Introducción
La impactante semejanza de Chichén Itzá, Yucatán, con Tula, Hidalgo, dos ciudades prehispánicas distantes unos 1 300 kilómetros entre sí, fue notada primero por Désiré Charnay, quien visitó ambas ruinas en el siglo XIX. Más de ciento cincuenta años han transcurrido, y las semejanzas, por obvias, han sido refrendadas por todos los estudiosos desde entonces, aunque la interpretación de esta semejanza ha producido numerosas teorías y está lejos de haber sido resuelta a satisfacción de todos. Las principales divergencias ocurren cuando se trata de responder a las preguntas de cuándo, cómo y por qué sucedió este fenómeno.
Aunque al tiempo de la visita de Charnay estas ciudades aún no habían sido investigadas, las exploraciones llevadas a cabo desde entonces no han hecho sino aumentar el número de rasgos que ambas comparten. Sin tratar de ser exhaustivos, en la arquitectura destacan los patios con impluvium, las galerías columnadas, las columnas y alfardas de serpientes, el muro basal inclinado y el sistema constructivo de chapa de piedra (veneer). En la escultura encontramos las representaciones de guerreros y deidades toltecas, y otras formas nuevas como los atlantes, los Chacmooles, los incensarios Tlaloc y los portaestandartes. También se comparten insignias de grupo y de rango del sistema militar, e incluso armas distintivas del altiplano como el atlatl o lanzadardos.
Muy importante es la aparición de nuevas deidades en Tula que no estaban presentes en la iconografía de Teotihuacan, de donde parece heredarse solamente la pareja Quetzalcoatl-Tlaloc, destacando la novedad de Tezcatlipoca y Mictlantecuhtli. En Chichén Itzá todas las deidades de Tula aparecen representadas: Quetzalcoatl, Mixcoatl, Tlaloc, Tezcatlipoca y Mictlantecuhtli. Sin embargo, a diferencia de Tula, se integraron varias deidades mayas, como Chaak, los Dioses N (Pawahtun), el Dios del Sol (K’inich Ajaw en ch’olano clásico) y K’awil. Un rasgo iconográfico que aparece exclusivamente en estas dos ciudades es la serpiente en forma de ‘S’ tras algunos personajes.
Todas estas características han sido estudiadas por un gran número de autores y utilizadas para elaborar explicaciones que revisaremos a continuación. Posteriormente, nos concentramos en un aspecto de la ciudad de Chichén Itzá que ha sido poco estudiado: el abandono de la escritura maya en monumentos públicos, siendo sustituida por escritura del altiplano (escritura no maya o ENM). Finalmente, integramos un estado de la cuestión actualizado que, en nuestra opinión, permite postular una llegada de personas de Tula a Chichén Itzá a inicios del siglo X.
Tula y Chichén Itzá: breve relato de una complicada relación
El parecido entre Tula y Chichén Itzá mostrado por Charnay era tan estridente que necesitaba de una explicación, y la más obvia de las posibilidades era (y continúa siendo) que personas de Tula hubieran llegado a Chichén Itzá. Las ubicuas representaciones de guerreros en Chichén Itzá, haciendo ostentación de sus armas e insignias de guerra, inclinaron la balanza hacia la idea de una invasión armada de gentes del altiplano que inaugurarían una nueva era en lo político y lo religioso en el área maya. Sin embargo, esta impresión inicial de la ‘invasión tolteca’ no fue aceptada por todos los estudiosos, generándose un largo debate con varios frentes que sigue estando abierto al día de hoy y que ha originado una extraordinaria bibliografía. Como ha señalado Susan Gillespie, “a causa de esta longevidad, esta saga refleja los cambiantes paradigmas interpretativos de la arqueología del nuevo mundo” (2007: 88).
Charnay (1885; 1887) promovió su idea de la existencia de los toltecas apoyándose en Mariano Veytia ([1836] 1994), quien trazó su migración desde Asia hasta México y finalmente a Yucatán. Esta visión inicial fue pronto cuestionada por voces como las de Albert Gallatin (1845) y Daniel Brinton (1887), quienes pusieron en duda las informaciones acerca del origen de los toltecas y de su supuesta grandeza. También Edward Seler ([1923] 1996) consideró que los relatos de Quetzalcoatl y Tollan eran completamente míticos. Aunque la visión tradicional continuó dominando el debate a inicios del siglo XX (Spinden, 1917; Tozzer, 1930), aparecieron aun otras visiones. En los años veinte del siglo pasado, Mendizábal y Palacios propusieron que Teotihuacan, y no Tula, era la Tollan de las fuentes aztecas, abriendo un nuevo frente de controversia (Mendizábal y Palacios, 1920; 1921). El debate se avivó en los años cuarenta del siglo XX por el trabajo de Wigberto Jiménez Moreno (1941) con documentos del centro de México, que le permitieron plantear que el Tollan de las fuentes aztecas no era Teotihuacan, sino actualmente Tula. Además, enfatizó que la salida de Quetzalcoatl hacia Tlalpallan, al este, coincidía con el camino de Tula hacia Chichén Itzá. Al vincular esta idea con la referencia a la figura de Kukulcán/Quetzalcoatl en las fuentes coloniales de Yucatán, se concluyó que las fuentes escritas y la evidencia arqueológica coincidían plenamente (Krickeberg, 1961: 212).1
La visión de la invasión tolteca se fue matizando en diversos trabajos. Así, Sylvanus Morley (1946: 89) percibía en la última mitad del siglo x a personas “probablemente de origen mexicano en lo que respecta a su liderazgo, aunque todos hablaban maya”. Una visión opuesta fue la de Kubler (1961), quien propuso que el fenómeno tolteca se desarrolló primero en Chichén Itzá y de allí fue exportado a Tula, pero logró poco apoyo en la comunidad académica (Ruz, 1962).
