Introducción
Debido al resultado de la guerra y a la conclusión de la paz con la firma del Tratado de Versalles (1919), el Imperio Alemán perdió su poder político y económico. El país estaba por los suelos y completamente empobrecido. El bloqueo de las potencias vencedoras continuó, mientras que la agitación política y las condiciones similares a la guerra civil plantearon constantes desafíos a la nueva Alemania, que se reconstituyó como república en 1919. Especialmente en política exterior, el margen de maniobra de esta República de Weimar era especialmente limitado. Hubo que pagar reparaciones y el tratado de paz impuso numerosas restricciones a los alemanes. En este contexto, los responsables de la política exterior alemana reflexionaron sobre el poder de la cultura y, a nivel regional, sobre América Latina como una de las pocas regiones del mundo con las que no habían estado completamente enemistados durante la guerra. Ahí era donde las empresas alemanas, que habían quedado aisladas del comercio mundial y para las que las exportaciones eran tradicional y especialmente importantes, tenían aún las mejores oportunidades de restaurar la economía destruida. México, que había mantenido la neutralidad durante la guerra, parecía un socio especialmente adecuado para el futuro.1
La política exterior cultural se convirtió en un elemento que la República de Weimar podía dirigir con relativa libertad. La pérdida de poder mundial debía compensarse con la difusión promocional de los bienes culturales alemanes y, así, preparar la regeneración económica. También en México, Berlín revalorizó la influencia de la cultura alemana como medio de relacionarse con el exterior tras la agitación de las guerras civiles a partir de 1920. Esto se aplicaba tanto a la consolidación interna de la Revolución como a su protección externa, ya que la imagen de México había sufrido mucho por el caos revolucionario. ¿Cuáles fueron los motivos y el contenido de la política cultural de Alemania hacia México? ¿Quiénes fueron los actores de estas relaciones más allá de los diplomáticos y cónsules que en este artículo no son centrales? Este artículo aborda estas cuestiones recurriendo a diversas fuentes de diferentes archivos y bibliotecas. En el primer paso, se esbozarán los debates sobre la política cultural exterior alemana en América Latina. La segunda parte tratará de los inicios de esta política tras el final de la guerra, todavía muy ensombrecidos por la propaganda. En un tercer paso el artículo discutirá el papel de los colegios alemanes y, en la cuarta y última sección, se presentarán las relaciones académicas.
La cultura como política
Desde principios del siglo XX, la política cultural exterior se introdujo en la política exterior internacional como un nuevo elemento. Se convirtió en una necesidad ante las crecientes tensiones internacionales de la postguerra. Esto se notó en América Latina, donde la influencia cultural de Francia ha desempeñado tradicionalmente un papel predominante, pero aproximadamente a partir de 1906, Alemania comenzó a ser más activa en este campo (Rinke, 1996, pp. 413-414). Desde el principio, la presentación de los logros culturales era un medio de los gobiernos para alcanzar objetivos económicos. La larga tradición de interés científico por parte de investigadores alemanes, como Alexander von Humboldt, así como las actividades de los expertos alemanes en el servicio de gobiernos latinoamericanos, constituyeron un punto de partida. Sin embargo, antes del estallido de la guerra el Imperio Alemán no llevó a cabo ningún proyecto significativo de política cultural. Durante la Primera Guerra Mundial, la demanda de una política cultural coordinada que utilizara las conexiones alemanas en el extranjero se hizo más fuerte, debido al fracaso de la propaganda alemana.2
En México, el régimen del dictador Porfirio Díaz se esforzaba por tener una imagen positiva en el exterior para el país, desde antes de la Primera Guerra Mundial. Se trataba de atraer a los inversores extranjeros y, sobre todo, de mejorar las relaciones con Estados Unidos. Durante la Revolución, las diferentes facciones buscaron apoyo en el extranjero. Especialmente bajo el presidente Carranza, la política cultural exterior mexicana se reforzó sistemáticamente.3 Carranza quería aumentar la aceptación del joven gobierno revolucionario mexicano en el extranjero y, entre otras cosas, hizo que se abrieran agencias de información, por ejemplo, en los Estados Unidos; su lema era el nacionalismo revolucionario (Dummer Scheel, 2015, p. 125; Rinke, 2019, pp. 285-286).
