1. El ensayo en Occidente
La historia del ensayo en Occidente es la historia de un olvido. El ensayo, llamado el “cuarto género” o el “género desgenerado” (Weinberg: 16), no forma parte de la tríada genérica tradicional —lírico-poética, épico-novelesca y dramatúrgico-teatral—. El que inaugura Montaigne en 1580 es un género literario en sí mismo. No obstante, aún hoy existen críticos que, entendiendo la literatura a partir del criterio reduccionista de la ficción (cfr. Ghignoli), insisten en desestimar la tipificación del ensayo como género literario. Ignoran estos críticos que la ficción también forma parte del ensayo literario, como bien lo comprueban obras como la de Borges o la de Woolf. Por fortuna, abunda también hoy la crítica que reconoce plenamente el carácter literario del ensayo (cfr. Arenas Cruz; Weinberg; Anderson Imbert).
Alfonso Reyes, ensayista él mismo, se refirió al ensayo con la consabida mención del “centauro de los géneros”, dado su rasgo de mediador entre diferentes planos (1959: 403). El ensayo media, por una parte, entre los géneros literarios modernos, pues se sirve de recursos estilísticos y temáticos emparentados con los géneros de la tríada. Su carácter estético se lo brinda, en principio, su similitud con los demás géneros a los que se les atribuye un valor estético. Por otra parte, el ensayo tiende puentes entre diferentes disciplinas del conocimiento, pues pretende, al igual que Prometeo, “robar el conocimiento” hermético a las elites intelectuales, y reescribirlo de suerte que sea legible y ameno aun para el lector general (Weinberg: 12).
Las definiciones del ensayo pasan por dos planos: el de la metapoética, esto es, el de ensayistas que definen al ensayo en sus propios ensayos; y el de la poética teórico-crítica, es decir, la que define al ensayo con base en la lectura de corpus. Del primero, además de la de Reyes, contamos, entre otras, con las conceptualizaciones de Ortega y Gasset, para quien el ensayo es “la ciencia, menos la prueba explícita” (32); con la de Woolf, en donde el ensayo “can be short or long, serious or trifling”. “The principle [continúa Woolf] which controls it is simply that it should give pleasure [...] The essay must lap us about and draw its curtain across the world” (2003: 211); o con la de Paz, que delimita el género: “en uno de sus extremos colinda con el tratado; en el otro, con el aforismo [...] debe ser breve pero no lacónico, ligero y no superficial [...] y, en fin, debe convencer sin argumentar, y, sin decirlo todo, decir todo lo que hay que decir” (2017: 447).
Por otra parte, desde el plano teórico-crítico, para Liliana Weinberg el ensayo es la “representación artística de un proceso de representación intelectual” (125); para María Elena Arenas Cruz, “un tipo de texto en el que se da un conocimiento no conclusivo […], que se lleva a cabo a través de la reflexión y el razonamiento […], en el que se reflejan aspectos vivenciales o de la experiencia personal y en el que predomina cierto tono conversacional” (91), y para Enrique Anderson Imbert, “una composición en prosa, discursiva pero artística, por su riqueza en anécdotas y descripciones […] con un ilimitado registro de temas interpretados en todos los tonos y con entera libertad desde un punto de vista muy personal” (347).
2. Estudios de traducción con base en géneros literarios
En el campo de los estudios de traducción, hallamos que resulta escasa la reflexión en torno a la traducción de ensayo literario. Los estudios de traducción de la llamada tríada genérica aventajan considerablemente los estudios de traducción de ensayo. Con respecto a la poesía, aun académicos de renombre en la disciplina, como Lefevere y Levý, han consagrado estudios al género. Además, es posible encontrar que la traducción de poesía se ha abordado desde diversas perspectivas, como la ética (Gander) o la histórica (Woude). Se ha tratado asimismo desde diversos enfoques traductológicos, como el normativo (Forrester) o el sociológico (Blakesley). Las teorías poscoloniales también se han ocupado del tema (Markey), y se lo ha aplicado también a la enseñanza de lenguas (Park).
