INTRODUCCIÓN
En los últimos años, a tono con el boom de los estudios transnacionales y de la historia global, han surgido miradas interesadas en estudiar la trama que las organizaciones político-militares del continente americano, nacidas en la “larga década de 1960”, construyeron entre sus países de origen y el exterior. Estas organizaciones moldearon sus movimientos por el intento de evitar la represión estatal de los procesos dictatoriales que, como parte del contexto más amplio de la guerra fría, se asentaron progresivamente en el continente. Además, encarnaron en algunos casos culturas políticas transnacionales que abrevaron en hitos comunes, como la revolución cubana de 1959, y en una praxis política compartida, que incluía el recurso a la lucha armada como motor fundamental del cambio propuesto. Estos trabajos repusieron el lugar que las organizaciones armadas del continente tuvieron en el contexto de la radicalización política de la década de los sesenta y cuestionaron, en algunos casos, la propia categoría de guerra fría, pensada desde las experiencias de los países centrales (Confino, 2021; Cortina Orero, 2021; Gilman, 2003; Jensen y Lastra, 2014; Kruijt, Rey Tristán y Álvarez, 2020; Marchesi, 2019; Rey Tristán y Oikión Solano, 2016). Asimismo, en esta nueva serie de investigaciones atentas a la perspectiva transnacional, los desarrollos políticos en el exilio dejaron de ser entendidos sólo como máscaras artificiales que escondían la derrota de sus respectivos procesos nacionales. La reconstrucción de las redes internacionales, sus intercambios y circulaciones, permitieron afinar la relación de las guerrillas latinoamericanas con el surgimiento del movimiento transnacional de los derechos humanos, y también con otras organizaciones revolucionarias del mundo (Carnovale, 2014; Confino y González Tizón, 2022; Jensen y Lastra, 2014; Markarian, 2006). Si estas intervenciones dieron cuenta de la insuficiencia en el nivel nacional para abordar el proceso de conformación de una nueva izquierda a escala continental (Álvarez y Rey Tristán, 2012; Zolov, 2008), en numerosas ocasiones circunscribieron su mirada al estudio de los militantes viajeros, que por lo general eran cercanos a los estratos dirigenciales de las organizaciones -cuando no los dirigentes mismos- y responsables, por ello, de poner por escrito los saldos de los contactos con otras agrupaciones y los debates doctrinarios resultantes (Gilman, 2003; Marchesi, 2019).
En este artículo me propongo como objetivo abordar un caso particular: el de la organización político-militar argentina Montoneros y sus redefiniciones estratégicas en favor de la “insurrección popular armada” durante los últimos años de su historia como formación política articulada, en el cambio entre las décadas de los setenta y los ochenta. La Conducción Nacional, cúpula dirigente de la organización, fundamentó en sus escritos partidarios este viraje en los contactos y aprendizajes que Montoneros había extraído de dos revoluciones que, a través de procesos insurreccionales, habían resultado triunfantes justamente en 1979: las de Nicaragua e Irán. En los -todavía incipientes- trabajos que han analizado los vínculos entre Montoneros y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) -la organización que condujo la insurrección en el país centroamericano- se ha insistido en la importancia que la resolución del proceso político nicaragüense tuvo para la modificación política de la guerrilla argentina (Cortina Orero, 2017, 2021; García Fernández, 2018). Sin embargo, y contrariamente a esas lecturas, entiendo que la elección montonera por la insurrección estuvo menos basada en estas experiencias internacionalistas, que condicionada por las propias posibilidades de la organización en el contexto argentino. Puntualmente, propongo que, para explicar el viraje insurreccional, hay que ir más allá de los debates partidarios, en donde la Conducción explicó su adopción, y también atender a las condiciones históricas argentinas, a las experiencias de otros militantes sin tanto poder interno y al delicado estado de la organización, golpeada tras años de represión, fracturas internas y exilio.
En febrero de 1979 había culminado el proceso que catapultó al Ayatola Jomeini al poder y comenzó a dar forma a la república islámica de Irán y, en julio de ese mismo año, el FSLN triunfó en Nicaragua sobre el régimen dictatorial de Anastasio Somoza. Ambos casos fueron considerados y analizados por la Conducción, que los miró con expectativa y esperanza e intentó vincularlos con el proceso local, cuyas perspectivas resultaban cada vez más sombrías para los intereses de Montoneros. En algunas memorias de los exintegrantes de la organización -incluso- el paso de la guerra popular y prolongada a la insurrección popular armada quedó anudado al ejemplo de aquellas revoluciones victoriosas, a la autocrítica sobre la Contraofensiva de 1979 y al fin de la lucha armada montonera, concretada sin comunicado formal alguno a mediados de 1980 (Falcone, 2001).
Este artículo no busca hacer competir dos líneas argumentativas en la reconstrucción del último giro estratégico montonero: la de la modificación por las proyecciones internacionalistas, y la de la decisión atada a las posibilidades históricas locales, sino plantear que ambas perspectivas son, en verdad, complementarias. En un contexto de represión, clandestinidad y de conformación de un espacio político transnacional, como el que forjó Montoneros tras su retirada orgánica de Argentina a fines de 1976, la información que circulaba lo hacía de modo compartimentado y, muchas veces, diferido. Es por ello que, para reconstruir históricamente los años finales de Montoneros, no alcanza con estudiar su producción documental escrita ni tampoco con dar cuenta de sus vínculos internacionales, llevados a cabo por algunos militantes que se encontraban en el extranjero. Es necesario conectar estos desarrollos doctrinarios con la situación política argentina y con las vivencias cotidianas del resto de los militantes de la organización.
Para lograr ese cometido, este artículo recorre, además de las elaboraciones estratégicas de los dirigentes, corporizadas en la prensa partidaria y las comunicaciones -tanto internas como públicas-, diversos testimonios de los integrantes de la organización, desde dirigentes hasta militantes sin tanto poder interno. De tal manera, se cuenta con la palabra de dos dirigentes, Roberto Perdía y Jorge Lewinger, así como de otros siete integrantes de la organización que participaron en la Contraofensiva, por lo general, en tareas de propaganda. Este trabajo documental, que contrasta la voz doctrinaria de los documentos con la experiencia de los participantes, permite dar cuenta de cuáles fueron las apropiaciones de los debates políticos que se daban en el exterior del país y en el interior de la jefatura de la organización. Se trata de elaborar una explicación general que trascienda la tinta de los debates estratégicos y el ethos revolucionario de la etapa, para dar cuenta de otros aspectos primordiales de la elección montonera de la insurrección a fin de enfrentar a la dictadura. En un plano más general, este trabajo pretende aportar el modo en que se reconstruyen este tipo de experiencias políticas, muchas veces limitadas por una mirada sinecdóquica e interna, que focaliza en los escritos de los dirigentes, por un lado, y en el estudio de la cultura política de las organizaciones, por el otro. Posibilita, finalmente, entender estas dos dimensiones en el marco de su contexto más amplio de ocurrencia -siempre dinámico y cambiante- en el que tanto dirigentes como cultura política se expresaron y retroalimentaron.