De acuerdo a la visión de Alfred Tozzer de Chichén Itzá, aquí las Etapas Mexicanas o Posclásicas comienzan con la invasión tolteca, cuando “[…] un grupo étnico completamente nuevo, originario del Centro de México, se hizo sentir rápidamente, especialmente en Chichén Itzá. La ‘invasión tolteca’ hacia el año 1000 d.C., se impuso [...] en Chichén Itzá” (Tozzer, 1957: 16). Aunque reconocía que el cambio había sido rápido, Tozzer opinaba que “esta intrusión fue, con toda probabilidad, generalmente pacífica” (Tozzer, 1957: 16), rechazando la visión imperialista.
Tatiana Proskouriakoff (1950; 1951) añadió complejidad a la discusión cuando observó que una serie de esculturas que mostraban temas y motivos toltecas aparecen en sitios Puuc (incluidos Edzná, Oxkintok, Kabah, Uxmal y Halakal) y que en muchos casos carecen de rasgos decadentes. Esto le permitió sugerir que los toltecas estuvieron presentes en Yucatán por un tiempo antes de establecerse en Chichén Itzá. Un nuevo elemento fue agregado por J. E. S. Thompson (1970), quien propuso que los fundadores de Chichén Itzá fueron los llamados putún o chontal maya, procedentes del sur de Campeche y el vasto delta de los ríos Usumacinta y Grijalva en Tabasco. Por su parte, tratando de encontrar una explicación alternativa, Wyllis Andrews IV planteó que los cambios provocados por los toltecas fueron marginales o superficiales:
Estos “toltecas” modificaron profundamente los aspectos externos de la cultura que llegaron a dominar temporalmente, pero su influencia parece haber sido superficial … Técnicas básicas de lo Floreciente Puro y Modificado se parecen mucho más entre sí que los de los primeros períodos o el período decadente siguiente (Andrews IV, 1970: 66).
La posición tradicional estaba ya en retroceso, para ser sustituida por nuevos arreglos cronológicos de Chichén Itzá conocidos como Traslape Parcial y Traslape Total que adquirieron gran popularidad (Ball, 1979; Robles y Andrews, 1986: 54, 67; Lincoln, 1986: 151; Andrews V y Sabloff, 1986: 447; Ringle, Gallareta y Bey, 1998: 192; Andrews, Andrews IV y Robles, 2003: 151; Schmidt, 1999: 13). Bajo esta nueva visión, se retomó la hipótesis Putún, considerando que:
Parece más probable que los grupos de mayas mexicanizados no clásicos, como han sido llamados en Altar de Sacrificios y Seibal, desde áreas desconocidas cerca de la costa sur del Golfo, fueron en gran parte responsables de la nueva configuración cultural que llamamos tolteca, y que canalizaron influencias mexicanas en el norte de Yucatán (Andrews V y Sabloff, 1986: 450-451).
En resumen, a partir de la década de 1940, gracias al trabajo de Jiménez Moreno con las fuentes coloniales, se llegó a la conclusión de que Tula era el Tollan de los aztecas, y se relacionó la leyenda de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl, quien habría abandonado Tula a consecuencia de su rivalidad con Tezcatlipoca en dirección al Este, con la aparición de la Serpiente Emplumada Kukulcán en el norte de Yucatán. Se consideró entonces que el paralelismo entre la evidencia de las crónicas y la arqueológica era no solo notable, sino que la una complementaba y enriquecía la otra, validando la idea de una invasión tolteca (Gillespie, 2007). El trabajo de Susan Gillespie (2007) en la deconstrucción de este mito ha mostrado las deficiencias de una asociación tan directa, y nosotros podemos aceptar que el mito mexicano de Quetzalcoatl recogido en las crónicas no tiene ninguna relación con la aparición de los rasgos toltecas en Chichén Itzá. Y, sin embargo, aunque aceptemos que el relato de Ce Acatl Topiltzin Quetzalcoatl sea un mito inconexo, no se disipa el problema de explicar el extraordinario parecido material entre ambas capitales. Es decir, el que el mito sea una coincidencia no afecta a la posibilidad de una invasión tolteca de Chichén Itzá.
En cuanto al asunto principal de este trabajo, una explicación a la existencia de dos sistemas de escritura en Chichén Itzá fue propuesta por William Ringle, Tomás Gallareta y George J. Bey (1998: 209), para quienes ambos sistemas habrían sido contemporáneos:
[…] uno se siente tentado a ver la distribución de los estilos de escritura entre el “Viejo” y el “Nuevo” Chichén no como debidos a la etnia o la fase de construcción, sino a la participación del primero en las tareas tradicionales mayas de demostrar legitimidad, parentesco y logros personales, mientras que el segundo pertenecía al dominio del culto.
El mecanismo responsable fue, en vez de una invasión:
La difusión de un culto regional centrado en Quetzalcoatl/Kukulcan… El culto probablemente no implica extensos movimientos de población y reemplazos, sino que se propagan de varios centros por medio de mercenarios, peregrinaciones y alianzas políticas locales [...] los vínculos comerciales también pueden haber sido importantes (Ringle, Gallareta y Bey, 1998: 184-185; la traducción es nuestra).
Algunos estudiosos interpretaron la iconografía tolteca primero como una expansión del culto a Quetzalcoatl (López y López, 1999; 2000; Ringle, Gallareta y Bey, 1998: 183; Ringle, 2004) y, más tarde, como “la propagación de una ideología política particular compartida por los niveles más altos de la nobleza” (Ringle, 2020: 757).
