Introducción
Desde las últimas décadas del siglo XX, varios estudios pusieron en evidencia el debilitamiento del tradicional clivaje de clase en los comportamientos electorales de las democracias occidentales, en un contexto en el cual las clases sociales se desdibujaban cada vez más al ritmo de los cambios en los modelos de producción. Los partidos políticos que se habían constituido con base en referentes de clase -a saber, los partidos socialistas y socialdemócratas a la izquierda y los partidos “burgueses” y de defensa del mercado a la derecha, que durante buena parte del siglo XX habían movilizado sectores sociales muy delimitados en términos económicos y sociales- empezaron a ser desplazados por partidos catch all o “partidos cárteles” con electorados indiferenciados y cambiantes, o a adoptar rasgos de los mismos (Mair y Katz, 1995).
Este diagnóstico se ha vuelto consensual para las democracias avanzadas de los países del norte, pero queda menos obvio para las democracias de la tercera ola de los países del sur. En este caso, nos enfrentamos a una mayor diversidad de las sociedades y de los sistemas partidarios y, sobre todo, al carácter mucho más fluido y frágil de estos últimos. De hecho, la tendencia en América Latina se dirige a un debilitamiento creciente de los sistemas partidarios (Mainwaring, 2018). En este contexto, Colombia aparece como una relativa excepción en la medida en que pasamos de un contexto de extrema fragmentación a finales del siglo XX -que llevaba incluso a los investigadores a interrogarse sobre la existencia de verdaderos partidos (Pizarro, 2002)-, a un resistido proceso de reconstrucción impulsado por la reforma política de 2003 (Hoyos, 2007; Hoskin y García, 2006). Sería excesivo hablar de un sistema partidario estabilizado en la actualidad, de hecho Albarracín, Gamboa y Mainwaring consideran que se caracterizó más bien por una informalización creciente desde los años noventa, aunque reconocen que no ha colapsado como los de varios países vecinos (Albarracin, Gamboa, y Mainwaring, 2018). Sin embargo, se han consolidado un número de actores principales de entre 7 y 10 organizaciones partidarias (Rodríguez y Botero, 2006), y un patrón de relaciones entre ellas más o menos previsibles, incluso en el nivel local (Basset y Franco, 2020), que el recién adoptado estatuto de la oposición ayudó a hacer más explícitas.
De esta manera, Colombia se vuelve un buen terreno para probar la validez de la tesis del desalineamiento del sistema partidario con respecto a las diferencias de clases fuera de los habituales referentes de Europa y América del Norte. En este artículo proponemos un método para acercarnos a la composición de “clase” del electorado de los partidos colombianos utilizando como proxy los “estratos” que sirven de instrumentos de planeación entre las grandes ciudades del país. Al contrario de la mayoría de los análisis de la noción de “voto de clase” que se acercan al fenómeno con base en datos de encuestas que parten del comportamiento individual de los electores, el uso de los estratos como unidad de análisis tiene la ventaja de ponerlo en evidencia directamente a un nivel agregado, lo que nos parece más consistente con la misma naturaleza del fenómeno. También nos permite acercarnos al hecho social de manera coherente con el enfoque estructuralista desarrollado por primera vez por Seymour Martin Lipset y Stein Rokkan en su análisis de los “clivajes” entre partidos, y que servirá de marco para nuestro estudio (Lipset y Rokkan, 1967). Buscaremos a través de la composición del voto por estrato si podemos identificar una tendencia a la diferenciación o a la homogeneización desde la perspectiva del clivaje de clase en la elección del senado colombiano desde principios del siglo XXI. Nuestros resultados muestran que, al contrario de la tendencia que se ha puesto en evidencia en las democracias de referencias del norte, el sistema partidario colombiano se fundamenta sobre estructuras sociales cada vez más segmentadas e identificables.
Empezaremos con una revisión de la literatura pertinente que nos permitirá exponer nuestro marco teórico alrededor de la teoría de los clivajes de Lipset y Rokkan. A continuación, detallaremos nuestro método de análisis justificando el uso de los estratos socioeconómicos como unidad de análisis. Finalmente, presentaremos nuestros datos empezando con una delimitación del ámbito de validez de los mismos. Esto nos llevará a definir un índice de perfil de clase de los partidos que nos permitirá comprobar nuestra hipótesis sobre la segmentación de clase creciente del voto en Colombia. Finalmente, en las conclusiones, sugerimos varias interpretaciones para explicar esta aparente anomalía colombiana.
La tesis del deshielo de los clivajes
Desde el trabajo seminal de Lipset y Rokkan sobre el análisis de las estructuras de los clivajes políticos alrededor de los cuales se definen los proyectos de los partidos políticos en las democracias occidentales (Lipset y Rokkan, 1967), se ha asumido la existencia de cuatro principales: Iglesia/Estado, centro/periferia, capital/trabajo y urbano/rural que constituyen las grandes fracturas sociales que dan nacimiento no solamente a los partidos políticos como actores, sino a los sistemas de partidos con las pautas de relaciones que estos mantienen entre sí. Por otra parte, Lipset y Rokkan intuían que dichas estructuras profundas explicaban la notable estabilidad que caracterizó a los sistemas partidarios occidentales después del acceso al sufragio universal pleno que se dio, según los casos, entre los finales de las dos guerras mundiales para la mayoría de las democracias de Europa. Esta idea conocida como la tesis del “hielo de los clivajes” dará nacimiento, a partir de la década de 1970, a un largo debate sobre el supuesto “deshielo de los clivajes” (Mair, 1997). Dalton fue uno de los primeros en sostener que los sistemas partidarios occidentales empezaban a “desalinearse”, constatando una mayor volatilidad electoral que explicaba por una renovación del electorado y la irrupción de nuevas generaciones de votantes no tan marcadas por el peso de los tradicionales clivajes, más informados y más sofisticados en sus decisiones de voto (Dalton, 1984). En cuanto al tema de la clase , Dalton relacionaba la evolución con cambios en las estructuras sociales, y en particular, la aparición de una nueva clase media que venía a perturbar las viejas oposiciones entre trabajadores y capitalistas. Sin contestar estas evoluciones, otros análisis notaban las limitaciones de la creciente volatilidad electoral como prueba del debilitamiento de aquellos (Bartolini y Mair, 1990; Mair, 1997). Los efectos de los clivajes estructurales no se trasladan mecánicamente a la estructura de los partidos que también están determinadas por los efectos más puntuales de la competencia electoral. Por lo demás, el desafío consiste en observar los efectos de estos sobre el sistema de partidos como tal, más que considerar cada partido como una emanación de una vertiente de un clivaje, es decir, se trata de tomar en cuenta la configuración de las oposiciones y colaboraciones entre partidos dentro del sistema.
