Introducción
El estudio del patrimonio biocultural y la historia ambiental permiten una aproximación conceptual compatible para proporcionar información histórica procesada que sirve de base para la conservación, planificación y gestión de áreas naturales, en este caso, de la laguna de Chapala.1 En este escrito nos limitamos a brindar un panorama histórico a partir del marco conceptual biocultural desarrollado por Lindholm y Ekblom (2019), basado en cuatro elementos constitutivos que conforman el análisis integrado del paisaje, en un periodo temporal que abarca de la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX, antes de su desecación.2 Para ello, el artículo se divide en dos partes: “El análisis integrado del paisaje”, apartado en el que se combinan los tres elementos constitutivos del mismo -las memorias del ecosistema, las memorias del paisaje y las memorias basadas en espacios- para explicar de manera gráfica -con el uso de imágenes de la época- y documental el enfoque integrado del paisaje anterior a la desecación. En la segunda parte, titulada “El nuevo rostro de la laguna”, se presentan las intervenciones y proyectos avalados por el gobierno porfirista que vulneraron e incidieron en la desaparición paulatina de saberes y prácticas tradicionales en relación al uso y disposición de los bienes naturales en la laguna de Chapala, vulnerando el cuidado, conservación y usos del paisaje biocultural.
El patrimonio biocultural tiene como base el conocimiento local, las prácticas generacionales -milenarias en algunas ocasiones- para el uso de la tierra y de los cuerpos de agua, así como los valores, creencias, criterios éticos de carácter colectivo que de manera directa determinan la resiliencia y sostenibilidad de la vinculación entre los habitantes locales y su naturaleza inmediata. Las prácticas bioculturales están estrechamente ligadas a la construcción y confirmación de identidades como a la cohesión social. Dichas relaciones pueden ser concebidas a partir de cuatro elementos que se interrelacionan entre sí para la creación de un análisis integrado del paisaje: las memorias del ecosistema, las memorias del paisaje, las memorias basadas en espacios. Estos elementos permiten la exploración del patrimonio del paisaje a partir de métodos transdisciplinarios, que nos permiten reconstruir la historia del paisaje, así como documentar los elementos del patrimonio local (Ekblom et al., 2019).
De manera concreta, en el artículo se revisa la existencia de un patrimonio biocultural que pertenecía, protegía, recreaba e innovaba (Ekblon et al., 2019) la biodiversidad del paisaje de la laguna de Chapala, su riqueza biocultural, producto de la interacción con los habitantes originarios de la ribera. Este paisaje lacustre existente antes de su desecación, se vio alterado desde la segunda mitad del siglo XIX por proyectos emanados del Estado mexicano que favorecieron la mercantilización del paisaje, y con ello su gradual deterioro ambiental, aunado a la paulatina erosión biocultural. El objetivo de este artículo es identificar y analizar dichos elementos bioculturales que existieron y determinaron la existencia del paisaje lacustre de Chapala, mostrando parte de su patrimonio biocultural. Como parte del proceso de transformación y amenaza de dicho patrimonio, se describen algunas de las acciones e intereses mercantiles como “modernos” de los colonos -principalmente anglosajones-, así como de empresarios mexicanos y extranjeros, con poder económico y protección gubernamental, que se establecieron en la laguna con estilos de vida distintos y ajenos a los habitantes que históricamente la habitaban. Estos terratenientes, comerciantes, políticos o colonos, comenzaron de manera paulatina pero determinante, a transformar el paisaje biocultural del Lago de Chapala, y con ello a cambiar la manera en que se convivía con el cuerpo de agua superficial más grande de México.
Entre las limitaciones que se hallan para realizar este tipo de análisis en el pasado es la ausencia de información escrita por parte de los pobladores originales del lago, por lo que son escasas las fuentes donde se hace referencia a la interacción socioambiental entre los indígenas mesoamericanos y los afrodescendientes -quienes arribaron al lago a partir del siglo XVI. Sin embargo, se logró identificar y procesar información en diversos artículos que aparecieron en los periódicos del siglo XIX, diccionarios geográficos, atlas y fotografías de la época, cuyos propósitos eran, por un lado, expresar sus puntos de vista del Lago de Chapala y sus habitantes de manera “humanista”, “progresista”, “civilizatoria” y, por el otro, explotar el socioecosistema (Toledo, 2016) sin contemplar ni imaginar su impacto negativo a mediano y largo plazo.
1. Análisis integrado del paisaje
Los pobladores originarios y su interacción con la laguna
Poco varió el paisaje lacustre de Chapala durante siglos. Hacia el siglo XIX, era común ver hatos de ganado pastando a sus alrededores, familias agricultoras-pescadoras habitando en chozas de palma de tule de una sola pieza, conformados en pueblos que vivían del autoconsumo, la recolección y que en muchas ocasiones formaban parte de los trabajadores de las haciendas que desde la época novohispana se asentaron por concesiones reales.
Las comunidades indígenas eran las más visibles del Lago de Chapala, pues contaban con tierras comunales, que a partir de la desamortización de los bienes eclesiásticos comenzaron a perderlas de manera legal, al ser invadidas por los terratenientes y hacendados locales e incluso regionales. Estas situaciones desfavorables hacia sus propiedades les mantuvo siempre en conflicto y en desigualdad con los gobernantes y propietarios privados, quienes en ocasiones eran de la misma familia, por lo que los indígenas siempre estuvieron en desventaja legal para la defensa del territorio natural donde habitaban.
A comienzos del siglo XIX, el Lago de Chapala era para muchos políticos y empresarios un espacio lacustre de poca importancia comercial como de inversión para infraestructura local. A pesar de su belleza paisajística y su inmensa extensión, su aprovechamiento para fines industriales era escaso. De manera escrita, fue hasta mediados del siglo XIX cuando Lucas Alamán enunció el valor potencial del lago, al considerarlo una “...fuente oculta de riqueza” (Alamán, Alcorta et. al., 1853), que comenzó a ofertarse como una oportunidad para los inversionistas foráneos en actividades agropecuarias y para una colonización extranjera con asentamientos temporales como permanentes. Estas situaciones avaladas y promovidas por el gobierno federal y los gobernadores de Jalisco y Michoacán, generaron cambios en la posesión, uso y usufructo del territorio lacustre y la laguna, así como situaciones de tensión entre los nuevos moradores y sus seculares habitantes, debido a sus ideas y sus formas de concebir a los numerosos habitantes indígenas asentados en la ribera del Lago de Chapala.
