INTRODUCCIÓN
El 13 de diciembre de 1943, un grupo de centroamericanos residentes en la ciudad de México organizó un acto de conmemoración por el aniversario de la independencia de Centroamérica (1823) que tuvo lugar en el Palacio de Bellas Artes. Al evento concurrieron varios intelectuales que habían sido exiliados de sus países durante las décadas de los años treinta y cuarenta debido a la instauración de regímenes autoritarios en la región del istmo: Tiburcio Carías en Honduras (1933-1949); Maximiliano Hernández en El Salvador (1932-1944); Jorge Ubico en Guatemala (1931-1944), y Anastasio Somoza en Nicaragua (1936-1954). Entre los organizadores de aquel evento destacaban los escritores Alfonso Guillén Zelaya, Rafael Heliodoro Valle (Honduras), Claudia Lars (El Salvador), Luis Cardoza y Aragón (Guatemala) y Vicente Sáenz (Costa Rica). Todos ellos pertenecían a una organización antifascista y prodemocrática creada por iniciativa del escritor socialista Vicente Sáenz, en enero del mismo año, y que se mantendría activa hasta 1946: la Unión Democrática Centroamericana (UDC).1
La UDC se dedicó a denunciar, a través de la prensa, de revistas y folletines, la represión ejercida en Centroamérica contra los grupos opositores a las dictaduras, mayormente integrados por profesores, estudiantes, obreros, escritores, y una diversidad de profesionistas de clase media. Asimismo, sus miembros llevaron a cabo una campaña intensa en favor del restablecimiento de la democracia efectiva en la región y por el cumplimiento de un anhelo que acompañó a las elites letradas durante buena parte de la vida independiente de Centroamérica: la unión de las cinco repúblicas del istmo en una sola república. Por ello, en el acto conmemorativo en el Palacio de Bellas Artes, la tribuna al centro del salón fue presidida por la efigie de Francisco Morazán (1792-1842), militar y político de Honduras que logró unificar a las provincias de Centroamérica en una federación, luego de una guerra civil entre los liberales que él representaba y los sectores más conservadores ubicados en la provincia de Guatemala, antigua capital del reino durante la época colonial.
La conmemoración entre los muros de Bellas Artes cobra relevancia en la medida en que se trató de un acto simbólico en el que la llama del unionismo centroamericano se reanimaba debido a la lucha internacional contra el fascismo, que tenía lugar al mismo tiempo.2 Este artículo aborda el entrelazamiento entre el unionismo y el antifascismo a partir del proyecto de acción política fundado por iniciativa de Sáenz en enero de 1943, la Unión Democrática Centroamericana (UDC), y de la actividad opositora de los exiliados centroamericanos en México a las dictaduras de su región durante la etapa final de la segunda guerra mundial. Para analizar dicho entrelazamiento se han utilizado las principales publicaciones periódicas en que participaron los exiliados centroamericanos antifascistas durante el periodo estudiado: el periódico El Popular, la revista Futuro y la revista Centro América Libre (1944), órgano de difusión de la UDC.3
EVOCACIONES DEL PASADO UNIONISTA
Los intelectuales centroamericanos antifascistas exiliados en México, encabezados por Vicente Sáenz, fueron responsables de incorporar un nuevo contenido al unionismo4 cuando le otorgaron un alcance transfronterizo y lo vincularon a la lucha mundial contra el fascismo, sobre todo a partir de 1943, año en que Sáenz fundó la UDC. A través de esta organización, el escritor costarricense y sus compañeros unionistas trataron de anticipar el curso de la historia para intervenir en él, no sin recurrir a imágenes de un pasado que guiaba y daba sentido a su proyecto político.
Las imágenes del pasado evocadas por los miembros de la UDC provenían de los primeros intentos por establecer una federación centroamericana al alborear el siglo XIX. En 1823, dos años después de la independencia de las provincias de Centroamérica del imperio español y a un año de su anexión fallida al imperio mexicano, se reunió el primer Congreso General de las Provincias de Centroamérica que expidió el Decreto de Independencia Absoluta de las Provincias de Centro América. Con ello, había nacido la primera federación que aglutinaba a las provincias que habían pertenecido a la Capitanía General de Guatemala. Una figura clave en el proyecto de unificación fue el polígrafo hondureño José Cecilio del Valle (1780-1834), quien, como intelectual liberal, dedicó su obra a consolidar un proyecto de nación que descansaba sobre la idea de una “patria grande”. Tres años antes de que Simón Bolívar propusiera la idea de una federación americana en el Congreso Anfictiónico de Panamá de 1826, Valle había dejado constancia de un plan federativo para Centroamérica en el documento Soñaba el Abad San Pedro; y yo también sé soñar (García Giráldez, 2005, p. 55). Su idea de federación se basaba en un concepto de patria -que prefería al de nación- que integraba un referente físico geográfico y una idea abstracta de la comunidad istmeña con una identidad común. Al igual que los intelectuales centroamericanos del siglo XX que recogieron sus prédicas, José Cecilio del Valle consideró a la prensa como un vehículo indispensable para influir en el espacio público de su época y defender su idea de federación. Así, a través de su periódico El Amigo de la Patria, fundado en 1821, se dedicó a divulgar un proyecto que trataba de oponerse al centralismo político y administrativo heredado del orden colonial a fin de que las provincias se unieran para formar una sola nación (García Giráldez, 2005, p. 53).
