INTRODUCCIÓN
El ejército del Centro fue la unidad militar encargada de auxiliar a la ciudad de Puebla por el exterior durante el sitio del ejército francés de 1863. Se le recuerda por no haber cumplido con su misión de introducir alimentos ni de romper el cerco, por lo que su memoria está plagada de acusaciones de inacción, ineficacia e ineptitud. Su estudio ofrece un caso interesante para entender los desafíos y las consecuencias de organizar a una fuerza armada en un momento crítico en el que el país se hallaba en una guerra avanzada y la población civil había sido exprimida de recursos materiales y humanos. Lo interesante de este ejército es que no sólo se formó con objetivos militares, sino políticos, ya que su principal artífice, el general y expresidente Ignacio Comonfort, lo instrumentó para redimirse ante la opinión pública, al tiempo que usó el discurso de la defensa republicana para hacerse de recursos y forzar a las autoridades de los estados y a la población civil a brindarle apoyo y servir en sus filas.
El objetivo de este artículo es analizar los manejos políticos que permitieron la organización del ejército del Centro, así como los errores que provocaron su deplorable participación militar. Las habilidades políticas y sociales de Comonfort fueron de gran ayuda para crear al ejército y financiarlo en un tiempo en el que era difícil obtener recursos: aprovechó su capital político y su red de contactos para acrecentarlo y conseguir inversión privada de comerciantes, sin dejar de formar alianzas, conciliar y hacer favores. Aunque muchos liberales radicales siguieron desconfiando de Comonfort, los moderados y otras personalidades influyentes y acaudaladas lo consideraron un aliado para sus fines políticos y no dudaron en ayudarlo.
El ejército del Centro se formó con muchísimos esfuerzos y su llegada al teatro de operaciones causó amplia impresión, aunque también recelo. La deficiencia de Comonfort como comandante, sumada a una serie de decisiones perjudiciales, intrigas y mal manejo de recursos, sin embargo, provocaron que su ejército se convirtiera en la práctica en una fuerza militar poco eficaz. A pesar de que el destino de Comonfort estaba ligado a su ejército, este general cometió numerosas omisiones mientras aún lo formaba y asumió una conducta evasiva frente al sitio de Puebla, temeroso de un descalabro que acarrearía su caída en desgracia; aquello, aunado a la carencia de recursos, la mala calidad de la tropa y la desmoralización, provocaron que, a la postre, sus temores se volvieran realidad.
A la fecha, no existen investigaciones específicas sobre el ejército del Centro, salvo por algunas reflexiones en obras históricas y académicas que suelen partir de los juicios posteriores a su actuación militar. La vida política de Comonfort, en cambio, ha sido motivo de estudios biográficos novedosos por parte de Silvestre Villegas Revueltas, Antonia Pi-Suñer y Esperanza Toral.1 Este artículo se divide en dos secciones: la primera analiza la organización del ejército en el marco de la estrategia militar contra la intervención francesa; la segunda, su participación armada en la batalla por Puebla. Las fuentes son numerosas, pero dispersas: la correspondencia de Comonfort, fragmentada en los archivos del Centro de Estudios de Historia de México-Carso, la Universidad de Texas y otros repositorios, es imprescindible para comprender la negociación de lealtades, los objetivos políticos y los problemas organizativos, como la deserción, la oposición, la falta de recursos y el desinterés de la población civil. Los archivos históricos de los estados permiten medir el apoyo y las evasiones de las autoridades en la formación del ejército, así como la resistencia popular al reclutamiento. Por último, la prensa, las memorias de algunos soldados y los archivos militares de México y Francia son abundantes en testimonios, opiniones y partes de guerra, fundamentales para el análisis de los combates y descuidos de Comonfort.
LA INTERVENCIÓN Y LA ESTRATEGIA DE CREAR EJÉRCITOS
Ignacio Comonfort era una figura polémica antes de que iniciara la intervención francesa. Tras un autoexilio de tres años y medio en Estados Unidos, acusado de haber iniciado la Guerra de tres años, llegó a Monterrey el 8 de agosto de 1861. Santiago Vidaurri, gobernador de Nuevo León-Coahuila, sin embargo, se negó a remitirlo a la ciudad de México para someterlo a juicio, descontento con el presidente Benito Juárez por intentar privarlo de las rentas aduanales, que por ley pertenecían a la tesorería federal. Aunque Comonfort tenía como opositores a los liberales radicales, que dudaban de su lealtad, aún gozaba de prestigio entre ciertos moderados y personalidades influyentes, así que Vidaurri entabló una relación estrecha con él y lo empleó como comandante de su guardia nacional (figura 1).2
En enero de 1862, a regañadientes, Juárez tuvo que entregar a Vidaurri el mando del estado de Tamaulipas para que aplacara un conflicto interno, pero este gobernador sabía que su presencia no apaciguaría a los tamaulipecos, temerosos de que impusiera sus intereses, así que envió en su lugar a Comonfort, conocido por sus dotes conciliadoras, con la brigada del coronel Julián Quiroga de 1 000 hombres de guardia nacional. Comonfort subyugó a los pronunciados en marzo de 1862, sin derramar sangre, y consiguió que se le unieran para luchar en la inminente guerra con Francia; así nació la llamada 1ª división del Norte, que con los meses aumentó a 2 700 elementos.3 Comonfort deseaba recuperar su prestigio y, genuinamente, participar en la defensa republicana contra la intervención francesa; asimismo, Juárez comprendió que su mediación sería fundamental para que Nuevo León-Coahuila y Tamaulipas contribuyeran en esta guerra, por lo que el 30 de marzo lo rehabilitó como general del ejército y le ordenó marchar con su división al centro del país.