El debate en Alemania sobre la política cultural exterior o la “propaganda cultural” tuvo gran resonancia después de 1918. Se intensificó por la estima en que los competidores internacionales tenían este aspecto de la política exterior. En la República de Weimar prevalecía la opinión de que había que desarrollar medidas de política cultural que sustituyeran a los instrumentos perdidos de la política de poder. Un buen ejemplo de ello fue un apreciado artículo de 1919 del profesor y publicista conservador, Paul M. Rühlmann, quien reconocía la mayor importancia que tenían las relaciones tras la guerra “de pueblo a pueblo” en la configuración de la política exterior, y criticaba la diplomacia de gabinete “de soberano a soberano” practicada antes de 1914. En su opinión, la propaganda cultural debía contribuir a ganarse el “alma de los pueblos extranjeros” y promover así el resurgimiento económico del Reich alemán. En vista de la deprimente situación inicial, era una “cuestión de destino” para la política exterior alemana: “El método puramente político de poder para llevar a cabo la política exterior será sustituido por el método político-cultural; en el futuro, el poder será sustituido por la propaganda cultural” (Rühlmann, 1919, p. 4).
En la aplicación concreta de esta nueva política, Rühlmann atribuyó un carácter ejemplar al enfoque francés en América Latina antes y durante la Primera Guerra Mundial. Los franceses consiguieron convencer a Brasil de que entrara en la guerra instrumentalizando la idea panlatina. Además, el Comité France-Amérique, fundado en 1909 por el ex ministro de Asuntos Exteriores, Gabriel Hanotaux, con sus numerosas filiales en América Latina, promocionó con éxito a Francia mediante la fundación de una casa para latinoamericanos en París, así como diversas festividades, la distribución de revistas, el cultivo de contactos personales, exposiciones de arte y la organización de semanas latinoamericanas durante la guerra. Además, la promoción de escuelas francesas en el extranjero, el envío de becarios, la oferta de cursos de lengua francesa y la difusión de libros franceses, parecían actividades dignas de emular. Dichas actividades se convirtieron posteriormente en el modelo de la política cultural alemana en América Latina (Rühlmann, 1919, pp. 37, 43, 58, 70-72, 79).
El viaje en 1926 a América Latina del ex canciller del Reich, Hans Luther, constató la necesidad de una política cultural exterior en esta región. Los argumentos y sugerencias que presentó Luther en reuniones confidenciales en el Ministerio de Asuntos Exteriores reflejaban el estado de la discusión contemporánea. Sus observaciones estaban marcadas por las ideas y los objetivos de los círculos comerciales e industriales que financiaban la empresa. Luther abogó por una mayor expansión de componentes, como los colegios alemanes en el extranjero y la exportación de libros. Luther llegó a la siguiente conclusión: “Por lo tanto, no veo otra posibilidad para una política alemana que la del trabajo enfático en el sentido de la preservación y difusión de la cultura alemana. Además del objetivo propiamente dicho, el objetivo secundario de gran importancia es la conservación y el fortalecimiento de un contrapeso a la cultura francesa”.4
Después de Luther, otras conocidas personalidades mantuvieron el interés del público por la política cultural exterior en América Latina; sobre todo, Otto Boelitz fue uno de ellos. Tras su viaje a Latinoamérica en 1927, Boelitz se implicó en el debate sobre política cultural con conferencias y diversas publicaciones y, en 1930, se convirtió en el director fundador del Instituto Iberoamericano (IAI) de Berlín. El llamado de Boelitz a favor de un mayor interés de Alemania por América Latina tenía una motivación principalmente económica y reclamaba una “propaganda cultural” que fuera de la mano de la política económica. Si bien Boelitz subrayó la base idealista y la buena tradición de “dar y recibir” en las relaciones culturales de Alemania con América Latina desde los tiempos de Alexander von Humboldt, en un artículo dirigido a un público latinoamericano en 1933, cinco años antes había descrito con mayor acierto los motivos de una política cultural exterior:
Una vez que hayamos reconocido el valor de la generosa propaganda cultural, será sin duda de la mayor importancia para nuestras relaciones comerciales con Sudamérica. ¡Convirtamos las almas de estos pueblos! El éxito no faltará, sobre todo porque allí se sabe que no nos guiamos por ningún plan imperialista. Además, se reconoce cada vez más que la yanquización de Sudamérica debe convertir infaliblemente a todos estos Estados en Estados vasallos de la Unión y que Europa -y por tanto también Alemania- es necesaria para crear un contrapeso frente a Estados Unidos (Boelitz, 1928a, p. 193).
