Introducción
En un estudio sobre las posibilidades que el pensamiento encuentra en la escritura, George Steiner advertía un contraste tan profundo que no dudaba en calificar como “verdaderamente metafísico”: “Están”, observaba, “los constructores de sistemas, los arquitectos del cierre y los adictos a la totalidad como Aristóteles, Hegel o Comte”, cuyo proceder se rige por “la suposición de que hay un orden articulado en la realidad, la posibilidad de una ‘cartografía’ integral”. “Y están”, por otro lado, “los técnicos del rayo que cae, por decirlo así, desde la periferia”, pensadores como Heráclito y Nietzsche, cuyos trabajos se guían por “la percepción del carácter fracturado, posiblemente aleatorio, de lo fenoménico” (167).
Aunque es tentador basarse en esta dicotomía para clasificar a todos los pensadores y sus obras, el mismo Steiner ya advertía sus relieves. Tal distinción no se comporta igual en los clásicos que en “el pulverizado contexto de la modernidad” (Steiner: 168). A lo que se añade la dificultad de clasificar la obra entera de un pensador en una sola casilla de este juego. Entre los intelectuales no faltan quienes, tras comprometerse con uno de estos rubros, más adelante cambian de parecer; quienes han publicado trabajos que difícilmente pueden reducirse a uno de ellos, y quienes se han ejercitado en ambos de forma simultánea.
En este aspecto, el caso de José Gaos es llamativo. Aunque demostró una inclinación especial por sistematizar su obra, con frecuencia expresaba que, para él, la experiencia del pensador no podía reducirse a las constricciones del texto armónicamente concertado, estructurado y doctrinal. “La vida intelectual”, declaraba en una nota de 1941, “se produce en ocurrencias e inspiraciones que se pierden si como tales no se recogen, cuantas no entran en la organización de obras llevadas a cabo”. Convencido, acompañó esta observación con el plan para redactar un “diario no diario o dietario intelectual”, donde buscaba practicar la “apuntación inmediata de lo surgente”, no para integrar sus ideas en obras conclusivas y completamente interconectadas, sino para recogerlas en un estilo “nervioso, rápido, certero” que correspondiera a la fugacidad de las situaciones de las que era inscripción.1
No era un proyecto insólito. Antes de la formulación de este particular “no diario”, Gaos ya se había dedicado a recoger, en libretas y hojas sueltas, las ideas que, sin pertenecer al tejido de libros, artículos o conferencias, le parecían igualmente decisivas. Sin embargo, a diferencia de los escritos tempranos, la mayoría de los cuadernos que redactó a partir de la década de los cuarenta —conservados desde 2003 en el Fondo Cuatro del Archivo José Gaos (AJG)— conjugan la redacción espontánea de ideas con un nuevo propósito: el anhelo de escribir “libros de filosofía y crítica en aforismos, como los de Nietzsche”.2 Aunque tal intención no se enuncia sino hasta 1957, una vez que se establece como plan empieza a proyectarse también de forma retrospectiva. Así, durante el mismo periodo en que confeccionaba tratados como Del hombre o De la filosofía, Gaos encauzaba, en sus cuadernos, una ya afianzada práctica de escritura fragmentaria y circunstancial a la recopilación de aforismos. Estos esfuerzos se concretarían en la publicación de cuatro colecciones aforísticas conformadas por una selección de las notas redactadas en sus cuadernos a partir de 1942: 10% (1957); Cena de aforismos (1959, volumen colectivo),311% (1959) y 12% (1962).
No obstante, pese a su implicación en varias publicaciones, el valor intelectual de estos apuntes no siempre se ha reconocido. Aunque recientemente se han estimado “una parte indispensable, como un tronco o una matriz” del pensamiento de Gaos (Valero Pie 2019) y próximamente serán incorporados a sus Obras completas, estos materiales fueron excluidos del acervo virtual del AJG debido a su “carácter personal”.4 Asimismo, cuando Vera Yamuni incluyó una selección de estas notas en la “Sección de la aforística inédita” de las Obras completas de Gaos, sometió los textos a intensos “arreglos” y vastas depuraciones (Yamuni: 23) que respondían al reto de distinguir entre los materiales que exhibían un digno “decoro mental o verbal” y los que son más bien de “índole privada y hasta íntima” (22-23). ¿Deben, pues, documentos como estos, redactados en relativo secreto, de forma irregular y con esporádicas referencias circunstanciales, ser leídos como una dimensión fundamental del pensamiento de su autor o como escritos estrictamente autobiográficos y privados? ¿Estaba Gaos conjugando en ellos sus pretensiones sistemáticas con el ejercicio de un “técnico del rayo que cae” o estaba realizando una introspección ajena a las motivaciones técnicas?
Existen indicios de que el filósofo era consciente de la tensión en que se fundaban sus anotaciones. A lo largo de los años, ensayó diversos calificativos para sus apuntes cotidianos. Aunque su denominación más común fue la de diarios, el mismo corpus también pasó por los nombres de dietario, cuadernos generales, cuadernos de trabajo y, finalmente, cuando una fracción de sus notas salió a la imprenta, lo hizo bajo la categoría de aforística. Si es verdad, como proponen los estudios sociológicos de los géneros, que estas categorías no refieren sólo a formas, sino que son “locations within which meaning is constructed” (Bazerman: 19), entonces las variantes con que Gaos se refirió a sus notas no son meros caprichos nominales. Este estudio busca mostrar que ni la elección de las categorías diario, dietario y aforismo ni la indecisión en que se encuentran son gratuitas. Si los géneros pueden actuar como “the familiar places we go to create intelligible communicative action with each other and the guideposts we use to explore the unfamiliar” (19), el examen de algunos de ellos en relación con los cuadernos de Gaos podría aportar elementos para analizar las tensiones que los mantienen entre la relegación al campo de lo privado y su apreciación como una parte valiosa de la obra intelectual, además de complementar el retrato del Gaos filósofo, cuyo trabajo a menudo se pondera desde el afán de monumentalidad de obras como Del hombre y De la filosofía.5
“Diario no diario o dietario intelectual”
Entre las clasificaciones que Gaos aplicó al conjunto de sus cuadernos, destaca el ambiguo sintagma con que encabeza, en 1941, aquel plan suyo para capturar ideas fortuitas. La frase “Diario no diario o dietario intelectual” expresa, en términos genéricos, la indeterminación sobre el lugar de este tipo de textos en los universos de la escritura intelectual y la autobiográfica. Más que una disyunción rotunda, la locución reproduce, en su apertura, tanto la utilidad como la polémica de una distinción genérica fundamentada, precisamente, en el contraste entre la escritura personal, privada y autorreflexiva, y aquella atravesada por recursos, propósitos externos y miradas puestas hacia afuera.
