efervescencia democrática exigiría que los dirigentes de los Estados africanos -además de una voluntad política probada- elaboren programas políticos adecuados a su realidad endógena, mediante la incorporación de la ciudadanía y todas sus fuerzas en la vida política.
Contexto teórico-histórico: construcción del Estado africano
Imperios precoloniales, colonización y tipos de administración colonial
En diversos círculos académicos y de investigación, el continente africano se ha presentado como un mosaico de más de ochocientas comunidades socioculturales, centradas en torno a personajes familiares. De una estructura de linaje, generalmente patrilineal, muchas veces emergía una construcción política que los antropólogos europeos o norteamericanos nombraron “jefatura”. Es en la zona sudano-saheliana y en las altas tierras de África oriental que las construcciones de tipo estatal precolonial supieron expresarse mejor. Raymond Mauny subraya que todo el borde al sur del Sahara estaba marcado por una serie de imperios y ciudades (Awdaghost, Ghana, Tombuctú, Gao, Agadès, etc.); esos imperios, reinos y ciudades comerciantes se construyeron poco a poco, bajo un manejo sistemático del poder sociopolítico, económico y cultural (Mauny, 1970: 143). El mapa siguiente ilustra los principales reinos e imperios en el África precolonial:
En los reinos e imperios resaltados en el mapa, las formas de gobierno se adaptaban a la realidad plural del continente en búsqueda permanente de la unidad e integración de los pueblos (Ake, 1989: 33; Iliffe, 2013), lo cual significa que el Estado precolonial en África se presentaba en la existencia de comunidades tradicionales, en donde reinaba una organización social con base en relaciones de parentesco, un control del uso de los recursos naturales y económicos, así como una organización en el modo de distribución del trabajo. La arquitectura administrativa era compuesta por el jefe y su equipo de nobles, los guerreros, y el jefe religioso.
Con variaciones, dependiendo de las regiones y las épocas, los Estados precoloniales africanos, sin importar el modo de cómo se conformaron -conquista, agregación-, respondían a dos tipos: el Estado unitario y el Estado federalista. El tipo de Estado unitario más acabado fue el Reino de Abomey (actual Benín), en donde el poder estaba centralizado alrededor del rey (Marco, 2013). Existían también algunos Estados de tipo unitario descentralizados por razones materiales, dificultades de comunicación y por razones políticas. Uno de los modelos de Estado federalista conformado bajo la conquista, fue el Reino Ashanti (actual Ghana), en donde cada provincia disponía de una amplia autonomía política.
El conocimiento que hasta mediados del siglo XIX se tenía de África se limitaba principalmente a las costas exploradas antaño por portugueses, españoles, holandeses y a los establecimientos esclavistas de las costas atlánticas ecuatoriales de Guinea. Fue a partir de la mitad del siglo XIX que se produjeron exploraciones importantes al interior del continente africano, principalmente por los británicos Stanley (1846-1873) y Livingston (1871-1877), además de las hazañas de Cecil Rhodes en África austral, dando lugar a un conocimiento más preciso de la extensión y riqueza de las tierras africanas.
De igual manera, bajo el contexto del nuevo imperialismo en su fase de ascenso, las potencias coloniales en la Conferencia de Berlín,1 pusieron las bases estructurales e institucionales para lograr la ocupación ordenada del continente africano. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, Gran Bretaña, Francia, Alemania, España, Portugal e Italia establecieron nuevas unidades políticas, fundaron ciudades en las costas, fijaron -según sus complacencias- fronteras coloniales, imponiendo sus lenguas que se convirtieron, por lo general, en lenguas oficiales en África: francés, inglés, portugués, alemán, español e italiano.
En efecto, a partir de 1870, el deseo colonialista europeo ya era evidente en África. En el Norte: existía una presencia de los ingleses en Egipto, con una penetración hacia el interior siguiendo el curso del Nilo, y de los franceses en Argelia y Túnez. Asimismo, en el África negra: los franceses pretendían internarse desde Senegal y Gabón; Portugal poseía las zonas costeras de Angola y Mozambique; Leopoldo II -que había contratado a Stanley como explorador- pretendía crear, a título personal, un Estado centroafricano del Congo, cuyo monarca sería él mismo. Sus aspiraciones resultaron divergentes a las de los ingleses, franceses y portugueses.
Las reglas de adquisición de los territorios en el continente africano por las potencias europeas se establecieron entre 1885 y 1904. Este proceso dio lugar a cuatro tipos de hechos interrelacionados: 1) las ocupaciones territoriales, 2) las resistencias africanas a estas invasiones, 3) las rivalidades y enfrentamientos que resultaron de tales ocupaciones europeas, y 4) los tratados que regularon los diferentes choques y rivalidades.
