Introducción
El propósito de esta investigación es analizar los significados que otorgan las migrantes centroamericanas a su experiencia migratoria de tránsito por México en un contexto de continua vulnerabilidad y violencia, lo que las ha obligado, en ocasiones, a modificar su proyecto migratorio y construir uno nuevo que, lejos de colaborarles a conseguir su objetivo de llegar a Estados Unidos y ayudar a sus familias, les sostiene temporalmente en la sobrevivencia. Para este análisis se han retomado las historias de dos mujeres, una hondureña y otra salvadoreña, quienes fueron entrevistadas en la frontera sur de México y cuyos relatos explican la complejidad de su trayecto migratorio a causa de la violencia de género.
Es a partir de la década de los ochenta y hasta la actualidad que el fenómeno de la migración de centroamericanos hacia Estados Unidos ha ido en aumento e integrado a las estadísticas una gran cantidad de mujeres y niños, debido a las situaciones de violencia doméstica y de pobreza que viven en sus lugares de origen. Cabe resaltar que, desde principios de la última década, la inusitada y compleja situación de violencia generalizada que se presenta en sus sociedades es el resultado del enfrentamiento entre las pandillas de la región y el vínculo de éstas con el crimen organizado, lo que ha incrementado el número de extorsiones, secuestros y asesinatos en El Salvador, Guatemala y Honduras, países que forman el Triángulo del Norte.
A este contexto deben agregarse las condiciones particulares que se viven en cada uno de los países centroamericanos, lo que provoca la búsqueda individual de una respuesta ante la falta de oportunidades que, para el caso de las mujeres, tiene que ver con las restricciones que enfrentan para ser propietarias de extensiones de tierra, las dificultades para obtener un buen empleo, su acceso a la educación y a la salud, así como los alarmantes índices de violencia que se presentan en las relaciones de pareja, lo que las ha obligado a escapar de situaciones familiares muy delicadas.
A partir de esta realidad, la migración se ha constituido como una de las problemáticas más importantes de la realidad latinoamericana actual, como resultado directo del aumento significativo de la pobreza y la violencia, particularmente en Centroamérica,1 y como consecuencia se ha convertido en una salida atenuante de sus efectos, lo cual ha influido en el aumento de la participación femenina en los procesos migratorios.
En Centroamérica, las mujeres representan la mitad de la población (51%); son mayoritariamente pobres (60%); de residencia rural y principalmente jóvenes (62%); con tendencia a establecer uniones tempranas y tener un elevado número de hijos (Paredes, 1994). Todos estos son datos sustanciales que nos permiten considerar la importancia de observar e investigar el fenómeno migratorio centroamericano con rumbo a Estados Unidos y la particularidad de la migración femenina en tránsito por México.
Las consecuencias que dejaron los conflictos armados, acaecidos en la región centroamericana durante la década de los ochenta y hasta finales de los noventa, y las más recientes crisis económicas, han afectado gravemente las condiciones de vida de las mujeres, convirtiéndolas en las personas más pobres, caracterizándose por su bajo nivel de instrucción y por una incorporación a la fuerza laboral en trabajos con escasa remuneración.
El deterioro de sus condiciones de vida y la reducción de los servicios sociales como consecuencia de las políticas de ajuste estructural en los países centroamericanos han hecho más pesada la carga que ellas tienen que soportar, pues la jefatura familiar femenina en la región ha ido en aumento en los últimos veinte años, lo que las ha obligado a buscar otras salidas de índole económica. El Salvador, por ejemplo, cuenta a nivel nacional con un 40 por ciento de los hogares en situación de pobreza, de los cuales el 12.4 por ciento se halla en pobreza extrema, y el 25.6 en un rango de pobreza relativa (Ruiz, 2011: 80).
La problemática de estas mujeres ha llamado la atención en el ámbito académico, el cual ha observado la composición de los desplazamientos, las causas que motivan su salida y la vulnerabilidad que viven al realizar el viaje, lo que ha permitido considerar su experiencia y definirla económica, social y culturalmente como un continuum de violencia que tiende a la naturalización de la misma.
Después de los conflictos armados que ha experimentado la región centroamericana, sus sociedades sobreviven a las circunstancias complejas que les ha permitido vislumbrar una vinculación entre la violencia que padecieron en los tiempos de dichos conflictos y la que ahora ejercen las pandillas en contubernio con el crimen organizado, lo cual tiene implicaciones directas en la población, pero principalmente en las mujeres y los niños, de tal forma que resulta necesario reconocerla directamente como resultado de la violencia estructural y cultural (Galtung, 1998).
Es por ello que en este contexto coexiste una relación directa entre la violencia de género y la situación específica que se vincula con las prácticas, momentos, sitios y zonas de riesgo, como lo es el territorio mexicano para las migrantes centroamericanas, ya que presenta etapas particulares relacionadas con la clase, la condición migratoria y el género. Así, en primer lugar se encuentran las mujeres (niñas, adolescentes y adultas) en condición de pobreza y con una experiencia cotidiana en las más diversas formas de violencia en todos los espacios, lo que las deja expuestas a situaciones de vulnerabilidad debido a su estatus migratorio, pues no cuentan con los documentos legales que permitan su movilidad en el país al que han llegado, y es por ello que enfrentan una mayor posibilidad de riesgo para vivir situaciones de violencia extrema.
Para caracterizar estas condiciones, la presente investigación se refiere a los hallazgos obtenidos en una práctica de campo que se llevó a cabo en las ciudades fronterizas de Tapachula (México) y Tecún Umán (Guatemala), lugares cuya elección se debió a la gran cantidad de migrantes que transitan por ahí con la esperanza de abordar el tren, al que los migrantes bautizaron como “La Bestia”, y cuya ruta fue la más socorrida hasta 2014, justo antes de la aplicación del Programa Frontera Sur.
El tipo de metodología elegida fue de corte cualitativo, que recogió a partir de un acercamiento a las condiciones de las migrantes por medio de entrevistas, el conocimiento y la relevancia de sus experiencias migratorias personales a través de los cuales se interpretaron las situaciones de violencia a las que estuvieron expuestas, de tal forma que la superación del muro de la violencia, como lo nombra Soledad Álvarez Velasco (Álvarez, 2016) es uno de los grandes retos para el tránsito de los y las migrantes en un espacio caracterizado por un profundo debilitamiento de la acción institucional. En este sentido, los hallazgos de la investigación caracterizan las reflexiones sobre la experiencia de estas mujeres, tomando como punto de partida las estrategias que algunas de ellas movilizaron para lograr el objetivo de llegar a la frontera norte de México a partir de la negociación de su cuerpo:
La multiplicidad y la intensidad de los fenómenos migratorios van acompañadas de su opuesto, es decir, la propia singularidad de sus expresiones. Si lo pensamos con detenimiento, a pesar de la enorme variedad de signos que definen a las migraciones, mucho de su devenir se explica por la relación constante que tienen con el trabajo, la relación entre los cuerpos y la labor (Castro, 2014: 38).