Juárez había creado al ejército de Oriente en octubre de 1861, cuando tuvo certeza de que Francia, España y Reino Unido enviarían fuerzas militares a México; por ello, en enero de 1862, ordenó al general Jesús González Ortega que formara el ejército del Interior, fusionándose ambos a mediados de año bajo el mando único del general Ignacio Zaragoza.4 Las hostilidades con el ejército francés iniciaron el 19 de abril, pero Comonfort no pudo presentarse al teatro de la guerra por falta de dinero, así que, el 10 de junio, Juárez le repitió con carácter urgente la orden de marchar. Comonfort respondió que obedecería, a pesar de que todavía no había podido conseguir recursos, porque la marina francesa acababa de bloquear Tampico y 30% de sus soldados estaban hospitalizados por fiebre amarilla.5 Juárez contestó que “no lo obligaría a lo imposible” y le permitió partir hasta que estuviese listo, entregándole facultades plenas para reunir dinero y hombres.6 Comonfort cubrió los gastos de la marcha con la recaudación de Tamaulipas, decomisos y préstamos; el más importante de 100 000 pesos del comerciante británico Stewart L. Jolly (figura 2).7
La división del Norte, “pie veterano” del ejército del Centro
Para aumentar la división del Norte, Comonfort usó su tacto político, sus contactos y las amplias facultades que le concedió Juárez. Colocó a vecinos influyentes en el gobierno de Tamaulipas para reclutar vecinos a la fuerza, con lo cual consiguió que la brigada estatal del general Domingo Sotomayor aumentara a 800 soldados. Vidaurri esperaba que Juárez le permitiera seguir interviniendo las aduanas si contribuía en la guerra, así que pidió a Comonfort que influyera en esa decisión a través de amigos suyos, como el ministro José Higinio Núñez y el diputado Sebastián Lerdo de Tejada.8 Vidaurri se mostró públicamente comprometido con la división de Comonfort, a pesar de que anteriormente le había negado soldados a Zaragoza, y reforzó a la brigada de Quiroga hasta llegar a 2 000 elementos.9 El 1er. regimiento de 500 rifleros de Nuevo León, al mando personal de Quiroga, tenía fascinado a Comonfort por su destreza, mezcla de su experiencia, su herencia militar y las tácticas que usaba contra los comanches.10 Los rifleros eran orgullosos y arrojados, algo que también jugaba en su contra, porque solían desobedecer y atacar a pesar de ser superados en número.11
Aunque había cierto entusiasmo, la deserción era mayúscula a falta de oficiales que vigilaran a la tropa. De junio a agosto, la brigada de Nuevo León-Coahuila perdió a 500 soldados; Vidaurri admitió que muchos de ellos habían sido reclutados con leva, así que autorizó remover a los oficiales “incautos” y envió mensualmente, hasta octubre, a grupos de hasta 300 remplazos para compensar las pérdidas.12 El 24 de julio, cuando Comonfort inició su marcha hacia San Luis Potosí, la deserción se radicalizó y a fin de mes lamentó que de su división ya sólo quedaban “restos”.13 Escribió a Juárez que la tropa tamaulipeca no quería salir de su estado, “preocupada demasiado por sus miserias locales”,14 y fusiló a los prófugos que capturaba como escarmiento, pero las deserciones no cesaron, incluyendo las de oficiales y sargentos. Sotomayor veía el lado positivo: “si bien se debe sentir la pérdida de los soldados, también es cierto que los sargentos desmoralizados y revoltosos nos hacen bien con irse”.15 Las autoridades de la Huasteca se resistieron a entregarle sus 1 300 soldados de guardia nacional, así que alegaron el estallido de conflictos locales.16
A pesar de sus esfuerzos, Comonfort cometió graves errores que empeoraron la situación, causados por su falta de formación militar y su intolerancia a que lo contradijeran. Juárez y Vidaurri le sugirieron marchar sin artillería para agilizar su avance, ya que en la ciudad de México abundaba, pero no hizo caso. La marcha por la sierra tamaulipeca fue demorada, cara y el material se dañó y quedó abandonado entre Tampico, Ciudad Victoria y Tula. Comonfort no dio importancia a la manutención de la artillería y la subordinó a su segundo, el general Alejo Barreiro, quien suspendía las reparaciones urgentes para fabricar objetos prescindibles, como herraduras y lanzas.17
San Luis Potosí o de agotar un estado para la guerra
El 22 de agosto de 1862, Comonfort llegó a San Luis Potosí con 2 500 soldados, esperanzado de poder duplicar su número. El problema era que el estado se hallaba exhausto: era la tercera vez en menos de un año que era elegido para este propósito y ya había aportado 4 800 soldados y bastante dinero, más del promedio que otras entidades cercanas al teatro de operaciones, como Veracruz, Puebla y Oaxaca (mapa 1).18 La llegada de Comonfort volvía a poner al límite la recaudación y la violencia política contra la población civil, pero, para alivio de los potosinos, este general sólo planeaba quedarse un mes. El gobernador José María Aguirre le entregó 1 300 soldados y 500 remplazos enviados por los jefes políticos; algunos eran criminales peligrosos que no querían de vuelta.19 El 27 de agosto, Juárez autorizó a Comonfort a usar las rentas de San Luis Potosí, Zacatecas y Aguascalientes, pero éstas sólo podían suministrarle 65 000 pesos mensuales, cuando sus gastos duplicaban esta cantidad. Aquello sirvió como excusa para solicitar las rentas aduanales de Tamaulipas y Nuevo León-Coahuila y obrar en favor de Vidaurri. Con ayuda de sus contactos, Comonfort consiguió que el 2 de septiembre Juárez le confiara estos ingresos y a su vez lo avisó a Vidaurri, solicitándole sólo lo que quisiera aportar.20