Durante la Conferencia de Berlín, tres proyectos de ocupación se hicieron realidad: 1) Francia, con el eje este-oeste: entre Senegal y Gabón pasando por el Sahara y Sudán hacia Somalia; 2) Portugal, en África austral, entre Angola y Mozambique, y 3) Gran Bretaña, con el eje norte-sur: entre El Cairo y El Cabo pasando por África oriental, central y austral. El eje británico predominó tras los choques de “la crisis del ultimátum (1890)” entre Inglaterra y Portugal, y el incidente de Fashoda (1898) entre Inglaterra y Francia; estas controversias se resolvieron con victorias británicas (Adonon, 2003). Debido a la política europea de Bismark, Alemania se incorporó relativamente tarde al reparto colonial. El Canciller se resistió cuanto pudo a las presiones de los grupos de intereses económicos, partidarios de la expansión. En 1882 se estableció una Sociedad Colonial Alemana (dkg por sus siglas en alemán). Los mejores territorios estaban ya acotados de tal manera que Alemania ocupó algunos de los menos “interesantes”: Togo, Camerún, África del Sudoeste (actual Namibia) y África Oriental Alemana (Tanzania).
Alrededor de 1904 prácticamente toda África había quedado sometida al régimen colonial europeo, excepto algunas limitadas zonas que fueron incorporando a su dominio a lo largo de los primeros años del siglo XX. Sólo dos Estados africanos eran independientes: uno tradicional, Etiopía, y otro relativamente reciente, la República de Liberia. Las metrópolis europeas controlaban la totalidad de los territorios africanos, sobre los que crearon instituciones de gobierno, estableciendo un dominio que se manifestó en todos los aspectos y actividades africanas. En suma, se puede decir que de 1885 a 1904 se dieron pactos en dos niveles: entre europeos -para establecer los límites territoriales de sus zonas de influencia- y entre europeos y líderes africanos -tratados desiguales: protección y seguridad a cambio de dominio- (Gentili, 2012: 203). Ahora bien, la actuación europea sobre las colonias africanas puede visualizarse desde tres dimensiones: 1) en el ámbito político, 2) el establecimiento y mantenimiento, con ciertas variaciones, de una fragmentada administración y 3) régimen colonial bajo un control y/o dominio directo europeo. A nivel socioeconómico, las dependencias y la vinculación de los recursos africanos al sistema capitalista europeo trajo un nuevo paradigma de la actividad económica, siempre sometida a la iniciativa y a los intereses de la economía europea; en el ámbito ideológico-cultural, una falta de adaptación entre ambos conjuntos de valores culturales, marcada por el sometimiento de lo africano a lo europeo y después por un sentimiento y movimiento de resistencia y oposición a Europa, tendiente a reafirmar los valores africanos.
Las tendencias y concepciones del Estado occidental fueron trasladadas a África. El formato del Estado westfaliano se impuso sobre los modelos precoloniales. Francia impuso la idea de régimen de gobierno unitario, absolutamente centralizado en todas sus colonias (Gentili, 2012: 242). Los territorios coloniales británicos, fueron sometidos a la tradición del “self-government”, con una administración indirecta (“indierect rule”). Esta forma de administración pudo arraigar la idea de un Estado unitario o federal, relativamente descentralizado en el ámbito administrativo (Gonidec, 1993: 145). La colonización belga por su parte, remodeló la organización social de la actual República Democrática del Congo (RDC), de Ruanda y Burundi hacia una estructura neofeudal, que se caracterizaba por una tutsificación2 creciente del poder y de la organización social. Las demás administraciones coloniales siguieron la misma lógica de imposición de un modelo de administración según sus intereses. El resultado de esta política llevó al surgimiento de lo étnico como variable política dominante (Mballa, 2011). De igual manera, al momento de las independencias, el Estado apareció formalmente como el producto de una técnica de gobierno heredada principalmente de la antigua metrópoli, aunque las autoridades que debían hacerlo funcionar o seguir sus directivas, permanecían ampliamente influenciadas por los principios que prevalecían antes de la llegada de los europeos. Es precisamente en ese contexto de dominación que se formaron los nuevos y frágiles Estados africanos.
Los avatares de un Estado improvisado
Teóricamente fundado en los principios de soberanía nacional, el modelo de Estado de corte occidental que fue impuesto en África resultó inoperante y a contracorriente de la realidad endógena de ese continente. De hecho, la transición del Estado colonial al poscolonial no fue acompañado de cambios estructurales e ideológicos capaces de establecer un orden sociopolítico y económico conforme a las realidades africanas después de las independencias.
El mapa siguiente es la representación oficial del África “independiente”.
Este mapa indica que gran parte de los países africanos se “independizaron” en la década de 1960. Tras la ola de las supuestas independencias, muchos países africanos cambiaron de nombre, hasta intentaron redefinir sus fronteras. Sin embargo, las divisiones que establecieron los europeos fueron más firmes. La necesidad de consolidar al nuevo Estado según los intereses de la metrópoli se reveló como un rompecabezas para las nuevas configuraciones políticas africanas. A pesar de la descolonización, las relaciones económicas con las antiguas colonias siguieron siendo “privilegiadas”, más bien, obligadas. El neocolonialismo3 se estableció desde la tutela efectiva hasta los acuerdo económicos y comerciales, mediante la ingeniosa creación de la Commonwealth y de la francofonía. Todo este marco histórico constituye un peso considerable para comprender los problemas de la democracia en el continente africano hoy en día.