En 1920, el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán reaccionó a la evolución de la política cultural exterior, fundando un departamento cultural que funcionó en el mismo nivel como los departamentos económicos y políticos. Ya a finales de 1923, un informe provisional basado en los reportes de las misiones de los dos años anteriores estableció que la “propaganda cultural” extranjera había facilitado el restablecimiento de las relaciones diplomáticas rotas con muchos países tras la guerra, a pesar de la fuerte competencia francesa. En el trabajo de muchas representaciones, las actividades culturales constituían ya el principal campo de actividad: “Apenas hay una representación alemana en el extranjero que no haya sentido directamente hasta qué punto el establecimiento de contactos con la patria en términos culturales era adecuado para preparar el terreno de las intenciones políticas y facilitar o permitir su puesta en práctica”.5
Casi una década más tarde, la importancia concedida al cultivo de las relaciones culturales con América Latina en el Ministerio de Asuntos Exteriores quedó claramente expresada en una nota de Hans von Reiswitz, un alto funcionario ministerial. Decía, entre otras cosas: “Las relaciones culturales desempeñan el papel más importante en nuestras relaciones con los países de América del Sur y Central. Son la base de las buenas relaciones políticas y tienen repercusiones directas y demostrables también en las relaciones comerciales”.6 Además de las escuelas de lengua alemana, que seguían ocupando el primer lugar en la escala de prioridades debido al objetivo político de “preservar la germanidad” de los emigrantes alemanes en América Latina, Reiswitz atribuía especial importancia a los institutos culturales. Según este funcionario, el ejemplo francés fue el modelo que guio los esfuerzos culturales alemanes. Con la ayuda de los alemanes y de los alemanes étnicos en el extranjero, se habían conseguido muchos éxitos mediante la fundación de organizaciones culturales intergubernamentales en los centros de esta actividad, a saber, Buenos Aires, Santiago y Río de Janeiro, mediante intercambios académicos y de estudiantes, así como cursos de alemán para extranjeros. Estas áreas, así como la difusión de libros, música y artes visuales alemanas, fueron los temas principales de la política cultural exterior alemana en América Latina desde 1918 hasta 1933.
El uso de la propaganda
La propaganda de guerra resultó ser una herencia de la que la política cultural exterior de la República de Weimar sólo pudo desprenderse lentamente (Rinke, 2015). En consulta más o menos estrecha con el Ministerio de Asuntos Exteriores, la propaganda se orientó inicialmente hacia la culpa de la guerra y la revisión del Tratado de Versalles. En los estados neutrales más importantes de América Latina, como Argentina, Chile y México, se habían formado durante los años de la guerra comités de expatriados alemanes debido a la interrumpida conexión con Alemania, que organizaban la propaganda en colaboración con los representantes consulares y diplomáticos del Reich alemán. Alentadas por la continuidad del personal en el Ministerio de Asuntos Exteriores y en los puestos exteriores de América Latina inmediatamente después del final de la guerra, estas organizaciones de expatriados alemanes no estaban dispuestas a ceder sus tareas a un gobierno republicano que no querían, ni este gobierno estaba en condiciones de sustituirlas rápidamente.
