El texto rastrea los proyectos concebidos para ejecutarse en el antiguo lecho del lago de Texcoco, a partir de su desecación y hasta finales de siglo. Su estructura es la siguiente: en primer lugar, se describen las características y los problemas del área de estudio. Luego, se exponen los proyectos de bonificación, reforestación, explotación de sales y regeneración del lago, con el fin de mostrar sus particularidades y contradicciones. Y finalmente, se presentan los proyectos, que teniendo como antecedentes los anteriores, desarrollaron grandes infraestructuras hidráulicas y delimitaron físicamente la zona. Esto último tiene el objetivo de proporcionar un panorama general pero completo de las obras que se han imaginado y que en ocasiones se han llevado a cabo a lo largo del siglo XX, que aporten elementos de reflexión en las recientes disputas sobre el uso de estos terrenos y sus recursos naturales.
“Duro pellejo de vaca que se llama llano”1
El México contemporáneo se levantaba sobre un lago salado parcialmente desecado producto del Desagüe del Valle de México llevado a cabo durante el mandato del presidente Porfirio Díaz.2 Esta obra, que cumplió con el sueño colonial de una tierra seca,3 se concibió como un triunfo para la civilización y para la ciencia higiénica e hidráulica. El lago de Texcoco en sus épocas de mayor embalse cubría una superficie de 2000 km2 cuando se juntaba con los otros cinco lagos de la región: Zumpango, Xaltocan, San Cristóbal, Xochimilco y Chalco.4 En los albores del siglo XX, este cuerpo de agua se redujo sustancialmente, pues apenas alcanzaba los 120 km2.5
Además, como estaba muy azolvado, era incapaz de contener las avenidas de los ríos que ahí desaguaban por ser la parte más baja de la cuenca, de modo que en época de lluvias éstos se desbordaban dando origen a las catastróficas inundaciones en la capital. En el estiaje este mismo lago tenía muy poca agua, mientras que el resto de las tierras eran una “llanura estéril, pantanosa por muchas partes y por otras con montículos de arena cargados de sales alcalinas”.6 Esta situación, junto con los fuertes vientos del noreste, propiciaba la formación de tolvaneras: remolinos de polvo que caían sobre la ciudad, ensuciándola y afectando la salud humana, e incluso años más tarde paralizando la navegación área.
Las inundaciones y las tolvaneras encabezaban los grandes problemas sanitarios y más tarde ambientales adjudicados a las tierras descubiertas por el agua, consecuencia de las obras del desagüe. En los años veinte esta inmensa llanura se calculaba que medía entre 27 000 y 29 000 ha, de las cuales unas 12 000 estaban ocupadas por el remanente del lago de Texcoco. Sobre esta área ingenieros, políticos y otros expertos empezaron a especular acerca de sus posibles usos con miras a resolver dichos inconvenientes, pero también para erigir la moderna y salubre capital a la cual aspiraba la elite gobernante.
La bonificación y la reforestación de las tierras desecadas
La creencia de que los terrenos desecados podían convertirse en campos cultivables empezó a circular con la desecación del lago de Chalco ocurrida a finales del siglo XIX, y llevada a cabo por Íñigo Noriega con el permiso de Porfirio Díaz,7 a fin de incorporar esas tierras a la agricultura comercial, con la que se esperaba obtener grandes rendimientos en detrimento de la economía lacustre, por cierto, fuera del control empresarial.8
Esto inspiró el “Proyecto de bonificación” del ingeniero Mariano Barragán, quien, con el apoyo del mandatario Francisco I. Madero (1911-1913), en julio de 1912 inició el drenado, lavado y fertilización de las tierras del vaso del lago de Texcoco a fin de hacer cesar su esterilidad debido a su alto contenido salino. La bonificación debía realizarse en 15 000 ha; en el resto, proponía la construcción de caminos para garantizar la explotación agrícola, así como de un tanque regulador de 5 488 ha, que funcionara como un depósito para recibir las crecientes de los ríos y luego conducirlas poco a poco por el Gran Canal, bajo la forma de gasto constante.9 La agricultura debía reemplazar las actividades locales basadas en la pesca y la cacería de animales acuáticos, además de terminar con el propio vaso salobre, y así defender a la ciudad de México de las inundaciones y de las tormentas de polvo que amenazaban con sepultar la capital. Por lo que mencionaba Barragán, existían “poderosas razones de higiene pública, a las que se juntaban las de mera conservación de la ciudad”.10
La especulación de que las tierras desecadas podían hacerse fértiles quitándoles el tequesquite creció debido a que, “en regiones que pueden llamarse del mismo lago, como la hacienda de Aragón, parte de la de Tepexpan y otras, se ha[bía] logrado hacer cultivables sus tierras”.11 Es el caso de las estaciones experimentales ubicadas en Netzahualcóyotl, en el kilómetro 5.5 del Gran Canal y en San Juan de Aragón. Y también el deseo de que la bonificación pudiera cambiar la tierra permitió a la agricultura sustituir el desierto salino y eliminar las tolvaneras. De lograrse la producción de maíz, trigo y frijol en esas tierras resultarían dos ventajas: la primera, que esa área se convertiría en el nuevo granero de la ciudad de México,12 y la segunda, que se otorgaría un alto valor comercial a los terrenos rescatados.