Después de la década de 1960, los nuevos gobernantes africanos monopolizaron la vida política, económica y sociocultural mediante una intervención en todos los sectores, un proceso que Kabunda (1996) llamó autocolonización, como tipo de neocolonialismo protagonizado por los propios dirigentes africanos. Esta tendencia a la centralización, más bien a la estatización, hizo que toda expresión ciudadana organizada de manera autónoma o independiente fuera mal vista por los nuevos gobiernos. Los primeros años de “independencia” fueron muy controvertidos en el ámbito político, y es justo a este respecto que Pondi y Moudourou subrayan que
los años setentas estuvieron marcados por el retroceso de los sistemas políticos en el continente [...], y algunos dictadores de triste reputación (en Uganda, en el imperio centroafricano, en Guinea Ecuatorial, etc.) se vieron obligados a abandonar la escena política a finales de la década de los setentas. (Pondi y Moudourou, 1996: 19)
La proliferación de los poderes autoritarios y el desajuste entre el funcionamiento del “Estado” y el de la “nación” no hicieron más que ilustrar la inadaptación de las formas de gobierno puestas en práctica en el seno de las sociedades africanas. Actualmente, se puede afirmar que el Estado asume su función dispensadora de “bienestar” sólo para favorecer las redes, logias y lobbies que lo sostienen, y no en beneficio de todos los ciudadanos.
¿Democracia?: fundamentos explicativos de un Estado africano artificial
En este apartado recuperamos algunos enunciados que nos ayuden a sustentar los avatares de la obstrucción y retroceso de la democracia en el contexto africano. En efecto, la democracia en los principios constitutivos del liberalismo político (Córdoba, 2008), implica la libertad, la justicia social, la participación, la dignidad y los derechos humanos; en este sentido, es más bien un ideal que ha figurado en la experiencia histórica de las sociedades del sistema internacional en varias formas, explícitas o implícitas (Mackinder, 1942; Trejos, 2014; Vidal, 2010). Esto significa que en todas sus formulaciones (liberal, socialista, comunitaria, etc.), la democracia es una forma de organización social vinculada y dependiente de varios factores que se integran para definir a una sociedad particular; más bien, es producto de la evolución de una sociedad específica y debe adecuarse a su contexto (Held, 1995; Archibugi, 1995; Braud, 1997; Boutros, 2002; Marchesin, 2004); lo cual explicita que todas las teorías que tienden a homogeneizar, universalizar y uniformar las prácticas democráticas sin discernimiento conducen inevitablemente al fracaso, ya que éstas dependen en gran medida de la voluntad política, de las leyes, de las instituciones, de la cultura y la participación ciudadana, etc.
En realidad, no existe ningún acuerdo doctrinal o receta preestablecida sobre las condiciones que hacen posible una democracia y su posterior consolidación; no existe un modelo ideal de democracia que se deba copiar o imitar, debido a que la democracia ha de adecuarse a la realidad endógena de cada sociedad (Toro, 2001). Independientemente del tipo de democracia, la variable común es la capacidad de gobernar de forma colegiada. Según Hamburger (2014), las variantes democráticas navegan entre los dos paradigmas de democracia de corte occidental: el modelo liberal y el modelo marxista de democracia socialista. Esto explica un poco los numerosos ejemplos de estancamiento político y económico en los países africanos en general, que se han lanzado de manera ciega o forzada en uno u otro de esos modelos para sostener sus “procesos de democratización”. Por consiguiente, los Estados africanos postindependentistas han enfrentado un doble desafío: el de lograr una unidad nacional y el de establecer una gestión del Estado bajo principios democráticos en un contexto pluriétnico. Esta lucha hasta el día de hoy no ha rendido resultados perceptibles en materia de gobernabilidad. La razón fundamental de ello es el cimiento artificial de la génesis de los Estados en esta región. En realidad, los componentes ideológicos y la filosofía del Estado africano están arraigados en un mimetismo institucional, es decir, en la transferencia en el continente y sin discernimiento, de estructuras político-económicas ajenas a su realidad endógena.
Para comprender la razón de estas inconsistencias en materia de democratización, es indispensable apoyarse en la historia, lo cual implica explorar las bases de construcción del Estado africano. Básicamente, los factores que definen y determinan las bases estatales fundamentales son: el territorio, la población, el gobierno y los recursos económicos (para la sobrevivencia del Estado). La eficiencia o debilidad de los Estados depende en gran medida del control de estos factores. En esta región, dichas circunstancias han experimentado una evolución particular que, de alguna manera, explica los problemas en materia de implementación de la democracia. En efecto, desde su “independencia”, el Estado africano ha sido objeto de varios debates y preocupaciones en los circuitos intelectuales y políticos. Las razones de dichas preocupaciones son múltiples; algunas están relacionadas con ciertas inquietudes bien fundadas acerca de los orígenes, la estructura, la historia y la legitimidad misma del Estado; otras, son motivadas por un “anti estatismo” tendencioso que, hasta cierto punto, ha llegado a negar la existencia de dicha estatalidad. En este sentido, el Estado africano ha roto el récord del número de calificativos empleados para describir a una institución. Ha sido señalado como “subdesarrollado”, “corrupto”, “patrimonial/neo-patrimonial”, “nepotista”, “comunitario”, “tradicional”, “conservador”, “autoritario”, etc. (Mballa, 2008). Aunque la mayoría de estos adjetivos hayan sido construidos y sostenidos por los enfoques de economía política que prevalecieron en los debates sobre el continente durante las décadas 1980-1990, no cabe duda de que su uso trasciende las barreras disciplinarias.
