El 20 de mayo de 1692 los consternados vecinos y habitantes de la ciudad de México se congregaron en la catedral y otras iglesias con la rogativa para poner fin a la falta de agua, al chahuistle que asolaba al maíz y al trigo1 y al fuerte brote de sarampión que provocó la muerte de españoles e indios. Dos años después el virrey Juan de Ortega Montañés describió el escenario desolador tras las malas cosechas y la epidemia que dejó numerosas víctimas entre “pobres miserables”, disminuyó el pago de tributos y aumentó el desamparo de los campos y la mendicidad.2 Mas, el 23 de marzo de 1699, el corregidor don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón y los regidores agradecieron las oraciones que las religiosas del convento de san Bernardo dedicaron a su titular para interceder por la población y propusieron la elección de un nuevo abogado de la ciudad.3 El asunto se sometió a votación secreta y fue electo por unanimidad el obispo francés san Bernardo de Claraval.4
¿Por qué, cómo y quién hizo posible esta nueva elección de santo patrono en la ciudad de México? En este artículo se estudian los vínculos entre las corporaciones y los agentes transversales de este proceso,5 las prácticas6 crediticias del regidor-comerciante don Pedro Jiménez de los Cobos con el convento de bernardas, la toma de decisiones político-administrativas del corregidor don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón y de los oficiales Simón Fernández de Angulo y Juan García de las Rivas y, finalmente, la organización y financiamiento de las festividades correspondientes. En consonancia, se expondrá el interés de acaudalados comerciantes por patrocinar la fundación y reedificación del convento de san Bernardo, se analizarán los motivos del Ayuntamiento en la elección del nuevo santo patrono en 1699 y se remarcará la agencia individual sobre las dinámicas entre corporaciones en un contexto de crisis para el cabildo mexicano. Propongo que, para el Ayuntamiento de la ciudad de México, la elección y celebración de San Bernardo fue una oportunidad de obtener reconocimiento social tras la mala administración del quinto cabezón alcabalatorio (1622-1676) y el famoso tumulto del 8 de junio de 1692 que se levantó en la Plaza Mayor contra las autoridades temporales, acusadas de acaparamiento y encarecimiento de granos.7
La historiografía sobre las fiestas promovidas por el poder temporal o eclesial comúnmente analiza sus relaciones (descripciones) para esclarecer detalles sobre su origen, patronazgo o expresiones festivas como arte efímero, juegos, misas o sermones.8 No cuento con documentos similares sobre las celebraciones de 1699;9 sin embargo, consulté actas de cabildo de la ciudad de México, actas del cabildo catedralicio, libros de cuentas del convento de san Bernardo, cédulas reales, libranzas y pleitos civiles o por tierras para abordar el fenómeno festivo desde otra perspectiva, con énfasis en las dinámicas corporativas y en las prácticas de agentes transversales bajo una cultura política común.10 En el primer apartado se exponen los patrocinios de fundación y reedificación del convento de San Bernardo por la elite comercial mexicana; en el segundo, los motivos de la elección de 1699, la organización de la fiesta como acto político y su financiamiento bajo una lógica político-administrativa; en el tercero, el contexto de crisis del Ayuntamiento y la participación de algunos oficiales en el abastecimiento de granos y carnes, comparando sus tareas administrativas con las facultades conferidas al nuevo santo patrón.
Patronazgos del convento de monjas concepcionistas y la titularidad de san Bernardo
A finales del siglo XVII -y en general durante el periodo virreinal- la fundación de conventos femeninos interesó a la Iglesia mexicana y a las élites locales compuestas de grandes mercaderes, miembros del cabildo y hacendados. Hablemos del caso del convento de San Bernardo y su vínculo con las acaudaladas y bien posicionadas familias Orozco y Retes. Con el objetivo de fundar el primer convento de la orden del Císter en la capital virreinal, el comerciante Juan Márquez de Orozco -quien murió en 1621- donó, a través de su testamento, su casa y 70 000 pesos.11 Como las monjas cistercienses no pudieron viajar desde la península hasta la Nueva España, las dos hermanas del benefactor (religiosas profesas de Regina Coeli) instituyeron el convento de san Bernardo en marzo de 1636,12 pero bajo la orden concepcionista a la cual pertenecían.13 Por otro lado, la política interna de Regina Coeli también marcó los orígenes del convento dedicado al obispo de Claraval, pues las hermanas Márquez, parientas del virrey marqués de Cadereyta, perdieron un pleito contra la facción de monjas encabezada por descendientes del exvirrey marqués de Salinas. Tras la resolución decidieron separarse y hacerse de su propia fundación en la cual, claramente, mantendrían una buena posición.