LOS LÍMITES DE LAS ESTRATEGIAS PROYECTADAS
Antes del pronunciamiento en favor de la insurrección, Montoneros había atravesado por distintas estrategias y contextos políticos a lo largo de su década de historia, hilvanados entre dictaduras y gobiernos civiles. Desde sus orígenes, a fines de la década de los sesenta -durante los gobiernos militares de la “Revolución Argentina” (1966-1973)-, la organización había ensayado la estrategia foquista vinculada a su definición como “formaciones especiales” del movimiento peronista que hiciera Juan Domingo Perón, todavía en el exilio. Luego, desde 1971, Montoneros auspició la conformación de una organización político-militar de alcance nacional como parte de la “guerra integral” proclamada por Perón (Lanusse, 2007). Por esos años, la integración de Montoneros al peronismo se expresó en su campaña por el regreso al país del viejo líder y, también, en la participación en el proceso electoral para suceder a la dictadura. El triunfo del peronismo, al mismo tiempo que implicó la participación de Montoneros en el nuevo gobierno, dejó claras las diferencias de los distintos sectores del movimiento gobernante que tenían respecto a el camino a seguir. Se produjeron enfrentamientos internos en la alianza gobernante, entre la derecha y la izquierda peronista, en su lucha sobre quién (o quiénes) encarnaban el verdadero peronismo (Franco, 2012; Servetto, 2010). El deslizamiento del gobierno a la derecha, y la expulsión y represión de los sectores de la llamada “Tendencia Revolucionaria” hegemonizada por Montoneros, aumentó luego del deceso de Perón, el 1 de julio de 1974. Durante el gobierno de su viuda y vicepresidenta, María Estela Martínez (1974-1976), Montoneros reasumió la clandestinidad en septiembre de 1974, que había abandonado con el retorno del peronismo al poder.
Durante 1975, la organización había declamado seguir los pasos de la guerra integral, propuesta en su momento por Perón, y de la guerra popular y prolongada de inspiración maoísta que fortaleció su aparato militar, con las primeras formulaciones del Ejército Montonero (Gillespie, 1998; Salas, 2006). A fines de 1976, ante la cruenta represión conducida por la dictadura que desde el 24 marzo había tomado el poder en Argentina, y frente a la falta de eficacia de sus políticas, Montoneros decidió el exilio orgánico. Esta resolución colectiva se sumó a los exilios individuales que, desde la segunda mitad de 1974, y merced al aumento de la represión estatal y paraestatal, habían comenzado a producirse. Aun así, habría militantes que no se exiliarían y permanecerían en el país durante el gobierno de la última dictadura. Dos años más tarde, en octubre de 1978, la organización inició la llamada “Contraofensiva Estratégica”. El lanzamiento de la Contraofensiva fue justificado por el triunfo de la etapa previa, la denominada “Resistencia”, pero también por los problemas internos de la dictadura (entre un sector que quería continuar con la represión hasta sus últimas consecuencias y otro que, luego de tres años de terrorismo estatal, se orientaba por una resolución política más negociada) y los pronósticos de mayor conflictividad sindical que se auguraban para 1979 (Canelo, 2008; Larraquy, 2017; Quiroga, 2004). Según la Conducción, era el momento propicio para encarar algunas acciones ofensivas en contra del régimen. Por eso mismo, desde el último trimestre de 1978, Montoneros auspició un reclutamiento de voluntarios en el exilio, donde se encontraban numerosos militantes que habían escapado del terrorismo de Estado, a fin de que regresaran clandestinamente a la Argentina durante 1979 para llevar adelante acciones militares, de propaganda y diversas tratativas políticas. Los atentados militares fueron efectuados por las Tropas Especiales de Infantería (TEI) contra los funcionarios de la cartera económica dictatorial, puesto que para Montoneros la marcha de la economía era la principal fuente de insatisfacción social con el régimen. Las tareas de propaganda quedaron a cargo de las Tropas Especiales de Agitación (TEA) que, utilizando un aparato de fabricación artesanal, interfirieron los canales de televisión con proclamas grabadas por Mario Firmenich, número uno de la organización. Finalmente, retornaron dirigentes del Movimiento Peronista Montonero a trazar contacto con otros sectores del peronismo (Confino, 2021; Larraquy, 2006).
En diciembre de 1979, una fracción de la dirigencia de Montoneros publicó el denominado “Documento de Madrid” con el objetivo de propiciar un debate con la cúpula de la organización. Su título original era “Ante la crisis del Partido. Reflexiones críticas y una propuesta de superación”.1 Se trataba de la segunda disidencia al interior de Montoneros en menos de un año. Los trágicos resultados de la Contraofensiva eran el detonante de la intervención, pero las incomodidades internas con el estrato más alto de la organización eran muy profundas y se arrastraban, en algunos casos, desde el inicio de la “Resistencia”, con la “autoclandestinización” de septiembre de 1974. Frente a las dudas que expresaba el manifiesto crítico, que se sumaba al que habían suscrito Rodolfo Galimberti y Juan Gelman en febrero de 1979,2 los dirigentes montoneros contestaron a la intervención y buscaron subrayar sus elecciones estratégicas y contrarrestar las incertidumbres que recorrían los distintos niveles de la organización. Estas elecciones, como ya se ha insinuado, habían ido mutando a lo largo del tiempo, de acuerdo con los cambiantes contextos por los que transitó la organización y en relación con el ideario de sus principales dirigentes.