La migración femenina centroamericana en perspectiva
México y América Latina se encuentran en un momento muy importante en cuanto a movilidad de personas se refiere, tanto a nivel nacional como internacional, dentro del contexto de la globalización, situación que ha adquirido novedosas e inmensas dimensiones económicas, políticas, culturales, sociales y demográficas (Correa, 2009).
La información sugiere que las mujeres inmigrantes en Estados Unidos cuentan con mayores posibilidades de inserción laboral que en sus países de origen, debido a que el ingreso al mercado laboral ocurre en medio de importantes transformaciones que han afectado el bienestar y la protección social, así como de modificaciones en la demanda de trabajo asociadas a la flexibilización laboral. En lo que se refiere a la edad de las migrantes centroamericanas es posible observar que se encuentran dentro del rango de 25 a 44 años de edad (Celade, 2003: 25).
La mayoría de las mujeres latinas que ingresan a Estados Unidos lo hacen con una condición migratoria de indocumentadas, lo cual obstaculiza el hecho de encontrar empleo en el sector formal. Sin embargo, como lo documenta Hondagneu-Sotelo (2001), en muchas ocasiones esta situación les permite diversificar sus posibilidades de trabajo, insertándose principalmente en tres labores económicas: el ensamblaje, las ventas ambulantes y el trabajo doméstico asalariado; particularmente en este último, pues les ofrece una mayor flexibilidad de horario y mejores salarios.
Por otra parte, las migrantes mexicanas, cubanas y dominicanas laboran como costureras y en el ensamblaje dentro de las fábricas, en su casa o en talleres, pero con malas condiciones de trabajo. En el caso de Los Ángeles, las inmigrantes guatemaltecas, salvadoreñas y mexicanas crean sus propios empleos como vendedoras ambulantes de comida, bebidas, ropa, joyas, casetes, entre otras cosas (Hondagneu, 2001: 207).
En las últimas fechas, el de las trabajadoras domésticas se ha convertido en un sector con gran demanda y ha sido ocupado principalmente por trabajadoras provenientes de México, el Caribe y Centroamérica, que al constituirse como un grupo no regulado formalmente lo hace más atractivo en términos económicos para los empleadores, al mismo tiempo que coloca a estas migrantes entre las personas más desprotegidas y vulnerables de la sociedad, debido a su clase, raza, género y calidad migratoria.
Por lo anterior, Hondagneu (2001) considera que las redes sociales son un recurso clave que las mujeres utilizan para mejorar los trabajos que realizan, ya que intercambian consejos de limpieza y tácticas para negociar un mejor salario; ordenan los centros de trabajo geográficamente, de tal manera que se minimice el viaje cotidiano; aprenden a relacionarse con los clientes, a dejar los trabajos indeseables, y comparten remedios para los malestares de origen laboral, así como también estrategias de limpieza que disminuyan estas complicaciones.
Al respecto, Ofelia Woo (2001) se refiere a la importancia de las relaciones sociales y familiares construidas en un contexto de migración, y en su hipótesis sostiene que éstas se encuentran relacionadas con la etapa del proceso migratorio, con la tradición familiar y de la comunidad, así como con los motivos que las impulsan a dejar sus lugares de origen:
Los estudios sobre migración femenina destacan la diferencia de las redes de las mujeres respecto de los hombres. En la década de los ochenta e inicios de los noventa se presentó una nueva perspectiva para conocer la formación y dinámica de las redes, dependiendo de las relaciones de género, la estructura familiar y la comunidad de origen (Woo, 2001: 304).
En las investigaciones que se han realizado sobre la migración de trabajadores mexicanos hacia Estados Unidos, se ha hecho referencia a que las redes de las mujeres dependían de los hombres para emigrar y conseguir trabajo, por lo que fueron ellos los que crearon dichas redes y ellas quienes las consolidaron y también desarrollaron propias.
Hondagneu-Sotelo sostiene que la principal característica de la construcción de redes de la migración femenina es la participación de las mujeres que las desarrollan y en la que apoyan sus estrategias y decisiones para migrar, ya que por este medio se establecen acciones de solidaridad, de reciprocidad y de conflicto, dependiendo de la consolidación de las redes y del contexto en el que se lleven a cabo.
Cuando las mujeres solteras emigran por otras razones (conflictos familiares, trabajo) las redes suelen ser más diversas y dependen de los motivos y la experiencia migratoria familiar:
En el caso de las mujeres migrantes, las redes se manifiestan en sus relaciones de género dependiendo de la posición de la mujer en la estructura familiar y de la experiencia migratoria de la familia; se forman y se refuerzan en un espacio local, en su vida cotidiana, que tiene que ver con sus tareas reproductoras de acuerdo con el papel que [debe] cumplir socialmente (Woo, 2001: 320).
Migrantes centroamericanas en tránsito por México
En cuanto a los trabajos específicos orientados a explorar la participación de las mujeres centroamericanas en los flujos migratorios se encuentran los que se han dedicado a conocer tanto su origen como su composición, que resultan ser aportes importantes de investigadores mexicanos ante la relevancia histórica y económica que este tipo de fenómeno tiene en territorio mexicano y dadas las dimensiones que alcanza (Castillo, 1995; Casillas, 1996; Rojas, 2002).
Otros estudios se han orientado a la exploración interdisciplinaria de la realidad de las mujeres migrantes en su tránsito por la frontera sur de México, debido a la importancia que ha adquirido esta región en función de la enorme cantidad de centroamericanos que transitan por ella, así como por sus múltiples y variadas problemáticas, señalando los contrastes que se observan en las condiciones de vida de las mujeres en tres campos de estudio: la migración, el trabajo y la salud (Tuñón, 2001).
Por otra parte, se ha investigado acerca de las características que presentan los flujos migratorios y el incremento de la presencia femenina en éstos, ubicando entre las principales a las mujeres que migran de manera irregular e indocumentada (Cruz, 1997).
De aquí que entre las tareas que se encuentran pendientes y que resultan urgentes, está la de analizar las diversas temáticas que involucra este proceso migratorio, como lo son las redes familiares y sociales; y el funcionamiento y estructura de las relaciones de género, tanto en los lugares de origen, los de tránsito y de destino, como en las formas de organización de las migrantes.
En dicho proceso migratorio las mujeres se han ido integrando, y se cuenta como premisa básica para el presente estudio con las situaciones de empobrecimiento y monoparentalidad que viven muchas de ellas en el mundo, y particularmente en Centroamérica. Lo anterior ha implicado que se realice un replanteamiento del fenómeno migratorio en general, el cual ha adquirido un protagonismo evidente tanto en sus comunidades de origen como en las de destino. Por ello, muchas mujeres han salido a buscar sobrevivir en condiciones difíciles, lo que las ha obligado a cambiar de estrategia, equivocarse, indagar, acertar, negociar, etcétera, para conseguir su objetivo.