Sin embargo, los desarrollos más recientes parecen confirmar las apreciaciones de Dalton, y se enfocan en la discusión de si estamos asistiendo en el siglo XXI a la aparición de un nuevo clivaje, que podría ser el que opone a los ganadores y perdedores de la globalización (Kriesi et al. 2008; Martin, 2019; Seiler, 2011), y que se fundamentan en análisis culturales de mayor alcance sobre los cambios de actitudes políticas en las democracias occidentales (Inglehart y Welzel, 2005).
En cuanto al clivaje de clase en particular -es decir, el de capital/trabajo de Lipset y Rokkan- el debilitamiento ha sido diagnosticado de manera exhaustiva por Bartolini (2000) , quien estudió este clivaje en forma comparativa y sobre un periodo amplio (de 1860 a 1980). Para este autor, la existencia de estos se verifica estudiando simultáneamente las tres dimensiones de la base social (social constituency), la orientación ideológica y la estructura organizacional de los partidos que se constituyen alrededor de estas escisiones. El primer elemento “empírico” concierne a la vez al nivel de movilización electoral que los partidos son capaces de lograr, y la composición social de sus electorados (Bartolini, 2000: 27).1 Para acercarse a esto último en su posición de izquierda sobre un periodo tan largo, el autor tuvo que recurrir a correlaciones imprecisas entre la estructura social del electorado y los votos de los partidos de esta tendencia, con los países como unidad de análisis (Bartolini, 2000: Capítulo 3). Los estudios más recientes y con una ambición comparativa más limitada pueden recurrir a sofisticadas series estadísticas obtenidas por encuestas estandarizadas y aplicadas en varios países como en el caso de Kriesi y sus colaboradores (Kriesi et al., 2008). Para el clivaje de clase, existe una gran cantidad de estudios muy elaborados que llegaron todos a la conclusión que existe efectivamente un “desalineamiento” del voto de las clases trabajadoras (Knutsen, 2006), que se concentraba con anterioridad en los partidos de izquierda en sus distintas sensibilidades, y que se encuentra hoy día mucho más atomizado. De hecho, si algo caracteriza hoy en día el voto de los obreros en las democracias occidentales europeas, es su deslizamiento hacia los partidos de extrema derecha (Oesch, 2008). La literatura sobre el tema es tan importante que se inventó incluso un indicador para medir el alineamiento o desalineamiento del voto obrero en un partido: el índice de Alford (Dalton, 2013).
La situación es muy distinta cuando pasamos a examinar las llamadas democracias de la tercera ola, donde los datos de encuestas disponibles suelen ser mucho más limitados. Por otra parte, se asume que el voto “de clase” es un producto de la revolución industrial, lo que dificulta la posibilidad de “exportar” el análisis de Lipset y Rokkan fuera de Europa, tentación contra la cual ellos mismos prevenían.
En esta perspectiva, en Colombia, a pesar de tentativas de algunos historiadores para encontrar en la estructura de clase una explicación a la existencia de los partidos tradicionales y al conflicto entre ellos (Colmenares, 1968), se ha asumido que la existencia del tradicional bipartidismo no responde a diferencias que puedan resumirse en un clivaje de clase (Sanders, 2004; Gutiérrez, Viatela y Acevedo, 2008), y que hay que tomar en cuenta más bien la presencia de grupos étnico-culturales, el grado de urbanización, o la fuerza de la Iglesia, elementos que nos remiten más bien a los clivajes urbano-rural y Estado/Iglesia de Rokkan y Lipset. Por otra parte, el sindicalismo, que jugó en muchas partes un papel de correa de transmisión entre la clase trabajadora y los partidos políticos, entretuvo en Colombia relaciones complicadas y distantes con estos últimos que no permitió consolidar puentes muy sólidos, salvo en pocas ocasiones (Agudelo, 2014).
Gutiérrez Sanin (2007) habla, a propósito del final del bipartidismo y la recomposición del sistema partidario a raíz de la reforma política de 2003, de un “deshielo” en alusión explícita a Lipset y Rokkan), y a pesar de un auge de la literatura en materia de análisis del comportamiento electoral en Colombia, poco se ha dicho sobre el tema del voto “de clase” por parte de los politólogos. Entre las excepciones podemos citar el estudio de Juan David Velasco sobre el uribismo que confirma la tendencia de esta nueva corriente a seguir la tradición multiclasista de los partidos Liberal y Conservador antiguo (Velasco, 2017). Carlos Enrique Guzmán y Adriana Ramírez, en un estudio realizado con base en encuestas sobre las elecciones presidenciales de 2002, 2006 y 2010, llegaron también a la conclusión que la diferencia de estratos era poco significativa como factor para predecir el voto (Guzman y Ramírez, 2015). Los análisis más precisos al respecto se encuentran en una serie de artículos de Juan Carlos Milanese y Adolfo Abadía, que arrojaron resultados que, al contrario de los anteriores, muestran la importancia de tomar en cuenta la perspectiva socioeconómica para analizar el comportamiento electoral colombiano (Abadía, 2014; Abadía y Milanese, 2015; Milanese, Abadía, Rodríguez y Cuervo, 2017). Estos análisis están centrados en las elecciones municipales en la ciudad de Cali y parten de los mismos resultados electorales a nivel de comuna, usando el estrato socioeconómico como una de las variables. Como veremos a continuación, es precisamente esta herramienta que nos proponemos utilizar ampliando el análisis a las cinco ciudades mayores del país, y enfocándonos a las elecciones legislativas, que constituyen el mejor terreno de observación para estudiar el sistema partidario.