Desde que la dictadura había tomado el poder en Argentina, en marzo de 1976, Montoneros ensayó distintas estrategias para enfrentarla. Sin embargo, durante los primeros seis meses del gobierno dictatorial, la organización mantuvo el rumbo político que había adoptado en 1974, aún en vigencia de un gobierno constitucional, y en el marco de su enfrentamiento contra el sindicalismo ortodoxo durante el gobierno de Juan Domingo Perón, primero, y en marcada oposición a la administración de María Estela Martínez de Perón, después (Franco, 2012; Servetto, 2010). En septiembre de 1974, dos meses después de la muerte de Perón, la organización había resuelto “pasar a la Resistencia”, aguardando las condiciones propicias que permitieran superar la etapa de “defensiva estratégica”, como la catalogaban, y encaminarse hacia la Contraofensiva (Baschetti, 2001, pp. 139-158). Con la llegada de la dictadura, Montoneros continuó privilegiando la dimensión armada del conflicto político que había potenciado desde 1975, momento en que había transformado la organización político-militar en un partido de cuadros, de inspiración leninista (Salas, 2006, 2014). Concretamente, y más allá de las argumentaciones de sus dirigentes -que hacían hincapié en la necesidad de un “salto cualitativo” para enfrentar la represión del régimen3-, esta modificación implicó una centralización del dominio de la Conducción sobre las estructuras y los recursos de la agrupación, que hasta ese momento había estado federada en columnas con diversos grados de autonomía. En ese contexto, mediado tanto por la cruenta represión estatal como por las directivas de la cúpula, se produjeron distintos debates internos sobre el rumbo que debía tomar la lucha montonera y sobre quién debía dirigirla. La militarización de los frentes políticos, que comenzó en 1975, había dejado desguarnecidos a muchos militantes que formaban parte de las estructuras legales de la organización (Baschetti, 2001; Viano, 2016). Si bien el conflicto más conocido que mantuvo la cúpula de la organización fue con la Regional Columna Norte, que integraba Galimberti, también se produjeron discordancias con otras regionales, como La Plata, Columna Oeste o Columna Sur (Larraquy, 2017; Larraquy y Caballero, 2000).
En abril y septiembre de 1976 se realizaron las últimas dos reuniones de dirigentes de Montoneros en Argentina, antes del comienzo de su exilio orgánico. La primera se encargó de precisar la transformación de la organización político-militar en partido, que implicó -al mismo tiempo-, la vigencia de un esquema tripartito junto con el Ejército Montonero y del Movimiento Montonero, en un claro desaire al peronismo (Baschetti, 2001; Salas, 2006). Decía Firmenich, en un acto en la clandestinidad, en 1976, antes de abandonar el territorio argentino: “Nos planteamos que el nuevo movimiento, el hijo del movimiento peronista, sea el movimiento montonero. Y ¿por qué el movimiento montonero? Porque los montoneros expresan, hoy, la continuidad de lo mejor del peronismo.”4 Así lo recuerda, muchos años después, Roberto Perdía, número 2 en la orgánica montonera: “Producido el golpe entendimos que el peronismo había cerrado una etapa y estábamos trabajando en el tema del Partido Montonero y los montoneros como identidad y eso dura desde abril hasta septiembre del 76. En el medio hay un Consejo, trabajamos sobre esa tesis entre abril y septiembre y en septiembre la revisamos la tesis y ahí empieza la ‘retirada’”.5
Según el testimonio de Perdía (1997) , entre abril y septiembre de 1976, Montoneros se distanció del peronismo, primero, pero luego pugnó por “recuperar las banderas peronistas”. Incluso, en ese tiempo, antes del asesinato de la primera plana del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP), en julio de 1976 (Carnovale, 2011, pp. 281-283), la dirigencia montonera había pensado en tejer una alianza con esa organización marxista y con la Organización Comunista de Poder Obrero (OCPO), para construir la Organización para la Liberación de Argentina (OLA), traduciendo el ejemplo palestino a la realidad argentina (Gillespie, 1998). Cabe la pregunta acerca de cuánto de estas deliberaciones realizadas en ese contexto de clandestinidad y represión alcanzaron al grueso de la militancia que estaba en el país o, incluso, en el extranjero. Es decir, hasta qué punto la mayoría de los militantes montoneros habrán, efectivamente, pensado que en abril ya no eran peronistas, pero que en septiembre habían vuelto a serlo.
Mientras tanto, el régimen seguía desplegando su represión sobre la organización: según estimaciones de los servicios de la inteligencia militar, un año y medio después del golpe, Montoneros no alcanzaba los 600 militantes, entre los cuales una buena parte ya había abandonado el país.6 Richard Gillespie (1998, p. 290) también abona la caracterización de la destrucción de la organización: para el especialista británico, en marzo de 1977 la dictadura había asesinado y desaparecido a más de dos millares de militantes. En este marco, la reunión de septiembre de 1976 sirvió tanto para disciplinar a los militantes críticos sobre el rumbo de la organización y su conducción, como para resolver el exilio orgánico y el desplazamiento de Montoneros al extranjero.
Producto de la represión, Edgardo Binstock, militante de la zona oeste del Conurbano de la Provincia de Buenos Aires, había quedado desconectado de Montoneros durante su militancia en Argentina en los primeros momentos de vigencia del terrorismo de Estado. Recuerda lo que pensó antes de salir rumbo al exterior para reengancharse con la organización:
En el ‘76 veo documentos, el tema de la OLA, que es una izquierdización de la organización. Nosotros dimos por muerto al peronismo, largamos el montonerismo porque estábamos muy condicionados por el origen de Montoneros, la génesis te condiciona […]. Un compañero que está desaparecido, el Príncipe, militaba en el barrio, estaba solo y cuentan compañeros que él decía que tenía esperanzas porque Montoneros era un caldito concentrado y que al punto justo de ebullición de las masas vos lo tirabas y las masas salían cantando “Montoneros, Montoneros”. Hay una concepción de vanguardia muy fuerte que estaba ligada no solo a una referencia teórica, sino que había sucedido, había habido un grupo pequeño que en un momento dado del avance del proceso de masas había tenido un crecimiento y eso condiciona mucho la mirada de la Conducción Nacional y de muchos de los cuadros […]. Con lo de la OLA me preocupé, era demasiado, ya nos caíamos del mapa. Porque nosotros éramos OPM [Organización Político-Militar] entonces ya cuando viene el Partido digo, “uh”.7
Más allá de sus referencias al inicio y crecimiento de la organización y de la imposibilidad de determinar fehacientemente -por el contexto de clandestinidad y de represión dictatorial- cómo circulaban los cambiantes lineamientos estratégicos que los dirigentes de Montoneros adoptaban, y que se comunicaban por canales partidarios, el testimonio de Binstock es una puerta de entrada a las percepciones de quienes, sin dudar de su pertenencia a Montoneros, observaron con resquemor algunas de las determinaciones de sus dirigentes. Estas determinaciones, a medida que la dimensión transnacional de la política de la organización se fue consolidando, comenzaron a mostrar cada vez mayor distancia y menor correspondencia con la cotidianidad de los militantes en Argentina.