Durante los años veinte la bonificación básicamente la realizaron pequeños propietarios que arrendaron y compraron lotes de hasta 20 ha para dedicarlos a la agricultura y, con ello, emprender un negocio propio.13 No obstante, en ningún caso éstos lograron modificar las condiciones de la tierra. El Estado en 1922 y luego en 1929 declaró de utilidad pública la bonificación de los terrenos desecados del lago. Esto convirtió dicha actividad en una tarea del Gobierno Federal.14
Así, en 1930, el entusiasmo por la explotación agrícola y los beneficios que traería para el futuro de la nación llevó a la administración del presidente Pascual Ortiz Rubio a aprobar el Parque Agrícola de la Ciudad de México.15 La pretensión era construir parcelas dedicadas a la agricultura, rodeadas de un sistema de acequias para comunicarse entre sí y con la antigua red de canales de la ciudad. También se planeaba la creación de un lago artificial y, en las orillas de éste, una pequeña urbe que llevaría el nombre de “la Ciudad del Lago”, la cual constituiría el centro de las granjas agrícolas.16 Este proyecto nunca llegó a materializarse por falta de recursos; no obstante, reitera el anhelo por cambiar la naturaleza salobre de la tierra y utilizarla para la agricultura de manera parecida a como se hacía en el lago de Xochimilco.
La viabilidad del proyecto de bonificación fue cuestionada por Miguel Ángel de Quevedo, Pablo Bistráin y Gonzalo Blanco, quienes observaban el alto costo de la bonificación y las grandes cantidades de agua dulce utilizadas para el lavado de las tierras. Además, señalaban el poco éxito obtenido en comparación con la larga duración de los trabajos. En esto coincidían los ribereños del lago, quienes expresaban que se trataba de un absurdo, como “sembrar sobre un comal”.17 Hasta 1949 se había logrado bonificar la zona sudoeste del lago, de escasa concentración de sales, y se había gastado la cuantiosa suma de 32 millones de pesos.18 De este modo en todos esos años únicamente 2 600 ha habían podido ser bonificadas; el resto, aproximadamente unas 15 000 ha, resultaba inviable por el alto contenido salobre.
A la par de los trabajos de bonificación, se desarrolló la idea de la silvicultura promovida ampliamente por la Sociedad Forestal Mexicana y su revista México Forestal.19 Detrás de esta propuesta estaba Miguel Ángel de Quevedo, para quien la forestación de los terrenos desecados con bosques y prados resistentes a la sal era la mejor vía económica y técnicamente posible para restablecer la salubridad, regularizar el clima, evitar la erosión, y también contribuir a la belleza del paisaje,20 que incluso podía ser aprovechada para la cría de ganado lanar.21 En 1907, Quevedo había visitado los Bajos Alpes franceses -las Landas de Gascuña- y las colonias francesas del norte de África -Argelia y Túnez- para observar cómo se fijaban médanos en las tierras arenosas y así evitar la sepultura de poblados y campos de cultivo. De este viaje no solamente trajo la idea de la reforestación y cubierta vegetal para el exvaso del lago de Texcoco, sino también una buena cantidad de semillas de acacias mimosas y eucaliptos, yerbales y arbustos, donadas según comenta, por el director forestal de Argelia, Monsieur Boutilly,22 con el fin de sembrarlas en las tierras salinas; su idea era que cuando estos árboles y plantas crecieran pudieran servir de filtros para retener el polvo y también para absorber el anhídrido carbónico de la atmósfera. De este modo el vaso del lago de Texcoco se transformaría en un lugar sano y limpio, mejorando la salud humana y la apariencia de la capital del país, la que imaginaba cercana a la estética de las ciudades europeas.
Pero no todos coincidían con esta propuesta, el agrónomo Gonzalo Blanco la criticó; mencionaba que la medida daría resultados satisfactorios, dentro de cuarenta o cincuenta años, cuando los árboles hubieran formado un espeso follaje y alcanzaran alturas importantes para construir una barrera efectiva contra los vientos del noreste. Además de que se trataba de una “acción aislada de un solo recurso (árboles) que no consideraba el complejo y delicado equilibrio de los factores que integraban la ecología del lugar”,23 lo que la mera plantación de éstos no tomaba en cuenta es la estrecha interacción que, según consideraba, existía entre todos los recursos bióticos del valle de México.