De manera paralela, los indígenas ribereños se dedicaban a la agricultura y a la pesca. Se carece de datos en el pasado para cuantificar y, con ello, conocer cuál era su principal ocupación, pero de acuerdo a su ubicación geográfica, se puede intuir que el aprovechamiento de suelos ricos en nutrientes a la orilla del lago que de manera natural se desecaban de forma estacionaria, les permitía obtener buenas cosechas de maíz y el resto de especies asociadas a dicho grano, así como de trigo en algunas zonas y cultivos de huertas que los hacendados comenzaron a introducir de manera más numerosa a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cambiando el paisaje de la laguna, pues los campos fueron desplazados del maíz mesoamericano, el trigo y la caña de azúcar novohispanos, por campos de cebada, garbanzo, sandías y árboles de naranja (Cajal, 27 de abril de 1895).
La interacción de los pobladores indígenas del lago era más integrada a los elementos naturales donde vivían, en contraposición con los colonos y hacendados de orígenes foráneos. En general, la casa era de tule extraído del lago, de una sola habitación, sin ventanas. Su forma remite a las construidas por los pueblos de origen nahua en la costa de Michoacán. Además del aprovechamiento forestal para la leña de la cocina, los hombres eran pescadores, pero también tenían un espacio para la siembra de maíz. Hacia 1908, los campesinos vendían en el muelle de Chapala las sandías que cultivaban en los terrenos de su propiedad (Imagen 1). Es difícil conocer el rendimiento de su producción como el monto de ganancia, pero es muy probable que al ser de temporada era de baja producción, de autoconsumo y de pingües ganancias al momento de comerciarse en un espacio geográfico local.
En esta foto también se aprecia la existencia de una barca pequeña de pasajeros atracada en el puerto, sin motor, con un techo fabricado del tule de la misma laguna donde flota y un mástil sin velas -probablemente por la falta de viento en esa temporada del año- que las sujetaba para hacer frente a los fuertes vientos de la laguna, registradas hacia 1837 por Manuel Orozco y Berra:
“Hemos observado en (la laguna de Chapala) el fenómeno de las mareas accidentales (seiches), que suelen durar bastante tiempo, permaneciendo serena una parte de sus aguas junto a la otra agitada. Esto sucede por lo común a cosa de las cinco de la tarde. Notamos algunos de estos efectos singulares, en los días 27 y 28 de febrero y en marzo del año de 1837: estaba el tiempo en calma, y la temperatura de 18 a 22 centígrados. Es visible el fenómeno en la ribera septentrional, y en Tlachichilco y Chapala. El agua se eleva de uno a cuatro pies (desde 33 c. hasta 1 y 33 metros)” (Orozco y Berra, 1856).
Dicho fenómeno meteorológico, que era un riesgo para cualquier tipo de embarcación, era bien conocido por los pescadores y ribereños, por lo que la forma de la embarcación no motorizada estaba adaptada a los vientos, con el techo bajo, de dos aguas, de ligero peso, fabricado con el mismo tule de la laguna y con una vela. De esa manera era transportada la carga a los distintos puertos, con una capacidad de dos a tres carros (Chaney, 14 de febrero de 1909).
Aunado al conocimiento de los fenómenos atmosféricos estaba el de las estaciones y sus características distintivas. Es por ello que existían los cazadores lacustres, es decir, aquellos que aprovechaban la fauna del lago para su autoalimentación y comercio, quienes, durante el invierno, cuando los pantanos circundantes a la laguna se desbordaban y subía la marea, se hacían pozas, en las que las aves migratorias procedentes de Norteamérica llegaban: patos, gansos, cisnes y otras especies eran cazadas (Chaney, 14 de febrero de 1909). Esta obtención de carne por parte de los ribereños era para autoconsumo, mientras que para los fuereños, un deporte.
El pueblo más oriental de la laguna
En Sahuayo, cuyas tierras eran las más orientales del Lago de Chapala, existía un hospital de indios y dos pequeñas capillas (Romero, 1862). En las tierras situadas a la orilla del lago se dedicaban a la pesca, la siembra de frutas y verduras que comerciaban a nivel regional. El pueblo se situaba en el camino nacional hacia Guadalajara, por lo que se dedicaban a la crianza del ganado caballar, vacuno y lanar, como también a la siembra de su maíz, es decir, una semilla nativa del lugar (Romero, 1862). Su origen indígena era purépecha y teco, bajo la suposición de que las flechas, arco, macana y escudo que le entregaron al Conde de la Cortina para su colección privada pertenecían a dichas culturas mesoamericanas (Romero 1862).
Las haciendas correspondientes al partido de Sahuayo eran muy prósperas en ganado mayor y menor, así como en yeguas, lo que significa un aprovechamiento de las tierras y las aguas de acuerdo a las temporadas del año. Hacia la década de 1860, las haciendas de Sahuayo creaban cerca de 3,000 vacas de ordeña con una población de 10,000 habitantes, quiénes también se dedicaban a la engorda de puercos que eran llevados en piaras al mercado de Guadalajara (Romero, 1862).
Hacia 1906, los indígenas sahuayenses pescaban, recolectaban tule y leña, así como cazaban en el terreno comunal que tenía como una de sus colindancias al Lago de Chapala. Estas tierras las fueron perdiendo por la invasión ilegal de los hacendados de la región durante la primera mitad del siglo XIX hasta la primera década del siglo XX, cuando los despojan legalmente de terrenos de la Hierbabuena y otros colindantes con el pueblo de Jiquilpan.3
Otro pueblo, Cojumatlán, perteneciente al distrito de Sahuayo, se encontraba al margen de la laguna que, a diferencia de San Pedro Caro, no contaba con haciendas ni con estancias de ganado, por lo que estaba habitado principalmente por indígenas, quienes cultivaban la caña de azúcar, el melón, la sandía, hortalizas, y se conservaba el sistema de milpa, combinando el maíz, el frijol y el garbanzo (Romero, 1862). Por su parte, los indígenas de San Pedro Caro, con una mayor proporción de playa de Lago de Chapala y de tierras para labranza, eran tanto pescadores como recolectores de tule, mientras que sus terrenos comunales los arrendaban para el ganado, la siembra de chile, maíz y garbanzo.