Se puede señalar como otro elemento importante que impulsó el conocimiento de las migraciones centroamericanas a la dinámica de la integración económica de la región, la firma de tratados de libre comercio con México, así como la promoción de lo que fue concebido como el Plan Puebla-Panamá (Sandoval, 2001).
Es en la década de los noventa cuando se ubica la temática de la migración femenina centroamericana en las investigaciones como objeto de estudio, al incorporar los avances de las teorías de la migración con un enfoque de género. En este contexto es que se contempla la participación de las mujeres centroamericanas en la migración, ya que en las anteriores clasificaciones se infiere dicha participación en los movimientos poblacionales y se le incluye dentro de los flujos migratorios abordados.
Uno de los primeros acercamientos al fenómeno de la migración femenina en la frontera sur de México y su composición es el que realizó Manuel Ángel Castillo, en el cual reconoce que uno de los más recientes objetos de preocupación en los estudios sobre la migración es la índole, formas y magnitudes de participación de las mujeres en los movimientos migratorios (Castillo, 1995: 209-229). Él afirma que si bien es cierto que existe una proporción mayoritaria de hombres en los flujos migratorios, también hay una cantidad importante de mujeres que intervienen de diversas formas en este proceso.
En este primer texto, Castillo realiza una diferenciación de las formas en que las mujeres han participado en los flujos migratorios centroamericanos, tomando como referencia la frontera sur de México (Castillo, 1995: 214-216):
El primer grupo lo constituyen las trabajadoras agrícolas migratorias temporales. Sin embargo, una de las dificultades para caracterizar y tener datos precisos de él son las prácticas de registro para el desempeño de este trabajo en la frontera sur, lo cual tiene relación con la práctica social de descalificar el trabajo femenino y subestimar su presencia.
El segundo lo conforman las trabajadoras del servicio doméstico en los hogares urbanos de las ciudades fronterizas.
Respecto de la dificultad para caracterizar y obtener datos precisos sobre la cantidad de mujeres que ingresan a laborar en el trabajo agrícola temporal, Ángeles y Rojas profundizan:
Atendiendo a la composición por sexo, se observa que por cada diez hombres que cruzan la frontera para trabajar de forma documentada en territorio mexicano lo hace una mujer. Esta proporción sólo refleja la condición de los trabajadores y las trabajadoras reconocidos como tales por las autoridades migratorias mexicanas; sin embargo, un número considerable de trabajadores hombres se hace acompañar por otras personas, muchas de ellas mujeres y menores, que son registradas como “acompañantes”, ante lo cual debe destacarse que este término significa en muchos casos un trabajador más, a pesar de la edad y de que no se considere como tal en el otorgamiento del permiso. [...] De esta manera, la presencia de mujeres y menores dentro del flujo laboral de trabajadores guatemaltecos no es “visible” ante las autoridades mexicanas, con lo cual es muy probable que el papel que cumplen como trabajadores y trabajadoras no sea reconocido por los empleadores y por otras autoridades laborales y de salud (Ángeles y Rojas, 2000: 15).
En trabajos más recientes, Hugo Ángeles y Martha Rojas afirman que existen diversos tipos de migraciones internacionales hacia y a través de la frontera México-Guatemala; de manera particular ubican a la región del Soconusco, Chiapas, como el lugar de mayor dinámica poblacional y en la cual se distinguen tres grandes grupos de flujos migratorios (Ángeles y Rojas, 2000: 15):
Las migraciones laborales provenientes de los países centroamericanos hacia la región del Soconusco, Chiapas. En este grupo se identifican además de los trabajadores agrícolas guatemaltecos, a las mujeres que laboran en el servicio doméstico en los centros urbanos de la región; las que se dedican al sexo comercial; los migrantes que laboran en el sector terciario, y los niños y niñas cargadores, lustradores de calzado, entre otros.
Los migrantes “de paso” o transmigrantes, cuyo objetivo es llegar a la frontera norte de México y después ingresar a territorio estadounidense.
Los residentes de ambos lados de la frontera, que a través de las relaciones familiares y el comercio y los servicios se conforma en un espacio de movilidad poblacional en los municipios de la región del Soconusco y los departamentos del lado de Guatemala.
Como se puede observar, esta clasificación de la migración atiende a la dimensión temporal de la experiencia migratoria y al lugar de destino de los y las migrantes. Sin embargo, una de las tareas que ambos autores consideran necesaria en la realización de estudios sobre la migración femenina es la de conocer su relación con el mercado laboral de la región, en el cual el trabajo de las migrantes centroamericanas adquiere enorme relevancia.
El estudio de Esperanza Tuñón Pablos, titulado Mujeres en las fronteras: trabajo, salud y migración, es un texto que explora interdisciplinariamente la realidad de las mujeres en las fronteras sur y norte del país, ya que señala los aspectos importantes sobre los contrastes que se observan en las condiciones de vida de las mujeres en tres campos de estudio.
De tal forma, analizó la situación de las mujeres migrantes en ambas fronteras, los problemas que propician la migración del país de origen, así como aquellos que encuentran las mujeres durante el proceso migratorio y durante su estancia en el país de destino, así como varios procesos asociados a la migración internacional desde Centroamérica hacia la región fronteriza norte de México y sur de Estados Unidos (Tuñón, 2001).
El presente texto dedica su esfuerzo a ubicar a las mujeres migrantes y su relación con las fronteras en una dimensión analítica diferente, y proporciona otra perspectiva de las formas de explorar el fenómeno migratorio femenino centroamericano, ya que recupera aportes de la teoría feminista y de los estudios de género como punto de partida para el análisis de la condición de las mujeres en diversos contextos; de ahí que “la investigación sobre la condición de hombres y mujeres sea relevante y, en ese contexto, lo que se impone es la necesaria perspectiva de género, como una forma de entender los vínculos, las relaciones y la manera como se moldean procesos y actores en sociedades desiguales” (Castillo, 2001: 35).
Martha Rojas Wiesner exploró las características que presentan los flujos migratorios debidas al incremento de la presencia femenina en ellos, de tal forma que ha dividido a las mujeres de la migración internacional en la frontera sur de México en dos grandes grupos (Rojas, 2002: 93-103). Sus investigaciones resultan importantes, ya que ayudan a determinar la complejidad de perfiles que adquieren las migrantes centroamericanas en esta región:
Las migrantes que llegan a dicha región para trabajar de manera temporal en los municipios o regiones fronterizas. Está conformado por las trabajadoras agrícolas, las trabajadoras del servicio doméstico, las trabajadoras comerciales del sexo y algunas comerciantes.
Las migrantes que vienen con el propósito de atravesar esta región y llegar a Estados Unidos. La conformación de este segundo grupo no se puede distinguir según la actividad que desempeñan, sobre todo porque su paso por esta región no está definido temporalmente.
Una de las principales características de estos dos grupos es que la mayor parte de estas mujeres migran de manera irregular e indocumentada. La excepción son las trabajadoras agrícolas guatemaltecas, quienes ingresan a México con un permiso de las autoridades migratorias mexicanas para trabajar por cierto tiempo en las fincas de café o en las plantaciones de plátano y caña, principalmente.
