Necesitamos saber mucho más sobre la manera en que los individuos y culturas particulares han atribuido, en general, significado a sus miembros y órganos, a su constitución y a su carne ¿Cuál es la topografía emocional y existencial de la piel y los huesos? ¿Qué quería decir la gente cuando hablaba, literal y figuradamente, de su sangre, su cabeza o su corazón, sus entrañas, sus espíritus y sus humores? ¿Cómo encarnaban estos órganos y funciones las emociones, las experiencias y los deseos? ¿Qué relación mantenían los significados privados y públicos, las connotaciones subjetivas y médicas? ¿Cuándo se sentía una persona vieja o joven (o de corazón juvenil) y qué significaba la sucesión de estas edades y etapas? ¿Y qué pensaba la gente de sus cuerpos, sus dolores y sufrimientos cuando se sentían enfermas? El cuerpo es el principal sistema de comunicación, pero los historiadores han prestado poca atención a sus códigos y claves.
Antecedentes
¿Puentes o brechas?
La relación entre literatura e historia distingue cuatro posibilidades de vinculación:
1) La primera como objeto de estudio de la segunda; es decir, el desarrollo de las diferentes corrientes literarias, sus autores y sus obras (el barroco novohispano, el costumbrismo decimonónico, por ejemplo).
2) La segunda como material de creación para la primera; tal vez la novela histórica sea el mejor ejemplo en la medida que retoma situaciones y personajes previamente identificados; sin embargo, todo relato tiene puntos de contacto con la realidad, sea cual sea esta.
3) La primera como reflejo —idealizado o deformado— de la segunda; aquí la literatura funciona como fuente histórica al transmitir parte de su contexto original.1 La literatura no constituye el centro de atención sino el medio para acceder a otras realidades, acaso más profundas. No resulta sorprendente la aparición de nuevas fuentes de investigación después de la revolución historiográfica que supuso la Escuela de los Anales y en especial su tercera generación: la historia de las mentalidades y la vida cotidiana, por ejemplo.
4) La segunda como reflejo de la primera; dicha relación ha generado un gran debate en la medida que supone una ruptura con la cientificidad de los estudios históricos, los más radicales afirman incluso que los historiadores no han hecho otra cosa que contar relatos (Stone, 1986).
Si bien es posible distinguir estas cuatro posibilidades de vinculación, en la práctica resulta difícil separarlas; sobre todo cuando existen puntos intermedios como el microrelato que condensa complejas estructuras socioeconómicas, así como la biografía destinada al hombre común (Burke, 1996).
Materia gris: personajes y actores en la revolución
A decir de John Rutherford (1971), las primeras novelas de la revolución se caracterizan por una imagen negativa del intelectual; buscando el beneficio personal por encima de otra causa y —en el mejor de los casos— ocupado en cuestiones poco relacionadas con la lucha. En este sentido, el estudioso británico explora una serie de novelas y personajes con dichas características:
In Andrés Pérez, maderista and Los de Abajo, and in all his other novels to a lesser extent, the question [Mariano] Azuela seems constantly —and unsuccessfully— to be trying to answer for himself is: how can I reconcile my deep sympathy to the professed aim of the revolution to better the lot of poor with my basic conviction that the fight is a hopeless one and a thorough waste? (Rutherford, 1971, p. 89).
La imagen negativa del intelectual parece estar fundada en los hechos: al percibir la diferencia entre los objetivos y los medios, la distancia entre lo que se decía y lo que se hacía, la intelligentsia no dudó en hacer público dichas contradicciones. “Además, con cierta presencia pública, fácilmente podían expresar sus diferencias e inconformidades, por lo que no era casual que se creara una tremenda oposición contra ellos” (Camacho, 1991).
Es necesario tener en cuenta que la participación de los intelectuales no fue la misma de una facción a otra: entre los carrancistas es conocida la influencia de Cabrera en la Ley del 6 de enero, la cual lograría apaciguar —momentáneamente— las demandas de los campesinos. Sin embargo, el movimiento villista perece ser distinto: “En 1913, cuando Villa ocupó Chihuahua y formuló un programa de gobierno junto con el periodista Silvestre Terrazas, las ideas quizá provinieron más de Villa que de Terrazas, pues este último era mucho más conservador que su jefe. Villa formuló las ideas y Silvestre Terrazas les dio forma” (Camacho, 1991).
Finalmente, el grupo zapatista parecía más reacio a incorporar ideas ajenas; a decir del historiador de origen austriaco, el Plan de Ayala proviene principalmente de los mismos campesinos, lo cual por cierto rompe con el cliché primitivo y rústico de dicho grupo: “Zapata fue [al mismo tiempo] el cerebro y el brazo ejecutor” (Camacho, 1991).2
Por su parte, Allan Knight (1989) sostiene que los intelectuales juegan un papel desigual a lo largo de la revolución: “El papel de los intelectuales clásicos fue importante antes (entre 1900 y 1910) y después (pace Tannenbaum) de la revolución (de 1920 en adelante), su participación efectiva en el decenio de la lucha armada fue débil y limitada, tal como lo sugieren Tannenbaum y Cosío Villegas” (Knight, 1989, p. 31).