Aunque de raíces etimológicas emparentadas, referentes al día (dies, en latín), las denominaciones diario y dietario tienen orígenes distintos. Dietario llegó a través del catalán, lengua en que desde tiempos medievales se nombraba, como el vocablo diario en castellano, a los libros donde se registraban las obras del día, ya en un sentido histórico, ya en uno contable (Burguete Pérez: 35). Las dos denominaciones recorrieron un largo camino desde estos libros de cuentas y crónicas cotidianas hasta su acepción más moderna, que refiere a un texto personal cuya redacción se guía por el día a día, tanto en su división como en su sucesión. No sorprende, pues, que Gaos relacione su plan de escritura ocasional con ambas categorías. En la práctica, sus anotaciones también se articulan al correr de los días, representado textualmente en la consignación rigurosa de las fechas en que se inscriben o se gestan.
Sin embargo, existen quienes abogan por no confundir estas coincidencias con un recorrido común: añaden al origen catalán del dietario como clasificación textual ciertos rasgos que apuntan a una tradición genérica distinta. Laura Freixas resume así esta distinción: “en el primero predomina lo afectivo, en el segundo lo intelectual; el primero (conserve o no las fechas) está enraizado en la vida cotidiana, mientras que el segundo resulta intemporal […] El dietario no es, hablando con propiedad, ni diario, ni íntimo” (12-13). En principio, el contraste parece claro: de un lado estarían las líneas de franca intimidad propias del diario y, en otro lugar, “la huida hacia el helado Olimpo de la reflexión abstracta, la tercera persona, la especulación intemporal, el pronombre neutro”, del dietario (14); de un lado estarían, según Anna Caballé, los esfuerzos reiterativos del diarista para explicarse a sí mismo y, del otro, el discurso del dietarista, guiado por “la invención literaria, el artificio, la voluntad de construir un discurso homogéneo, anclado […] en referencias culturales y estéticas” (1996: 106).
El ahínco de Gaos, en aquel documento de 1941, de fundar su proyecto de escritura en las ocurrencias de la “vida intelectual” apunta a que las bases de su “no diario o dietario intelectual” coincidían en buen grado con los rasgos de este último que remarcan Freixas y Caballé. En efecto, en sus notas las referencias especializadas a la filosofía, la psicología o la literatura son mucho más abundantes que las alusiones a las actividades realizadas en el día a día. Así, por ejemplo, de una “noche con [Jorge] Portilla” no queda en el cuaderno sino una “cosecha” para nada enfocada en dar detalles referenciales o sentimentales del momento:
Todavía Kant necesita alojar la distinción entre lo natural y lo humano en los mundos fenoménico y nouménico, respectivamente. La filosofía actual distingue ambos dentro del mundo fenoménico. Se relaciona con el tránsito de lo sobrenatural sobrehumano al de lo sobrenatural humano.6
A ello se añade que, cuando una observación más explícitamente personal y referencial se cuela entre las notas, suele aparecer rodeada de reflexiones de alcance más bien general.
Hoy se me ha roto el reló y al calor de cierto tiempo de trabajo me siento perdido en el tiempo —como al cabo de caminar más o menos se siente uno perdido en el espacio. Hay, pues, por una falta de puntos de referencia, un perderse en el tiempo, con sensaciones comparables a las de perderse en el espacio: […] desorientación total. Y un resolverse por las necesidades más o menos apremiantes —descansar, comer—, vital reló primario, o más bien algo anterior al tiempo.7
En algunas ocasiones, las alusiones de tono personal se introducen como ejemplos pasajeros de una exposición abiertamente cultural, literaria o científica; en otras, la mayor parte, la composición es tan amplia o tan neutra que leer en las notas la interpolación de una vivencia particular depende más de un salto interpretativo: “Jugar con fuego —y quemarse: eso es la vida”.8 En todo caso, es la centralidad de los materiales de índole intelectual, general y abstracta, por encima de las notas personales, particularizadas e introspectivas, la que se trae a cuento cuando se plantea una distinción entre el diario y el dietario. Las propuestas filosóficas, las discusiones metodológicas y los análisis textuales, tan habituales en estos cuadernos, difícilmente tienen la apariencia de una expresión sincera de los sentires personales y, más bien, parecen siempre atravesadas por vocabulario, objetivos y referencias externos e intelectuales. Sintetizada en la alusión genérica al dietario, la relación de estos textos con la escritura abstracta de ideas, sobresale frente al sentimentalismo y la autorreferencialidad que se espera del diario; de ahí, posiblemente, el titubeo del filósofo: la evocación de un no diario.
Ahora bien, aludir al predominio de las notas intelectuales y de referencia cultural en documentos como los de Gaos parece descartar automáticamente su acotación a las escrituras introspectivas y privadas. Sin embargo, no puede obviarse que la división que sustenta tal contraste está, en la práctica, sujeta a considerables gradaciones. No es casualidad que ni siquiera un reconocido escritor de autodenominados dietarios como Pere Gimferrer considere que la distinción entre estos y los diarios sea digna de una defensa férrea. Es célebre su expresión de esta duda: “¿Dietario falso, dietario verdadero? ¿Externo, o bien interno? Los que escribimos un dietario sabemos que esto tiene tanto de riesgo y de ambigüedad y tanto de seducción y tanto de desaliento como toda literatura. O como la vida” (Gimferrer: 90).