Así, estos “vehículos” de Quetzalcoatl probablemente se refieren a dos métodos básicos de propagación de la fe, a través de la conquista militar y mediante la fundación de nuevos pueblos y dinastías […] Itzá es una identidad religiosa que se refiere a los militantes seguidores de Quetzalcoatl [...] por lo tanto puede referirse a la etnia maya y extranjeros por igual (Ringle, Gallareta y Bey, 1998: 214, 225; la traducción es nuestra).
Sin embargo, aunque esta solución del culto de Quetzalcoatl explicaría el porqué de la adopción del sistema de escritura no maya (prestigio y legitimación), no explica convincentemente cómo se produjo esta innovación.
Otros autores han visto los cambios como un “préstamo auto-motivado de los mayas yucatecos […] un movimiento de ideas y estilos arquitectónicos de oeste a este, más que de pueblos” (Jones, 1993: 328, la traducción es nuestra; Boot, 2005: 463). No obstante, los autores anteriores omiten explicar cómo exactamente los mayas yucatecos copiaron el arte y las formas arquitectónicas. Los escultores, dibujantes y arquitectos debieron haber visto el original o contar con planos y alzados detallados. Una posibilidad para la negación de la llegada de los toltecas consiste en que un grupo de escultores/arquitectos de Chichén Itzá hubiera viajado a Tula y copiado el arte y la iconografía porque se lo encomendó el rey o la nobleza de la ciudad, o al revés, que un grupo de escultores/arquitectos de Tula hubiera viajado a Chichén Itzá, enseñando a los locales.
Desde el periodo Clásico Tardío en la región maya occidental tenemos evidencia textual e iconográfica de que monumentos de la nobleza de las ciudades vasallas fueron tallados por escultores que trabajaban en el sitio del señor supremo, siendo el mejor ejemplo Piedras Negras (Montgomery, 1995). En Tikal y sus alrededores los reyes conmemoraron estelas copiando el estilo de Teotihuacan (Estela 32 de Tikal o Estela 11 de Yaxha) y también utilizaron cerámicas teotihuacanas de soporte trípode. Además, podemos argumentar que hubo un enclave maya en Teotihuacan, como parecen mostrar datos recientes de Tetitla (Taube, 2003), así como también tenemos un fuerte testimonio textual de que se produjo una llegada de extranjeros en el Petén Central durante el Clásico Temprano y Terminal (véanse Martin 2020; Sugiyama y Sugimaya 2020).
Pero ni siquiera el ejemplo de Tikal es comparable con la conexión de Tula y Chichén Itzá, donde hay más de 300 bajorrelieves con iconografía tolteca (Hassig, 1992), y la magnitud del impacto foráneo es mucho mayor que en Tikal, donde la siguiente generación regresó a la simbología maya tradicional (Clancy, 1999; Borowicz, 2003).
Los modelos de traslape han sido fuertemente cuestionados en la última década. Eduardo Pérez de Heredia (2010) presentó una cronología cerámica para Chichén Itzá donde mostró que no existía traslape entre los complejos Cehpech y Sotuta, concluyendo que la construcción de la parte tolteca de la ciudad comenzaría a mediados del siglo X. La separación de los periodos maya y tolteca permite datar y calibrar mejor los rasgos no mexicanos del Clásico Terminal y del Posclásico Temprano en la epigrafía y la iconografía. Si bien existe un debate sobre cuándo exactamente termina el periodo Sotuta (Schmidt, Bíró y Pérez de Heredia, 2018; Ringle, 2017; 2020), consideramos que el modelo de traslape es erróneo. De hecho, un cambio de paradigma hacia un modelo secuencial para Chichén Itzá está siendo recientemente aceptado por más investigadores del norte de Yucatán (Volta y Braswell, 2014; Coe y Houston, 2015; Guenter, 2019; Ringle, 2017: 119).
Por otro lado, está el asunto de la cronología de Tula que ha generado mucho menos polémica, aceptándose en general la propuesta por Jorge Acosta (1956-1957) de dos fases cerámicas para el Clásico Terminal (Prado 650-750 y Corral 750-900) seguidas por la Fase Tollan del Posclásico Temprano vinculada a Tula Grande (900-1150). No obstante, recientemente George Cowgill (1996) y Osvaldo Sterpone (2000-2001) han propuesto un inicio más temprano para la Fase Tollan. En la visión ortodoxa la aparición de la configuración tolteca en la arquitectura, arte y organización sociopolítica aparecería en Tula Grande en la sub-fase Tollan Tardío, fechada a partir del año 900 (Mastache, Cobean y Healan, 2002, cap. 3), aunque, según Keith Jordan (2016), algunos elementos ya podrían estar presentes desde antes en Tula Chico, que ha sido menos excavado. El fechamiento de la llegada de un grupo mexicano cerca de 932 a Chichén Itzá emplazaría este fenómeno a inicios de Tula Grande.