Sobre el acercamiento intelectual de la UDC con el pensamiento de Del Valle, nos queda una disertación de Vicente Sáenz publicada en el periódico El Popular sobre el concepto de patria: “La patria es algo vinculado a un pueblo: una tradición y una cultura. Algo mucho más hondo, o mucho menos objetivo, que los imperios militares. Algo, en fin, de raigambre ancestral y eterna que se confunde con el hombre mismo: porque en último análisis, patria y tierra y hombre son una misma cosa.”5 De estas líneas se desprendía la concepción de la patria centroamericana como una entidad que había sido mutilada a lo largo de un siglo y medio por intereses separatistas y la intromisión extranjera. Si la patria, la tierra y el hombre eran una misma cosa, entonces los cuerpos de los exiliados habían sido atravesados por esa historia, y en esencia eran cuerpos mutilados. Pues, el proyecto federalista de Del Valle se resquebrajó en 1839 y de ahí en adelante el anhelo federalista fracasaría una y otra vez. La otra imagen crucial para los unionistas del siglo XX fue el general hondureño Francisco Morazán, quien dedicó su vida a mantener una república federal y fue presidente de esa entidad política de 1830 a 1840, año en que ese proyecto fracasó y dio lugar a los cinco Estados centroamericanos que se conocen hasta hoy. Luego de su muerte en 1842, la figura de Morazán pervivió como símbolo de una democracia siempre anhelada por los centroamericanos opositores a los regímenes dictatoriales, el primer paso para lograr la unidad del Istmo. Así lo recordaba el intelectual hondureño Rafael Heliodoro Valle (1941) en la revista Futuro:
Cuando el hombre de la calle -el que piensa y sufre la angustia de nuestro tiempo- se detiene en la plaza central de Tegucigalpa, Honduras, a leer la inscripción que está en el pedestal de la estatua de Francisco Morazán, se siente fascinado ante el elogio en bronce: “al que despreció la dictadura por fundar el gobierno de la Democracia” […] Después de él, todo intento para construir la unidad centroamericana, ha fracasado […] Pero a pesar de que fracasó entonces, él sigue en pie en las almas, recogiendo victorias, porque tenía fe ciega en el progreso y renegaba de las inquietudes de su tiempo. Morazán sigue siendo ejemplo y esperanza (pp. 19-20).
La necesidad de la unión, de acuerdo con sus promotores, durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, descansaba sobre la idea de que sólo por medio de la unión de las provincias del antiguo reino de Guatemala -y de los Estados nacionales a que esta dio lugar- sería posible defender la soberanía centroamericana frente a los imperios europeos, primero, y la hegemonía estadunidense, después. Ese proyecto de nación apareció en distintas coyunturas históricas en las cuales, tanto políticos como intelectuales, trataron de llevarlo a cabo, adhiriéndose a una palabra que se volvió un concepto con un fuerte contenido de esperanza: unionismo.
Durante el resto del siglo XIX hubo varios proyectos de confederación y unión: en 1842 El Salvador, Honduras y Nicaragua reorganizaron una Confederación Centroamericana; en 1885, Justo Rufino Barrios, presidente de Guatemala, volvió a intentar la Unión bajo una visión centralista que lo colocaría como la cabeza de la federación. Finalmente, el 18 de julio de 1899, el nicaragüense Salvador Mendieta creó en Guatemala el Partido Unionista de Centro América (PUCA) con el mismo objetivo de José Cecilio del Valle: reconstruir la “patria grande”, pero esta vez se buscaba integrar a los sectores indígenas, campesinos y obreros en la nación centroamericana. El PUCA tuvo actividad a principios del siglo XX como partido de oposición a la dictadura de Manuel Estrada Cabrera en Guatemala (1898-1920). En la víspera del centenario de la independencia de Centroamérica, el mismo año de la caída de la dictadura guatemalteca, los miembros del Partido Unionista intentaron de nuevo establecer una federación; sin embargo, el proyecto unionista quedó en pausa por 20 años y encontró un nuevo horizonte de expectativas hacia el año de 1943. La esperanza renovada en la unión se debió a la retórica democrática y de respeto a la soberanía que se sintetizaba en la Carta del Atlántico (1941-1942).6 De este modo, las alianzas internacionales gestadas durante la segunda guerra mundial (1939-1945) para combatir al fascismo crearían las condiciones para imaginar una nueva era de unidad en Centroamérica.