En el caso de la narrativa, se registran trabajos basados en los estudios descriptivos de la traducción y de la teoría de los polisistemas (Liang). Otros abordan el tema desde las perspectivas de género (Maier), ética (Washburn) e histórica (McMurran). Otros estudios se enfocan en problemas puntuales a la hora de traducir cuentos y novelas (Khozan; Kruger; Linder), y, por último, algunos conceptos clave de la narratología, como narrador y focalización, han aportado nuevas perspectivas y formas de aplicar la teoría socionarrativa de la traducción (Harding).
En este orden, en el campo de la dramaturgia, se aborda el problema desde la perspectiva de la naturaleza dual del género, que puede estar destinado a la lectura o a la representación escénica (Bassnett; Windle; Levý). Zuber-Skerritt (1980; 1984), por su parte, se ha enfocado en aspectos literarios, culturales y técnicos. Otros autores han explorado la traducción del teatro clásico (Walton) y la de elementos culturales propios de alguna región (Secovnie). De igual forma, Marinetti examina el tema desde un enfoque multidisciplinar; Hoenselaars, desde la perspectiva autoral, y Ren, Li, Zhang, Lu y Liu lo hacen valiéndose de la lingüística del corpus.
Por lo anterior, y tras haber considerado los escasos estudios de traducción de ensayo con los que se cuenta hasta la fecha —de los que hablaremos en el próximo apartado—, estimamos que resulta necesario aportar nuevas luces sobre este campo. Hasta el momento, los trabajos en el área se reducen a estudios de caso; no constituyen propuestas amplias que apunten a una sistematización teórica descriptiva. Para lograr dicho propósito, partimos de elaborar un estado de la cuestión de la traducción de ensayo. Después, nos dimos al estudio de la teoría de ensayo literario, a fin de identificar algunos rasgos constitutivos del género, tanto temáticos como formales.
En este orden, se tuvieron en cuenta estos rasgos, en primer lugar, durante el ejercicio propio de traducción;1 y, en segundo lugar, durante la lectura y análisis de un corpus de ensayo literario, que se conforma tanto de ensayos en su lengua original como de algunas de sus correspondientes traducciones.2 Finalmente, como resultado de estos procesos, identificamos algunos rasgos frecuentes y sistematizables en el corpus; rasgos que valdría la pena considerar a la hora de traducir ensayos literarios: superestructura argumentativa, narrador ensayista, responsabilidad ética, hibridez genérica, referencias culturales, figuras retóricas y de pensamiento.
3. Traducción de ensayo literario: estado de la cuestión
Como se verá, el interés por el tema surge apenas a finales del siglo pasado. En la mayoría de los trabajos rastreados se recurre a ensayos para ejemplificar los conceptos estudiados, aunque no se repare en el género o en sus características, y sin que se justifique esta decisión. Además, la mayoría de ellos se reduce a estudios de caso. Por otra parte, hemos excluido aquellos trabajos que se enfocan en el ensayo como género no literario.
Jane Everett aborda algunos retos que presenta la traducción del ensayo literario. Sin embargo, una de las principales limitaciones de su trabajo es la exclusiva caracterización del género por medio de nociones propias de la retórica y del discurso social. De esta forma, las diferencias sustanciales entre el texto fuente y el texto meta se explican como cambios en la función social y en la ideología subyacente del primero. Agnès Whitfield (2000) examina el papel que juegan las estructuras sintácticas en la configuración estética y en la reproducción de la voz y del estilo en la traducción de ensayo. Para esto, se enfoca en las estructuras enfáticas, en el orden de palabras y en la perspectiva. No obstante, aunque en efecto los ejemplos que analiza son tomados de ensayos, en ningún momento se refiere al género. La autora emplea los términos narrating subject, narrator y narratee, pero se echa en falta un tratamiento más profundo de su importancia en la traducción del género ensayístico.