Comonfort escribió a Vidaurri que la tropa recibía entrenamiento diario y que algunos oficiales regiomontanos consideraban que este trabajo era arduo, así que despidió a los “ineptos”.21 A sus favoritos, no obstante, los protegía: el capitán Adolfo Garza ocultaba sus gastos, así que cuando el teniente coronel Manuel Balbontín lo afrontó, Comonfort lo tomó a mal: “¿qué tiene usted con Adolfito? [...] yo creo que usted tiene mala voluntad con Adolfito”. Balbontín también dudaba que el entrenamiento fuera “exhaustivo”, lo cual, en efecto, se demostró después frente a Puebla.22 Aunque Comonfort presumía de las unidades regiomontanas, temió que desaparecieran por la deserción y duplicó su número con remplazos potosinos.23 Aguascalientes no envió dinero ni soldados, agotado por las guerrillas conservadoras, y Zacatecas, que pasaba un caso similar, sólo mandó 180 artilleros con sus cañones.24 Comonfort aprovechó las conexiones del Bajío para comprar ropa, pero le faltó dinero; el atuendo general consistió en un traje de manta con capote de paño, salvo por el 1º regimiento de Quiroga, su unidad consentida, que vistió con prendas ostentosas y su típica blusa roja.25
A pesar de que la marcha del ejército francés a Puebla se anunciaba lenta, Comonfort apuró su salida a la ciudad de México para restaurar su prestigio; no obstante, haber permanecido más tiempo en San Luis Potosí hubiera sido útil para optimizar a su división, reparar la artillería y conseguir pólvora, elementos fundamentales en los que no quería invertir, porque prefería gastar en objetos vistosos y aumentar su número de tropa. Estas faltas influyeron negativamente en la capacidad de la división; además, sus caballos habían sido maltratados por el exceso de trabajo y recibían poca comida, incluyendo los de Quiroga, pero no se preocupó por mejorar su condición. Por si fuera poco, en la capital había peores espacios de acantonamiento y menos dinero, absorbido por el ejército de Oriente.26
Comonfort inició su marcha a finales de septiembre. Su división se componía entonces de 4 800 hombres, de los cuales 2 100 pertenecían a unidades potosinas y otros 1 000 eran remplazos locales integrados a las brigadas norteñas; la representación de San Luis Potosí, en ese sentido, fue mayoritaria. Comonfort combatió la deserción del trayecto “a mano de hierro” y la contrarrestó con 115 remplazos que recibió del gobierno de Guanajuato y con leva de 50 campesinos.27 El 15 de octubre, el general Sóstenes Escandón asumió la gubernatura de San Luis Potosí, pero Aguirre conservó la tarea de remitir a Comonfort el dinero de los estados a su cargo. Tamaulipas, Zacatecas y Aguascalientes no enviaron nada y a los pocos días Juárez les quitó esta responsabilidad (figura 3); sólo Vidaurri aportó recursos hasta enero de 1863.28
Intriga en la capital, política y ¿estrategia?
El 17 de octubre, la división del Norte llegó en oleadas a las estribaciones de la ciudad de México. Comonfort se acantonó en Azcapotzalco y se entrevistó con Juárez; su presencia entusiasmó a sus partidarios, que lo veían reincorporado a la vida política, y provocó desconfianza entre sus detractores, que circularon rumores de que ambicionaba la presidencia y que pactaría con el ejército francés.29 Juárez le planteó la idea de dar autonomía a su división para dinamizar la lucha y no hacinar a todas las fuerzas al mando de González Ortega, sucesor de Zaragoza. Este plan, que también incluía la creación del ejército de Reserva, al mando del general Manuel Doblado, servía de fondo para neutralizar a las tres personalidades entre sí, las más relevantes del país, que podían aspirar a la presidencia.
El ejército del Centro se creó oficialmente el 30 de octubre, con sede en la capital, y Juárez ordenó a las autoridades del distrito federal, el Estado de México, Michoacán, San Luis Potosí y Zacatecas, el 5 de noviembre, que lo reforzaran y que Nuevo León-Coahuila y Tamaulipas enviaran remplazos.30 La primera unidad capitalina incorporada fue el escuadrón de Pedro y José Rincón Gallardo de 450 jinetes, costeado por estos hermanos de familia acaudalada. Comonfort llamó a integrarse a sus amigos y a sus antiguos colaboradores, como los generales Tomás Moreno, Florencio Villarreal, José Justo Álvarez, Francisco Zérega, Anastasio Parrodi, Ramón Iglesias, José María Yáñez, Ángel Trías y Demetrio Chavero, e instaló sus cuarteles en Tacubaya, Mixcoac y Coyoacán. El 1 de noviembre, él organizó una ceremonia de pase de lista, en la que el presidente, su gabinete y algunos diputados entregaron banderas a los batallones; al día siguiente, obsequió un banquete a Juárez para limar asperezas y preparó un desfile que impresionó a los capitalinos por la “marcialidad” del regimiento de Quiroga.31 Estas demostraciones simbólicas, útiles para captar a las autoridades y a la opinión, disgustaron a militares como Balbontín, que las consideraban un desperdicio del dinero que urgía en elementos indispensables.32 El regimiento del general Porfirio García de León recibió cascos de estilo romano que eran inútiles en combate; el soldado francés Paul Laurent se burlaría de ellos: “No sé qué chatarrero europeo les vendió esta hojalata delgada como papel: verdaderos cascos de teatro”.33
Comonfort planeaba organizar una defensa independiente a la de Puebla, por lo que fortificó la capital, recaudó préstamos e impuestos de guerra y, el 10 de noviembre, pidió 1 000 soldados a cada gobernador a su cargo.34 El distrito federal no pudo eludir esta disposición, a pesar de la resistencia vecinal: José María Mata formó una brigada, armada con rifles comprados a precio elevado.35 Zacatecas y San Luis Potosí se rehusaron a volver a enviar soldados y el Estado de México también evadió la orden, pero atendió la petición especial de entregar 360 000 raciones mensuales de alimento.36 Sólo Manuel Fernando Soto, comandante de Pachuca, mandó 1,500 hombres37 y Michoacán a 200 soldados y una batería.38 A falta de cooperación, Juárez incorporó la brigada de Guerrero y Cuernavaca al ejército del Centro e intentó lo propio, sin éxito, con el batallón de auxiliares de la Unión de Querétaro y la brigada de la Huasteca.39 Vidaurri se negó a enviar nuevos remplazos y únicamente en Tamaulipas el general Juan José de la Garza se dedicó a crear una división, con el problema de que se demoraría. El 25 de enero, el general Manuel García Pueblita se rebeló contra Epitacio Huerta, gobernador de Michoacán, así que Juárez aprovechó para llamar a ambos con sus respectivas brigadas y destinó al primero al ejército del Centro y al segundo al de Oriente.40