De este modo, nos proponemos examinar hasta qué punto el clivaje de clase estructura el sistema partidario colombiano analizando los resultados de las elecciones legislativas en función de los estratos socioeconómicos en el ámbito urbano. Nuestros hallazgos fueron que, a la inversa de la tendencia global en la materia, el sistema partidario colombiano es cada vez más estructurado por el clivaje de clase desde el principio del siglo XXI; sin embargo, estos resultados se tienen que tomar con prudencia.
Los estratos como proxy del clivaje de clase
Para medir la estructura social del voto de los partidos, Colombia tiene un instrumento institucionalizado sin equivalente que puede compensar con creces la falta de datos de encuestas de opinión: los estratos. La estratificación socioeconómica es un sistema de clasificación de los inmuebles residenciales que deben recibir los servicios públicos en el ámbito urbano. Permite clasificar los inmuebles (de 1 a 6, siendo 1 el estrato más “bajo”) en función de la calidad de las infraestructuras de la vivienda y del barrio, de manera a cobrar tarifas diferenciadas para los servicios públicos. Así, los habitantes de los estratos altos pagan una tarifa más alta que permite subvencionar la tarifa de los estratos bajos.2
En estricto rigor, los estratos no permiten identificar la “clase social” de los habitantes. En primer lugar, caracterizan edificios y barrios, es decir, agregados, y no individuos. Desde este punto de vista, nada impide que un individuo “rico” viva en un barrio de estrato bajo e inversamente. En segundo lugar, el criterio de clasificación es la calidad del hábitat y no el nivel de ingreso de los habitantes. Si lo uno está vinculado a lo otro -sea porque los habitantes son propietarios y que el estrato da una indicación sobre sus patrimonios, o arrendatarios, caso en el cual el estrato informa sobre sus capacidades adquisitivas-, no son exactamente lo mismo. Dicho esto, el estrato da cuenta de la segregación espacial-urbana tan marcada de las ciudades latinoamericanas y, desde este punto de vista, puede ser considerada pragmáticamente como un proxy de la clase social bastante ilustrativo.3
Este artículo se centrará entonces en el voto de estrato como proxy del voto de clase. Siendo el estrato una unidad de análisis agregada, los resultados que se obtendrán aquí no pueden ser leídos como propios de comportamientos individuales.4 Lejos de ser una “falla”, consideramos que tal perspectiva se acerca mejor a la naturaleza colectiva del fenómeno del voto de clase de lo que harían los resultados de una encuesta que se contenta de agregar comportamientos individuales. Esto implica que, en coherencia con nuestra referencia teórica a la tesis de los clivajes de Lipset y Rokkan, la perspectiva que desarrollamos en este artículo es netamente estructuralista y se aleja del marco del individualismo metodológico habitual en los estudios electorales.
El uso de los estratos como unidad de análisis tiene, sin embargo, unos límites intrínsecos y otros vinculados a su uso para caracterizar el voto. En cuanto a lo primero, los estratos únicamente están disponibles para caracterizar el hábitat en el ámbito de las grandes ciudades. En el mundo de los pueblos, o incluso de las ciudades intermedias, donde las infraestructuras urbanas son mucho menos diferenciadas, el indicador no tendría mucho sentido. Esta es la razón por la cual nuestro estudio se limita a las cinco mayores ciudades del país: Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, y Cartagena.5 Para las elecciones legislativas de 2018, el voto de estas urbes representaba un poco más de 28 % del voto válido que se emitió a nivel nacional. Quizá este porcentaje puede ser representativo de una proporción algo mayor si consideramos que el comportamiento electoral de estas ciudades puede reproducirse en mayor o menor medida en otras ciudades, sin embargo, es importante subrayar que no es representativo del comportamiento general del voto en el país. Nuestro estudio se enfoca únicamente en el voto urbano de las grandes capitales que es el más susceptible de estructurarse según una lógica de clase, por lo tanto, es importante no sobrevaluar nuestros resultados extrapolándolos a la estructura nacional del voto. Sin embargo, se trata de una porción importante del voto, entre el cuarto y el tercio y los partidos tienden a especializarse cada vez más en el ámbito urbano o rural, lo que significa que la caracterización social del electorado de los primeros es un elemento a tomar en cuenta en la configuración general del sistema de partidos nacional.
Otro límite intrínseco de los estratos como indicador es su poca reactividad. Los estratos de los barrios fueron definidos desde hace mucho tiempo y, si bien las alcaldías tienen desde los años noventa la posibilidad de reclasificar los inmuebles, este proceso ha sido resistido por los habitantes que tienden a considerar “su” estrato como un derecho adquirido (es un criterio fundamental a tomar en cuenta para arrendar o comprar una vivienda en Colombia). Esto significa que la estratificación ha sido poco reactiva frente a los procesos de renovación urbana que se pudieron desarrollar en las últimas décadas, razón por la cual existe un debate creciente sobre la oportunidad de reemplazar los estratos por instrumentos de focalización más precisos (Alzate, 2006).
Por otra parte, existen límites en cuanto a la posibilidad de usar los estratos para caracterizar los datos electorales. Para hacerlo, hemos atribuido a cada puesto de votación de las cinco ciudades objeto de nuestro estudio un número de estrato, fundamentándonos en el estrato dominante de los inmuebles aledaños. Esto no deja de ser un ejercicio impreciso en la medida en que muchos puestos se encuentran en zonas limítrofes entre varios estratos y hemos evaluado de manera aproximada cuál sería el estrato dominante del hábitat de la mayoría de la población susceptible de votar en el puesto.