Víctor Hugo Díaz era parte de la Columna Sur de Montoneros, la última regional organizada que quedó en la Argentina hasta su desarticulación por parte de la represión dictatorial durante 1978.8 Se enteró en el país de algunas transformaciones estratégicas, como el lanzamiento del Partido, y en el exterior de otras formales, como el uso de uniforme y grados militares.9 De su viaje a México con su pareja, para obtener recursos y ponerse al tanto de las últimas novedades frente al inicio de la Contraofensiva, recuerda que “fuimos a un hotel primero y un compañero vino a buscarnos, era de Tucumán. Viene y nos busca y lo hace con la ropa partidaria y mi mujer le dice ‘¿venís disfrazado de Partido?’ Típico del que está acá adentro [Argentina] y lo ‘chicanea’.”10 Para quienes militaban clandestinamente en Argentina, no dejaba de ser una experiencia ajena aquella que venía enfundada en uniforme militar. Esta pequeña anécdota, casi una humorada, pone de relieve el escepticismo con que algunos militantes vivenciaban las diferentes decisiones que la Conducción diagramaba en el exterior.
La transnacionalización del espacio político montonero también repercutió en su estrategia y su forma de organización. Por lo pronto, obligó a que la organización otorgara relevancia a las actividades no armadas que, en Argentina, habían quedado relegadas por la represión estatal y la ilegalización por parte de la dictadura del Partido Auténtico, que había agrupado a la organización (Gillespie, 1998, pp. 252-258). En abril de 1977, en una conferencia de prensa en Roma, Montoneros había conformado el Movimiento Peronista Montonero (MPM).11 Para muchos sectores de la organización, esta medida era una autocrítica, quizá implícita, por el accionar eminentemente militar que la organización había sostenido desde 1975 y durante el primer año de gobierno dictatorial. Así quedaría registrado en los debates posteriores en torno a la marcha de la Contraofensiva, en los que distintos críticos se lamentarían por el recrudecimiento de prácticas militaristas que se pensaban superadas con la conformación del MPM. En concreto, fuera del país, Montoneros tuvo vinculación tanto con la socialdemocracia europea, que ayudó a darle visibilidad a la denuncia sobre los crímenes estatales en Argentina, como con distintas fuerzas antiimperialistas, con las que trazó varios acuerdos que consideraron, en algunos casos, la consecución de armamento o de campos de entrenamiento en distintas partes del mundo (Confino y González Tizón, 2022; Robledo, 2018). Sin embargo, siempre mantuvieron una doctrina que, hasta donde se sabe, nunca vulneraron: no operar militarmente en ningún país que no fuera Argentina. Más allá de las redes y contactos transnacionales, la guerrilla argentina utilizaba los métodos guerrilleros sólo en Argentina.12
Durante 1978, mientras comenzaban a alcanzar notoriedad las denuncias sobre los crímenes del terrorismo de Estado que efectuaba el naciente movimiento transnacional de derechos humanos -algunas incluso motorizadas por militantes o dirigentes montoneros que habían logrado escapar de los centros clandestinos de la dictadura-, Montoneros diseñó una campaña político-militar para el mundial de fútbol que ese año se desarrolló en Argentina. Desde el extranjero ingresaron en secreto militantes que tuvieron a su cargo las primeras interferencias a canales de televisión, que luego se utilizarían durante la Contraofensiva y también algunos operativos armados contra la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), la Escuela Superior de Guerra (ESG) y la Casa Rosada, entre otras dependencias estatales (Baschetti, 2014, pp. 105-122). Estos operativos fueron ocultados en la prensa nacional y muy poca gente pudo enterarse de los hechos, que terminaron siendo comunicados solamente por los canales de la organización. Al respecto, Díaz evoca:
Cuando salimos después [a México] nos cuentan que hubo un grupo que tiró contra la Casa Rosada, contra la ESMA [Escuela Mecánica de la Armada], ese tipo de cosas, que acá no salía nada de nada. Por eso insisto en el papel de la prensa, puro silencio. Es terrible, cómo romper eso. Porque pequeños grupos de resistencia es imposible que puedas romper, podés llegar un chiquitín, pero no más que eso. Nosotros no nos enteramos de que había compañeros en ese momento.13
Las estrategias montoneras, en este caso la llamada “Maniobra de Ofensiva Táctica” (Baschetti, 2014, pp. 136-149), deben ser analizadas atendiendo el contexto político en el cual se desarrollaron. La retórica de la organización al respecto, sin ser contrastada con los limitados efectos que sus políticas podían causar en la Argentina dictatorial, no es suficiente para la reconstrucción de su historia. Los vaivenes estratégicos, por fin, deben pensarse no sólo desde la ideología de la organización, sino también modificados por ese contexto. Un contexto en el que, por ejemplo, los militantes que se encontraban en el país no lograban enterarse siquiera de la llegada de compañeros que provenían del exterior.
En junio, durante el mundial, Firmenich suscribió el documento “La reunificación, transformación y trascendencia del peronismo” (Baschetti, 2014, pp. 158-173) en el que instaba a la unidad del peronismo para avanzar hacia la contraofensiva popular. Superado el intento de conformar la OLA, la organización se pensaba como una de las tres tendencias que, junto con la verticalista y la antiverticalista, componían el movimiento peronista. Además, Firmenich sostenía que “la resistencia se ha[bía] mantenido y masificado” y reeditaba una propuesta de años previos “en que el Movimiento [peronista] deberá necesariamente encarar la convocatoria a la unidad del Frente de Liberación Nacional” (Baschetti, 2014, p. 159). La idea de Montoneros no encontró ningún interlocutor dentro del peronismo. Pese a que en el mismo documento Firmenich hacía referencia a conversaciones bilaterales, ningún espacio pretendidamente democrático quiso entablar vínculos públicos y duraderos con la organización. Eso era, en verdad, una constante desde que Montoneros había pasado a la clandestinidad para enfrentar al gobierno de Martínez de Perón al que, previamente, había apoyado. Tal como lo demostró Marina Franco (2018) , aún en 1978 no había, de parte del arco político argentino, ningún reclamo por el terrorismo de Estado dictatorial y sus efectos. Las primeras críticas a la dictadura, como también plantearon otros especialistas, giraron pura y exclusivamente alrededor de la cuestión económica (Canelo, 2016; Novaro y Palermo, 2003; Quiroga, 2004).