Parte del problema reside en que las definiciones del dietario, como las que aquí hemos discutido, suelen basarse en su contraste frente al diario, y este último es un género menos aprehensible de lo que aparenta. Es verdad que los especialistas han elaborado definiciones del diario tranquilizadoramente similares. Nora Catelli, por ejemplo, presenta esta sintética descripción: “diario es el género en el que se registran, siguiendo los días, las actividades e impresiones de un sujeto frente a sí mismo” (87); teóricamente, esta propuesta se ajusta con facilidad a los modelos más diversos. Pero, por otro lado, y es también el caso de Catelli, críticos y teóricos no dejan de puntualizar las discrepancias entre cualquier intento de definición del género y los textos particulares. De ahí que a menudo se destaque la tensión entre dos elementos en apariencia contrarios: se admite que el diario está siempre cercado tanto por su pacto con el calendario (Blanchot) como por su tendencia a la monotonía y a la repetición (Didier 1996; Lejeune 2009). Pero se le reconoce, igualmente, una cierta apertura (Didier 1996), una libertad profunda (Blanchot), una “gran pureza, en el sentido de que en su organización y estructura no hay […] limitaciones técnicas o estilísticas que obliguen al diarista a acomodar su discurso a determinadas convenciones formales (aunque sí éticas y sociales)” (Caballé 1996: 106). El señalamiento de esta tensión es un recordatorio de que, pese a la transparencia de las definiciones, lanzar alguna afirmación sobre los diarios que sea verdad para todos ellos es particularmente complicado.
Al tratarse de un género tan difícil de acotar, su contraste frente al dietario se vuelve una tarea compleja. El rastreo de rasgos que lo separen de textos afines, como la inscripción lingüística de la persona y los temas distintivos —que sustentan la división propuesta por Freixas— o el nivel de artificio —que complementa la distinción de Caballé— puede tornarse agotador por cuanto de heterogéneo hay en los textos que se comparan. Este problema, en realidad, subyace en toda postura que conciba los textos como objetos compuestos por elementos distintivos, y los géneros como categorías a las que estos deben asemejarse en sus rasgos predominantes (Schaeffer: 159-160). Una posición como ésta sólo puede derivar en la pregunta sobre cuál es el punto de inflexión que separa con claridad un género de otro, asunto que se dificulta cuando en un mismo documento conviven “elementos” de los dos modelos que dictan el contraste. No puede obviarse que en los cuadernos de Gaos, por ejemplo, existen ocasionales apreciaciones de tono subjetivo. Además de sus habituales discusiones sobre filosofía, literatura y religión, pueden advertirse algunas expresiones donde el yo y sus circunstancias quedan a la vista: “Me siento tan hondamente satisfecho que no puedo dejar de agradecer alegremente a Dios lo que a sus ojos es pecado —según la religión en la que me crie. [¡]Agradecer a Dios el pecado!”.9 A ello se suman los múltiples autoanálisis y autoevaluaciones con que Gaos se calibraba continuamente: “Por mis temas e ideas soy un hombre del XVIII-XIX, rezagado en el XX. ¿Esfuerzo por actualizarme? Tardío; sobre todo, infundado. ¿Por qué no ser conscientemente y lo más perfectamente posible un rezagado?”.10
¿Cuántos pronombres de primera persona, observaciones de sí y expresiones particularizadas deberían aparecer en el cuaderno para que éste deje de considerarse intelectual y atravesado por discursos y recursos exteriores, y empiece a tomarse como un documento personal y privado? En casos como éste, es complejo establecer un límite: no es fácil determinar si la división entre un campo y otro puede basarse en un conteo objetivo de rasgos —y de éste, ¿cuál sería la unidad básica y cuáles los criterios de cálculo?— , o si alguno de estos tendría un peso cualitativo que afecte a todos los elementos contiguos —y esto, ¿de qué manera?—. Comienzan, así, a notarse los riesgos de aplicar de modo inflexible criterios de este tipo a una división genérica o a un documento concreto, sobre todo cuando éste fue escrito al compás de experiencias particulares. Finalmente, hasta la misma Anna Caballé sostiene que “no es fácil establecer límites precisos entre el diario y el dietario, en la medida en que ambos fluyen libre y fragmentariamente, tomando como eje la propia mirada” (1996: 106).
Esto conduce a un segundo factor problemático de esta división entre la escritura intelectual y la personal: que los términos en que se fundan las distinciones que aquí hemos descrito pueden ser, por sí mismos, ambiguos. Y esto sale a relucir de manera muy vistosa en los escritos de Gaos. Un caso ilustrativo es el del plan propuesto desde su cuaderno, en 1958, para estudiar las interacciones entre el amor y la sexualidad. Con el objetivo de dar con observaciones publicables sobre el tema, se propuso lo siguiente: “Para una Psicología de la sexualidad y su relación con el amor: cuidadosamente espiar y anotar el proceso diario de ella y de su relación en mí y en ella”.11 Así, decidió volverse su propio objeto de estudio, y hacer de sus cuadernos biblioteca y laboratorio del erotismo. La propuesta se tradujo en un estudio retrospectivo de personalidad (“Me he pasado la vida queriendo ser querido, sin lograrlo”12), un análisis de sus encuentros amorosos (“He perdido una batalla de amor […] por no haber tenido dominio de mí para hacer lo que debía”13) y hasta conclusiones que, aunque fundadas en la experiencia personal, se formularon como extrapolaciones generales (“Sexualidad promotora y corroedora de la intelectualidad: de la soberbia a la resignación a la no realización de lo absoluto”14). Si bien en las notas de esta temporada son más abundantes las reflexiones psicológicas y filosóficas que las referencias a las vivencias que les dieron apertura, ¿quién puede trazar en casos como éste, con certeza, la línea que separa la cotidianidad de la reflexión artificiosa, la intimidad de la fría especulación, lo personal de la lejanía de lo abstracto?