En un estudio que parte de premisas de la semiótica, la lingüística, la narratología y la gramática cognitiva, Patrick Goethals analiza la “base común”, es decir, el fundamento de la situación enunciativa en dos traducciones de un capítulo de España invertebrada, de Ortega y Gasset. A partir de allí, Goethals realiza un análisis de la voz del ensayista, aunque sólo a partir de un esquema narratológico propuesto por Jeremy Munday en 2008. Por su parte, José Pérez Canales realiza un estudio que enmarca en la lingüística contrastiva, sobre los marcadores discursivos traducidos del francés al castellano en textos ensayísticos. Teniendo en cuenta algunas perspectivas sintácticas, semánticas y pragmáticas, el autor analiza las funciones que desempeñan los marcadores en los textos fuente y meta, y la posición en la oración. Es importante señalar que este autor conforma su corpus con unidades extraídas de este tipo de ensayos, y que el análisis realmente no tiene en cuenta el contexto o el género textual de donde se tomaron.
No es sino hasta 2013 que se encuentran obras que le apuestan, desde una perspectiva traductológica, a la conceptualización del ensayo como género literario. En esta línea se inscribe el trabajo de Silvia Ruzzenenti, donde se presenta un modelo traductológico holístico, con un enfoque que tiene en cuenta los estudios de traducción, la lingüística, la antropología, la hermenéutica y la literatura. Sin embargo, la autora insiste en la idoneidad del enfoque para las lenguas con las que trabaja (alemán e italiano) (127) y para la traducción de la obra ensayística de Durs Grünbein, dado que es necesario, según la autora, acotar un caso de estudio, con unas coordenadas histórico-culturales bien definidas (228). Whitfield (2014) vuelve a trabajar el tema y hace un llamado a observar el ritmo, determinante también en las manifestaciones literarias en prosa. Sin embargo, a la hora de discutir las características del ensayo, Whitfield afirma que este término abarca un gran número de otros géneros, y que las “convenciones” textuales son casi iguales para el ensayo en inglés y en francés.
Este mismo año Alberto Celot presenta su tesis de doctorado que se divide en el estudio diacrónico y sincrónico del ensayo poético, el análisis de la naturaleza poética del ensayo y el análisis de la teoría interpretativa de la traducción, aplicada a la traducción del francés al italiano de dos ensayos de Predrag Matvejevitch (3). Celot analiza su corpus, emite algunos juicios relacionados con aspectos históricos, políticos y geográficos específicos, con la intertextualidad y con la voz del ensayista, y sugiere algunas alternativas de traducción. Javier Ortiz García dedica apartados breves en su trabajo a definir el ensayo como género literario y como género traducido. Sin embargo, los ensayos que cita a lo largo del trabajo son textos especializados. Esto quizá se relaciona con la decisión del autor de tratar únicamente los elementos “exclusivos” del ensayo, que, según Ortiz, son la inclusión de notas al pie de página, la traducción de citas y la confección/traducción de índices y bibliografías (192).
A su vez, en 2017 Juan Marco Borillo se propone la creación de un modelo de análisis traductológico del ensayo, que sirva para abordar ensayos literarios, generales y de divulgación científica. El modelo se basa en cuatro rasgos estilísticos: el vocabulario especializado, los mecanismos que aseguran la coherencia del texto, las voces y los elementos culturales (170). Con todo, el autor se apoya en estudiosos del ensayo desde el campo de la traducción, y no desde el literario, donde se ha dedicado más espacio a la reflexión sobre este género. Esto deriva en que algunas nociones que se señalan como novedosas no lo sean tanto,3 y en que algunos de los factores parezcan más dificultades a las que se enfrentan los traductores que rasgos propios del ensayo.
Al señalar las falencias en estos estudios no pretendemos restar valor a los aportes de los autores que han investigado este tema. Por el contrario, buscamos ilustrar hasta qué punto el ensayo como género literario permanece al margen de los estudios de traducción. Este repaso permite poner de relieve los avances que se han hecho en el campo y, quizá de manera más significativa, el vasto trabajo que aún queda por desarrollar.