Esta metodología nos obligó a sacar de la muestra los puestos censo y los puestos de las cárceles, cuya población votante es, por definición, no geolocalizable. De igual manera, es importante anotar que nada garantiza que la población votante en los puestos de votación de nuestra muestra vive efectivamente al lado del puesto de votación. La definición de la residencia electoral es bastante flexible en Colombia, y el delito de fraude en inscripción de cédula es tipificado únicamente por la inscripción en un municipio distinto al municipio de residencia, un elector puede, en la práctica, inscribir su cédula en cualquier puesto de su municipio. Las redes de compra-venta de votos no pierden la oportunidad de explotar esta posibilidad para tratar de controlar sus clientelas desplazándolas de puesto en puesto. De este modo, nuestro análisis postula que los electores que votan en un puesto viven efectivamente en los barrios aledaños, lo que suena razonable en términos generales, pero no es completamente cierto en todos los casos.
Finalmente, conviene tener en mente la estructura del voto por estrato que se desprende de nuestro análisis, con el peso de cada categoría en la muestra. Para 2018, el voto válido se repartía en función de los estratos según se muestra en el gráfico 1.
Como vemos, la metodología de la estratificación divide la población de manera muy desigual. La población -y, por ende, el cuerpo electoral- se concentra sobre todo en las categorías 3 y 2 que representan, respectivamente, 11.3 y 8.1 % del voto válido nacional, y la mitad de nuestra muestra de las cinco ciudades citadas anteriormente. Los estratos “extremos” 1 y 6 solo representan respectivamente 2 y 1 % del voto válido nacional. Es importante recordar estas cifras, para no sobreinterpretar los datos; es decir, si un partido atrae un porcentaje substancial del voto estrato 1 y casi nada del estrato 6, no significa que el electorado está polarizado en dos campos y que estamos frente a la organización del proletariado en lucha contra la burguesía. Esto sería olvidar que lo esencial del voto urbano se ubica en los estratos 2 y 3 y nuestras cinco ciudades agrupan apenas 28 % del electorado nacional. Dicho esto, la importancia de los estratos extremos va mucho más allá de su peso numérico. Los estratos 5 y 6 son apenas 3 % del voto, pero se trata de las elites, cuya capacidad de influencia, visibilidad e importancia simbólica es fundamental.
Con todas estas restricciones, consideramos que la estratificación socioeconómica de las grandes ciudades colombianas ofrece una posibilidad única de usar un proxy eficaz para analizar el voto en función del perfil de “clase”, o si se prefiere, de categoría socioeconómica de los electores. Los resultados del estudio que presentamos a continuación parecen confirmar la validez del instrumento.
Voto urbano y voto rural
Realizamos el estudio anteriormente mencionado para las cuatro últimas elecciones para Senado de la República en circunscripción nacional. Hemos elegido al Senado porque siendo electo en circunscripción nacional -a diferencia de la Cámara de Representantes que se elige en los departamentos- la composición de aquel refleja más fielmente el estado del sistema partidario. Por lo demás, hemos excluido la circunscripción indígena para evitar las complicaciones que resultaría de la integración de los partidos indígenas al análisis (sabiendo que el número de votos que se dirige hacia la circunscripción indígena es muy limitado, y con mayor razón en el ámbito urbano). Por otra parte, hemos optado por volver en el tiempo hasta 2006 porque se trata de la primera elección que se hizo con las nuevas reglas de la reforma política de 2003.6 Antes de esta fecha, la división de la oferta política era tal que el ejercicio no hubiera tenido mayor sentido (Rodríguez y Botero, 2006). En rigor, es muy difícil encontrar un sentido a la noción de sistema partidario en Colombia en el período inmediatamente anterior a la reforma, siendo entonces la representación política una de las más fragmentadas y personalizadas en América Latina, y probablemente en el mundo (Mainwaring y Scully, 1997). De esta manera, podremos analizar la evolución del voto a la cámara alta sobre 4 elecciones (2006, 2010, 2014 y 2018) y 12 años.
Antes de analizar la repartición del voto por estrato, vale la pena observar la creciente especialización de los partidos en el ámbito rural o urbano que mencionábamos anteriormente.
En el gráfico 2, comparamos la repartición del voto válido en las cinco mayores ciudades que son objeto de nuestro estudio (en la barra de derecha) y en el resto del país (barra de izquierda).7 Para facilitar la lectura, hemos ubicado los partidos de derecha en la parte baja de las barras y los de izquierda en la parte alta. Esto permite observar que el voto urbano favorece los partidos que se ubican en los dos extremos del espectro ideológico sobre los del centro, que son en realidad los viejos partidos tradicionales Liberal y Conservador y sus derivados, Cambio Radical y el “Partido de la U” (de nombre oficial: Partido Social de Unidad Nacional), que se constituyeron reagrupando políticos que se habían separado de los tradicionales en los años previos a la reforma de 2003.8
De esta manera, el voto de las cinco ciudades mayores se divide en tres bloques de peso más o menos comparables: la derecha constituida principalmente por el Centro Democrático, Opción Ciudadana y los partidos cristianos (mira y Colombia Justa-Libres), la izquierda que agrupa la Alianza Verde, el Polo Democrático Alternativo y la Lista de la Decencia y los tradicionales con los cuatro partidos anteriormente citados. Hay que añadir 10 % de los votos válidos en blanco. Ahora bien, si nos referimos al voto “rural”, es decir, el voto nacional sin el voto de las cinco ciudades comentadas, constatamos que la izquierda apenas llega a 10 %, la derecha a apenas 20 % y que los tradicionales siguen atrayendo cerca de los dos tercios del voto.
En 2006, el bloque de la derecha solo era representado por los cristianos de mira y C4 -que no tenían mucho más voto en el ámbito urbano que en el rural-, a los cuales podemos sumar el movimiento político “Dejen Jugar al Moreno” de Carlos Moreno de Caro (que tuvo lo esencial de sus votos en Bogotá) y el extinto partido Colombia Democrática de Mario Uribe, que podemos considerar como un predecesor de Centro Democrático (que tuvo lo esencial de sus votos en Medellín). Todos estos partidos juntos no llegan a 10 % y a poco más de 5 % en el ámbito rural. A la izquierda, el recién formado Polo Democrático Alternativo agrupaba lo esencial de las fuerzas de esta corriente, a las cuales podemos sumar los Visionarios de Antanas Mockus y Por el País que Soñamos de Enrique Peñalosa.9 Representa 15 % del voto urbano y menos de 10 % del voto rural.