Sin embargo, la problemática de la relación entre el Estado africano y los procesos de democratización adquiere toda su relevancia en el ámbito académico en donde las fronteras entre diferentes enfoques teórico-conceptuales para abordar sus dimensiones política, económica y social permanecen ambiguas. Varios investigadores han llegado a la conclusión de que esta situación es un claro reflejo de la confusión conceptual que existe actualmente al analizar los cambios políticos que acontecen en esta región (Cheikh-Anta, 1974; Yves, 1981; Gonidec, 1993; Afana, 1998). Algunos otros piensan que estas confusiones han provocado planteamientos erróneos en el abordaje de los problemas por parte de los protagonistas de las políticas neoliberales como son: la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y las instituciones de Bretton Woods (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional precisamente), el Grupo de los Ocho, la Organización Mundial del Comercio (OMC) (Gonidec, 1996; Wunsch, Olowu, Harbeson y Ostrom, 1990; Hugon y Bessis, 2006; Diouf, 2002).
Asimismo, en lugar de imaginar al Estado africano como un mero teorema de ciencia política con un enfoque invariable y esencialmente normativo, tratamos de reestablecer la trayectoria de estas entidades en su dimensión histórica, para demostrar que sus disfunciones tienen no solo una base explicativa, sino que influyen en la gestión de los asuntos sociopolíticos y económicos; el Estado se convierte, en sí mismo, en un barómetro explicativo de la atrofia/obstrucción democrática en el continente.
Obstrucción de la democracia liberal en África: el culto de las elecciones
Según varios autores (Guèye, 2009; Saur, 2015; Lynch y VanDoepp, 2019), los años ochenta inauguró realmente la democracia en África, ya que las dos décadas anteriores sólo sirvieron de linterna para darle un rumbo a los nuevos Estados. Una corriente afro-optimista recorrió la academia, identificando los cambios que conllevaba la “ola de democratización al continente” (Campos, 2002). Lo que sucedió en esa década fue la celebración de conferencias nacionales para “romper con el pasado político”, dominado por los regímenes de partido único, caracterizados por el autoritarismo y la confiscación del poder por parte de grupos apoyados por potentes lobbies extranjeros (Mappa, 1998). De igual manera, se inauguró una “nueva era” en África con la celebración de elecciones “libres” y pluralistas para llevar a cabo un proceso de “alternancia pacífica”. Este proceso se limitó en la mayoría de los casos a la celebración de elecciones presidenciales, legislativas y municipales. Sin embargo, rápidamente fue evidente que las elecciones no fueron un fin en sí mismo, ni tampoco lograron ser suficientes para instaurar la democracia, ya que han planteado más problemas de los que han resuelto (Adonon, 2003).
Las elecciones aparecieron como meras formalidades para legitimar el poder decomisado bajo la excusa de orden público o de una integridad territorial amenazada. El mecanismo electoral en las jóvenes naciones africanas no ayudó mucho a establecer consensos políticos y sociales. La cooptación de los medios de comunicación por parte del poder establecido, la supresión de las libertades, la detención de los líderes de oposición, el fomento de las limpiezas étnicas; el boicot pasivo o activo de las elecciones por los partidos de la oposición para no legitimar el poder por las urnas fueron muestras de las derrotas de la democracia liberal en África. En este registro, podemos mencionar a casi todos los países africanos: Burkina-Faso, Costa de Marfil, Camerún, Togo, Argelia, Guinea Ecuatorial, etc.
Como lo ratificó M’bah Abogo (2005), “el proceso de democratización en toda África en la era pos-independentista fue obstruido; en tres décadas, no se produjo una renovación de la clase política, más bien se agudizó el abismo entre la elite política africana y la mayoría de la población”. En esta perspectiva, un buen número de presidentes de los jóvenes Estados africanos optaron por los partidos únicos, en nombre de la unidad nacional y en detrimento de un pluralismo de opinión considerado “nefasto” por fundamentarse -muy a menudo y de manera exclusiva- en particularismos étnicos o regionales. Sin embargo, el régimen democrático unipartidista no estuvo a la altura para asumir el papel de “animador social” en ningún país africano. Más bien, el partido único se transformó rápidamente en uno que atraía a aquellos que veían en él al mejor medio de hacer carrera en el aparato gubernamental o para obtener beneficios patrimoniales. De esta forma, esta tendencia no ha podido ser catalizadora de una voluntad de progreso colectivo, indispensable para mitigar los efectos de la fragilidad de los tejidos económicos y sociales locales.