La principal ocupación de los comités de propaganda de expatriados alemanes en el extranjero y de los “Aufklärungsdienste” (servicios de reconocimiento) en México y entre otros lugares, era influir en la prensa y distribuir literatura de propaganda en el idioma nacional. Así, estos servicios editaron series de publicaciones con títulos como Los culpables de la guerra: Documentos y opiniones y Alrededor de la paz, en las que se presentaba la cuestión de la culpa de la guerra desde la perspectiva alemana. Estas publicaciones se completaron con traducciones al español de las memorias de personalidades importantes. El Departamento de Noticias del Ministerio de Asuntos Exteriores y, posteriormente, el Departamento de Libros del Departamento de Cultura -que surgió de él-, promovieron las actividades de traducción y también proporcionaron a los conferenciantes el material bibliográfico adecuado para su difusión en los círculos apropiados.7
La cooperación con estos círculos puso de manifiesto que el Ministerio de Asuntos Exteriores seguía pensando y trabajando en la misma línea que durante la guerra. La política cultural en América Latina siguió orientada hacia el concepto de propaganda. Eso significaba denigrar a los países enemigos y alabar la propia actuación. La emancipación de la política cultural exterior de la propaganda sólo pudo lograrse gradualmente en el curso de la reforma del Ministerio de Asuntos Exteriores durante los años 1920. La política cultural más indirecta de intercambio académico y artístico apenas se aplicó poco después del final de la guerra. Sin embargo, los primeros comienzos de esta nueva política pudieron verse, por ejemplo, en la distribución de libros alemanes por parte del gobierno alemán. La fundación de una editorial para la difusión de la literatura propagandística en los países iberoamericanos se convirtió en una cuestión importante en la posguerra. Estas actividades fueron objeto de duras críticas por parte de los alemanes en el extranjero que continuaron con la propaganda y negaron el valor de la nueva política cultural. Sin embargo, los informes de los representantes diplomáticos confirmaron el sentido de la reorientación. La literatura propagandística de la guerra y de la posguerra, especialmente en lo que respecta a la cuestión de la culpa de la guerra, siguió siendo popular entre los alemanes en el extranjero, pero encontró cada vez más rechazo entre los mexicanos.8
Los colegios alemanes
Los colegios de lengua alemana en América Latina desempeñaron un papel central en el marco de la política del germanismo. Sin embargo, la preservación de la germanidad no era sólo un fin en sí mismo. Los alemanes en el extranjero debían servir también como factor de publicidad del Reich a través de su desempeño económico y cultural. Esto también se aplicó a las escuelas. El presidente de la Asociación de Profesores de Alemán en Argentina, Max Wilfert, describió la institución de las escuelas de lengua alemana en este contexto como un “libro vivo que ensalza las ventajas morales y espirituales de la raza germánica en tonos brillantes y descripciones vívidas” (Wilfert, 1925, p. 74). Los latinoamericanos debían ser introducidos en la cultura alemana a través de estas escuelas para despertar en ellos un “respeto por Alemania” (Rohrbach, 1927, p. 4). Esto parecía especialmente necesario tras la guerra perdida.
Incluso antes de 1914, no todas las escuelas de lengua alemana de América Latina contaban con una elevada proporción de alumnos de origen alemán y con dominio de la lengua alemana. Cuando no era así, se hablaba de una “escuela de propaganda”. El objetivo del apoyo al tipo de escuela de propaganda por parte de los patrocinadores de la política escolar alemana era, en particular, la difusión de los conocimientos de la lengua germana como clave para la comprensión de la cultura alemana. A largo plazo, esto también pretendía promover los intereses económicos. Ello estaba relacionado con la rivalidad cultural-política de los poderes europeos y de Estados Unidos por América Latina (Gaster, 1926, p. 173; Schmidt, 1930, p. 2).
Sin embargo, el concepto del colegio de propaganda no sólo encontró partidarios en Alemania debido al problema de la germanidad. La actitud ambivalente hacia los colegios de propaganda queda patente en la obra del político conservador Otto Boelitz, por ejemplo. Valoró como positivo el hecho de que, desde el final de la guerra, un número creciente de niños de las clases sociales altas de América Latina -porque sólo ellos eran admitidos y podían pagar las colegiaturas- volvieran a ser enviados a las prestigiosas escuelas públicas de lengua alemana. Por un lado, era una excelente manera de dar a conocer la cultura y el carácter alemanes y, por otro, colocaba a los alumnos alemanes en estrecho contacto con la futura clase dirigente de sus países de acogida. Sin embargo, Boelitz también expresó sus reservas sobre un número demasiado elevado de alumnos no alemanes: “En cuanto predomina el elemento extranjero, apenas es posible impartir las clases según los planes de estudio alemanes [...] Por lo tanto, se necesita urgentemente un límite en el número de personas, y tal vez no se deba superar la tasa del 25%” (Boelitz, 1928b, pp. 291-292).