4. Hacia una teoría de la traducción de ensayo
4.1. Superestructura argumentativa
Según Arenas Cruz, la superestructura argumentativa del ensayo comprende “secciones o categorías que determinan la estructura textual no solo en su nivel de dispositio sino ya desde la inventio, en la que el material semántico extensional tiene ya una preorganización sintáctica” (183). Dicha secciones son el exordio, que se sitúa al inicio del texto y su “objeto consiste en presentar al receptor el tema de la argumentación y en conseguir que muestre una actitud favorable” (190); la narración/exposición, que “versa sobre sucesos y sobre personas […] [y] frecuentemente aparece fundida con el comentario personal del autor que, por tanto, ha de incluirse también como elemento semántico” (222); la argumentación, donde “se presentan las pruebas destinadas a razonar la tesis defendida en el texto y a refutar los argumentos opuestos a los propios” (236); y por último, el epílogo, que se orienta a “recordar al receptor lo más importante de todo lo dicho y a insistir en la propia posición argumentativa, con el fin de intentar influir afectivamente en él y lograr su adhesión” (287-288).
Por nuestra parte, hemos hallado esta superestructura en la mayoría de las traducciones de ensayo que conforman nuestro corpus. Por ejemplo, en “Sur les couvents de femmes”, France se sirve de un exordio breve y contundente, mediante un juicio de valor sobre el objeto de discusión. Asimismo, comenta, desde un punto de vista personal, narraciones históricas y literarias alusivas al Imperio romano y a la obra de Chateubriand, que constituyen la narración/exposición de su ensayo. En la Tabla 1, presentamos el exordio y una parte de la narración/exposición, con la traducción de Alfred Allinson al inglés. En este orden, el autor realiza un despliegue de argumentos con los que sustenta que los conventos son perjuiciosos para las jóvenes, como aquel en el que considera las diferencias de estas comunidades religiones en diferentes países: “Il y eut des couvents pour conserver la science, d’autres pour conserver l’ignorance” (1923: 55). Finalmente, en el epílogo, el autor concluye que la muerte “est l’acte le plus important de la vie religieuse”, con lo que persuade al lector de adherir a su juicio de valor.
4.2. Narrador ensayista
A la hora de responder a la pregunta de quién habla en un ensayo moderno, la teoría parece coincidir en la necesidad de acudir a categorías narratológicas, como voz (narradores hetero-, homo- y autodiegético), punto de vista (interno o cero) y técnica narrativa (estilo directo, indirecto, indirecto libre y monólogo interior). Para Weinberg, por ejemplo, el narrador ensayista oscila entre las voces hetero- y homodiegética, y “apela al estilo indirecto libre para narrar lo que hacen los otros”. En este sentido, “sus reflexiones se nutren de las propias narraciones y narrar se vuelve un modo de alimentar una interpretación del mundo” (45).
Al analizar en conjunto dichas categorías narratológicas, es posible que, ya en el campo de la traducción, esta configuración del texto fuente se mantenga en el texto meta, con al menos un par de resultados positivos: el texto meta reflejaría, por una parte, la voluntad de estilo del autor, y, por otra, el punto de vista del narrador ensayista, con lo que se conservaría la ideología y la concepción de mundo presente en el texto fuente. A propósito del primero de estos aspectos, Juan Marichal (4) sostiene que la voluntad de estilo se relaciona con la “autoimitación”, con el hincapié que hace el ensayista en hacer reconocer sus rasgos de escritura como propios.
Por lo que toca al segundo aspecto, en algunos ensayos la construcción de una voz implica el uso de técnicas narrativas que sugieren un punto de vista interno. Esto permite que el lector descubra la ideología que subyace en el texto. Aunque no es siempre el caso, el punto de vista del narrador ensayista suele corresponder con la ideología del autor. Éste, a diferencia del escritor de otros géneros, se responsabiliza ante los lectores de lo que afirma. Es esto lo que se denomina responsabilidad ética del ensayista. De aquí que conservar estos rasgos narratológicos en la traducción se convierta, a su vez, en un ejercicio de responsabilidad ética por parte del traductor, tanto para con el autor del texto fuente como para con los lectores del texto meta.