El tercer punto de la carta, firmada primero por Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill en 1942, establecía “el derecho de todos los pueblos a elegir el régimen de gobierno bajo el cual han de vivir; y que se restituyan los derechos soberanos y la independencia de los pueblos que han sido despojados de ellos por la fuerza”.7 Por ello, los intelectuales centroamericanos consideraron que la historia daba una nueva oportunidad a la unión del istmo. Para ellos, el ideal unionista representaba el deseo más genuino del pueblo de Centroamérica, desde el siglo XIX hasta los días en que se veían asolados por las dictaduras. Así lo manifestaba el escritor hondureño, Alfonso Guillén Zelaya:
El unionismo no es la consecuencia de una improvisación, sino un reclamo secular de nuestras masas que arranca de manera instintiva desde los orígenes de nuestra nacionalidad y se hace necesidad consciente en el periodo colonial y en nuestra vida libre. No hay en Centroamérica fuerzas internas capaces de frustrar la unidad […] No es el pueblo, como afirman algunos observadores superficiales, el que se opone a la unidad. Es la confabulación de los enemigos interiores y externos lo que se encarga de impedirla y destruirla. Pero no se ha querido comprender que la unidad de Centroamérica -derecho histórico y geográfico de los pueblos que la habitan- soldaría el roto eslabón que la América Latina necesita para integrarse y vigorizaría por consecuencia la unidad continental.8
La unión de Centroamérica era enunciada por los exiliados centroamericanos como un telos que finalmente debía llegar tras el sacudimiento mundial generado por la guerra. De ahí que el conflicto mundial, visto como una lucha entre el pasado y el futuro, la civilización democrática y la barbarie totalitaria, fuera considerado un momento decisivo en la historia de la humanidad. Por tanto, si se buscaba consolidar nuevamente la unificación de Centroamérica, era necesario acabar con las dictaduras del Istmo, y esas dictaduras caerían cuando el nazifascismo internacional sucumbiera a las naciones democráticas. El papel de los intelectuales centroamericanos en el exilio era tomar parte en la batalla. Cabe destacar que la UDC surgió en un contexto en el que varios frentes democráticos fueron conformados en respuesta a la Carta del Atlántico. El objetivo de estas organizaciones fue constituirse como una plataforma de presión y negociación en el proceso de establecimiento de un orden político de posguerra en sus respectivos países. A partir de 1942 tuvieron actividad en México organizaciones como Alemania Libre (la cual desplegó una intensa campaña de propaganda antinazi en El Popular, acompañada de una serie de actividades en la esfera pública, como la publicación de El libro negro del terror nazi en Europa: testimonio de escritores y artistas de 16 naciones) y la Alleanza Internazionale Giuseppe Garibaldi per la Liberta di Italia, la cual fue fundada por dos miembros del antifascismo italiano muy activos en las páginas del diario de la CTM: Francesco Frola y Mario Montagnana. De modo que, a partir de la publicación de la Carta del Atlántico, los exiliados antifascistas que colaboraron en el periódico El Popular encontraron las condiciones adecuadas para llevar a cabo sus proyectos políticos que apelaban a la restauración de las garantías democráticas en sus respectivos países.
La apertura mostrada por el gobierno de Manuel Ávila Camacho evidencia la importancia que tuvo el antifascismo internacional para dar sentido a los proyectos nacionales del gobierno mexicano y para legitimarse como un régimen apegado al derecho internacional, de acuerdo con el contexto en que era enunciado el concepto. Podría decirse, en pocas palabras, que el antifascismo adquirió contenidos semánticos distintos de acuerdo con las circunstancias nacionales e internacionales en que fue utilizado. En el escenario internacional que anunciaba el final de la segunda guerra mundial, el antifascismo adquirió un contenido democrático, en apego al liderazgo asumido por Estados Unidos. Por ello, a partir de 1943, el discurso antifascista de los exiliados centroamericanos reunidos en la Unión Democrática Centroamericana coincidió con la articulación de este antifascismo que apelaba a la democracia y que se puede constatar en otros frentes similares, como la Junta Española de Liberación, la Junta Suprema de Unificación Española y la Acción Democrática Internacional, liderada por el costarricense Raúl Cordero Amador. Todas ellas tuvieron un impulso similar al de la UDC en el marco del antifascismo democrático y llegaron a su fin en los primeros años de la temprana guerra fría.
LAS REDES INTELECTUALES DE LA UDC
LA UDC estaba conformada por los intelectuales centroamericanos empujados a México por la experiencia del exilio. En un folleto informativo de la UDC, Por Qué Lucha Centroamérica, editado en este país, se daba a conocer una lista nutrida con las firmas de los integrantes. A la cabeza figuraban Vicente Sáenz, secretario general; Francisco Lino Osegueda, subsecretario; Jorge García Granados, tesorero; Juan José Meza, subtesorero. Y como parte del Consejo Ejecutivo se encontraban los escritores Alfonso Guillén Zelaya, de Honduras; Francisco Zamora, de Nicaragua; Rafael Heliodoro Valle, de Honduras; Luis Cardoza y Aragón, de Guatemala, y Claudia Lars, de El Salvador; el profesor Raúl Cordero Amador, de Costa Rica; los médicos Concepción Palacios, de Nicaragua; Ricardo Alduvín, Guillermo Alvarado y Manuel Flores, de Honduras; José Padro Romaña, de Guatemala; Ángel Puentes y Pedro José Zepeda, de Nicaragua; el músico Juan José Laboriel y el político y jurisconsulto José Ángel Zúñiga Huete, de Honduras, y el coronel José Ascencio Menéndez, de El Salvador.9 La historiadora Margarita Silva (2013) ofrece un perfil de algunos miembros de la UDC para dar una idea de la red intelectual que conformaba la organización. Destaca a los intelectuales que dirigieron importantes periódicos en México, como Rafael Heliodoro Valle, quien fue el director de El Universal, El Libro y El Pueblo, así como jefe del departamento de Publicaciones del Museo Nacional de México y jefe de la Dirección Bibliográfica de la Secretaría de Educación Pública (SEP), y Francisco Zamora Padilla, quien fue redactor de El Diario del Hogar, El Noticioso, la revista Tilín Tilín, El Radical, El Gladiador y Excélsior. En la lista de estas personalidades podemos agregar a Luis Cardoza y Aragón, ensayista, poeta y crítico de arte que dirigió el suplemento cultural del rotativo oficialista mexicano El Nacional, hermano del periódico El Popular (Cardoza y Aragón, 1986, p. 552). De acuerdo con información recabada por Margarita Silva, intelectuales como Cordero Amador, Sáenz, Valle, y Zamora Padilla fueron profesores en la Escuela Normal Superior, la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Obrera.