Una de las diferencias que presentan estos dos grupos es la temporalidad de la migración, ya que tanto las trabajadoras agrícolas como las del servicio doméstico y las comerciantes permanecen en el territorio mexicano por un determinado lapso y después regresan a su país de origen. En el caso de las migrantes en tránsito su estancia en la frontera es reducida, ya que su permanencia está determinada por el tiempo en el que puedan reunir el dinero suficiente para seguir su viaje hacia Estados Unidos (Rojas, 2002: 95).
A partir de las clasificaciones y caracterizaciones que se han hecho del fenómeno migratorio de mujeres centroamericanas en tránsito por México es posible plantear las diferentes problemáticas que es necesario abordar para comprender su complejidad. El entendimiento del proceso migratorio de las mujeres centroamericanas en tránsito lleva consigo el conocimiento de los siguientes ejes de análisis:
El funcionamiento del sistema sexo-género en las comunidades de las que proceden las migrantes y la manera en la que influye para la decisión de migrar dentro de un contexto en el que existe una fuerte desigualdad económica, social y cultural.
La caracterización de las condiciones en las que se realiza este proceso migratorio de las mujeres centroamericanas en tránsito.
El reconocimiento de las motivaciones de su proyecto migratorio.
La experiencia individual de lo que significa ser mujer y migrante en sociedades tradicionales como las centroamericanas, para ubicar el funcionamiento de las relaciones de género.
El género es una categoría analítica que a través del tiempo se ha convertido en una premisa conceptual básica para el análisis de las relaciones sociales de poder y desigualdad. Una perspectiva que se pregunta por la conceptualización de las diferencias entre hombres y mujeres y las relaciones sociales que las estructuran en contextos específicos (Gregorio Gil, 1998).
De ahí que se constituya como una herramienta que al incluirla en la investigación orienta hacia una comprensión más amplia de la realidad y permite visibilizar las relaciones de desigualdad, discriminación y poder a las cuales se encuentran expuestas las mujeres en determinadas situaciones.
En esta investigación la categoría de género se inscribe dentro de lo que Teresita de Barbieri nombra un ordenador social, al cual considera como una dimensión de la sociedad, aquella que surge a partir de un fenómeno real, la existencia de cuerpos sexuados [...], el cual involucra las reglas y normas, los valores, las representaciones, los comportamientos colectivos, a veces a través de la observación de seres humanos de carne y hueso, pero muchas veces alejados de ellos y ellas (De Barbieri, 1996).
La posición que considera al género como un ordenador social y que para los fines de esta investigación es más útil es la de Joan W. Scott, quien sostiene que el género es un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias que distinguen los sexos; y es también una forma primaria de las relaciones significantes de las relaciones de poder.
Esta definición de Scott consta de cuatro partes, las cuales se encuentran interrelacionadas: a) los símbolos culturalmente disponibles que evocan representaciones múltiples y a menudo contradictorias; b) los conceptos normativos como interpretaciones de los significados de los símbolos: doctrinas religiosas, educativas, científicas, legales y políticas; c) las nociones políticas y referencias a las instituciones y organizaciones sociales, y d) la identidad subjetiva.
Sin embargo, la teorización sobre el género, escribe Scott, está fundamentada en su segunda proposición: el género es una forma primaria de relaciones significantes de poder. Quizá sería mejor decir que el género es el campo primario en el cual o por medio del cual se articula el poder (Scott, 1999). Esta afirmación facilita la comprensión del significado de las interacciones entre los seres humanos, ya que si bien las relaciones de poder están presentes en todas las relaciones sociales, también es posible observar la presencia del género en todas ellas.
Al otorgarle Scott mayor peso a las relaciones de poder resulta necesario abordar las formas particulares en las que la política construye al género y éste a la política, es decir, las formas y prácticas específicas de autoridad y legitimación que se construyen en cada sociedad.
De aquí que la atención al género no sea explícita en cada sociedad; es una parte muy importante de la organización de la igualdad o la desigualdad, ya que las estructuras jerárquicas se basan en la comprensión generalizada de la llamada relación natural entre varón y mujer, por lo que cualquier cuestionamiento a esta relación hace tambalear a todo el sistema político.
En este sentido, Teresita de Barbieri apunta que en el feminismo existen dos concepciones distintas de poder: la del poder asociado con los roles y la de los poderes y la resistencia de los cuerpos, por lo que propone que es necesario partir del principio de poder fundamental en Max Weber, en cuanto a que toda relación social tiene la probabilidad de imposición de uno de los actores sobre el otro.
La idea de poder de Teresita de Barbieri se complementa con la interpretación del género en Joan Scott, lo cual abre la posibilidad de reconocer los factores políticos, culturales y sociales sobre los cuales las migrantes centroamericanas viven y reconstruyen cada experiencia, teniendo en cuenta que en muchas ocasiones esta dinámica posibilita la subordinación justificada a partir de las diferencias corporales, la cual se exacerba en situaciones particulares de violencia en contextos específicos y se legitima en formas particulares de autoridad y obediencia. La definición de Scott permite conocer cómo se conforma el sistema de dominación en el que las mujeres ocupan el lugar de la subordinación; sin embargo, es necesario construir el análisis partiendo de que la dominación de género toma expresiones distintas en ámbitos, sociedades y espacios específicos, por lo que es indispensable atender a la construcción de esta dominación en el contexto histórico en el que se desarrolla. De ahí que de acuerdo con la definición de Linda Nicholson, quien entiende al género como producto histórico, exista la posibilidad de comprender el ejercicio del poder en las diferentes prácticas, entendidas de un modo distinto y más complejo, prestando especial atención a su historicidad. Planteo, pues, la posibilidad de sustituir al estudio de la mujer como tal e incluso de la mujer en las sociedades patriarcales por el estudio de la mujer en los contextos concretos (Nicholson, 2003).
Esta postura crea un marco más cercano a la necesidad de la presente investigación, ya que ubicar históricamente al sujeto de estudio permite determinar las dinámicas de poder específicas a partir de las interacciones con lo económico, lo político, lo social y lo cultural en cada una de las sociedades.
Es así que este trabajo se inscribe dentro de los esfuerzos por entender cómo se establece procesualmente la relación entre la migración y el género, así como la interacción de las diferentes variables que confluyen para generar una trayectoria migratoria específica:
En el plano de la estrategia analítica constatamos el interés por continuar destacando la heterogeneidad de los procesos migratorios antes que su generalidad. Esta estrategia persigue el doble objetivo de despegar de las falsas concepciones hasta hace poco prevalecientes, y ampliar las perspectivas analíticas. [...] También en este campo de la investigación se aprecia la tendencia en boga en la mayoría de las ciencias sociales hacia una mayor valoración de los aspectos subjetivos, simbólicos y socioculturales en la evaluación general del proceso migratorio y su impacto en la condición de la mujer (Oliviera y Ariza, 1999).