El asunto se complica aún más si se consideran algunos aspectos de la postura filosófica de Gaos. Se sabe que el transterrado llegó a afirmar en numerosas ocasiones que “las filosofías serían, en suma, confesiones personales” (1982: 47), reconociendo así, incluso en las elucubraciones más “abstractas”, una raíz vital. En lugar de entender la filosofía como un conjunto de proposiciones anónimas, para Gaos ésta es parte de “la concreción de la vida humana” (Gaos y Larroyo: 121). Y, al concebir al sujeto como el asidero de la filosofía, la totalidad de la realidad a la que, según sostiene, los filósofos aspiran dar expresión no puede sino anclarse en una perspectiva tan individual como ellos mismos: “a cada uno de ellos le es dada la realidad, en su totalidad, en una perspectiva distinta, por poco que sea, de aquella en que es dada a cada uno de los demás” (Gaos 1982: 46). De este modo, “no hay” para él “una perspectiva absoluta, no hay un sujeto trascendental, sino un sujeto empírico con sus limitaciones y experiencias concretas cuyas conclusiones, en conjunto, sólo tienen la validez subjetiva de una confesión personal” (Salmerón: 62-63). En consecuencia, casi como sello propio de su expresión, Gaos buscó marcar sus obras de un trasfondo confesional, en el particular sentido de expresar su personal idea del mundo, pero también en el de dar cuenta de sí y de sus circunstancias a través del pensamiento, tanto así que Fernando Salmerón (112) llegó a afirmar que “la independencia de los dos libros sistemáticos” gaosianos más importantes, De la filosofía y Del hombre, “respecto a la autobiografía es meramente literaria”.
Por estos motivos, en el caso de Gaos se debe proceder con especial cautela para no simplificar la relación entre lo personal y lo abstracto, entre lo particular y lo general. Aunque referirse a sus cuadernos como dietarios puede ayudar a encaminar las expectativas hacia un contenido más similar al de un espacio de pensamiento que al del anecdotario de intimidades que suele esperarse de un diario, no debe olvidarse que esta distinción se funda en tensiones profundas. Como experimenta el filósofo en una de sus notas, a la primera persona y a la expresión neutra los separan, a veces, simples marcas gramaticales: “Las cosas en que se piensa/ pienso/piensa cada quien revelan los intereses que le/me caracterizan/a uno”.15
El criterio, en todo caso, no puede ser una revisión o conteo de rasgos temáticos y formales descontextualizados, que se supongan marcas indiscutibles de la pertenencia de los textos a un determinado género. Como ha indicado Roger Chartier, existe en los textos un “paradójico entrecruzamiento de restricciones transgredidas y libertades restringidas” (1999: 14). Por consiguiente, acudir al membrete dietarios no debe confundirse con una extrapolación directa de las características genéricas propuestas por la crítica. Y, en el caso singular de Gaos, esta advertencia debe ser aún más firme. El pronombre neutro, la abstracción, la voluntad de homogeneizar el discurso, las referencias culturales, la falta de intimidad o cotidianidad, todos estos rasgos son dignos de discusión y se encuentran, en sus escritos, sujetos a tensiones que no deberían obviarse en favor de la pulcritud de una distinción teórica.
Finalmente, es digno de nota que no fue la denominación dietario la que prevaleció en la catalogación del propio Gaos. Ya sea por la poca fortuna del término dietario en castellano o por pura predilección, de la inicial disyunción “diario no diario o dietario intelectual”, diario será la designación a la que más recurrirá en sus cuadernos. Y, dadas las razones expuestas, no está de más preguntarse si tal preferencia no posee también cierto valor heurístico.
“La aforística ha subido a ser la forma literaria a que recurro”
Hasta aquí se han discutido las bases formales y temáticas que orientan esta supuesta distinción de la escritura personal y autobiográfica frente a la general e intelectual. Sin embargo, según advierte Caballé (2015), “es la idea de posible publicidad del texto, de escribirlo pensando más en un posible lector que en el cajón privado de un escritorio lo que marca la diferencia sutil pero decisiva con el diario personal e íntimo” frente a otras formas de escritura. Y esta forma de concebir lo personal no a través de tópicos y formatos, sino desde la limitación comunicativa de un discurso es otra vía para explorar la relación de los cuadernos de Gaos respecto a la obra de su autor, puesto que, a pesar de haberse redactado, en su mayoría, de forma privada, varias de sus notas sí llegaron a ver la luz de la publicación.
En el último cuarto de 1957, unas semanas antes de enfrascarse en el estudio teórico y experiencial del erotismo examinado en el apartado anterior, Gaos comenzó a explorar en sus cuadernos, de manera consistente, las posibilidades de la aforística como vehículo de las ideas. Aparte de indagar los rasgos y las condiciones de la escritura aforística, en este periodo se resuelve a cultivar la propia. Aún más: al inaugurar el proyecto, se plantea la posibilidad de englobar dentro de este género sus escritos previos: “La aforística ha subido a ser”, señala, “la forma literaria a que recurro, o que recurre en mí, como escritor, con más regularidad. Debo cultivarla, es decir, ejecutarla con la mayor perfección”. Y añade después una nota que, por contigüidad con la anterior, puede interpretarse como una definición de sí a través del espejo del género: “La aforística es la forma literaria regular del pensador y escritor irregular”.16 Estas anotaciones marcan el inicio de un consciente y persistente ejercicio de la aforística.
Aunque por meses se dedicó a desvelar los múltiples hilos que consideraba implicados en la composición y la recepción del aforismo, sus observaciones sobre el género giraban siempre alrededor de una misma constelación de atributos: “La aforística más propiamente tal es la consistente en ocurrencias recogidas en el orden cronológico en que se ocurriesen y sin más sistema que el que espontáneamente puedan tener por los temas del autor, incluso en el sentido del ‘cada loco con su tema…’ ”17 Sus definiciones se suman a la amplia lista de estudios sobre este género que, sin adjudicarle restricciones temáticas rigurosas, remarcan, más bien, su espontaneidad y su alejamiento de los vínculos arquitectónicos, postura maravillosamente condensada en la celebrada descripción de Ana Bundgaard: “El aforismo es un enunciado corto con pretensión de verdad, paradójico, pregnante o irónico, que transmite indirectamente, sin argumentación discursiva, un conocimiento, una idea repentina o reflexión súbita sobre circunstancias relacionadas con la naturaleza y las condiciones de la vida humana en general” (76).
Desde paradigmas como estos, donde el acento no recae en redes temáticas rígidas, sino en la concisión de los ejemplares, su suficiencia semántica (en contraposición a las redes de que dependen los enunciados de un discurso consecutivo y argumentado) y en un vínculo (no determinado) con la vida humana, las posibilidades del aforismo no hallan demasiadas acotaciones. De ahí que haya llegado a considerarse un género “inasible”,
convertido en nuestra práctica literaria actual en un campo de libertad absoluta en el que casi todo tiene cabida: la reflexión intelectual o metaliteraria, la ocurrencia ingeniosa, la confidencia autobiográfica, el decir lírico, la censura moral, la expresión de la desazón ante la realidad cotidiana y el desahogo emocional (Varo Zafra: 298).