A lo largo de todos estos años los intelectuales realizaron diferentes tareas ya sea a nombre propio o delegados por algún caudillo:
Primero, había toda una serie de intelectuales que los jefes revolucionarios necesitaban para efectos administrativos. Palafox, que administró la reforma agraria en la zona zapatista, es un ejemplo. Cabrera que fue administrador de finanzas con Venustiano Carranza, es otro caso. Segundo, los jefes revolucionarios necesitaban intelectuales para hacer propaganda en especial fuera del país, y cada facción mandaba a sus intelectuales más inteligentes a Estados Unidos— por mencionar uno de los países más importantes para México— a tratar de influir en la opinión norteamericana. Carranza envió a Cabrera, Villa a Ángeles y Zapata no mandó a ninguno, pero dio una comisión similar a Francisco Vázquez Gómez. Esta función estaba muy ligada con la función en el interior de México; intelectuales como Heriberto Barrón, editor de una serie de periódicos carrancistas, jugaron un papel muy importante en la difusión de ideas en favor de las facciones revolucionarias que representaban. Un tercer grupo de intelectuales fue aquel que participó como mediador entre líderes y organizaciones populares. El Dr. Atl, por ejemplo, fue mediador entre Carranza y la Casa del Obrero Mundial. También había intelectuales que mediaban entre las diferentes facciones. Magaña medió entre Villa y Zapata Finalmente podemos hablar de los ideólogos, de los intelectuales formuladores de planes, aunque su ideología en gran parte fue inspirada por los jefes revolucionarios, como ya se dijo (Camacho, 1991).
¿Hasta qué punto el intelectual deja de ser tal y se convierte en político? ¿Qué lugar ocupa la literatura dentro de sus tareas político—administrativas? ¿Una es continuidad de la otra o por el contrario existe una brecha entre ambas?3
¿Quién fue Jorge Ferretis?
Juan Rulfo contesta: “Teníamos a Martín Luis Guzmán, a Rafael F. Muñoz, a Jorge Ferretis. Fue la novela de la revolución” (González, 1979, p. 8).4 Efrén Hernández, añade:
Jorge Ferretis no es nada más y tan sólo uno de los más grandes prosistas de toda nuestra historia, es también un espíritu de inusitadas calidades humanas, una inteligencia tan positivamente genuina, caudal y penetrante, que es de las que no caben en el “Yo”, ni en esa otra esfera ya de lo supraindividual […] Así que, frecuentemente olvidado de los problemas suyos propios, se entrega a los de su especie y de su pueblo y es una a modo de llama encendida a favor de los humildes […] Aparte de que, dada la sordera y sordidez de nuestro medio, todavía estima insuficientes la atención y el valor que a la obra de Jorge Ferretis se ha otorgado (Hernández, 2012, p. 316).
Finalmente, Jorge Ibargüengoitia remata: “Recuerdo que en esta época Carballido me llevó con Jorge Ferretis (RIP) para que me diera un trabajo de ‘defensor de la dignidad nacional en contra de los insultos que siempre están listos a proferir contra nuestra patria las compañías de películas norteamericanas e inglesas’, pero el difunto me causó tan mala impresión que no volví a poner un pie en su despacho” (Ibargüengoitia, 1962, p. 13).
Jorge Ferretis fue un escritor que publicó diferentes novelas y cuentos ubicados dentro de la Novela de la Revolución; conoció a diferentes colegas de su época con quienes entabló amistad y rivalidad. Sin embargo, en la actualidad poco se sabe de él y su obra, mientras que sus compañeros —que reconocían su calidad o criticaban su persona—, han recibido mayor atención por parte de los lectores y estudiosos. Max Aub (1969) en su Guía de narradores de la revolución mexicana no incluyó a Ferretis; Antonio Castro Leal (1960) en sus cuatro volúmenes de La novela de la revolución mexicana tampoco mencionó el nombre del escritor potosino, ni siquiera alguna de sus obras.
Estos olvidos no se pueden achacar al origen provinciano de Ferretis (como refieren los capitalinos) y por lo tanto —dicen— su falta de mundo; nótese que tanto Rulfo, Hernández e Ibargüengoitia provienen de diferentes estados de la república, lo cual no es ningún lastre para ser reconocidos como tres de los mejores narradores del siglo XX mexicano.