Es precisamente en este punto en donde se inserta el análisis del significado que adquiere para las mujeres centroamericanas su experiencia migratoria, cuyo interés es conocer cuál es el impacto de esta situación en su vida y la forma en la que ellas lo perciben, ya que a pesar de que la presencia femenina es cada vez más evidente han sido pocas las investigaciones dirigidas a explorar su condición y el papel que juega en el proceso migratorio, así como las dificultades que las afectan y que van reconstruyendo constantemente su trayectoria.
El tejido metodológico: reconstruyendo la experiencia
Cabe señalar que los estudios de género conforman un grupo transdisciplinario. Uno de los objetivos al que contribuyeron las teorías feministas ha sido la distinción de formas locales de conocimiento como una propuesta epistemológica alternativa que plantea nuevos sentidos a la pregunta qué se considera conocimiento, y la cual ha contribuido a la resignificación de la objetividad y de otras categorías centrales para la filosofía feminista y las ciencias sociales, como la de experiencia:
Que la experiencia es sexuada es uno de los aportes del feminismo […]. Se toma como punto de partida que las experiencias son distintas para los sujetos según sean mujeres o varones porque sus lugares sociales son otros, además de ser diferentemente valorados. La relación en nuestros modelos de género es una relación cruzada por el poder, donde hay jerarquías y, por lo tanto, la experiencia de mujer es la que puede tenerse desde un lugar subordinado (Bach, 2010: 10).
La epistemología feminista es una versión claramente distinta de la epistemología tradicional, que parte de considerar que no hay una brecha entre el conocimiento cotidiano y el científico; en este sentido, la noción de experiencia, en particular la de las mujeres, procura reivindicarla a través de un esfuerzo permanente. La experiencia es, entonces, aquello que debe ser explicado si queremos comprender el proceso de constitución de las subjetividades (Bach, 2010: 21). Es por ello que para Teresa de Lauretis la experiencia es un proceso continuo por el cual se construye semiótica e históricamente la subjetividad (Bach, 2010: 33).
Para reconocer los significados de la experiencia se ha retomado la herramienta de las “trayectorias longitudinales”, cuyo sentido es recuperar a las trayectorias como una herramienta analítica en los estudios migratorios para sistematizar, según Liliana Rivera Sánchez, a la multiespacialidad de la experiencia migratoria y comprender los cambios, las continuidades y las rupturas de la misma: “La trayectoria permite realizar un recorte analítico de la biografía; ordenar, sistematizar e interpretar la experiencia migratoria en un intervalo de tiempo, condensando las imbricaciones entre las condiciones históricas de un sujeto migrante y la experiencia migratoria de la persona” (Rivera, 2012: 456).
En este sentido, el punto de partida de las investigaciones sociales longitudinales puede relacionarse con dos dimensiones centrales del análisis sociológico: la temporalidad y la espacialidad como coordenadas articuladoras de la vida social.
Para Rivera Sánchez, si bien la investigación social ha considerado fundamentales a la espacialidad y la temporalidad en el desarrollo de metodologías, son las investigaciones o los estudios sociales longitudinales los que han desarrollado estrategias metodológicas para introducir sistemáticamente el cambio y la temporalidad de la acción social en el proceso de investigación, no sólo como dimensiones analíticas, sino como ejes articuladores del proceso mismo de investigar.
Los estudios longitudinales pretenden dar cuenta, de manera sistemática, de cómo se adapta, cambia o transcurre la experiencia vital de los sujetos en contextos particulares, a lo largo de ciertos periodos o intervalos previamente definidos. Por ello, es posible identificar tres tipos de estudio:
Una investigación continua con un mismo grupo, sobre un mismo problema, a lo largo de varios años.
Estudios periódicos en intervalos de tiempo, regulares o irregulares.
Reestudiar el mismo tema/problema en un mismo sitio y con la misma unidad de observación, después de transcurrido un periodo largo de haberse realizado una primera investigación.
Las investigaciones longitudinales de corte cualitativo pretenden explicar la interconexión de los eventos ocurridos en un intervalo, y comprender el significado que el individuo otorga a los acontecimientos o episodios biográficos, relatados en una entrevista:
Así, en la medida en que la migración supone un cambio social, el análisis longitudinal realizado con trayectorias representa una opción metodológica y analítica con un gran potencial para abordar simultáneamente varias dimensiones del proceso migratorio y entender los cambios ocurridos a lo largo de la experiencia migratoria de las personas que se mueven entre diversos sitios. […] En este contexto, se propone que desde la perspectiva longitudinal con trayectorias es posible interconectar los desplazamientos multiespaciales que delinean las experiencias migratorias entre México y Estados Unidos, y luego indagar acerca del cambio social a nivel individual (Rivera, 2012: 469).
La perspectiva analítica longitudinal de la experiencia vital busca sistematizar las observaciones a lo largo del tiempo y luego explorar la tesis de que los hechos sociales y las acciones son de naturaleza histórica.
La narrativa biográfica constituye un recurso para la construcción de las trayectorias. A diferencia de otras investigaciones de este tipo que también utilizan la biografía del individuo como unidad de análisis, las investigaciones longitudinales de corte cualitativo toman dicha narrativa y recortan metodológicamente una parte de la biografía, definiendo entonces un segmento específico de la experiencia como el inicio de la trayectoria y el periodo de análisis: “Por ello, la experiencia vital contingente se vuelve el objeto de estudio de las investigaciones longitudinales cualitativas; particularmente, se trata del recorte del segmento de la experiencia vital para llevar a cabo el análisis” (Rivera, 2012: 465).
El contexto es entendido, por un lado, como un marco de referencia personal que incluye la situación vital particular en un momento histórico, y por el otro, como un conjunto de patrones socioculturales y estructurales que median la relación entre las personas y las instituciones. Los estudios longitudinales pueden registrar e interconectar los procesos de cambio y continuidad en lo individual y en lo social, así como también entender las transiciones vitales de manera compleja, necesariamente como asuntos críticos, discretos y marcados por un solo evento, y como puntos de partida desencadenantes para tomar ciertos cursos de acción.
En los estudios longitudinales realizados con trayectorias, el cambio aparece como el objeto de investigación, la trayectoria como la herramienta metodológica a la vez que la unidad de análisis, y la contrastación sistemática entre trayectorias como una parte fundamental de la estrategia analítica, y luego de la construcción de los datos.
La trayectoria es una herramienta que permite sistematizar la multiespacialidad de la experiencia migratoria, pues no sólo condensa en espacio y tiempo un episodio biográfico, el cual es documentado por el investigador, sino que también intenta captar-comprender el significado que los actores le atribuyen a esa experiencia vivida, desde sus propios marcos interpretativos; permite comprender el sentido y las motivaciones contenidas, por ejemplo, en los desplazamientos de las personas a través de su experiencia migratoria multiespacial, o entender el significado de cruzar múltiples fronteras como parte de la experiencia de vida como inmigrante, y esta es una de las principales potencialidades que tiene el análisis longitudinal cualitativo con trayectorias (Rivera, 2012: 486).