Las poblaciones de los alrededores de la ciudad de México carecían de infraestructura de acantonamiento, por lo que la tropa desertaba con facilidad y era seducida por los conservadores, como ocurrió con tres escuadrones. Comonfort ordenó perseguir a los prófugos y encerró a su ejército en la capital, pero esto hacinó a los soldados, que tuvieron mayor pretexto para huir. Las unidades regiomontanas y tamaulipecas, alojadas en Tlatelolco, pedían limosna para subsistir y la artillería, almacenada en un corral, se dañó y su personal desertó. La merma fue tan grande que el número del ejército quedó estancado en 5 000 hombres, a pesar de los refuerzos.41
LA PARTICIPACIÓN MILITAR DEL EJÉRCITO DEL CENTRO
A finales de enero de 1863, Juárez dejó de considerar viable que la defensa de la capital fuera separada a la de Puebla, así que envió al ejército del Centro a Texmelucan y, el 5 de febrero, Comonfort se reunió con González Ortega. Ninguno insinuó querer supeditarse al otro, por lo que decidieron mantenerse divididos para que el ejército del Centro auxiliara Puebla por el exterior, donde podía replegarse si la ciudad caía, y solicitaron a Juárez que lo aumentara a 12 000 soldados.42 Juárez aprobó este plan, pero se negó a que el mando estuviese dividido, porque iría en contra de la defensa, así que dispuso que Comonfort acatara a González Ortega a menos que sus órdenes implicaran abandonar su línea de retirada a la ciudad de México; sólo entonces podía desobedecer, avisándolo oportunamente.43 En la práctica esto obstaculizó la acción, ya que las operaciones conjuntas tenían que consultarse entre ambos y aprobarse por Juárez.
Juárez volvió a pedir refuerzos, pero sólo el Estado de México envió dos batallones, así que, a falta de voluntarios, recurrió a la leva en la capital y, el 3 de febrero, el ayuntamiento destinó a los presos a la guardia nacional.44 Juárez también echó mano a las unidades del ejército de Reserva: Doblado mandó a las brigadas de Jalisco y Guanajuato, aunque esta última se pasó a los conservadores en el trayecto. En el transcurso de marzo, el ejército del Centro aumentó a 8 000 soldados y 40 cañones; si bien Comonfort confiaba que podría dañar al ejército francés, pensaba que si quería romper el sitio necesitaría refuerzos. Su principal esperanza era De la Garza, quien en marzo terminó de organizar a 3 000 hombres, así como la división de Sinaloa del general Plácido Vega, de 2 000 elementos, que Juárez también le asignó. Vega navegó de Mazatlán a Zihuatanejo, pero al llegar a la ciudad de México, el 31 de marzo, sólo le quedaban 1 340 soldados por la deserción y las enfermedades. Juárez no envió a Vega de inmediato con Comonfort, sino que lo retuvo dos semanas para combatir al guerrillero Ignacio Butrón, pronunciado cerca de Toluca.45
Un problema mayúsculo en el ejército del Centro era la falta de oficiales que impusieran orden, algo que disminuía su efectividad y que comenzó a notarse frente a Puebla, cuando la tropa dejó de estar encerrada. Los pocos oficiales que había, al ser voluntarios, eran privados de alimento y salario, porque el peligro de que desertaran era menor, así que desatendían sus trabajos para buscar comida o se rebelaban y caían presos. Esta falta de oficiales contrastaba con el ejército de Oriente, que tenía uno por cada 13 soldados, casi el triple que un ejército moderno, lo que lo hacía capaz de emprender maniobras arriesgadas, además de que en Puebla había más y mejores armas y fortificaciones. Estas diferencias causaron que se propagara la idea de que adentro estaban los mejores soldados y afuera los peores.46
A pesar de que Juárez hacía esfuerzos extraordinarios por enviar dinero, el ejército del Centro pasaba grandes privaciones y redujo sus gastos a lo más estricto: 69 100 pesos mensuales en vez de 90 000. Los víveres, pese a que abundaban en el valle de Puebla, se encarecieron por la demanda y los hacendados se negaban a regalarlos, así que Comonfort tuvo que traerlos del Estado de México y Tlaxcala.47 Otro problema era que la mayoría de los soldados pasaba frío a falta de uniformes adecuados, lo que multiplicó a los enfermos de “pulmonías” y, a su vez, de tifo, ya que dormían hacinados para calentarse. 48Francisco Zérega, Balbontín y otros militares entendían la falta de dinero, pero pensaban que se malgastaba lo poco que había. Zérega, general en jefe de la artillería, solicitó 500 pesos para gastos indispensables y Comonfort, “muy disgustado”, dispuso que “se debía de suplir lo que faltara como se pudiera, con metates y petates”, y que se fabricaran toldos de cuero en vez de lona impermeable, lo que echó a perder las municiones por el sol y las filtraciones.49
Los militares se escandalizaban de que el mando principal estuviera reservado a civiles que, salvo excepciones, desoían y nulificaban a los expertos. Balbontín se preocupaba de que Juárez “improvisara generales a sus amigos”, como a Mata, y que Comonfort y otros políticos hicieran lo propio, como ocurrió con el magistrado José María Casasola y el periodista Vicente García Torres, colocados como comandante y capitán. El experimentado general Miguel María Echeagaray, incorporado en marzo como segundo al mando, propuso retirar los abundantes graneros del valle para que el ejército francés no los aprovechara, pero Comonfort se negó, alegando que esto arruinaría la región. Mata, quien aseguraba que no necesitaba zapadores, levantó parapetos inútiles en Huejotzingo; uno se deshizo a la primera llovizna. Los generales de origen civil que ascendieron en la guerra de Reforma, como Sotomayor y García Pueblita, fueron incluso peores por su desobediencia.