Además de los folletines editados por la misma organización y de la revista Centroamérica Libre, órgano de difusión de la UDC, las páginas del periódico El Popular, fundado por Vicente Lombardo Toledano para fungir como el órgano de difusión de la CTM, fueron una tribuna para los miembros que colaboraban en él.10 La primera columna que saludó la fundación de la UDC fue El Mirador, a cargo de Alfonso Guillén Zelaya, en su entrega del sábado 30 de enero de 1943, “Unión Democrática Centroamericana”. En ella, su autor deja ver los lazos entre unionismo y antifascismo que daban sentido al discurso y demandas de la organización:
La libertad, desde luego, no es un fruto que los pueblos puedan cosechar sin cultivarlo. No se desprende del árbol de la vida y llega rodando hasta los indiferentes. La libertad hay que conquistarla. Precisa organizarse y luchar al lado de quienes defienden el derecho para obtener toda la fuerza capaz de hacerlo efectivo. Desgraciada o afortunadamente, el derecho no es dádiva, y quienes lo reclaman necesitan demostrar que no vacilaron en defenderlo. Esta obligación es todavía más imperiosa tratándose de los pueblos débiles.
Por eso la UDC tiene como punto primero de sus objetivos esenciales, la cooperación eficaz con las Naciones Unidas, en tal forma que los pueblos centroamericanos, al aportar el máximum de sus posibilidades a la lucha democrática contra la barbarie nazifascista, tengan derechos adquiridos el día de la victoria. La UDC quiere la libertad y está resuelta, por lo mismo, a aportar, sin regateos, su concurso al lado de quienes la defienden. Tal es, a nuestro juicio, la aspiración que se destaca en la nueva organización que acaba de constituirse.11
En el artículo de bienvenida de Guillén Zelaya a la nueva organización se plantea claramente la estrategia de cooperación con las Naciones Unidas para que Centroamérica pudiera ser tomada en cuenta en el nuevo ordenamiento del mundo de posguerra. De ahí la importancia que implicaba respaldar al bloque democrático que, al resultar triunfante, sería el encargado de establecer las bases del derecho internacional. Por ello, Vicente Sáenz celebraba, aunque no con plena confianza, el apoyo de los dictadores centroamericanos a la causa de las Naciones Unidas. Al respecto, recordaba algunas de las declaraciones de Jorge Ubico, Maximiliano Hernández, Tiburcio Carías y Anastasio Somoza sobre su respaldo al bloque antitotalitario que fueron publicadas en un número de la revista Alemania Libre, entre abril y marzo de 1942: “no deja de ser emocionante que cuatro generales-presidentes, antiguos admiradores fervorosos de Hitler y Mussolini -idem del lacayuelo Franco-, se acojan a la virtud del arrepentimiento y que condenen y persigan lo que con tanto ahínco defendieron. La cuestión, en lo que falta de guerra, es que el arrepentimiento no sea como el de las beatas rezadoras que de confesarse vuelven al pecado.”12 Los miembros de la UDC contemplaban la posibilidad de una transición democrática apoyada por los dictadores bajo el liderazgo de Estados Unidos. Por esta razón, el discurso antifascista de la UDC no estaba envuelto en un tono combativo que atacara directamente a los presidentes del istmo. Por el contrario, proponía una reconciliación y una colaboración conjunta para llevar a cabo un programa democrático:
Unión Democrática Centroamericana no tiene empeño en atacar a determinados hombres o a determinados sectores, haciéndoles responsables exclusivos de lo que sucede en aquel ambiente, ya que todos en conjunto participan de esa responsabilidad. Pero la serena actitud asumida por nosotros y por nuestros afiliados, respaldada por millares de adhesiones y apegada en todo instante a nuestro ideario, no significa que mantengamos un punto de vista incompatible con los ideales democráticos, frente a violencias, persecuciones y atropellos que no podrán seguir subsistiendo en el continente americano […] Faltaríamos a nuestro deber si negásemos apoyo a los prisioneros políticos que siguen todavía en las cárceles de nuestra patria histórica (UDC, 1943, p. 7).