Hasta la fecha, muchos fundadores del “antiguo partido único” siguen dirigiendo a varios países. Por su parte, los jóvenes, con el afán de enriquecerse lo más rápidamente posible, han creado y liderado partidos de oposición sin capacidades de iniciativas constructivas políticamente hablando. De hecho, están en permanente lucha de influencias que terminan en autodestrucción. En algunos casos, esos partidos se han convertido en allegados del poder establecido. Por ello, en África, asistimos a arreglos poco ortodoxos con graves consecuencias en los procesos de democratización sobre todo en los mecanismos electorales. Estas resoluciones consensuadas han llevado al retorno al poder por vía del “sufragio universal” de los antiguos dictadores y al mantenimiento de algunos caciques e inmortales del poder ejecutivo en África. Resulta evidente que cuando esos mandatarios deciden retirarse, toman la precaución de dejar en el poder a un “fiel amigo”, para seguir manejando sus intereses bajo la protección de su aliado. En este sentido, países como Camerún, Gabón, Congo y RDC, se encuentran estancados política, socioeconómica y estructuralmente por la mezquindad de sus gobernantes que nunca han promovido la alternancia en sus países.
Kabunda (2021) engloba los efectos de esa obstrucción democrática en África, en el concepto democraturas, para denotar los avatares de las “democracias formales” instauradas en el continente después de las independencias, las cuales en realidad, son dictaduras encubiertas, neodictaduras y presidencias vitalicias no declaradas institucionalmente hablando; se trata de “golpes de Estado constitucionales” que ayudan a esos caciques a permanecer indefinidamente en el poder con legitimidad y legalidad hecha a la medida -Togo, Guinea-Conakry, Guinea Ecuatorial, Angola, Sudán, Eritrea, Ruanda, Lesoto, Yibuti, Camerún, Gabón, Uganda, Suazilandia, Congo, Nigeria, Níger, Mali, Marruecos, Túnez- (del Viso, 2012: 5). En efecto, los procesos electorales han sido utilizado por muchos de los antiguos autócratas como modo de relegitimación para seguir indefinidamente en el poder: Arap Moi de Kenia, Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial, Sassou Ngesso del Congo, Paul Biya de Camerún, etc. Incluso, cuando ha existido cambio de gobierno, como en la Zambia de Frederick Chiluba, se han adoptado mecanismos autoritarios de perpetuación a través del linaje; por ejemplo, Bongo en Gabón o Kabila en RDC. La tabla siguiente muestra a algunos jefes de Estado africanos y los años que llevan en el poder.
Presidente | País | Años en el poder |
---|---|---|
Teodoro Obiang Nguema | Guinea Ecuatorial | 43 (1979-actualidad) |
Paul Biya | Camerún | 40 (1982-actualidad) |
Denis Sassou Nguesso | República Popular del Congo/ Congo | 38 (1979-1992/1997-actualidad) |
Yoweri Museveni | Uganda | 37 (1986-actualidad) |
José Eduardo dos Santos | República Popular de Angola/ Angola | 38 (1979-2017) |
Mswati III | Suazilandia | 37 (1986-actualidad) |
Isaias Afwerki | Eritrea | 30 (1993-actualidad) |
Idriss Déby | Chad | 30 (1990-2021) |
Robert Mugabe | Zimbabue | 29 (1987-2017) |
Letsie III | Lesoto | 27 (1996-actualidad) |
Omar Hassan Ahmad al-Bashir | Sudán | 25 (1993-2019) |
Ismaïl Omar Guelleh | Yibuti | 24 (1999-actualidad) |
Mohammed VI | Marruecos | 23 (1999-actualidad) |
Paul Kagame | Ruanda | 23 (2000-actualidad) |
Abdelaziz Bouteflika | Argelia | 19 (1999-2019) |
Fuente: elaboración propia.
El caso particular de Camerún es muy llamativo. En efecto, el presidente Paul Biya, que actualmente tiene 40 años en el poder, ha sido acusado reiteradamente de abusar del mismo, con un absoluto control sobre los poderes legislativo y judicial para reformar la Constitución y prolongar su mandato en varias ocasiones dentro de un esquema institucionalizado de corrupción. La Constitución camerunesa establece el derecho de sus ciudadanos a cambiar de gobierno. Sin embargo, el control absoluto del presidente Paul Biya y de su partido Rassemblement Démocratique du Peuple Camerounais (RDPC) [Movimiento Democrático del Pueblo Camerunés] sobre el proceso político, la intimidación electoral, la manipulación y el fraude limitan seriamente la habilidad de los ciudadanos para ejercer este derecho (Martin, 2005).
En este contexto, el Estado en África -como causa y consecuencia de la obstrucción democrática- tomó la forma de una propiedad privada para aquellos que lo controlan. Los gobernantes tienden a impedir la emergencia de una conciencia o cultura del “bien público”. Esta situación es justamente aquella que prevalece en Gabón, Camerún, Congo, Egipto, Argelia en Costa de Marfil, Chad, Libia y muchos otros países africanos. Esta política corrupta se volvió el vector de injusticias y de desigualdades al interior de los Estados africanos, lo que de una manera o de otra, provocó crisis, guerras y conflictos de todo tipo a través del continente.