En conjunto, el quehacer campesino como de pesca se asociaban a prácticas comunales, con usos y costumbres consuetudinarios que fueron trastocados por los hacendados bajo la anuencia del gobierno, pues vieron en sus tierras la fuente para su enriquecimiento y diversificación de empresas, pues además de la agrícola y ganadera, comenzaron a pensar en la explotación del lago desecándolo, para ganarle tierra.
Los padecimientos
En 1871, el Lago de Chapala inundó la playa llamada el Salitre que rodeaba al pueblo de Sahuayo, por lo que se convirtió en un islote. Cuando las aguas se fueron retirando, los terrenos se anegaron y humedecieron a gran profundidad. Como indica su nombre, el salitre brotó a tal grado que, desde 1842, se habían establecido unas salinas. El sitio se inundaba de manera cíclica, es decir, durante los meses de junio a agosto, comenzando a bajar las aguas hacia el mes de diciembre a enero, el comienzo de la época de secas. Hacia el mes de abril, cuando el calor era más alto, el terreno se secaba y, de acuerdo a los criterios científicos de esa época, el ambiente se llenaba de partículas salinas, lo que propiciaba ozono y provocaba un olor muy particular (El Siglo Diez y Nueve, 1 de julio de 1872, pp. 2-3). En ese mismo mes de abril coincidía que principalmente jóvenes y niños enfermaban del “mal de san Vito o corea”, que en 1872 se contabilizaron doscientos enfermos.4 Por esa razón, la iglesia y capillas se llenaban de fieles pidiendo perdón y clemencia ante tal mal, mientras que los más escépticos lo explicaban argumentando que se debía al “aumento de la evaporación de las humedades salinas y la reacción que sobre ellas ha ejercido el calor, que precisamente ya sea sobre el mismo piso, ya en el mismo ambiente, debe ser causa de constantes acumulaciones eléctricas” (El Siglo Diez y Nueve, 1 de julio de 1872, pp. 2-3).
Nuevos habitantes en antiguas tierras
Es bien sabido que durante la primera mitad del siglo XIX, la República Mexicana se convirtió en un foco de atracción para algunos reinos y naciones europeas, “por tres razones: como novedoso ente político, como nuevo mercado para sus productos y como posible meta para la emigración” (Von Mentz de Boege, 1982).
Dentro de las transformaciones más profundas que tuvo el Lago de Chapala fueron las campañas de colonización y algunos lugares de asentamiento, principalmente de extranjeros, que transformaron en poco tiempo el paisaje biocultural de la zona, como también fomentaron las ideas racistas y excluyentes hacia los indígenas, prejuicios que eran compartidos por los gobernantes mexicanos, lo que provocó tensiones sociales entre los pobladores locales y los colonos por el uso y usufructo de la laguna.
El “Gran Lago” de México. Propaganda para colonizar el Lago de Chapala
La importancia que geográficamente tenía el Lago de Chapala internacionalmente fue reconocida en el mundo anglosajón desde 1854, cuando en una obra titulada Un sistema de preguntas en geografía, avalada por el Congreso de los Estados Unidos de América, se incluyeron las siguientes referencias sobre el cuerpo de agua dulce:
Primera parte: En qué dirección se localiza el lago de Chapala, el Istmo de Darién, el Cabo Farewell, las Islas Bermudas, el lago Winnipeg, entre otros (Pierson, 1874, p. 16).
¿Qué río conecta el Lago de Chapala con el Océano Pacífico? (Pierson 1874, 109). ¿Cuál es el pueblo que se localiza entre México y Lago de Chapala? (Pierson 1874, 109).
¿Dónde están los siguientes lagos? Superior, Slave, Winnipeg, Nicaragua, Michigan, Little Slave, Chapala, entre otros (Pierson, 1874).
¿Dónde están los siguientes lagos? Athabasca, Bevedero, Huron, Michigan, Mistissinny, Mirim, Constance, Chapala, y otros (Pierson, 1874).
De esta manera, comenzó a ser para la sociedad letrada de los Estados Unidos de América un lugar de interés para al menos conocer nominalmente el lago más grande de México, así como para interesarse en sus paisajes y sus beneficios para la salud.
Un lugar ideal para la salud
Como parte de los conocimientos modernos de salud e higiene de la época, para los gobernantes, hacendados e inversionistas del Lago de Chapala, la longevidad era un efecto generado por el clima donde se localizaba el lugar donde se habitaba. Bajo dicho criterio, en 1877 se daba publicidad para su colonización, ofreciendo lo siguiente:
Cuenta un colega de Guadalajara que en las orillas del lago de Chapala la longevidad es cosa ordinaria. En Jamay vive Demeterio Bolaños, pescador en actual ejercicio, que cuenta 80 años de edad; en el Fuerte, a dos leguas de Jamay, vive Benito León, de 96 años, el cual va a caballo todos los domingos a Ocotlán, y se conserva en perfecto estado de salud; finalmente, en la estancia de los uajes hay una negra llamada Ana María Montes de Oca, la cual cuenta 105 años, y hace por sí misma todos los menesteres de su casa” (La Voz de México, 24 de agosto de 1877).
El relato deja entrever que el promedio de vida a nivel mundial no alcanzaba los 80 años, así como las necesidades laborales de las personas para sobrevivir en el Lago de Chapala, pues el pescador Demeterio aún ejercía su labor a dicha edad. Por otro lado, se menciona de manera tangencial el camino de herradura entre Jamay y Ocotlán, así como su relativa seguridad, pues era transitada periódicamente por Benito. Finalmente, parte de los pobladores de la región eran de origen africano, pues la negra Ana María continuaba con sus labores domésticas a sus 106 años. En conjunto, podemos apreciar a una población compuesta por mestizos, indígenas y negros, que a pesar de su avanzada edad tenían la necesidad de trabajar para sobrevivir. Sin embargo, para la época la principal explicación para esa longevidad unida a la vitalidad era el clima, considerado “un perpetuo verano indio” (Chaney, 14 de febrero de 1909).