Para Perdía, fue la precariedad de la situación política la que llevó a interrumpir los diálogos con otros sectores del peronismo que había propugnado Firmenich en el documento. En efecto, desde Montoneros era Norberto Habegger, dirigente de la Secretaría Política del MPM, quien había llevado adelante los acuerdos con dirigentes sindicales peronistas:
Hay un documento del ‘78, “Reunificación, trascendencia y transformación del peronismo”, que apunta a hacer acuerdo con la dirigencia peronista que estaba en ese momento. Más aún, en ese momento lo estaba organizando Norberto Habegger, y yo tenía que entrar para esa fecha acá [Argentina] y él había organizado reuniones de lo que era la dirigencia sindical de ese momento y la dirigencia política que llevó Paulino Niembro, el papá de este Niembro [Fernando, periodista deportivo] […]. Es decir, se habían armado una serie de reuniones con varios dirigentes peronistas para acordar una negociación de acuerdos y de alianzas para pelear en forma conjunta contra la dictadura, pero que era revisando aquellas hipótesis de abril del ‘76, que estaban fundamentadas en este documento. Esas reuniones no se hicieron por la caída de Habegger y los contactos se diluyeron. Eran personales. No es que uno iba a la CGT [Confederación General del Trabajo] o al PJ [Partido Justicialista] y mucho menos compañeros nuestros. Cuando a él lo desaparecen se perdió eso. Estaba negociando en ese punto en el año 78.14
“Los contactos eran personales”, sostiene Perdía. El documento avanzaba sobre la necesidad estratégica de unidad del peronismo y hacía una encendida retórica sobre el carácter que debía tener la lucha contra la dictadura, pero la realidad era que dependía -en buena medida- de las relaciones puntuales que un solo dirigente había establecido con otros actores políticos. Secuestrado y asesinado Habegger en Brasil, en agosto de 1978 (Fernández Barrio, 2018), la letra del documento pasó a ser, casi, letra muerta. En 1978, entonces, y más allá de cualquier elaboración doctrinaria, era la situación política argentina la que enseñaba los límites de las construcciones políticas proyectadas.
LA INSURRECCIÓN COMO AUTOCRÍTICA
En octubre de 1978, en una reunión del Comité Central, que se llevó a cabo en La Habana, Montoneros decretó el inicio de la Contraofensiva. Para cumplir con su cometido, durante 1979 ingresaron secretamente al país más de un centenar de militantes que habían sido convocados, en su mayoría, del extranjero. Su misión consistía en realizar operaciones de propaganda, restablecer contactos políticos y efectuar tres atentados militares. Pese a que la Contraofensiva no cumplió en absoluto con sus propósitos, la Conducción hizo, a fines de 1979, una valoración positiva de su inicio e instó a proseguir por el mismo camino. Se produjo, como respuesta, la intervención crítica de Madrid, que se fundamentaba en las diferencias políticas con la cúpula de la organización (Confino, 2021).
El 4 de diciembre, los “tenientes” Jaime Dri, Daniel Vaca Narvaja, Miguel Bonasso, Gerardo Bavio y Olimpia Díaz publicaron el “Documento de Madrid”. El escrito fustigaba tanto el balance de la Conducción sobre la Contraofensiva como el autoritarismo interno en la toma de decisiones. Exigía, como habían hecho las Columnas y Regionales en 1975, un congreso partidario destinado a escoger una nueva dirigencia. Buscaba que las políticas montoneras adquirieran una mayor representatividad de la que tenían. Más allá del contenido del escrito disidente, que ha sido analizado detenidamente en otros trabajos (Confino, 2019, 2021), interesa, para los fines de este artículo, detenernos en el debate que se dio posteriormente, con la respuesta de la Conducción, y considerar el lugar que la dimensión internacional tuvo en su intervención. El “Documento de Madrid” y sus contestaciones fueron incluidos, de modo novedoso, bajo el título de “discusión partidaria” en el que, a la postre, sería el último Boletín Interno editado por la organización -el número 13-, que fue publicado en febrero de 1980.
A la par que fracasaba la Contraofensiva en la Argentina, en Nicaragua el FSLN acometía una insurrección victoriosa contra la dictadura somocista. Esta era la prueba, para Firmenich y el resto de la Conducción, de que el rumbo adoptado había sido el correcto y la década de los ochenta sería de la “liberación nacional y social” (Confino, 2021, p. 245). En algún punto, lo sucedido en Nicaragua permitía contestar las críticas sobre lo que ocurría en Argentina. Decía el jefe montonero, durante el segundo semestre de 1979:
En el mismo que año en que nosotros iniciamos la contraofensiva popular nuestros hermanos nicaragüenses, bajo la conducción estratégica del Frente Sandinista de Liberación Nacional, finalizaban su ofensiva insurreccional […]. En el mismo año se produjo la insurrección iraní que acabó completamente con la dinastía de los Pahlevi […]. Así, entonces, 1979 -en tanto final de una década de hambre y represión, particularmente para América Latina- es el preludio del cambio, del inicio de una nueva década que estará signada por el heroísmo de aquellos pueblos que sean capaces de comprender que es necesario y posible pasar a la contraofensiva para conquistar la liberación nacional y social.15
Montoneros había enviado tres contingentes a colaborar con la revolución nicaragüense. Sin duda, su compromiso con aquella lucha excedió el mero apoyo discursivo (Cortina Orero, 2021). Sin embargo, no habría que perder de vista, para una cabal comprensión de la situación, el contexto de crisis de la organización y sus magros resultados políticos en el país. Amén de la existencia de un “ethos revolucionario común” (Cortina Orero, 2021, p. 184) que unía ambos procesos políticos y a sus integrantes, potenciado por la dimensión transnacional que había adoptado el proyecto montonero desde fines de 1976, la revolución sandinista permitió seducir con un proceso triunfante a algunos de los “revolucionarios sin revolución”, que habitaban el sur del continente, según la definición de Aldo Marchesi (2019, p. 225) . En ese sentido, que el último número de la revista oficial de Montoneros -Evita Montonera, de agosto de 1979- hubiera estado íntegramente dedicado a la gesta sandinista, daba la pauta de los alineamientos internacionales de Montoneros, pero, sobre todo, de la necesidad de la Conducción de celebrar alguna victoria, aunque fuera lejos de la Argentina, que legitimara el rumbo adoptado.