Medio siglo después se reconstruyó el complejo religioso con un nuevo templo dedicado a la virgen de Guadalupe, ahora segunda titular. La reedificación (1685-1690) fue financiada por don José de Retes Largacha y Salazar (Figura 1) mediante un patronato de 170 000 pesos14 que designaba como heredera universal a su devota hija, Teresa Francisca María de Guadalupe Retes Paz, casada con su primo hermano don Domingo de Retes, marqués de San Jorge y caballero de la Orden de Alcántara.15 El vizcaíno Retes Largacha llegó a la Nueva España hacia mediados del siglo XVII, fijó su residencia en la ciudad de México, donde se consolidó como comerciante y, mediante la compañía Retes-José Quesada Cabreros (1656-1667), estableció una tienda de plata que facilitó su actividad crediticia con otros comerciantes y virreyes en la década de 1650.16 Gracias a su matrimonio con María de Paz y Vera, hija de una reconocida familia zacatecana,17 adquirió propiedades urbanas, haciendas y ranchos ganaderos. En 1674, como prior del Consulado de Comerciantes, cambió la normatividad electoral y designó cónsules o priores aliados.18 Creó otra compañía con sus sobrinos José Sáenz Retes y Dámaso Zaldívar (1668-1695)19 con su respectiva tienda de plata.20 En 1680 compró el cargo de apartador general de oro y plata de la Casa de Moneda, con actividad en San Luis Potosí.21
Don José buscó el reconocimiento social de los vecinos mexicanos. Ingresó en la Orden de Santiago, fue síndico y benefactor de la provincia franciscana de San Diego, perteneció a la cofradía de San Pedro y San Pablo,22 fundó dos capellanías y una obra pía dentro de la Congregación de Nuestra Señora la Antigua para casar huérfanas (1683-1699)23 y patrocinó la reedificación del convento de san Bernardo. En este sentido, las fundaciones y otras obras pías pueden leerse como un entretejido de intereses locales.24 El mecenas falleció en San Agustín de las Cuevas el 29 de octubre de 1685 y los herederos del patronazgo continuaron la obra: el templo se bendijo el 18 de junio de 1690 por el arzobispo Francisco Aguiar y Seijas y se dedicó el 24 del mismo mes, celebración que contó con versos ex profeso de sor Juana Inés de la Cruz y con sermones de dominicos, agustinos, franciscanos, carmelitas, mercedarios, jesuitas y clero secular.25 El día 27 se trasladó el cuerpo de don José desde la catedral al templo de san Bernardo bajo el cuidado de la archicofradía del Santísimo Sacramento, en compañía de órdenes religiosas y cofradías. Además, se levantó una estatua fúnebre, tamaño natural, del mercader.26
En 1691 el clérigo Alonso Ramírez de Vargas imprimió una descripción de la iglesia de san Bernardo, ocho sermones predicados en la dedicación y el elogio fúnebre por el traslado de los restos. Ramírez enalteció al matrimonio de Teresa María y don Domingo por su promoción del culto guadalupano. Y es que el patronazgo abrió oportunidades a don Domingo de Retes, pues el Ayuntamiento mexicano le ofreció una regiduría y, aunque el ofrecimiento fue rechazado, es una muestra de la buena relación que había entre ambas partes.27 Tras la muerte de Teresa María en 1695, don Domingo conservó poco tiempo el título de apartador general de oro y plata (heredado de su esposa) privándose de capital para su economía comercial; así, optó por la administración pública en otras regiones.28 Como su esposa no testó y el matrimonio no tuvo hijos, la familia de doña Teresa exigió la restitución de la dote al curador ad bona de su suegra, Diego de Saldívar29 (quien participó en el abasto de carne en México; de él hablaremos posteriormente).
La reedificación del convento de san Bernardo auspiciada por la familia Retes fue muestra del interés de los grandes comerciantes por lograr aceptación dentro de la sociedad novohispana, pues sus actividades, ligadas al lucro y la usura, solían granjearles mala fama frente a la Iglesia y las viejas élites de terratenientes y encomenderos. Iván Escamilla señala que los comerciantes crearon estrategias individuales para ganar aprobación, mediante el ingreso a cofradías o congregaciones, al formar parte de sus mesas directivas, procurar que sus descendientes o familiares tomaran los hábitos, pagar dotes de doncellas pobres, patrocinar obras pías, entre otras acciones.30 La aceptación del gran comerciante combinaba negocios prósperos con el ejercicio público y privado de la devoción.