Jorge Ferretis Ávila nació en Río Verde, San Luis Potosí, en 1902. Según el diario El Sol de San Luis (29 de abril de 1962), estudió en el Instituto Científico y Literario.5 Fue partidario de Rafael Nieto y posteriormente de Aurelio Manrique, con quien sufrió las persecuciones del cedillismo; durante este periodo su taller de imprenta fue allanado y con ello su periódico de oposición llegó a su fin.6 Después de este incidente se mudó a la Ciudad de México donde entró a trabajar en la Secretaría de Gobernación como traductor, al tiempo que escribía en la revista Hoy de Regino Hernández Llergo. En 1938 regresó a San Luis al lado del general Genovevo Ribas y el coronel Ernesto Higuera “quienes le dieron el encargo de hacer el periódico ‘Potosí’, el único que nunca lisonjeó al gobierno”. Vino el fracaso del perezgallardismo y regresó a la ciudad de México.7
Tampoco se puede achacar el olvido de Ferretis y su obra a su prematura muerte, al menos de no manera exclusiva. En 1962, mientras se dirigía a San Luis Potosí para visitar a su madre, el automóvil donde viajaban él, su hijo Alejandro y el joven escritor Alfonso Peña se estrelló contra un camión averiado a la orilla de la carretera. Alejandro conducía mientras Jorge viajaba como copiloto y Alfonso era pasajero en el asiento de atrás; según Alejandro un automóvil que viajaba en sentido contrario lo deslumbró de manera que no pudo esquivar el camión estacionado a la derecha de la carretera contra el que se estrellaron.
“Vi claramente cuando volaba el techo”, señaló Alejandro, quien sin poder maniobrar terminó en la cuneta. Dentro de sus pertenencias, Jorge Ferretis llevaba sendos telegramas de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos en los que lo felicitaban por su cumpleaños que tuvo lugar el 20 de abril de ese mismo año (El Sol de San Luis, 29 de abril de 1962).8
Al respecto, recuérdese que Ibargüengoitia también falleció de manera repentina en 1983, pero para ese momento ya era reconocido como escritor de talla internacional. Por su parte, Juan Rulfo ha gozado de fama desde la publicación de sus dos únicos libros: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955).
Sin desestimar las causas anteriores, parece ser que el principal factor de la exclusión de Ferretis han sido las características intrínsecas de su obra. Si Mariano Azuela escribe Los de abajo literalmente durante la lucha armada (1915) y Martín Luis Guzmán relata en La sombra del caudillo las intrigas políticas durante la sucesión presidencial de 1924, Ferretis vive y participa en la etapa de reconstrucción nacional, cuando la guerra de facciones se abre paso a la institucionalización política; en otras palabras, su visión de la revolución es por fuerza diferente a la de sus iniciadores.9
Tómese en cuenta que Ferretis se incorporó al gobierno revolucionario por medio de diferentes cargos políticos: diputado local (al igual que su hermano, Fernando Ferretis), oficial mayor de la Cámara de diputados federal y director general de cinematografía.10 No es casualidad que varios de sus textos refieran cómo la jerarquía militar da paso a la burocrática: “—¡Exagero! ¡Pero si sólo cambió de nombre! Antes se llamaba hacendado; hoy se llama Jefe de Departamento, Oficial Mayor, Gobernador o Ministro. Pero son de la misma hechura, con la diferencia de que aquellos, a pesar de todo, creían en sí mismos, y éstos sólo creen en quienes los ponen” (Ferretis, 1937, p. 21).
En este sentido la obra ferretiana no ofrece grandes personajes ni épicas batallas, sino los esfuerzos por redimir política y moralmente a la sociedad mexicana; más aún, el autor es en sí mismo un ejemplo de transformación política: pasa de ser un opositor del régimen a convertirse en parte activa del mismo, en este sentido es olvidado porque el grupo que lo abrazaba fue blanco de las críticas de avanzada y finalmente cayó en desuso.11
Cuerpo del texto
El héroe mediocre: entre lo individual y lo colectivo12
Los cuentos y novelas de Jorge Ferretis fueron publicados durante la primera mitad del siglo XX: en 1935, bajo el sello Espasa Calpe (Madrid),13 publicó su primera novela Tierra Caliente; en 1937, salió a la luz El sur quema como parte de la Editorial Botas y Cuando engorda el quijote (nótese el irónico título); en 1938 San Automóvil; en 1941 apareció su colección de cuentos más comentada, Hombres en tempestad; en 1952, cuando su hijo Alejandro ya había nacido, se imprimió El coronel que asesinó un palomo; finalmente, en 1967 se editó de manera póstuma Libertad obligatoria.
Respecto a la primera de esas obras, Brushwood escribiría: “En Tierra Caliente, compuesta por tres novelas cortas, Jorge Ferretis trata de captar la atmósfera de la región tropical de México sin gran éxito, ya que su intento de relacionar a los personajes con la región es demasiado obvio, torpe e incompleto” (Brushwood, 1973, p. 366). La crítica podría ser válida si no fuera porque dicho libro no está conformado por tres novelas cortas; de cabo a rabo se trata de una novela compuesta por siete capítulos. Brushwood tal vez se refiere a El sur quema (1937), obra formada, en efecto, por tres novelas cortas, aunque ese vínculo entre personajes y trópico no es su eje conductor, ni mucho menos ¿El autor de México en su novela confundió los títulos de las obras? ¿En verdad leyó dichas novelas?