Considérese el ejemplo de la Tabla 2, en la que se cita un fragmento de Viagem a Portugal, de Saramago, y su correspondiente traducción al francés de Geneviève Leibeich. En el texto, que en principio se lee como una crónica de viaje, el autor asume la voz de un narrador heterodiegético que ensaya sobre las experiencias de un viajero. No obstante, el punto de vista de este narrador corresponde con el del viajero, que, a su vez, corresponde con el suyo propio como escritor.
4.3. Hibridez genérica
Reyes se refiere al ensayo como al “centauro de los géneros”, pues se sirve de recursos estilísticos relacionados con otros géneros literarios (1959: 403). Al respecto, Weinberg apunta la capacidad del ensayo para confluir con otros géneros, tanto literarios como discursivos:
En efecto, el ensayo entra en relación tanto con formas dotadas de una cierta especificidad artística y literaria (el poema en prosa o la prosa poética, por ejemplo) como con la familia de la prosa de ideas (tratado filosófico, discurso didáctico, etc.), o con otras formas pertenecientes a la prosa del mundo (pensemos, por ejemplo, en los ámbitos retórico, jurídico o político). Pero, más aún, el ensayo entra en diálogo con otros géneros como la narrativa, la poesía, el teatro (21).
El concepto de narrador ensayista, tratado en el apartado anterior, es también un rasgo característico de la hibridez genérica del ensayo. Por otra parte, cuando se trata de la presencia de la narrativa en el ensayo, María Sánchez Cuervo señala que existe “una clase de ensayo cuyo contenido semántico se desarrolla en forma de narración, que ocupa casi o todo el texto […] que puede contener todos los elementos propios de un texto de ficción” (264). Un ejemplo de ello es “The Death of the Moth”, de Woolf, traducido al castellano por Teresa Arijón (véase Tabla 3).
Se trata allí el contraste entre la fuerza de la vida y la inevitabilidad de la muerte, y estas ideas se desarrollan por medio de la narración, sin que haya reflexión directa hasta casi el final del texto.
Por otra parte, el ensayo moderno también limita con la poesía, si convenimos con William Pratt en que “it is the visual content of language, then, which makes it communicative, and it is the visual accuracy of poetry which makes it more communicative than prose” (28). A propósito de la obra de Paz, uno de los ensayistas hispanoamericanos en quienes ensayo y poesía se entrecruzan de forma recurrente, Weinberg señala: “Paz combina la marcha progresiva y abierta propia del orden expositivo-argumentativo, que constituye la línea dominante en un primer recorrido, con la afirmación poética, que irrumpe en la línea anterior, y la subvierte a través de la presentación súbita de imágenes, apoyada en la sonoridad, el ritmo, los frecuentes contrastes y contrapuntos propios del quehacer del poeta […]” (81).
En El arco y la lira, Paz define la poesía, en primer lugar, mediante un orden expositivo-argumentativo, y, en segundo lugar, valiéndose de imágenes metafóricas dispuestas en cadena por medio del recurso reiterativo del isocolon, esto es, la construcción de periodos coordinados sintáctica y semánticamente, que produce efectos sonoros y rítmicos (Beristáin: 279). Lo anterior demuestra no sólo una intención argumentativa, sino además, una voluntad de estilo poética. La estilización del texto importa tanto como el discurrir intelectual. En la Tabla 4 presentamos un fragmento de este ensayo y su traducción al inglés por Ruth Simms.
El teatro también tiene cabida en el ensayo, por medio de las citas y aun de la inclusión de diálogos tipográficos. Este último recurso está presente ya en un género que la crítica identifica como antecesor del ensayo: el diálogo (cfr. Morrón Arroyo; Lapesa; Arenas Cruz). Para Morrón Arroyo, “el diálogo dialéctico de Platón se hace ya en Cicerón diálogo retórico y renace en el siglo XVI para morir en el ensayo” (279). Si ya en el diálogo platónico los autores se sumaban a la conversación en forma de personajes, esta característica ha sido heredada por el ensayo en forma de referencia o cita. Aunque no necesariamente se les asigna una intervención directa —por lo demás, también posible—, se menciona a otros autores para coincidir, discrepar o entablar una discusión a partir de lo que han dicho anteriormente.