Pero el patronazgo de los Retes también benefició a las monjas bernardas. La reedificación se enmarcó en la “fiebre constructiva” que vivió la ciudad de México en las últimas décadas de siglo XVII32 y ayudó a la consolidación de las concepcionistas en el espacio citadino por medio de reconstrucciones o remozamientos de templos y conventos (1639 -1731).33 Otra posible ventaja fue el fortalecimiento de la práctica crediticia entre las religiosas, el Ayuntamiento mexicano y algunos comerciantes del Consulado. El convento de san Bernardo, como otros conventos de la capital, invertía sus fondos (procedentes del capital de fundación, de dotes y de obras pías) en créditos, pues no tenía inversiones directas en actividades agrícolas, comerciales o mineras por la falta de control efectivo que traían consigo.34 A finales del siglo XVII el convento de san Bernardo mantenía dos tipos de préstamos: censos y depósitos;35 como ejemplo del primer tipo, en agosto de 1689 otorgó al Ayuntamiento mexicano un censo por 4 000 pesos de principal y 200 de réditos anuales;36 sobre el segundo, el depósito fue otorgado a título individual al regidor mexicano y miembro del Consulado de Comerciantes don Pedro Jiménez de los Cobos, quien se vinculó con el convento mediante la profesión de una de sus hijas, la madre Gertrudis de Jesús.37 Jiménez de los Cobos tendría un papel activo en la elección del obispo de Claraval como santo patrono en 1699.
La elección de san Bernardo benefició la economía interna del convento que gastaba en alimentación, culto, salarios, mantenimiento de inmuebles, pleitos contra morosos, fiestas y obligaciones religiosas (fiesta del titular, funerales, sermones, Semana Santa, Navidad, velas, vino o comida). Antes de 1699 las sumas destinadas a la fiesta del titular variaban de 132 pesos 3 reales a 100 pesos;38 tras la elección, con el Ayuntamiento compartiendo el financiamiento, sólo se consignaron 50 pesos.39
Los motivos de la elección de san Bernardo como patrón de la ciudad y la organización de la fiesta como acto político
La ciudad de México eligió a sus patrones desde el siglo XVI hasta el XVIII bajo tres procedimientos: según el santoral, por sorteo (echar suertes)40 y relacionando un acontecimiento específico con los dones atribuidos al santo.41 La única elección del siglo XVI proviene del primer procedimiento, pues se ligó la caída de México-Tenochtitlan la madrugada del 13 de agosto de 1521 con el día de san Hipólito.42 Mediante sorteo se eligió 76 años después a san Gregorio Taumaturgo para aplacar las “invasiones de las aguas de la laguna” sobre el valle43 y, en 1611, resultó electo san Nicolás Tolentino para calmar la cólera divina desatada en temblores de tierra. El sorteo dejó de utilizarse44 cuando el Ayuntamiento priorizó la efectividad del santo -mediante milagros- atendiendo las noticias del exterior (de otras ciudades de Nueva España, las Indias, España o Italia). Ejemplo de ello fue la elección en 1630 de santo Domingo45 que levantó una fuerte corriente devocional tras los prodigios realizados por uno de sus retratos en su convento de Nápoles desde 1609 hasta 1620.46
La normativa del Concilio de Trento jugó un papel importante en el último cambio de sistema de elección. Pío V estableció en la constitución Inmensa aeterni Dei, del 11 de febrero de 1588, la centralización de los procesos de beatificación y canonización mediante la Sagrada Congregación de Ritos y Ceremonias,47 institución que facultó a las ciudades a nombrar y mantener la devoción de sus santos intercesores en beneficio y honor de sus vecinos siguiendo criterios específicos: que el candidato formara parte del listado de santos aceptados por la iglesia universal, que la elección se realizara por los consejos locales con la confirmación del cabildo eclesiástico respectivo y que el proceso de elección se examinara por la Sagrada Congregación de Ritos en Roma (decreto apostólico del 23 de marzo de 1630).48 Así, en el marco contrarreformista, la Iglesia católica pretendió controlar y reforzar la devoción popular frente a las críticas del protestantismo. En 1642 Urbano VIII promulgó la bula Pro observatione festorum que declaró a las fiestas patronales como fiestas de precepto o fiestas de tabla.49 Con estas normativas, las elecciones de patronos en las ciudades modernas se constriñeron a los intereses de las élites locales, la devoción popular y la posesión de reliquias.50 En 1699 la elección de san Bernardo (23 de marzo), la procesión con motivo de la jura de las autoridades eclesiásticas y temporales (13 de mayo) y la primera fiesta dedicada al santo (21 de agosto) se ajustaron a estas normativas y beneficiaron a regidores y oficiales locales.