Tierra caliente, que lleva por subtítulo Los que sólo saben pensar, narra la historia de Pedro Ibáñez, un profesor de sociología en la Universidad Nacional quien critica al gobierno en turno y es apresado en San Juan de Ulúa para su escarmiento. Después de tres años de prisión, un hombre influyente logra que lo exoneren y le devuelvan su trabajo, con la condición de que abandone la sociología para dedicarse por completo a las clases de literatura.14 Pedro es puesto en libertad, pero sigue profesando ideas cada vez más virulentas, hasta encontrar en la revolución de 1910 la oportunidad de ponerlas en práctica.15
Tres de sus alumnos lo siguen, pero no logran incorporarse plenamente a los ejércitos de la revolución donde son considerados sospechosos y, en el mejor de los casos, los ven como citadinos fastidiosos. Después de su salida, en uno de los núcleos armados próximos a la Ciudad de México, Pedro se presenta al jefe del grupo para entrevistarse con él en busca de una colaboración entre intelectuales y revolucionarios:
—¡Al grano! ¿Pa’qué soy güeno?
—Pues hemos venido en su busca para que hagamos conjuntamente un vasto movimiento.
—A ver explíquese.
—Seguramente, usted habrá leído mi última proclama, que circuló por todo el país.
Imaginaba que la respuesta sería: “No, la última proclama que conozco es la de León Orzof”.16
—Es mi seudónimo, señor (aclararía él entonces). Pero sólo oyó dos palabras:
—¿Su qué?
—Digo que habrá leído en los periódicos mis puntos de vista sobre orientación.
—¿Leído? ¿Pos qué, me mira usté cara de dotor?17 (Ferretis, 1935).
No existen referencias puntuales que permitan ubicar la temporalidad de estos hechos; el mejor indicio con que se cuenta es su adhesión a los convencionistas. Esta convención formó parte de los acuerdos de Torreón que se dieron antes del derrocamiento de Huerta y se inició en la Ciudad de México. Con la intención de que todas las fuerzas armadas se concentraran en una plaza neutral, se trasladaron a Aguascalientes, pero fue precisamente ahí donde se escindió formalmente el grupo; por un lado, Villa y Zapata, por el otro, Carranza y Obregón:
El primer grupo fuerte al que [Pedro y sus alumnos] pudieron incorporarse había sido el llamado Ejército Convencionista, cuyos jefes se habían reunido con otros de los núcleos más importantes, en un intento de convención, de donde esperaban que saliese una definición de principios. Pero como con dos pistolas al cinto no hay quien pierda, todo acabó en desbandada (Ferretis, 1935, pp. 107-108).
En este contexto, Pedro y Alberto —el último de sus alumnos con vida— planearon que su columna los acercara a las zonas del sur, donde desertarían llevándose consigo un piquete de soldados. Así pues, la participación de estos dos personajes en la revolución puede ser ubicada entre 1910 y 1914, año en que tuvo lugar la convención de Aguascalientes.
Antes que dicha deserción se concretara, la columna de la que formaban parte Pedro y Alberto (como coronel y mayor respectivamente) llega a un pueblo —cuyo nombre no es revelado— para descansar de su marcha. Ahí piden posada con Martín, quien los aloja, y, en agradecimiento, impiden que varios de sus hombres entren en la casa para saquearla; más aún, se oponen a que uno de los soldados se robe a Julia, la hija del posadero. En este forcejeo Pedro es herido de bala, por lo que la columna sigue su camino mientras él se recupera en dicha localidad. Si bien el afectado pensaba descansar lo mínimo para retomar su marcha, en realidad permanece embelesado con Julia. Será el retorno de Alberto, un poco menos de dos años después, lo que le haga recordar su pasado y en particular sus propósitos revolucionarios.
Alberto busca los consejos de su otrora maestro para no abandonar la lucha armada, para ser fiel a sus principios; sin embargo, Pedro renegó de la revolución antes que él. Así pues, el verdadero cambio que trae la llegada de Alberto al pueblo es su repentina relación con Julia; apenas unas semanas después comienzan a conversar más que amigablemente y al poco tiempo entablan relaciones sexuales entre los limones de la huerta. De nueva cuenta no se especifica el tiempo transcurrido entre un evento y otro (prolepsis indefinida). Entre el encuentro sexual de los jóvenes y su matrimonio tiene lugar la filípica de Pedro a Alberto, quien lo exhorta a abandonar el pueblo y dejar a su amante, a quien él tomaría como pareja. Alberto no sólo se niega a tal propuesta, sino que junto a Julia “abren su expediente en el curato” y viven como esposos en casa de Martín. Pedro se deprime en silencio.18
Debido a la simpatía existente entre Pedro y Martín, este último trata de consolar al deprimido exmilitar dándole bebidas embriagantes y llevándolo a un prostíbulo donde —al parecer— pierde la virginidad. No obstante, el entusiasmo de Pedro es pasajero ya que al poco tiempo contrae una enfermedad venérea que le produce mucho dolor, al punto de no querer regresar a dicho lugar. El remedio lo encuentra en el alcohol, al que Martín lo introduce hasta convertirlo en bebedor asiduo.