Hallazgos, significados y perspectivas
Siendo el objetivo principal de esta investigación los significados que otorgan las mujeres centroamericanas a su experiencia migratoria, resulta necesaria la exploración desde la palabra misma de ellas, partiendo del análisis del sistema de dominación y desigualdad estructural, el cual las condiciona en su tránsito por territorio mexicano.
Por ello, el referente fundamental para esta investigación fue la palabra de aquellas mujeres que vienen de contextos de violencia -como son consideradas las sociedades centroamericanas- para conocer la manera en la que elaboran y resignifican las diversas experiencias a las que se enfrentan como migrantes, cuya realidad significada por ellas, debido al contexto del que provienen, tiende a elevar su nivel de tolerancia a actos violentos y soportarlos con tal de lograr su objetivo de llegar “al otro lado”.
La metodología propuesta y aplicada en esta investigación fue de carácter cualitativo, ya que pretende el reconocimiento de la experiencia del fenómeno migratorio como una realidad subjetiva, y también debido a la complejidad y heterogeneidad de los significados que la migración tiene para la vida de las mujeres. Esta metodología, cuyas herramientas fueron la entrevista semiestructurada y la historia de vida, permitió captar el sentido que le otorgaron a su experiencia migratoria en tránsito hacia Estados Unidos, una de cuyas características es que la mayoría de ellas dejaron su país entre los 18 y los 32 años de edad. El trabajo de campo realizado se ubica entre julio y agosto de 2007, y julio y agosto de 2012.
La intención fue que a partir de la conversación ellas revaloraran el impacto de tal experiencia en sus vidas. Como punto de atención se colocó en el centro una inclinación hacia el estudio de las subjetividades, reconocidas en este proyecto a partir de ser mujeres migrantes en tránsito, y la manera como ellas percibieron los complejos factores económicos, sociales, políticos y culturales que las podrían haber colocado o no en un estado de vulnerabilidad mayor al de los varones durante su proceso migratorio, y así interpretar la influencia de esta situación en sus biografías. Por lo tanto, esta investigación se fundamentó en la obtención de información a través de entrevistas, partiendo de que éstas son:
Una situación construida o creada con el fin específico de que un individuo pueda expresar, al menos en una conversación, ciertas partes esenciales sobre sus referencias pasadas y/o presentes, así como sobre sus anticipaciones e interpretaciones futuras [...]. Es además un mecanismo controlado donde interactúan personas; un entrevistado que transmite información, y un entrevistador que la recibe, y entre ellos existe un proceso de intercambio simbólico que retroalimenta el proceso (Vela, 2001: 64).
Se comprendió la realidad social y la manera cómo fue aprehendida y alimentada por la subjetividad de las migrantes, destacando sus significados particulares a partir de sus trayectorias migratorias. El tipo de entrevista realizada fue semiestructurada, debido a la escasez de oportunidades para encontrar a estas mujeres en ciertos espacios por su condición de “indocumentadas”.
El lugar elegido para la realización de las mismas fue la Casa del Migrante Albergue Belén, ubicada en la periferia de la ciudad de Tapachula, Chiapas, debido a las condiciones de acceso y seguridad de las mujeres en tal sitio.
Estas entrevistas semiestructuradas se enfocaron en la temática de la experiencia migratoria de las mujeres para descubrir sus significaciones e implicaciones, así como para plantear las dificultades de las condiciones en las que realizan sus movimientos, conocer los marcos comunes de sus actividades laborales, caracterizar sus experiencias de violencia y abuso de autoridad, e identificar las prácticas cotidianas de discriminación. Además, se intentó obtener sus opiniones acerca del trabajo de las organizaciones no gubernamentales con respecto a su problemática.
Se realizaron 32 entrevistas a una muestra no aleatoria de mujeres migrantes, debido a que lo buscado con ellas fue encontrar las interpretaciones individuales del proceso, partiendo de que no se consideró la posibilidad de generalizar, sino que por el contrario, se reconoce la importancia de lo subjetivo y de la construcción de la experiencia.
Las siguientes dos entrevistas muestran una experiencia común a la mayoría de las centroamericanas que transitan por territorio mexicano rumbo a Estados Unidos: la negociación del cuerpo como posibilidad de conseguir ayuda y hacer más seguro el logro de su objetivo.
Araceli y Jenny, una salvadoreña y la otra hondureña, dan voz a aquellas mujeres que, expuestas a todos los riesgos, han emprendido el viaje solas, y a pesar de haber sido deportadas en una ocasión continúan en la persecución de su sueño. Tienen en común la adquisición de una cantidad muy importante de información debido a su anterior experiencia, de la cual echan mano para ir saltando los obstáculos que se les van presentando en el camino. Son dos mujeres con una gran diferencia de edad, pero comparten la vivencia de la maternidad y la exigencia personal y social de una mejor calidad de vida para sus hijas, situación que justifica la salida de su país.
Araceli comenta que tiene tres hijas y la realidad económica en El Salvador es muy complicada, por lo que su esposo, enfermo y con bastantes deudas, le pidió que viajara hacia Estados Unidos; y justo por la escasez de recursos tuvo que subirse al tren, la situación más difícil a la que se ha enfrentado: “yo ni siquiera pensaba que me iba a subir al tren, incluso aquí con unos hondureños. Mi amiga me decía que era mejor en el tren, menos migra, avanza uno más, no se va gastando, ya que traíamos muy poquito dinero”.
Ella es una de las migrantes que ha buscado llegar a Estados Unidos dos veces, y en el momento de la entrevista iba por su tercer intento, circunstancia que tuvo que vivir como consecuencia de la gran cantidad de retenes y vigilancia migratoria a la que se exponen tanto varones como mujeres al intentar atravesar la frontera norte de México.
Araceli ha intentado atravesar el país por tren debido a la falta de dinero para pagar “el bus”, como llama a los autobuses. Comenta que su condición de mujer la ha beneficiado durante el trayecto, sobre todo por los favores que ha recibido por parte de algunos de sus compañeros de viaje y hasta de las autoridades: “Me ha beneficiado ser mujer porque a una […] le ayudan los hombres, hasta acá, puede haber unos malos, no le voy a decir que no, porque en el tren viaja de todo. A veces los hombres la protegen a una, porque esos hondureños nos cuidaban en el tren y cualquiera que quiera abusar […] ellos están allí”.
Sin embargo, aclara que ha tenido varias experiencias en las cuales ha negociado su compañía con algún varón durante el viaje: “de esos siete compañeros con los que viajaba siempre iba uno interesado en una, que tal si a uno le gusta, pero lo hablan, nada a la fuerza, ellos hablan”. De este modo es posible considerar que le ha tocado intercambiar su protección por algún tipo de favores sexuales más de una vez durante el curso de su viaje, e incluso también al margen de su voluntad. La percepción de esta situación la considera una experiencia horrible:
Una por seguir, por alcanzar el objetivo, y tal vez también porque esa persona ha hecho demasiado por una y entonces [te] siente[s] agradecida y [se] siente feo no acceder a lo que te piden. Pero a la fuerza a la fuerza, no, más bien por agradecimiento, [aunque] no es tan fácil, es duro por lo que le pueda pasar a una, […] piensa[s] debo de llegar, debo de seguir, y también por ellos, porque más que todo eso, el pensar en mis hijas que […] necesitan unas cosas que […] uno no puede darles, o tal vez que están sufriendo.