Desde estos supuestos, las notas breves y discursivamente aisladas de Gaos (piénsese, por ejemplo, en la que reza “La claridad es el desprestigio del filósofo”18) guardan bastantes similitudes frente a las de quienes, como La Rochefoucauld, Joubert, Lichtenberg o Nietzsche —referentes a los que alude Gaos—,19 se dedicaron a recopilar observaciones y pensamientos, recurrentes o pasajeros, en proposiciones concisas y semánticamente suficientes. El vínculo es por demás significativo. Si bien el aforismo no goza de la misma apreciación que la argumentación plenamente desarrollada, cerrada y coherente, a partir del siglo xix se convirtió en uno de los protagonistas de la filosofía.20
Además, como señala Juan Varo Zafra, “el aforismo moderno viene a adoptar una fórmula personal, referida al sujeto enunciador que permanece en primer plano” (305). De ahí que aquella línea que pretendía distinguir lo personal de lo general y lo autobiográfico de lo intelectual a partir del contenido y los matices formales (el uso de la persona gramatical, las referencias explícitas a sí mismo, entre otros recursos), se muestra en este tipo de textos, como en los cuadernos de Gaos, especialmente difusa. Es quizá esta convergencia la que permite al filósofo pasar de denominar mayormente como diarios lo consignado en sus cuadernos a tratarlo como un proyecto de cultivo aforístico, sin establecer cambios drásticos en la forma breve y heteróclita de las notas. Después de todo, según él mismo observa, el aforismo puede conjugar, de manera a veces paradójica, los enunciados generales y anónimos con la anotación de base particular: “la forma de juicios universales de muchos de ellos no significa que sean rigurosamente tales juicios, sino [remarca] la frecuencia, la preponderancia de lo afirmado o hasta el relieve impresionante del caso único”.21 Tanto así que llegó a afirmar que “la aforística de un autor puede ser, en parte al menos, unas confesiones en forma de aforismos”.22
Sin embargo, las nociones sobre los “tipos” de textos o discursos no se reducen a los aspectos internos de forma y contenido que conectan estos conceptos del aforismo y el diario. Como indica Alberto Vital, el estudio de los géneros debe considerar “una combinación de criterios intratextuales y extratextuales” mediante la cual “se enfocan los géneros como práctica social y se revelan los significados generados por medio de las construcciones discursivas, así como las expectativas y las consecuencias que dichas construcciones tienen en las personas que producen y consumen los discursos” (8). Y entre las prácticas y los modos de acceso e interpretación asociados al diario y los que Gaos va relacionando a su proyecto aforístico sobresale un contraste notable: mientras los primeros se suponen circunscritos a la privacidad y al secreto, el plan de Gaos no esconde sus ambiciones editoriales.
Según observó Hans Rudolf Picard, suele considerarse que “el auténtico diario es un diario redactado exclusivamente para uso del que lo escribe. En razón de la estricta identidad entre el autor y el lector, carece precisamente de la condición más universal de toda Literatura: el ámbito público de la comunicación” (116). De ahí que sus estudiosos destaquen la ausencia en el diario de un acto ilocutivo fácilmente identificable (Kuhn-Osius: 167), es decir, la dificultad de hallar en él un propósito preciso frente a un destinatario determinado. Así, aunque comparte temas y formas con otros géneros, la clausura comunicativa suele tomarse como uno de sus rasgos distintivos, y la violación de esta condición como una intervención sustancial.
En contraste, si bien se considera que “el rasgo genuino del aforismo es la completud [sic], realizada en términos lingüísticos” (Fernández Muñoz: 39), de aquello que expresa, uno de los temas que más fascinan a críticos y lectores por igual es que “all share a sense that what is most valuable lies beyond our reach” (Morson: 421). Como señala Andrew Hui, “the best aphorisms admit an infinitude of interpretation, a hermeneutic inexhaustibility. In other words, while an aphorism is circumscribed by the minimal requirements of language its interpretation demands a maximal engagement” (3). Esta necesidad de interpretación rige los adjetivos con que Bundgaard describía al género: “irónico”, “pregnante”, “paradójico” e indirecto. Así, el aforismo, aunque conceptualmente suficiente, se considera misterioso y multifacético. Esta condición responde tanto al aislamiento discursivo de su forma concisa y asistemática, como a un cierto afán de provocar un efecto estético o gnoseológico en el lector (Helmich: 31). De ahí que, aunque la publicación no se considera un rasgo esencial del aforismo, suela pensarse que hay en él una pretendida relación con los lectores distinta al supuesto secreto del diario.
Y, ciertamente, alrededor de la época en que se compromete con su proyecto aforístico, las notas de los cuadernos de Gaos comienzan a mostrar una mayor ambición de corrección y precisión con vistas a un recibimiento efectivo. Pese a que “a la aforística le es esencial atenerse a la espontaneidad de la ocurrencia”, “cultivar la aforística”, manifiesta el filósofo, “no será dedicarse regularmente a discurrir y escribir aforismos”, sino “procurar dar a cada ocurrencia la forma, mental primero y verbal después, más perfectamente ajustada a su índole”.23 Este cuidado, en efecto, se reflejó en sus apuntes, donde lejos de simplemente redactar lo que se le venía a la mente, quiso seguir un método y un objetivo más precisos, ya que, según argüía, “la aforística debe esquivar la degradación en la nimiedad insignificante”.24
A esto se añade que los textos de los cuadernos fueron sometidos a un afanoso proceso de selección, cambio de soporte y edición, donde intervinieron otros colaboradores. Las notas elegidas fueron primero pasadas, como borradores, a hojas sueltas, donde fueron revisadas por plumas externas, como la de Alfonso Reyes, antes de reducirse a los 120 aforismos que se publicaron en la colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica en diciembre de 1957.25 Según su autor, el opúsculo, estaba “destinado exclusivamente a desear a los amigos del autor un feliz 1958” (Gaos 1982: 152). Pero pese a ese primer propósito, coyuntural y de exposición limitada, los aforismos del 10% —cuyo título alude al proceso de selección que siguieron las notas, redactadas desde 1942 en varias libretas, hasta ser antologadas— encontraron después lugar en 11%, en 12% y en la edición de la aforística gaosiana que realizó Vera Yamuni en 1982 para el tomo XVII de las Obras completas del filósofo. Además de ampliar la selección, estas colecciones expusieron los materiales escogidos a públicos cada vez más amplios.