Sin revolución y sin Julia, Pedro comienza a acercarse a la trabajadora doméstica en casa de Martín: Nicanor. Ella no hace mucho caso a sus adulaciones, pero tampoco las rechaza; la terquedad del otrora militar tiene éxito y la mujer accede a tener relaciones sexuales con él. Pedro se siente extasiado e intenta repetir la experiencia, pero esta vez, cuando visita a Nicanor por la noche la descubre con Martín en la cama. Este se desilusiona, pero prefiere compartirla que regresar a las armas. Así pasan tres años; “tres grandes charcos de lasciva” (prolepsis iterativa).19
Tal vez Pedro hubiera permanecido de manera indefinida en casa de Martín si no fuera porque descubre que la enfermedad venérea lo ha vuelto estéril y porque Nicanor sufre un accidente que la obliga a pausar los encuentros sexuales con sus pretendientes. En este punto, Pedro alcanza su transformación completa: ha abandonado sus ideales revolucionarios al mismo tiempo que la paternidad y la formación de una familia le han sido vedados. Decide entonces salir del pueblo, esta vez con la intención de predicar el quinto mandamiento (sólo a través de la humildad y la paz el hombre alcanzaría el bienestar). Camina durante muchos días conversando con diferentes paisanos hasta llegar a la Huasteca, donde muere de manera misteriosa.
El medio ambiente influye en el comportamiento de las personas
Al inicio de la novela se informa al lector que el relato se desarrolla durante la segunda mitad del invierno; sin embargo, el pueblo donde descansan los revolucionarios se caracteriza por su clima cálido: “—¡Pfff! —lanzó Alberto una bocanada—. Venimos sudando, como si no estuviéramos apenas en la segunda mitad del invierno…” (Ferretis, 1935, p. 40).
En cierto sentido el calor del trópico retiene a Pedro en el pueblo: “Lo que pasa, viejo, es que vives en los dominios de un mal señor…, de un señor extravagante y tiránico que se llama trópico” (Ferretis, 1935, p. 133). Recuérdese que el paludismo —propio de la tierra caliente— posterga la reincorporación de Pedro a la revolución. Durante su estancia en la casa de Martín comienza una amistad con la hija de este: “…empezó a notar con azoro que cuando sentía sobre el cuello los brazos de la muchacha, el pantalón se le abultaba por en medio. Después, se le abultaba sin que ella lo tocase, simplemente memorando la impresión de aquella epidermis fresca, que desmañanadamente [sic] se le anudaba a la nuca (Ferretis, 1935, p. 138).
Esto explica el título de la novela, por una parte, refiere a la temperatura ambiental por otra, a la lujuria que ahí se vive: un juego de palabras. Dice Pedro: “Esta atmósfera filtra en la sangre tintas amargas, vapores de desesperación y vahos de lujuria” (Ferretis, 1935, p. 207). Como consecuencia, el otrora revolucionario quedará atrapado en ese clima soporífero copulando durante años con Nicanor. Cuando esta mantiene una cuarentena sexual debido al accidente que sufre, Pedro logra sacudirse el pensamiento y alejarse de ahí. Sin embargo, durante su escape el sol de la Huasteca lo acalora hasta provocarle el sudor e irritarlo; es en este punto cuando vuelve a dudar de sus actos.20
Las relaciones sexuales son necesarias para el correcto funcionamiento del cuerpo humano
Si bien Pedro es un hombre maduro que ha pasado por la cárcel y la violencia de la revolución, su permanencia —primero obligada y después voluntaria— en casa de Martín, le permite redescubrir su cuerpo. Por una parte, profesor universitario de sociología y literatura; por otra, un pueblo donde el sexo sale a cada paso: el choque es ineludible.
Durante su convalecencia Nicanor le ayuda a orinar; saca del pantalón su pene y lo coloca sobre la bacinilla de metal. Si bien el enfermo desahoga su vejiga este encuentro resulta muy penoso para él (nótese el pudor de Pedro). Posteriormente sueña vívidamente que tiene relaciones sexuales con Julia, sin embargo, el narrador sugiere que se masturbó durante la noche: “No se consolaba por aquel desperdicio. Aquellos borbotones de esperma perdidos entre unas sábanas mugrosas […] Se enderezó e instintivamente abrió ante sí sus manos, como si llevase en ellas puñados de muertos. De muertecitos informes, hoscos, desolados, que poco a poco fueran cayendo, escurriéndose entre sus dedos” (Ferretis, 1935, p. 164).