Según Pierre Ragon, la propuesta de nombrar a san Bernardo como protector de México se inició en el convento de religiosas, pues las monjas convencieron a los regidores de que sus rezos al santo obispo habían aplacado la cólera divina51 desatada en las epidemias de sarampión y chahuistle de 1692 y 1694 con secuelas hasta 1697. Empero, según el acta de cabildo del lunes 23 de marzo de 1699, los propios regidores solicitaron a las monjas hacer plegarias y oraciones para obtener la intercesión del santo. No queda clara la fecha exacta de tal solicitud, pero tendría todo el sentido que el patronazgo de san Bernardo, en manos de la familia Retes, hubiese fomentado la devoción dentro del Ayuntamiento y que éste, a su vez, la extendiese en la ciudad durante aquellos calamitosos años. Sabemos que una hija del regidor Jiménez de los Cobos, doña Gertrudis de Jesús, ingresó al convento en 1691, un año después de la reestructuración y dedicación del templo.
El caso es que, para el 23 de marzo de 1699, el corregidor don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón y los regidores Pedro de Castro, Juan Manuel Aguirre, don Pedro Jiménez de los Cobos, Diego Reinoso de Borja, Joseph Jimeno Salinas y Miguel de Cuevas Dávila lo nombraron nuevo patrón de la ciudad en votación secreta. Enseguida se comisionó a Aguirre y Jiménez para informar al virrey, al deán y cabildo sede vacante de la catedral52 y al provisor y religiosas del convento de san Bernardo, quienes debían consentir la celebración y señalar el día para la fiesta.53 El 27 de abril se presentó en cabildo el beneplácito del conde de Moctezuma y de la Audiencia; por su parte, la priora del convento, Damiana de san Cristóbal, envió una carta en la cual agradecía la elección y propuso el 21 de agosto como el día de celebración. El Ayuntamiento acordó que el convento sería el escenario de la fiesta y que se asignaría una cantidad de los propios para su financiamiento.
El secretario del cabildo catedral sede vacante asentó en el acta del 13 de mayo de 1699 que la elección de san Bernardo respondía a los buenos sucesos de la monarquía y de la sementera del trigo “que por su intercesión se juzga haber sido libres de la enfermedad del chahuistle”.54 Pero, ¿de qué buenos sucesos hablaba? Las actas del cabildo catedral no dicen más. Posiblemente se refería a la firma del Tratado de Rijswijk de septiembre y octubre de 1697, que puso fin a la Guerra de Nueve Años. Según Antonio de Robles, el jueves 16 de octubre de 1698 llegaron a Veracruz las nuevas de “las paces entre el Imperio y Francia, España y Estados generales [Provincias Unidas de los Países Bajos]”.55 Sin embargo, Robles no relata los acontecimientos de carácter geopolítico, en cambio señala que el abad francés fue electo protector del cuidado de la salud de los monarcas, afirmación que no vi en las actas del Ayuntamiento. La incógnita se resuelve al seguir leyendo a Robles, quien registró, el 15 de mayo, una noticia sobre la “buena salud” del -como sabemos, muy enfermizo- rey Carlos II, desmintiendo los rumores sobre su muerte.56
Resulta curioso cómo se reinterpretó la elección del nuevo patrón -en su calidad de protector de la salud de los monarcas- en función de los futuros acontecimientos políticos de la monarquía hispánica. En 1709 el prebendado de la catedral de México, Juan Ignacio de Castorena y Ursúa, en un sermón en la fiesta de san Bernardo afirmó que el oportuno nacimiento del príncipe Luis Fernando (hijo de Felipe V) el 25 de agosto de 1707 respondía a la intervención del obispo francés, pues los dolores de parto de la reina María Luisa de Saboya empezaron el 20 de agosto, día de san Bernardo. Así, el santo se convirtió en protector de la real sucesión española. Esta interpretación es posterior a la elección de la ciudad de México en 1699 cuando la guerra de sucesión aún no se perfilaba.57 Castorena manipuló los acontecimientos; dijo en su sermón que san Bernardo resultó electo a la par que Carlos II elegía al duque de Anjou como sucesor a la corona, pero la cesión de derechos se estipuló el 3 de octubre de 1700 en el testamento del último Austria.58
En síntesis, mediante la elección de san Bernardo en marzo de 1699 los regidores y las monjas bernardas agradecían los favores sobre los campos y el abastecimiento alimentario; el cabildo eclesiástico, la buena salud de las cosechas y del monarca Carlos II; y el prebendado Castorena y Ursúa, la benignidad fecundadora y sanadora del santo francés que aseguró un heredero al trono bajo los Borbón.