La totalidad del proceso, de la determinación por cultivar enunciados con “justeza y verdad del pensamiento y la expresión” a la selección, corrección y posterior publicación de los materiales, pareciera, en suma, alejar definitivamente estos escritos de las prácticas que suelen tomarse como propias de la escritura diarística o, en general, de la escritura personal. Sometidos a presiones estilísticas y selectivas para llegar a algún público, y modificados, efectivamente, por agentes distintos al propio autor, los escritos terminan por convertirse en una especie de avant-texte o pre-texto (Genette: 346) para la conformación de colecciones editadas. No debe olvidarse, además, que estos textos se publicaron anunciando su pertenencia a un género conocido por el interés de impactar al lector: se incluyeron en la obra de Gaos plenamente como aforismos sin aludir a su clasificación previa como parte de un “diario” —ni siquiera de un “diario no diario”— o un cuaderno de apuntes.
“Este amor se me convierte en aventura y estos aforismos en diario”
Aunque es tentador tomar el recorrido arriba expuesto como un signo contundente del perfil público de estos escritos, habría que preguntarse cuán útil o reveladora es realmente una distinción tajante entre la escritura replegada a la esfera personal y la que se dispone al público. En primer lugar, porque, aun cuando se pretenda escribir en completo aislamiento y sin la meta de una publicación posterior, la incidencia en la propia redacción de las pautas, los recursos y los medios presentes en textos y discursos ajenos nunca es nula. En segundo lugar, porque ni siquiera en el plano de la circulación de los discursos es sencillo postular la existencia de una escritura totalmente ajena al ámbito comunicativo. Es lo que han advertido, de hecho, algunos especialistas sobre el género diarístico, como K. Eckhard Kuhn-Osius:
In light of the common belief that the diarist speaks only to himself of himself, for himself (at least under ideal circumstances), that he gives authentic expression to experience, let it be stressed that the experience itself is in its privacy speechless. As soon as something can be verbalized, it has found its place in the cognitive universe of all language users (169).
Una idea similar guía la postura de Carlos Castilla del Pino, quien entiende el espacio íntimo como el escenario reservado a las actuaciones humanas observables “sólo para el sujeto”: “lo íntimo puede decirse, no mostrarse” (19). En la verbalización, postula, tal esfera no puede sino transformarse en una actuación privada o pública, dependiendo del grado de exposición al exterior de las palabras (30). De este modo, hablar de intimidad o de restricción al ámbito personal en el género diarístico —o en cualquier otro— podría no aludir necesariamente a la situación comunicativa de los textos, sino ser un “efecto de palabras” (Fernández Prieto: 65) o “una construcción textual” (Luque Amo: 764). Desde esta perspectiva, la etiqueta de íntimo referente a textos como estos tendría un sentido más retórico que descriptivo.26
Por su parte, la génesis particular de los libros de aforismos de Gaos muestra que ni la publicación ni el relativo ocultamiento de un escrito son condiciones inalterables. Como se ha señalado, las colecciones editadas no sólo incluían notas consignadas tras llegar a su tentativa de escribir libros de aforismos, sino también, en un ejercicio retrospectivo, contenían notas previas a tal resolución, cuando el filósofo seguía una redacción menos orientada hacia la publicación. De tal modo que, aunque la inclusión ordenada y pulida en un libro fue el destino de algunas anotaciones, el desenvolvimiento previo de varias de ellas como apuntes más bien espontáneos y sin pretensiones notorias de edición no puede simplemente ser negado. Tal como subraya Gerard Genette, tan nocivo sería no advertir que “los estados de texto antiguos […] pueden testimoniar intenciones ulteriormente abandonadas” como sucumbir ante “el viejo fetichismo del ‘último estado’ considerado como conclusión inevitable” (346). El contraste de la aparición de estos textos en los libros de aforismos frente a su encadenamiento en los cuadernos muestra una cierta ambivalencia de propósitos, donde contenidos, formas, acciones, soportes, expectativas genéricas y fines entran en interacción y transformación conjunta. Aunque en su mayoría se conservan casi intactas, en su paso del cuaderno a la publicación las notas pierden las señales que pudieran orientar la lectura hacia su origen coyuntural. Es lo que sucedió, por ejemplo, con una nota del 19 de junio de 1957, donde la disposición sentimental del filósofo iba unida, originalmente, a una conclusión de tintes generales: “Ya casi no me enojo ni resiento por nada ni por nadie. Los malos sentimientos propios hacen más infeliz que los ajenos contra uno”.27 Privilegiando la contundencia de la última aseveración, Gaos omite la primera parte del apunte en el borrador del 10%.28 Esta nota no sobrevivió a la selección final, pero su caso ilustra la tendencia que se mantuvo en el opúsculo: al excluirse o modificarse los fragmentos autorreferenciales —no tan abundantes, por lo demás—, los textos publicados conservan una apariencia más gnómica que anecdótica.