Los primeros 30 días de combate. Del autoengaño al baño de realidad
Las decisiones inconvenientes y la falta de oficiales y de recursos pasaron factura en la calidad del ejército del Centro. El general Élie-Frédéric Forey, que mandaba el ejército francés, llegó frente a Puebla el 16 de marzo y al día siguiente Comonfort envió jinetes a las lomas de Uranga para distraerlo. Forey colocó una línea de tiradores en este flanco, que permaneció quieta ante el tiroteo infecundo de la caballería, ya que los soldados franceses sabían que sólo quería atraerlos.50 El 21 de marzo, 1 500 jinetes de Antonio Carvajal y Aureliano Rivera, pertenecientes al ejército de Oriente, salieron de Puebla para introducir víveres y Comonfort consiguió que se incorporaran a su ejército, colocándolos en el camino a Tlaxcala, donde vigilaron aceptablemente la zona, porque se esforzaron por robar pueblos y a los comerciantes que intentaban surtir a Forey (figura 4).51
Comonfort admitió que atacar a Forey sería “una temeridad” si Juárez no le enviaba refuerzos; sin embargo, a pesar de las acusaciones de la prensa, no permaneció ocioso en los primeros 30 días del sitio, sino que continuó activamente su dudosa estrategia de “distracción”.52 Si bien se rehusó a retirar los graneros del valle, tampoco los protegió bien: se contentó con dejar a grupos desorganizados de unidades locales, confrontadas entre sí porque el comandante de Izúcar, José María Solís, exigía fuertes préstamos a los pueblos y éstos se defendían. Además, de Atlixco a Izúcar operaba el general conservador Felipe Chacón, que distraía la atención.53 El 22 de marzo, Forey envió al general Joseph Edouard de Mirandol a comprar provisiones a Cholula con una columna de 950 soldados. Quiroga, que se hallaba cerca y estaba confiado, tiroteó la plaza con su brigada de poco más de 1 000 rifleros. Mirandol salió a su encuentro, desplegando algunos cazadores de África como vanguardia, que Quiroga sorprendió y persiguió hasta chocar con el grueso del escuadrón. El combate fue reñido, pero al final Quiroga se retiró con graves pérdidas; en su informe echó la culpa al terreno estrecho y al mal estado de sus caballos y aseguró que sólo había llevado 400 rifleros. Los coroneles François-Charles du Barail y Adrien de Tucé admitieron que las tropas de Quiroga eran “fuertes”, pero que su éxito inicial se había debido sólo a la sorpresa.54 Mirandol tuvo cinco muertos y 16 heridos e hizo 42 muertos y 100 presos a Quiroga; otros 80 rifleros aprovecharon el caos para desertar. Esa noche Mirandol salió de Cholula con los carros de víveres a la vista de García Pueblita, quien no lo hostigó. La brigada de Quiroga sufrió un debilitamiento del que ya no se recuperaría, tanto numérica como anímicamente (figura 5).55
El 25 de marzo, el general Vicente Rosas Landa advirtió a Comonfort como “amigo” que sus destacamentos al noroeste de Puebla, dispersos, estaban expuestos a ser arrollados, así que propuso concentrar un frente robusto en Texmelucan y que sólo la caballería permaneciera en Río Prieto.56 Tres días después, Comonfort realizó esta maniobra, porque fue interceptada una carta que rebelaba su posición, pero a la semana siguiente reinstaló a 1 000 soldados en Río Prieto, Ocotlán, Xoxtla y Santa Clara, con otros 1 000 de Mata en Huejotzingo. La caballería estaba sumamente activa por los robos que cometía: Rivera operaba de Panzacola a Amozoc y García Pueblita al sur, de Apapasco a la hacienda de San José. Las brigadas de Rosas Landa y Carvajal fueron mandadas a combatir a Chacón, quien recibía apoyo vecinal, así que usaron este argumento para cometer saqueos. Comonfort coordinaba todo en la retaguardia con 3 800 soldados, la mitad del ejército del Centro, entre Texmelucan y la hacienda de San Jerónimo.