Además de los anhelos por una transición democrática propugnada por la UDC, evocaban un concepto de “unidad” que remitía a términos estrictamente prácticos para la participación de Centroamérica en las conferencias de posguerra. En su artículo para El Popular, “Honda inquietud de Centroamérica”,13 Vicente Sáenz comenta la formación de otra organización filial a la UDC, el Frente Unionista de San Salvador, cuyo nacimiento y postulados coincidían con la organización conformada en México. Se alegraba de que, de acuerdo con datos que tenía a la mano, el frente salvadoreño contaba con más de 80 000 miembros, demostrando una honda inquietud democrática. Su fundador, Napoleón Viera Altamirano, en una misiva a Sáenz, ofrecía un diagnóstico sobre el lento desarrollo de la región istmeña. Para él, la causa profunda del atraso se encontraba en la “desunión”, que impedía el “progreso cultural, político, social y económico de que tanto necesitan nuestros pueblos”. En el programa de su organización, afirmaba Viera Altamirano, se incluyeron “puntos de vista que responden a las aspiraciones de la masa obrera; una democracia que sepa garantizar la libertad política y económica; con un nuevo orden democrático internacional, y con una cooperación más estrecha dentro de la comunidad de los pueblos americanos”.14
EL PROYECTO DEMOCRÁTICO
Para los miembros de los frentes unionistas, la guerra estaba liquidando viejas perspectivas y abriendo horizontes nuevos. Pensaban que el pasado se hallaba en agonía y estaba naciendo el porvenir. La coyuntura permitía pensar que Centroamérica podía figurar en el espacio internacional al ponerse del lado de la democracia. Dicha posibilidad había sido propiciada por el fascismo y la emergencia de un bloque dispuesto a combatirlo. Quizá por ello, consciente o inconscientemente, los intelectuales centroamericanos se empeñaron en ofrecer una interpretación universal del totalitarismo. La tragedia que asolaba Europa se expandía para alcanzar también a otros continentes y, por lo tanto, a Centroamérica. Para estos intelectuales no se trataba de acontecimientos aislados, sino de una trama puesta de antemano por la historia. Así, el programa de la UDC cobraba proporciones universales y una pertinencia política innegable por su antifascismo. Sus postulados contenían una frase que sintetizaba lo anterior: “¡Contra toda clase de totalitarismos: los del otro lado del mar y los de adentro!” (UDC, 1943, p. 7). Cuando se referían a “los totalitarismos de adentro”, se puede deducir, señalaban a los gobiernos autoritarios de Ubico, Carías, Hernández y Somoza.
Así pues, en consonancia con el postulado de combate a los totalitarismos de adentro, la primera tarea que se dio la organización fue presionar a los gobiernos de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua para que fueran congruentes con su política internacional. Si en materia de política exterior se habían alineado con las Naciones Unidas al declararle la guerra al Eje, faltaba que aplicaran los postulados de la Carta del Atlántico en lo referente a su política interna. El argumento más poderoso para hacerlo consistía en resaltar que, mientras no hubiera plenas libertades al interior de estos países, no era posible hablar de unidad antifascista. Primero, señalaron que los gobiernos de Hernández, Somoza, Carías y Ubico eran regímenes de facto, pues se habían mantenido en el poder por medio de reformas constitucionales que les permitieron reelegirse sin voto democrático ni popular (UDC, 1943, p. 23).15 Luego, demandaban un cambio profundo en la manera en que se ejercía el poder en los cuatro gobiernos: “si en lo internacional han reconocido sus errores, no sería mucho exigir que hicieran otro tanto, que abandonaran sus prácticas totalitarias, tratándose precisamente del manejo de sus propios pueblos, ya que la democracia no puede tomarse como artículo de exportación, sino, primordialmente, como régimen interior de convivencia humana, de libertad y de justicia” (UDC, 1943, p. 13).
De acuerdo con los miembros de la UDC, este folletín informativo circulaba por las cinco repúblicas del istmo, por lo cual no es atrevido pensar que los respectivos gobiernos tenían noticias de las demandas. Además, hacia el mes de julio de 1943, año en que se publicó Por Qué Lucha Centro América, la UDC contaba con filiales en todos los países de la región: el Frente Democrático Guatemalteco, El Frente Unionista de San Salvador, El Frente Unionista Democrático Centroamericano de Costa Rica y una representación de la Unión Democrática Centroamericana en Honduras, a través de la figura del doctor Venancio Callejas. Debido a las condiciones de represión en las que se desenvolvían las actividades de las filiales, la UDC de México fungió como la organización encargada de difundir los programas y las demandas de sus pares centroamericanos. Al respecto, es importante señalar la destacada participación como editor de Vicente Sáenz, con la fundación de la editorial Unión Democrática Centroamericana (a partir de la cual se editó el folletín Por Qué Lucha Centro América y la revista Centro América Libre) y la editorial Liberación, sello con el cual fueron publicados los libros de Sáenz. Asimismo, el espacio de El Mirador y las columnas firmadas de Alfonso Guillén Zelaya y el mismo Sáenz en El Popular sirvieron como plataforma de difusión sobre las actividades de la UDC.
El principal órgano de difusión de la UDC fue la revista Centro América Libre, un rotativo mensual que se publicó a lo largo de 1944. En esta revista, editada en los Talleres Gráficos de la Nación, es decir con recursos del Estado mexicano, se recogieron notas editoriales de los principales periódicos de México y América Latina en torno del autoritarismo en Centroamérica, se reunieron varios ensayos de los miembros de la UDC y se denunció la represión ejercida por los gobiernos dictatoriales de la región contra sus opositores durante ese año. El rotativo ofreció detalles sobre el acontecer político en los países centroamericanos y destacó los movimientos populares contra las dictaduras de Ubico y Hernández que tuvieron lugar en 1944.