La escritura no-maya (ENM) de Chichén Itzá
Durante el Clásico Terminal (siglo IX), el arte y la escritura maya-yucatecos de Chichén Itzá son comparables a los de otros sitios contemporáneos del norte de Yucatán (Grube y Krochock, 2007: 205-251), contrastando drásticamente con las novedades introducidas en el Posclásico Temprano. Los cambios que ocurrieron en Chichén Itzá en el siglo X son detectables primero en la iconografía y después en la escritura. El Disco de El Caracol muestra un evento en el año 932 (Bíró y Pérez de Heredia, 2016: 129), con la primera muestra fechada de una serie de rasgos que serán característicos del llamado arte tolteca, como el arreglo procesional de los personajes (Figura 1). En este monumento, la línea y las formas son aún locales, con antecedentes en las Tierras Bajas del norte y en Chichén Itzá. Aunque varios elementos de la iconografía son heredados del periodo maya Clásico (Schele y Mathews, 1999), otros se asocian con el arte del Altiplano Mexicano como las armas, tocados, objetos y rasgos de la vestimenta, además de pájaros y felinos/caninos rampantes.
Un elemento particularmente interesante es una serpiente erguida en forma de S que representa generalmente a dioses mexicanos como Quetzalcoatl y Mixcoatl (Ringle, 2009) y que solamente tiene contraparte en Tula y más tarde en el arte de los aztecas. A pesar de todas estas innovaciones en la iconografía, el borde del monumento contiene una inscripción con escritura maya, referente a la posible llegada de 8 Ajaw o Señores, los mismos que son retratados en la parte frontal, coincidiendo con una fecha 8 Ajaw (Bíró y Pérez de Heredia, 2016).
A partir de entonces, la construcción monumental se trasladó a la Gran Nivelación, donde florecería el nuevo arte, a la vez que la escritura maya sería sustituida por una escritura foránea. La Gran Nivelación contiene dos de los primeros edificios del nuevo estilo con decoración interior en bajorrelieve: el Templo Inferior de Jaguares y el Templo del Chacmool, de los cuales solamente el primero contiene escritura en forma de glifos de corte mexicano, usualmente situados frente al rostro de los personajes.2 Considerado como posterior al Disco de El Caracol, su construcción debe haber ocurrido entre 930 y 970, sin que sea posible mayor precisión, ni saber cuál es el orden de precedencia entre ellos. Así, el Templo Inferior de Jaguares debe considerarse el primer ejemplo conocido de ENM en Chichén Itzá.
Hasta ahora, el análisis más comprensivo sobre ENM de Chichén Itzá ha sido presentado por Cynthia Kristan-Graham (1989; 2014).3 Según esta autora, los glifos son similares a los de la escritura tolteca de Tula y sus alrededores en el periodo Posclásico Temprano (900-1200), y también son comparables a los sistemas de escritura de El Tajín y Tula, que usualmente se manifiestan como nombres personales. Sin embargo, el patrón de El Tajín, que consiste en un número seguido del nombre de un animal, como 13 Conejo, difiere ligeramente del de Chichén Itzá, donde esta combinación de número y nombre sí existe, pero en muy raras ocasiones, y los nombres se forman generalmente de un único glifo.
En primer lugar, está la cuestión acerca del significado de los glifos no mayas, que usualmente representan humanos, animales, flora, objetos y números, los cuales se han considerado glifos nominales. Cynthia Kristan-Graham (1989; 2014), contrariamente a Lincoln (1986: 154), ha argumentado que los glifos asociados a los personajes podrían no referir a los nombres personales, sino a los nombres de sus linajes y ha tratado de relacionarlos con los nombres de ch’ibal del lenguaje yucateco. También ha listado la ubicación de la ENM en Chichén Itzá y sus datos muestran que casi todos se sitúan en el área de la Gran Nivelación. En concreto, Kristan-Graham (2014) ha sugerido que en Chichén Itzá al menos la mitad de los glifos toltecas serían patronímicos. No obstante, en el caso de las inscripciones de otras ciudades como Tajín y Tula parece claro que representan mayormente nombres personales, como también ocurre en los catorce glifos del Templo Superior de los Jaguares de Chichén Itzá, que mostraremos más adelante.
Otro epigrafista e historiador, Stanley P. Guenter (2019) ha discutido los glifos de ENM en Chichén Itzá y ha argumentado convincentemente que la lectura del glifo podría ser de abajo hacia arriba. También mencionó que los nombres de ciertas personas estaban estructurados como un patrón del centro de México, ajeno al patrón yucateco.
El segundo aspecto a determinar es el lenguaje (o lenguajes) que el escriba habría usado para escribir los glifos. Como se ha argumentado, en los sistemas de escritura podemos diferenciar entre escrituras ‘abiertas’ y ‘cerradas’, donde las primeras pueden leerse en varias lenguas diferentes, dado que los grafemas son mayormente logogramas, mientras que las cerradas dependen del conocimiento de una lengua en particular (Schele y Mathews, 1999: 221; Houston, 2004; Guenter 2019: 63).4 Linda Schele y Peter Mathews reconocieron que los glifos no mayas eran “más como signos de nombres usados en Cacaxtla, El Tajín, Xochicalco y Tula”, pero propusieron que estas “pictografías [...] podían leerse igualmente bien en cualquier idioma y por personas analfabetas” y para los itzá reflejaban la intención de “… saber quiénes fueron los antepasados fundadores” (1999: 221; la traducción es nuestra).
En el caso de Chichén Itzá están presentes los dos sistemas, el maya-cerrado del Clásico Terminal y el mexicano-abierto del Posclásico Temprano, que prevalece en la Gran Nivelación, con lo que, en principio, los glifos de ENM de Chichén tendrían al menos dos lecturas posibles: el maya yucateco y alguna lengua nahua. La ENM de Chichén Itzá consiste casi todo el tiempo en un solo glifo y raras veces aparece una inscripción que se compone de dos o tres glifos, es decir que existe la posibilidad de que se pueden leer en cualquier lengua ya que los signos se reconocen inmediatamente y, como en otras escrituras, el sistema carece seguramente de una ortografía plena.