El Ministerio de Asuntos Exteriores abogó por estrechar lazos con el país anfitrión en lo que respecta al reconocimiento de los certificados para promover la “idea alemana en el resto del mundo” (Böhme, 1929, pp. 63-65). Pero también los diplomáticos eran de la opinión de que cuando los obstáculos oficiales eran demasiado grandes, era mejor no mantener una “escuela alemana”. Según este punto de vista, muchos de los Colegios Alemanes en América Latina eran alemanes sólo de nombre y habían ido demasiado lejos en sus tendencias de adaptación. Sin embargo, no había una definición precisa de los límites de lo que era permisible para una “escuela alemana” a este respecto.
Las escuelas de propaganda con un alto nivel de estudiantes latinoamericanos se desarrollaron en América Latina principalmente en las capitales y en los centros comerciales, donde el contacto con las élites era intenso. El número de alemanes que vivían allá no solía ser lo suficientemente grande como para que una escuela exclusivamente de lengua alemana pareciera sensata y pudiera financiarse con las cuotas escolares. Lo mismo ocurrió con la escuela de la Ciudad de México. Por lo general, las escuelas de propaganda cumplieron con sus tareas publicitarias entre las oligarquías latinoamericanas. Se lograron éxitos, por ejemplo, en la capital de México, donde los hijos de los presidentes Plutarco Elías Calles y Pascual Ortiz Rubio se encontraban entre los alumnos. Allí, la escuela de lengua alemana gozaba de la reputación de ser la mejor del país (Rinke, 2007, p. 47). Su biblioteca era una de las más grandes de su tipo en América Latina. El creciente número de alumnos latinoamericanos atestiguó la gran reputación de la que gozó la escuela de lengua alemana. Sin embargo, apenas tuvo una amplia repercusión, pues el conocimiento del alemán no se generalizó en México. Además, las tendencias de nacionalización de la política escolar por parte de los gobiernos mexicanos también amenazaron a la escuela alemana y restringieron su libertad de movimiento (Böhme, 1926, pp. 281-288 y 314-321; Buchenau, 2005, pp. 85-110).
El intercambio académico
A partir de 1918, no sólo en la política escolar se aprecia una tendencia hacia una mayor atención a la promoción cultural de la población nativa. Esto también se aplicó a las relaciones científicas, las cuales se utilizaron como un nuevo elemento de la política cultural exterior en América Latina después de la guerra. A través de los contactos académicos y, sobre todo, del intercambio de científicos, se debía promover la reputación de Alemania en el mundo y sus relaciones con el extranjero. El trabajo del Departamento de Cultura del Auswärtiges Amt también se vio complementado en este ámbito por las actividades de actores transnacionales como, sobre todo, los institutos latinoamericanos en Alemania y las asociaciones alemanas en América Latina. Los alemanes en el extranjero desempeñaron un importante papel como portadores y mediadores de los contactos.
Una de las tareas más importantes de la nueva política cultural alemana tras el final de la guerra fue restablecer las relaciones personales e institucionales con la ciencia extranjera. Esto resultaba problemático porque la investigación alemana seguía siendo objeto de boicot por parte de las organizaciones científicas internacionales en muchos ámbitos, hasta 1926. Los contactos con los países de América Latina fueron de especial importancia. Sus antiguos adversarios reconocieron que las perspectivas de Alemania eran especialmente favorables en esta región. Dos semanas después del armisticio, el Departamento de Guerra de los Estados Unidos declaró con respecto a Argentina que los esfuerzos culturales alemanes habían tenido un éxito especial aquí en el pasado, porque el Reich no había representado una amenaza inmediata en términos de política de poder. El resultado de la guerra, se especuló, sólo podría reforzar este hecho (Sheinin, 1989, p. 174).
En América Latina, el boicot científico de los aliados a Alemania, que se prolongó más allá del final de la guerra, fue incomprendido y atacado abiertamente. Por ello, ya en 1921, el fundador del Instituto Iberoamericano de Hamburgo, el profesor Bernhard Schädel, pudo afirmar:
Las declaraciones de un representante de la Universidad de La Plata en Argentina, que recientemente visitó Alemania, así como las del representante del Ministerio de Educación de Chile, que ahora está con nosotros, numerosos informes y observaciones de Perú, de Colombia, de México, de Brasil, todos coinciden en que hoy la inclinación a trabajar con nosotros y a entrar en contacto con nosotros se ha hecho fuerte en todo el mundo hispanohablante, así como en Brasil. (Schädel, 1921, p. 28).
