SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.63Mauricio Hernández Sánchez, Guía ilustrada de las plantas ornamentales de los huertos familiares mayas del sur de Yucatán. Villahermosa: Universidad Intercultural del Estado de Tabasco/Editorial Fontamara, 2023. 153 pp. + numerosas ilustraciones.Gudrun Lenkersdorf (1929-2023) índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.63  Ciudad de México  2024  Epub 26-Ago-2024

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm.63.2024/00171s0xw43 

Reseñas

Beatriz M. Reyes-Foster, Psychiatric Encounters. Madness and Modernity in Yucatan, Mexico. United States of America: Rutgers University Press, 2019, 217 pp. ISBN 9780813594873 (epub)

Gabriela Rodríguez Ceja* 

*Centro de Estudios Mayas Instituto de Investigaciones Filológicas. Universidad Nacional Autónoma de México, México

Reyes-Foster, Beatriz M.. Psychiatric Encounters. Madness and Modernity in Yucatan, Mexico. United States of America: Rutgers University Press, 2019. 217p. ISBN: 9780813594873.


En poco más de 200 páginas, la autora presenta su análisis en torno a la etnografía que realizó durante 18 meses, distribuidos entre el 2008 y el 2013, en Las Lomas, nombre ficticio con el que denomina a un hospital psiquiátrico que forma parte del sistema público de salud, y que se ubica en la ciudad de Mérida. El hospital fue fundado en 1978 como una promesa de modernidad, y fue construido junto a un tiradero de basura en las afueras de la ciudad.

En siete capítulos, Reyes-Foster explora cómo se expresa en México la “matriz colonial de poder”, concepto acuñado por Aníbal Quijano. Se parte de lo más general hacia lo particu­lar, de tal forma que en un inicio nos aproximamos de manera breve a algunos momentos de la historia en donde se advierte la preocupación de larga data entre las élites, funcionarios del gobierno y el discurso público, por hacer de México un país moderno. Frente a los cuestionamientos que han expresado diversos intelectuales sobre si nuestro país logrará llegar algún día a la modernidad, la autora no duda en responder, siguiendo a Mignolo, que México es, en efecto, un país moderno y, por lo tanto, inherentemente colonial, ya que la colonialidad es constitutiva de la modernidad (p. 11). Se trata de una modernidad que ha tenido como base al racismo y que proviene del Norte Global, por lo que descalifica existencias y experiencias del mundo construidas desde otras coordenadas, como las vinculadas con identidades étnicas o con la locura. En cuanto a la colonialidad, esta se expresa por medio de relaciones de sometimiento entre países de las que México no ha salido bien librado, así como en las desigualdades manifiestas en la sociedad Yucateca, en el deficiente funcionamiento de una institución pública de salud como Las Lomas, o en los “encuentros psiquiátricos” entre médicos y pacientes. El objetivo central del libro es mostrar que “el tratamiento y la experiencia de la locura en México son producidos por la colonialidad inherente al estado post revolucionario”1 (p. 17).

Para abordar el objetivo propuesto, se analiza la relación entre identidad, colonialidad y locura. Por una parte, sabemos que durante el porfiriato, desde la institución psiquiátrica se identificaban nexos entre pueblos indígenas, locura y crimen; en tiempos más contemporáneos, se ha patologizado la identidad indígena al concebir al suicidio o al alcoholismo como problemas culturales mas no estructurales que impactan en toda la sociedad. Por otra parte, Reyes-Foster elabora una sugerente propuesta de aproximación a través de su categoría “Zona del Estar”, por medio de la cual establece un diálogo con el trabajo de Fanon, quien da cuenta de la separación entre colonizadores y colonizados al utilizar las categorías Zona del Ser y del No Ser. Partiendo de ese marco, se considera que la relación entre cordura y locura puede ser entendida de manera similar, ubicando a la primera en la Zona del Ser y a la segunda en la del No Ser, ya que las personas al ser internadas en el hospital pierden sus derechos de autodeterminación, sus voces son ignoradas, sus cuerpos son violentados y disciplinados (p. 43).