Su despertar sexual supone primero un sentimiento de culpa y posteriormente de premura por aprovechar el tiempo pedido: “¡Oh, todo el tiempo desperdiciado entre libros y polillas! Entre sueños enfermizos de redención, entre invectivas trágicas, entre remolinos de masas aullantes” (Ferretis, 1935, p. 151). Es así que se descubre como hombre incompleto, uno que sólo sabe pensar a costa de ignorar su cuerpo; nótese el contraste entre la solemnidad de Pedro frente a su iniciación casi adolescente en las prácticas sexuales, de hecho, este contraste será en parte la causa de su desgracia, como se verá más adelante.21
Si Pedro descubre que es —o se siente— un hombre incompleto, en adelante buscará saciar su apetito sexual, pero sobre todo convertirse en padre y formar una familia. En un primer momento se decide por conquistar a Nicanor, ahora vista con otros ojos; aunque sus coqueteos resultan algo torpes esta termina accediendo ante la insistencia. La primera vez que tienen relaciones sexuales Pedro se siente físicamente un hombre nuevo, lo cual resulta extraño incluso para él mismo: “Salió de su cuarto con unos bríos que nadie le conocía. Él mismo pensó que no los había sentido jamás, no aún en sus mejores tiempos. Apretaba los puños, experimentando con ello una extraña fruición. Porque sentía como si sus arterias se apretasen de sangre más y más. Veía que las venas se le saltaban en el antebrazo, cerca de la mano tensa” (Ferretis, 1935, p. 189).
Sin embargo, poco después se desilusiona al descubrir que Martín también tiene relaciones sexuales con Nicanor: “—Pero, hombre, no seas niño. Esto lo ha sospechado siempre el pueblo. ¿No se te había ocurrido pensar que algo tendría que hacer este pobre Martín para vivir en paz? ¿Acaso te pensabas que tenía tratos con la mula?” (Ferretis, 1935, p. 193). Aun cuando Pedro satisface sus instintos gracias a Nicanor o a los prostíbulos, no puede convertirse en padre y formar una familia, es decir, no puede formar parte de esta institución social. En este punto Pedro ha transitado de un extremo a otro; ha abandonado sus ideales revolucionarios obsesionado por el placer sexual casi como un toxicómano. Sigue siendo un hombre incompleto, tal vez en peores condiciones que al principio.
El pensamiento es una función vital del cuerpo humano, sin embargo, debe existir un equilibrio entre el pensar y el hacer
El tormento de Pedro se debe en buena medida a que ha transitado de un extremo a otro sin equilibrio alguno; es decir, reprimió la voz del cuerpo para después intentar callar su remordimiento: “sentía como si se ahogase en un charco de semen. Sin embargo, las reflexiones iban siendo raras en él. Se esforzaba por pensar. Y encontraba que le era muy trabajoso, penoso ya” (Ferretis, 1935, p. 201).
Pedro es un hombre incompleto, de ahí su interés por volverse esposo y padre, busca en la familia a los compañeros que lo completen tanto física como socialmente: “el hombre cabal. Pensamiento que sepa volverse sangre; que se haga carne, bendita carne de cuna” (Ferretis, 1935, p. 150). A diferencia de Alberto, incluso de Martín (quien no está casado con Nicanor, pero ha mantenido relaciones sexuales con ella durante años), Pedro es el único personaje que no tiene una pareja, tal vez por eso se siente tan solo; nadie le aconseja buscarse una mujer y formar una familia, antes bien, él mismo hace propia esa necesidad, el contexto lo influye drásticamente.
La llegada de Alberto y su posterior matrimonio con Julia, la esterilidad del mismo Pedro, pero sobre todo la abstinencia sexual de este último lo orillan —así lo cree él— a convertirse en un predicador. A predicar el quinto mandamiento, esto es, niega su corporalidad y pretende inculcar esta negación en sus seguidores. De ahogarse en un charco de semen, vuelve a la incontinencia mental: “hasta afirman santones visionarios que las cerebraciones desenraizan detrás de las cabezas halos tan reales como el producto de una eyaculación. Así de materiales” (Ferretis, 1935, pp. 158-159).
La comparación resulta certera siempre y cuando el pensamiento sea entendido como una función más del cuerpo humano: “Muchas necesidades fisiológicas. Una entre tantas: pensar. Genuina necesidad orgánica, tónica, como nutrirse, ineludible como transpirar” (Ferretis, 1935, p. 158). Si su pensamiento es sobreexplotado su cuerpo se deteriora; Pedro es por mucho el personaje que más accidentes y enfermedades padece en la novela: sufre sed y hambre, es herido por las balas y padece paludismo, contrae una enfermedad venérea y queda estéril, tiene fiebre y delira, siente urticaria y finalmente muere (ni cuerpo sano, ni mente sana).