En el apartado titulado “Definiciones básicas de nuestra línea político-militar actual”, del Boletín de febrero de 1980, la Conducción contestaba a los críticos del “Documento de Madrid”. Allí recorría las distintas estrategias políticas que había llevado a cabo desde su fundación (foco rural, foco urbano, guerra popular y prolongada, guerra integral) y establecía cuál sería la de ese momento:
El análisis de nuestra formación social, con un muy elevado porcentaje de obreros con una gran concentración urbana de toda la población; el análisis de las grandes luchas de nuestra clase trabajadora en los últimos treinta y cinco años, con numerosas experiencias de carácter insurreccional; el análisis de la flexibilidad con que se ha comportado históricamente la oligarquía argentina, cediendo en los momentos más difíciles el gobierno pero reteniendo siempre el poder económico y militar como garantía para recuperar el terreno perdido; el análisis de las dos revoluciones contemporáneas, en Irán y Nicaragua; todo ello sumado al fracaso ya comprobado en la práctica de las estrategias antes mencionadas, nos conducen a definir la insurrección popular armada como la única estrategia posible en la actualidad para conquistar el poder político del Estado y destruir a la oligarquía.16
Luego, el documento agregaba:
En la práctica, esta definición por la estrategia insurreccional significa que no pretenderemos vencer estratégicamente con un ejército popular en territorios liberados, como lo pretendiera la estrategia foquista, ni con un ejército popular urbano clandestino bajo la estructura de formación reagrupable, como lo intentamos a partir de 1975 […]. Nuestra fuerza militar principal para la insurrección popular surgirá de las milicias obreras en las fábricas, de las milicias populares en los barrios […]. También mantendremos nuestras Tropas Especiales, cuya eficacia política en el ataque sistemático al centro de gravedad del enemigo está sobradamente demostrada, las que tenderán a convertirse en la fuerza estratégica móvil para la insurrección popular.17
Todas esas pomposas definiciones estratégicas encubrían una acuciante realidad para Montoneros: la falta de militantes, producto de los secuestros, asesinatos y desapariciones que había ocasionado el gobierno militar. Pero, también, por efecto del exilio, la Contraofensiva y las dos disidencias que, en el plazo de un año, cuestionaron el poder y las directivas de la Conducción. Más allá de las experiencias de Irán y Nicaragua, y de los análisis sobre la historia argentina, no habría que descartar que la insurrección popular armada -en tanto y en cuanto precisaba de (solamente) una vanguardia organizada que condujera a unas hipotéticas milicias conformadas en barrios y fábricas-, fuera la estrategia que más se ajustaba a la realidad interna de Montoneros a fines de la década de los setenta.
En las memorias montoneras, esta elección por la insurrección fue comprendida como una suerte de autocrítica por el accionar (y los resultados) de la Contraofensiva de 1979. Así lo recuerda Jorge Falcone, militante del Área de Prensa de la organización que, luego de su exilio en Suecia y España, volvió al país para participar en el retorno organizado de 1980:
Tuvimos […] la oportunidad de ingresar al país después de un curso de capacitación político-militar que terminó sucediendo en Cuernavaca ya en los albores de 1980 […] y acompañando un proceso deliberativo intensivo de autocrítica sobre el perfil, no excluyentemente, pero preferentemente militarista de la primera fase de la Contraofensiva que tuvo lugar en la primavera de 1979, a la luz del proceso insurreccional de las masas iraníes. Estas cuestiones nos permitieron repensar el modelo con que íbamos a ingresar al país y a militar una perspectiva más insurreccional que implicaba volver en un contexto más familiar como quien siembra semillitas en un surco abierto a la espera de que germinen. No ya como una mecánica de organicidad y citas continuas, que era un método que el enemigo ya había comprendido y sobre el que estaba pegando muy duro, sino escuchando algunas consignas cifradas en la Radio Noticias del Continente que teníamos en onda corta, con sede en Costa Rica.18
Para Falcone, en concreto, la perspectiva insurreccional se encontraba aunada, no tanto a la posibilidad de conducir unas milicias populares conformadas en los barrios y en las fábricas del país, sino a la oportunidad de asentarse con su familia en Argentina, sin tantos requerimientos como los que había precisado la campaña de la Contraofensiva de 1979. En aquel retorno, y en consonancia con la noción de una “campaña” que tenía un tiempo estipulado de desarrollo, los militantes habían tenido que dejar a sus hijos al cuidado de sus compañeros en una guardería que Montoneros había montado en Cuba para tal efecto (Argento, 2013). En este sentido, la posibilidad de regresar en un marco familiar sí era una transformación de peso a los ojos de los participantes de la Contraofensiva de 1980.
Jorge Lewinger, en tanto oficial mayor de la organización, participó en la reunión de Comité Central que se llevó a cabo a finales de 1979, dedicada a analizar la primera Contraofensiva y estudiar los pasos a seguir. Presumiblemente, en esa reunión se fijaron los lineamientos que luego la Conducción publicó en su último Boletín Interno. Rememora que:
Ahí sí hubo mucho más debate que la primera [reunión, de lanzamiento de la Contraofensiva]. Gonzalo [Chaves, dirigente de la Rama Sindical de Montoneros] […] fue protagonista de una versión, no rupturista pero sí plantear justamente esto, que había posibilidades de organizar a las agrupaciones que les había ido bien en ese terreno, que no se podía seguir con la idea de meterle a todo el sellito, que la situación todavía no daba para eso. Subsistía, por otro lado, la idea de seguir en otro proceso de contraofensiva más militar, de algún modo. Eso fue más discutido, pero además porque participaban de la reunión algunos de los que habían sobrevivido a esa experiencia […]. Por eso, te digo, el punto de mayor desgaste que yo recuerdo de eso es en la reunión de evaluación. Y se salda con una especie de síntesis, de armar agrupaciones junto con el otro proceso, pero de alguna manera con la idea que tiene la Conducción de que las agrupaciones se vayan identificando como Montoneros, porque esa era la idea. Ellos tenían mucho temor de que esto se disolviese en una resistencia en donde no fuera reconocida la organización como conducción. Este es un fenómeno constante, que persiste.19
Más allá de atizar una futura insurrección, según Lewinger, era la necesidad de reconocimiento de la organización -como vanguardia en la lucha contra la dictadura- la que seguía fundamentando los debates y virajes estratégicos de la Conducción. Al parecer, la insurrección popular precisaba menos de la vanguardia organizada, que Montoneros del movimiento insurreccional. Perdía también recuerda las transformaciones estratégicas que llevó adelante la organización entre ambas contraofensivas, y las explica de este modo:
Ya lo que vemos es que de alguna manera frente a esa crítica de “así la dictadura no se va”, etcétera, lo que estamos planteando es la idea de la perspectiva de una insurrección masiva. Vamos preparando a la gente para una insurrección masiva. De hecho, es mucha le gente que había vuelto en la primera tentativa, que de ahí no vuelve en la segunda [Contraofensiva] sino que se va a Nicaragua a preparar todas las ideas vinculadas a la insurrección. No sé cuántos compañeros son, pero son un toco de compañeros que están en Nicaragua preparando la teoría y los conceptos, la formación de oficiales con vistas a un proceso de tipo insurreccional, es decir, entre la primera y la segunda se da toda esta discusión.20
En su testimonio, Perdía vincula “la preparación de la gente para una insurrección masiva” con las transformaciones estratégicas que experimentaron los militantes de Montoneros en su paso por Nicaragua, mientras se desarrollaba la Contraofensiva de 1979 en Argentina. No obstante, y tal como han puesto de manifiesto algunas memorias sobre el proceso, en Nicaragua también estuvieron militantes y dirigentes críticos con el rumbo de la organización (Levenson, 2000; Bernetti y Giardinelli, 2014;). Por ejemplo, Daniel Vaca Narvaja, que en diciembre de 1979 sería uno de los suscriptores del Documento de Madrid, o Sylvia Bermann que, aunque no firmó la intervención, integraría la disidencia. Incluso, la formalización de la última ruptura montonera, que tuvo su origen en el “Documento de Madrid”, terminó dándose en una reunión conjunta entre disidentes y Conducción, realizada en Managua -en marzo de 1980- y garantizada por el FSLN (Levenson, 2000). La enseñanza nicaragüense, entonces, no fue unívoca, y dependió de las miradas de los propios montoneros en aquellas tierras. Mientras que a algunos les dio fuerza para volver al territorio argentino a proseguir con la lucha, a otros les enseñó la poca o nula correspondencia que parecía haber entre la insurrección centroamericana y la pronosticada para Argentina, y decidieron experimentar otros rumbos políticos.