En este contexto, aún dominaban el panorama el voto de los cuatro partidos tradicionales a los cuales no habían terminado de sumarse políticos de otras pequeñas formaciones hoy extintas como Convergencia Ciudadana, alas-Equipo Colombia, o Colombia Viva. Esto ocurría tanto en el ámbito rural como urbano, aunque en menor medida para este último. Si los partidos Conservador y Liberal ya mostraban dificultades de llegar al voto urbano, todavía eran capaces de hacerlo sus herederos de Cambio Radical y la U (en lo cual radicaba el éxito de lo que Gutiérrez Sanín llamaba los “transicionales”, que no se perennizó mucho).
Esta primera aproximación es necesaria no solo para delimitar el ámbito del estudio que va a seguir, que solo concierne el voto de Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla, y Cartagena, sino también porque esta dinámica de retiro de los tradicionales hacia el mundo rural que nos muestra la comparación entre 2006 y 2018 ya explica ciertamente el tema de la estratificación del voto por clase. Como observamos, hay un consenso entre los historiadores y los estudiosos de los partidos para considerar que los partidos tradicionales eran multiclasistas, y que lograban atraer en su seno a todas las categorías socioeconómicas de la sociedad colombiana.
Veremos que esta idea puede ser corroborada por nuestros datos. Por tanto, es en buena medida el reemplazo de los tradicionales por nuevos partidos políticos en el ámbito urbano que va a ser la tendencia de fondo que llevará a una mayor estratificación del sistema partidario colombiano en términos de clase. Contrariamente a los tradicionales, los nuevos partidos que son hoy día los jugadores fuertes en el ámbito urbano tienen un electorado inclinado hacia los estratos altos o bajos y su inserción en el sistema partidario nacional le imprimen un sentido de clase que no había tenido históricamente.
La creciente estratificación del sistema de partidos colombiano
Para iniciar este apartado, observemos el voto por estrato, partiendo de la primera elección estudiada hacia la última.
Como se aprecia, los partidos tradicionales y sus derivados recibieron en 2006 una porción comparable del voto sin importar los estratos, lo que confirma su tradición policlasista (Gutiérrez, Viatela y Acevedo, 2008). El partido Conservador es la única excepción, ya que recibió un porcentaje de voto mayor en los puestos de votación de estrato 1 (más de 20 %) que en los otros estratos. Sin embargo, el dato por sí solo no es muy concluyente en la medida en que el conservatismo fue más votado por los estratos 5 y 6 que por los estratos 2 y 3. Cambio Radical y la U, en cambio, tienen una leve tendencia a lograr más respaldo entre los estratos altos, pero la diferencia no es muy marcada. Los partidos que sí tienen un electorado marcadamente estratificados son Por el País que Soñamos y Visionarios con Antanas Mockus, cuyos apoyos son mucho más importantes entre los estratos altos que entre los bajos. Sus limitaciones para llegar a estos últimos explican su fracaso en pasar el umbral en estas elecciones, y su desaparición posterior. A la inversa, mira, y Dejen Jugar al Moreno se inclinan hacia los estratos bajos, y casi no tienen respaldo entre los altos. Finalmente, el Polo Democrático Alternativo es el único partido no tradicional con sesgo urbano de la época que logró un cierto peso, y su éxito se debe precisamente a que logró mantener algo de presencia en todos los estratos, aunque claramente menos en el 6.
En 2006, aparecieron varios partidos nuevos en el ámbito urbano, que ya mostraban un electorado estratificado. Sin embargo, fueron todavía demasiado pequeños y la mayor parte de ellos desaparecerán en 2010.
En 2010, el peso de los partidos tradicionales siguió siendo relativamente importante (entre 60 y 70 % del voto según los estratos), pero lograron mantenerse absorbiendo los pequeños partidos como Colombia Democrática o Colombia Viva, o desplazándolos en las preferencias de los electores (caso de Apertura Liberal o al). El único de estos pequeños grupos hechos de políticos tradicionales que dejaron sus partidos de origen en sobrevivir con algo de peso fue el Partido de Integración Nacional (exConvergencia Ciudadana). Por otra parte, los tradicionales siguen mostrando un perfil homogéneo en cuanto al voto por estrato, incluso, el partido Conservador suaviza su sesgo hacia las clases populares.
Mientras tanto, aparece entre los “alternativos” por una parte, el Partido Verde, cuya personalidad más votada fue en esta época Gilma Jiménez, y cuyos referentes nacionales eran los exalcaldes de Bogotá Antanas Mockus, Enrique Peñalosa y Luis Eduardo Garzón, y por otro lado, el movimiento Compromiso Ciudadano por Colombia del exalcalde de Medellín Sergio Fajardo. Si el segundo grupo conocerá la misma suerte que los movimientos de Peñalosa y Mockus en 2006, Fajardo terminará de candidato a la Vice-presidencia de Antanas Mockus en las presidenciales de 2010, impulsando el fenómeno de la llamada “ola verde”, que consolidará el Partido Verde como un actor político nacional. Como sus antecesores de 2006, ambos movimientos tienen un electorado inclinado marcadamente hacia los estratos altos, aunque el verde logra algo de apoyo en el estrato 3 y no está totalmente ausente del 2.
Por su parte, MIRA se consolida entre los sectores populares urbanos sin lograr llegar a los estratos altos. En conclusión, la consolidación de los “verdes” -junto con Compromiso Ciudadano por Colombia- y de mira, ambos con clara segmentación de sus electorados, contribuye a dar al sistema de partidos un perfil un poco más definido desde el punto de vista del estrato, pero de manera todavía muy limitada, en la medida en que estos partidos juntos agrupan apenas a 15 % de los votos urbanos, y menos de 10 % a nivel nacional.
La irrupción de Centro Democrático en 2014 va a cambiar considerablemente el panorama.