Por otro lado, de manera romantizada, se presentaba a la laguna como la fuente de pescado para Moctezuma, por su calidad y sabor. Por ello, el sitio era considerado por los promotores de su colonización como un lugar ideal para el descanso y para practicar deportes, considerado por ello como un “paraíso” tanto para la caza, los deportes acuáticos como para la pesca, debido a que “…el pescado es aún de gran y fina calidad, como en los tiempos de Moctezuma (…)” (Chaney, 14 de febrero de 1909).
Llegando la primavera comenzaba la época de excursiones por los novedosos automóviles que hacían 32 horas y 38 minutos entre la Ciudad de México y Guadalajara. En uno de los viajes iba el noruego Cristian Yetmand, amigo y conocido de la alta sociedad, quien organizó el primer club de remo en el Lago de Chapala, con el nombre de Yatch Club de Chapala. La sociedad se fundó con un capital de 15 mil pesos. De esta manera, el lago se llenó de botes sin más función que el placer, seguramente desplazando a los pescadores de algunas zonas.
Una sociedad conservadora
A pesar de la existencia del tren, el buen clima, la belleza del paisaje como lo sano de la laguna, las costumbres de la vida campestre de la pudiente sociedad mexicana durante el verano no se comparaban a las de otros países europeos, por lo que, para observadores de la época, no se aprovechaban los lugares naturales de todo México para veranear (La Voz de México, 20 de abril de 1890).
Los hacendados no veraneaban, se encerraban en sus haciendas “…con su familia y (permitían) si acaso que el día del santo patrono del lugar o pueblo vecino se hagan corridas de toros de aficionados o que por azar haya una o dos huéspedes de visita en la hacienda” (La Voz de México, 20 de abril de 1890).
Al parecer, los hacendados continuaban con sus hábitos de al menos un siglo anterior al XIX, regidas sus salidas por las fiestas patronales y por la fiesta brava. A pesar de contar con los recursos económicos para viajar por México, no lo hacían. Era hasta cierto punto comprensible su actitud, ya que las carreteras no eran seguras ni en buen estado como para ir o regresar por las noches entre los pueblos, como tampoco era común en los escenarios rurales realizar tertulias o cenas entre las familias. Es por ello que se apostaba al ferrocarril como la opción más viable y cómoda para un cambio de costumbres en relación con viajes en verano por parte de las clases pudientes mexicanas. Como apunta el texto siguiente, en un tono esperanzador de promover el esparcimiento en los meses de verano:
Alguna vez lograrán los ferrocarriles introducir en nuestras costumbres esos viajes veraniegos cada año. No faltan deliciosos sitios qué visitar, ni montañas qué escalar en nuestro país. Allí está el lago de Pátzcuaro que es un pequeño mar como del paraíso; allí está el Nevado de Toluca, cuyo cráter está lleno de agua cristalina y cuya ascensión es fácil para las mismas damas. Allí está también el mar mediterráneo nuestro: la laguna de Chapala que es magnífica; allí está Jalapa y sus alrededores que son un jardín cuajado de flores, que marean con sus aromas; allá está el Real del Monte, con su estupenda columnata de basalto […] (La Voz de México, 20 de abril de 1890).
Invitación al mestizaje
Paradójicamente a las acciones realizadas por los colonos de los Estados Unidos de América en relación a su convivencia, interrelaciones, preceptos y prejuicios que tenían sobre los indígenas originarios de Norteamérica, algunos ciudadanos estadounidenses en su impulso por colonizar algunas zonas de México -como el Istmo de Tehuantepec y el Lago de Chapala-, promocionaron a través de los periódicos ideas romantizadas y bucólicas en relación a los pueblos originarios de México.
Según las ideas científicas de fines del siglo XIX y comienzos del XX, la especie humana se dividía en razas jerarquizadas, en las que la blanca estaba por encima de todas y, por ende, la única autorizada, con poder económico y político para opinar de manera positiva o negativa sobre los otros. Esta visión originó prejuicios y estereotipos de otras culturas, que por su color de piel y su nivel de “civilización” podían o no formar parte del proceso civilizatorio hacia el progreso de la humanidad. Algunos grupos no radicales de los Estados Unidos de América plantearon la posibilidad de que algunas comunidades indígenas de México formaran parte de ese proceso civilizatorio, puesto que sus atributos positivos eran más cercanos al español, que desde el criterio anglosajón generaba una mezcla de razas más integrada a la modernidad de esa época. En palabras de la redacción de The Boston Herald:
Hay grande esperanza para los pueblos indios de México: en su mayor parte son de sangre pura, con una fuerza muscular que hace que al ser educados avancen mucho. Muchos hombres eminentes mexicanos son de sangre mezclada, y es digno de notarse que la sangre india de gravedad penetración mental y gran fuerza de voluntad. El indio es leal, buen amigo, enemigo terrible, algunas veces muy adicto a las ideas de la raza blanca. En el fondo de su corazón hay algo aborigen, intenso y puro. He oído a indios educados, hablando con toda confianza, expresar la confianza de que algún día el México indio podrá sustituir al mexicano español (El Independiente, 18 de julio de 1901, p. 3).
Las anteriores afirmaciones las basaron también en Nietzsche, considerando que existía “un ser superior natural entre los indios”, que era la naturaleza, “una madre tosca”, pero que formaba seres con gran belleza física y vigor mental, que les permitía “respirar bien y tener mucha sangre y buena circulación”, lo que les permitía trabajar sin fatiga (El Independiente, 18 de julio de 1901, p. 3).
