Cada generación tiene su propia perspectiva histórica y la conquista romana de Grecia es uno de los asuntos que más han atraído la atención. Desde fines del siglo XIX y en casi todo el siglo XX, ella fue vista como un proceso defensivo hasta que, como se verá, en 1979 William V. Harris lo planteó como un proceso muy consciente y agresivo.
Roma siempre tuvo contacto con polis griegas y desde el siglo III empezó a conquistar las de Magna Grecia y después de la Primera Guerra Púnica creó su primera provincia, que fue Sicilia (240).2 Inició su intervención permanente en la Grecia metropolitana en 200.3 En 167 dividió el reino de Macedonia en cuatro repúblicas, que entre 148 y 146 se convirtieron en provincia, en 133 incorporó el reino de Pérgamo que transformó en la provincia de Asia en 129, en 64 instauró la provincia de Siria y finalmente en 30 se anexó Egipto.
Su capacidad de extenderse se debía a la aplicación del tratado (foedus) Casiano, según el cual la élite de los conquistados recibía la ciudadanía romana o el estatus de itálica y parte del territorio de los derrotados se incorporaba al territorio romano como ager publicus.4 Eso le permitió romper los marcos de la polis y transformarse en un estado territorial que podía movilizar varios ejércitos a la vez y reponer a los soldados perdidos en campaña.
Parte de este proceso (hasta 88) lo ha tratado de interpretar el historiador estadunidense Arthur M. Eckstein, aplicando una teoría postulada por un conciudadano suyo llamado Kenneth Waltz, el cual ha designado su posición como realista, por oposición a posturas idealistas. Ellos mismos han adoptado esta denominación.
Waltz y Eckstein parten del supuesto de que todos los estados tratan de expandirse a costa de los demás y de que este proceso lleva a la reducción de su número, así como a su reforzamiento y ello tiende a concluir en un unipolarismo, en el que un solo estado impone su dominio y logra controlar las relaciones internacionales, lo cual se denomina hegemonía.
Toda situación distinta es considerada como caos porque no hay quien pueda regular las relaciones entre los estados.
Eckstein ha escrito dos libros en los que expone la conquista de Grecia por Roma: Mediterranean Anarchy, Interstate War, and the Rise of Rome y Rome Enters the Greek East. From Anarchy to Hierarchy in the Hellenistic Mediterranean, 230-170 B.C.5
Se puede estar de acuerdo en que todos los estados helenísticos eran expansionistas y tendían a conquistarse los unos a los otros, como ocurrió con la Tracia de Lisímaco,6 que desapareció a su muerte. También es cierto que lo que distinguía a Roma no era su agresividad, sino su eficacia, aspecto reconocido por el propio Filipo V de Macedonia. Lo que demuestra parcialidad a favor de Roma es llamar anarquía a la situación anterior a Augusto. Anarquía significa “ausencia de poder público” y, aunque antes de las conquistas romanas ningún estado podía por sí mismo garantizar el orden y el acatamiento de los tratados, había diplomacia, arbitrajes, tratados internacionales, alianzas, etcétera. En consecuencia, contraponer la pax romana, vista positivamente, con el estadio anterior, lleno de guerras y desorden, pero también lleno de estados independientes que en el proceso perdieron esa calidad, es hacer la apología de Roma. ¿Debo decir que la paz no siempre es justa y buena y la guerra no siempre es injusta y mala? Si en el mundo helenístico no había un orden completo, sí existían reglas, incluso en la guerra, y adoptar una posición realista siempre favorecerá al estado más fuerte.
Obviamente, cuando Pérgamo, Rodas y otros estados griegos llamaron a Roma en su ayuda contra la amenaza, primero de Filipo V de Macedonia y luego la del Seléucida Antíoco III, no se daban cuenta de que su auxiliadora era mucho más peligrosa que quienes los amenazaban desde el interior del mundo helenístico y a la larga todos, agredidos y agresores, acabaron anexados al Imperio Romano, con excepción de las partes iranias del Imperio Seléucida, conquistadas por los partos.
Otra corriente de interpretación es el constructivismo, expuesto en el caso de Roma por Paul J. Burton, discípulo disidente de Eckstein, en su libro Friendship and Empire.7 El autor de esta obra sostiene que la expansión romana se basaba tanto en la fuerza como en la diplomacia y que su recurso fundamental era la amistad. Afirma que Cartago y la Confederación Aquea fueron destruidas por no entender los términos de esa amistad, definidos unilateralmente por Roma, y que el estado itálico siempre actuó amistosamente. No expone el exilio de los mil políticos aqueos después de la Tercera Guerra Macedónica ni la jornada de Eleusis, en la que Marco Popilio Laenas obligó a Antíoco IV a desistir de la conquista de Egipto. Todos los estados, imperialistas o no, agresivos o no, profesan valores positivos, ninguno alega la conquista como fin en sí mismo. Estados Unidos despojó a México de millones de kilómetros cuadrados, habiendo aducido que sufrió una invasión. La fuerza explicativa del libro de Burton es por lo tanto nula y también es una apología de la expansión romana, incluso con mayores pretensiones justificativas que la de Eckstein.
Nótese que tanto Eckstein como Burton adoptan un punto de vista estadunidense, el primero defensivo y pesimista, el segundo, por otro lado, benévolo y optimista.8 Desde luego, todas las fuentes son pro-romanas y ello representa un límite formidable para la interpretación, pero es posible y, de hecho, se ha practicado una lectura crítica de Polibio y Tito Livio y se ha visto el lado negativo de la expansión romana hacia el Oriente. Sobre la guerra aquea, por ejemplo, se pueden citar las obras de Fuks, la de Martínez Lacy, la de Harris y sobre todo la más contundente, de Thornton.9 Admitiendo que Roma impuso una jerarquía donde antes había una situación multipolar, aunque no anárquica ni caótica, ello se hizo en detrimento de los reinos, las polis y las confederaciones helenísticas que fueron disueltos, incorporados a Roma y empobrecidos.
Una tercera propuesta de interpretación, planteada antes de las de Eckstein y Burton es la de William V. Harris en War and Imperialism in Republican Rome 327-70 B.C.10 Este autor afirma que Roma no se expandió siguiendo una política defensiva, sino claramente agresiva. Su actitud hacia el mundo helenístico fue defensiva en la Primera Guerra Macedonia, pero ya antes había atacado a los ilirios por razones expansionistas y su política para con los estados helenísticos (aunque solo trata el caso de Macedonia) fue destructiva. El hecho de que pudiera derrotar a Macedonia y al Imperio Seléucida sin esfuerzo, prueba que estos reinos no eran una amenaza para Roma. Aunque las fuentes sean un obstáculo, es necesario plantear una interpretación de la conquista del mundo helenístico tomando en cuenta el punto de vista de los conquistados y partiendo de una perspectiva no estadunidense. De hecho es un peligro no solo para la ciencia histórica sino para las relaciones internacionales de la actualidad que todas las interpretaciones se hagan desde el punto de vista de los Estados Unidos.
Como se ha dicho, en historia es inevitable interpretar la historia desde una perspectiva actual, y ese punto de vista debe asumirse críticamente, no con complacencia.