Comonfort continuó su estrategia de “distraer” al ejército francés en lo que esperaba refuerzos, mientras Forey seguía ignorándolo, porque batir las posiciones de Río Prieto no lo destruirían y sólo lo volverían precavido. Forey emprendió nuevas expediciones a Cholula, como la del 1 de abril con 1 500 soldados, que el ejército del Centro observó impotente, y otra el 6 de abril.57 Comonfort planeó sorprender a ésta última y llamó a García Pueblita, pero éste desobedeció para seguir operando por su cuenta. Aunque todavía tenía 800 jinetes, Comonfort se desanimó frente a Cholula, y Mata, quien se quedó a vigilar, huyó a Huejotzingo tras confundir a la brigada de García Pueblita con una columna enemiga.58 Comonfort, sin embargo, presentó estas maniobras como un éxito: aseguraba que mantenía alerta a Forey, que le distraía a 6 000 soldados y que le dificultaba conseguir alimento, pero en privado declaraba frustración: el 8 de abril escribió al ministro Juan Antonio de la Fuente, su amigo, que sus esfuerzos eran inútiles.59 De fondo, Comonfort se creó la mal fundada obsesión de mantener al grueso de su ejército en Texmelucan, pensando que en cualquier momento Forey podría actuar contra el arte de la guerra y volcarse sobre la ciudad de México, lo cual limitó su margen de acción a “distraer”, de manera deficiente, aunque activa, a los sitiadores. Algo más productivo hubiese sido bloquear el camino de Veracruz; el mismo Juárez sugirió enviar 2 000 jinetes a Orizaba, pero Comonfort se rehusó, alegando que ya no podría “hostigar” al ejército francés.
A mediados de abril, los detractores de Comonfort lo acusaron de incompetencia y traición, asegurando que su ejército era suficiente para romper el sitio. Estas críticas, que tuvieron eco en la opinión pública, lo afectaron y desmoralizaron a sus oficiales; consideró que eran ataques malintencionados y, para defenderse, se sirvió de sus amigos periodistas, como Vicente García Torres, Francisco Zarco y Manuel de Zamacona, editores de El Monitor Republicano, El Siglo XIX y el Diario del Gobierno. Afirmó que carecía de recursos, que la calidad de su ejército era “en gran parte mala” y que lo tenía dividido para cubrir varios flancos, por lo que, escribió, su única posibilidad de romper el sitio era recibir refuerzos.60
La insubordinación de sus generales también causaba escándalo: Juárez pidió fusilar a García Pueblita y deshacerse de otros elementos perniciosos, como Sotomayor, quien huyó de las lomas de Uranga ante una columna francesa, pero Comonfort, “naturalmente inclinado a la indulgencia”, sólo los separó del servicio.61 Si bien el expresidente era flexible con las personas de renombre, no lo era con la tropa, la cual era fusilada por cualquier falta; el coronel de guardia nacional Francisco Mejía denunció esto como “actos de barbarie y arbitrariedad horrible”.62
El alimento comenzó a escasear en Cholula, así que el 12 de abril Forey envió a Atlixco al coronel Auguste Henri Brincourt con 1 460 soldados. Comonfort, quien pensó que atacarlo podía mejorar su imagen, mandó al general Echeagaray con 2 500 hombres, pidiéndole que esperara su llegada para volverlo un logro personal. Éste marchó en secreto y Carvajal se le incorporó, con el inconveniente de que fueron descubiertos mientras se ocultaban en la serranía entre Atlixco y Tianguismanalco. El 14 de abril, Echeagaray, impaciente porque Comonfort no se presentaba, salió a la llanura con los 800 jinetes de Carvajal y de García de León. Brincourt envió al coronel Tucé a cargar con 150 cazadores de África y 150 jinetes conservadores, pero sólo el regimiento de García de León y la escolta de Carvajal contuvieron el empuje, sufriendo pérdidas notables, ya que el resto de la caballería de este último se preocupaba por robar y huir. Echeagaray, al ver el desastre, ordenó el repliegue a la sierra, mientras Brincourt se contentó con bombardearlo y regresar a Atlixco. Echeagaray reportó 200 bajas, así que se retiró, y Brincourt, quien sólo tuvo 20 muertos y 41 heridos, volvió a Puebla con víveres abundantes (figura 6).63 Las críticas afloraron a tope y Comonfort, apesadumbrado, escribió a su amigo el abogado Manuel Siliceo: “ayer se me zahería porque nada hacía [...], y hoy porque hago”.64
El segundo mes: “inacción” y falsas esperanzas
Comonfort dejó de “hostigar” al ejército francés en la segunda mitad de abril, desilusionado por el fracaso, y permaneció a la espera de refuerzos. Puebla agonizaba, pero su círculo íntimo lo animaba a creer que Forey se debilitaba por la resistencia del ejército de Oriente y que pronto abandonaría el sitio, así que introducir alimento era importante, mas no imprescindible. Comonfort destinó a esta tarea sólo a los 400 jinetes de Rivera, que no pudieron cumplirla por la estrecha vigilancia, salvo por 1 035 kg de harina y galleta que consiguieron entregar el 18 de abril con gran sacrificio. La única acción hostil de Comonfort en la segunda mitad de abril fue atacar a 1 100 soldados que el día 24 ocuparon la hacienda de Cháhuac para comprar cereales, pero sufrió ocho bajas sin lograr nada. La prensa opositora arrojó fuertes condenas a su “inacción”, al tiempo que sus aliados se esforzaron por tildar sus esfuerzos de “heroicos”, atribuyendo las críticas a la impaciencia.65
La inactividad de Comonfort coincidió con la llegada de los primeros refuerzos: tras derrotar a Buitrón, Juárez mandó a Vega con 3 500 soldados, que llegaron a Texmelucan el 24 de abril; Sóstenes Escandón recibió órdenes de incorporarse con 1 500 potosinos y se estimaba que pronto llegaría De la Garza con 2 500 tamaulipecos.66 Comonfort también recibió refuerzos inesperados: el 15 de abril, se le incorporó el general Tomás O’Horán con los 1 500 jinetes del ejército de Oriente que burlaron el sitio, dos días después llegó un batallón de Tlaxcala y, el 2 de mayo, recibió una brigada de 2 000 mexiquenses y capitalinos. Estas unidades aumentaron al ejército del Centro a 12 000 soldados, pero Comonfort continuó a la expectativa pese a la presión, considerando que su calidad seguía siendo nula. González Ortega ya no podía resistir en Puebla a falta de víveres y, el 26 de abril, propuso un ataque combinado para escapar. Comonfort, que no estaba de acuerdo porque esto podía destruir a su ejército, contestó que lo consultaría con Juárez, quien tampoco lo estaba porque, si González Ortega rompía el sitio, podría interpretarse como un triunfo que lo colocaría en una posición sobresaliente. El 28 de abril, Juárez ordenó a González Ortega que resistiera hasta sucumbir y dispuso que Comonfort introdujera alimentos como “urgentísima obligación”.67 En la práctica esta estrategia condenaba a ambos ejércitos, ya que en el mejor de los casos los víveres disponibles sólo alcanzarían para una semana. El único que saldría victorioso era Juárez, quien debilitaría a sus contendientes políticos y retrasaría al ejército francés, pues para entonces estaba convencido de que la mejor estrategia era resistir en el extenso territorio nacional, sin defender la capital, algo que no podría evitar si ambos ejércitos sobrevivían.68
Comonfort sabía que la orden de Juárez lo destruiría, pero obedeció por la presión; el 30 de abril, comunicó a González Ortega un plan de introducir alimentos entre San Pablo del Monte y el cerro de Guadalupe, donde podrían sacar algo de ventaja, y le pidió apoyo de 6 000 soldados.