Schädel y muchas otras personalidades alemanas interesadas en el intercambio cultural pusieron grandes esperanzas en España y Portugal como puente hacia los países de América Latina. Al hacerlo, especularon sobre las relaciones de la Iglesia católica y, especialmente, sobre la tracción de la idea de la Hispanidad, que en la década de 1920 encontró muchos defensores no sólo en la península ibérica y llevó a aumentar los esfuerzos para promover las relaciones intelectuales. Tras el final de la guerra, el objetivo de algunos políticos culturales alemanes era unir fuerzas con los hispanistas, muchos de los cuales habían hecho campaña por la neutralidad española, contra el “panlatinismo” al estilo francés, y el “panamericanismo” al estilo estadounidense. El signo externo de esta actitud fue el uso deliberado en Alemania del término “Iberoamérica” en lugar del término “América Latina”, que era mal visto por los hispanistas. Con cierto éxito, Schädel fomentó la fundación de Juntas españolas para el intercambio científico con Alemania en varios lugares de España. Schädel pretendía crear instituciones similares en América Latina.9
Los políticos culturales alemanes no tardaron en reconocer la importancia de la enseñanza del alemán para intentar llegar a la élite intelectual del extranjero. Ya en 1921, Schädel exigió: “En interés de nuestras relaciones científicas en el extranjero, es preciso exigir enfáticamente que se tomen las medidas adecuadas por parte de Alemania para difundir con éxito la lengua alemana en los círculos académicos de los países de habla hispana” (Schädel, 1921, p. 31). En este contexto, los resultados de la Alliance Française, especialmente evidentes en América Latina, fueron ejemplares. Las escuelas de propaganda desempeñaron un importante papel en la difusión del alemán en América Latina. Sin embargo, su número era demasiado pequeño para tener una influencia duradera. Los planes de estudio estatales de América Latina no hacían obligatorias las clases de alemán (Schröter, 1933, pp. 181-186).
La situación no era en absoluto satisfactoria en 1920-1921. Schädel exigió una iniciativa organizativa del Ministerio de Asuntos Exteriores para que el trabajo de política cultural tuviera un denominador común.10 Debido a que los recursos eran cada vez más escasos, la coordinación parecía urgente. Aunque el Ministerio de Asuntos Exteriores estaba de acuerdo con las propuestas de forma animada, todos los esfuerzos en este sentido habían fracasado hasta entonces. Al menos en el ámbito de los institutos latinoamericanos, se logró una cierta normalización: en 1921, el Instituto Iberoamericano de Hamburgo, dirigido por Schädel, recibió amplios derechos para organizar sus contactos con organismos nacionales y extranjeros. El acuerdo correspondía a la evolución de la posguerra, ya que entretanto el Instituto Iberoamericano había impresionado por la diversidad de sus actividades, entre las que se encontraba la fundación del Centro Ibero-americano de Hamburgo en 1922. En colaboración con los cónsules de los estados iberoamericanos, español y portugués, organizaron en el Centro el Día del Descubrimiento de América, que se celebraba oficialmente en España desde 1918 como Día de la Raza. En Hamburgo llamaron el evento del 12 de octubre de 1923 “Día de Iberoamérica” (Grossmann, 1927, pp. 12-21).
La “política cultural de Hamburgo”, que fue posible sobre todo gracias al comercio exterior, fue vista con escepticismo en el Ministerio de Asuntos Exteriores en Berlín. Por ello, el Ministerio apreció las sugerencias de política cultural de terceros, que en esta fase inicial procedían principalmente de los académicos. Las giras de conferencias a México eran muy populares entre los académicos alemanes, sobre todo por los honorarios en divisas que se podían esperar. Aunque normalmente privados, tuvieron el apoyo organizacional de la embajada alemana en el país. Algunos, como el economista socialista Alfons Goldschmidt, incluso se quedaron en México durante algunos años para enseñar. Tras su regreso en 1925, escribió el guion del documental “Auf den Spuren der Azteken” (“Tras la pista de los aztecas”) en nombre de la UFA (Universum Film AG), que se estrenó en 1926.