Crisis, conflictos y autoflagelación de los gobernantes en los Estados africanos postindependentistas
Desde las supuestas independencias, los Estados africanos debieron hacer frente a una espectacular oleada de conflictos, acompañados de crisis económicas generalizadas. Esas crisis, como consecuencias de un Estado fallido y de una democracia inoperante, condujeron al fracaso de casi todas las instituciones políticas, socioeconómicas y financieras del continente. Esta situación tuvo consecuencias muy importantes, ya que las entidades estatales en general, preocupadas por su propia supervivencia, se encontraron con una pérdida de referencia y con una base social totalmente asfixiada; los ejemplos de Camerún, Nigeria, Congo, Costa de Marfil, Burkina Faso, entre otros, al inicio de la década de 1990 recuerdan dicha situación de caos y de inestabilidad: ciudades paralizadas -proceso conocido como villes-mortes-, elecciones cuestionadas, golpes de Estado, etc. (Mballa, 2008). Ocurrió algo similar con los conflictos registrados en Liberia, RDC, Eritrea, Níger, Islas Comoras, Sierra Leona, Somalia, Argelia, Chad, Angola, Namibia y Sudán.
La zona de África Central fue uno de los casos más dramáticos. La tragedia genocida de Rwanda en 1994 marcó el inicio de un largo episodio de violencia en toda la región de los Grandes Lagos; violencia que se complementó no solamente con la caída del régimen dictatorial de Mobutu en el antiguo Zaire en mayo de 1997, sino sobre todo con el inicio del famoso conflicto de los Grandes Lagos, una guerra en la cual varios actores extra africanos formaron parte, constituyendo lo que Colette Breackman llamó, la “Primera Guerra Mundial Africana (Verschave, 1995).4
El siguiente mapa indica los principales focos de guerras y conflictos en África entre 1973 y 2003, cuando se registraron al menos 30 conflictos armados con un promedio de 10 conflictos por año.
Pese a la disminución del número de conflictos armados en el mundo en las últimas dos décadas, la mayor cantidad de los enfrentamientos actuales y de las situaciones de tensión con riesgo de guerra se encuentran en el continente africano. Las revueltas sociopolíticas en el norte de África, que han llevado a la caída de los regímenes dictatoriales en Argelia, Egipto y Libia, denotan la tendencia de un continente en constante ebullición y con una necesidad de cambios reales.
Las revoluciones magrebíes bautizadas” como “Primavera Árabe” fueron precisamente el resultado de una gestión incompetente del Estado en materia de gobernanza. A ese respecto, Blanco (2011) considera que las revueltas sociopolíticas en el marco de la Primavera Árabe, aun siendo multifactoriales y multidimensionales, fueron resultado del fracaso de la democracia en África. Algunos de los factores de carácter estructural y político-institucional que llevaron a esas revueltas fueron:
a) Gerontocracias: líderes con mucha antigüedad en la jefatura suprema, ancianos y en algunos casos gravemente enfermos y con sistemas de sucesión casi monárquicos.
b) Falta de libertades: ausencia de democracia, de posibilidades de participación ciudadana, de derechos políticos y de libertad de prensa.
c) Corrupción: utilización de cargos públicos para lucrar personalmente saqueando las arcas públicas.5
d) Desempleo: este álgido conflicto se forma por la unión de una población joven, sin perspectivas y sin empleo, y que a través de medios de comunicación perciben la existencia de estado de derecho, de bienestar y mejores estilos de vida en otros países.
e) Pobreza: amplios colectivos que viven por debajo del umbral de pobreza.
f) Desigualdad: consecuencia de algunos de los factores anteriores, hay una inexistencia de clases medias en muchos de los países afectados, además de una clara inequidad en la redistribución de los activos del Estado.
Aun en muchos países africanos nos encontramos con estructuras que perdieron todos sus puntos de referencia, así como los valores en los cuales se apoya todo grupo social. Esta desintegración es reveladora de la fragilidad del cimiento sociocultural legado por el colonizador y que supone asegurar la cohesión de la nación y del Estado en África, lo cual se explica por la construcción del Estado africano en el contexto colonial. Tanto en su estructura como en sus propósitos, los Estados africanos carecen de herramientas para afirmarse como entidades autónomas, capaces de organizarse en los ámbitos político y socioeconómico. Stanislas Adotevi estima que el modelo de Estado occidental y el régimen democrático subsecuente han fracasado en toda África; este fracaso se explica por la superficialidad y artificialidad de las fundaciones sobre las cuales descansa el Estado, ya que se encuentran al margen de la dimensión histórico-sociocultural de los pueblos africanos (Adotevi, 1996: 83).
El poder de estas entidades se eclipsa justamente porque el “Estado africano deja de ser un instrumento de mediación entre diversas fuerzas constitutivas, tanto públicas como privadas” (Cruz, 1995: 56), para volverse un centro de coerción, por un lado, y un círculo demagógico, por el otro. En estas condiciones, los actores de toma de decisiones -el gobierno en su extensión- desacreditan la democracia en su esencia. Por ello, la mayoría de los gobernantes africanos, apoyados por poderosos lobbies que prosperan en las grandes potencias actuales (UE, EUA, China, Japón, etc.), van a buscar al exterior la legitimidad que no pueden encontrar en el pueblo. Varios autores acusan a los políticos africanos de fomentar ese desgarre en la gestión del Estado. En este sentido, Pierre Ayoun N’dah estima que, “debilitando al Estado, los políticos africanos podan el árbol sobre el cual están sentados: es la autoflagelación” (Ayoun-N’dah, 2004: 57).