Creado después de la ruptura entre el expresidente Álvaro Uribe y su sucesor Juan Manuel Santos, Centro Democrático agrupó en la oposición los apoyos del primero. Sin embargo, se trata de unos apoyos bien distintos de los que había tenido Uribe en el poder. Durante sus dos mandatos, el uribismo no se dejó encerrar en un partido, sin embargo, el partido de la U, que enarbolaba su inicial, era probablemente el que más se identificaba con él. Si la U lograba llegar tanto al mundo rural como al mundo urbano, y en éste último, en todos los estratos (Velasco, 2017), Centro Democrático estará inclinado mucho más claramente desde el principio al ámbito urbano, y en éste, a los estratos altos. El porcentaje logrado por la nueva organización en el estrato 6 triplica el del estrato 1, una diferencia muy marcada por un partido de esta importancia.
El éxito de Centro Democrático en los estratos altos se hizo claramente en detrimento de los partidos tradicionales, sobre todo de la U, que tenía una leve tendencia a lograr mejores porcentajes en los estratos altos hasta 2010, y pasa de ahí en adelante a un perfil inverso. Los conservadores también perdieron espacio en los estratos altos en beneficio de Centro Democrático, lo que acentuó su inclinación hacia los estratos bajos, sobre todo en esta ocasión por el buen resultado de su cabeza de lista Roberto Gerlein en los barrios de estrato 1 de Barranquilla.
Sorpresivamente, los verdes suavizaron el sesgo de su electorado hacia los estratos altos en estas elecciones. Esto puede parecer contraintuitivo en un momento en que el partido se la jugó por la candidatura presidencial de Enrique Peñalosa, quien, como vimos con los resultados de su lista en 2006, llegaba mucho más fácilmente a los estratos altos que a los bajos. Sin embargo, se explica porque la Alianza Verde recibió en su seno a parte de los aliados de Gustavo Petro, que habían dejado el Polo Democrático Alternativo junto con él después de las elecciones de 2010, y lo acompañaron un momento en las elecciones a la alcaldía de Bogotá en 2011 antes de romper con él. Es el caso de Antonio Navarro, el segundo senador verde más votado en 2014. Jorge Iván Ospina sigue más o menos la misma trayectoria en Cali. Finalmente, la Alianza Verde incluyó en sus listas de candidatos en 2014 a algunos miembros de la Unión Patriótica. Todos estos cambios contribuyeron a dar al partido una mayor inclinación hacia la izquierda, y quizás por eso, una mayor facilidad para llegar a los sectores populares urbanos.
En definitiva, es sobre todo la aparición de Centro Democrático como un jugador fuerte en el ámbito urbano que marca una ruptura en 2014. Con esto, la derecha se fractura según una lógica de estratos, con los sectores altos yéndose masivamente al uribismo mientras que parte de los sectores populares prefieren el tradicional partido Conservador o mira.
Finalmente, el proceso culmina en 2018. En esta fecha, Centro Democrático amplifica su perfil de estratos con un leve bajón entre los estratos 1 y 2, compensado por la consolidación de MIRA entre estos mismos sectores, junto con el nuevo partido cristiano de Colombia Justa-Libres, que muestra un perfil comparable.
Lo más novedoso viene esta vez de los sectores progresistas y de izquierda. Gracias a la candidatura de Antanas Mockus, la Alianza Verde crece significativamente entre los estratos altos y medios, recuperando su perfil de antes de 2014, a punto de representar casi 20 % de los estratos 5 y 6. Mientras tanto, entre los sectores populares, es la Lista de la Decencia de Gustavo Petro que despega y logra atraer a 10 % de los votos de los estratos 1 y 2 sin llegar a los estratos altos. Entre los dos, el Polo Democrático es el único actor de la izquierda que mantiene un perfil socialmente más o menos homogéneo, con un mayor porcentaje entre los puestos de voto de los estratos 3 y 4.
Entre los dos polos, los partidos tradicionales y sus derivados han sido reducidos a apenas 30 % de los votos de los estratos 5 y 6 cuando llegaban a 70 % 12 años antes. Resisten un poco mejor en los sectores populares, con casi 40 % del voto del estrato 2 y todavía más de 50 % del estrato 1. De este modo, en este proceso de desplazamiento por los nuevos partidos, adquirieron ciertos sesgos hacia los estratos populares que no tenían antes con excepción del partido Conservador.
De este modo, a nuestro punto de llegada, los partidos tradicionales han sido desplazados por nuevos actores que tienen, a diferencia de sus antecesores, un electorado claramente “estratificado”, es decir, muy diferenciado entre estratos sociales. Para simplificar, podemos decir que Centro Democrático y la Alianza Verde se pelean los estratos altos, mientras el petrismo y los cristianos entran a hacer juego igual que los primero en los estratos bajos. Los primeros representan 60 % del voto de los estratos 5 y 6, mientras que los segundos se reparten 20 % de los votos de estratos 1 y 2.
Esta configuración da al sistema partidario un claro sustrato “de clase” en el ámbito urbano, que se transmite al sistema nacional con los partidos tradicionales jugando un papel de “amortiguador”.
Midiendo la estratificación
Podemos tratar de medir lo que nos muestran los gráficos con un indicador que permita atribuir a cada partido un índice de su perfil de clase. Esto se puede hacer con un cálculo sencillo de la diferencia entre el porcentaje de voto obtenido por cada partido en los estratos 1 y 2, por un lado, y 5 y 6 por el otro. Así, cuando el índice es positivo, el partido logra mejores porcentajes entre los estratos 1 y 2 que entre los estratos 5 y 6, e inversamente, mientras el valor absoluto indica la intensidad del sesgo. Cabe anotar que este índice es sensible al resultado global de un partido en la medida en que un partido que logra un porcentaje pequeño del voto nacional tiene menos posibilidad de lograr un alto porcentaje en unos estratos particulares. Sin embargo, como los estratos extremos pesan poco en el total de votos, este inconveniente no es tan grave. Los resultados se leen en la tabla 1.