Asimismo, de una inicial redacción al hilo del calendario las notas pasan, en los borradores del 10%, a una organización temática, y, en la versión final de este libro, a una disposición más heterogénea —ni por apartados temáticos ni por ocurrencia temporal—. Esto, sumado al proceso de selección de las anotaciones, termina por privar a cada una de ellas de su contexto discursivo original. Al presentarse al lector desprovistos de mayores detalles coyunturales y personales, así como en un itinerario de lectura que no sigue la línea biográfica, los aforismos del 10% se distancian de la asociación con la escritura circunstancial del diario. Con ello, quizá, facilitan un efecto de conmoción gnoseológica en el lector y la identificación de éste con el contenido, pues dejan de encaminar, de forma tan pronunciada, su curiosidad hacia el fondo experiencial “originario” de cada enunciado. Estas modificaciones se encuentran atravesadas, además, por un ideal genérico, pues corresponden al concepto que Gaos tiene de la aforística, a la que contempla, ciertamente, como derivada de “una experiencia de la vida”,29 pero, simultáneamente, como canalizada en la escritura a través de “formas de despersonalización singular”.30 Esta interacción entre el origen vital de los textos y su paso hacia la categorización en la redacción, lo llevó a aventurar una definición del género como un lugar “entre dos”: “Entre el sistema y el diario (como el de Marcel), el medio de los libros aforísticos nietzscheanos: conceptuar esta forma no de libros inacabados (como la Voluntad de potencia), sino de los más ajustados a la forma misma del pensamiento y de la vida”.31 Y en esta conjunción de circunstancialidad y conceptualización, apoyada en una revisión histórica del género, fue donde halló su pertinencia filosófica, a tal grado que los primeros esbozos de su libro De la filosofía fueron ensayados desde éste, antes de decantarse por la segunda opción del recurrente conflicto “entre el aforismo y —el mamotreto”.32
No obstante, pese a todos estos cambios, atravesados por expectativas genéricas y de recepción, no deja de ser significativo que, aun después de formalizar su proyecto aforístico y editorial, el filósofo no abandonara, en sus cuadernos, los mismos rasgos que excluía de sus borradores y de sus publicaciones. En las libretas, las anotaciones continúan consignándose al compás del calendario y, acompañadas de su fecha, se siguen haciendo esporádicas alusiones a la situación y la persona de Gaos. Asimismo, aunque desde 1957 la redacción parece más cuidada, concisa y conceptualmente densa, sigue habiendo entre las notas algunas que parecen exhibir un carácter más mnemotécnico o de utilidad personal que uno directamente encaminado a la conformación de colecciones aforísticas publicables. Así sucede, por ejemplo, cuando el proyecto aforístico se enlaza con la investigación sobre el amor que se propuso durante 1957. Tras una serie de enunciados eróticos sellados de gravedad y contundencia —algunos de los cuales llegaron a incorporarse al 10%—, el filósofo no puede evitar observar que “este amor se me convierte en aventura y estos aforismos en diario”.33
En suma, el contraste entre cuaderno, borradores y libro muestra, por un lado, la distinción que el filósofo establece entre la práctica que lleva a cabo en su libreta de apuntes y aquella encaminada a conformar publicaciones aforísticas. Cada una hace uso de distintos soportes y configura diferentes situaciones discursivas mediante variaciones formales y directrices de lectura contrastantes. En este sentido, como señala Amy J. Devitt (578), no son los textos por sí mismos los que construyen la situación discursiva o encarnan directamente los rasgos genéricos o las determinaciones de uso público o personal, sino que la presentación genérica, la invitación a una cierta lectura y los rasgos formales interactúan en la construcción de los textos y su situación. De ahí que estos no sean únicamente productos precargados de intenciones, sentidos y acciones, sino que se encuentran siempre en recíproca construcción con un proceso de configuración, emisión y recepción. La distinción de medios, formatos y usos que existe entre la preparación de los libros de aforismos y lo que ocurre en los cuadernos de Gaos sugiere que, a pesar de que todos ellos comparten contenidos, no se agrupan como un mismo instrumento discursivo ni responden a los mismos propósitos o expectativas.
Pero, por otro lado, este contraste muestra también la continuidad que el filósofo percibe entre el registro cotidiano que realiza en sus cuadernos y la cuidada preparación de sus publicaciones. La recuperación de aquellos pensamientos escritos al vuelo y la posibilidad de dar con una conclusión rotunda a partir de la consignación de las propias vivencias hacen de la bitácora construida día a día en sus cuadernos un precioso documento de autoanálisis, pero también de memoria intelectual, de exploración conceptual y —¿por qué no?— también de labor filosófica. Así, por lo menos, lo insinúa Gaos cuando determina, después de algunos intentos por distinguir entre el aforismo y la mera anotación nimia de vivencias y ocurrencias, que “la aforística puede absorber el diario de aquel cuya profesión de vida es pensar, para quien las solas anécdotas valiosas —registrables, publicables— son las categorizables”.34
“En estos cuadernos se puede recoger la biografía de mi filosofía”
Finalmente, pese a todos los matices y tensiones que se han ido añadiendo a esta exploración, existe un ámbito donde los géneros aquí discutidos, o al menos la noción que de ellos desarrolla Gaos, parecen confluir más armónicamente. El diario, el dietario y el aforismo surgen, para él, de un registro de lo circunstancial. Si bien entre ellos se vislumbran tanto contrastes como cruces en lo que atañe a temas, formas y exposición comunicativa, todos se asocian con una misma actividad de consignación, recurrente y espontánea, que él contempla como resguardo, concreción y estímulo del pensar, y que contrasta con aquella presente en textos que, como los tratados, buscan desplegarse “con orden y concierto”.35 Aunque se trata de una noción que atraviesa el grueso de sus escritos cotidianos, nunca se aborda con tanta transparencia como en el periodo de gestación de su proyecto aforístico. Según Gaos, más allá de las cuestiones formales y temáticas, lo que marca la división entre “el estilo discursivo del ensayista y el yuxtapositivo del aforista”36 es su relación con los movimientos de la vida, tal como se presentan. Articular alguna reflexión de forma coherente, cohesionada y conclusiva implica tomar suficiente distancia frente a las peripecias del presente. De ahí que Gaos arguya que, mientras “la aforística es la ‘salvación’ de las observaciones y ocurrencias de la vida en el desorden, quizá, ordenado en el fondo, de ésta. Responde a la urgencia de la vida, en continua inminencia de su final”, “la sistemática”, por su parte, “se funda en la esperanza de cierta ‘longevidad’, a pesar de no poder más que cristalizar en sistemas del momento”.37
Así pues, en esta compenetración de las dinámicas de la vida y la espontaneidad de la práctica de escritura se ubican, para Gaos, tanto el atractivo como la insuficiencia de la redacción fragmentaria y circunstancial. Por un lado, veía entre sus ventajas “quizá las pequeñas de permitir recoger en el acto y evitar la pérdida; dar algo dentro de límites dentro de los cuales no dan nada todavía otros géneros”.38 Pero, por otro, con frecuencia dudaba si esto sería suficiente para consolidar su pensamiento. En diversas ocasiones, amigos y lectores le advertían que el mejor camino hacia el reconocimiento filosófico no era captar las ideas surgentes, sino, como llegó a decirle Sergio Fernández, desarrollarlas “en sendas obras”.39 Declaraciones como ésta tuvieron hondas repercusiones en su autoevaluación personal y profesional: “Parece que Romero adivinó: la riqueza de ideas me impide ser filósofo: las ocurrencias cambiantes, sistematizarlas”.40 Quizá por ello en su madurez decidió responder a las exigencias a las que se creía sujeto mediante la publicación de tratados de desarrollo redondo y vinculación plena de ideas, como las versiones finales de De la filosofía o Del hombre, donde varios flechazos intuitivos, registrados en la escritura del día a día, se integraron en una cadena coherente, direccionada, cohesionada y conclusiva de enunciados.