Por otro lado, entre los sistemas mesoamericanos parece que los glifos se leen solamente en un lenguaje (nahua, zapoteca o mixteca). Si Alfonso Lacadena (2008), Mark Zender (2008), Gordon Whittaker (2009) y Albert Davletshin (2021) tienen razón sobre la escritura azteca y esta se conecta firmemente con el idioma náhuatl, sin el conocimiento del cual los lectores podrían entender apenas parcial o nulamente el significado de los textos, debemos preguntarnos si los glifos no mayas en Chichén Itzá funcionan de manera similar, es decir, si se asocian a un lenguaje específico y entonces podría ser un idioma nahua.
En el Templo Superior de Jaguares de Chichén Itzá hemos mostrado, con ayuda de documentos coloniales de la colección Willard publicados por Ruth Gubler (1993), que contiene 14 glifos nominales que parecen tener una lectura en maya yucateco y probablemente son representantes de líderes del grupo Cocom (Figura 2; Pérez de Heredia y Bíró, 2020). Estos son: Ek, Ekmay, H’kin, Kan, Dzaay, Hooch, Kuh, Edz, Chuh, Chuc, Lobedz, Zi, Keuel y Mehen (Estrella, ¿Mapache?, Serpiente, Diente, Vaso, Dios, Pedernal, Infante, Brasa de Carbón, Algodón, Gusano, Piel de animal, Hijo).5 Ninguno de los personajes cuenta con el patronímico Cocom, y su adscripción a este grupo ha de deducirse de su tocado de casquete con aztaxelli y de su atavío relacionado con el dios de la caza Mixcoatl (Pérez de Heredia y Bíró, 2020; Ringle, 2009). Por supuesto, la lectura de estos glifos en maya yucateco no implica necesariamente que todos los glifos de ENM de la Gran Nivelación deban leerse en maya. Además, hay que tener en cuenta el fechamiento de las inscripciones, dado que el Templo Superior de Jaguares es posterior por varias décadas al Templo Inferior, y cambios en la lectura se hubieran podido producir en corto tiempo. Sin embargo, es evidencia sólida de que al menos los glifos de ENM de los Cocom tenían una lectura preferente en maya yucateco en la primera mitad del siglo XI.
En cuanto a los otros glifos no mayas de Chichén Itzá, aunque suponemos que identificamos varios de ellos, pues están presentes en otros sistemas de escritura mesoamericanos, existen algunos que no podemos vincular a otros textos. Sin embargo, a partir de algunas grafías, a saber, las tres cabezas de pájaro (WN5), el árbol con el signo de peine (WS1; Figura 2b), y la ortografía de los dos huesos más el grafema de trono (S2; Figura 2c) es muy probable que representen signos de sílabas escritos con logógrafos, nuevamente de manera similar a otros sistemas de escritura mesoamericanos, y que por tanto se relacionen con un lenguaje específico.
En Chichén Itzá apenas en unos casos aislados aparece la variante de Número-Nombre, siendo conocidos los ejemplos del Castillo Viejo -donde el nombre personal 12 Ak’bal (12 Noche) aparece escrito con glifos mayas del Clásico, del Templo de los Monos, con el nombre 10 Perro/Coyote en glifos mexicanos, y del Templo de los Guerreros, donde un personaje presenta el nombre 10 Conejo también en glifos mexicanos (Schmidt, Stuart y Love, 2008; Figura 4)-. Por su parte, el nombre del calendario de 10 Conejo (Figura 4c) también se conecta a las escrituras de las Tierras Altas de México (Teotihuacan, Cacaxtla, Xochicalco, Tula) y de Oaxaca, donde funcionó como el noveno día del calendario de 260 días. Por otro lado, contamos al presente con tres inscripciones en Chichén Itzá formadas por un signo de calendario con números (Figuras 5a, 5b): dos ejemplos tienen el llamado Glifo A, o Nudo, pero diferentes números (Nudo +6 en el Templo Inferior de Jaguares y Nudo +5 en el Templo Norte) y el otro es un signo de conejo con el número 10 (en una pilastra del Templo de los Guerreros [Figura 4c]). Ya que los días de los calendarios y las posiciones de los números en Mesoamérica se conectan con regiones particulares, podemos delimitar el origen de la enm de Chichén Itzá, al menos aproximadamente. El Glifo A, cuyo origen es muy antiguo, corresponde en el periodo Posclásico Tardío al signo de perro, que es el décimo día del calendario de 260 días, pero anteriormente el signo presentaba dos elementos internos: en el centro aparece un ‘nudo’ vertical y a sus lados figuran dos líneas cóncavas. El signo más similar que podemos encontrar ocurre en Xochicalco y en un marcador de juego de pelota tipo teotihuacano sin proveniencia (Figuras 5c, 5d), pero inequívocamente asociado con el Altiplano Mexicano (Ringle, Gallareta y Bey, 1998: 210, Figuras 23b, 23c; 211, Figura 24d; Taube, 2011: 82).
Existe una diferencia notable en el uso y disposición de barras y puntos en los textos mesoamericanos (Figura 6). En el Clásico Maya los puntos van siempre antes (a la izquierda) o arriba de la barra (Figura 6e), mientras que en la ENM de Chichén Itzá los puntos se escriben a continuación (derecha) o debajo de la barra, dentro de la tradición del Altiplano Mexicano que aparece primero en Teotihuacan y después en Tula (comunicación personal Elizabeth Jiménez, 2020), Xochicalco y Cacaxtla.6 Sin embargo, en la escritura del Tajín en el Posclásico Temprano el patrón era el contrario, con los puntos antes o arriba de la barra (Figura 6g), mientras que en Oaxaca aparecen ejemplos de ambos modos (Figura 6h), revelando una relación con Tajín, aunque con predominancia del orden teotihuacano (Figura 6b).