2006 | 2010 | 2014 | 2018 | |
---|---|---|---|---|
Lista de la Decencia | - | - | - | 5.5 |
Polo Democrático Alternativo | 4.1 | 5.1 | 1 | 0.5 |
Alianza Verde | -8.2 | -2 | -11.5 | |
Compromiso Ciudadano por Colombia | -3.3 | |||
Visionarios con Antanas Mockus | -3.5 | |||
Por el País que Soñamos | -7.5 | |||
Partido Liberal | 1.9 | -0.5 | 1.3 | 2.5 |
Cambio Radical | -5.4 | -0.4 | -1.5 | 3.5 |
Partido Social de Unidad | -3.7 | -3.8 | 5.5 | 2.8 |
Nacional | ||||
Partido Conservador | 0.2 | 1.5 | 6.4 | 3.4 |
Dejen Jugar al Moreno | 3.3 | |||
Convergencia Ciudadana/Partido de Integración Nacional/Opción | 3.1 | 2 | 2 | 0.7 |
Ciudadana | ||||
Colombia Justa-Libres | 2.6 | |||
MIRA | 2.7 | 3.4 | 3.1 | 3.3 |
Centro Democrático | -19 | -21.2 |
Fuente: elaboración propia a partir de los datos de la Registraduría Nacional del Estado Civil.
Observando las cifras en términos comparativos. podremos considerar que un partido tiene un voto estratificado, es decir, heterogéneo en función de los estratos socioeconómicos con un índice de valor absoluto superior a 5.
El caso más llamativo es, sin duda, Centro Democrático que, desde su primera postulación en 2014, presenta el electorado más estratificado, con una inclinación hacia los estratos altos mucho más marcada que cualquier otra formación política, y creciendo levemente entre 2014 y 2018. Esto sugiere fuertes limitaciones del partido para movilizar el uribismo popular, que se manifestaba en la época de las presidencias de Álvaro Uribe. No significa que éste haya desaparecido o que no sea movilizable en ocasiones -como durante las elecciones presidenciales o el plebiscito sobre los Acuerdos de paz-, sin embargo, muestra que el partido como tal no llega tan fácilmente a estos sectores. Es bueno recordar que el ex-presidente y líder de Centro Democrático fue también su cabeza de lista al Senado tanto en 2014 como en 2018 y, en esta última fecha, con voto preferente, lo que significa que este tema no se resuelve disociando la adhesión a la persona de Uribe y a su partido. Todo indica que, con la salida del poder y el ejercicio de la oposición, el uribismo perdió apoyos entre los estratos bajos. En esta perspectiva, valdrá la pena estar atentos a la capacidad de Centro Democrático a recuperar este apoyo desde el gobierno. Esto es un desafío mayor para Ivan Duque desde el punto de vista político.
Después de Centro Democrático, la Alianza Verde es el movimiento con el electorado más estratificado, también inclinado hacia los estratos altos. No obstante, en este caso, no solo el grado de estratificación es menor, sino que no es constante en el tiempo. En 2014, por razones de alianzas y coaliciones con sectores más a la izquierda que ya mencionamos anteriormente, la Alianza Verde suavizó esta inclinación y la estratificación cayó de -8.2 en 2010 a -2, lo que implica un electorado mucho más homogéneo. Sin embargo, la estratificación inclinada hacia los sectores altos volvió con mayor fuerza aun en 2018. Esta evolución indica por tanto que el año 2014 fue una excepción, sobre todo si tomamos en cuenta que los pequeños movimientos personales que antecedieron la Alianza Verde en 2006, como Visionarios con Antanas Mockus y Por el País que Soñamos de Enrique Peñalosa, ya presentaban una clara inclinación hacia los estratos altos, sobre todo éste último. De hecho, si uno mira la estratificación del electorado del Polo Democrático antes de 2014 inclinada hacia los estratos bajos, uno puede suponer que es la división y reestructuración de este partido, con sectores que se fueron hacia la Alianza Verde, que le trajo a ésta un electorado más popular en 2014, mientras el Polo quedaba con un perfil más homogéneo desde el punto de vista de los estratos.
En 2018, la irrupción del petrismo representado por la Lista de la Decencia, con un electorado claramente estratificado hacia los sectores populares, ofrece un nuevo lugar para la izquierda de los estratos populares. Al final, llegamos a un bloque “progresista” -todas estas formaciones se reencuentran hoy día en la oposición al gobierno de Ivan Duque-, dividido según una lógica de “clase”, con una Alianza Verde que llega más fácilmente a los estratos altos, un petrismo que moviliza los sectores populares y un Polo Democrático más homogéneo, quizás con mayor presencia en los estratos medios. La cuestión que se plantea en este artículo es saber qué tanto está división es temporal o estructural. El hecho de que haya una lógica de clase en está división sugiere lo segundo. Si los electorados son diferenciados desde el punto de vista socio-económico, los programas tienen también que serlo para responder a intereses distintos. Sin embargo, los vaivenes entre estratos que describimos anteriormente sugieren que el asunto no es tan simple y que la división no está congelada.
Los partidos tradicionales, por su parte, están convergiendo hacia un electorado más homogéneo, aunque levemente inclinado hacia los estratos bajos, lo que refleja probablemente sus anclajes más antiguos en redes de poder localizados. El hecho de que los tradicionales partidos Conservador y Liberal hayan conservado este perfil desde 2006, cuando la U y Cambio Radical lo adquirieron más reciente, va en el mismo sentido. Para estos dos últimos, formados o reformados después de la reforma política de 2006,10 la trayectoria es un poco distinta en la medida en que empezaron con una inclinación hacia los estratos altos (muy marcada en el caso de Cambio Radical), que fueron perdiendo durante el gobierno Santos. En el caso de la U, incluso, la nueva inclinación hacia los sectores populares alcanzó a ser fuerte en 2014, lo que puede corresponder al efecto de los programas sociales de la administración Santos focalizados sobre la población más pobre.