Bajo los anteriores argumentos se justificaba la explotación de los indígenas mexicanos, ya fuera en lo agrícola, ganadero, la pesca o el bosque, pues era la única manera de poderlos integrar a la modernidad de entonces. Los hombres indígenas fuertes y las mujeres indígenas hermosas, semejantes a diosas griegas, aun cuando sus ropas eran sencillas, con una salud inmejorable a causa de su cercanía con la naturaleza, con la inocencia de su estado semi primitivo para mostrar su cuerpo sin ropa en los ríos, y de esa manera conservar su vanidad (El Independiente, 18 de julio de 1901, p. 3). Con esos criterios románticos y racistas también se justificaron los derechos de pernada, los abusos sexuales, como también los matrimonios mixtos. En síntesis, la mujer indígena, al igual que la naturaleza, era una bella imagen a someter.
Las interacciones personales entre los indígenas, mestizos y afrodescendientes de la ribera de Chapala con los colonos extranjeros no fueron numerosas y legales, es decir, a través de matrimonios, por lo que era muy frecuente encontrar matrimonios extranjeros jóvenes que eran visitados por sus padres. Uno de los casos fue el de la señora Fannie M. Overman, quien viajó de Roswell, Nuevo México, a Ocotlán, Jalisco, para permanecer allí un año para estar con su hija, la Sra. Conway (Roswell Daily Record, 21 de mayo de 1910, p. 3; Roswell Daily Record, 23 de mayo de 1910, p. 3).
Ocotlán, la ciudad más grande al noreste de Chapala, estaba flanqueada por el Río Santiago y el Río Zula, que al unirse formaban un delta. Por su paisaje y características geográficas, era conocida como el “Chicago de México”, ya que por el centro de la ciudad existían puertos y embarcaderos tanto de mercancías como de pasajeros. En la Imagen 2 se puede apreciar el malecón cercano a la parroquia del Señor de la Misericordia, sitio en el que podían embarcarse hacia el Lago de Chapala. Desde el punto señalado en la imagen, el centro de Ocotlán se encontraba aproximadamente a 500 metros, por lo que la dinámica comercial era muy constante y fluida hacia las tiendas y mercado de dicha población. El viaje redondo a lo largo de la laguna costaba $1.50 pesos en este tipo de embarcaciones (Chaney, 14 de febrero de 1909), que, previendo los vientos, podían partir a horas determinadas, de acuerdo a la estación del año.
Un peso fuerte, un dólar estable
Como parte de las campañas de colonización se promocionaba a comienzos del siglo XX la estabilidad del dólar en México, a pesar de que la plata era el principal valor de cambio en la República Mexicana. Esta situación de querer estabilizar el cambio del dólar a 50 centavos por peso mexicano garantizaba la inversión extranjera, principalmente de los Estados Unidos de América. En 1903 el estado de Jalisco era el sitio con mayor inversión norteamericana en el país. En Juanacatlán, sobre las cascadas que forman el Río Grande de Santiago, una compañía de Nueva York recibió una concesión para el aprovechamiento de dichas aguas, así como también para transformarlo en un balneario y sitio de recreación (Weekly Citizen, 25 de mayo de 1903, p. 2).
De manera estatal, Miguel Ahumada Sauceda, entonces gobernador de Jalisco, apoyaba las inversiones estadounidenses en el estado, seguramente por la experiencia y trato con los vecinos del norte durante su gubernatura en Chihuahua. Esta cercanía le sirvió para exiliarse en Texas durante la Revolución Mexicana.
Un espacio para los empoderados
A comienzos de siglo XX, la mayoría de los mexicanos adinerados, además de ingleses y estadounidenses radicados en la Ciudad de México, veraneaban en el lago de Chapala. A casi nueve meses del levantamiento de Francisco I. Madero, en la primavera de 1910, el octogenario presidente Porfirio Díaz y su esposa Carmen Romero hacían el viaje por tren de Querétaro a La Barca en una de sus últimas estadías en Chapala. Como era costumbre, el “Caudillo” era vitoreado en su paso mientras en el andén era esperado por el gobernador de Jalisco, Miguel Ahumada, y por uno de los más importantes hacendados de dicho estado, Manuel Cuesta Gallardo. Aunado al descanso que realizaba en Chapala la pareja presidencial en la casa del gobernador, Díaz visitó la hacienda de las Briseñas, en el estado de Michoacán, con la finalidad de continuar su viaje hacia Cumuato, donde visitó los campos agrícolas y las obras hidráulicas que estaban a cargo del también ingeniero Manuel Cuesta (La Iberia, 23 de marzo de 1910). Los viajes entonces no sólo eran promocionales al lago de Chapala, sino también por negocios, donde quizá la recompensa mayor era tener a los hacendados de su lado ante cualquier disturbio de los campesinos en la región.
Los favores locales y regionales eran muy próximos a la estadía del presidente en Chapala: en menos de seis meses de la visita de Díaz en marzo de 1910, Manuel Cuesta Gallardo formalizó en el Registro Público de la Propiedad en Zamora, la Compañía Hidroeléctrica e Irrigadora de Chapala, S.A., con sus amigos y parientes, como lo eran Fernando Pimentel y Fagoaga, Enrique Trou, Hugo Scherer Jr., Jesús Salcido y Avilés, Emilio Pinzón, Lorenzo Elizaga, Manuel Marroquín y Rivera, Federico Klant, Jhon Suteliffc (sic). En este equipo no faltó Porfirio Díaz hijo, como tampoco los dividendos del Banco Central Mexicano. Dicha Sociedad Anónima estaba escriturada desde el 13 de julio de 1909, pero se formalizó un año después.
Con un capital social de doce millones de pesos, Cuesta Gallardo tenía la oportunidad de celebrar contratos exclusivos con la Secretaría de Fomento para aprovechar las aguas del Lago de Chapala como de los ríos Santiago y Lerma para riego y fuerza motriz, así como explotar el agua y las caídas de agua, establecer plantas de bombeo y generadores eléctricos, así como tener la autoridad de transmitir y distribuir la electricidad a predios particulares, como producirla y venderla para las bombas de irrigación, alumbrado público, para la tracción de trolebuses y para cualquier otro uso industrial. También podía vender y rentar el agua para riegos de acuerdo a sus criterios personales. Su autoridad no se limitaba al agua, pues también podía vender, rentar, comprar terrenos sin consulta alguna a los pueblos ni a las autoridades. El poder dado a la Compañía que encabezaba incluía también la adquisición y explotación de vías férreas. También podía establecer “…cualquier otra empresa en que pueda utilizar el agua o terrenos de que sea propietaria (la compañía)”, así como “…celebrar todos los contratos y ejecutar todos los actos que directa o indirectamente sean necesarios o convenientes para los efectos que se han determinado” (El Heraldo, 17 de julio de 1910).