De otro lado, a pesar de que investigaciones previas consideraban como paralelos a la ENM de Chichén Itzá a los días del llamado Calendario Cuadrado (Figura 7), los cuales aparecieron primero en Moral a mediados del siglo VII, y posteriormente en el siglo IV en varias ciudades de las Tierras Mayas Bajas del Sur como Jimbal y Ucanal (Carter, 2014), debemos señalar que eran diferentes en dos características: la primera es que los cartuchos son distintivamente cuadrados, y la segunda es la posición de los coeficientes numéricos, que se colocan a la izquierda o arriba del signo, como en la escritura maya clásica. Además, no son contemporáneos de la ENM de Chichén Itzá.
En definitiva, aunque El Tajín es prominente en los escritos sobre el arte de Chichén Itzá como un paralelo externo, debido a las diferencias expuestas en el sistema de escritura, debe descartarse un posible origen en dicho sitio y podemos acotar el origen de la ENM de Chichén Itzá al Altiplano Mexicano.
Como es sabido, durante el siguiente periodo Posclásico Tardío, en el Área Mixteca y también en el Altiplano Central Mexicano, cambió la presentación de los coeficientes numéricos y las escrituras azteca y mixteca usaron solo los puntos, descartando la barra (Figuras 6i, 6j). Este es también el caso del posible ejemplo 10 Perro en el Templo de los Monos del Grupo de la Serie Inicial (Figura 4a), en que el número diez se logra con diez puntos en vez de dos barras. Si consideramos al edificio de los Monos como ligeramente posterior al Templo de los Búhos, cuya fecha probable de dedicación es 1141, el patrón de representación de números habría cambiado en Chichén Itzá hacia 1160.
Otro caso es un personaje en el Templo Sur del Gran Juego de Pelota, cuyo glifo puede leerse Kan Ek’ (con los signos de la Serpiente y la Estrella), que fue un título en el Clásico Tardío y Clásico Terminal, pero luego funcionó como compuesto de apellido (Figura 3a). Más aún, el grafema ESTRELLA es maya, lo que puede sugerir que quizás el sistema de escritura fue creado a partir de glifos mexicanos y mayas en Chichén Itzá por ambas comunidades. Aunque varios estudiosos, como Erik Boot (2005) y Cynthia Kristan-Graham (2014), argumentan que Kan Ek’ podría ser un apellido en el Posclásico Temprano, tenemos otro paralelo, el patronímico Cocom, que en el periodo Clásico Terminal se comportó como título. El debate continúa abierto.
La llegada de los toltecas a Chichén Itzá no es imposible
Consideramos que no es imposible que se haya producido una conquista u ocupación de Chichén Itzá desde Tula. Los ejemplos del Disco de El Caracol, el Altar del Gran Juego de Pelota y la Pilastra del Osario son comparables con algunas estelas del siglo iv en Tikal y Yaxha, en la medida en que representaban figuras con línea de talla maya clásica, pero con vestimentas e insignias extranjeras. Los textos, en efecto, narran arribos de dignatarios y guerreros extranjeros y, en la persona de Yax Nun Ahin I, se introdujo la descendencia de un rey teotihuacano (el Kalomte del Oeste), aunque su madre sería habitante local de Tikal, mencionada como esposa del gobernante teotihuacano.
En el texto relacionado con Yax Nun Ahin I hay pares de palabras extranjeras que se escriben con glifos mayas, por ejemplo, el posible proto-nahua llamado Sihyaj K’ahk’ (Davletshin, 2014) y, además, aparece un grafema no maya (Figura 8a) que representa un trono de petate, asociado convincentemente a una entidad extranjera. En otro monumento de Tikal llamado el Marcador, que se conmemoró en 416, el texto inscrito en el fuste narra la llegada del posible capitán teotihuacano Sihyaj K’ahk’ y luego menciona un objeto con un signo no maya (F8, Figura 8b), que también está presente en el medallón que corona el Marcador (Figura 9). El Marcador es así un objeto característico de Teotihuacan sobre el cual los escribas locales inscribieron información en glifos mayas, aunque resaltan la novedad del objeto foráneo usando también glifos extranjeros.
La posible llegada a Tikal de personas de Teotihuacan cuenta con defensores y detractores. Los análisis de isótopos de estroncio parecen indicar que Yax Nun Ahin I vivió en Tikal en su infancia (Wright, 2005), por lo que parece que debió ser su madre, una princesa de Tikal, quien viajara a contraer nupcias con el rey de Teotihuacan, siendo el producto de esta unión el príncipe Yax Nun Ahin I, quien habría crecido en Tikal. Un caso diferente es el del posible capitán teotihuacano Sihyaj K’ahk’, quien habría llegado posteriormente a Tikal acompañado de un contingente militar.
Por décadas, desde el descubrimiento del llamado barrio de Oaxaca en Teotihuacan (Rattray, 1993), los estudiosos se han preguntado acerca de la aparente ausencia de un enclave comercial maya en la gran metrópoli. Nuevos datos provenientes del complejo de apartamentos de Tetitla en Teotihuacan han venido a confirmar su existencia a través de murales policromados con glifos definitivamente mayas (Taube, 2003; Helmke, 2017). En concreto, la grafía de los glifos indica paralelismos con la escritura del mismo periodo en Tikal y Piedras Negras. En suma, esta evidencia de Tikal no solo muestra que, ya en el siglo v, existía un conocimiento mutuo entre ambas ciudades y sus élites, y que los viajes de larga distancia no eran imposibles, sino que también ilustra un acto de injerencia de una ciudad del altiplano en pleno corazón del área maya.