“Pensar, función natural. Culpa nuestra si la exageramos hasta que nos atrofia otras, rompiendo esa armonía cuyo ritmo exacto se vuelve hombre completo” (Ferretis, 1935, p. 159). En este sentido la novela funciona como una afirmación del equilibrio roto durante la revolución; en particular puede ser interpretada como una crítica de aquellos intelectuales que huyen de la lucha armada, así como de los revolucionarios que siguen inercialmente la bola.22
Recuérdese la polémica de la Convención de la Ciudad de México entre Álvaro Obregón y Luis Cabrera. Una vez depuesto Victoriano Huerta de la presidencia da inicio un nuevo gobierno nacional. Los militares reclamaban para sí ese poder, ellos arriesgaron su vida y era momento de cosechar los frutos. Los civiles señalaban que eran épocas de paz y reconstrucción por lo que se necesitaban hombres que conocieran las leyes para fundar el nuevo Estado mexicano. En esta polémica Obregón se identifica como un gallo de espolones (de pelea) mientras Cabrera es señalado como un gallo de pico (un orador).
La muerte se transforma por medio de la revolución mexicana
Estirar la pata, doblarse, pandearse, son algunas expresiones que se utilizan en la novela para referirse a la muerte. Tal vez esta sea la categoría con mayor arraigo a lo largo del capitulado; física o simbólica va marcando el desarrollo del relato: inicia con el fallecimiento de varios habitantes (don Chano, el músico ciego, la lavandera) y termina con el de Pedro. Entre estos dos puntos se encuentra la transformación del otrora revolucionario, acaso una muerte simbólica.
En efecto, existen diferentes tipos de muerte: la tranquila ha quedado en el recuerdo, en cambio abundan los fusilamientos, los cuchillazos, las balas perdidas; “—Tiene usted razón, señorita…; son cosas que no deberían existir ni en la imaginación. La pobre muerte, la buena muerte, llega a parecer muchas veces infantil, pueril; como ha dicho el maestro: cosa de cuentos con que las pilmamas apretaban nuestros ojos” (Ferretis, 1935, p. 59).
Se mata para imponerse sobre el adversario político (el Sapo), por venganza (el Cacarizo), por aburrimiento (la lavandera) o por compasión (el soldado loco de sed). Todas estas son muertes absurdas que se pudieron evitar; por eso Pedro las justifica como ofrendas a la revolución, por eso trata de honrar a los muertos. Después de que su primer discípulo fallece en el campo, maestro y compañeros cavan toda la noche una fosa para sus restos. En cambio, los soldados que se encontraban con el músico ciego lo abandonan ya muerto: “—Güeno compas, vámonos. A la mejor llega alguno de esos jefes remilgosos y nos quere hacer que váyamos a enterrar a este viejo cantador” (Ferretis, 1935, p. 21).23
Parece que la cercana relación de los soldados con la muerte los había vuelto insensibles a la misma; nótese la actitud de dos revolucionarios encarcelados próximos a ser fusilados: “—Oye, Agapito, ¿por qué a los siñores les harán tanto escándalo cuando los van a matar? Les echan rezos, y lloridos y desmañanadas” (Ferretis, 1935, p. 90). Al parecer, la novela de la revolución favorece la idea (¿mito?) que los mexicanos no temen a la muerte, antes bien la celebran. Tómese en cuenta el testimonio de uno de los integrantes de la familia Sánchez quienes fueran interlocutores de Oscar Lewis a mediados del siglo XX:
Yo sé que hay autores que han dicho que el mexicano sabe cómo enfrentar la muerte y no le importa la muerte ni la vida, y que hay muchos chistes y bromas y canciones sobre la muerte, pero yo quisiera ver a estos escritores famosos, verlos en nuestro lugar y haber padecido con nosotros paso a paso los sufrimientos tan enormes que tenemos en nuestra clase, y ver si es posible que aceptan ellos con una sonrisa en los labios el que uno de nosotros muera, sabiendo que no tiene remedio. Eso es una gran mentira porque la muerte, desde mi punto de vista, no es nada gracioso ni nada a lo que estemos acostumbrados porque se le haga fiesta a la muerte o porque comamos calaveras de azúcar o juguemos con esqueletos. Eso no. De ninguna manera (Lewis, 1970, p. 79).