El estado actual de la democracia en África
Durante una visita oficial en Ghana en 2010, Barack Obama expresó lo siguiente: “África, en lugar de tener hombres fuertes, debe tener instituciones democráticas fuertes. Asimismo, la necesidad de elegir personas de buena voluntad para administrar estas instituciones también es esencial” (Sakpane-Gbati, 2011). Esas recomendaciones se sustentaban en las numerosas crisis políticas, sociales, económicas e institucionales que ya habían propiciado revoluciones populares, levantamientos, rebeliones y golpes militares.
Actualmente, el estado que guarda la democracia en África deja al menos una esperanza de cambio para las próximas generaciones. De los 54 Estados soberanos de África, 51 son oficialmente establecidos como república presidencialista, a excepción de los regímenes monárquicos de Lesoto, Marruecos y Suazilandia. Si bien en la retórica, esos países se han declarado democráticos, podemos representar los regímenes de los países africanos en tres bloques (Alcalde y Ortiz, 2007):
Países con régimen democrático: Mauricio, Cabo Verde, Seychelles, Lesoto, Santo Tomé y Príncipe, Ghana, Túnez, Namibia, Senegal, Botsuana, Sudáfrica.
Países con régimen híbrido (caracterizados por una combinación de elementos democráticos y autoritarios): Benín, Zambia, Malaui, Tanzania, Mali, Liberia, Madagascar, Uganda, Kenia, Marruecos, Burkina Faso, Sierra Leona, Nigeria, Gambia y Costa de Marfil.
Países con régimen dictatorial/autoritario: Mozambique, Mauritania, Níger, Comoras, Angola, Gabón, Argelia, Egipto, Etiopia, Ruanda, Congo, Camerún, Zimbabue, Guinea, Togo, Suazilandia, Yibuti, Eritrea, Burundi, Libia, Sudán, Guinea Bissau, Guinea Ecuatorial, Chad, República Centroafricana, RDC, Somalia, y Sudán del Sur.
De igual modo, el índice de la democracia6 en el mundo es muy revelador y deja entrever la poca relevancia que tiene la democracia en el continente africano. Según datos publicados en su edición de 2016 (IMCO, 1017), solamente 20.3 % de los países africanos son reconocidos como democráticos, 27.7 % son híbridos y 51.8 % son autoritarios. Con estas estadísticas, se entiende el postulado de Mbembe según el cual, en términos de democratización, “África se dirige en varias direcciones al mismo tiempo” (Mbembe, 2001). En el mismo sentido, Mizrahi (2019) considera que África es tierra de dictaduras porque la democracia es una utopía en la mayor parte del continente. Esta cruda realidad estadística visibiliza la obstrucción, el fracaso y el retroceso de la democracia en la región. Sin embargo, a pesar de este panorama político no muy alentador, la democracia actualmente es un potente ideal para la población. En África como en cualquier parte del mundo, se experimenta un cambio generacional importante con orientaciones sociopolíticas y culturales distintas a las que se han presentado en las generaciones de las décadas inmediatamente posteriores a las independencias. El interés en la política, la concepción del poder y de la relación entre gobierno y sociedad está dando un giro fundamental.
En 2019, la agencia Afrobarometer -un consorcio de Centros de Estudios Africanos- entregó los resultados de un estudio titulado La démocratie en Afrique: La demande, l’offre, et le ‘démocrate insatisfait’-Democracy in Africa: Demand, supply, and the ‘dissatisfied democrat’ [Democracia en África: demanda, oferta y el demócrata insatisfecho]. Según ese estudio, 68 % de los africanos consideran que la democracia es el mejor régimen político por encima de cualquier otro, capaz de ayudar al continente a enfrentar los obstáculos a su desarrollo; únicamente 11 % de la población ve a la dictadura o al régimen unipartidista como la opción viable para la gobernabilidad. Asimismo, 78 % prefiere elecciones multipartidistas en vez de una dictadura presidencial o un gobierno militar. Estos datos indican que, desde las independencias hasta la fecha, la población africana ha gozado de menos democracia de la que desea (Mattes, 2019).
Un enfoque afro-optimista nos lleva a creer que, si algunos pocos Estados de la región han logrado cierta estabilidad palpable a través de la democracia, los demás también pueden hacerlo. Solo falta “voluntad política” de los actores de toma de decisión (Adonon, 2012). Algunos de esos ejemplos son:
Sudáfrica: el punto de inflexión.
En 1994, Sudáfrica celebró las primeras elecciones democráticas multipartidistas del continente, mismas que culminaron con la victoria de Nelson Mandela. A partir de este punto de inflexión, varias democracias -Ghana, Burkina Faso o Senegal- han logrado consolidarse. Con todas sus limitaciones, Sudáfrica es considerada como el paradigma del despertar democrático en África tras el fin del apartheid . Sin embargo, en la actualidad, los esfuerzos de construcción del orden democrático en este país están siendo cuestionados por actos de corrupción y demagogia perpetuados por el actual presidente Cyril Ramaphosa y su gobierno.