Esta reflexión resulta contradictoria, ya que al preguntarle si el tránsito por la frontera es más difícil para las mujeres que para los varones, ella dice que es igual; sin embargo, anteriormente se refirió a las situaciones a las cuales tuvo que exponerse para intentar conseguir su objetivo, negociando protección a cambio de su propio cuerpo como “favores sexuales”.
Sin embargo, una lectura de esta contradicción podría realizarse en el sentido de que la testimoniante no concibe lo que vivió como una situación de violencia y parte de un proceso de cosificación del cuerpo de las mujeres. Por ello, percibe como “normal” la negociación del suyo, que es lo único con lo que cuenta, a cambio de seguridad, protección, e incluso dinero para conseguir su objetivo de llegar a Estados Unidos. Es decir, como ella misma lo refiere, como una estrategia de sobrevivencia en su tránsito hacia la frontera norte de México, constituyéndose en un claro ejemplo de la naturalización de la violencia:
A una mujer le dan donde dormir, comida, si uno pide dinero le dan. Porque ya me tocó pedir a mí. Yo he andado pidiendo, como me quedé sin dinero, como ya hace un mes con dos semanas que estoy por acá, pues ya no tengo […] y nomás [tengo] treinta pesos, que los ando cuidando para comprar una tarjeta para llamar a mi familia. […] También a los hombres les dan dinero y comida. En eso igual, pero a [ellos] les tienen un poquito más de desconfianza que a nosotras las mujeres.
Para confirmar que para las mujeres es más fácil conseguir su objetivo, en función de poder negociar a través de las situaciones por las cuales atraviesan en las fronteras, narró lo siguiente:
Ya no tenía ni un peso y le dije a un trailero, por aventón para no arriesgarse mucho, y a veces los que le dan un aventón a uno quieren algo a cambio. Le dije a uno de los que cobran en el autobús grande de Guatemala que yo no [traía] dinero, que si me podía traer así sin pagar aunque [fuera] a Escuintla [Guatemala] y me trajo, pero me bajaron los federales de Guatemala, [aunque] igual ellos me ayudaron […], me puse a platicarles ahí lo que me preguntaron y bueno, les eché […] todo un rollo para que me dejaran y les dije que estaba disponible a todo lo que decidieran por mí y ellos mismos pararon un trailero para que me diera aventón y no me pidieron nada.
Después de su segundo intento para cruzar la frontera con México, habla de su experiencia migratoria con mucha seguridad y con un conocimiento impresionante sobre la zona. Planeó estratégicamente el tercero y hasta realizó cálculos de cuánto dinero necesitaba conseguir para llegar por lo menos hasta Tapachula. En este caso se puede observar cómo la información y el manejo de la experiencia cambian la probabilidad para lograr el objetivo de las migrantes de una manera positiva.
Por su parte Jenny, que es una migrante hondureña de Tegucigalpa, tiene 19 años y es mamá de una niña de dos y medio, a quien dejó con su abuela para poder cruzar la frontera norte de México, llegar a Estados Unidos y cumplir su sueño de trabajar en algún restaurante para ayudar económicamente a su familia. Su plan es estar allá durante tres años y regresar a su tierra para educar a su hija. Los motivos que la impulsaron a salir de su país son económicos:
La situación en que se vive en mi país no me gusta, hay mucha pobreza, no hay trabajo, y si [lo] hay te pagan o te tratan mal. Además, tengo un hermano allá que me iba a mandar coyote desde Honduras, pero como yo había escuchado que la aventura de viajar en el tren era muy “chida”, como dicen acá, así me vine. Si hubiera sabido todo lo que se sufre le hubiera dicho que mejor sí me lo mandara.
La historia personal de Jenny es muy complicada. Trabajó desde los ocho años porque su mamá la abandonó con su abuela cuando tenía tres, e inició la carrera de Comercio estudiando por las noches, ya que de día trabajaba para pagar la escuela; sin embargo, no la terminó porque no tuvo más dinero para continuar. Se embarazó a los 16 años, pero se separó de su compañero porque era alcohólico y también adicto a las drogas, de tal modo que decidió ser madre soltera: “Cuando estaba embarazada quise hacer el intento de venirme [a Estados Unidos], pero mi hermano me dijo que mejor tuviera acá a la niña y la dejara criada un buen rato, y así fue; por eso ahora ando aquí por mi hija y mi abuela”.
Jenny llegó sola en el tren hasta San Luis Potosí, y reflexiona que es mejor andar así, ya que si se debe correr no se tiene que mirar o esperar a los amigos, pero fue ahí donde la interceptaron. De su experiencia con los agentes de migración recuerda:
Nos llevaron a una celda, después [de] que nos agarraron en las vías del tren. De ahí me bajaron, me jalaron de la camisa y me quedé sólo con mi playera. Uno de ellos me dijo: “pues ya encuérate”. Me pidieron que me quitara las cintas de los tenis y nos llevaron a la estación en donde, por cierto, la comida fue muy mala. La celda era como un cuarto, con una puerta, sin ventanas; la cama y los baños estaban ahí mismo. Nosotros les pedimos una escoba o algo para barrer porque estaba muy sucio. Ahí nos encerraron a seis mujeres y cinco hombres. Después nos llevaron al corralón, ahí estuvimos tres días, ahí la comida y el trato es mejor, hasta que nos llevaron a la frontera de Guatemala con Honduras, Agua Caliente, en donde me quedé a dormir en la aduana. Estuve tres días más y luego me vine otra vez.
Ante la posibilidad de denunciar los abusos de los que fue objeto, considera que seguramente perdería el tiempo y gastaría mucho dinero para que le hicieran caso, por lo que piensa que es mejor quedarse callada y seguir adelante, además de que ignora a qué instituciones tendría que dirigirse para hacerlo.
Ahora viaja con amigos y dice que es mucho mejor porque ellos te cuidan en el tren y comparten el dinero o la comida que vayan consiguiendo en el camino. Del trato recibido por la gente afirma que ha sido bueno: “cuando pedimos comida nos dan tortilla, queso; no me puedo quejar de los mexicanos, aquí los que tratan mal a uno son los de Migración y la policía”.
En este, su segundo intento por cruzar la frontera hacia Estados Unidos, conoció a uno de sus amigos con los que viaja y dice que le gusta mucho; entonces recuerda a Marcos, otro chico del que se enamoró durante su primera experiencia migratoria. Viajaron juntos en el tren y dice que cuando tuvieron que separarse sufrió mucho, pues él compartía con ella su comida, su dinero y la protegía: “eso del amor se da mucho en el tren. Nosotros le llamamos ‘El amor en las vías del tren’, como una telenovela”. Sin embargo, es posible cuestionar qué tanto de lo que afirma Jenny acerca de las relaciones afectivas tiene relación con la posibilidad de negociar protección.