Dado que el Imperio azteca conquistó Soconusco a principios del siglo xvi, no es imposible que guerreros toltecas se instalaran en Chichén Itzá. Ross Hassig (1992), quien ha enfatizado el cambio en tiempos toltecas de una aristocracia militar a una meritocracia militar, ha mostrado la posibilidad de la intrusión de Teotihuacan en lugares lejanos por medio de pequeños grupos armados con superioridad militar, aunque el dominio permanente habría sido mucho más problemático cuanto más distante el territorio. La innovación del llamado ‘palo curvo’, que Hassig denomina ‘la espada corta’, habría proporcionado la necesaria superioridad “combinando armas que efectivamente duplican el tamaño de los ejércitos toltecas” (1992: 113).
Los murales del Templo Superior de Jaguares muestran conflictos militares con ataques de guerreros toltecas a poblaciones en una variedad de contextos geográficos. Su interpretación aún no es clara, pero desde un punto de vista histórico nada más pueden tener dos interpretaciones. La primera es que se trata de guerras de conquista llevadas a cabo por el Chichén tolteca. La segunda es que se trate de una verdadera relación de la ruta y eventos que habrían atravesado los toltecas para llegar a Chichén Itzá.
Además de la evidencia iconográfica, epigráfica y arquitectónica de los habitantes del Altiplano Central de México en la ciudad, hay nuevos datos bio-arqueológicos de restos humanos encontrados en el Cenote Sagrado (Price, Tiesler y Freiwald, 2019), que confirman que en el Posclásico Chichén Itzá fue una metrópoli habitada por personas de diferentes orígenes del Altiplano Central de México, Tierras Bajas del Sur, Costa del Golfo y Norte de Yucatán. Aunque no podemos saber con exactitud cuándo se desarrolló el componente multiétnico, ciertamente se inició en el período Clásico Terminal cuando Chichén Itzá se convirtió en una ciudad. Son urgentes nuevos estudios en este campo que permitan fechar mejor estas diferencias.
En definitiva, pensamos que conceptos como ‘el sistema mundial’, o ‘la difusión religiosa’, no han servido por sí solos, ni combinados, para explicar la identidad de ambas ciudades. Es necesario aceptar que una transferencia de población de Tula a Chichén Itzá tuvo lugar a inicios del siglo X.
Conclusiones
Trataremos de explicar nuestras líneas de razonamiento de manera explícita. Partimos de la premisa de que gran parte de la Chichén Itzá tolteca es idéntica a Tula Grande. Las semejanzas incluyen no solo identidades formales o estilísticas en la arquitectura, escultura y, como hemos mostrado arriba, en la escritura, sino que aparecen semejanzas de mayor calado, como en el trazo urbanístico, en la religión de Estado y en la organización socio-política. Estas últimas modificaciones estructurales no pueden explicarse únicamente como producto de la difusión de ideas o el intercambio de productos, implicando que los cambios en Chichén Itzá solo pueden deberse a la llegada de gentes del Altiplano de México, muy posiblemente un grupo escindido de Tula.
La llegada de este grupo puede fecharse en Chichén Itzá de manera relativa por la cerámica entre 900 y 950 (Pérez de Heredia, 2010) y de forma absoluta en el año 932 por la inscripción del Disco de El Caracol (Bíró y Pérez de Heredia, 2016). El cambio, que se dio en el contexto de un cese de inscripciones y monumentos entre 890 y 932, no ocurrió de manera gradual, sino súbita, y se puede decir que asistimos al implante de un nuevo sistema sociopolítico y económico, cuyo patrón ya estaba completamente formado y estructurado a la llegada a Chichén Itzá.
En Chichén Itzá, a diferencia de Tula, persiste en los monumentos la presencia de actores y deidades mayas del Clásico Terminal, mientras en Tula se carece de rasgos mayas, es decir, existe mucho menos evidencia de un enclave maya. Esto indica que la dirección del cambio ocurrió de Tula a Chichén Itzá, y no al revés, pero además apunta a que no existieron relaciones sustanciales directas posteriores entre ambas ciudades.
En los edificios toltecas más tempranos de Chichén Itzá se observa un breve periodo experimental entre los sistemas gráfico y de escritura tanto maya como tolteca. En un principio (Disco de El Caracol), permanece la escritura maya y aparece la iconografía tolteca. El siguiente ejemplo es el Templo Inferior de los Jaguares, que muestra ya iconografía y escritura tolteca, pero quedan reminiscentes en la escritura del sistema maya, que desaparecen después en monumentos subsecuentes. La escritura maya no se abandonó completamente, y resurge en monumentos afuera de la Gran Nivelación: en 998 en la pirámide de El Osario y en 1144 en la Tapa de bóveda del Templo de los Búhos.
De lo anterior, deducimos que un grupo de personas de Tula llegó a Chichén Itzá ca. 930 como producto, suponemos, de una escisión de los grupos gobernantes toltecas. Nada indica que este grupo haya llegado como parte de un esfuerzo imperial de conquista por parte de Tula, la cual carecía de las características de un imperio, como han mostrado Smith y Montiel (2001). No obstante, negar que fueran una fuerza imperial no niega que fueran una fuerza militar. Un grupo no demasiado numeroso, pero con ventaja militar podría haber conquistado Chichén Itzá, aun sin tener el control territorial del norte de la península, pero no podría haber mantenido una ruta de contacto permanente con Tula.