El principal objetivo de Centro América Libre consistió, de acuerdo con su editor y sus colaboradores, en informar a los países democráticos sobre la situación centroamericana y crear las condiciones para el restablecimiento de las libertades públicas. Su primer número resaltaba el unionismo de la publicación, al compartir con los lectores una memoria sobre el acto que se realizó el 13 de diciembre de 1943 en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, con motivo del último aniversario de la independencia centroamericana. Ahí, Ricardo Alduvín (1944a) dedicó su mensaje a la juventud centroamericana que ponía de relieve los contenidos de la lucha unionista y antifascista. En la misma línea de Sáenz, Alduvín (1944a) partía del presupuesto de que Centroamérica había nacido unida en el siglo XIX y había sido fragmentada por intereses egoístas: “El 15 de septiembre de 1821 no aparecieron a la faz del mundo cinco naciones. Apareció Centroamérica, una, verdadera, justa y buena. Y la rompieron la inconciencia, la ambición y el crimen” (p. 7).
Los intelectuales de la UDC depositaban su confianza en el orden mundial de posguerra como la condición de posibilidad para restablecer una federación regional. Tal parece que no se debía únicamente a la fe en la Carta del Atlántico, sino a que el lenguaje político de la época puso un énfasis especial en la conformación de federaciones regionales como medio de dar estabilidad jurídica al mundo. Un texto del periodista y líder de la filial salvadoreña de la UDC, Rafael Viera Altamirano (1944) , arroja mucha luz al respecto. En él se citaban unas declaraciones del ministro de relaciones exteriores de la Gran Bretaña, Anthony Eden, quien señalaba que las cláusulas de la Carta del Atlántico no eran incompatibles con la formación de federaciones o confederaciones. Por ello, el periodista salvadoreño concluía que la opinión pública mundial era favorable al federalismo regional como una forma de facilitar las relaciones internacionales y destacaba que la conciencia unitaria del mundo contemporáneo “empezó a concretarse precisamente en América” (p. 21). Por lo cual afirmaba: “Centroamérica es en estos momentos el sitio del planeta en donde la idea federalista tiene sus más hermosas oportunidades de realización tangible” (p. 22).
En los primeros meses de 1944, el Consejo Ejecutivo de Unión Democrática Centroamericana realizó una serie de encuestas a destacados políticos e intelectuales de América Latina para que opinaran sobre la posibilidad de conformar la federación. Los primeros encuestados que dieron una respuesta a la organización fueron Juan de Dios Bojórquez, exembajador de México en Honduras y el escritor regiomontano Alfonso Reyes (UDC, 1944a, pp. 14-15). La respuesta del segundo llama la atención debido al profundo desconocimiento de la situación centroamericana, hecho que probablemente reflejaba el carácter secundario de los problemas centroamericanos para algunos intelectuales y funcionarios. Quizá por ello, a lo largo de los números de la revista Centro América Libre, se advierte un tono de queja por la poca atención que recibía la situación centroamericana por parte de la opinión pública nacional e internacional.
El tercer número de la revista, dirigida por Vicente Sáenz, abría con una nota editorial (UDC, 1944b, p. 2) que reflejaba una enorme decepción por el silencio de los funcionarios a quienes la UDC había remitido cartas solicitando su apoyo para frenar la represión y la violencia de estado en Centroamérica: el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, el vicepresidente Henry A. Wallace y Alberto Guani, vicepresidente de Uruguay y presidente del Comité Consultivo para la Defensa Política del Continente.16 Esas cartas habían sido enviadas desde los primeros meses de 1943 y fueron publicadas en el folletín Por Qué Lucha Centro América. Ante el silencio de los funcionarios, que un año después no habían emitido una sola palabra sobre la cuestión istmeña, la esperanza en la intervención oficial para poner alto a las dictaduras en la región se apagaba:
Estamos seguros de que el señor Guani alzará los hombros casi con desdén, sin darle importancia al sentir de nuestros pobres pueblos, impunemente vejados por los Ubicos, los Carías, los Somozas y los Hernández Martínez. Hasta llegamos a creer que Mr. Henry A. Wallace tampoco se da por aludido, no obstante, sus prédicas contra las tiranías y muy a pesar de fervorosas declaraciones en favor del “hombre común del pueblo”, con el cual suponemos que van incluidas las paupérrimas masas centroamericanas, víctimas de la explotación contemporánea y de sus serviles instrumentos, los generales criollos (UDC, 1944b, p. 2).
Esos reclamos, salidos de la pluma de Vicente Sáenz, no eran palabras vacías, sin referente. Efectivamente, la violencia de Estado en Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua se había endurecido en los años de militancia de la UDC. La puesta en discurso de la democracia como la forma de gobierno que habría de regir las relaciones entre sociedad y gobierno al término de la guerra propició la intensificación en la actividad de organizaciones cívico-democráticas en toda la región, provocando el endurecimiento de las dictaduras. El Comité Pro Democracia y la Acción Democrática en El Salvador, El Frente Democrático Guatemalteco, El Frente Unionista Democrático Centroamericano en Costa Rica y el Centro Democrático Hondureño, conformado por exiliados hondureños en Costa Rica, son apenas unos ejemplos de los grupos cívicos organizados. Todos ellos denunciaron la ilegalidad con la cual los gobiernos dictatoriales se habían mantenido en el poder y reclamaban la aplicación de los postulados de la Carta del Atlántico en sus respectivos países.