Sin contar la empresa con la formalidad legal, el 14 de marzo de 1908 Manuel Cuesta compró parte de los terrenos denominados “Reserva Antigua”, “Bañadero” y “Quiotes”, pertenecientes al Municipio de Ixtlán, Michoacán. Estos terrenos se encontraban limítrofes con el Lago de Chapala, por lo que esperando a su favor que la Secretaría de Fomento delimitara la curva de nivel del Lago de Chapala, esperó pacientemente la resolución (El Heraldo, 17 de julio de 1910).
En ese mismo mes y año, Manuel Cuesta, con 37 años de edad, le adjudicó a la Compañía que encabezaba la Hacienda de Valenciano (El Heraldo, 17 de julio de 1910), propiedad de María Espinoza, esposa en segundas nupcias de Arcadio Dávalos Jasso quien, quizás obligada por la presión económica y social de esa época, vendió el rancho El Valenciano, que hasta 1897 fue parte de la hacienda San Simón, una de las más antiguas del estado de Michoacán. (Sánchez Rodríguez, 1997). De esa manera, la Compañía Hidroeléctrica e Irrigadora de Chapala se hacía de tierras y se convertían en los propietarios de la mayoría de los terrenos adyacentes a las fuentes de agua. Por compra o despojo, abastecían de agua a los campesinos de los alrededores de Chapala, sin importar el estado al que pertenecieran, con la finalidad de desecar.
Los disturbios
Los extranjeros establecidos alrededor de la laguna de Chapala tenían más consideraciones por parte del gobierno local y nacional para el desarrollo de sus empresas. El malestar provocado por tales circunstancias fue manifestado en 1911 por 200 indígenas armados, quienes simpatizantes del movimiento revolucionario decidieron apoderarse de los ranchos, casas de descanso, huertas y demás sitios privados del extremo norte del lago. Ante tal situación, el cónsul Samuel E. Magili, residente en Chapala, solicitó protección ante tales hechos, ante lo que el gobernador del estado, Manuel Ahumada, envió tropas y arrestó a los líderes de la rebelión (Alburquerque Morning Journal, 2 de agosto de 1911, p. 1).
Los disturbios se debieron principalmente a las injusticias personales como comunitarias, el despojo de tierras y la limitación del acceso al Lago de Chapala, permitidos por el gobierno mexicano, en que eran favorecidos los intereses extranjeros como de las clases pudientes mexicanas. El 14 de junio de 1911, 50 hombres armados notificaron a los rancheros de origen extranjero que desalojaran sus propiedades. Para ello contaban con tres días, y si al finalizarlos continuaban allí, serían expulsados por la fuerza. Alarmados por tal situación, muchos de ellos enviaron a sus familias a Ocotlán, para que en cualquier momento salieran fuera del país (Alburquerque Morning Journal, 16 de junio de 1911, p. 1).
Hacia fines de 1911 la rebelión se había extendido a Jiquilpan, Michoacán, donde fueron aprendidos por los rurales 50 reyistas por el robo a las haciendas de esa cabecera, por lo que fueron procesados en Jalisco (Santa Fe New Mexican, 12 de diciembre de 1911).
El barco de vapor
Antes de la construcción de las rutas ferroviarias, el barco de vapor era un eslabón clave para el viaje que se realizaba de la Ciudad de México a Guadalajara. Al instalarse las estaciones de tren en puntos estratégicos del lago, como Ocotlán y Chapala, la afluencia en el vapor disminuyó, aunque para modernizarse, le fueron adicionadas algunas lanchas con motores de gasolina (Chaney, 14 de febrero de 1909).
El 5 de mayo de 1892 se botó en el lago de Chapala un barco de vapor que fue muy bien visto por los comerciantes y hacendados porque mejoraría los intercambios comerciales, principalmente en la parte occidental de Michoacán. No era el primero que flotó en el lago chapálico, pues ya existía un remolcador principalmente de pasajeros, que por su travesía conectaba a comerciantes y pasajeros en su ruta de la Ciudad de México a Guadalajara, la cual llegaba de Guadalajara a Sahuayo de donde se partía a las 7:00 A.M. para llegar al día siguiente a la Ciudad de México. Antes de la existencia del remolcador y el buque de vapor, la laguna se atravesaba durante largas horas, muchas veces durante toda una noche siendo peligroso el trayecto cuando había vientos contrarios o una fuerte marejada, por lo que generalmente se hacía más de un día para llegar a su otro extremo, es decir, de Jalisco a Michoacán o viceversa. Cuando estos fenómenos atmosféricos adversos sucedían, la embarcación no motorizada llegaba a Ocotlán o la Barca a resguardarse y posteriormente partía a Sahuayo (El Siglo Diez y Nueve, 11 de mayo de 1892, p. 3).
Hacia 1896, el único buque de vapor era el llamado Libertad, el cual fue construido en San Francisco, California, y sus piezas separadas se embarcaron de dicha bahía al puerto de San Blas, donde en una tarea faraónica fueron transportadas en las espaldas de peones, lomos de burros y mulas a través de dos cadenas montañosas. A su llegada a Chapala fue ensamblado por ingenieros estadounidenses para después ser botado en el lago (Yorkville Enquirer, 21 de octubre de 1896, p. 1). Era tanto su uso que en 1896 ya había sido reemplazada su caldera original, la cual se encontraba como escombro en la playa del lago (American Tourist Association Publications Bureau, 28 de abril de 1896, p. 21).