En la narración de Jenny puede observarse la gran cantidad de relaciones humanas que llegan a establecerse en un espacio de socialización como el tren, que con bastante frecuencia funciona como un lugar donde es posible encontrar, para el caso de las mujeres que viajan solas, la protección necesaria para continuar su viaje, la cual, en muchas ocasiones, está negociada a partir de su compañía y de la reproducción cultural de lo que representa el cuerpo femenino.
De su experiencia como mujer, piensa que ellas tienen mayores dificultades en su proceso migratorio que los varones, porque corren el peligro de ser abusadas sexualmente, y además constantemente están expuestas a recibir propuestas que ella considera perjudiciales:
Hay muchos traileros que te dicen: “te llevo hasta la frontera pero te tienes que ir cogiendo conmigo”. También cuando una va en el tren hay mujeres que nos dicen: “ven a trabajar con nosotras en la barra; aquí te van a pagar buen sueldo”. No entiendo por qué hay hombres que te ofrecen un jalón largo a cambio de sexo, eso duele cuando te lo dicen porque te tratan como objeto y como una persona perdida.
Esta última proposición la recibió antes de llegar al Distrito Federal en su primer viaje; sin embargo, asegura no haber aceptado ninguna solicitud de este tipo.
Advierte que muchas veces el trato que reciben las mujeres migrantes tiene que ver con el hecho de que no saben cómo defenderse, ya que no cuentan con la información necesaria y es mayor el miedo que tienen ante lo que les pueda suceder.
Al cuestionarla acerca de la importancia que tiene evidenciar la situación que viven las mujeres migrantes, dice que es urgente hacerlo porque la mayoría de las veces son humilladas, o por sus compañeros o por las autoridades, y ellas no saben de qué forma defenderse. Cuenta cómo en el tren, algunos hombres hablan acerca de las mujeres: “sin embargo, yo voy a llegar con la frente en alto porque no me acostaré con todos los hombres que van en el tren, sino con una sola persona y que yo elija”.
De tal manera, puede observarse cómo las migrantes tienen la idea de que deben viajar con alguien y que, en ocasiones, por las condiciones en las cuales realizan su tránsito, tendrán que utilizar su cuerpo a cambio de seguridad para alcanzar su objetivo:
Para no tener sexo con todos mejor [se] elige a uno. Hay hombres que te dicen “yo me quiero pegar a ti para protegerte, para que sepan que vos sos mía, y tengan respeto hacia ti”. Entonces a veces una piensa y se tira en el monte, porque no te voy a decir que se queda una en un hotel, y pensar que tienes que estar con esa persona para que no te miren mal, y sepan que no vas sola, y no porque a nosotras nos guste.
Finalmente, la información que compartió es una muestra importante de las estrategias que utilizó en su tránsito por territorio mexicano para conseguir el objetivo de llegar a Estados Unidos. Siendo una de las mujeres migrantes entrevistadas más jóvenes, su testimonio demuestra la adaptación-negociación que deben enfrentar ante algunas formas hostiles por las cuales atraviesan en su proceso migratorio y cómo lograr sacar ventaja de ello, ya sea por la necesidad de seguridad, de protección y, en muchas ocasiones, de sobrevivencia.
Así, la experiencia de las mujeres centroamericanas en tránsito por el territorio mexicano está atravesada por una compleja realidad que resignifica su trayectoria migratoria, al movilizar los pocos recursos con los que cuentan; entre ellos se encuentra que la negociación del cuerpo puede ser un medio para intentar conseguir el objetivo del llamado sueño americano, mismo que, ante las experiencias que ellas viven, podemos decir que se acerca más bien a una pesadilla.
Existen dificultades comunes para todas durante su periplo por México hacia Estados Unidos, mismas que permiten definir los perfiles de vulnerabilidad en los que se encuentran estas migrantes durante su estancia irregular en el país, configurándose con ello un patrón de trayectorias migratorias permeadas por la violencia. Como se pudo observar, las mujeres entrevistadas incluso mencionaron haber establecido relaciones emocionales y sexuales con algunos compañeros, en calidad de agradecimiento por su protección, reforzando el hecho de la negociación a partir del cuerpo, lo que nos indica la construcción de sus propias estrategias de autocuidado y sobrevivencia.
Estas mujeres reconocen al proceso migratorio, en particular por territorio mexicano, como una experiencia definida por la violencia en sus múltiples niveles y expresiones; en general, existe una tendencia muy difundida entre las migrantes a elevar su aceptación y asimilación al dolor y al abuso, situaciones que toman como un paso necesario para conseguir su objetivo, ya que ninguna de las entrevistadas mencionó haber sufrido violencia, y ni siquiera pensaron en la posibilidad de mejorar las condiciones en las que pudieran realizar su viaje.
La situación que prevalece en su tránsito por territorio mexicano de las migrantes centroamericanas parece no tener perspectiva de mejora, ya que junto con el aumento de la participación de las mujeres en los flujos migratorios se ha observado, como un proceso paralelo, el crecimiento de la violencia debido a la correlación de las circunstancias políticas, económicas y culturales que se viven particularmente en México. El incremento del poder del crimen organizado en contubernio con el aparato institucional, a pesar de la ampliación de la vigilancia en el territorio y específicamente en la frontera sur, lugar en el que se realizaron las entrevistas, continúa teniendo implicaciones más que preocupantes.
Explorar la experiencia del proyecto migratorio de las mujeres centroamericanas en tránsito por México implicó también una invitación teórica a reconocerla como un complejo proceso de reflexiones y evaluaciones individuales, familiares y sociales, en el cual la diferenciación de género es sumamente importante. Como es posible observar en los hallazgos de la investigación, existe una ruptura de las perspectivas tradicionales de las mujeres migrantes relacionadas con la consolidación de su proyecto migratorio, lo cual permite considerar a la migración como un proceso de acumulación de experiencias que las llevan a considerar la posibilidad de alcanzar mejores condiciones de vida para ellas y sus familias.
En su tránsito por el territorio mexicano, las migrantes centroamericanas han incorporado su cuerpo como un lugar de disputa y negociación en el juego del valor para conseguir sus objetivos, y a través de ciertos pasos han ido construyendo sus tácticas en relación con sus pares (compañeros de viaje), con las autoridades y con la identificación de algunos otros sujetos sociales que consideraron podrían colaborar con ellas en su ruta. En este sentido, tanto sus elecciones como sus opciones fueron valoradas en función de sus recursos, experiencias de vida y reflexión acerca del contexto en el que viajaban, realizando con ello un análisis de los costos, que permeados por las experiencias de violencia desde los países de origen, las impulsaron a elegir lo que ellas caracterizaron como una posibilidad de beneficio, a pesar de que fueron producto de la vulnerabilidad y la violencia.