Si bien el diálogo tipográfico no resulta ya tan usual en el ensayo, se encuentra en algunos textos de reconocidos exponentes del género, como Reyes. Así sucede, por ejemplo, en algunas secciones de Las vísperas de España y en “Oración del 9 de febrero”. De esta última proviene el ejemplo de la Tabla 5, donde Reyes emplea algunas convenciones del teatro, como los diálogos y las descripciones del ambiente en donde se desarrolla la escena. En su traducción al inglés, Charles Ramsdell identifica estos elementos, y, en correspondencia, recurre a las convenciones tipográficas propias de la literatura inglesa, como la disposición de los diálogos mediante comillas en la narrativa, o aun a veces en la dramaturgia.
Resaltamos la importancia de que el traductor sea consciente de la hibridez genérica del ensayo, pues esto resultará en un abanico más amplio de herramientas, que le permitirá realizar una traducción más informada. Cuanto más otro género abarque las funciones argumentativas de un ensayo, más atención deberá prestar el traductor durante su ejercicio, a fin de procurar que no asome en el texto meta un tono argumentativo explícito que no existía en el texto fuente; es decir, si en el texto fuente la argumentación se supedita al estilo de otro género, sería conveniente que este rasgo se mantuviera en el texto meta.
4.4. Referencias culturales
En ocasiones el ensayo se presenta bajo una etiqueta genérica diferente, como ocurre con el diario, la autobiografía o la epístola. En el género epistolar, por caso, suelen tener cabida referencias puntuales o personales propias del contexto que comparten destinador y destinatario, por cuanto su comprensión atañe exclusivamente a ellos. No obstante, cuando se trata de un ensayo epistolar, el autor suele evitar este tipo de referencias puntuales, dado que el texto se dirige a un público amplio y diverso —por más que el destinatario aparezca de manera explícita—, de forma que las referencias son más bien de índole cultural, lo que garantiza su amplia comprensión.
En esta línea, las referencias culturales permiten, por una parte, que el narrador ensayista vehicule su reflexión argumentativa, valiéndose de una imagen intermediaria entre sí y el lector. Cuanto más extendida sea dicha imagen —por ejemplo, la referencia de Caín y Abel a la hora de reflexionar sobre el fratricidio—, mayores son las posibilidades de que un público diverso acceda a los planteamientos del narrador ensayista. Al respecto, Weinberg señala que este tipo de operaciones poéticas son comunes en el ensayo, género en el que el narrador ensayista parte de su “acervo de referencias culturales y experiencias estéticas previas”, para construir imágenes que sirvan de apoyo al acto interpretativo (28).
Por otra parte, la mención a referencias culturales permite la conformación de la identidad del narrador ensayista. Citamos en la Tabla 6 un fragmento del ensayo “Otra vez Sor Juana”, de Rosario Castellanos, y la respectiva traducción al inglés de Maureen Ahern. Este ensayo contiene múltiples referencias a la cultura mexicana, pues Castellanos aborda la influencia de tres personajes femeninos, la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana, extendidos “en sectores muy amplios de la nación” (22). En la traducción al inglés, Ahern hace bien en reconocer que la información que se presenta sobre estos personajes, sin embargo, no resultará necesariamente familiar para el público lector de su traducción, al menos no tanto como sí puede resultarlo para el lector mexicano que accede al texto original. De ahí que incluya una nota al pie donde apunta hechos relevantes para la comprensión de dichas referencias culturales, que además facilita algunas decisiones posteriores de traducción, como la mención de nombres de lugares en castellano. De esta forma, el lector ajeno al contexto mexicano puede comprender las imágenes intermediadoras y acceder a los planteamientos argumentativos del narrador ensayista.