Un caso ilustrativo sobre la represión ejercida en Centroamérica fue la resistencia de las organizaciones salvadoreñas, mencionadas anteriormente, a la reelección de Maximiliano Hernández Martínez, quien extendería su mandato hasta 1949. Como los otros regímenes de facto en la región, el argumento de Hernández Martínez para extender su periodo presidencial se basaba en la necesidad de mantener el orden político y social en tiempos de guerra. Frente a las demandas democráticas que se alzaban en El Salvador, Maximiliano Hernández volvió a convocar a una Asamblea Constituyente con el fin de prolongar su mandato hasta 1949. Al igual que en el discurso de la izquierda, la dictadura echaba mano del conflicto bélico internacional y la reorganización del mundo en la posguerra (UDC, 1944c, pp. 6-7).
Debido a esta nueva tentativa de extensión del mandato martinista, los ciudadanos opositores salvadoreños llevaron a cabo una campaña cívica que apelaba a la institucionalidad interna, en específico a la atribución de la Corte Suprema de Justicia para frenar las decisiones del poder ejecutivo. La respuesta de Maximiliano Hernández consistió en decretar estado de sitio y en encarcelar a prácticamente todos los firmantes del documento que solicitaba la intervención de la Corte Suprema (UDC, 1944c, p. 32).
Como respuesta a la represión, la oposición a las dictaduras centroamericanas trataba de emparentarlas con el nazismo, a fin de dotar de una dimensión internacional a la política local, lo cual permitía levantar la voz solicitando la ayuda de las naciones democráticas:
Los salvadoreños, los centroamericanos en general, exceptuando a los costarricenses, son víctimas de la tiranía, de la agresión constante de sus tiranos y del temor de los pueblos a toda clase de represalias, si se enfrentan a las Gestapos criollas o mestizas. Ante semejante situación -que bien conocen las Embajadas y las Legaciones democráticas- quisieran saber los centroamericanos hasta dónde pueden seguir creyendo en la solidaridad continental, en la política del buen vecino, en la Carta del Atlántico, en el Comité de Montevideo, en Roosevelt, en Wallace, en Churchill, en todo lo que dicen y ofrecen las Naciones Unidas (UDC, 1944c, p. 64).
Como se puede leer, la política del buen vecino comenzaba a ser desacreditada por los miembros de la UDC quienes, a partir de 1944, reconocían abiertamente los resultados desastrosos que habían tenido en sus países, con excepción de Costa Rica. Aun así, admitían con un dejo de tristeza y resignación que la unión de Centroamérica jamás sería posible sin el respaldo del gobierno de Estados Unidos. Por esta razón, los discursos de apoyo a las Naciones Unidas y al gobierno estadunidense, que no dejaban a un lado la lucha antiimperialista, solían ser muy contradictorios. El mismo doctor Ricardo Alduvín, quien en el número 2 de Centro América Libre había declarado su entusiasmo por la Carta del Atlántico, ofrecía una explicación de dicha ambigüedad al confesar que el proyecto de unión federal de Centroamérica no podría realizarse nunca, “y es doloroso confesarlo, sin la simpatía de los Estados Unidos”. Pero al mismo tiempo, abogaba por el derecho de los pueblos a la no intervención (Alduvín, 1944b, p. 11).
La indiferencia de los funcionarios a los que la UDC había remitido sus mensajes y el reconocimiento de los efectos negativos de la política del buen vecino en Centroamérica contribuían a desacreditar la vía de lucha que había elegido la organización unionista. Vicente Sáenz se daba cuenta de ello, al considerar que la liberación de Centroamérica ya no dependía primordialmente de los funcionarios ni de las instituciones internacionales, como quedaba consignado en el programa inicial de la UDC.
Desde el segundo número de Centro América Libre, Sáenz ponía el foco revolucionario en otro actor: “Nada importa la indiferencia o el silencio ‘diplomático’ de funcionarios o de instituciones que bien saben lo que está sucediendo en Centro América. ¡Nada importa! Lo que a la postre habrá de contar es la actitud que asuman los pueblos, hoy o mañana” (Sáenz, 1944a, p. 2). Una serie de movilizaciones ocurridas en Centroamérica a partir de1944 -la marcha de mujeres en Tegucigalpa el 29 de mayo y las huelgas generales de El Salvador y Guatemala, de mayo y julio, respectivamente- reforzaría la tesis expresada por Sáenz.
Alfonso Guillén Zelaya, cuyas columnas para El Popular eran reproducidas en el órgano oficial de la UDC, acompañaba el entusiasmo de Sáenz, tras la caída de los dictadores, cuando resaltaba que el principal agente para lograr la unión era el pueblo. Su visión era providencial e impregnada de cristianismo, como si aquello que él consideraba un anhelo histórico tuviera que cumplirse en función de un curso inevitable:
La intuición de los pueblos centroamericanos, con mayores alcances que la mayoría de sus líderes, marcha hacia la unidad. Los pueblos han sentido que la división engendra la impotencia y ni quieren continuar divididos. Largos años de tiranía les han enseñado que deben unificarse y están decididos a realizar la unificación. Se unirán indudablemente, porque la unidad, bajo el común infortunio, no es privilegio de ningún pueblo en particular, sino condición de la humanidad (Guillén Zelaya, 1944, p. 15).