La consolidación financiera de la República de Weimar mediante la superación de la hiperinflación tuvo un impacto en el ámbito de las relaciones científicas con América Latina a partir de 1924. En una nota para el Presidente del Reich, en enero de 1924, el Ministerio de Asuntos Exteriores esbozó el desarrollo de la “propaganda cultural de la Entente” después de la guerra. En particular, la política cultural francesa en América Latina, como lo demostró el intercambio de científicos con Argentina y Brasil, altamente subvencionado por el gobierno, permitió afirmar que “la propaganda cultural francesa navega por todo el mundo con las velas hinchadas”.11 Por ello, a partir de 1923 se promovió constantemente el intercambio de académicos entre Alemania y América Latina. La recientemente fundada Notgemeinschaft der Deutschen Wissenschaft (Asociación de Emergencia de la Ciencia Alemana) promovió cada vez más los viajes de investigación de los latinoamericanistas alemanes (Schreiber, 1928, pp. 34-35).
México era un centro de intercambio científico. En agosto de 1918 se fundó en Múnich la Deutsch-Mexikanische Gesellschaft (Sociedad Germano-Mexicana) para el Fomento de las Relaciones Culturales. Siguiendo la tradición de Eduard Georg Seler, los estudios mexicanos alemanes mantuvieron su alto nivel a través de investigadores como Walter Lehmann, Konrad Theodor Preuß y Leonhard Schultze-Jena en la década de 1920 y principios de 1930. Después de la guerra, los museos y universidades alemanes siguieron siendo centros de estudios de la América antigua en México y Centroamérica. Todas estas organizaciones eran privadas, aunque tuvieron fuertes vínculos con la diplomacia oficial alemana y mexicana.12
La política cultural francesa en México era tradicionalmente fuerte. Poco después del final de la guerra, se preparó aquí, como en muchos otros países de América Latina, la creación de una sucursal de la Universidad de París. Sólo por razones financieras, el Reich alemán tenía poco que ofrecer. Además, a pesar de las buenas relaciones germano-mexicanas, se prohibió una presencia demasiado fuerte en México en el sector cultural-político por consideración a los Estados Unidos. No obstante, se establecieron contactos: el famoso neurólogo Max Nonne llegó a México en 1922, invitado por la Universidad Nacional. En 1923, una delegación del Allgemeiner Deutscher Gewerkschaftsbund (Federación General de Sindicatos Alemanes), bajo el mando de Theodor Leipart, participó en un congreso de la Confederación Regional de Obreros Mexicanos (CROM).13
El viaje a Alemania en 1924 del presidente electo, Plutarco Elías Calles, tuvo lugar a propuesta de la CROM. Sirvió para estudiar la legislación social alemana y el sistema de cooperativas Raiffeisen. El viaje de Calles fue también un gran éxito gracias a los homenajes de los institutos culturales. La intención era promover con más fuerza las relaciones germano-mexicanas en el futuro, también en el sector intelectual. Además de una gira de conferencias del especialista de medicina tropical, Peter Mühlens, por invitación del gobierno mexicano, la presidencia de Calles trajo consigo una intensificación de las relaciones académicas mediante la creación de una Biblioteca de México en Alemania (Buchenau, 2006, pp. 1-21).14
La admisión de Alemania en la Sociedad de Naciones, en septiembre de 1926, puso fin al boicot de la ciencia alemana en la posguerra. Esto abrió nuevas posibilidades para la política cultural alemana. En América Latina, en la segunda mitad de los años veinte, pudo aprovechar las relaciones e instituciones que se habían establecido de forma más o menos coordinada desde el final de la guerra. El aumento de las sumas destinadas a la política cultural en los presupuestos del Reich, entre 1926 y 1929, amplió las posibilidades de cooperación de los organismos oficiales.