El éxito de tal contingente dependió en gran parte de las condiciones sociopolíticas del norte de Yucatán. No podemos saber si la llegada del grupo mexicano se debió a una invitación de los gobernantes de Chichén Itzá o fue una imposición indeseada, pero, por la iconografía que llevaron es claro su carácter militar.
En un escenario tal podríamos imaginar que, como en las descripciones etnohistóricas de los hechos ocurridos en Mayapán, los gobernantes de Chichén Itzá habrían invitado a mercenarios que luego se harían con el poder. Cualquiera que sea el caso, lo cierto es que la iconografía muestra un nuevo orden, un contrato social en el que el componente tolteca ocupa un lugar preponderante, pero en el que linajes locales mayas perduraron y algunos, como los Cocom, encontraron un lugar propio y diferenciado.
Por otro lado, coincidimos con Proskouriakoff en que la presencia de influencias toltecas ocurre al parecer antes en el Puuc que en Chichén Itzá. La Estela 14 de Uxmal muestra inequívocamente un guerrero tolteca con atlatl y dos personajes con mascara de Ehecatl, pero a diferencia de Chichén Itzá aparecen en una posición subordinada, a los pies del K’uhul Ajaw Chak. Dado que otros monumentos de este mismo monarca están fechados para 905, los toltecas habrían llegado a Uxmal más de dos décadas antes que a Chichén Itzá.7 De cualquier manera las diferencias son notables. En Uxmal no aparecen patios galería ni columnatas o escalinatas de serpientes, y la influencia iconográfica se limita a la serpiente emplumada del Cuadrángulo de las Monjas, así como a representaciones de Tlaloc y pilas de serpientes en el mismo conjunto. Es en este contexto que puede encajar la posibilidad de que los gobernantes de Uxmal hubieran traído a la ciudad un grupo de mercenarios toltecas y que estos hubiesen alcanzado la dominación de la ciudad Puuc y posteriormente de Chichén Itzá.
La evidencia material de objetos de importación, con excepción de la obsidiana de Pachuca, posiblemente controlada por Tula (Diehl, 1983), no muestra una relación directa y/o constante entre Chichén Itzá y Tula. Ciertas coincidencias, como la obsidiana y las cerámicas Nicoya/Papagayo Policromo o la Plomiza, y también las diferencias, podrían explicarse si ambas ciudades hubieran participado tangencialmente de los mismos flujos de mercancías, sin necesidad de una relación directa. Pensamos que, a partir de la llegada y establecimiento en Yucatán, Tula y Chichén Itzá tuvieron evoluciones diferentes e independientes, determinadas por las condiciones locales de cada una, y que la relación entre ambas debió ser nula o mínima.
A diferencia de Tula, el nuevo sistema de gobierno de Chichén Itzá se tuvo que adaptar para incluir a la nobleza local, junto con sus intereses y tradiciones, lográndose un sistema complejo e inclusivo que, a juzgar por el desarrollo obtenido, fue bastante exitoso. En términos estéticos, el componente maya aportó no solo los artesanos, sino una rica tradición artística y literaria maya. La escritura mexicana floreció en Chichén Itzá, que presenta mayor variedad de glifos que otras ciudades como Tula, Tajín o Xochicalco.
El caso de la identidad de Tula y Chichén Itzá es único en Mesoamérica. Ninguna otra ciudad presenta, ni de lejos, el mismo parecido, aunque en todas ellas se detecta el culto de la serpiente emplumada. Es fácil dudar de los mitos de las invasiones, especialmente de las de corte épico o imperial, pero es muy difícil negar que llegaron gentes del altiplano a Chichén Itzá a inicios del siglo x, y que su origen era Tula.
En la actualidad aún no hemos encontrado ninguna ciudad aparte de Tula y Chichén Itzá en el Período Terminal y el Posclásico Temprano donde aparezca el ícono de la serpiente en forma de S, que es omnipresente en las dos ciudades. En cuanto al tema de la ENM de Chichén Itzá, hemos mostrado que difiere radicalmente de la escritura anterior del Clásico en el uso de los numerales, y que presenta relación directa con el Altiplano Mexicano. Además, consideramos que en su mayoría son glifos nominales, y aunque podrían leerse en más de una lengua, por ahora solamente está probada una lectura en maya en los glifos del Templo Superior de Jaguares. Los personajes retratados aquí pertenecían a un mismo linaje, los Cocom, y por tanto la lectura en maya no es necesariamente aplicable a todos los casos y otros grupos de poder en la ciudad. Chichén Itzá cuenta con el repertorio de escritura más diverso del Posclásico Temprano mesoamericano y necesita ser más estudiado en el futuro. Recientemente, mientras el presente artículo se encontraba en el proceso de revisión final, el investigador Simon Martin presentó un capítulo en el libro titulado When East meets West, en que alcanza conclusiones similares a las que presentamos aquí; en concreto que (1) los glifos no mayas “estaban destinados a una audiencia no maya, casi ciertamente hablantes de Nahua” (2023; 629, la traducción es nuestra) y (2) “…con el cambio de siglo… comienza a aparecer… un perfil más alto de Quetzalcoatl y elementos del atuendo distintivos del emergente cultura ‘Tolteca” del norte de México Central. Ellos señalan otro grupo de arribistas militares, pero unos de una variedad mucho más enfocada. Ellos podrían haber llegado como agresores desde el principio, aunque una introducción inicial como aliados o mercenarios no es inconcebible, dado su aparente soporte al régimen de Uxmal y la importación de guerreros foráneos descritos para un periodo posterior” (2023: 633-634, la traducción es nuestra).