La bonificación y reforestación de los terrenos desecados se ajustó a la propuesta política del presidente Lázaro Cárdenas: mientras la primera le permitía satisfacer las demandas ejidales relacionadas con la redistribución de la tierra, la segunda prometía terminar con las tolvaneras. Por eso, en 1938, se publicó un acuerdo en el Diario Oficial que daba preferencia a los campesinos y ejidatarios de los pueblos circunvecinos, en la ejecución de las obras de bonificación del lago de Texcoco.24 Para atender la reforestación, entre muchas otras funciones, Miguel Ángel de Quevedo fue invitado para dirigir el Departamento Forestal. Pero, debido a las contradicciones entre la justicia agraria y la silvicultura, se reavivaron los conflictos por la propiedad y el uso de la tierra en este espacio. Éstos se cristalizaron, dice el historiador Matthew Vitz, en una competencia entre los derechos locales por la tierra y los recursos, y el estricto programa de conservación de Quevedo.25 Esto llevó a que “los residentes del lago se encontraron entre las promesas a medias de la reforma agraria y el malestar del proyecto de bonificación”.26
La explotación de las sales
En el sexenio de Ávila Camacho, los intentos para reducir la salinidad de las tierras convergieron con el negocio de explotar las sales disueltas en el borde norte del lecho del lago. Se trataba de una actividad rudimentaria ejercida por los locales de la zona, la que fue industrializada con la creación de la empresa paraestatal Sosa Texcoco, y que los excluyó de las cuantiosas ganancias.27 En poco tiempo se convirtió en la industria de álcali más importante de América Latina, pues en 1948 producía 100 toneladas diarias, mediante el evaporador solar conocido como “El Caracol”.28 El evaporador tenía una superficie aproximada de 850 ha, que concentraba las aguas saladas provenientes del lavado de tierras. Las instalaciones también contaban con una refinería o planta piloto para producir carbonato de sodio y sosa cáustica.29
Este jugoso negocio inspiró al ingeniero Miguel Brambila, subdirector de Aprovechamientos Hidráulicos de la Secretaría de Recursos Hidráulicos, quien en ese mismo año presentó un anteproyecto de obras hidráulicas dedicadas a la explotación de sales alcalinas en prácticamente toda la zona del lago, con el que pretendía generar 40 millones de pesos anuales para el Gobierno Federal. Para este fin destinaba 3 000 y 6 000 ha para la construcción de las cajas de agua poniente y sur, respectivamente, de donde extraería por bombeo el agua salobre del manto freático. Y para evaporarlas y concentrarlas reservaba 11 700 ha.30
El proyecto nunca se ejecutó por su alto costo, estimado en 16 300 000 pesos, y porque su ejecución suponía la extracción de grandes cantidades de agua, lo que tenía como consecuencia el hundimiento de grandes zonas de la ciudad. De hecho, su idea era aprovechar hasta la última gota del líquido freático salino, a manera de “reconquistar” los terrenos desecados. Brambila no se preocupaba por el agotamiento de este recurso ni por su impacto en el ambiente, incluso lo veía como algo positivo ya que la explotación de las sales cumplía también con el deseo de modificar la naturaleza de la tierra.
La regeneración del lago y el desequilibrio ecológico
En un principio, la regeneración del lago de Texcoco fue la idea más criticada porque parecía desconocer el beneficio de la obra del desagüe y olvidar la batalla de siglos contra las inundaciones, y los padecimientos derivados de las aguas estancadas.31 No obstante, a mediados de siglo, eso cambió; la devolución del agua al antiguo lago se evaluaba con seriedad, lo malo no eran los lagos, sino el desequilibrio ecológico del valle de México.
Éste se explicaba por la continua extracción de agua de los mantos acuíferos, debido a la demanda del recurso por parte de una población cada vez más grande. Mientras que en 1900 había poco más de medio millón de habitantes, cinco décadas después había tres millones de habitantes que requerían 9 000 l por segundo de agua,32 lo que ocasionaba una sobreexplotación de los acuíferos. Esta situación tenía como consecuencia la consolidación de la arcilla del subsuelo, es decir, los hundimientos y agrietamientos del valle de México, debido a que el líquido extraído no se podía reponer en gran parte porque el lago estaba seco.33 Así, en 1950, el fondo del lago dejaba de ser el punto más bajo del valle; estaba alrededor de tres metros más alto que la parte más hundida de la ciudad.34 Esta vez, las inundaciones no se debían al desbordamiento de los lagos y ríos, sino a que la ciudad se encontraba por arriba del Gran Canal. Como mencionaba el ingeniero Orive Alba: “La ciudad de México se inundaba por falta de agua”.35
El hundimiento y el sobreaprovechamiento de los mantos acuíferos se sumaban a los problemas ambientales, de modo que el desequilibrio ecológico estaba íntimamente conectado con la desecación de los lagos; esto llevó a pensar a los ingenieros y a otros expertos que su restauración se encontraba, en su rescate hidrológico, es decir, en la regeneración de los lagos,36 y posteriormente en la creación de cuerpos de agua artificiales.