Juárez se presentó el 1 de mayo en Texmelucan para hacer cumplir sus órdenes; al día siguiente, se entrevistó con Comonfort y por la tarde recibieron la carta de González Ortega en la que aceptaba la maniobra conjunta por San Pablo,69 aunque sin revelar que no iba a enviar los 6 000 soldados, porque su ejército se había reducido a poco más de 10 000. El 4 de mayo, antes de volver a la capital, Juárez empujó al ejército del Centro a San Lorenzo, Ocotlán y Zacatelco, pero Comonfort consiguió que le concediera un día más antes de atacar. Forey, entretanto, reforzó su línea de contravalación, por lo que el ataque del 5 de mayo resultó mal: O’Horán, con 1 000 jinetes, fue desalojado de San Pablo por un escuadrón de cazadores de África y los 1 000 soldados que González Ortega mandó al pie del cerro de Guadalupe, insuficientes, permanecieron inmóviles y fueron bombardeados (figura 7).70 El 6 de mayo, Comonfort aglomeró a su ejército cerca de las lomas de Uranga para introducir el convoy por este punto, pero la artillería francesa lo acribilló, así como a los 1 000 hombres que González Ortega volvió a presentar en Guadalupe. Comonfort se retiró al caer la noche, cometiendo el error de acampar en una larga línea que se extendía por más de 10 km, entre Ocotlán, San Lorenzo y Santo Toribio.
San Lorenzo, el golpe de gracia
La presencia de Comonfort tan cerca de Puebla molestaba a Forey, así que mandó al general François Achille Bazaine con 5 000 soldados a atacar San Lorenzo, donde acampaba la 1a. división y, cruzando el río, en Panzacola, la 2a., con las brigadas de Quiroga y Rivera en las cercanías. Era la mitad del ejército del Centro, con las otras dos divisiones relativamente lejos, en Ocotlán y Santo Toribio. El 8 de mayo, Bazaine asaltó San Lorenzo por sorpresa y todo el frente colapsó; Comonfort tuvo alrededor de 3 000 bajas y huyó con los sobrevivientes a Texmelucan, sin saber qué hacer, aturdido por la desorganización y las acusaciones, que no se hicieron esperar (figura 8).71
La profecía de Rosas Landa se cumplió: el ejército del Centro fue arrollado por haberse distribuido en campamentos dispersos. Comonfort volvió a perder su prestigio y, a posteriori, se convirtió en el chivo expiatorio de la rendición de Puebla, que ocurrió el 17 de mayo. Se defendió diciendo que su derrota se debió a que Juárez lo había obligado a atacar y que González Ortega no aportó los 6 000 soldados prometidos,72 mientras que este último lo acusó de no anunciar sus movimientos,73 pero no mencionó que ya habían acordado una estrategia y que incumplió su parte.
Los días inmediatos fueron caóticos: los simples rumores del avance de Forey provocaban desorden y Comonfort estaba más preocupado de cómo presentarse en la capital que de regresar a la lucha, así que el 12 de mayo convocó a una junta de generales en la que, según De la Garza, buscó “más bien una solución política que militar”.74 Se llegó al consenso de que el ejército no podía volver frente a Puebla por la desmoralización y que retirarse a la ciudad de México sería censurable, de modo que permaneció a la expectativa en Texmelucan, sin recursos y con altos índices de deserción. De la Garza, Vega, Escandón, Yáñez, Rivera, O’Horán y otros generales discutieron en privado si debían de remover a Comonfort por “su ineptitud”: acordaron consultarlo con Juárez y proponer a De la Garza como sustituto.75 El 14 de mayo, Comonfort renunció para someterse a juicio, confiado de que esto mejoraría su imagen, como en efecto ocurrió: fue perdonado y en el futuro recibió nuevas comisiones. Para Juárez todo resultó bien: Forey perdió dos meses frente a Puebla, González Ortega cayó preso del ejército francés, Comonfort en desgracia y el mando del mayor ejército federal recayó en De la Garza, un civil que no lo opacaba.