Ghana: un modelo de alternancia política
El partido de Rawlings, el Congreso Nacional Democrático (NDC), vencedor en 1992 y 1996, fue derrotado en 2000 por el principal partido de la oposición, el Nuevo Partido Patriótico (NPP). Ante la atención de los observadores internacionales, empezó un proceso de alternancia en el poder entre ambas fuerzas; proceso fundamentado en principios de paz, de neutralidad y de coparticipación política.
Burkina Faso: la voluntad ciudadana impulsó la democracia
La iniciativa de la ciudadanía de Burkina Faso puso fin en 2014 al largo mandato del presidente dictador Blaise Compaoré, en el cargo desde 1987 tras un golpe de Estado. El detonante de las protestas de los burkineses fue, por un lado, el proyecto de ley que pretendía enmendar la Constitución y, por otro, extender el número de veces que el gobernante podía concurrir a las elecciones. Las elecciones presidenciales se celebraron en noviembre de 2015 y dieron la victoria a Roch Marc Kaboré, tras una votación y transición a la democracia que se desarrolló de forma pacífica.
Senegal, superación de la tempestad para lograr la alternancia
Senegal fue testigo en 2012 de un cambio de color gubernamental en las urnas que puso fin a los doce años de mandato de Abdoulaye Wade en beneficio del ex primer ministro Macky Sall.
En suma, recalcamos que la complejidad de la realidad endógena del continente africano plantea nuevos horizontes de análisis sobre la ciencia política en general y sobre la democracia en particular. Una nueva era de efervescencia de la democracia exigiría que los Estados y sus dirigentes, elaboren programas políticos adecuados a dicha realidad, mediante la incorporación de la ciudadanía y todas sus fuerzas en la vida política. En este sentido, la definición y redefinición de nuevas orientaciones políticas es determinante, ya que la democracia liberal impuesta en África ha mostrado carencias y limitaciones.
Consideraciones finales
Para sistematizar coherentemente las experiencias y las reflexiones sobre la democracia en África, es importante considerarla como un escenario complejo en el cual se entrecruzan la acción conjugada de una multitud de factores. Si bien parece más simple y común apuntalar al Estado como principal vector de la obstrucción de la democracia en África, consideramos que los problemas del continente se deben a la manera que ese Estado es administrado por la clase política. Ese hecho hace que la política en África siga siendo un enigma, una ecuación diferencial que tiende a ser indescifrable. Sin embargo, no cabe duda de que todo lo sucedido en este continente durante las últimas décadas en materia de implementación de la democracia no fue algo casual, sino es resultado de una serie de contradicciones, ambigüedades, confusos y conexos acontecimientos que surgieron de la época colonial y agudizan las actuales formas de gestión del Estado.
Es comprensible que, para el éxito de la democracia en África, la tradición y la modernidad no pueden considerarse como polos opuestos o contrarios, sino que pueden coexistir e integrarse mutuamente. En este sentido, la efervescencia de la democracia africana pasa por la voluntad política de los actores de toma de decisión, más allá de los debates a veces inútiles acerca de la “necesidad” o “no” de dicho régimen. Por lo tanto, hace falta una profunda reingeniería de las estructuras sociopolíticas y económicas, las constituciones, las instituciones, las leyes electorales, los partidos políticos, los parlamentos, los gobiernos y los sistemas jurisdiccionales. Para que ésta no sea rechazada -como ha ocurrido hasta el momento- el ciudadano africano debe ser el agente, el instrumento y la finalidad de la adopción de una gobernabilidad democrática. En la actualidad, existe un fuerte reclamo de reformas constitucionales, de una creación y gestión plural de las instituciones estatales orientadas hacia las necesidades de los pueblos africanos. Desde “abajo”, se está presionando cada vez más para conseguir un modelo endógeno de descentralización del poder; desde “arriba”, las fuerzas panafricanas y de la globalización abogan por la construcción de un Estado-nación extrovertido y neoliberal.
El análisis de los avatares de la democracia en los países postindependientes revelan rasgos característicos que se pueden observar en los demás continentes -América Latina y Asia principalmente-: a) el vacío institucional para la construcción de una gobernabilidad democrática; b) la desconexión entre los procesos de elección popular y la voluntad de llevar a cabo la alternancia política; c) la existencia de rígidos sistemas de control que obstruyen la participación ciudadana en el quehacer político; d) la excesiva concentración del poder en el presidente de la república de cada país; e) la potencialización de la noción de interés definido en términos de poder por determinados actores y f) la tendencia en elaborar las agendas del gobierno en función de los intereses del partido en el poder.
Es bajo esa lógica que los posicionamientos, las estrategias y tácticas de gobierno en África actualmente están regidos por principios de cambio y principios de conservación. Sostenemos que esos principios, subyacen, fundamentan y explican los componentes de la gestión de un Estado africano artificial.