Ahora bien, desde el punto de vista de la traducción, la identificación de las referencias culturales, de sus funciones en el texto fuente y el tratamiento que se les dé evita la alteración, por un lado, del acceso del lector a la reflexión argumentativa del narrador ensayista por medio de la imagen; y, por otro, de la configuración que el autor forja del narrador ensayista, que, como hemos visto, en muchas ocasiones corresponde plenamente con la identidad del autor, de forma que su alteración derivaría también en una cuestión de responsabilidad ética por parte del traductor.
4.5. Figuras retóricas y de pensamiento
Según Beristáin, por figura se entiende una “expresión ya sea desviada de la norma, es decir, apartada del uso gramatical común, ya sea desviada de otras figuras o de otros discursos, cuyo propósito es lograr un efecto estilístico” (211-212). Por otra parte, la autora añade que “las estrategias de construcción de este [del discurso] […] procuran la singularización del estilo con el objeto de provocar una impresión que se traduzca también en un efecto de convencimiento, persuadiendo ya sea al convencer, o bien, al conmover” (ibid.: 213). De forma que la presencia de figuras retóricas en el ensayo no sólo evidencia la voluntad de estilo del autor, sino que en muchos casos secunda la intencionalidad de argumentación en este género.
En otras palabras, el placer estético se relaciona con el valor intelectual (Sánchez Cuervo: 273). De esta forma, en el ensayo algunos argumentos de diversa naturaleza se apoyan en figuras retóricas, pues estas influyen en “el tipo de relación que se establece en un argumento único, entre sus premisas y el punto de vista que el argumento trata de justificar o refutar” (265). Del amplio abanico de estas figuras (cfr. Beristáin), hemos elegido diez4 para nuestro análisis, por su frecuente aparición en el ensayo. No obstante, por motivos de extensión, en este artículo daremos buena cuenta de tres: el símil, la interrogación retórica y la ironía.
El primero de estos recursos, el símil, no sólo aporta “embellecimiento literario sino que es una herramienta para el pensamiento serio, científico o de otra naturaleza” (Sánchez Cuervo: 266). Si bien Sánchez Cuervo realiza este análisis exclusivamente en la obra ensayística de Woolf, sus aportes son a su vez aplicables a la de otros autores. En la Tabla 7, presentamos un fragmento de Physiologie du mariage, de Balzac, con su traducción al castellano de Alberto Robert. En éste, el prologuista —un primer narrador ensayista— se vale de símiles para describir un “demonio” que hostiga al autor —segundo narrador ensayista, que tomará la palabra a partir del primer capítulo— a escribir un libro sobre el matrimonio. De estos numerosos símiles, Robert ha decidido traducir apenas algunos de ellos.
Esta supresión, en nuestro concepto, le resta al texto meta no sólo voluntad de estilo poética y embellecimiento literario, sino además, fuerza argumentativa, en la medida en que los símiles del original vehiculan los planteamientos del narrador ensayista.
Por otra parte, una de las figuras de pensamiento más comunes en el ensayo moderno es la interrogación retórica. En ella, “el emisor finge preguntar al receptor, consultándolo y dando por hecho que hallará en él coincidencia de criterio; en realidad no espera respuesta y sirve para reafirmar lo que se dice” (Beristáin: 262). Según la revisión de nuestro corpus, este recurso puede aparecer tanto en el exordio, la narración/exposición, la argumentación y el epílogo, de acuerdo con la superestructura argumentativa ya expuesta.
En la Tabla 8, exponemos un fragmento los Essais de Montaigne (L. I, cáp. 3) y su traducción al castellano de Constantino Román y Salamero.
El narrador ensayista desarrolla en él una argumentación por medio de ideas opuestas: la ostentación y la austeridad en la planificación de las propias honras fúnebres. Para esto, presenta un caso de supuesta austeridad, y, antes de dar su opinión, profiere la siguiente interrogación retórica: “Est-ceencore temperance et frugalité, d’eviter la despence et la volupté, desquelles l’usage et la cognoissance nous est imperceptible?”. En la oración siguiente, el narrador ensayista responde y reafirma su postura: la planificación de honras fúnebres sencillas no constituye una prueba de la sencillez, pues para cuando se llevan a cabo la persona ya no es consciente del resultado. A su vez, esto se relaciona con la tesis general de este ensayo: la humanidad actúa siempre —aun a veces de maneras extravagantes— en pos de lo venidero, del más allá de la muerte.