Aunque en su discurso los colaboradores de El Popular y miembros de la UDC ponían su fe en el pueblo como el principal agente de cambio, no dejaban de señalar el carácter transnacional de la lucha contra las dictaduras. Las movilizaciones populares que tuvieron lugar en El Salvador y Guatemala fueron calificadas por Sáenz como un segundo frente americano contra el fascismo, buscando equiparar la lucha en Centroamérica con la que estaban librando las Naciones Unidas en los campos de batalla del otro lado del Atlántico. Con ello, esperaba que los acontecimientos centroamericanos cobraran relevancia de proporciones internacionales, que les diera mayor visibilidad para mostrar que era el conjunto de la sociedad civil, y no únicamente sus elites intelectuales, quien reclamaba el establecimiento de regímenes democráticos efectivos. Al mismo tiempo, y en consonancia con Ricardo Alduvín, Sáenz buscaba defender el derecho a la libre determinación al enfatizar que los logros de las huelgas generales demostraban que no se podía hablar más de la inferioridad de América, sino que esta era capaz de decidir sobre su destino político: “Su huelga de brazos caídos [de El Salvador] es algo que ni el superculto proletario de Alemania, de Francia y de otros países europeos fue capaz de poner en práctica, cuando España, por ejemplo, sola y abandonada, dio principio a la lucha mundial contra el Eje agresor de Hitler y Mussolini” (UDC, 1944d, p. 4).
Irónicamente, el reconocimiento de la agencia del pueblo para lograr la restitución de la federación centroamericana colocaba a los intelectuales unionistas en una situación marginal y evidenciaba las limitaciones de la UDC para alcanzar sus objetivos. El curso de la historia que ellos creían anticipar los rebasaba. A pesar de ello, trataron de reivindicar su papel como intelectuales comprometidos en la marea de los acontecimientos para darse un lugar en la batalla contra los totalitarismos:
Sin habernos arrogado la representación “plebiscitaria” -como quien dice- de los pueblos de Centro América, según suelen afirmarlo en son de crítica los mediocres y los incapaces, para no llamarles de otra manera; sin haberles pedido su asentimiento a los que no hacen ni dejan hacer nada por el decoro de sus países, desorientados como están en la maraña de sus “tácticas” y de sus contradicciones; si otra inspiración, entonces, que el cumplimiento de nuestro deber frente a la tragedia centroamericana, creemos haber cooperado a formar el “clima” que se necesitaba en todo el Continente, con nuestro esfuerzo y con nuestra obra constante de publicidad, de tal manera que al empezar el derrumbamiento de las tiranías en el Istmo, ningún demócrata sincero se llamase a engaño. Esa ha sido nuestra contribución a la causa democrática mundial (Sáenz, 1944b, contraportada).
Así, Vicente Sáenz cerraba una época de la UDC y de su revista Centro América Libre. Para 1945 y 1946, con el profesor Juan José Arévalo en el gobierno de Guatemala, las tareas de la UDC se concentraron en la labor diplomática que emprendió su fundador para el establecimiento de la democracia en América Latina. Sáenz asistió a la Conferencia de Cancilleres de Chapultepec y, junto al consejo ejecutivo de la UDC, redactó el último documento de la organización, Paralelismo de la paz y la democracia, que se esperaba fuera presentado en la Conferencia Interamericana de Río en 1947. Una vez más, la voz de los intelectuales centroamericanos no sería escuchada. Así, se cerraba la historia del último proyecto unionista con la disolución de la UDC en 1946.
CONCLUSIÓN
La UDC fue el vehículo de un proyecto nacional, centro y latinoamericano de los intelectuales en el exilio, a partir de una filosofía de la historia, en la cual el advenimiento de la democracia y la justicia social era para ellos inevitable. Como intelectuales comprometidos, sus miembros asumieron el papel de orientadores en la tarea de acelerar el curso de la historia. Su vía de lucha se llevó a cabo por medio de una actividad política en el espacio público y la difusión de su ideario a través de periódicos y revistas.
La UDC también articuló un concepto antifascista muy particular, al ligar su antitotalitarmismo con una tradición liberal decimonónica que se proyectaba como horizonte de futuro: el unionismo. La historia de este entrelazamiento es una prueba contundente de que el antifascismo logró articular demandas y tradiciones muy diversas, dependiendo de los contextos en los que se empleaba y de acuerdo con los proyectos nacionales, culturales y políticos de los grupos que se autodenominaron antifascistas.
Durante sus años de vida, que coincidieron con el inicio del periodo que Leslie Bethel e Ian Roxborough (1992) nombraron “primavera democrática”, que va de 1944 a 1946, la UDC contribuyó a dar voz a cinco pequeñas repúblicas cuyas problemáticas eran ignoradas por muchos y difundir la lucha del pueblo centroamericano para formar parte del mundo democrático. Resulta imposible medir el impacto de la organización en el curso de la política de la región. Cabe decir que, en Guatemala, la presidencia de Juan José Arévalo trataría de implementar varios aspectos del programa de la UDC, los cuales confluían con el nacionalismo revolucionario del nuevo gobierno, pues algunos miembros de esa organización, como Miguel Prado Solares, Jorge García Granados, Luis Cardoza y Aragón, y Juan Córdova, colaboraron en el gobierno reformista guatemalteco (Silva, 2013, pp. 44-45).
La UDC fue, sin embargo, la materialización de un trabajo intelectual que logró entrelazar la lucha internacional contra el fascismo con la realidad y las expectativas de la región istmeña. Antifascismo y unionismo fueron dos conceptos complementarios que dieron contenido semántico y distinción a la lucha centroamericana contra los totalitarismos, del otro lado del mar y de adentro.