El ejército del Centro permaneció en Texmelucan hasta el 18 de mayo, día en que Juárez le ordenó replegarse. De la Garza quedó en una situación difícil: asumió el reto de reorganizarlo y fingir la defensa de la ciudad de México, pero, mientras lo hacía, el presidente le ordenó en secreto preparar la retirada en dos divisiones con nuevos generales: Porfirio Díaz con 4 000 soldados y Joaquín Rangel con 3 000. El 31 de mayo, Juárez abandonó la capital para instalarse en Querétaro y De la Garza lo siguió poco después; la evacuación fue fatídica, sin recursos y colmada de deserciones, incluso Rangel se esfumó. A mediados de junio, Juárez removió a De la Garza, acusado de haber destruido al ejército, y el mando fue rotado: Echeagaray lo asumió un tiempo y luego regresó a Comonfort, hasta su muerte, el 13 de noviembre, sorprendido en Chamacuero por un grupo de bandidos.76 El ejército del Centro permaneció en activo en el transcurso de la guerra con unidades que heredaron su nombre, pero su historia ya es otra.
CONCLUSIONES
La creación y organización del ejército del Centro fue una proeza realizada contra todo pronóstico, en un momento en el que el país se hallaba exhausto por la guerra y por las fuertes exigencias a los pueblos. Ignacio Comonfort fue el artífice principal de esta difícil tarea; su habilidad, carisma y experiencia como político le permitieron formar un ejército en tiempo récord: sabía conseguir recursos, obtener adhesiones y pacificar pugnas. Todo esto, sumado a su convicción de reincorporarse a la vida política y defender la república, le permitió regresar exitosamente a escena tras un largo exilio. El trabajo de nutrir al ejército y movilizarlo fue otra proeza: había oposición política y poca voluntad en la población civil para servir en la guerra, así que Comonfort usó la coerción para obtener soldados, aprovechó sus nexos con comerciantes para conseguir recursos e influyó en sus poderosos aliados en la ciudad de México para beneficiar su marcha.
No hay duda de que Comonfort era una persona ideal para formar un ejército en tiempos críticos, pero de ningún modo para mandarlo. Tomó pésimas decisiones, desperdició dinero, ignoraba a los expertos, apresuró su marcha sin estar listo y, ya frente a Puebla, le pasó factura todo lo anterior, además de que actuaba a medias por miedo a perderlo todo. Su ejército era deficiente, pero pudo haberlo optimizado de usar sabiamente los pocos recursos que tenía. Si bien estaba auténticamente interesado en contribuir en la guerra y, con suerte, obtener algún triunfo, en el fondo su problema era que tomaba a mal las sugerencias de los profesionales y subyugaba su actuación militar a sus intereses personales, como formar rápido a su ejército para causar impresión y apresurar la marcha para demostrar los resultados rápidos que exige la política. Lo hizo sin pensar en las necesidades humanas y materiales del ejército ni en los problemas de no haberlo preparado bien ni tener sus elementos en orden. Por si fuera poco, se halló en una situación complicada en la que el presidente Benito Juárez le otorgó una posición sobresaliente, pero subyugada a sus decisiones y yuxtapuesta a la de otros aspirantes a la presidencia, para que se nulificaran entre sí y no pudieran sobresalir.
La realidad era que Comonfort y otros civiles esperaban hacer política por medio de las armas: militares experimentados como Manuel Balbontín se lamentaban de que “a hombres semejantes se les fiaran los intereses más caros de la nación”.77 La incorporación de estos políticos no hubiera sido del todo negativa para la defensa de haberse limitado a obedecer, combatir la deserción y forzar a la tropa a ejecutar maniobras. Otro problema del ejército del Centro era que, como muchas otras fuerzas mexicanas de su época, se formó como una multitud de personas sin preparación, algo de lo que los militares de carrera solían quejarse. A la hora de crear ejércitos, los liberales y la opinión pública se iban por las apariencias: preferían contingentes numerosos y llamativos que hicieran “bulto” para intimidar, sin preocuparse tanto por su capacidad militar. En palabras de Manuel Doblado: “fuerza ad terrorem perro que ladra y no tiene dientes”.78 Hubiera sido mejor un ejército modesto con los voluntarios que había, como acostumbraban los conservadores, en lugar de sobrecargar a los oficiales con tantas responsabilidades: vigilar, castigar y obligar a luchar a una multitud de forzados que esperaban la primera oportunidad para escapar o saquear. Un ejército reducido iba a poder ser mejor equipado, alimentado, entrenado, pagado y sería capaz de emprender maniobras arriesgadas.
Recapitulando, Comonfort fue idóneo para formar al ejército del Centro, pero no para comandarlo ni plantear una estrategia, como fue evidente en las marchas y en el campo de batalla, por más que intentó guardar las apariencias. Todo el prestigio que adquirió al organizar su ejército y conducirlo a la capital se esfumó frente a Puebla, primero al ser derrotado en combates que intentó presentar como triunfos y finalmente en el descalabro de San Lorenzo. El combate de Cholula demostró que los rifleros regiomontanos no eran tan buenos como creían y que su confianza y falta de cuidado a sus caballos jugaba en su contra. Los encuentros de Atlixco, San Pablo y San Lorenzo, por su parte, sintetizan todo lo demás: división de mando, problemas organizativos, malas decisiones, falta de pensamiento táctico, desarrollo de estrategias por presión de la opinión pública y, sobre todo, impotencia de esta “masa de hombres” llamada “ejército”. Estos problemas los detectaron sus contemporáneos con temor y en ocasiones en burla, como puede apreciarse en la respuesta del teniente coronel Jesús Lalanne a una pregunta de Francisco P. Troncoso al iniciar el sitio:
-¿Pues para qué están destinadas las fuerzas del general Comonfort?
-Para todo y para nada, me respondió muy formalmente. A esta respuesta, que comprendí bien, reí hasta más no poder.79