En este orden, la ironía es también recurrente en el ensayo occidental. Desde el punto de vista retórico, la ironía es una “figura de pensamiento porque afecta a la lógica ordinaria de la expresión. Consiste en oponer, para burlarse, el significado a la forma de las palabras en oraciones, declarando una idea de tal modo que, por el tono, se pueda comprender otra, contraria” (Beristáin: 271). Beristáin le asigna otros nombres a la ironía, como el de dissimulatio, que consiste en que el emisor oculte “su verdadera opinión para que el receptor la adivine, por lo que juega durante un momento con el desconcierto o el malentendido, y el grado de evidencia semántica que permite la interpretación es menor” (272); y el de scomma, que “es la ironía por disimulación, ingeniosa y delicada, de modo que no parece burla sino en serio” (273).
No son pocos los ejemplos de ensayistas que se sirven de esta figura para imprimir en sus textos un tono de burla. En algunos aun este recurso se constituye su impronta personal de estilo, como ocurre, por ejemplo, con algunos ensayistas británicos. Tal es el caso de Swift con “A Modest Proposal”, de Lamb con “A Bachelor’s Complaint of the Behavior of Married People”, de Wilde con “The Decay of Lying” o de Woolf con “Modern Fiction”. Del primero de estos citamos un fragmento y su correspondiente traducción al portugués de José Oscar de Almeyda Marques (Tabla 9). Allí el narrador ensayista, tras haber desarrollado por extenso su propuesta irónica de vender carne de bebés pobres en los mercados de Irlanda, como una manera de contrarrestar la pobreza, advierte a los lectores que no está dispuesto a aceptar un puñado de propuestas lógicas que sí suponen cambios sociales estructurales. Con esta ironía, el narrador ensayista sugiere en verdad lo contrario a lo que afirma: son estas las propuestas a las que adhiere.
A tenor de lo expuesto, consideramos que la atención del traductor en las figuras retóricas y de pensamiento es clave a la hora de conservar en el texto meta la voluntad de estilo y la intención argumentativa del texto fuente. Si bien las figuras son prolíficas, conviene al traductor estar capacitado para identificarlas una vez que las encuentre en el texto fuente, así como estar consciente de las funciones que cumplen en el género ensayístico, que dependen, en todo caso, de la intención con que se utilicen en cada ensayo. De esta manera el traductor no obviará en su quehacer el hecho de conservar las figuras en el texto meta.
5. Conclusión
En este trabajo nos propusimos realizar un aporte a la teoría de traducción de ensayo literario. Con el análisis de nuestro corpus, y a la luz de trabajos teóricos y críticos en torno al género ensayístico, identificamos una serie de rasgos constitutivos del ensayo moderno, tanto temáticos como formales. Con los resultados obtenidos, este trabajo aporta a una sistematización teórica descriptiva que podría derivar en la implementación de prácticas traductoras que tengan en cuenta dichos rasgos: superestructura argumentativa, narrador ensayista, responsabilidad ética, hibridez genérica, referencias culturales, figuras retóricas y de pensamiento. La identificación y traducción de estos rasgos redunda en la conservación de la voluntad de estilo y la intención argumentativa del narrador ensayista —que las más de las veces corresponde con las del autor—, con lo que el trabajo del traductor se constituye una muestra de responsabilidad ética, tanto para con el autor del texto fuente como para con el lector del texto meta. El campo teórico de la traducción de ensayo literario requiere, no obstante, ampliación. Es preciso, en futuras investigaciones, analizar un corpus más extenso, que, por una parte, contemple ya no sólo al ensayo occidental, sino también al oriental, y que, por otra, considere más lenguas, tanto fuente como meta.