Sin despreciar el efecto de los contactos entre Montoneros y el FSLN para las redefiniciones estratégicas declamadas por la organización argentina, y sin subestimar, tampoco, sus consonancias ideológicas basadas en el común antiimperialismo y el no alineamiento bipolar, para entender los últimos años de historia montonera habría que considerar -también- las posibilidades de expresión y desarrollo de la plataforma montonera en Argentina. En este sentido, acercarse a las condiciones históricas en las que Montoneros llevó adelante la Contraofensiva de 1980 y que dedicó a promover una insurrección es un lente privilegiado para mirar la relación entre doctrina y prácticas y, sobre todo, para observar el peso determinante del contexto histórico local.
LA INSURRECCIÓN EN LA PRÁCTICA
La Contraofensiva de 1980 tuvo pequeños y escasos cambios respecto a la de 1979. Tal como lo expresó la Conducción en el boletín de febrero de 1980, y más allá de la elección de la insurrección popular como nueva estrategia, Montoneros mantuvo la mayoría de los lineamientos que había trazado para 1979, cuando todavía se referenciaba en la guerra integral y en la guerra popular y prolongada. Si la participación durante la primera Contraofensiva se había estructurado en torno a tres actividades diferentes -la de propaganda representadas por las TEA, la actividad militar de las TEI y la de los contactos políticos llevados a cabo por dirigentes del MPM-, los lineamientos de la Contraofensiva de 1980 mantenían, en principio, esta división tripartita. Pese a esta continuidad, dos diferencias se plantearon desde el comienzo de 1980. En primer lugar, Montoneros estructuró dos comandos tácticos en países limítrofes, que deberían quedar a cargo de miembros de la Conducción. Horacio Campiglia iría a Brasil y Perdía, a Perú. La idea de esos asentamientos era contar con un representante de la cúpula partidaria que pudiera asistir y brindar directivas a los jefes de las TEI de acuerdo con la forma que fueran adoptando los acontecimientos en Argentina. En segundo punto, la organización modificó las TEA por las Unidades Integrales (UI), puesto que, tal como sostiene Lewinger, fue parte de la “especie de síntesis” con que se saldó la reunión del Comité Central de finales de 1979, que enfrentó las posturas de la Conducción -exigía la firma de las operaciones- con la de otros dirigentes que opinaban que aún no estaban dadas las condiciones políticas para hacerlo. Las UI incluían, como novedad, el mandato de la reinserción en el país y ya no la idea de grupos comandos que ingresaban al territorio, cumplían con la campaña de propaganda y regresaban al exterior. Además de no contar con plazos estrictos, los integrantes de las UI tenían a su cargo distintas actividades -más modestas- como la de rearmar contactos políticos con distintas agrupaciones vecinales, sindicales y sociales que, a ojos de la cúpula de la organización, comenzaban a intensificar su oposición al régimen. Quizá por estas cuestiones, sumadas a la posibilidad que los montoneros de las UI retornaran con sus familias, las UI fueron interpretadas por sus integrantes como una nueva forma de militancia, que implicaba una transformación de relevancia respecto a las participaciones del año previo (Confino, 2021).
Así lo entendió Falcone, para quien volver a la segunda Contraofensiva bajo las directivas insurreccionales implicó una militancia más largoplacista, “como quien siembra semillitas en surco a la espera de que germinen”.21 Perdía abona a esta caracterización: “Nosotros mantenemos ahí la idea de la acción militar a un miembro del poder económico, pero se le va fijando a los compañeros ideas de residencia en el país. Ya no vienen con la idea de que vamos y volvemos, sino que vamos y nos vamos instalando.”22
En efecto, Montoneros delimitó unas TEI para la segunda Contraofensiva. Tenían intenciones de realizar un atentado contra alguna figura del gabinete económico el 24 de marzo de 1980, en el cuarto aniversario del gobierno militar. No obstante, los militantes que retornaron en las UI no se enteraron. Este es el caso, por ejemplo, de una pareja que, luego de su experiencia de exilio en Suecia, había formado parte de las TEA-Sur junto a Díaz durante 1979, Marina Siri y Ricardo Rubio. Según su testimonio, no ahorraron críticas en la reunión de balance que se hizo antes del retorno de 1980. Rubio quiso discutir que “a través de un golpe no íbamos a levantar a la población”.23 Al igual que en el caso de Falcone, el matrimonio no estuvo al tanto de que las actividades de “infantería” continuarían en 1980. Más de 40 años después de esos sucesos, Rubio reflexiona: “Si yo me hubiera enterado, no sé si volvía. Yo estaba muy en contra de eso. No volvía por más entusiasmado que estuviera de volver al territorio a hacer política, insertarme, desarrollarme.”24
Más allá de la imposibilidad de contrastar la hipótesis contrafáctica de Rubio, vale la pena insistir sobre el modo en que circulaba -o no- la información en aquel momento. Así como Díaz no se había enterado, durante el mundial de fútbol, de que había compañeros suyos que habían ingresado al país a desarrollar una campaña contra la dictadura, los militantes de las UI de 1980 tampoco estuvieron al tanto de que persistiría el accionar militar a través de la conformación de contingentes preparados para realizar atentados. Y eso que la Conducción lo había expresado en el Boletín núm. 13: “mantendremos nuestras Tropas Especiales, cuya eficacia política en el ataque sistemático al centro de gravedad del enemigo está sobradamente demostrada”.25 No es para nada descabellado, entonces, pensar que lo mismo sucedió con las caracterizaciones estratégicas del momento: no todos los militantes que ingresaron al país conocían los diagnósticos que hacía la Conducción. No todos, incluso, se interesaron por ello al momento de decidir su incorporación a la Contraofensiva. Este fue, por ejemplo, el caso de Cristina: “Conocí a Manuel apenas pisé Barajas. Me enamoré profundamente de Manuel. Y realmente, te soy sincera, yo no pensaba volver. […] Pero Manuel sí volvió y eso a mí me sacudió mal […] Este sacudón que me hizo dar Manuel también me hizo replantear dónde estaba yo y qué es lo que quería hacer y si era válido volver.”26