Es difícil generalizar la idea de la muerte como fiesta o dolor —acaso algo de ambas— pero, históricamente, es un hecho que aumentó la tasa de defunciones en México durante las primeras décadas del siglo XX; ya sea por los enfrentamientos armados, la epidemia de influenza o las condiciones poco saludables de la época.24
La sociedad se organiza a semejanza del cuerpo humano
Además de la constante presencia del cuerpo humano, la novela tiene una fuerte carga social desde el momento en que la transformación de Pedro se desenvuelve en la época revolucionaria, él mismo es un coronel revolucionario. Sin embargo, su paso por diferentes grupos armados lo lleva a pensar que Zapata es el único líder con principios morales; antes de su llegada al pueblo sin nombre está pensando desertar para ir en busca del caudillo: “Había que situarse entre aquellos surianos únicos, que aun en los momentos convulsos procuraban hacer al país el menor daño posible. El hombre del Sur sí tenía lineamientos de director moral de una jornada” (Ferretis, 1935, p. 108).
Al parecer, sin guías morales las luchas armadas no mejorarían la situación de la sociedad mexicana; era necesario transformar desde el interior a los individuos para poder cambiar consecuentemente el orden político, pero no a la inversa: “Pedro Ibáñez era de los que pensaban que, con sanear nuestro organismo social en su estructura interna, la política se le caería como una costra, como solas se caen las costras a las llagas y de las erupciones, una vez que éstas han sido curadas en su raíz. Y hacía discursos, proclamas y folletos, que transmitía cauta, clandestinamente, soñando transformar así a un pueblo al que no se había enseñado a leer” (Ferretis, 1935, p. 82).
Si Pedro se asume como creador de discursos, proclamas y folletos debe ser reconocido como miembro del grupo intelectual de la revolución; esto es, la cabeza que dirige la lucha. Por otra parte, sus seguidores, quienes empuñan las armas, representan los brazos y piernas del conflicto; gracias a ellos se impondría un nuevo orden social. Sin embargo, ambos grupos no coinciden en cuál es ese nuevo orden; al final de la novela, Pancho —el antiguo criado en casa de Martín— reaparece como nuevo presidente municipal, aunque continúa sufriendo desprecios por parte de sus compañeros. Ese cambio profundo no tuvo lugar; Pancho llega usando zapatos y ostentando un cargo político, pero la jerarquía social continúa vigente.
Lo que sí tuvo lugar fueron las muertes durante la lucha armada; recuérdese que Pedro mata a uno de sus hombres que había perdido la razón por falta de agua. Más adelante, dos de sus discípulos mueren de manera absurda: el primero tratando de evitar que el Tincho y el Sapo se mataran entre sí; del segundo no se supo cómo. Si bien Pedro se sintió responsable de sus fallecimientos, continuó en la revolución pues entendía sus bajas como sacrificios en beneficio de algo mayor, un ideal: “A veces despertaba ahogándose con otra interrogación que por instantes se hacía inmensa y desolada: Si no los hubiese hecho seguirlo, ¿vivirían aún? […] Sacrificios, sí. Sacrificios que sería un crimen despilfarrar; sería criminal una claudicación que los volviese infecundos. La revolución tenía que ser de vivos y de muertos; los unos sin los otros serían sólo medios hombres, dolores incompletos” (Ferretis, 1935, pp. 109-110).
Pedro entiende el cambio a costa del dolor; que racionaliza, el dolor que sanciona. Después de una larga transformación abandona sus ideales revolucionarios y se convierte en un predicador, predica en contra de la muerte. Es decir, pone por encima de la revolución la vida humana.
Conclusiones
En general, la novela Tierra Caliente constituye un proceso de degradación teniendo como protagonista a Pedro; sin embargo, este no es lineal, antes bien existen breves momentos de mejoraría que prolongan la narración, pero sobre todo alimentan el interés del lector. Dentro de la tipología de los procesos de degradación esta novela responde al modelo por enclave según el cual el fracaso de un proceso de mejoría resulta de la inserción de uno inverso. Bremond (1970), representa así dicho modelo:
Nótese que los obstáculos que enfrenta Pedro se relacionan con la degradación de su cuerpo: la inaplicabilidad de sus ideas, la herida de su hombro, su enfermedad venérea, su esterilidad y muerte. Son estos nudos los que mantienen unido al relato. No es casualidad que la novela termine con su muerte, pues cancela los ideales revolucionarios. Su fracaso permite ver el lado humano de los caudillos e intelectuales, así como lo endeble de los ideales de la lucha armada.
Si bien obras como la de Rutherford (1971) se han dedicado a estudiar los intelectuales en las novelas de la revolución, dicho texto no se ha detenido a analizar el cuerpo humano: sea porque no forma parte de sus intereses como investigador, sea por un sentido de pudor académico. La principal característica frente a los intelectuales y sus obras es de carácter cualitativo.
En este sentido, la investigación aquí presentada ofrece una revaloración de la vida y obra de Jorge Ferretis. A lo largo de este texto se advierte un contraste entre su oposición política original y su incorporación al régimen postrevolucionario, estas dos etapas parecen entrar en conflicto; sin embargo, es en Tierra caliente donde podemos encontrar pistas de arrebato y solución.