En cuanto a la Zona del Estar, esta constituye un “área de flujo y cambio dentro de la matriz colonial de poder”, que permite “la coexistencia de múltiples formas de estar en el mundo” (p. 42). Se trata de un espacio que establece puentes entre la Zona del Ser y del No Ser, por lo que no es esencialista hi homogeneizante. La Zona del Estar es una categoría en la que es posible ubicar a personas que entran y salen de identidades particulares en diferentes contextos, aunque esto no siempre ocurre de manera voluntaria, ya que sucede con la mediación de una jerarquía definida por una matriz colonial que puede borrar o invisibilizar identidades. Es así como podemos encontrar a personas que han optado por dejar de reproducir su cultura “indígena” esperando tener acceso a mejores condiciones de vida, o a quienes transitan por Las Lomas entre la cordura y la locura.

La relación entre cordura y locura como Zonas del Ser y del No Ser, con la mediación de la Zona del Estar, es explorada a lo largo del libro, y nos podemos acercar a ella por medio de múltiples viñetas en las que Reyes-Foster recupera sus datos de campo. En el capítulo 5, la autora describe y analiza algunas sesiones clínicas que pudo observar en las que médicos y pacientes “negocian el significado de la verdad” (p. 114), lo que pone en evidencia las relaciones jerárquicas que existen entre ambos. Los médicos tienen el poder para determinar si una persona que ha tenido síntomas psicóticos y que ha estado bajo tratamiento psiquiátrico se está recuperando y, por lo tanto, se le puede permitir su salida de la sala de agudos o puede ser dada de alta; esto sucede cuando el paciente ofrece una verdad lo suficientemente satisfactoria como para ser considerado un individuo racional que puede funcionar como sujeto neoliberal.

Para lograrlo, en ocasiones los pacientes deben esconder la existencia de los “seres invisibles” que habitan sus mundos (capítulo 6); da lo mismo si se trata de la perspectiva “mágica” que pueden tener algunas personas, indígenas o no, la cual no indica de manera inequívoca la existencia de enfermedad. Desde la visión psiquiátrica los “seres invisibles” deben ser erradicados, pues conectan con realidades alternativas inaceptables. Esta actitud evidencia la “colonización ontológica” de la que son objeto los pacientes en Las Lomas, lo que devela a la matriz colonial de poder (p. 163).

También tenemos acceso a algunas dinámicas que expresan los vicios, las contradicciones, las tensiones y las negociaciones que atraviesan a instituciones de salud como Las Lomas. Apreciamos las propuestas que surgen de la institucionalidad, así como las respuestas de los ciudadanos -como la corrupción, el nepotismo, las venganzas o el abandono de pacientes por parte de familiares- que responden a sus propias agendas. Algunas de las respuestas pueden ser interpretadas como expresiones de resistencia o de rechazo al Estado mexicano moderno que busca imponer dinámicas neoliberales. De esta forma, somos testigos de escenas en las que médicos y pacientes encaran dilemas éticos, ante lo cual la autora se pregunta si las personas tienen la obligación de cumplir con las reglas establecidas por el Estado, aunque este no logre garantizar el ejercicio de sus derechos; se trata de una pregunta que resulta pertinente en varios contextos.

Por otra parte, Reyes-Foster no oculta la existencia de importantes violaciones de los derechos humanos de los pacientes psiquiátricos a lo largo del territorio nacional. De igual manera, muestra cómo se manifiestan las deficiencias del Estado en diferentes ámbitos de Las Lomas, como en la escasez de medicamentos necesarios para contender con las enfermedades, en la indiferencia ante protocolos vinculados con la interculturalidad en un estado con importante presencia indígena, en la sobremedicación de pacientes, o en el uso excesivo de la terapia electroconvulsiva, la cual ha sido considerada un símbolo de tortura psiquiátrica y de abuso (p. 126). A pesar de ello, la autora expresa no haber advertido acciones mal intencionadas por parte del personal médico, y concluye que ambos, médicos y pacientes, se encontraban en un contexto adverso en el que luchaban “para vivir como seres humanos bajo condiciones inhumanas” (p. 3).