En 1949, en el marco del Primer Congreso Internacional de Ingeniería Civil en México, Fernando Vizcayno, gerente general de las Obras del Valle de México, y el ingeniero Pablo Bistráin elaboraron un estudio que se ofrecía como una alternativa al presentado por Miguel Brambila, con el objetivo de eliminar las tolvaneras de la ciudad de México, así como para mejorar el clima y el suelo de la zona. Dicha propuesta resultaba más económica que la de Brambila; requería una inversión de ocho millones de pesos, y además daba seguimiento a los trabajos efectuados anteriormente relacionados con la industrialización de las sales y con la bonificación en la zona sudoeste. Ésta consistía en mantener sumergidas las áreas del lago, correspondientes a 122 km2, y húmedos los terrenos colindantes durante el periodo de estiaje, cuando ocurrían las tormentas de polvo.37 La cota de sumersión se calculaba en 6.4 m y la capacidad de almacenamiento en 37 millones de metros cúbicos. El llenado del lago dependía de los recursos hidráulicos superficiales, es decir, de los ríos del oriente, incluido el de Churubusco, de las presas de Guadalupe, de río Cuautitlán y de Castro, así como de las aportaciones de agua realizadas por bombeo.38
A la par de este proyecto, Gonzalo Blanco Macías, durante el Primer Congreso Interamericano de Campesinos y Agrónomos, sugería la reposición del agua a todos los vasos de los ya extintos lagos del valle de México con el fin de revertir el proceso de desecación. Esto, propuso, se haría mediante la utilización de maquinaria y equipo pesado para desazolvarlos y “profundizarlos hasta unos 5 o 6 metros bajo el nivel actual de los sedimentos, y llenándolos nuevamente con agua limpia y cristalina”.39 Esta agua, a su vez, sería procedente de la purificación de las aguas negras de la ciudad de México en plantas de tratamiento, como se hacía en algunas ciudades de Europa y Estados Unidos.40 Para complementar su plan sugería la plantación de árboles y la siembra tanto de pastos como de leguminosas perennes para ofrecer en unos cuantos meses una protección efectiva al suelo.41 Para este agrónomo, el desequilibrio ecológico del valle de México no eran problemas de ingeniería, sino de ecología y de conservación de suelos y aguas; por eso su plan contemplaba la reposición del agua a todos los vasos de los ya extintos lagos del valle de México, con el fin de elevar el nivel de las aguas freáticas, enriquecer los mantos artesianos, aumentar el caudal de los manantiales, reponer la fauna acuática, aumentar la humedad atmosférica, estabilizar el subsuelo deteniendo su hundimiento y terminar con las tolvaneras.
Estas propuestas influyeron en Eduardo Chávez, secretario de Recursos Hidráulicos (1952-1958), quien en abril de 1953 realizó un vuelo de reconocimiento en la zona para mostrar a un grupo de periodistas la devolución de las aguas al desecado lago. Las obras de rehidratación, como se las nombró, consistían en mantener una lámina de agua equivalente a la que tenía a principios de siglo, procedente de trece ríos y del agua tratada del Gran Canal del Desagüe. En total 11 000 ha, que se sumaban a las 5 000 ha alojadas en la parte más profunda de la cuenca, a las que, se afirmaba, nunca les faltó el líquido.42 De este modo, se anunciaba que “16 mil hectáreas [se arrebataban] a las tolvaneras”.43
Los miembros de la Comisión Técnica Intersecretarial para las Obras del Valle de México, creada en 1942, criticaron el llenado de los lagos; entre sus principales objeciones mencionaban, por un lado, las relacionadas con el desbordamiento de las aguas sobre las colonias vecinas y sobre la propia ciudad en época de lluvias, dado el azolvamiento de los terrenos y el hundimiento de la ciudad, y, por otro, la evaporación del agua durante el estiaje. Además de que decían, estas aguas no podían ser desalojadas a través del Gran Canal por los daños que el alto contenido salobre podía causar a los cultivos de riego del valle del Mezquital, que era el destino final de las aguas.44
Unos años antes de que se llevara a cabo la rehidratación de la zona y se pensara en formar cuerpos de agua artificiales tanto Adolfo Orive Alba, secretario de Recursos Hidráulicos (1947-1952), como Miguel Ángel de Quevedo rechazaban completamente la posibilidad de excavar un vaso e inundarlo de agua para volver a tener el perdido lago de Texcoco. El primero mencionaba que se trataba de una obra absurda puesto que, para profundizar 5 m una superficie de 280 millones de metros cuadrados, “habría que sacar un volumen de 1 400 millones de metros cúbicos, equivalente a mover tierras y terracerías [algo similar a] 100 veces una presa como la del Papaloapan, la más grande de América Latina”.45
El segundo aseguraba que dicha obra estaba fundada en un “desconocimiento completo de la cuestión, la remoción de tierras para obtener un lago de 10 mil hectáreas de superficie y 2 metros de profundidad, capaz de mantener las aguas torrenciales en los cinco meses de estiaje, exigiría una remoción colosal de tierra, o sea de 200 millones de metros cúbicos, muy superior a la remoción de tierras del Gran Tajo de Nochistongo y de todas nuestras pirámides”.46 Además, según sus cálculos, no había aguas en cantidad suficiente y permanente, ni juntando las aguas de todos los ríos que concurrían en el lago, ni con las aguas de desecho del Canal Nacional y del Antiguo Canal de San Lázaro.47
Creación de cuerpos de agua
La idea de la rehidratación del lago se transformó en la de cuerpos de agua profundos y de poca superficie expuesta; es decir, el lago dejaba de ser un cuerpo natural de agua salobre para convertirse en uno artificial producto de las obras hidráulicas. Este cambio se debió a los trabajos realizados por la Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle de México, pero sobre todo a los estudios y experimentos llevados a cabo por el Proyecto Texcoco. En la década de los años sesenta la desecación de los lagos se consideró un “error” y para enmendarlo estaban los ingenieros. Las obras hidráulicas constituyeron el mejor medio para resolver los problemas ecológicos de los terrenos desecados, paradójicamente, para tratar de solucionar los problemas derivados de otros trabajos e intervenciones.48
En 1963, la Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle de México, creada por acuerdo presidencial para estudiar y determinar los trabajos relativos al aprovechamiento de los recursos hidráulicos y sus usos, suscribía la idea de reducir por etapas el lago de Texcoco, hasta alcanzar 2 000 ha y 25.5 millones de metros cúbicos de almacenamiento.49 Mientras que, en 1969, las conclusiones del Proyecto Texcoco señalaban el método de bombeo en pozos someros para la construcción de cuatro pequeños lagos con capacidad de 150 millones de metros cúbicos en una superficie de 2 700 ha.
En julio de 1965, Nabor Carrillo propuso al Gobierno Federal la ejecución del Proyecto Texcoco con el fin de explorar los diversos procedimientos técnicos orientados a “exprimir la esponja del subsuelo”;50 investigar la composición química de las aguas subterráneas, y llevar a cabo las pruebas relacionadas con la elección del mejor método de construcción para la creación de uno o varios vasos de almacenamiento y de regularización de las aguas en el valle de México que resolvieran el peligro de las inundaciones.51 Asimismo el ingeniero introdujo la promesa de la fuerza nuclear con fines pacíficos en el tratamiento de aguas salobres y negras y en la producción de energía eléctrica, usando como fuente de potencia un reactor.52
El proyecto se aprobó en diciembre de ese mismo año con un presupuesto inicial de 12.5 millones de pesos.53 Éste perdió impulso con el fallecimiento de Nabor Carrillo en febrero de 1967; no obstante, continuó bajo la supervisión de los ingenieros Fernando Hiriart y Roberto Graue,54 quienes luego de cuatro años de trabajos propusieron un programa tentativo de obras a realizarse en catorce años. Éste comprendía la construcción de cuatro lagos artificiales para almacenar los escurrimientos superficiales, tratar las aguas negras, y regular las avenidas de los ríos del oriente, así como la creación de un tanque de regularización entre otras obras hidráulicas.55
En el resto de los terrenos desecados se pretendía el desarrollo de la agricultura en 20.8 km2; la creación de franjas arboladas en una extensión de 10 km2, así como continuar con el negocio de la explotación de sales y la industrialización del área en una superficie de 45 km2. Además se planteaba la edificación de vivienda social en 37 km2.56 Esto último bajo el argumento de que, con el tiempo, los terrenos desecados “inevitablemente terminarían siendo invadidos por núcleos de poblados y construcciones diversas”.57 Finalmente, se reservaban 19 km2, ya fuera para la habitación popular o para la explotación agrícola.58
Este proyecto fue criticado por los miembros de la Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle de México, quienes mencionaban que con la muerte de Nabor Carrillo se había abandonado la idea original de construir una planta nuclear de doble propósito, “encauz[ando] sus trabajos por actividades que [eran] francamente de la competencia de la Comisión Hidrológica”.59 Además, el proyecto había utilizado sus datos y revivido algunas de sus ideas ya señaladas en diversas publicaciones, pero sin tomar en cuenta la planeación regional expuesta en el Plan Hidráulico del Valle de México elaborada por dicho organismo.60
Pero la idea que causó mayor reproche fue aquella de crear áreas urbanas “para dar acomodo a la expansión demográfica que se presentaba en la zona metropolitana”.61 Este uso de las tierras era precisamente uno de los que más había combatido la Comisión Hidrológica desde que fue creada, según comentaba, debido a “los grandes problemas que se habían presentado en la llamada Ciudad Netzahualcóyotl, en consecuencia, [era] absurdo auspiciar ahora la repetición de un craso error urbano que se tenía a la vista”.62
Para la Comisión Hidrológica, la única propuesta que valía la pena estudiar era aquella relacionada con la construcción de cuatro vasos en el lecho del lago, en lugar de solamente uno como había propuesto este comité. No obstante, quedaba a consideración de esta entidad la viabilidad del proyecto, así como determinar la ubicación, la capacidad, el funcionamiento de los lagos y su prelación en la obra.63
La idea de la creación de lagos artificiales también se discutió en la Sociedad Forestal Mexicana, en 1957, se formó el Comité Coordinador Privado para la protección de las Zonas Lacustres, con el fin de estudiar los recursos hidráulicos disponibles en el valle de México y así determinar el tamaño y los usos de los cuerpos artificiales de agua. En este marco, el ingeniero Pablo Bistráin presentó “Una aportación para definir la política hidráulica del abastecimiento de agua potable de la Ciudad de México”. El estudio sugería la creación de dos lagos artificiales, uno de 4 000 ha para el fomento del turismo, y otro de 2 000 ha para aumentar la producción de la planta de sales Sosa Texcoco, además de varios trabajos hidráulicos como la construcción de presas y diques para alimentar estos cuerpos de agua, así como la edificación de un cinturón forestal de 40 km de longitud y otras obras para la urbanización y la formación de praderas y pastizales.
El ingeniero Mario Macías Villada, por su parte, desarrolló el “Proyecto para crear en el antiguo vaso del lago de Texcoco un lugar de recreo y turismo”, el cual sugería la construcción de un lago artificial de 6 000 ha para practicar deportes acuáticos y también para criar especies piscícolas y aves, así como una isla de 1.3 km por lado en el centro de dicho lago, con el propósito de albergar el Museo de Historia Natural y edificaciones que recordaran el esplendor de la cultura prehispánica levantada sobre el fondo de los lagos, además de la creación de jardines artificiales, pastizales y bosques.64
A finales de la década de los años sesenta, la Comisión Hidrológica de la Cuenca del Valle de México, el Proyecto Texcoco y la Sociedad Forestal Mexicana coincidían en la construcción de cuerpos de agua profundos y de poca superficie expuesta para reducir las pérdidas por evaporación, así como para almacenar y regular los escurrimientos de los ríos, cuyos beneficios se traducían en el mejoramiento del clima y de la salud de la población, además del embellecimiento de la urbe. A estas obras se añadían las actividades silvícolas, agropecuarias y de industrialización de sales puestas en marcha con anterioridad. La zona del vaso de lago de Texcoco fue imaginada como productiva y acogedora, revestida de árboles y pastos, lagos con peces y aves, donde el turismo y el deporte tenían oportunidad. El cumplimiento de tales ideas implicaba la transformación de la misma zona; es decir, de las corroídas condiciones de la cuenca del valle de México bajo la luz de la ciencia y la tecnología capaz de controlar, canalizar y aprovechar el agua en un esquema que incluso podía generar ganancias económicas.
Plan Lago de Texcoco
En la década de los setenta, la relación con la naturaleza, que hasta entonces había sido de dominio, de explotación desmedida y de servicio para el progreso de la humanidad, se cuestionó en diversos foros internacionales y estudios académicos que abogaban por la conservación y el mejoramiento del medio humano.65 En este contexto, los terrenos desecados y los llanos, sin vegetación, así como la polución atmosférica ocasionada por las tolvaneras, el hundimiento de la urbe, las inundaciones y la escasez de agua se veían como contrarios a la civilización y el progreso, de modo que, en un esfuerzo por converger con las exigencias internacionales respecto del cuidado de la salud y el ambiente, se llevó a cabo una serie de acciones durante el año de 1971 relacionadas con la transformación de la zona.
El 9 de marzo de 1971, el presidente Luis Echeverría (1970-1976) visitó los terrenos desecados del lago de Texcoco. Diez días después anunció la creación de una comisión para que propusiera un plan de acción capaz de transformarlos en un área útil.66 Aunque se revisaron alrededor de 50 trabajos, que en diferentes años y dependencias se habían presentado como soluciones a las tolvaneras, las inundaciones, la escasez de agua y el hundimiento, se eligió eje de la alternativa el “Proyecto Texcoco”, es decir, la construcción de lagos artificiales profundos y de poca superficie expuesta, mediante el método de consolidación bombeando salmueras del subsuelo, para hundir el terreno y no tener que sacar toneladas de tierra como imaginaban Miguel Ángel de Quevedo y Adolfo Orive.
El 20 de julio, el presidente firmaba dos decretos: el primero, establecía los límites de la Zona Federal del lago de Texcoco en 14 500 ha.67 Y el segundo, aprobaba y ordenaba la ejecución del Plan Lago Texcoco,68 con una erogación de 550 millones de pesos.69 De esta forma, el gobierno asumía su poder para ordenar dichas tierras y así finalizar con los remolinos de polvo y las inundaciones, en un intento por gobernar los recursos naturales.
El desarrollo del plan contemplaba la desecación definitiva de las 5 000 ha del lago de Texcoco que todavía tenían agua; en su lugar se proponía la construcción de cinco lagos artificiales en 2 200 ha, además de la realización de otras obras hidráulicas para mejorar y regular el movimiento de los grandes volúmenes de agua empleados en el riego y por la industria de las sales.70 Así, como la creación de sitios de pastoreo y de zonas arboladas en aproximadamente 6 200 ha; la edificación de unidades habitacionales y de parques públicos, en 500 y 1 000 ha, respectivamente. Para la ampliación de la industria salina se contemplaban 3 650 ha, y finalmente para la expansión del aeropuerto capitalino se reservaban 950 ha.71
El plan empezó a ver resultados hasta la década de los años ochenta con la puesta en marcha de las obras hidráulicas, cuando al ingeniero Gerardo Cruickshank García se le nombró vocal ejecutivo de la Comisión del Lago de Texcoco y posteriormente gerente general del proyecto. Los trabajos en la zona ganaron reputación entre los propios ingenieros, quienes hicieron de los suelos del lago un “gran laboratorio de ingeniería aplicada”.72 Esto generó conocimiento y especializó a los geotecnistas mexicanos, pero también propició narrativas triunfalistas del ingenio técnico que permitieron y justificaron la intervención de los terrenos para llevar a cabo diversos tipos de obras, con el tiempo la idea de una central aeroportuaria en el mismo lecho del lago.
Las obras hidráulicas
El lago de Texcoco dejó de existir y en su lugar se construyeron cuerpos artificiales de agua para almacenar y regular los escurrimientos de los ríos, así como para reducir las pérdidas por evaporación. El lago Nabor Carrillo, el más grande de todos, con una capacidad de 36 millones de metros cúbicos y una superficie de casi mil hectáreas, se terminó de construir en 1983. En esos años también empezaron a funcionar el Lago de Regulación Horaria y el Lago Churubusco, de 150 y 270 ha, respectivamente; la laguna de Xalapango de 240 ha, y el Lago Recreativo de 25 ha. Simultáneamente se llevaron a cabo obras para conducir y rectificar los ríos de la llamada Cuenca Tributaria del Valle de México. Estos trabajos se ampliaron y mejoraron con la inauguración de la Planta de Lodos Activados, las Lagunas Facultativas y la Planta de Tratamiento Terciario para el manejo y el tratamiento de las aguas residuales,73 así como con la creación de los vasos El Fusible y Laguna Colorada, los drenes Chimalhuacán I y Chimalhuacán II, entre otras canalizaciones y presas de control en los ríos llevadas a cabo durante los siguientes lustros.
El éxito del Plan Lago de Texcoco se tradujo en la creación de dicha infraestructura hidráulica para llevar a cabo la función del lago, pero también para encauzar y controlar las aguas pluviales y residuales según los usos y las necesidades de la urbe, por lo que estas obras se conectaron con aquellas realizadas en la ciudad para interceptar, conducir y alejar el líquido (Desviación Combinada, Nuevo Túnel de Tequixquiac, Interceptor Poniente y las relacionadas con el Drenaje Profundo), así como con los sistemas Lerma y Cutzamala. A este tipo de trabajos se les otorgó un gran valor, pues se pensó que con ellos se forjaban las condiciones necesarias para el desarrollo de la metrópoli, en tanto garantizaban su subsistencia y aumentaban el nivel de vida de sus habitantes, de modo que se les consideró esenciales para su funcionamiento y el único medio para la utilización del agua.
Esta manera de resolver los problemas relacionados con las inundaciones, el hundimiento y la escasez de agua, nacida con el Desagüe del Valle de México a principios de siglo y perpetuada hasta el día de hoy, constituye lo que Manuel Perló denomina el paradigma porfiriano, el cual privilegia la construcción y el mantenimiento de magnas infraestructuras hidráulicas.74
La Zona Federal del Lago
Para los años noventa la Zona Federal del Lago, considerada a lo largo del siglo un auténtico páramo, había logrado ser rescatada de la miseria de sus tierras, según los resultados del Proyecto Lago de Texcoco, en gran medida debido a los programas de pastización y reforestación iniciados en 1972 y 1981, respectivamente, los que cumplieron con el viejo anhelo de la cubierta vegetal para finalizar con las tolvaneras. “De 1973 a 1998 se plantaron 25 millones de árboles”75 y se revistieron alrededor de 6 000 ha con el pasto salado Distichlis spicata, una especie nativa adecuada para crecer en los suelos salinos y sódicos.
Estos trabajos se complementaron con la construcción de un parque de 40 ha para el desarrollo y producción del ciervo rojo de Nueva Zelanda, un centro de producción caballar e infraestructura para la cría de ganado vacuno.76 A la par se desarrolló el programa de piscicultura, que en su mejor época contó con 11 estanques rústicos de 800 m2, los que producían 5 toneladas al año de carpa y tilapia. La introducción de estas especies estuvo vinculada con la idea de aprovechar los terrenos y contribuir a mejorar la alimentación de los habitantes cercanos a la zona. La conservación del pescadito amarillo de gran valor nutricional, el charal y otras especies propias de la zona que constituían parte de la dieta de los pobladores originarios no se consideraron una prioridad, pero se continuaron desarrollando; es el caso del ahuautle, el acocil, las pupas y la espirulina.77
La expectativa de hacer de esta zona un lugar de recreo y diversión trajo consigo la organización de ciertas actividades, como la carrera anual del lago, de 15 km a lo largo del bordo perimetral del Lago Nabor Carrillo, así como el aeromodelismo, la pesca deportiva, el remo y el canotaje,78 de poco éxito debido al costoso equipo especializado para su ejecución y porque éstas no estaban conectadas con las prácticas de los pobladores. No obstante, el acceso a la zona estaba limitado por el órgano gestor; esto quiere decir que se requería de un permiso para poder acceder, lo que impidió la apropiación de este espacio por parte de los habitantes; este cuidado se explica debido al temor de que los terrenos fueran invadidos y comercializados de manera ilegal como ocurrió con Ciudad Nezahualcóyotl.79
Entre los resultados más celebrados derivados del restablecimiento de la zona lacustre, en concreto del llenado del lago Nabor Carrillo fue el desarrollo y reproducción de las aves acuáticas locales y migratorias, lo que le valió al programa un gran reconocimiento internacional en los siguientes años.80 La caza fotográfica y el club de observadores de aves nacieron del interés por presenciar el vuelo de las aves al amanecer durante el otoño y el invierno. Estas importantes poblaciones de aves de hasta 200 000 ejemplares de 250 especies han sido el principal argumento de diversos grupos para solicitar la conservación de dicha zona en el siglo XXI.81
No obstante, la Zona Federal del Lago también dio cabida a la disposición final de los desechos procedentes de la ciudad de México. En febrero de 1985 se puso en operación el relleno sanitario denominado Bordo Poniente.82 Los tiraderos a cielo abierto, improvisados en terrenos baldíos que abundaban en las periferias y colonias populares, dada la falta de un sitio adecuado y de un sistema de limpia ordenado se sustituyeron con las 233 ha dispuestas en el oriente de la metrópoli para este fin. El exvaso del lago de Texcoco volvió a recibir las inmundicias de la civilización.
Los albores del siglo XXI trajeron consigo renovados proyectos para esta área. La peripecia de edificar una gran terminal aeroportuaria de más de 4 000 ha en el lecho del antiguo lago de Texcoco se anunció durante el sexenio de Vicente Fox (2000-2006). En octubre de 2001 se expropiaron más de 5 000 ha pertenecientes a los municipios de Atenco, Texcoco y Chimalhuacán para, entre otras cosas, la construcción del nuevo aeropuerto de la ciudad de México y sus obras complementarias. Este proyecto se canceló en agosto de 2002 con la anulación de los decretos expropiatorios, en gran medida por la oposición de los propietarios de las tierras y de diversas organizaciones sociales y ecologistas, así como del Gobierno de la Ciudad de México y del Ayuntamiento de Texcoco.83 Más tarde durante la administración de Enrique Peña Nieto (2012-2018), en septiembre de 2015, inició la construcción del nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, constituido por seis pistas y un edificio central. Esta obra se suspendió oficialmente en enero de 2019, luego de que los participantes de una consulta popular, realizada en octubre de 2018, eligieran reacondicionar el actual aeropuerto y el de Toluca y construir dos pistas en la Base Aérea Militar de Santa Lucía. No obstante, el debate sigue vigente, por lo que queda pendiente la realización de una investigación que muestre la disputa suscitada y ofrezca un análisis de lo ocurrido en las dos últimas décadas.
A manera de conclusión
A lo largo de casi un siglo ingenieros, políticos y otros expertos se empeñaron en desaparecer por completo el último remanente del lago de Texcoco y en su lugar construir profundos lagos de poca superficie expuesta para almacenar y regular las aguas pluviales y residuales.84 Esto fue con el fin de resolver los problemas sanitarios y ambientales (inundaciones, tolvaneras, hundimiento y escasez de agua) consecuencia de las obras del desagüe y de la explotación de los mantos acuíferos, en una interminable paradoja en la que se hacen obras por el agua y contra el agua.
En la primera mitad del siglo, básicamente, cuatro ideas dominaron el imaginario de lo que podía hacerse en aquellos terrenos. La primera vio unas tierras fértiles dedicadas a la explotación agrícola. La segunda imaginó una planicie verde, reforestada y también pastizada. La tercera optó por la industrialización de las sales, y la cuarta abogó por la recuperación de la cuenca lacustre. El deseo de hacerlas rentables y generar ganancias a partir de su transformación ha estado presente desde su desecación.
Para mediados de siglo, las ideas anteriores dieron pie a una serie de proyectos que, no solamente dieron seguimiento a los trabajos de bonificación, silvicultura e industrialización de las sales, sino que se perfeccionaron; es el caso del desarrollo de los lagos artificiales y de las obras hidráulicas. Asimismo, los planes incorporaron la promesa de la energía nuclear mediante la introducción de un reactor para generar energía eléctrica y potabilizar el agua, el desarrollo de núcleos de vivienda e incluso la intención de hacer de la zona, un sitio de turismo y descanso para los habitantes de la metrópoli, sin que estas propuestas llegaran a materializarse.
Este corroído espejo de agua ha sido reflejo de los anhelos y las ambiciones de expertos y gestores con la capacidad de decidir sobre éste, por lo que poco tomaron en cuenta la opinión de los pueblos circundantes y la existencia de otros seres vivos dependientes de ese entorno. No obstante, dichos proyectos se vieron limitados por las especiales características de compresibilidad del subsuelo y su alto contenido salino. De ahí que la bonificación se confinara a la zona sudoeste y que se comparara con sembrar sobre un comal; que la cubierta vegetal requiriera cuidado constante, al punto de parecer una tarea interminable, y por lo mismo el poco éxito de los proyectos, excepto por el afortunado desarrollo de la industria Sosa Texcoco en la zona norte, donde la concentración de sal duplicaba la del agua del mar.
La perseverancia de casi un siglo por transformar estas tierras, en un sitio útil y productivo, dio cabida, por un lado, para la realización de magnas obras hidráulicas, responsables tanto de desecar el lago como de crear nuevos cuerpos de agua. “El sol no se bebió el lago, no lo sorbió la tierra”;85 fueron los trabajos hidráulicos, los que, empecinados en controlar, canalizar y aprovechar el agua, crearon aquella “Terramuerta […] lodosa cenipolva pedrósea”,86 como describía Octavio Paz a aquella zona.
Por otro lado, permitieron la experimentación y la introducción de plantas, árboles y animales foráneos, con la esperanza de cambiar su naturaleza y generar recursos, sin que ello ocurriera realmente, pues, al cabo de unos meses, durante el estiaje, la tierra salina se agrietaba y el polvo se levantaba, mientras que en época de lluvias los terrenos se encharcaban.
Las tierras descubiertas por el lago han sido notablemente intervenidas también para embellecerlas. No obstante, han continuado recibiendo las inmundicias de la ciudad, pues a cielo abierto se encontraban el Canal del Desagüe y las plantas de tratamiento de las aguas negras, además de las toneladas de residuos sólidos que conformaban el relleno sanitario del Bordo Poniente.
En los albores del siglo XXI, el área federal del lago de Texcoco quedó rodeada por barrios, colonias y fraccionamientos, que se incorporaron al ámbito metropolitano, dado el crecimiento de la capital. Así, de las 27 000 y 29 000 ha que, se calculaba, conformaban esta zona, quedaba una tercera parte, 8 200 ha: un oasis de tierras sin urbanizar, sobre las que se empezó a construir un nuevo tipo de obra: el aeropuerto.