Cristina terminó integrándose al mismo grupo que Manuel. Su motivo principal para retornar al país no fueron los análisis políticos y los balances doctrinarios de la dirigencia de la organización. Antes bien, su decisión estuvo fundamentada por motivos personales. Un caso análogo es el de Daniel Cabezas. Si bien, a diferencia de Cristina, estuvo al corriente de las transformaciones estratégicas que se habían implementado en Montoneros al calor de los procesos insurreccionales nicaragüense e iraní, no fueron estas las que lo instaron a alistarse:
Estando en México vamos a vivir clandestinos a una casa en las afueras del DF con otros compañeros […] pero en el ‘79 secuestran a mi madre. Entonces ahí yo empiezo una campaña internacional por mi madre, muy intensa […] durante el ‘79, y se lanza la Contraofensiva y decidimos con la madre de mis hijos sumarnos y venir. Yo tenía la esperanza de poder saber algo más de mi madre, porque en realidad yo sabía que estaba viva, porque había hablado por teléfono con ella.27
Cabezas estuvo enterado de la elección estratégica por la insurrección, pero no fueron los análisis doctrinarios los que lo persuadieron de volver a Argentina, sino la esperanza de poder encontrarse con su madre, que había sido secuestrada y se encontraba cautiva en el centro clandestino de detención que funcionaba en la Escuela Mecánica de la Armada.
REFLEXIONES FINALES
El 18 de marzo de 1980 se oficializó la última ruptura de Montoneros, “Montoneros 17 de Octubre”, que había tenido su embrión con la publicación del “Documento de Madrid”, en diciembre de 1979. La reunión se llevó a cabo en la Managua sandinista. Participaron los disidentes, en su mayoría miembros del Consejo Superior del MPM, y también hubo representantes de la Conducción, con Firmenich a la cabeza. Entre los rebeldes, había varios que habían participado en el proceso revolucionario nicaragüense, como Daniel Vaca Narvaja y Sylvia Bermann. Desde hacía unos meses, estaban en conflicto con la Conducción. Los resultados trágicos de la Contraofensiva y la negativa de la cúpula montonera a dar cabida a cualquier cuestionamiento habían sido el desencadenante de conflictos más añejos.
Desde enero de 1980, la Conducción había mantenido conflictos con la Secretaría de Relaciones Exteriores del MPM, integrada por varios militantes que luego participarían de la ruptura. En concreto, la cúpula había decidido relevar de su cargo al jefe del Departamento de Europa, Pablo Ramos -firmante del “Documento de Madrid” e integrante, posterior a marzo, de “Montoneros 17 de Octubre”-. Según un informe secreto del Ejército Argentino, fechado en junio de 1980, esto se vinculaba con las “nuevas directivas emanadas del ‘nuevo plan de contraofensiva política’” y estipulaba la disolución de las comisiones organizadas en Europa, en una única, con asiento en Madrid. Según el documento, “el resto de los militantes tendr[í]a que instalarse en AMÉRICA”.28
Lo cierto es que las modificaciones impulsadas por la Conducción y recogidas por los servicios de la inteligencia militar, no obedecían solamente a los requerimientos de la Contraofensiva, aunque así fueran justificadas. Eran, también, el resultado de dificultades de orden práctico, producto de las rupturas, la represión dictatorial, los descontentos y las deserciones. Algo similar sucedió con la llamada “unificación de mandos”, que los máximos dirigentes emprendieron durante 1980, para fusionar el Partido Montonero con el MPM. Si bien esta acción había sido explicada en los documentos partidarios por la dispersión que, a los ojos de la sociedad argentina, implicaba la existencia de más de una estructura montonera, en verdad la resolución se debió al desmantelamiento del Consejo Superior durante 1979 por la represión durante la Contraofensiva. Con el MPM diezmado, la unificación de las conducciones era prácticamente un hecho.
El documento resultante de la infructuosa reunión de Managua sostenía que “el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, reunido para el tratamiento de la convergencia entre sus propias estructuras y las del Partido Montonero, constata que no ha logrado efectuar la síntesis necesaria entre la totalidad de sus miembros” (Bernetti y Giardinelli, 2014, pp. 209-211). Oficialistas y disidentes, reunidos en Managua y participantes de la revolución sandinista, tenían miradas distintas sobre Montoneros y el proceso argentino. No es suficiente, entonces, vincular la elección montonera por la insurrección con las experiencias internacionalistas que se desarrollaron en Centroamérica.
Los testimonios analizados demuestran que las elaboraciones doctrinarias no agotan la trama política de la organización ni los motivos de los militantes. En muchos casos, por la distancia geográfica, la clandestinidad y la represión, no llegaron a ser debidamente leídos por quienes seguían respaldando el proyecto montonero. Este respaldo, a su vez, trascendía las reuniones de la dirigencia y sus elaboraciones estratégicas y se relacionaba con las propias realidades de los militantes, sus esperanzas, temores y afectos. La historia de Montoneros se escribió más allá de las consideraciones que integraron sus boletines, sus revistas partidarias y sus documentos internos.
Los últimos años de Montoneros, antes que producto de virajes estratégicos o de desarrollos doctrinarios, deben comprenderse -forzosamente- a la luz de otros procesos históricos, vinculados con la represión, el agotamiento de una práctica político-militar que había comenzado a fines de la década de los sesenta en el país y las fracturas internas. Solamente considerando estos procesos propios de la historia montonera, se pueden enmarcar más acabadamente las doctrinas elaboradas y los alcances, y límites, del espacio político transnacional constituido por la organización, en pos de comprender las condiciones que la condujeron a su desarticulación y derrota final.