El 13 de mayo de 1699 el Ayuntamiento inició la organización de la procesión con motivo de la jura y la fiesta anual del santo; se crearon cuatro comisiones para invitar dignidades, construir altares, repartir hachas y entregar los recursos de propios.59 Estas comisiones se repetían en cada fiesta patronal de la ciudad como prácticas conocidas por autoridades y comisionados; en este sentido, eran espacio de negociación o tensión coyuntural entre corporaciones. El 11 de mayo Aguirre y Castro, encargados de la comisión de altares, anunciaron la colocación de tres altares para la procesión: en Palacio, en la esquina de San Francisco y en la esquina de San Agustín. El primero fue financiado por el corregidor y capitán don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón; el segundo, por Juan García de la Rivas,60 alcalde del estanco de Cordobanes; 61y el tercero, por Simón Fernández de Angulo,62 alcalde de la alhóndiga y mayordomo del pósito del Ayuntamiento mexicano desde 1696 hasta 1703.63 Todos formaban parte de la cadena de oficiales que posibilitaban el consumo de granos y carne, elementos clave de la subsistencia alimentaria de los vecinos mexicanos, por ello visibilizaron su devoción con el financiamiento de los arcos64 dedicados al benefactor de la buena salud de las cosechas. La procesión salió a las cuatro de la tarde de la catedral
por la puerta que cae a la calle del Reloj, muy lucida y solemne, estando las calles rica y curiosamente colgadas y con muchos gallardetes de primaveras; fue a reconocer a palacio; pasó por la plaza, portal de mercaderes hasta el convento de monjas de dicho santo, que iba ricamente aderezado, y según se acostumbra traer a nuestra Señora de los Remedios; hubo muy lucidos altares, y marchó detrás la compañía de los plateros; acudieron todas las cofradías con sus estandartes, religiones y también las de la Compañía de Jesús y Carmen, el clero, el cabildo sede vacante, ciudad, caballeros con mantos capitulares que cargaban al santo, los tribunales, audiencia y virrey, infantería de los plateros, clarines, pífanos.65
El cabildo catedralicio también brinda detalles del recorrido de la procesión, que
principiaronla [sic] [procesión] todas las cofradías con sus estandartes, rectores y oficiales, y después siguieron las sagradas comunidades, los hermanos de San Hipólito y religiones de San Juan de Dios, la Compañía de Jesús, carmelitas descalzos, mercedarios, agustinos, franciscanos y diegos interpolados y dominicos, pajes de su excelencia con hachas encendidas con manga, cruz, ciriales, preste, diácono y subdiácono (las religiones que lo acostumbran, menos la Compañía) y los religiosos betlemíticos y van delante de los de San Juan de Dios, seguía la Cruz mayor de la Santa Iglesia con sus ciriales, y acólitos, numerosísimo clero que remató con el cabildo eclesiástico, y en él interpolados los caballeros de Calatrava y Alcántara con sombreros, espadas y mantos capitulares cargando la hechura del dicho san Bernardo, después el preste y diácono en que terminó lo eclesiástico y seguían los maceros de la ciudad con sus alguaciles tenientes, regidores interpolados con los caballeros maestres de Santiago y notarios de la ciudad, alcaldes ordinarios y corregidor de ella, oficiales del Real Tribunal de Cuentas, Real Audiencia y el excelentísimo señor conde de Moctezuma (que cooperó como tan devoto del santo y toda su casa en dicho patronato)66 asistido de sus alabarderos y remató con la marcha del gremio de la platería.67
El espacio recorrido durante la procesión (figuras 2 y 3) se sacralizó mediante el andar de las autoridades religiosas y la celebración del acto litúrgico.68 El cabildo eclesiástico relató que, una vez colocada la figura del santo en su templo, empezó la misa y
se encendieron hachas, linternas y luminarias en toda la ciudad y el día siguiente se repicó generalmente a las cuatro de la mañana por la buena salud de sus majestades […] A las nueve y media se cantó misa en la metropolitana de acción de gracias con asistencia de su excelentísima y tribunales y de allí fueron a la de san Bernardo, donde se cantó la de su patronato por el licenciado don Francisco Jiménez Paniagua.69
Mediante el aderezamiento de las calles y el fuego de hachas, linternas y luminarias se esbozaron los límites físicos de la ciudad-templo. El Ayuntamiento procuró la iluminación con una comisión ex profeso conformada por los regidores Aguirre y Castro, supervisados por el juez superintendente de propios de la ciudad,70 el oidor Miguel Calderón de la Barca,71 quien condicionó la presencia de la Audiencia en la procesión a la inmediata compra y entrega de hachas con el presupuesto que había aprobado. El superintendente exigió costear de propios hachas para el virrey, los oidores, alcaldes del crimen, fiscales, contadores del tribunal de cuentas, de tributos y de alcabalas, el capellán, el mayordomo y el alcalde de la alhóndiga del Ayuntamiento y para Francisca de Sosa -viuda del anterior superintendente de México, Francisco Hernández Marmolejo-72que adornó de joyas (preciadas en 300 000 pesos) la escultura del nuevo protector.73 Aunque el cabildo rechazó la propuesta del superintendente por el gasto que implicaba, se cumplió con la asistencia de las autoridades con sus respectivas hachas el 13 y el 14 de mayo.
En la sesión de cabildo del 17 de agosto por fin se abordó el tema del financiamiento. El bachiller Pedro Díaz, sacristán del convento de bernardas, recibió del tesorero de propios, Juan Antonio Vázquez, la módica suma de 50 pesos.74 Y es que durante el siglo XVII el Ayuntamiento se preocupó por los gastos que acarreaban las fiestas patronales sobre los propios y las haciendas particulares de los regidores: en 1628 el cabildo presentó una lista de solicitudes al virrey, entre ellas la disminución de gastos festivos;75 en 1630 sólo se destinaron 180 pesos para la fiesta de santo Domingo;76 en las Ordenanzas de 1680 77los regidores unificaron los gastos de propios anuales de algunas fiestas menores como la de santa Teresa de Jesús, en 50 pesos, y las de san Nicolás Toltentino y san Francisco Xavier en 100 pesos.
Matizando las interpretaciones donde la fiesta se entiende como expresión del derroche sin sentido,78 las disposiciones sobre el gasto en las señaladas fiestas patronales respondieron a una lógica político-administrativa independiente del interés de particulares por financiarlas y ostentar la capacidad de sus haciendas, su poder político o su devoción. Además de fijar los gastos de las fiestas patronales menores,79 el cabildo disminuyó las elecciones de santos protectores: en la primera mitad del siglo XVII se eligió a siete patronos y en la segunda sólo a dos. De 1693 a 1698 los regidores suspendieron la celebración de las fiestas patronales por hallarse los propios “atrasados y endeudados”.80 Una vez restituidas las celebraciones, el gasto destinado a la fiesta de san Nicolás Tolentino bajó de 100 a 50 pesos anuales. Vale la pena reflexionar sobre el financiamiento de la fiesta de san Bernardo y el interés del Ayuntamiento por reducir los gastos de las fiestas para sopesar la capacidad económica de esta corporación a fines del siglo XVII.
Los agentes transversales y sus prácticas tras la elección de 1699
En la segunda mitad del siglo XVII una de las corporaciones más poderosas de la ciudad de México era el Consulado de Comerciantes que extendió su influencia sobre otras corporaciones; algunos de sus miembros participaban en los asuntos del Ayuntamiento como alcaldes ordinarios, regidores u oficiales81-como Jiménez de los Cobos, acaudalado tratante, integrante del Consulado, correo mayor y regidor con voz y voto desde 1693-.82
El otorgamiento de la administración quindenial de la alcabala originó conflictos entre el cabildo temporal y el Consulado. Si bien los virreyes cedieron los primeros tres cabezones al Ayuntamiento,83 el tercero (16321646) pasó a manos del Consulado por la deuda que acumuló el cabildo durante su administración 84 y el conde de Salvatierra prefirió otorgar el cuarto cabezón (1648-1662) al Consulado.85 Los vínculos del conde de Baños con algunos miembros del Ayuntamiento le granjearon a la autoridad local el quinto cabezón (1662-1676); sin embargo, el visitador Gonzalo Suárez san Martín descubrió fraude 86 y la Real Hacienda gestionó el impuesto el resto del siglo. Así, la administración del sexto cabezón (16941708) se otorgó al Consulado que fortaleció lazos con las autoridades peninsulares por medio de donativos o anticipos de la renta anual87 y reforzó su hegemonía mercantil.88 En 1700 el Ayuntamiento intentó frenar al Consulado negándose a pagar la alcabala por la carne que se consumía en su jurisdicción y solicitó la exención o reducción del impuesto sobre el ganado mayor argumentando “beneficio público”.89 Esta decisión devino en pleito ante la Audiencia en 1702, pero en 1711 el rey resolvió que el tribunal local obligase al regimiento a pagar.90
Al finalizar el siglo XVII los propios del Ayuntamiento estaban comprometidos.91 Los ingresos del cabildo eran insuficientes para suministrar el pósito, por ello el Ayuntamiento solicitó préstamos a miembros del Consulado y mercaderes de la plata para abastecer intermitentemente y a moderados precios a la ciudad y al área circunvecina de 1691 a 1693, periodo marcado por el sarampión y el chahuistle.92 Además, disminuyó el número de regidurías en activo.93 Al iniciar el siglo XVII el Ayuntamiento contaba con una docena de regidores además de otros oficiales reales (contador, veedor y factor de la Real Hacienda) con voz y voto.94 En la década de los ochenta había nueve regidores95 y para 1699 sólo seis: Diego Reinoso Altamirano, José Jimeno de Salinas, Miguel de Cuevas Dávalos, Pedro de Castro, Juan de Aguirre y don Pedro Jiménez de los Cobos.96 Pazos considera que esta disminución fue resultado de la ofensa pública tras el encarcelamiento de algunos regidores por el fraude del quinto cabezón alcabalatorio.97