No obstante, sin menoscabo de la inmensa cantidad de críticas y autocríticas derivadas de su propensión al apunte circunstancial, Gaos no dejó de valorar esta práctica. Y es que, según resaltaba, pocos ejercicios proporcionan un ejemplo tan minucioso de aquella cuestión que había tomado como insignia de buena parte de su trabajo: “precisar, por debajo de las cuestiones formales, la verdadera cuestión de la filosofía, qué actividad es ésta, qué valor tiene […] no […] teóricamente, sino biográfica e históricamente”.41 La anotación al vuelo, sobre todo aquella que le permitía realizar el soporte ágil y compaginado del cuaderno, le parecía un medio privilegiado para seguir a los movimientos concretos y a veces contradictorios de su pensar, realzando, en su desenvolvimiento sucesivo, el maridaje del pensamiento y la redacción con la coyuntura. Por ello, pese a tener claro que, fuera cual fuera la modalidad de escritura, “lo más que un autor puede dar al público es él mismo, con la ‘universalidad’ que haya entrado en su individualidad —y en que él habrá entrado en círculo sin fin”,42 en sus cuadernos manuscritos la cercanía del momento y la sucesión temporal son constantemente remarcadas como medios de seguimiento biográfico del pensar y el escribir. Así lo declara el filósofo el 30 de junio de 1958, cuando, tras haber publicado su primer libro de aforismos y después de haber dado a la imprenta sus Confesiones profesionales —ambos, libros en que buscaba exponer, de modo diverso, sus experiencias como pensador—, voltea hacia sus cuadernos y en silencio los declara como decisivo documento autobiográfico, a la vez que como vital documento filosófico: “En estos cuadernos y sus antecedentes [se] puede recoger la biografía de mi filosofía, la biografía de la Historia de la filosofía y su repercusión sobre mi filosofía”. Y remata: “Más aún, cómo van sucesivamente ocurriéndose las ideas”.43
En esa alusión a la sucesión, a las ideas y a la biografía, en esa perífrasis de gerundio, se encuentra la especificidad de la práctica de escritura llevada a cabo en estas libretas. Contrario a lo que sucedió en las publicaciones que derivaron de sus textos, estos documentos manuscritos nunca dejaron de consignarse en series acumulativas que, siguiendo la trayectoria del calendario, subrayaban su coincidencia con este mediante el registro de las fechas; de ahí que, aunque la expresión aforística no sea inexacta, puede, sin embargo, quedarse corta en lo que respecta a la descripción de la organización cronológico-biográfica de las notas. Pero igualmente limitadas son las más comunes nociones de los dos géneros tradicionalmente respetuosos de calendario con que el filósofo asocia estos escritos: el dietario y el diario. El primero, porque las posturas desde las que se aborda a menudo desdibujan, precisamente, aquella orientación subjetiva y autorreferencial que Gaos tanto parece apreciar; el segundo, por el contrario, porque suele acarrear expectativas de repliegue al secreto y a la primera persona que, además de ser por sí mismas controvertibles, no coinciden del todo con los detalles formales, temáticos y comunicativos que estos textos efectivamente tuvieron.
Cierto es que en cualquier discusión sobre géneros discursivos o literarios existe siempre una desconfianza latente, impulsada por la sospecha de que el texto particular no puede coincidir del todo con la definición genérica. A fin de cuentas, como señala Chartier, ni siquiera las condiciones más estrictas pueden determinar por completo los textos concretos, porque “las condiciones de posibilidad históricamente variables y socialmente desiguales” se encuentran siempre en interacción con las posibilidades abiertas de la imaginación y de la creación (2006: 14). En consecuencia, para no hacer de la noción de género un lecho de Procusto, los especialistas la han sometido a una constante flexibilización. Dado que el fin de este trabajo no es dar con nuevas descripciones genéricas, sino contrastar de forma crítica los elementos de sus nociones más extendidas con una práctica de escritura y un documento en concreto, sirva proponer un método de flexibilización muy modesto. Ya que los conceptos comúnmente asociados a los géneros aquí abordados pueden llegar a oscurecer las tensiones de fondo y expresivas de los cuadernos de Gaos, podrían subirse tales tensiones a la superficie a través de determinantes nominales: lo que el filósofo arremete en sus libretas es, ciertamente, una aforística, pero es una aforística cotidiana, en la que el desenvolvimiento biográfico del pensamiento es igual de importante que su incursión en el concepto y su búsqueda de pertinencia, a veces, publicable. Del mismo modo, es innegable que en sus notas fechadas y de fondo intelectual podemos identificar las huellas de un dietario, pero se trata de un dietario de fondo confesional, en el sentido que a este concepto le otorgó Gaos, es decir, uno en que el dietarista realiza “un intento por transformarse en su propio objeto de estudio y deletrear su experiencia con el alfabeto filosófico” (Valero Pie 2015: 133). Pero quizá el calificativo más elocuente, por ser una denominación que goza ya de cierta difusión en el mundo editorial —así, por ejemplo, se han titulado en castellano las colecciones de apuntes que día a día llevaban a cabo figuras como Hannah Arendt y Ludwig Wittgenstein—, y, sobre todo, por acoger en su seno los debates de la relación posible entre filosofía y vida, cotidianidad y profesión, y autobiografía e ideas sea el de diario filosófico. En cualquier caso, lo que no debe perderse de vista en un contraste genérico como este, es la complicada red de cruces entre vida, escritura y pensamiento que se realiza en las páginas de este documento concreto, la rica “constelación de ideas” que, según apunta el filósofo en aquel revelador gerundio progresivo, “va variando caleidoscópicamente mientras la atención va fijándose en lo que la pluma va escribiendo”.44