En este orden de ideas, vale la pena mencionar el caso de los partidos cristianos, sobre todo de mira, que es ilustrativo porque se presentaron durante todo el periodo con resultados globales relativamente similar. La tendencia a una mayor estratificación de su electorado, aunque no constante ya que el mayor índice de estratificación fue obtenido en 2010, es ilustrativa de la tendencia general del sistema de partidos a fundamentarse sobre electorados más definidos en términos de clase. En 2006, solo 2 formaciones llegaron a tener un electorado muy estratificado con base a una oferta de 20 partidos, de los cuales 10 obtuvieron representación en el Senado. En 2018, ya fueron 3 los partidos con electorado cuyo índice de estratificación superaban cinco puntos sobre una oferta de 16 partidos de los cuales 10 alcanzaron a ocupar curules. Solo un partido (Cambio Radical) representado en el Senado tenía electorado estratificado en estos términos en 2006 y logró 13 % del voto a nivel nacional. En 2018, fueron 3 (Centro Democrático, la Alianza Verde, y la Lista de la Decencia), que sumaron 28.5 % del voto válido nacional.
Finalmente, es importante destacarlo desde el punto de vista de los estratos y no de los partidos. Visto así, uno recalca que los estratos altos tienden a tener un voto más diferenciado que los demás, con partidos claramente inclinados hacia ellos que se repartieron la mitad del voto válido en sus puestos de votación: Centro Democrático y la Alianza Verde. Al otro extremo, los estratos bajos se caracterizan, sobre todo, por tener un voto más dividido, que deja un mayor espacio para los partidos tradicionales, y con tres movimientos urbanos más inclinados hacia ellos: la lista de la Decencia, mira, y Colombia Justas-Libres, pero que no suman más de 20 % de sus votos entre los tres. Esto significa que los sectores urbanos más ricos tienen a su disposición una oferta en la que se pueden identificar claramente, lo que no es tan obvio para los más pobres. Quizás eso explique también por qué el voto en blanco de los estratos 1 y 2 es superior a 10 % del voto válido, mientras no supera 5 % entre los estratos 5 y 6.
Conclusiones
Nuestro análisis deja claro que la variable “clase”, a la cual nos acercamos a través de la variable del estrato socioeconómico tiene un impacto sobre el electorado de los partidos políticos, y además, un impacto creciente desde el principio del siglo XXI. Los partidos nuevos -que se desenvuelven en mayor medida en el ámbito urbano- son los que muestran un electorado socialmente más segmentado. Estos resultados van en contravía de la tendencia internacional que muestra que el factor clase pesa cada vez menos sobre los sistemas partidarios que tienden a “desalinearse”.
Dicho esto, conviene matizar estos resultados e interrogarnos sobre su alcance. En primer lugar, recordemos que los estratos “extremos” en el ámbito urbano de las cinco mayores ciudades, sobre los cuales focalizamos nuestra atención en este estudio representan apenas 13 % del voto válido nacional, sin embargo, es más ilustrativo para imprimirle una lógica “de clase” a todo el sistema partidario. Aunque se trata de minorías, pesan mucho más de lo que deja suponer su peso numérico en el imaginario de los dirigentes de los partidos que se inclinan hacia ellas y, en el caso de los estratos altos, en las redes de poder que influencian sus decisiones.
Una limitante más grave se deriva del periodo relativamente corto de nuestras observaciones. No podríamos volver más lejos en el tiempo usando la misma metodología dada la extrema fragmentación del sistema partidario antes de la reforma de 2003. Precisamente en esta perspectiva, podríamos emitir la hipótesis de que nuestros resultados son demasiado influenciados por una coyuntura de reconstrucción del sistema partidario, y que la segmentación que pusimos en evidencia podría suavizarse con el tiempo, como lo sugiere el perfil de los partidos tradicionales. Una variante de esta hipótesis interpretaría los resultados como el efecto coyuntural de la polarización inducida por el rechazo del uribismo a las negociaciones, y después, al acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, que se traducen en la aparición de Centro Democrático, que pesa mucho en nuestros resultados. En este sentido, necesitaremos más distancia para averiguar si las tendencias que pusimos en evidencia se mantienen en el futuro, y en particular, si Centro Democrático logra consolidarse con su perfil actual, sobre todo después del retiro de su jefe.
En tercer lugar, es importante recordar que estudiamos solamente un aspecto de un clivaje que fundamenta el sistema partidario colombiano. Como lo recordaba Bartolini (2000), el efecto de un clivaje tiene que ser captado no solo con el impacto del electorado de los partidos, sino también estudiando las orientaciones ideológicas y las estructuras organizacionales. En este sentido, para acercarnos con mayor exhaustividad al clivaje de clase en el caso colombiano, habría que estudiar también las dinámicas organizacionales, en particular, cómo los partidos movilizan estos electorados segmentados y qué efecto tiene sobre sus estrategias. Desde este punto de vista, sería interesante estudiar la curiosa repartición de los electorados que parece haberse dibujado entre las organizaciones de la oposición progresista. De la misma manera, habría que estudiar el impacto de esta segmentación sobre las orientaciones ideológicas de los partidos con base a sus énfasis programáticos y sus comportamientos legislativos.
Estas otras dimensiones nos ayudarían a su vez a ubicar el clivaje de clase en su justo lugar. Si nuestro estudio sugiere que tiene un impacto creciente sobre el sistema partidario, no nos puede llevar a concluir que se trata del principal clivaje que orienta el funcionamiento del sistema desde su recomposición a partir de 2003. Si fuera el caso, la alternativa principal entre mayoría y oposición opondría los partidos con electorados segmentados hacia los estratos altos en contra de los de estratos bajos. Al contrario, el clivaje de clase segmenta transversalmente tanto a la mayoría como a la oposición. Por lo tanto, tenemos que buscar en otras partes el clivaje principal que orienta el funcionamiento del sistema partidario (Basset, 2018). Por lo demás, hemos visto que el clivaje urbano/rural, que merecería un estudio más fino, tiene también un peso creciente y opone el electorado de los partidos tradicionales y nuevos. Estas son muchas pistas para explorar y acercarnos con cada vez más precisión a las estructuras del sistema partidario colombiano en el futuro.