La ausencia de regidores facilitó la intervención de las autoridades y los oficiales reales en la administración de los recursos locales. El virrey y el juez superintendente de propios junto al corregidor, los alcaldes ordinarios, el juez de la Fiel Ejecutoría y los oficiales del pósito y la alhóndiga fueron acusados de acaparar y especular con el precio de granos, legumbres, cacao, pimiento, otros comestibles y cordobanes, con lo cual aumentó el descontento que se manifestó en el motín del 8 de junio de 1692 y la quema de las casas de acaparadores, el palacio virreinal, el Ayuntamiento y los cajones.98 Según el procurador de cabildo enviado a Madrid, con la destrucción de cajones, cuyas rentas totales sumaban 515 000 pesos anuales al cabildo, las arcas locales decayeron.99
En este contexto el Ayuntamiento fijó en 1680, suspendió en 1693 y redujo en 1698 los montos de los propios destinados a sus fiestas patronales, para aliviar las arcas; en contraparte, mediante la elección de san Bernardo, la corporación quería restituirse algo de prestigio.100 A esto me refiero con una lógica político-administrativa que fomentó el cuidado de los propios y el reconocimiento social. En este sentido, es posible que el corregidor don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón y el regidor-comerciante don Pedro Jiménez de los Cobos vieran en la elección de san Bernardo la coyuntura perfecta para exhibir su capacidad económica, su capacidad de asegurar el abastecimiento de carne a la ciudad, fortalecer vínculos entre corporaciones y ganar prestigio. Tomemos en consideración que una de las funciones más importantes del gobierno de las ciudades de la monarquía hispánica se relacionaba con las actividades comerciales y en especial con el abasto de granos o carne -de la comida en general-.101
Veamos un poco de la capacidad de negociación, movilidad y haciendas del corregidor. Don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón102 obtuvo el corregimiento mexicano (1695-1700)103 valiéndose de Diego de Villatoro, agente español mediador con el Consejo de Indias en las negociaciones de beneficio de cargos.104 104Extendió sus negocios mediante otorgamiento de préstamos; por ejemplo, él y Gabriel de Mendieta Rebollo, escribano del Ayuntamiento mexicano, otorgaron créditos de 2 000 y 720 pesos, respectivamente, a Francisco de Morales y Soria, dueño de una hacienda de labor en Cuautitlán.105 También, adquirió haciendas en Malinalco y la ciudad de México.106
A finales del siglo XVII el corregidor, el regidor don Pedro Jiménez de los Cobos y el encargado de carnicerías, don Diego de Saldívar (sobrino de don José de Retes Largacha), establecieron una alianza para sacar provecho de los problemas de abasto de ganado mayor y menor que sufría México por las malas cosechas causadas por el chahuistle desde 1692. Dado el volumen de consumo de carnes y los ingresos hacendarios que representaban,107 en 1693 el virrey conde de Galve ordenó al Ayuntamiento aumentar la duración del contrato del obligado del abasto de dos a cuatro años para evitar la escasez y aminorar el desinterés de los particulares en su administración. En 1697 el virrey Montañés denunció nuevamente la escasez de carne y señaló como causas principales del desabasto el otorgamiento de licencias para matanzas de hembras de ganado, la esterilidad de los pastos y la escasez de agua.108 Para octubre de 1699 ya se había pregonado el asiento del abasto de carnes, pero no hubo respuesta en México; es más, el correo mayor-regidor-comerciante don Pedro Jiménez de los Cobos cubrió de su hacienda los despachos que se enviaron a Puebla, Texcoco y Guadalajara para convocar interesados.109 El Ayuntamiento acudió al Real Acuerdo y solicitó el embargo de las partidas de ganado mayor de Toluca, Metepec, Cuautitlán, San Juan Teotihuacán, San Cristóbal Ecatepec, Texcoco, Chalco, Huejotzingo, Orizaba y otras poblaciones.110
Un mes después de celebrada la fiesta de san Bernardo que agradecía por la salud de los monarcas y los granos, el abastecimiento alimentario de la ciudad de México se comprometía, en este caso, por el suministro de carnes. El 22 de marzo de 1700 Jiménez de los Cobos juntó 4 300 reses mediante ofrecimientos y embargos e inició su distribución en carnicerías.111 En ausencia de un oficial abastecedor, Jiménez propuso al cabildo una lista de administradores y pobladores de las carnicerías junto con el rastro de San Antonio Abad, entre ellos don Diego de Saldívar -sobrino de don José de Retes- ahora encargado de las carnicerías de Monserrat y Porta Coeli.112 Fue en este contexto que la ciudad solicitó al prior y cónsules mexicanos el cese del pago de la alcabala del ganado mayor;113 si bien no se especifica en las actas de cabildo si esta propuesta nació de boca de Jiménez de los Cobos, podría inferirse que así fue. Esta decisión inició un pleito entre el Consulado y el cabildo que ha sido interpretado como una forma de resistencia frente a la cesión del sexto cabezón a los mercaderes.114 Ahora bien, de acuerdo con las actas de cabildo de 1699 y 1700, también podría explicarse como un intento del regidor por fortalecer la red de allegados que construyó gracias a la crisis del ganado y que, amparado en su posición en el Consulado de Comerciantes, creyó posible mantener.
