INTRODUCCIÓN
El general Bernardo Reyes fue el representante más significativo de los “gobernadores y jefes militares de la primera época porfirista”,1 debido a que tuvo una fuerte “base de poder en el norte […], el apoyo dentro del Ejército [y la] prominencia y popularidad” de un político presidenciable.2 Desde inicios del Porfiriato (1876-1911), gracias a sus conexiones familiares, a la profunda lealtad que le profesó a Porfirio Díaz y, esencialmente, a sus dotes de estratega, se mantuvo activo en el sistema político por más de dos décadas, alcanzando importantes posiciones dentro de la estructura estatal porfirista, desde comandante militar de tropas federales y gobernador de Nuevo León, hasta secretario de Guerra y Marina.3 Además, con la aprobación presidencial, a lo largo de esos años estuvo al frente de los asuntos político-militares no sólo de la entidad que gobernó, sino también de otros estados fronterizos como Tamaulipas y Coahuila.
Desde sus dominios, organizó e intervino en procesos electorales, manipuló a funcionarios públicos, implementó y desarrolló políticas públicas; pero, sobre todo, controló el poder de caciques y caudillos, persiguió a grupos criminales y hostigó a disidentes políticos que ponían en riesgo la estabilidad del régimen. Por esa razón, fue considerado por sus contemporáneos como un procónsul del presidente en el noreste, es decir, la figura que representaba y procuraba los intereses del poder central en la zona.4
Precisamente en aras de nulificar o erradicar a los adversarios políticos, para este trabajo de investigación, se deduce que Bernardo Reyes construyó una red sociopolítica durante el periodo que gobernó en la frontera noreste y que, a través de ella, echó mano de tácticas de espionaje para captar y procesar información de alto valor.5 Esta hipótesis agrega una nueva conceptualización al papel que desempeñó dicho personaje en el Estado porfirista: el propósito es definirlo también como un “maestro de espías” que operó una parte importante del sistema de espionaje que estaba al servicio de Porfirio Díaz.6
Por ende, la idea central que aquí se propone analizar contrasta con lo expuesto por los investigadores Otto Cáceres y Lucía Jasso en su libro Los servicios de inteligencia en México, ya que afirman que en “el Porfiriato, el sistema de espionaje fue coordinado por Enrique Creel [quien] recababa y organizaba información a partir de varias agencias privadas de detectives, misma que distribuía a los canales oficiales, tanto en México como en Washington […]”.7
Aunque Creel fue un político distinguido dentro de Los Científicos, éste difícilmente pudo haberse encargado de manejar todo el espionaje porfirista a nivel nacional. Una de las causas es que, dado su origen civil, no disponía directamente de militares, quienes eran los elementos prominentes en la mayoría de las fuerzas públicas del país. Además, su salto al escenario central de la política se dio hasta pasado el primer lustro del siglo XX, momento en el cual Reyes ya llevaba cerca de 30 años contribuyendo en la construcción de redes de espías.
Esto no supone que Reyes pueda ser ubicado como el líder absoluto del sistema de espionaje porfirista, porque quien asumió ese rol fue Díaz en persona. Lo que sí es viable, sin embargo, es que se le pueda considerar como un especialista en la organización de agentes secretos, al cual el presidente requería continuamente.
Una de las premisas identificadas para sustentar la hipótesis de la investigación fue la afirmación hecha por Eberhardt Niemeyer Jr. en la biografía que elaboró sobre el gobernador neoleonés. En ella se dice que, dentro del contexto sobre la persecución al grupo disidente montado por Catarino E. Garza al sur de Texas, Reyes, “gracias a su eficiente sistema de espionaje […], estuvo constantemente informado de los planes” que tenían los rebeldes, por lo que, cada vez que éstos intentaron incursionar hacia los poblados de la línea fronteriza, “inmediatamente” fueron sorprendidos por “las tropas [...] que frustraban sus esfuerzos […]”.8
Para reforzar lo aseverado en dicha biografía, se procedió a ejecutar una búsqueda en la correspondencia privada de Reyes, constatando así que Díaz otorgó financiamiento para la organización de espías, tanto en México como en suelo estadounidense. La prueba de ello se localizó en una solicitud hecha por Reyes en donde explicó que había “mandado a pagar […] los gastos […] para el espionaje […] establecido en Estados Unidos”, por lo que pedía una reintegración de los fondos que había tomado de la tesorería de Nuevo León.9 En esa carta, se detalló el nombre de los agentes, su ubicación y la cantidad de dinero que recibieron. Cabe mencionar que Díaz, al poco tiempo de recibir el requerimiento, confirmó que se haría reponer prontamente el recurso utilizado.10
Rastreando la temática del espionaje en la historiografía del Porfiriato, se llegó a la conclusión de que, aunque no se ha realizado ninguna investigación que estudie ese fenómeno a gran escala ligado a la construcción de redes políticas y centrándose exclusivamente en esa temporalidad, hay trabajos que han dejado algunas premisas.
Una clara referencia se puede encontrar con Daniel Cosío Villegas, en la Historia moderna de México, ya que describió varios hechos donde se vieron involucrados espías; uno de ellos se suscitó en la primera presidencia de Díaz, cuando se encaminaron operaciones secretas contra los lerdistas que planeaban una insurrección para recuperar el poder en 1878.11 Otro caso similar es la investigación de Carlos Granados que rescata la forma en cómo se planeó un espionaje binacional entre los gobiernos de México y Estados Unidos para contener a los magonistas y anarquistas durante los años de 1906 a 1909,12 tomando como referencia principal los hallazgos de William Dirk Raat acerca de las agencias norteamericanas que participaron en la vigilancia contra grupos subversivos mexicanos.13
Metodología implementada
A partir de esos antecedentes historiográficos, se revisa el caso de Bernardo Reyes como maestro de espías,14 y se aplica la metodología del análisis de redes sociales para obtener un acercamiento conciso que permita vislumbrar cómo se articulaba dicha estructura de espionaje, quiénes la conformaban, de qué instituciones provenían, cuáles eran sus objetivos, en qué espacios geográficos operaban, de qué artificios hacían uso y cómo evolucionaron las relaciones de poder entre los diferentes actores involucrados.15
Los testimonios primarios que nutren el caso se encuentran en el Archivo del General Bernardo Reyes (en adelante AGBR-CEHM). A manera de contraste, varios de sus manuscritos se cotejaron con otros documentos pertenecientes a la Colección Porfirio Díaz (en adelante CPD-UI). En cuanto a la información de índole militar, se accesó a materiales del Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (en adelante AHSDN).
En dichos fondos, se hizo una revisión de cartas, telegramas, copiadores y expedientes, identificados mediante la aplicación de palabras clave de búsqueda y nombres de personajes relevantes, con la intención de extraer información con algún tipo de contenido relacionado con el espionaje, que se colocó en una base de datos para su posterior estudio.16
A pesar de que se podría interpretar que “el problema de estudiar a espías y agentes secretos es que únicamente los que cometieron errores” fueron los que dejaron evidencia de su trabajo,17 sólo en las misivas de Reyes se detectaron cerca de 775 documentos (fechados entre 1882 y 1909) que hacen alusión a sucesos donde el espionaje está presente, ya sea de forma sutil e incluso con referencias directas y no precisamente revelados por una cuestión de fallos o imprudencias, sino porque están explícitas las acciones secretas ejecutadas, comunicadas en partes que eran enviados a Palacio Nacional para conocimiento de Díaz.
¿QUIÉNES ERAN ESPIADOS POR BERNARDO REYES?
Después de realizar un análisis de contenido sobre los documentos seleccionados, se pudo distinguir tres grandes categorías en función de los objetivos hacia los cuales se dirigían las operaciones reservadas de vigilancia política que eran coordinadas por Reyes. La categorización propuesta está estructurada de la siguiente manera: caciques, opositores políticos y criminales; todos ellos ubicados en la región comprendida por Tamaulipas, Coahuila y Nuevo León.
Espionaje contra los caciques
El noreste era dominado por antiguos caudillos locales que se habían ganado su posición política y económica gracias a las proezas logradas en las guerras decimonónicas, o bien, porque se habían unido a la revuelta de Tuxtepec de 1876. Cuando éstos mostraron aspiraciones presidenciales, intentaron desligarse del porfirismo y dejaron de inspirar confianza, Díaz los comenzó a ver como una amenaza potencial. Fue entonces que decidió enviar al general Reyes para que hiciera trabajos de vigilancia secreta que buscaban, al menos, disminuir la influencia de los caciques en la política regional a través de la nulificación de su círculo de colaboradores, entre los que se encontraban militares, civiles y hasta reconocidos criminales.
Desde que Reyes llegó a Nuevo León a finales de 1885 y hasta que partió al exilio hacia Europa en 1909, constantemente empleó múltiples tácticas para espiar a los líderes que el gobierno tenía identificados bajo la sospecha de no ser leales al régimen. Entre los objetivos notables destacaron la asociación de los generales Gerónimo Treviño y Francisco Naranjo, los exgobernadores Lázaro Garza Ayala, José María Garza Galán y Genaro Garza García, el veterano general Mariano Escobedo e, incluso, los clanes familiares de los Madero, los Carranza y los Zuazua.
Especialmente, Treviño y Naranjo fueron espiados sistemáticamente por agentes secretos durante más de 20 años, porque eran individuos que gozaban de apoyo popular en sus comunidades y, además, tenían sobrada experiencia militar; ambas, características necesarias para levantar una insurrección armada. El espionaje no sólo se limitaba a ellos, sino que se expandía hacia sus principales cómplices, que eran Francisco Estrada, Ponciano Cisneros, Eufemio Sánchez, Jesús Alegría y los hermanos Juan y Carlos Zuazua, todos ellos militares a excepción del último.18 Incluso, ya entrado el siglo XX, los hijos de Naranjo fueron vigilados porque se vieron involucrados, junto con los Flores Magón, en actividades subversivas, organizando clubes políticos y fomentando enardecidos debates públicos.19
El procónsul dispuso una inspección activa en los lugares que funcionaban como centro de operaciones para estos dos caciques. Treviño tenía una hacienda en La Babia, Coahuila, mientras que Naranjo residía en Lampazos, Nuevo León. También se colocaron observadores en poblados sureños de Estados Unidos, como Nueva Orleans, Laredo, Eagle Pass o San Antonio, porque dichos generales solían cruzar hacia esos rumbos, aparentemente, para atender negocios o asuntos particulares, cosa que levantaba serias sospechas en Reyes, quien a menudo expresaba su opinión a Díaz acerca de estos movimientos.20
Por ejemplo, se le ordenó al general Francisco María Ramírez, estando apostado en Saltillo, que vigilara la conducta de Treviño, poniendo atención concretamente en identificar cuáles eran los lugares donde se alojaba y con quiénes sostenía reuniones.21 También se usó a un pagador de Hacienda, apellidado Barrios, quien, con el pretexto de ir a visitar a su padre que vivía en Nueva Orleans, aprovechó para rastrear algunas transacciones de Naranjo.22 Hasta Díaz llegó a indicarle a Reyes que colocara a un agente encubierto en el círculo íntimo de Treviño que se hiciera pasar como su secretario personal para no levantar desconfianza.23
En 1889, Naranjo se quejó directamente con Porfirio Díaz, argumentando que por conducto de Reyes, el coronel Ramón Terán y el general José del Valle lo tenían espiado a cualquier hora del día.24 Aunque se negó la acusación, lo cierto era que Reyes tenía motivos fundados para querer conocer todo lo que hacía su enemigo. Varios años después, concretamente en 1902, Terán, ahora convertido en general, seguía observando “la conducta del citado Jefe”, descubriendo que se entendía con Francisco Reyes, Jesús María Cerda y Luis G. Vázquez, personajes que eran reconocidos opositores políticos, con el fin de lograr ser nombrado candidato a gobernador de Nuevo León.25
El otro militar de peligro era Mariano Escobedo, con quien Díaz sostenía una especie de rivalidad política desde los tiempos en que juntos combatían a franceses y conservadores. Escobedo, oriundo de Nuevo León, aunque no residía ahí, asiduamente realizaba viajes hacia la frontera para visitar a amigos y colaboradores. Cada vez que éste llegaba a la zona, Reyes se comunicaba con el presidente para darle detalle de sus actividades, con quién se había reunido y por cuáles rumbos había transitado.
Un exgobernador neoleonés, Lázaro Garza Ayala, era aliado íntimo de Escobedo. Gracias a los espías reyistas, se supo que sostenían una comunicación constante por correo, en donde a través de sus charlas epistolares salían a relucir algunas conexiones con el general Ignacio Martínez, un antiguo tuxtepecano que también se inclinaba al antiporfirismo. Reyes le explicó a Díaz que, para obtener esa información, se había valido de personas de confianza que siguieron los pasos de Garza Ayala y, en el proceso, obtuvieron acceso a “sus conversaciones con antiguos amigos suyos” e interceptaron “algunas de sus cartas” personales.26
Así mismo, en Coahuila, había diversos grupos influyentes que daban soporte al general Escobedo. La familia de Jesús Carranza era una de ellas. Por lo tanto, algunos miembros de ese núcleo también fueron objeto del espionaje. En una ocasión, Reyes notificó a Palacio Nacional que Sebastián Carranza se dirigía a la ciudad de México; sugirió que era conveniente que a dicho individuo se le mantuviera vigilado “para saber si tiene algunas conexiones [con Escobedo]”, y para esta tarea debía ser “posible [comisionar] a persona apropiada para profundizar” en el asunto.27 El acecho a este clan se extendió hasta finales del siglo xix abarcando también a Emilio y Venustiano Carranza, de quienes se temía que pudieran ser manipulados por Evaristo Madero y Francisco Naranjo.28
Es menester evidenciar que el general Reyes, en persona, actuó varias veces como un espía cuando se reunía con Escobedo, procurando en cada conversación poder extraerle algunas ideas o pensamientos que permitieran vislumbrar sus intenciones. Cuando en 1892 se discutía el asunto de la reelección presidencial, Reyes confesó que había observado a Escobedo muy “reticente” e “inquieto”, como si estuviera “en el desempeño de una gran misión”; es decir, mostraba ansiosamente que quizá traía un plan entre manos para intentar insubordinar a la población, cosa que ya había procurado en el pasado.29
Otro caso similar se dio en 1898, justo cuando el presidente visitó Monterrey acompañado por sus ministros y una comitiva especial, en la que estaba el propio Escobedo. Desde la ciudad de México, Rafael Chousal, secretario particular de Porfirio Díaz, “uno de los [más importantes] operadores políticos del régimen”,30 envío instrucciones a Reyes para que entretejiera la manera ideal de provocar una conversación íntima con Escobedo con tal de extraerle información que pudiera interesarle a Díaz. El pretexto sería invitarlo a que se quedara en casa de Reyes mientras durara su estancia en Nuevo León. Chousal se mostró insistente, preguntando por telegrama cifrado si la presa había caído en la trampa, pero, para el infortunio de éste, a pesar de que Reyes mandó la invitación, Escobedo nunca contestó.31
Respecto a los Madero, los informantes reyistas de Coahuila captaron datos sobre su labor política y, más aún, después de que a éstos se les ayudó a quitar de la gubernatura coahuilense a José María Garza Galán, una acción que por supuesto había sido aprobada desde Palacio Nacional. De hecho, probablemente Reyes fue uno de los primeros individuos que le notificó a Díaz sobre los inquietantes movimientos de un miembro de dicha familia, el joven Francisco I. Madero, futuro iniciador de la Revolución mexicana. Una muestra, en 1905, fue cuando envió un interesante informe donde detalló que el posible agitador dirigía la empresa de su padre, que se había “excitado mucho en la cuestión electoral”, incluso presidiendo un “club oposicionista” en San Pedro con varios partidarios y, sobre todo, que era poseedor de un “impresionable temperamento”. Además, hasta se dio el lujo de criticar el aspecto físico de su vigilado, diciendo que, a diferencia de otros Madero, éste era “raquítico y notablemente feo”.32
Espionaje contra opositores políticos
Los grupos políticos abiertamente declarados antiporfiristas que buscaban derrocar al gobierno mediante una insurrección armada, en su mayoría, operaron desde el exilio en los principales estados del sur de Estados Unidos, como Texas, Luisiana y California; pero también los hubo al interior de México, los cuales aumentaron considerablemente durante los últimos años del Porfiriato. Por consiguiente, sus incursiones guerrilleras y su propaganda política tenían una vía directa a través de la frontera noreste, zona dominada por Reyes que, a toda costa, los combatió para evitar su madurez y proliferación. Además, varios de estos movimientos, en algún momento, fueron apoyados por ciertos caciques fronterizos que estaban incómodos con la presencia del procónsul.
En particular, hubo dos amenazas políticas que demandaron serios esfuerzos en la aplicación de tácticas de espionaje, tanto por el riesgo de que pudieran provocar una insurrección a escala nacional, como porque su existencia desprestigiaba la imagen pública del Estado porfirista frente a Estados Unidos y Europa. Los referidos son los constitucionalistas y los magonistas.33 Los primeros operaron en Texas entre 1886 y 1893, agrupados por Ignacio Martínez, Catarino E. Garza, Francisco Ruíz Sandoval, Paulino Martínez y Justo Cárdenas, quienes eran periodistas y deseaban el restablecimiento radical de la Constitución de 1857. Los segundos estuvieron activos desde 1900, conformados por intelectuales anarquistas y socialistas como Enrique y Ricardo Flores Magón, Camilo Arriaga, Antonio I. Villarreal y otros, que difundieron su ideología por el Bajío y la franja fronteriza del sur estadounidense.34
Para neutralizar a los constitucionalistas, Reyes organizó con su cuerpo de jefes y oficiales las operaciones reservadas para indagar datos con anticipación respecto a los lugares donde atacarían las partidas rebeldes, quiénes los financiaban y en qué ubicaciones se escondían los cabecillas. En dichas tareas también se sumaron a la red de espías cónsules mexicanos, autoridades estadounidenses y hasta excontrabandistas. En las propias palabras del gobernador de Nuevo León, había construido un “servicio secreto” que iba “ampliándose más cada día”, con el “principal objeto [de] estar al corriente de las maquinaciones de los agitadores […]”.35
El jefe de la policía de Laredo, Texas, Eugenio Iglesias, fue uno de los informantes extranjeros reclutados; vigiló las reuniones que sostenían personas sospechosas ligadas a Catarino Garza e incluso, en conjunto con el coronel Luis Cerón, montó un operativo en donde se logró la captura de Ruiz Sandoval en 1891.36 Otro agente de características similares fue el sheriff del condado texano de Zapata, Robert Haynes, quien apoyó a Reyes enviando “dos agentes de su confianza [a] introducirse en los conspiradores, apareciendo como compañeros de ellos” para tener detalle sobre los planes de los constitucionalistas.37 También, por medio de Iglesias y del mayor José F. Brosig, se llegó a contratar los servicios de un detective privado en Nueva Orleans, apellidado Boylan, para investigar la compra de armamento por parte de los disidentes.38
En cuanto a los miembros del servicio exterior mexicano, Reyes siempre se apoyó en ellos para solicitar información clasificada y reservada de las personas sospechosas alojadas en Estados Unidos, tanto nacionales como extranjeras.39 El cónsul Plutarco Ornelas fue un asiduo productor de espionaje para Reyes, ya que estuvo siguiendo la pista de varios conspiradores que residían en Texas, poniendo especial esfuerzo en dar con el paradero de Garza, revisar la actividad periodística de Paulino Martínez y vigilar que Ruiz Sandoval no se viera involucrado en alguna gavilla.40
Reyes aplicó un método recurrente al espiar a los constitucionalistas: incorporaba a ciudadanos comunes para las labores de espionaje. Existen dos ejemplos que pueden esclarecer el punto anterior. En 1888, se reclutó como informante al barbero personal de Ignacio Martínez en Laredo, quien también le ayudaba a administrar su correspondencia y a atender diligencias de su sociedad mutualista.41 En 1892, a petición de Díaz, se usó a Enrique Rode, un empleado ferrocarrilero en Estados Unidos, para vigilar estrechamente a un descendiente del exemperador Agustín de Iturbide en sus reuniones y viajes, porque se temía que éste fuera uno de los que proporcionaba recursos económicos a los rebeldes.42
También figura un periodista de Laredo, llamado León A. Obregón, que a la par de administrar su periódico El Cronista Mexicano desempeñaba trabajos de vigilancia hacia los opositores que había dentro de su gremio; incluso se le llegó a comisionar el seguimiento de Emeterio Garza, hermano de Catarino Garza, cuando éste último se transformó en el principal líder del movimiento tras el asesinato del general Martínez.43
Tomando como punto de referencia la muerte de Martínez a manos de unos pistoleros no identificados, suceso que, aun cuando “hay evidencia de que los agentes de Reyes fueron los asesinos, no hay ninguna prueba que lo corrobora”,44 se puede traer a colación la presencia misteriosa de un agente reyista: el alférez Manuel Aldrete. Este individuo fue acusado por los constitucionales de haber sido uno de los ejecutores de Martínez, pero Reyes siempre se empeñó en desmentir tal aseveración, proporcionándole una protección privilegiada a ese militar de bajo rango.45 De hecho, en los primeros días de 1891, el general Ignacio M. Escudero, oficial mayor de la secretaría de Guerra, solicitó que se le aclarara la posición de Aldrete, teniéndolo registrado como un capitán del 13vo regimiento, asunto que se negó, comunicando que dicho individuo no era más que un “simple comisionado” del gobierno neoleonés.46 Lo cierto es que Aldrete funcionó como un espia especial del procónsul en numerosos encargos bajo las órdenes del general Lorenzo García y del coronel Cerón en la persecución de los constitucionalistas y las bandas criminales.47
Para el siglo XX, ya en el contexto del hostigamiento hacia los magonistas, parece ser que la estructura de espionaje reyista redujo su amplitud y ya no tenía una base castrense, sino que, con la creación de cuerpos de seguridad pública más sólidos, los policías fueron el principal instrumento junto con los cónsules; aunque esto no significó que los militares bajo las órdenes de Bernardo Reyes dejaran de espiar.
Camilo Arriaga, diputado en San Luis Potosí, por su actividad oposicionista y conexiones con anarquistas, fue uno de los primeros magonistas a quien se le vigiló secretamente. Ya desde 1898 se sabía cuál era el contenido de sus conversaciones privadas, pues su cuñado, el mayor Ignacio J. Mendoza, sirvió como oyente al servicio de Reyes.48 Dicho oficial también notificó a su superior que Arriaga había alojado en su domicilio al general Treviño en un viaje de visita.49 Hasta el gobernador potosino, el ingeniero Blas Escontría, le compartió información valiosa que había obtenido por sus fuerzas locales; comentó que Arriaga tenía interacción con el periódico Regeneración y, además, se entendía con otro viejo enemigo, el general Naranjo.50
Dicho diputado disidente terminaría fundando una agrupación política llamada Club Ponciano Arriaga y, cuando se exilió a Texas, las reuniones de esta organización siguieron activas con los demás renegados que habían emigrado a esa ciudad. Para estar al tanto de quiénes participaban y cuáles eran los temas tratados en las charlas, Reyes insertó a un infiltrado llamado Marcial Muñoz, quien averiguó el nombre de los concurrentes y su posición dentro de los debates.51
Una vez que se formó en 1905 la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano en Misuri, Estados Unidos, el flujo de ideas antiporfiristas comenzó a proliferar en todo el noreste mexicano: nacieron organizaciones políticas, se fundaron periódicos subversivos y, con más frecuencia, había individuos que se reunían a conspirar en contra del gobierno. El general Díaz junto a Ramón Corral, quien desempeñaba los cargos de vicepresidente y secretario de Gobernación al mismo tiempo, fue enviando información de sospechosos a Reyes con la determinante orden de que pusiera su red de espionaje a realizar las indagaciones necesarias para eliminarlos.
Díaz compartió una lista de “elementos revolucionarios” que integraban una posible sublevación en Tamaulipas52 y, en menos de un mes, “después de hacer preguntas por distintos conductos”, Reyes ya tenía recabados todos los informes sobre los 20 sospechosos.53 Asimismo, Corral hacía llegar a Nuevo León algunas cartas de Ricardo Flores Magón, interceptadas o decomisadas, que tenían por destinatario diversos colaboradores;54 por tanto, se le solicitó al general Reyes que vigilara a los personajes implicados en las comunicaciones epistolares y diera pronto aviso de los datos obtenidos, en concreto, sobre Silvestre Garza, Nicanor Villarreal, Casimiro H. Regalado y el teniente coronel Francisco Garza Pérez.
Sobre Silvestre Garza se supo que repartía “periódicos protestantes”, pero que su timidez y poca influencia social hacían que no tuviera “molde de revolucionario”; de cualquier forma, Reyes asignó que se le vigilara cuidadosamente e, incluso, comentó a Corral que, “si se llegara al extremo”, emprendería la intercepción de su correo.55 En cuanto a Nicanor Villarreal, se le tenía “bien vigilado por la policía” debido a que Silvestre concurría en ocasiones al tendajo que atendía,56 y en el momento en que “la policía secreta” confirmó que éste tenía estrecha relación con Manuel Ramírez, un conspirador magonista, se le apresó e incomunicó.57
Por medio de otra incautación de documentos, los espías localizaron una carta que Casimiro Regalado envió a la Junta Organizacional magonista, enterándose de que dicho operador planeaba dar un golpe armado en Coahuila. 58 Entonces, Reyes se movilizó con prontitud para aprehenderlo y en el proceso confiscó su archivo remitiéndolo a Gobernación para su análisis.59
Finalmente, el oficial Garza Pérez, residente de Lampazos, era señalado como sospechoso de ser cooperador de los hermanos Flores Magón para “organizar el movimiento revolucionario” que estallaría en Nuevo León, según datos adquiridos por agentes de Corral al desencriptar un mensaje.60 Reyes comisionó al exalcalde lampacéense José M. Herrera para vigilar “muy de cerca” al posible magonista, ya que, haciéndose pasar por buen amigo, Garza Pérez mostraba franqueza en las conversaciones que sostenían.61 Mientras Reyes estuvo en el noreste, Garza Pérez no se involucró más en alguna diligencia política, sino hasta bien entrada la Revolución.
Espionaje contra los criminales
Por la relevante actividad económica que tenía el noreste dada su cercanía con Estados Unidos, proliferaron grupos criminales que se dedicaban al bandolerismo y contrabando, asaltando caravanas, robando ganado, incluso, distribuyendo periódicos subversivos, o vendiendo armamento y otros productos ilegales.
Controlar a las partidas delictivas y dar seguridad a las rutas comerciales era menester para el gobierno, ya que de eso dependía, en parte, la relación que sostenía con las autoridades estadounidenses. Por otro lado, la mayoría de estas gavillas recibía financiamiento y apoyo de opositores políticos y caciques no alineados, lo cual se convertía en un problema de orden público. De esta forma, Bernardo Reyes se vio motivado a espiar a los líderes criminales para eficientar su exterminio y así contribuir a la nulificación de las amenazas que ponían en riesgo al régimen.
Casi de manera general, los bandoleros se refugiaban en poblados texanos, instalando allí sus centros de organización, ya que así podían burlar a los militares que los asediaban por la frontera sin la posibilidad de cruzar a territorio extranjero. Debido a esto, las oficinas consulares mexicanas colocadas en Texas funcionaron como enlaces cooperativos para que Reyes pudiera coordinar misiones de espionaje en conjunto con policías y jueces norteamericanos.
Plutarco Ornelas, cónsul en San Antonio, tuvo a su disposición a Pablo Longoria, un agente reyista que le sirvió en “todos los negocios referentes al espionaje de gavillas”,62 y aunque éste formalmente estaba adscrito como soldado auxiliar en el 13vo regimiento de caballería que comandaba el coronel Cerón, en la práctica, Longoria actuaba como una especie de detective reservado en Texas, ya que años atrás había servido en el ejército estadounidense como guía.63 Por ejemplo, en 1894, Reyes ordenó a Ornelas que enviara a su espía a Laredo “para la práctica de diligencias” relacionadas con un delito acontecido dos años atrás en el poblado mexicano de San Ignacio.64 Por el mismo conducto, Longoria ayudó en actividades similares al coronel Francisco de P. Villaseñor que estaba apostado en Nuevo Laredo, Tamaulipas.65
Como ya se ha visto, Reyes comúnmente colocaba infiltrados en las organizaciones y las ligadas al crimen no fueron la excepción. Tenía la ventaja de que en esa época el ejército federal acostumbraba reclutar por medio de la leva, y esto incidía en que los cuerpos tuvieran entre sus filas a forajidos y contrabandistas de poca monta que habían sido capturados principalmente por la policía rural. Al tener bajo sus órdenes a individuos de estas características, era más benéfico utilizarlos para que, haciéndose pasar nuevamente como delincuentes, pudieran introducirse a diferentes grupos y proporcionar información de sus actividades.66
En evidencia de lo anterior, Reyes ordenó al mayor Jesús Mancilla que dentro de sus tropas consiguiera a “dos ó tres” antiguos contrabandistas que conocieran a Santiago Montemayor, un jefe criminal, para que desempeñaran espionaje a su favor; debía enviarlos a Texas para que “con el pretexto del contrabando, […] se unieran con la bola, […] a fin de que con oportunidad pudieran [dar] cuenta del momento en que quisieran [venir] hacia México”.67
Este proceso también podía realizarse a la inversa, como le sucedió a Bonifacio Martínez, alias el Coyote, a quien el propio Reyes calificaba como su “agente reservado”, el cual tenía “bajo su dependencia a tres individuos semejantes a él”, entre los que destacaba un bandolero apodado El Romito.68 Cuando Bonifacio y su pequeña red fueron descubiertos por los espiados, para garantizar que se siguieran “utilizando [sus] servicios”, se giró una solicitud al general Lorenzo García para que los diera de alta en un cuerpo auxiliar tamaulipeco.69
Se debe puntualizar el aspecto de que Reyes actuó con severidad en la neutralización de criminales, conducta que aligeró con sus enemigos políticos. Para finales de 1886, Mauricio Cruz y Juan Rodríguez, dos de los bandoleros más famosos que asolaban Nuevo León, fueron abatidos en combate por militares.70 En un caso más escandaloso, para octubre de 1891 cruzaron a México tres bandoleros provenientes de Rio Grande City, Texas; éstos tenían nexos con los constitucionalistas, por lo que cuando fueron sorprendidos en territorio nacional, se les fusiló inmediatamente.71 Por el revuelo ocasionado en la prensa nacional ante las ejecuciones, Díaz tuvo que sugerirle a Reyes que, sin dar signos de debilidad, debía “aflojar un poco el puño [pero] sin decirlo” para intentar calmar los ánimos.72
El principal agente reyista en la persecución de gavillas fue el mayor Mancilla. Este militar, durante casi toda la última década del siglo XIX se distinguió por dirigir operaciones de espionaje contra delincuentes y sus familiares,73 organizar comisionados en trabajos reservados,74 investigar homicidios,75 y también, ejecutar a varios forajidos, como lo hizo con Santos Basaldúa y Néstor Jiménez.76 Respecto al último contrabandista, aparte de su actividad criminal, era hostigado porque había dado muerte a dos elementos de la secretaría de Hacienda que lo perseguían.77 Finalmente, cuando la gendarmería fiscal de Nuevo León capturó a Jiménez, éste fue puesto a disposición de Mancilla, quien posteriormente lo exterminó. Reyes dejó pruebas expresas de la orden de asesinato, en donde dispuso que, en el momento en que Jiménez fuera trasladado al cuartel general, “sobre el camino” lo fusilaran sin juicio previo “aparentando fuga […]”.78
El contrabando fronterizo también fue practicado por militares porfiristas, a los cuales, de igual forma, se les aplicó espionaje para delatar sus negocios ilícitos. Los más asiduos a practicar este delito fueron los pertenecientes al grupo cercano de la dupla caciquil de Treviño-Naranjo que tenía su centro de influencia en Nuevo León.
Al general Ponciano Cisneros se le colocó una vigilancia permanente y se investigaron sus antecedentes, descubriendo que mientras desempeñaba la jefatura de un cuerpo de rurales se aprovechó de su posición para organizar un contrabando utilizando a sus propios soldados.79 En cuanto al general Francisco Estrada, se sabía que dicho individuo delegaba a “contrabandistas que están a su servicio” la administración de su correspondencia para protegerse de cualquier implicación en asuntos turbios.80
Otro militar con quien Reyes tenía un particular desafecto era el coronel Nieves Hernández, porque además de servir como conexión entre los constitucionalistas y las milicias inconformes, protegía a células de contrabandistas anticipándoles los movimientos de su tropa, o bien, no perseguía con la energía esperada a las gavillas. El procónsul ordenó al general Eulalio Vela que vigilara a Hernández y, gracias a esos trabajos, se encontró evidencia de que éste junto con el coronel Jesús Alegría, ambos amigos cercanos a Estrada, daban seguridad a Mariano Reséndes, un jefe contrabandista.81 Incluso, el anteriormente citado alférez Manuel Aldrete estuvo asignado en tareas de espionaje contra dicho coronel insubordinado.82 Quien hacía más evidente sus vínculos con el contrabando era el teniente coronel Juan Zuazua, quien tenía de cómplice a un hermano suyo. Los Zuazua, originarios de Lampazos al igual que Francisco Naranjo, se conducían prácticamente como un clan familiar delictivo. Reyes obtuvo información donde se le aseguraba que por el desierto localizado entre Nuevo Laredo y Piedras Negras estaba instalada la ruta por donde éstos movilizaban su contrabando y comercializaban armas.83 Los espías apostados en Texas ya habían reportado a su superior que los Zuazua organizaban reuniones “de contrabandistas y bandidos” para que sostuvieran “conferencias con Naranjo”, quien para ese entonces estaba tentando la idea de encauzar una insurrección contra del gobierno.84
Aunque para finales de 1895 ya se había logrado controlar a los Zuazua, Reyes no desarticuló el espionaje focalizado a esta familia y, una vez que pudo incrustar a sus agentes en las autoridades de Lampazos, particularmente en las alcaldías y cuerpos policiacos, todavía en los primeros años del siglo XX seguía recibiendo informes de la actividad de sus miembros.85
LA RED REYISTA DE ESPIONAJE
Con las muestras citadas respecto a la categorización de los objetivos del espionaje, se puede tener una aproximación hacia la configuración nodal de la red sociopolítica que desarrolló, organizó y operó Bernardo Reyes en su papel de maestro de espías. Para efecto de ese estudio, la configuración nodal se refiere a los puntos de unión del entretejido de actores que interactúan en la red, que están aglomerados jerárquicamente en niveles primarios, secundarios y terciarios, acordes con su nivel de colaboración en operaciones de espionaje.86
Hay que aclarar que Reyes se aprovechó especialmente de las instituciones gubernamentales que conformaban al Estado porfirista, pero también obtuvo apoyo disperso de la población partidaria al régimen que era ajena al aparato gubernamental. Desde su base principal, el gobierno de Nuevo León tomó recursos y elementos pertenecientes a otras autoridades locales de la región y de diferentes secretarías del Poder Ejecutivo federal; todo esto en sintonía con la política sostenida por el presidente Díaz que consistía en obtener toda la información posible, fuera verídica o inverosímil, para prevenir y anticiparse a los peligros.87
Existen varios documentos en el archivo de Reyes que muestran la identidad de sus agentes, al menos sobre los más relevantes, porque es necesario dilucidar que hay casos donde únicamente se mencionan a “comisionados” y “agentes secretos”, dejando en reserva los nombres de los individuos referidos. Los actores que sí están identificados, para el caso de esta investigación, son los nodos que integran la parte visible de la red; y haciendo un análisis interpretativo, de acuerdo con la cantidad y grado de importancia de las operaciones secretas asignadas a cada agente (en función de las que hay evidencia documental), es el nivel jerárquico que tienen fijado dentro de ella.
En el cuadro 1 se muestra la lista de integrantes de cada uno de los tres niveles nodales de la red.88
Nodos primarios | Nodos secundarios | Nodos terciarios | |||
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Nombre | Ocupación | Nombre | Ocupación | Nombre | Ocupación |
Luis Cerón | Militar | José F. Brosig | Militar | José del Valle | Militar |
Ramón Terán | Militar | Alejandro F. Hernández | Militar | Francisco Ma. Ramírez | Militar |
Jesús Mancilla | Militar | Emiliano Lojero | Militar | Ignacio J. Mendoza | Militar |
Plutarco Ornelas | Cónsul | Eulalio Vela | Militar | Francisco de P. Villaseñor | Militar |
Blas Escontría | Gobernador | Lorenzo García | Militar | Rafael Barrios | Cónsul |
José María Garza Galán | Gobernador | Pablo Longoria | Militar | José M. Herrera | Funcionario |
Alejandro Prieto | Gobernador | Manuel Aldrete | Militar | Barrios | Funcionario |
Eugenio Iglesias | Policía | Boylan | Policía | ||
León A. Obregón | Periodista | Robert Haynes | Policía | ||
Bonifacio Martínez | Contrabandista | Enrique Rode | No identificado | ||
Charles C. Pierce | Abogado | Marcial Muñoz | No identificado |
FUENTE: elaboración propia con datos del Archivo del General Bernardo Reyes y Colección Porfirio Díaz.
Como se observa, los individuos de origen castrense fueron mayoría en la composición de la red, cosa natural dada la posición que Reyes ostentaba dentro del ejército. Se puede conjeturar que este maestro de espías confiaba más en las habilidades de los militares, además de que, por doctrina, tenía un control completo sobre ellos, a diferencia de los civiles.
Es significativo que sus tres principales agentes, Terán, Mancilla y Cerón, por sus exitosos servicios en la red, fueron acreedores a estímulos dentro del escalafón militar. Reyes gestionó con Díaz y la secretaría de Guerra algunos ascensos: Terán, que para 1886 era teniente coronel, para inicios del siglo XX ya lucía el rango de general brigadier;89 y Mancilla, un mayor más en el ejército, en 1906 se convirtió en coronel.90
El caso de Cerón fue diferente. Con él no se logró un ascenso a general; de hecho, a pesar de que en 1895 cayó en desgracia porque a raíz de una inspección se le encontraron faltas administrativas cometidas en el 13vo regimiento,91 Reyes pidió personalmente el favor a Felipe B. Berriozábal, general secretario, que a Cerón se le otorgara un puesto en el Consejo de Justicia Militar de Monterrey para sacarlo de la inactividad, y se le concedió el trabajo en 1899.92
Otro militar que disfrutó de las promociones de Reyes fue Manuel Aldrete, quien después de haberle realizado varios servicios con éxito como alférez en el 13vo regimiento, el propio gobernador de Nuevo León pidió directamente a Díaz que a dicho personaje se le considerara para un ascenso al grado inmediato, aun a pesar de que varios años atrás Aldrete, siendo jefe de la policía estatal, obró en su contra cuando tomó las riendas del noreste.93 Ya para diciembre de 1891, este espía figuraba en las comunicaciones como teniente al mando de un grupo de auxiliares.94
En cambio, la relación de Reyes con Garza Galán, gobernador de Coahuila, era ríspida. Al principio, este gobernador fue una de las fuentes principales en el combate a los constitucionalistas, pero cuando Díaz decidió quitarle su favor para complacer a los Madero y Carranza, se le ordenó a Bernardo Reyes que obrara lo necesario para deponerlo. Entonces, Garza Galán evolucionó de nodo primario en la red reyista a objetivo de espionaje, y los encargados de vigilarlo fueron los militares.95 Se puede inferir que esta misma relación se replicó con varios nodos que eran políticos civiles.
UN MAESTRO DE ESPÍAS CLAVE EN EL PORFIRISMO
Es evidente que Reyes conocía el valor estratégico que aportaba la captación de información por medio de artificios secretos y esa directriz se la apropió en el ejercicio de su política. Así lo dejó claro en una carta que dirigió a Porfirio Díaz, donde justificó las razones por las cuales espiaba a Naranjo, Escobedo y Treviño: “Tomo el pulso de todas estas gentes, [porque] siempre he tenido la idea, de que la observación cuando menos sirve de estudio”.96 Pero ¿cómo es que forjó ese ideal?
Antes que nada, Reyes fue un militar por convicción. Prácticamente toda su vida la dedicó al servicio de las armas; tenía 15 años cuando causó alta en la guardia nacional en 1866 como alférez, y fue adscrito a un cuerpo de exploradores perteneciente a la división que comandaba el general Trinidad García de la Cadena.97 Como consecuencia, su experiencia militar la forjó en la guerra contra franceses e imperialistas, conflicto bélico donde proliferó el uso de tácticas de espionaje.
Por ejemplo, es sabido que durante el Sitio de Querétaro en 1867 -hecho donde participaron Reyes, Naranjo, Treviño, Escobedo y otros- el ejército republicano tenía instalado un “sistema de espionaje y contraespionaje” que daba cuenta sobre lo que ocurría dentro de la plaza.98
Por tanto, la gestación de maestros de espías tuvo que darse en esos tiempos para que existiera el manejo de esa clase de redes y Benito Juárez delegó dichas tareas en varios subordinados. Tal vez el caso más significativo fue el del general Plácido Vega, quien también organizó espías en México y Estados Unidos.99 Probablemente en esa coyuntura Reyes aprendió lo relacionado con el espionaje, y ahí le fueron transmitidos conocimientos por medio de sus comandantes, o bien, acercándose a literatura de la época.
Casi cualquier militar decimonónico tenía de referencia los principios tácticos aplicados en las guerras napoleónicas que eran difundidos a través de diferentes libros. De hecho, en 1879 el coronel Rafael Echenique tradujo y editó al español las Máximas de Guerra de Napoleón I para que se conocieran dentro del ejército federal. En ellas, hay apartados que hacen referencia al espionaje y se recomienda a los comandantes la pertinencia de “interrogar al […] administrador de correos, […] enviar espías, apoderarse de las cartas del correo”, para después, “interpretarlas y analizarlas […]”.100 Es viable que este texto haya sido consultado en algún momento por Reyes, ya que hay rastros que orientan a pensar que él fue un admirador del exemperador corso.101
En 1877, convertido ya en coronel, fue miembro del Estado Mayor del general Francisco Tolentino quien tenía su centro de operaciones en Jalisco. Una de las misiones que Díaz le encargó a dicho jefe era controlar la situación política de la región y evitar el alzamiento de grupos rebeldes. Para alcanzar la meta, él utilizó el espionaje para vigilar a los sospechosos, lo que hace factible que Reyes haya participado en la organización de esos procedimientos.102 Uno de los acechados, el general José María Alfaro, se quejó con Díaz diciendo que era hostigado por Reyes y, además, que continuamente Tolentino sostenía “reuniones secretas” con otros militares de su división para conspirar en su contra.103
Los primeros indicios que se localizan en su archivo, donde se le acredita espiando a contrarios, es cuando ocupó la comandancia de la Sexta Zona Militar y vigiló al coronel Juan I. Lizalde, al juez Bernardo Ruiz Sandoval y a otros personajes que mostraban tendencias sediciosas en Zacatecas y San Luis Potosí, todos ellos ligados a García de la Cadena, su antiguo comandante.104
Asimismo, un biógrafo de Reyes, Artemio Benavides, afirma que ya en los primeros años de la República restaurada, este personaje empeñó misiones de correo secreto, ganándose el reconocimiento del cuerpo en donde prestaba servicio.105 Por otro lado, Paco I. Taibo II expuso que, durante la investigación que desempeñó para realizar una biografía de Mariano Escobedo, halló evidencia donde vislumbró que cuando el viejo general falleció en mayo de 1902 en la ciudad de México, Bernardo Reyes, entonces ministro de Guerra, fue comisionado por Díaz para ir con la policía secreta de la capital al domicilio del difunto a extraer su fondo documental privado.106
Queda claro que Reyes era un artífice del espionaje con experiencia, lo que le valió personificar una pieza clave en todo el sistema de vigilancia política del porfirismo como maestro de espías. Durante la mayor parte del tiempo que estuvo activo en la política, se empeñó en construir y mantener una red sociopolítica encargada de observar a los enemigos del régimen; reclutó agentes, comandó operaciones secretas, incrustó infiltrados, dio financiamiento a la red, incluso, en algunas ocasiones, él mismo actuó como espía. Su presencia en el noreste fue vital para evitar que una amenaza revolucionaria de mayores proporciones tuviera éxito.
Cuando por intrigas políticas perdió el favor presidencial en 1909, y fue enviado a Europa en un exilio disfrazado, la red reyista fue descabezada, dejando al régimen con una frontera desprotegida. Treviño, el viejo enemigo de Reyes, fue reactivado políticamente por Díaz como jefe militar de la Tercera Zona. Este viejo cacique procedió entonces a desarticular las bases de la red dentro del ejército y en los gobiernos estatales, relegó a varios individuos de sus puestos, y los sustituyó por personas de su confianza.107
Ante esta circunstancia, el antirreeleccionismo comenzó a proliferar con facilidad. Treviño y los demás miembros de su círculo, ya instalados en las principales posiciones de poder, fueron transigentes con la oposición política y dejaron actuar libremente la actividad insurrecta. El espionaje hacia las amenazas políticas del régimen en el noreste era prácticamente nulo e ineficiente y no se pudo contener el estallido revolucionario en la zona fronteriza para 1910. Podemos deducir entonces que el retiro de Bernardo Reyes como maestro de espías abona en las múltiples causas que desencadenaron la Revolución mexicana al norte del país.