A finales de los años 20, las relaciones científicas entre Alemania y América Latina se habían concentrado más, lo que reforzó el deseo de contar con una institución central que recogiera los contactos. También en estas consideraciones surgió como motivo importante la competencia con Francia, cuya organización científica central, en opinión de los contemporáneos, facilitaba la orientación de los latinoamericanos. Además, la normalización parecía necesaria por razones de coste. A finales de 1928, la industria declaró que la racionalización era una condición básica esencial para seguir promoviendo la “propaganda cultural en el extranjero” (Boelitz, 1930-1931, p. 7; Gliech, 2003, pp. 48-57). En enero de 1930 se fundó el Instituto Iberoamericano en Berlín (IAI) y se inauguró ceremoniosamente en el Día de la Raza, el 12 de octubre. La Biblioteca de México con sus 25,000 libros pasó a formar parte del IAI. La fundación del Instituto Iberoamericano marcó un punto álgido en la política cultural alemana hacia América Latina durante la República de Weimar. En Alemania, desató el entusiasmo, al menos en los círculos interesados. En 1930, se habló, no sin razón, de un “movimiento iberoamericano” en Alemania (Gast, 1930-1931, pp. 1-5).
En el año de fundación del IAI, la crisis económica mundial eclipsó el interés por América Latina. Sus efectos afectaron a las actividades del nuevo instituto y a la política cultural exterior alemana en general. En vista de la evolución económica y política, cada vez era más difícil que las preocupaciones culturales fueran escuchadas. La oleada de revoluciones y convulsiones en América Latina, en 1930 y 1931, dificultó aún más la labor de la política cultural.
Conclusión
La política cultural exterior en América Latina fue un nuevo tipo de elemento moderno de la política exterior alemana. Como representantes de los distintos grupos de interés, las personalidades de las clases medias cultas con experiencia en América Latina proporcionaron impulsos esenciales para el debate sobre la política cultural exterior, mientras que el Ministerio Federal de Asuntos Exteriores mantuvo un perfil bajo. Esto también se aplicó a las iniciativas y a la puesta en práctica de proyectos de política cultural en América Latina, que fueron estimulados y apoyados por el compromiso de actores no gubernamentales y transnacionales. El requisito esencial de las medidas seguía siendo la función de enlace de los alemanes en el extranjero entre las clases altas latinoamericanas y el Estado alemán, y los patrocinadores transnacionales de la política cultural exterior.
La gestión y coordinación del Ministerio de Asuntos Exteriores pasó a un segundo plano en las relaciones culturales con América Latina. Desde la estabilización de la moneda alemana tras la hiperinflación en 1924, se aprecia un aumento de la actividad estatal en todos los ámbitos. Sin embargo, se utilizaron para ello las organizaciones alemanas en México existentes y las relaciones personales, sin desarrollar ninguna iniciativa propia importante. Por lo tanto, en la mayoría de los casos, la afectación no fue visible. Esta era también la intención, ya que había que evitar la apariencia de control estatal por razones pragmáticas en el nuevo contexto internacional, que veía con recelo cualquier intento de extensión política, económica o cultural alemana.
Debido al auge de las tendencias nacionalizadoras en México, las declaraciones abiertas de la superioridad de la cultura alemana se leían con menos frecuencia en el transcurso de los años veinte, en comparación con la época del Imperio. En cambio, las condiciones de la posguerra y la pérdida de poder del Imperio Alemán hicieron que pareciera deseable un intercambio basado en la asociación. Los ruegos de reciprocidad en las relaciones culturales podrían leerse ahora con más frecuencia. En algunos ámbitos, como el intercambio de profesores, se pusieron en práctica. Los patrocinadores e iniciadores de los proyectos de política cultural fueron en muchos casos mexicanos. Su influencia fue especialmente duradera en la reanudación de las relaciones inmediatamente después del final de la guerra, y ello fue acompañado por un mayor compromiso académico con México en Alemania. Sin embargo, esto no pudo lograr una amplia repercusión. Aunque todavía a pequeña escala y limitados a las clases altas, se desarrollaron por primera vez enfoques de reciprocidad.
Al igual que antes y durante la guerra, un motivo importante de la política cultural alemana en México, como suma de iniciativas gubernamentales y no gubernamentales, siguió siendo la competencia con los esfuerzos de la política cultural francesa y estadounidense. La presentación de los logros culturales no era un fin en sí mismo, sino que pretendía mejorar la imagen de Alemania y crear así las condiciones para aumentar las exportaciones alemanas en competencia con las demás potencias. En este sentido, la política cultural fue también una medida de promoción económica exterior a gran escala, y confirmó la primacía del interés económico en la política alemana hacia México, y América Latina en general.