Observaciones finales
El estudio de la elección, jura y fiesta de san Bernardo como nuevo santo patrón de la ciudad de México en 1699 permite destacar la agencia y los vínculos económicos, políticos y sociales de quienes organizaron y financiaron las celebraciones, al exponer sus prácticas crediticias, administrativas o clientelares. En primera instancia, los patronazgos de fundación y de reedificación del convento en manos de los acaudalados comerciantes Juan Márquez de Orozco y la familia Retes, respectivamente, mostraron el interés de las élites en promocionar obras pías con el afán de lograr el reconocimiento social de los vecinos mexicanos y la salvación divina, frente a sus actividades económicas.
La buena relación de don Domingo de Retes con el Ayuntamiento podría explicar la creciente devoción por san Bernardo dentro del cuerpo capitular; ejemplo de ello es la profesión de una de las hijas del regidor-comerciante don Pedro Jiménez de los Cobos en el convento. Esa misma buena relación dio sentido a la propuesta del Ayuntamiento para nombrar al abad de Claraval como protector de la ciudad tras el periodo de epidemias de sarampión y chahuistle (1692-1697).
Encontré tres interpretaciones sobre la elección de san Bernardo. Las dos primeras corresponden al año de 1699: mientras el Ayuntamiento mexicano eligió al santo por su benignidad fecundadora sobre los campos, el cabildo catedral puso el acento en la intercesión del abad por la salud de Carlos II. Por último, en 1709 el orador Castorena y Ursúa predicó sobre san Bernardo como protector de la casa Borbón. Resulta evidente la reinterpretación a posteriori en función de la coyuntura política de la monarquía hispánica: la guerra de sucesión.
Las monjas del convento de San Bernardo obtuvieron beneficios por la elección de su santo titular, ahora santo patronal. Se fortaleció su presencia en el paisaje citadino gracias a la procesión por la jura del nuevo protector y sus rentas descansaron del gasto anual que representaba la festividad, entre 60 a 120 pesos anuales, aproximadamente. Así, el Ayuntamiento adquirió la responsabilidad de entregar al convento de monjas la suma de 50 pesos, cantidad que representó el interés constante del cabildo temporal por disminuir sus gastos de propios por concepto de fiestas patronales. Mediante las Ordenanzas de 1680, el Ayuntamiento estableció una lógica político-administrativa que priorizó el financiamiento de expresiones festivas con haciendas particulares y no con propios municipales. Éstos, en las postrimerías del siglo XVII, se encontraban en crisis por las deudas contraídas con la corona (por concepto de alcabalas), con el Consulado de Comerciantes (por los préstamos para asegurar el abastecimiento de granos de 1691 a 1693) y con particulares, como Baltasar de los Ríos (para dar mantenimiento a los acueductos). En medio de la crisis económica, política y de prestigio que atravesaba el Ayuntamiento, los caudales y prácticas de don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón, Simón Fernández de Angulo y Juan García de las Rivas cobraron importancia. Resulta de gran interés el vínculo entre las facultades del obispo de Claraval -su benignidad fecundadora y sanadora del campo- con las funciones administrativas del corregidor y los oficiales, todos ellos inmiscuidos en el aseguramiento del abastecimiento de cereales y carnes, tarea de primer orden para el Ayuntamiento, sobre todo después del motín de 1692, cuando la escasez y el acaparamiento de granos deslucieron al cabildo político.
Recapitulando, tenemos a un corregidor (don Carlos Tristán del Pozo y Alarcón), un regidor-comerciante con actividad ganadera y padre de una monja bernarda (don Pedro Jiménez de los Cobos), un alcalde del estanco de Cordobanes (Juan García de las Rivas) y un alcalde de la alhóndiga-mayordomo del pósito (Simón Fernández de Angulo) como agentes transversales entre corporaciones que posibilitaron, organizaron y financiaron parte de la elección, jura y celebración del último santo patrono que tuvo la ciudad de México en el siglo XVII. Todos estaban interesados en demostrar, mediante la elección, sus ricas haciendas y la estrecha relación entre las facultades del santo y algunas de sus actividades dentro del Ayuntamiento, es decir, su participación en la subsistencia alimentaria citadina.