Una virtud de la obra ha sido establecer relaciones dialógicas novedosas con las propuestas teóricas y analíticas de académicos indígenas, como Audra Simpson, Joseph Gone, Kim TallBear o Juan Castillo Cocom, así como con académicos que han formado parte del giro decolonial, como Walter Mignolo, Frantz Fanon, Silvia Rivera Cusicanqui o Aníbal Quijano. Otro acierto es que la autora indicó desde un inicio su lugar de enunciación, e hizo explícitas las consideraciones éticas que siguió al realizar un estudio con personas que habían desarrollado alguna enfermedad mental y que estaban internas en una institución en donde les fue impuesta la presencia de la investigadora ya que no podían dar su consentimiento. Considero que estos tres factores contribuyen a construir una investigación decolonial en sentidos epistemológico y ético.

Asimismo, deja caminos abiertos para futuros trabajos, ya que nos quedamos con el interés de conocer más a fondo qué problemáticas particulares relacionadas con la salud mental han logrado atender de manera exitosa los terapeutas tradicionales desde los contextos locales, así como en qué han consistido sus propuestas de atención.

Otra línea de indagación podría relacionarse con el devenir del funcionamiento del hospital psiquiátrico después de que Reyes-Foster concluyó su estudio, y luego de los cambios positivos que describe en el epílogo, de los que tuvo conocimiento en 2016 en una última visita. Ella se refiere a la puesta en marcha del “Modelo Hidalgo”, el cual tiene como objetivo la rehabilitación de los pacientes más graves al posibilitar su reintegración a la sociedad fuera de la institución al ocupar unas “villas” en las que tendrían mayor independencia, aunque permanecerían bajo supervisión médica. El interés por dar seguimiento al tema se fortalece luego de ver en diversas notas periodísticas que dicho modelo tenía una misión modernizadora y, a pesar de ello, desapareció del panorama nacional en un periodo muy corto de tiempo; además, las llamadas “Villas de transición” no han sido utilizadas durante un largo lapso, y hay señalamientos que indican fallas sistémicas y estructurales importantes. Quizá ante estos hechos cobre vigencia el diagnóstico que la autora hizo un día: “el desastre de Las Lomas es una clara evidencia de que el proyecto de modernidad en México está destinado al fracaso, porque mientras México siga persiguiendo la modernidad, seguirá reproduciendo la matriz colonial de poder” (p. 109).

Por otro lado, en el libro se menciona que se ha identificado que, en paises del Sur Global como México, Guatemala o Haití, las personas que desarrollan enfermedades como la esquizofrenia pierden menos años de vida saludable (DALYS) en comparación con países del Norte Global como Estados Unidos y Canadá, e igualmente tienen una mejor evolución. Me parece un dato interesante que puede estar relacionado, efectivamente, con los procesos de construcción de significados en torno a dichos padecimientos, los cuales tienen impacto en el ambiente social en el que viven las personas enfermas, como lo expresa el trabajo de Byron Good al que se hace referencia. Sin embargo, me pregunto si no es posible que los datos relativos al Sur Global adolezcan de un subregistro de información que pudiera producir un sesgo, considerando que en dichos países hay importantes núcleos de población que no cuentan con posibilidades de ser atendidos por especialistas biomédicos que pudieran detectar sus padecimientos y que pudieran ponerles esa nomenclatura. De igual modo, algunas de las personas que sí tienen acceso enfrentan importantes barreras que les dificultan dar un seguimiento adecuado a sus tratamientos, así como también viven situaciones adversas que favorecen las recaídas y la rehospitalización, tal como ha sido descrito en este mismo trabajo.

Este libro presenta una de las pocas investigaciones etnográficas que han sido realizadas en el contexto hospitalario, en el ámbito de la salud mental y fuera de la Ciudad de México, la cual nos deja ver el carácter de hecho social que tiene el proceso salud-enfermedad-atención, tal como lo indica Lenore Manderson en el prólogo. Asimismo, nos permite apreciar que los problemas de salud y las posibilidades de atención son moldeados por procesos globales, nacionales y locales que impactan en las personas, en sus familias y comunidades, así como en las instituciones del Estado. La investigación etnográfica nos permite conocer de primera mano los contextos en los que se hallan insertos los actores sociales, al igual que las múltiples dimensiones estructurales que los atraviesan, reconociendo las relaciones que se establecen entre las dinámicas económicas y políticas macro y los procesos socioculturales micro, de tal forma que los contextos institucionales develan realidades que desbordan dicho espacio al ser reflejo de lo que sucede en otros ámbitos de la misma sociedad.

1Esta traducción y todas las subsecuentes son de la autora de esta reseña.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons