I. Introducción
Para edificar su ἱστορίη, cuyo núcleo está formado por la contraposición entre el mundo griego y el bárbaro, Heródoto no sólo investigó los hechos (τὰ γενόμενα) que propiciaron las guerras Médicas, sino que, como lo dice en su Proemio, procuró esclarecer las causas que ocasionaron los enfrentamientos (τὰ τε ἄλλα καὶ δι᾽ ἣν αἰτίην ἐπολέμησαν ἀλλήλοισι). La investigación de las causas requirió de un método complejo para compendiar, jerarquizar e interpretar la información recabada en sus indagaciones sobre las diversas culturas que sometió a examen. Este interés por lo bárbaro, esta condición filobárbara de la cual habló Plutarco,2 supuso una observación de las lenguas de los pueblos no griegos, que, a la vez, despertó un interés por comparar entre sí los datos lingüísticos recogidos para, así, construir un pensamiento descriptivo y reflexivo sobre la propia lengua griega. Con este poderoso estímulo extranjero, mucho antes de que se constituyera en Alejandría la primera filología propiamente científica, inician las primeras manifestaciones, rudimentarias y primerizas, de la ciencia filológica.3
Más allá de todos aquellos pasajes, numerosos por cierto, en los que es posible rastrear preocupaciones genuinamente filológicas en las Historias,4 hay un recurso que recorre la totalidad de la obra de Heródoto y del cual nos vamos a ocupar aquí que, de algún modo, se deriva y es producto de esta introspección filológica. Se trata del tema de los ὀνόματα y sus significados a lo largo de las Historias.
Como se sabe, la etimología en la poesía épica, por nombrarla en términos anacrónicos,5 cumplía una función no meramente incidental y accesoria, sino que en ocasiones llegaba a contribuir de manera poderosa a la construcción de ciertos episodios narrativos y a la caracterización de los personajes.6 Desde Homero, el recurso de la etimología poética, es decir, la construcción de tejidos fónicos que articulan la dicción de los poetas y que descubren de forma explícita vínculos semánticos inusitados entre unos nombres y otros, respondía y alimentaba, desde la perspectiva de la audiencia, aquella antigua creencia sobre el poder mágico de los nombres, sobre cómo el significado inscrito en ellos prefigura y determina el destino de sus portadores (nomen-omen). Dentro de la historia de las concepciones griegas acerca del lenguaje, el caso de Heródoto resulta peculiar. Por una parte, sus investigaciones manifiestan una postura racionalista que preludia los inicios de la ciencia filológica e introduce en el pensamiento griego el estudio de diversas lenguas y la subsecuente reflexión sobre las raíces comunes que podría haber entre ellas.7 Por otra parte, no parece descuidar la función que los nombres y sus significados podían tener para la estructuración narrativa y poética de su obra. En los términos de la antinomia sofística νόμος-φύσις, Heródoto está situado en una posición liminar, entre la racionalidad arcaica y la creciente lógica ilustrada, pues inaugura, por un lado, un método de estudio basado en el conocimiento plural y diverso (νόμῳ) de otras lenguas y culturas, pero no renuncia, por el otro, al efecto artístico de usar narrativamente los nombres de sus personajes como si estos tuvieran un significado natural e intrínseco (φύσει).
Para acceder a la concepción herodotea sobre el lenguaje y al uso artístico que hace de él, es necesario atender no sólo a los lugares en que Heródoto habla sobre el lenguaje de manera explícita, sino también a los mecanismos implícitos en que el uso del lenguaje revela una función determinada de él. La articulación paradigmática de esta concepción tácita sobre el lenguaje se despliega en lo que hemos denominado aquí la etimología poética de los nombres parlantes herodoteos.8 La estructura temática y los acontecimientos de algunos episodios de las Historias descansan en la significación de los nombres de los personajes que intervienen en ellas, con lo cual Heródoto prolonga y pone en práctica las concepciones tradicionales de la cultura griega sobre la motivación eponímica de los nombres, sobre la determinación que instaura el nombre en el destino de su portador. La etimologización, a su vez, puede declararse expresamente, o bien, puede hacerse de manera implícita mediante aliteraciones, paronomasias o juegos de palabras, o por medio de asociaciones semánticas que articulan los episodios en que un personaje actúa y se desarrolla. En este artículo analizaremos algunos casos en los que podemos encontrar etimologizaciones explícitas de los nombres propios, es decir, declaraciones expresas sobre el significado de una serie de apelativos.9
II. Bato: El hijo bastardo-rey y el tartamudo colonizador
En el libro IV de sus Historias, Heródoto se dispone a narrar la expedición militar persa contra Libia, pero antes relata la colonización de la isla de Tera, antes llamada Caliste, llevada a cabo por un tal Teras, gracias al cual la isla recibió su nombre. Teras tenía un hijo del cual se nos comenta esto: “El niño dijo que no navegaría con él, razón por la cual [su padre] le dijo que lo iba a abandonar como a una oveja entre lobos (ὄϊν ἐν λύκοισι); a partir de este dicho le vino al joven el nombre de Eólico (Οἰόλυκος), y casualmente este nombre se impuso” (4.149.1).10
Tenemos aquí una clara etimología-etiología del nombre de Eólico que lo hace derivarse del dicho, por lo demás, bíblicamente famoso,11 que el padre pronunció al haberse negado su hijo a embarcarse con él a la isla de Tera. Según esto, Eólico significaría algo así como “el oveja-lobo” y su portador llevaría este nombre como inscripción de la negativa que dirigió a su padre.12
Un poco más adelante Heródoto prosigue con su narración y nos habla de Bato, uno de los habitantes de la isla de Tera que, según los propios tereos, acompañó a Grino, rey de Tera, a Delfos para consultar al oráculo, el cual le dijo que debía fundar una ciudad en Libia. Siendo muy viejo ya para semejantes encargos, el rey Grino sugirió a la Pitia que encomendara a alguien más la fundación de esa ciudad, teniendo en mente a su compañero Bato. Los tereos no se atrevieron a cumplir el designio oracular, ya que no sabían en dónde se hallaba Libia, razón por la cual sufrieron una terrible sequía que acabó por hacer languidecer, con excepción de uno, todos los árboles de la isla. Es en este contexto que Heródoto nos explica la historia de Frónima, la madre de Bato, mujer cretense que, por una serie de acontecimientos, terminó llegando a Tera en donde un tal Polimnesto la hizo su concubina:
Transcurrido un tiempo nació un niño de habla balbuciente y tartamudo (ἰσχόφωνος καὶ τραυλός), a quien se le puso el nombre de Bato, como los tereos y los cireneos dicen, aunque a mi modo de ver se le puso algún otro nombre que fue cambiado al de Bato una vez que llegaron a Libia, y, por provenir del oráculo de Delfos y del honor ahí otorgado, lo obtuvo como sobrenombre. Pues los libios llaman al rey “bato” (Λίβυες γὰρ βασιλέα βάττον καλέουσι), y por esto creo que la pitia, al estar profetizando, lo llamó en lengua libia (Λιβυκῇ γλώσσῃ), a sabiendas de que sería rey en Libia (εἰδυῖαν ὡς βασιλεὺς ἔσται ἐν Λιβύῃ) (4.155.1-2).
Tenemos aquí reportado el nombre del fundador de Cirene y de la dinastía de los batíadas en un contexto lleno de observaciones onomásticas que merecen comentario. Por una parte, Heródoto trae a colación la denominación libia del sustantivo “rey” (βασιλεύς) que coincide con el nombre del fundador de Cirene; sin embargo, sospecha, al parecer justificadamente, por lo que Píndaro nos hace saber,13 que el nombre original de Bato debió ser otro, ya que esta denominación provino del oráculo en que la Pitia délfica vaticinaba su ulterior estatuto regio. Por otra parte, sucede que este hombre, que se convertiría en el primer rey de Cirene, era tartamudo, lo cual evoca de inmediato el verbo homofónico βατταρίζειν (“tartamudear”), que, de nuevo, coincide semánticamente con la condición balbuceante de dicho personaje.14 El nombre de Bato no sólo está doblemente motivado, sino que está bilingüemente motivado, con lo cual se pone de relieve la ambigüedad de su significado. Ante la doble motivación, helénica por una parte y libia por la otra, Heródoto se decide por la motivación extranjera, ya que ello le permite dotar de sentido al enigma del oráculo délfico:
Pues una vez que él [sc. Bato] se hizo hombre, fue a Delfos para preguntar sobre su voz, y, tras haberla consultado, la Pitia profetizó esto:
“Bato, viniste por tu voz (Βάττ’, ἐπὶ φωνὴν ἦλθες); pero el soberano Febo Apolo te envía a Libia criadora de ovejas como fundador”,
como si dijera, haciendo uso de la lengua griega (Ἑλλάδι γλώσσῃ): “Oh rey, viniste por tu voz” (Ὦ βασιλεῦ, ἐπὶ φωνὴν ἦλθες). Y él respondió esto: “Soberano, yo vine contigo para consultarte sobre mi voz, pero tú me vaticinas otras cosas imposibles, mandándome a Libia para colonizarla; ¿con qué recurso, con qué mano de obra?” Aunque decía esto, no la convenció de dar otra profecía; y como le vaticinaba lo mismo que antes, Bato regresó a Tera, tras abandonarla a la mitad del oráculo (4.155.3-4).
Tenemos aquí la versión cirenaica de la historia que difiere de la versión terea acerca del episodio délfico. En este caso es Bato mismo quien va a Delfos y es a él en persona a quien la Pitia ordena la fundación de Cirene.15 Aquí la Pitia se vale de una palabra presuntamente libia para construir su vaticinio,16 palabra que se convertiría en el sobrenombre definitivo del fundador de Cirene, cuyo nombre original, como Píndaro declara, era Aristóteles. Bato no sólo lleva en su nombre el defecto de su voz, imperfección que constituye la razón misma por la cual se dirigirá a Delfos, sino que también lleva en su nombre su destino: el tartamudo Aristóteles-Bato devendrá rey, conversión mediada por el cambio de nombre y por el cambio de significado del mismo nombre de la esfera griega a la esfera libia. Bato-tartamudo, el hijo bastardo de Tera, devendrá Bato-rey, héroe fundador de Cirene. En Libia, paradigma de lo bárbaro e incivilizado, mundo plural17 de precariedad lingüística,18 en el que nadie se entiende con nadie, en donde reinan las bestias y la desolación desértica se extiende con brutalidad,19 sólo ahí es posible que se efectúe semejante transmutación de las posiciones sociales, que el hijo bastardo se convierta en rey y que el tartamudo se vuelva colonizador.20 En Libia, el innegable mundo al revés, los valores onomásticos griegos presencian su máximo grado de tergiversación.21 Solamente en Libia:
Existen los únicos hombres anónimos que conocemos; como agrupación tienen el nombre de Atarantes, pero para cada uno de ellos no hay ningún nombre (4.184.1).
οἳ ἀνώνυμοί εἰσι μοῦνοι ἀνθρώπων τῶν ἡμεῖς ἴδμεν· ἁλέσι μὲν γάρ σφί ἐστι Ἀτάραντες οὔνομα, ἑνὶ δὲ ἑκάστῳ αὐτῶν οὔνομα οὐδὲν κεῖται.
III. Cleómenes y Crío: Los cuernos del señor carnero y el ingenio lingüístico lacónico
En el contexto de la primera expedición persa contra Grecia relatada en el libro sexto, una vez que los persas, comandados por el general Mardonio, cruzan el Helesponto con el objetivo de llegar a Eretria y a Atenas, tras fracasar y retirar sus tropas, debido a la pérdida sufrida por un par de ataques en su contra bastante exitosos, Darío decide averiguar mediante sus heraldos si los griegos lucharían o se someterían a su poder. Los eginetas, entre otros, decidieron otorgarle a Darío “la tierra y el agua”, razón por la cual los atenienses fueron a Esparta para acusarlos por traición y filomedismo. Cleómenes, rey de los espartanos, se dirigió a Egina para arrestar a los implicados en la situación. Ahí se encontró con un egineta de nombre Crío, que se le opuso fervorosamente, acusándolo de estar cometiendo una ilegalidad al no presentarse a Egina junto con el otro rey de Esparta Demarato.
Tras haber sido expulsado de Egina, Cleómenes le preguntó a Crío (Κριὸν) que cuál era su nombre; y éste le hizo saber cuál era (ὁ δέ οἱ τὸ ἐὸν ἔφρασε).22 Entonces Cleómenes le dijo: “Ahora mismo, carnero (κριέ), cubre de bronce tus cuernos (κέρεα), ya que habrás de encontrarte con una gran desgracia” (6.50.3).
Como vemos, Heródoto juega aquí con el nombre Κριός, que significa “carnero”.23 Cleómenes dirige esta especie de maldición a Crío, acto que sólo es posible por el conocimiento de su verdadero nombre. A diferencia de Odiseo que logra salir de la cueva del cíclope mediante el artificio de mentir al respecto de su nombre, Crío cae en la trampa de Cleómenes. Unos capítulos más adelante (6.73.2), en efecto, se cumplirá la maldición, ya que, después de haber derrocado del poder a Demarato, se dirige a Egina con Leotíquidas, recién nombrado rey, para vengarse del maltrato que había sufrido en su visita anterior y para tomar como rehenes a diez eginetas, entre ellos Crío, y ponerlos en custodia de los atenienses, rehenes que, por cierto, nunca serán devueltos.24 Ésta, pues, será la “gran desgracia” que le había vaticinado Cleómenes al señor Carnero. La motivación zoológica del nombre del egineta le permite a Heródoto formular el imperativo de Cleómenes: “cubre tus cuernos de bronce”. La etimología no sólo funciona como táctica humorística para hacer un guiño al lector, sino que también transparenta la convicción, presente ya en Homero, de que en ciertas circunstancias la articulación del nombre verdadero puede acarrear consecuencias ominosas. Por otra parte, en el nombre mismo de Crío resuenan una serie de conexiones con la tradición poética que debieron evocar en el auditorio algunas referencias precisas. Sabemos por Hesíodo que Crío era el nombre de uno de los titanes que participaron en la guerra contra Urano y que, posteriormente, fueron encarcelados por Zeus, con ayuda de los hecatónquiros, en las profundidades del Tártaro.25 Además, sabemos que Crío se unió a la póntide Euribia para dar a luz a tres hijos: Astreo, Palante y Perses, este último importante por ser padre de la diosa ctónica Hécate.26 En lo que respecta a la figura del carnero, ésta parece haber sido asociada, no exclusiva pero sí mayoritariamente, al dios Hermes, tanto en el arte como en los ritos religiosos, de tal forma que en la antigüedad había santuarios dedicados al culto de Hermes Κριόφορος (“el conductor del carnero”).27 Inclusive sabemos por Pausanias que existió un escultor griego, originario precisamente de Egina y justo del s. V, de nombre Onatas, que hizo una escultura de un Hermes crióforo.28 Por otra parte, el carnero es un animal de suma relevancia para el episodio mitológico de Frixo y el vellocino de oro.29 En suma, el caso del señor Carnero es un buen ejemplo de “etimología poética”. El nombre mismo de Crío y la figura del carnero evocan toda esta serie de referentes del imaginario griego, con lo cual el nombre y la explicitación paronímica de su significado incorporan en el episodio y en el personaje herodoteos una clara ornamentación poética que funciona en sí misma como microrrelato sobrentendido y silencioso dentro de la narración.30
Pero ¿por qué el señor Carnero debe recubrir sus cuernos de bronce? ¿Para qué se recubrían de bronce los cuernos de los animales en Grecia? ¿Para qué podían servir los cuernos de carnero en la antigüedad? La respuesta a la segunda pregunta nos la da Homero. En la Odisea (3.421-426) hay una descripción detallada del sacrificio que, por órdenes de Néstor, hicieron sus hijos en honor de Atenea para procurar un buen augurio al viaje de Telémaco a Esparta. Tenemos aquí testimoniada la práctica de recubrir, en este caso de oro, los cuernos del animal que será sacrificado.31 Unos versos más adelante (3.432-438) se describe con lujo de detalle el proceso mediante el cual el herrero, para dorar los cuernos, adhiere las capas de oro con un martillo.32
Otro pasaje que puede ayudar a responder a la pregunta se encuentra en el libro VII de las Historias en el que, dentro del contexto de la descripción de los contingentes que componen el ejército de Jerjes, leemos la exposición de la indumentaria bélica de una tribu cuyos miembros: “Tenían sobre su cabeza cascos de bronce, y a estos cascos se añadían orejas y cuernos broncíneos de buey (κέρεα.. βοὸς χάλκεα)” (7.76).
Vemos que los cuernos de buey podían recubrirse de bronce para así ser añadidos a un casco de guerra. A la luz de estos pasajes, la frase “cubre de bronce tus cuernos” adquiere sentido. Cleómenes aquí estaría advirtiéndole a Crío, en su calidad de carnero, que se prepare para su propio sacrificio, y, en su calidad de hombre, que se busque una armadura lo suficientemente poderosa para defenderse con éxito:33 “Recubre tus cuernos de bronce, señor Carnero, es decir, constrúyete un buen casco y afronta tus desgracias venideras”.
En cuanto a la tercera pregunta, la respuesta podría dárnosla un acertijo plasmado en un dístico elegíaco de la Anthologia Graeca:
Un carnero tengo como padre, por él una tortuga me dio a luz;
al nacer maté a mis padres, a ambos (XIV.30).
Se ha discutido sobre la solución a esta adivinanza.34 Lo más probable es que la respuesta sea la lira, ya que, como se sabe por el Himno homérico a Hermes, las liras se hacían con un caparazón de tortuga.35 Además, los griegos llamaban κέρας a los brazos de las liras. Así, los padres de la lira serían el carnero y la tortuga y su muerte posibilitaría la construcción del instrumento.36 Vemos, pues, que los cuernos de carnero podían servir también para construir una lira.37
La aliteración ka-kou-kri-ker-ka-ko en la lengua ingeniosa de Cleómenes, finalmente, amplifica la broma imitando onomatopéyicamente el sonido emitido por el carnero y focalizando fónicamente los juegos paronomásticos implicados.38
Hay otros pasajes en las Historias que ponen en evidencia, asimismo, el ingenio discursivo de Cleómenes.39 Por ejemplo en el libro 5, una vez que los Alcmeónidas hubieron solicitado a los espartanos su ayuda para derrocar al tirano pisistrátida Hipias, habiendo sobornado al oráculo para que siempre prescribiera a los espartanos liberar Atenas, Cleómenes fue a dicha pólis y ayudó al derrocamiento del tirano. De inmediato lucharon por el control de la ciudad Clístenes e Iságoras, este último apoyado por Cleómenes quien se apoderó de la Acrópolis. Ahí el espartano se dirigió al santuario de la diosa y la sacerdotisa le dijo: “Extranjero lacedemonio, retrocede y no entres al santuario, pues no está permitido a los dorios adentrarse aquí” (5.72.3). A lo cual el espartano contestó de manera irreverente: “Pero mujer, no soy dorio sino aqueo” (5.72.3), “Ὦ γύναι, ἀλλ’ οὐ Δωριεύς εἰμι ἀλλ’ Ἀχαιός”.
La frase se explica a partir de aquel pasaje (6.53) en que Heródoto señala que los reyes espartanos remontaban su linaje, a través de Heracles, a Perseo, quien era aqueo. Además, el medio hermano de Cleómenes se llamaba Dorieo, con lo cual aquí también engalana su respuesta con ingenio y humor.40 Pero Heródoto añade enseguida: “Y él, por no dar crédito al presagio (κληδόνι), lo intentó y en seguida fue expulsado junto con los lacedemonios” (5.72.4).
Heródoto califica la advertencia de la sacerdotisa como un κληδών, es decir, un presagio o augurio que se halla contenido en un nombre o frase y que deviene ominosamente significativo en los acontecimientos del futuro.41 Por no haber prestado la atención que merecía a la admonición, Cleómenes, aquel que forja su κλέος (“fama”) a partir de su μένος (“fuerza impetuosa”), aquel que convierte su fuerza (μένος) en fama (κλεος),42 fracasará en la empresa que estaba llevando a cabo en Atenas.43 Al no acatar lo que parecía una simple advertencia y responder a ella de manera irreverente, al ignorar el κληδών ateniense, Cleómenes atenta contra su propio κλέος espartano fraguándose un futuro aciago que terminará con su propio suicidio.44 Como la proscripción de la sacerdotisa, los ὀνόματα, en tanto microrrelatos significativos, son κληδόνες, epígrafes determinantes que prescriben el futuro y condicionan el destino de sus portadores.
IV. Demarato: La plegaria y la maldición del pueblo45
Otro ejemplo de etimología poética es el caso del nombre del otro rey espartano que compartió el poder con Cleómenes, Demarato. En su historia también encontramos el motivo de la proclamación expresiva como presagio determinante de lo que ocurrirá en el futuro.
En el libro sexto, dentro de la digresión sobre los acontecimientos políticos de Esparta suscitados por la primera expedición persa contra Grecia, Heródoto pone de manifiesto las discrepancias políticas entre los dos reyes espartanos. Mientras Cleómenes era proclive a apoyar políticas intervencionistas, como por ejemplo la colaboración para imponer a Iságoras como tirano de Atenas o el intento de tomar como rehenes a los eginetas acusados de filomedismo, Demarato apoyaba una política menos interesada en los asuntos internos de otras póleis. Cuando los espartanos y sus aliados invaden el Ática debido a la posibilidad de que Atenas concertara una alianza con los persas (5.74), las tropas de Cleómenes llegan a Eleusis y, justo cuando va a estallar el enfrentamiento, Demarato decide retirarse (5.75), discrepancia (διχοστασία) que promoverá en Esparta la promulgación de una ley en la cual se establecerá que los dos reyes no podrán acompañar a las tropas (5.75.2) y que una de las dos estatuas de los tindáridas Cástor y Pólux debería permanecer en Esparta.46 Asimismo, en el episodio en el que Cleómenes pretende arrestar a los eginetas por filomedismo, Demarato asesora a Crío (6.50.3) para que imposibilite las intenciones del espartano. Y, finalmente, Heródoto dice dos veces (6.51 y 6.61.1) que en Esparta Demarato calumniaba a Cleómenes por envidia y resentimiento. Por todas estas razones, Cleómenes decide urdir un plan para derrocar del poder a Demarato. La conjura se basó en negar que Aristón, su predecesor en el trono, había sido realmente su padre, con lo cual el reinado de Demarato podía proclamarse ilegal.
Cleómenes sabía muy bien los problemas que había tenido Aristón para concebir un hijo. Después de dos matrimonios infructuosos, Aristón se casó por tercera vez, en esta ocasión con la mujer más bella de Esparta (6.61.2), cuyo nombre es omitido en toda la narración,47 quien anteriormente estaba casada con otro hombre llamado Ageto. Aristón, tras enamorarse de esta mujer, planeó una treta para quedarse con ella (6.62.1), que consistió en prometerle a Ageto regalarle lo que quisiera a cambio de que éste hiciera lo mismo. Así fue que, tras haberle obsequiado lo que pidió, Aristón le exigió que le diera a cambio a su mujer. Ageto no pudo negarse, pues estaba obligado por los juramentos. Después de casarse con ella, dio a luz a Demarato en menos tiempo de lo normal (6.63.1), razón por la cual Aristón sospechó que el hijo no era suyo. Luego de calcular con los dedos los meses desde que había contraído matrimonio (ἐπὶ δακτύλων συμβαλλόμενος τοὺς μῆνας), dijo en voz alta profiriendo un juramento:
“No puede ser mío”. Los éforos escucharon esto, pero en ese momento no le dieron importancia al asunto. El niño creció y Aristón se arrepentía por lo dicho; pues estaba convencido por completo de que Demarato era su hijo. Y le puso el nombre de Demarato por aquello de que, antes de estos sucesos, los espartiatas en su conjunto (πανδημεὶ Σπαρτιῆται) hicieron una plegaria (ἀρὴν) para que a Aristón, hombre sin duda distinguido entre todos los reyes habidos en Esparta, le naciera un niño; por esto le puso el nombre de Demarato (διὰ τοῦτο μέν οἱ τὸ οὔνομα Δημάρητος ἐτέθη) (6.63.2-3).
La articulación en voz alta que desmiente la legitimidad de Demarato como heredero del trono será la condición de posibilidad para que, varios años después, Cleómenes suscite entre los espartanos la misma duda. La frase “no puede ser mío” constituye en sí misma el vaticinio por el cual será posible en el futuro el derrocamiento y la destitución de Demarato como rey. La aparentemente casual pronunciación de la negativa tendrá consecuencias históricas relevantes. Heródoto exhibe en el decir de sus personajes algunas piezas que después adquirirán continuidad en el rompecabezas de su trama narrativa, lo cual no sólo revela un principio de composición de la historia herodotea, sino que también responde una vez más a la creencia en que el decir y lo implicado en él pueden tener consecuencias ominosas.
Por otra parte, en estas líneas se da una explicación etimológica del nombre de Demarato que se constituye como un clarísimo nomen parlans: la plegaria, la invocación del pueblo (δῆμος y ἀρή), y que, como veremos, debido a las ambigüedades semánticas del sustantivo ἀρή, que también quiere decir “ruina, maldición”, puede adquirir otro significado.48
Así, Cleómenes, a sabiendas de que Aristón había pronunciado aquella sentencia en la que le negaba a Demarato su paternidad, instiga a Leotíquidas a presentar una acusación pública haciendo con él el siguiente trato: si acusaba a Demarato de ilegitimidad, él mismo se volvería rey y le ayudaría a tomar, ahora sí, represalias contra los eginetas (6.65). Leotíquidas acepta, no sólo por el beneficio político que le aportaría, sino aún más porque Demarato era su enemigo personal (6.65.2), ya que le había robado a su prometida Pércalo.49 Como no se ponían de acuerdo sobre qué hacer, los espartiatas deciden dirimir la cuestión preguntando al oráculo de Delfos si Demarato era en verdad hijo de Aristón (6.66.1). Cleómenes soborna al oráculo para que responda negativamente. Así, Demarato es derrocado y Leotíquidas sube al poder. Y un día cuando:
Se estaban llevando a cabo las Gimnopedias, estando Demarato de espectador, Leotíquidas, siendo ya él mismo rey en lugar de aquél, mandó a su sirviente a preguntarle a Demarato con hilaridad y burla cómo era ser magistrado después de haber sido rey. Y, afligiéndose por la pregunta, le respondió diciendo que él mismo ya había probado ambas cosas, pero aquél no y, además, que esta pregunta sería el principio para los lacedemonios de un infinito mal, o bien, de una infinita felicidad (6.67.2).
De nuevo, la articulación en voz alta, en este caso de una pregunta soberbia e imprudente, condicionará los acontecimientos del futuro. El nombre de Demarato como plegaria del pueblo comienza aquí su conversión semántica. De plegaria pasará a ser maldición, al menos potencialmente. Toda la ambigüedad del significado del nombre se despliega en esta formulación binaria que profetiza la felicidad o la maldad como posibilidades del futuro espartano.50 En su calidad de plegaria del pueblo, Demarato fungió como garante de una infinita felicidad para los lacedemonios, felicidad que consistió en haber nacido finalmente tras los intentos infructuosos de su padre para engendrar un heredero; en la misma calidad de plegaria, Demarato seguirá fungiendo en el futuro como garante de esta felicidad al colaborar en la victoria espartana contra los persas, gracias, entre otras cosas, al mensaje encubierto que enviará a Esparta más adelante (7.239). Sin embargo, Demarato deberá vengarse. Y esta τίσις es el motivo literario que activa el otro significado de su nombre. El deseo de venganza por parte de Demarato lo constituye como una maldición para Esparta. En calidad de ruina del pueblo de Esparta, Demarato se convertirá en consejero de Darío y, por lo mismo, podrá cooperar en la derrota griega.
Así pues, Demarato termina en la corte de Darío y de Jerjes en donde es bienvenido como consejero del rey y premiado con tierras (6.70.2). Las ambigüedades de su nombre cobran así pleno sentido, ya que entonces comienza a labrar su destino como maldición del pueblo espartano. Si sus consejos hubiesen sido escuchados por el rey persa, las consecuencias para Esparta hubieran sido catastróficas, pero, para la suerte no sólo de los lacedemonios, sino de toda Grecia, Jerjes, por desconfianza o simple incredulidad, decide ignorarlo.51
Otro ejemplo de cómo Heródoto construye con maestría la ambigüedad inherente al personaje de Demarato, ambigüedad presente en el significado mismo de su nombre, es el episodio del mensaje que envía Demarato a Esparta para anunciar los movimientos del ejército persa. Al final del libro séptimo, después de describir cómo Jerjes degüella el cadáver de Leónidas y ensarta su cabeza en una estaca tras la victoria persa en las Termópilas (7.238), Heródoto se propone retomar el hilo de su narración52 para explicar cómo los lacedemonios fueron los primeros en saber que el rey persa se estaba preparando para atacar Grecia. Dice Heródoto:
Se enteraron de una manera extraña. Pues refugiado entre los medos Demarato, el hijo de Aristón, como me parece, y tomo a la verosimilitud como mi aliada, no era benevolente con los lacedemonios, sin embargo, se puede conjeturar si hizo aquello por benevolencia o bien para regodearse. Pues tan pronto como Jerjes decidiera comandar su ejército contra Grecia, estando Demarato en Susa e informándose de aquello, quiso comunicárselo a los lacedemonios. Pero como no podía anunciárselos de otra manera, pues corría el riesgo de ser detectado, ideó lo siguiente: tomó una tablilla doble, raspó su cera y después en la madera de la tablilla escribió las intenciones del rey; habiendo hecho esto de nuevo derritió la cera sobre las letras, a fin de que el portador de la tablilla no tuviera ningún problema frente a los vigilantes de los caminos. Y cuando llegó a Lacedemonia, los lacedemonios no podían interpretarla, hasta que, tal como estoy informado, Gorgo, la hija de Cleómenes y mujer de Leónidas, los instruyó, habiéndolo ella misma reflexionado, y les ordenó raspar la cera de modo que ellos encontrarían las letras en la madera. Persuadidos, ellos las encontraron y las leyeron, y entonces las enviaron a los otros griegos. Así, en efecto, se dice que ocurrieron los acontecimientos (7.239).53
No queda claro el motivo de la estratagema de Demarato. Como Heródoto lo dice, pudo ser por un cierto impulso de benevolencia para con sus conciudadanos espartanos, o por el regocijo perverso de echarles en cara su inminente desgracia. Sea como sea, la ambigüedad de este acto no sólo responde a y es consecuente con el carácter anfibológico de su propio nombre (Demarato como plegaria y como maldición del pueblo espartano), sino también con la imprecación que había hecho explícita en 6.67.2 sobre el futuro incierto de Esparta: la felicidad o la desgracia.54
V. Cípselo, Labda y Eetión: El vencejo que sonríe en la colmena, la coja y el águila
Atenderemos, finalmente, a un pasaje significativo de las Historias en el que se hallan importantes ejemplos de etimología poética. Se trata del episodio en que, dentro del contexto general de la historia de Atenas, tras explicar cómo los atenienses, emancipados de la tiranía (5.78), se habían convertido en una verdadera potencia (5.78) en virtud de su igualdad política y su libertad de expresión (ἰσηγορίη), Heródoto expone cómo los espartanos, frente al poderío ateniense, tramaron restituir en el poder al tirano pisistrátida Hipias, con el objetivo de debilitar a Atenas poniéndola bajo el dominio de la tiranía (5.91.1). Los espartiatas convocaron a una asamblea con los portavoces de sus aliados (5.91.2) para comunicarles su plan. En ella, el corintio Socles pronunció un largo discurso,55 en el que intentó persuadir a los presentes sobre los perjuicios que podía acarrear la tiranía.56 En ese pasaje Heródoto inserta la historia sobre la tiranía corintia de los cipsélidas.57
No sólo por Heródoto, sino también por Pausanias,58 Diodoro Sículo (7.9.4) y Estrabón,59 sabemos que Corinto fue gobernada durante muchos años por el régimen oligárquico de los Baquíadas, un clan integrado por numerosas familias ricas y distinguidas. A un hombre llamado Anfión, perteneciente a dicho clan: “Le nació una hija coja; su nombre era Labda. Ya que ninguno de los Baquíadas quería casarse con ella, la desposó Eetión, el hijo de Equécrates, que era del demo de Petra” (5.92.β.1). El nombre de la niña revela su condición defectuosa. Ella es como la letra lambda, que posee en su grafía una “pierna” más corta que la otra.60
Después de un tiempo, al ver Eetión que no le venía ningún hijo de Labda, y preocupado por una eventual esterilidad suya, se dirigió a Delfos para indagar la razón de ello:
Al entrar, la pitia se dirigió a él directamente con estos versos:
“Eetión (Ἠετίων), nadie te aprecia, aunque eres muy apreciable (οὔτις σε τίει πολύτιτον ἐόντα).
Labda está embarazada y dará a luz a un pedrusco; caerá
sobre los hombres monarcas, hará justicia en Corinto” (5.92.β.2).
Este oráculo vino a complementar (φέρον τε ἐς τὠυτὸ) uno más antiguo que la Pitia había profetizado a los Baquíadas,61 según el cual:
“Un águila está preñada entre piedras, dará a luz a un león
poderoso y carnicero; de muchos las rodillas paralizará.
Por tanto, consideren bien esto, corintios, que en torno a la bella
Pirene y a la arriscada Corinto habitan”.
Αἰετὸς ἐν πέτρῃσι κύει, τέξει δὲ λέοντα
καρτερὸν ὠμηστήν· πολλῶν δ’ ὑπὸ γούνατα λύσει.
Ταῦτά νυν εὖ φράζεσθε, Κορίνθιοι, οἳ περὶ καλὴν
Πειρήνην οἰκεῖτε καὶ ὀφρυόεντα Κόρινθον (5.92.β.3).
En ambos oráculos tenemos evidentes alusiones etimológicas, o si no, al menos, paronomásticas, que son complementarias entre sí.62 En el primero, se etimologiza el nombre de Eetión a partir del verbo τίω y del adjetivo πολύτιτον, confiriéndole a su nombre un significado ligado con el honor, la estima y el aprecio. Además, la introducción del oráculo y sus primeros dos versos saturan en aliteración el fonema “t”, recurso que focaliza los juegos paronomásticos a nivel fónico. En el segundo oráculo, se prolonga la etimologización del nombre de Eetión con la introducción del águila (Eetíon-Aietòs); asimismo, en ambos oráculos se hace alusión al nombre del demo del cual provenía Eetión, Petra, mediante la imagen del pedrusco y del águila preñada entre piedras.63
La conjunción de ambos oráculos hace que los Baquíadas decidan dar muerte al hijo de Labda y Eetión. Así, se dirigen a Petra con la determinación de matar al niño. Una vez en su casa, piden ver al niño y:
Cuando, en efecto, Labda lo trajo y se los entregó, por una divina casualidad el niñito sonrió al que entre los hombres lo había tomado, y, habiéndose dado cuenta de esto, una cierta lástima lo contuvo de matarlo, y, compadecido, se lo entregó al segundo, éste al tercero, y así pasó trasladándose a través de todos, de los diez, ninguno queriendo acabar con él. Así, tras devolver el niñito a la madre y salir de la casa, parados frente a la puerta, se reclamaron mutuamente, reprochando sobre todo al que primero lo tomó, ya que no había hecho lo acordado, hasta que, por fin, al cabo de un tiempo, pensaron entrar de nuevo y participar todos en el homicidio (5.92.γ.3-4).
Pero Labda, con una oreja pegada a la puerta, escuchó lo que los Baquíadas se proponían:
Temiendo que ellos cambiaran de opinión y que por segunda vez tomaran al niño e intentaran matarlo, se lo llevó y lo ocultó en donde le parecía que era el lugar más absurdo, en una colmena (κυψέλην ), sabiendo que, si ellos volvían, llegarían a la búsqueda, e irían a rastrear todo. Precisamente esto fue lo que sucedió (5.92.δ.1).
Los diez volvieron a entrar, pero por más que buscaron no encontraron al pequeño. “Después de estos acontecimientos, el niño de Eetión iba creciendo, y, por haber huido de este peligro gracias a la colmena (κυψέλης), se le puso, por eponimia, el nombre de Cípselo (Κύψελος)” (5.92.ε.1).
Tenemos aquí la explicitación de la motivación onomástica del nombre del tirano corintio, motivación que ya había sido anunciada prolépticamente un poco antes.64 Por haber sido escondido en una colmena (kypséle) recibió el nombre Kýpselos.65 Éste es un claro ejemplo de cómo en la narración herodotea algunos antropónimos reciben su explicación a partir de los incidentes de las Historias, de manera que, o bien la estructuración de ciertos episodios se basa en la etimologización de un nombre (el caso de Cípselo), o bien la invención de un nombre estructura el episodio (el caso de Labda).66
Es precisamente a partir de este significado apícola del nombre de Cípselo (la colmena) que se puede explicar el epíteto con que el tirano Periandro, su hijo, llamaba a su esposa: Μέλισσα (la abeja).67 La concomitancia de la significación onomástica apícola en Cípselo y Melisa podría ser indicio de que la familia cipsélida algo tenía que ver con el culto a la diosa que Teócrito en Idilio, 15.94, llama Μελιτῶδες, y que en el escolio correspondiente a este pasaje se nos explica que se trata de Perséfone. Aunque también, como confirma Hesiquio de Alejandría, podría tratarse más bien de las sacerdotisas de Deméter (αἱ τῆς Δήμητρος μύστιδες), o, como dice Píndaro (Pyth., 4.60), de una sacerdotisa délfica (χρησμὸς ὤρθωσεν μελίσσας / Δελφίδος αὐτομάτῳ κελάδῳ).68 Esta presunta filiación entre la familia cipsélida y el culto a la “abeja délfica” resulta verosímil con los oráculos que la Pitia dio a Cípselo. Así, este nombre posee en su interior una compleja significación que trasluce también el vínculo entre la tiranía corintia y el clero pítico.69
La leyenda de Cípselo comparte ciertos rasgos narrativos con la del rey persa Ciro.70 A ambos intentaron asesinarlos por un oráculo negativo y ambos se salvaron y se volvieron gobernantes. Asimismo, en la leyenda de Cípselo interviene una estructura común con la de Edipo.71 Ambos, siendo bebés, evitan la muerte promovida por un oráculo; ambos reciben su nombre a partir del episodio en que estuvieron expuestos a la muerte; ambos, tras volverse adultos, van a Delfos a preguntar sobre su destino. Pero, independientemente de que a muchos estudiosos les haya parecido que la narración de Heródoto es mero folklore72 y ficción literaria, lo que aquí nos interesa no es tanto la historicidad del relato, como la estrategia narrativa que él manifiesta, íntimamente ligada al método herodoteo de exposición histórica en el que se explota continuamente el poder etiológico inherente a toda forma de etimologización poética. El episodio completo, incluso, podría haber sido inventado para dar razón del nombre de Cípselo;73 así, una vez más, se pone de manifiesto la importancia de los nombres y de su exégesis para la conformación literaria del discurso histórico.
Pero la significación del nombre de Cípselo no se queda aquí. Sabemos por Aristóteles (Hist. an., 618a30) que a un tipo de aves ápodas parecidas a las golondrinas, quizá los vencejos, algunos las llamaban precisamente cípselas, las cuales hacían sus nidos en las rocas y en las cuevas (ὑπὸ πέτραις καὶ σπηλαίοις).74 Vemos, pues, que la etimología poética del nombre de Cípselo se amplía. Si para un griego este nombre podía referirse también a aquellas aves huidizas que anidan en rocas, las referencias oraculares a las piedras adquieren una dimensión significativa aún mayor. Así también (nótese la gracia), el aguila (Eetión) habría dado a su hijo el nombre del vencejo siguiendo la línea ornitológica de su familia.75 Además, este hombre-pájaro formaría parte de otros “hombres pájaro” de la tradición literaria y mitológica,76 como por ejemplo Ícaro, cuyo padre Dédalo, como sabemos, hizo de cera77 las plumas con las que volarían para escapar de Creta, y es precisamente la cera que sale de los oídos, el cerumen, otro de los significados a los que alude el nombre de Cípselo.78 Inclusive la frase κυψέλην ἐν ὠσὶν ἔχειν proverbialis dicendi forma fuisse videtur de hominibus stupidis bardisque.79 Todos estos estratos de alusiones mitológicas, literarias, históricas y culturales conviven en el interior mismo del nombre de Cípselo: el microrrelato onomástico inscrito en su nombre resuena en los oídos del auditorio y enriquece el relato de Heródoto.
La etimologización a posteriori del nombre de Cípselo y los modelos literarios paradigmáticos de Ciro y Edipo, le permiten a Heródoto construir la leyenda de su milagrosa salvación. Pero la etimologización no se quedó en mera etimologización. Años más tarde, los testimonios de algunos escritores confirmarán cómo la colmena legendaria de Heródoto, convertida en y asimilada a un cofre80 (λάρναξ), se hizo real y constatable en Olimpia. Plutarco nos dice que, debido a la colmena que lo salvó, Cípselo mandó a construir en Delfos un edificio, creyendo que los dioses le habían hecho parar el llanto cuando estaba escondido en la colmena a fin de que los Baquíadas no lo encontraran.81 Podría haber aquí un indicio de cómo el tirano legitimó su poder mediante el refuerzo de su propia leyenda. Dion Crisóstomo dice haber visto en el templo de Hera en Olimpia un memorial del rapto de Helena representado en un cofre de madera (ἐν τῇ ξυλίνῃ κιβωτῷ) que había sido ofrendado a Zeus por Cípselo.82 Finalmente, Pausanias afirma haber observado también en Olimpia el cofre de cedro (λάρναξ δὲ κέδρου) en que la madre de Cípselo lo ocultó. Y explica que dicho cofre fue ofrendado a Olimpia por los descendientes de Cípselo.83 Estos testimonios evidencian claramente el papel de la etimologización en la conformación legendaria y mítica de la historia. Heródoto ocupa aquel puesto intermedio en el que la leyenda se está haciendo “historia”.
VI. Conclusiones
En este estudio hemos tratado de demostrar cómo los nombres propios a lo largo de las Historias de Heródoto tienen una función narrativa importante y están íntimamente vinculados al método de exposición histórica del autor. Los significados de los nombres funcionan como microrrelatos paralelos al episodio en que se insertan y, a veces, contribuyen al diseño, la configuración y la estructura de un relato general más amplio, confluyendo así el microrrelato inscrito en el nombre con el “macrorrelato” en el que el personaje actúa.84 Los nombres que hemos analizado aquí, el del bastardo tartamudo que se convierte en rey, el del señor Carnero, el del rey que es, primero, plegaria y luego maldición de su pueblo y, finalmente, el del vencejo escondido en su colmena son, todos ellos, significativos para el desenvolvimiento narrativo de las Historias y demuestran cómo a veces el nombre determina la leyenda, pero otras la leyenda forma el nombre. Los nombres son cápsulas que el historiador puede abrir y esta apertura es la que posibilita el despliegue del discurso literario de la historia. Además, el historiador también puede devenir onomaturgo, creador e inventor de nombres que se amoldan a los acontecimientos de su narración.
En el primer caso, el del nombre del rey de Cirene, Bato, personaje central dentro del λόγος λιβυκός, se puso en evidencia cómo se trata de una denominación que es explicada por el historiador a partir de la ambigüedad de su significado: rey en libio, tartamudo en griego. La participación del oráculo délfico en el relato resulta fundamental, pues el vaticinio profético facilita el despliegue de la ambigüedad en la interpretación del sentido del nombre. Y tal ambigüedad, que articula el episodio completo, sólo puede resolverse cabalmente en Libia, aquel mundo inhóspito en donde los valores onomásticos griegos llegan a tergiversarse a tal grado que un tartamudo puede convertirse en rey. El significado ambiguo del nombre del primer rey de Cirene no sólo organiza la información de que dispone el historiador, sino que además contribuye a la interpretación de los datos y a su organización artística y literaria.
En el segundo ejemplo, el del nombre de Crío el egineta, personaje que actúa dentro del relato sobre la historia de Esparta, la motivación zoológica de su significado (“el carnero”) le permite a Heródoto reportar la frase ingeniosa que el rey espartano, Cleómenes, le dirigió: “cubre tus cuernos de bronce”, locución casi oracular que requiere, para su interpretación y comprensión, el ejercicio de etimologizar el nombre del personaje. Se trata de un caso paradigmático de etimología poética, pues el nombre mismo de Crío y la figura del carnero evocan una serie de referencias del imaginario literario y cultural griego que se hallan implícitas en la apelación (los titanes, la figura de Hermes, el episodio mitológico del vellocino de oro y la conformación de la lira). Por otra parte, el juego etimológico no articula, como en el caso anterior, los acontecimientos del episodio y la información recogida por el historiador, sino que más bien revela una cualidad del personaje que lo pronuncia, a saber, el estilo ingenioso de su lengua que no es únicamente un elemento humorístico para embellecer el relato, sino que manifiesta la convicción de que en ciertas circunstancias el conocimiento del nombre verdadero y su pronunciación pueden acarrear consecuencias ominosas. El destino trágico y suicida de Cleómenes en las Historias, cuyo nombre expresa las nociones de fama y gloria (κλέος), ímpetu y fuerza (μένος), está íntimamente ligado a los modos ingeniosos e irreverentes de su jerga lingüística.
En el tercer caso, el del nombre de Demarato, el rey cuyas acciones se desarrollan también en el libro sobre la historia de Esparta y cuyo protagonismo resulta fundamental para describir las formas en que un mismo personaje puede encarnar papeles contrarios y determinantes para los acontecimientos históricos, se pudo constatar cómo su significado de nuevo vincula y estructura los episodios en los que participa. Debido a las ambigüedades semánticas del sustantivo ἀρή, que significa tanto “plegaria” como “ruina” y “maldición”, la vida de Demarato, plegaria y luego ruina del pueblo espartano, personifica la conversión semántica inscrita en la ambigüedad de su nombre.
Finalmente, el último análisis, el del nombre de Cípselo, personaje central del relato herodoteo sobre la ciudad de Corinto y la tiranía que ahí se impuso, no sólo evidencia cómo en las Historias la estructuración de ciertos episodios y la interpretación de los mismos se basa en la etimologización de un nombre (el bebé que recibió su apelativo por haber sido escondido en una colmena, pero que también, hijo de un águila, prolonga su linaje ornitológico llamándose “el vencejo”), sino que, además, revela los vínculos profundos entre la tiranía de esta ciudad griega y el clero de Delfos.
Cuatro personajes, cuatro ciudades (Cirene, Egina, Esparta y Corinto), cuatro nombres que prueban cómo el discurso histórico de Heródoto y el trabajo de interpretación onomástica y creación onomatúrgica son elementos solidarios que se acoplan en ese admirable monumento artístico que son las Historias.