El lago de Chapala se extendía a través de redes carreteras, siguiendo las manecillas de un reloj, hacia la Barca, La Piedad, Zamora, Jiquilpan, Zapotlán, Atemajac, Zacoalco, Tequila y Guadalajara, en las que el barco de vapor, que se ilustra como si fuera un navío, cruzaba diariamente el lago de Chapala. A este medio de transporte le agregaron un ferrocarril.5
El ferrocarril
A fines del siglo XIX, la estación del ferrocarril de La Piedad se localizaba a 6 kilómetros de dicha población, donde habitaban cerca de 10,000 personas, lo que se traduce en un auge económico comercial situado al lado del Río Grande o Lerma, considerado por los inmigrantes estadounidenses como el “Mississippi de México” (American Tourist Association Publications Bureau, 28 de abril de 1896, p. 20), cuyas aguas desembocaban en el lago de Chapala. Desde dicha estación partía un camino de herradura que bordeaba el lago, cuyo destino principal era La Barca, desde donde partía el barco de vapor que navega de orilla a orilla cerca de 70 millas náuticas. El trayecto era considerado por sus pasajeros como “deleitable”, ya que el paisaje era “excepcionalmente bello”. Desde el casco de la embarcación se divisaban montañas y valles con su vegetación primaria y otros con árboles frutales. Desde ese mismo punto del barco, los pasajeros sentían el fuerte viento, la brisa y el oleaje del lago, donde aparecían numerosas “islas flotantes”, compuestas por vegetación arrancada por los vientos (American Tourist Association Publications Bureau, 28 de abril de 1896, p. 21).
Partiendo de La Barca, el siguiente puerto era Chapala, ubicado en la orilla norte del lago, rodeado por grandes acantilados que formaban una sola masa. Este sitio era conocido desde al menos el siglo XVIII por la existencia de aguas termales, que para fines del siglo XIX se habían adecuado un balneario para su aprovechamiento. Los foráneos o turistas que deseaban acudir al balneario podían optar por pernoctar en Chapala, cabalgar hasta la estación del tren en Atequiza, para dirigirse a Guadalajara o volver a La Barca atravesando el lago en el vapor (American Tourist Association Publications Bureau, 28 de abril de 1896). En el caso de que optaran por la ruta hacia Guadalajara, el tren atravesaba el Río Grande o Lerma en terrenos de Ocotlán, lo que permitía un paisaje lacustre integral, ya que el río y el lago de Chapala eran parte del mismo. De esa manera se tenían dos opciones viables para la ruta Ciudad de México-Guadalajara.
Antes de que se construyera el camino del tren en el pueblo de Chapala, los ferrocarriles tenían su última estación en Ocotlán, por lo que los pasajeros transbordaban en carros tirados por mulas al Lago de Chapala, de donde partían en el vapor hacia Chapala. Como se puede apreciar en la Imagen 3, era corto el trayecto de trasborde, pues había carros sin toldo, así como se puede apreciar que la carretera era literalmente una brecha, por lo que el paisaje de sus orillas estaba poco perturbado, incluso sin residuos o desechos humanos.
La situación cambió en 1905, cuando el Ferrocarril Central Mexicano o The Mexican Central Railway, de capital principalmente norteamericano, cubría las rutas de casi toda la República Mexicana y ofrecía a sus conciudadanos la oportunidad de asentarse en México y trabajar con ellos, ya que la oferta de vivienda como la oportunidad de prosperar económicamente no existía “en ningún otro país del mundo”, así como “leyes iguales, un gobierno estable, personas amistosas y abundantes oportunidades” (Alamofordo news, 29 de abril de 1905, p. 3). Para quienes no podían establecerse de manera permanente, había la oportunidad de veranear en Guadalajara, el Lago de Chapala y Cuernavaca, además de visitar Guanajuato, la “ciudad espectáculo”, considerada también uno de los centros mineros más importantes en el mundo. De esa manera se tenía un complejo “para el placer y la salud” que comenzaba en tren desde el sureste o el este de los Estados Unidos de América y concluía en dichos destinos mexicanos (Alburquerque Morning Journal, 2 de julio de 1906, p. 2).
Era tal el éxito de visitantes hacia Jalisco y el Lago de Chapala que, en 1907, se estaba construyendo una nueva ruta de Atotonilco a Ocotlán, cuyo servicio era mixto, pues transportaba a pasajeros como cantidades numerosas de productos agrícolas, entre ellos la naranja que se veía como un artículo de excelente calidad para su comercialización en los mercados de los Estados Unidos de América (Alburquerque Citizen, 21 de julio de 1907, p. 2).
En las vísperas de la desecación6
En 1905 la laguna de Chapala tenía muchos años sin alcanzar su límite máximo oficial, por lo que algunos conocedores sospechaban que el fraccionamiento de los terrenos anegados que pertenecían a la laguna de Chapala iban a ser parte del proyecto de reducción de la laguna, así como también terrenos aledaños que ya contaban con títulos de propiedad comunal, pero que por la presión de hacendados y colonos habían sido despojados a las comunidades originarias y se habían convertido en forma ilegal en propiedad privada y eran cultivados (El Tiempo, 5 de agosto de 1905).
Algunos de estos rancheros fincados en las orillas de Chapala estaban alarmados porque la desecación implicaba también el aprovechamiento de 25 mil litros por segundo para uso industrial y de riego de latifundios (El Tiempo, 5 de agosto de 1905), lo que se veía peligroso para un cuerpo de agua que se reducía naturalmente por la falta de lluvias constantes, así como por las bruscas alteraciones del clima. Conocedores de la desaparición del lago de Chalco del Valle de México como de la desecación de la ciénega de Zacapu, los opositores a la reducción por causa antrópica del lago de Chapala, consideraban que el rendimiento de la tierra desecada sería efímero, semejante al de Zacapu, donde la primera vez que se sembró sobre la tierra desecada se levantaron cuantiosas cosechas en producto y valor. En la tercera ocasión, los terrenos comenzaron a agotarse y apareció el salitre, lo que provocó la esterilidad de las tierras (El Tiempo, 5 de agosto de 1905).
También se creía que en la laguna de Chapala había “manantiales” de petróleo, que saturaban con aceite mineral sus aguas, por lo que se consideraba una de las causas para frenar el aumento de la agricultura irrigada por sus aguas. Es por ello que los opositores a la desecación consideraban que se debía hacer un estudio geológico de la laguna para conocer si eran viables para la agricultura y para la fuerte inversión de dinero en su desecación (El Tiempo, 5 de agosto de 1905). Era tal el interés por la explotación del petróleo que, en 1904, el gobierno federal dio permiso al tapatío Lino Navarro para realizar perforaciones durante un año en el municipio de Sahuayo, en los terrenos adjuntos al Lago de Chapala (El Paso Daily Times, 21 de abril de 1904). Sin embargo, el interés por la agricultura era más importante y la principal razón de aprovechamiento de la naturaleza en el lago.
En 1910, Manuel Cuesta Gallardo compró la Hacienda de Briseñas, ubicada en el municipio de Ixtlán. La primera acción que Cuesta Gallardo realizó fue construir un canal, con la finalidad de irrigar las tierras de dicha hacienda y, con ello, establecer cultivos en alta escala, como también para comenzar la desecación de la laguna de Pajacuarán, que en realidad era parte del Lago de Chapala. Para tal acción comenzó la contratación de numerosos jornaleros para abrir el canal y trabajar en el bombeo de las aguas (El Heraldo, 1 de enero de 1910).
Consideraciones finales
A partir de la independencia de México, el Lago de Chapala se fraccionó en dos entidades federativas: Jalisco y Michoacán, por lo que estuvo a merced de las pocas o nulas acciones gubernamentales en conjunto para su conservación, seguimiento y estudios multi e interdisciplinarios que apostaran a una interacción más sana con el cuerpo de agua por parte de nuestra especie.7 Este fenómeno no es novedoso, pues desde hace ya dos siglos, cuando la Nueva España se convirtió en la República Mexicana, los gobernantes en curso no pusieron atención o no se interesaron en el lago, ya fuera por la poca tecnología para el aprovechamiento de sus aguas o porque era un lugar sin una organización socioeconómica plenamente capitalista que pudiera ayudar a enriquecer las arcas estatales o nacionales.
Fue hasta el Porfiriato cuando se materializó la opción de colonizar con extranjeros, abrió una posibilidad al gobierno mexicano de “llevar al progreso” y “colonizar”8 a un lago habitado en sus riberas principalmente por indígenas de origen náhuatl, coca, purépechas, mestizos y afrodescendientes, quienes con su fuerza laboral no contribuían de manera significativa a los intereses liberales capitalistas de los hacendados, políticos y empresarios jaliscienses o michoacanos. De esa manera, las decisiones de las élites políticas regionales y nacionales, aunadas a sus conveniencias personales, propiciaron años más tarde la desecación de la laguna de Chapala, con la finalidad de favorecer la agricultura intensiva y “ganar terreno” a dicho cuerpo de agua.
El paisaje biocultural del lago de Chapala ha sufrido una destrucción multidimensional desde el siglo XIX, en el que se vieron amenazadas sus elementos torales: el agua, la flora, los seres no humanos, la biota, los genes, las semillas, los seres humanos, quienes en conjunto con su medio generaban una cultura, ambientes, paisajes; en una palabra, una forma de vida adecuada al conocimiento de su entorno natural. Aunado a lo anterior, los humedales están históricamente asociados a un estilo de vida propio de las poblaciones locales que a través de una apropiación material como simbólica hicieron uso de los bienes comunes de la naturaleza (Pintos y Maraggi, 2021). Sin embargo, ello no fue contemplado por los empresarios porfiristas y posteriormente revolucionarios para iniciar y concluir las obras de desecación -a pesar de la romantización del espacio natural, de destacar sus virtudes para la salud y la longevidad de sus habitantes-, transformando de esa manera el paisaje lacustre, así como sus interacciones de orden biocultural. En síntesis, los proyectos de corte agroindustrial, de ingeniería hidráulica como de explotación de hidrocarburos, así como la colonización de áreas naturales para provocar un “progreso” en una determinada región, produjeron que el patrimonio biocultural generado por la interacción de las comunidades locales con la laguna se deteriorara, incidiendo en la pérdida paulatina de una vida tradicional específica, colectiva y en su paisaje biocultural.
La “memoria de especie” fue amenazada y anulada por el gobierno porfirista al apoyar y adoptar el modelo capitalista como parte de su programa modernizador en el Lago de Chapala. Tan grande fue el desprecio y la falta de interés en las dinámicas campesinas como de pescadores que, en los textos analizados, tanto de origen estadounidense como mexicano, responden a una lógica mercantilista, de cosificación a la naturaleza y de explotación a ésta como de los habitantes de la laguna. Dicha memoria de especie, producto de la interacción continua con el entorno natural, logrando con ello “una experiencia aprendida y perfeccionada colectivamente” (Toledo, 2009), fue uno de los elementos culturales más propensos a desaparecer ante nuevos paradigmas económicos9 y fue amenazada y anulada por el gobierno porfirista al apoyar y adoptar el modelo capitalista como parte de su programa modernizador en el lago de Chapala desde el siglo XIX, cuando la naturaleza fue contemplada por los gobernantes mexicanos como un recurso económico, un bien natural inagotable, al servicio del progreso y del hombre10 “civilizado”, adinerado, que podía explotarlo -al igual que a los peones, obreros, pescadores y demás grupos sociales pauperizados de la laguna. Tan grande fue el desprecio y la falta de interés en las dinámicas campesinas como de pescadores que, en los textos analizados, tanto de origen anglosajón como mexicano, responden a una lógica mercantilista, de cosificación a la naturaleza y de explotación a ésta como a los habitantes de la laguna. Como ejemplo de la colonialidad del saber11, se encuentra la denominación al paisaje biocultural lacustre, que en el caso de las fuentes escritas en español, el nombre tradicional del cuerpo de agua y sus riberas, “La Laguna” no fue adoptado en los libros ni notas periodísticas del siglo XIX y comienzos del XX. En contraposición, el nombre del espacio fue masculinizado: El Lago de Chapala, desvalorizando la denominación de femenina tradicional de un paisaje lacustre como de una forma de vida milenaria.