Esta propuesta de articulación entre el pragmatismo (filosofía americana del siglo XIX) con la sociológica pragmática francesa de Bruno Latour supone un trabajo de contextualización. Joan Stavo-Debauge (2012) lo realiza en detalle, calificando dicho encuentro como “tardío” e incluso parcial. Esto se debe a que para los autores pragmáticos (Latour y Boltanski) dicha bibliografía nunca había figurado como referencia. Y si bien la “herencia pragmatista” había nutrido de manera subterránea el giro pragmático francés a través de la incorporación de categorías provenientes del interaccionismo simbólico y de la etnometodología (Barthe et al., 2017; Nardacchione, 2017), en realidad, el “gesto pragmático”1 (Breviglieri y Stavo-Debauge, 1999; Bernstein, 2013; Nardacchione y Piovani, 2017) se había constituido a partir del “giro lingüístico”,2 fundamentalmente a partir de la pragmática de Wittgenstein y la semiótica de Greimas.
No obstante, de la sociología pragmática de Latour puede decirse que surge de una relación de afinidad après la lettre.3 Este autor (Fossier y Gardella, 2006) justifica su vínculo tardío con el pragmatismo: en principio, dada la abstracción de dicha “filosofía práctica”, lo cual lo llevó a pasar por el terreno para descubrir dichos lazos; luego, dado el carácter (a decir de Latour) “idealista” del pragmatismo contemporáneo (como Richard Rorty y Hilary Putnam), que lo aleja de la naturaleza empirista clásica de Dewey y James; y por último, en virtud a que su punto de entrada con la “herencia pragmatista” fue a través de la etnometodología o la semiótica francesa.4
Desde este punto de vista, nuestra idea es atravesar la ontología, la epistemología y la metodología latouriana, trazando un paralelo con ciertas referencias pragmatistas que bien pueden armonizar dicho enfoque, preocupado por la descripción de una multiplicidad de posiciones. Los puntos de articulación son cinco. En el primer punto damos cuenta de la relación que existe entre la vanguardista teoría de los universos de James y la provocativa ontología plana de Latour. En el segundo ítem desarrollamos la continuidad que existe entre la crítica a todo dogmatismo racionalista que inaugura Charles Sanders Peirce con la propuesta de una epistemología modesta del autor francés. En el tercero articulamos la teoría de la investigación de John Dewey con la propuesta de una sociología de las pruebas de Latour. En el cuarto proponemos una discusión entre el falibilismo de la ciencia, que rescatan todos los padres fundadores del pragmatismo, con la sociología de las controversias que el autor francés intenta implantar dentro del paisaje de las ciencias sociales. Por último, trazamos un paralelo entre el rechazo pragmatista a la noción de verdad “como copia” de un objeto externo, donde se realza el carácter “interno” de la verdad, y las operaciones (retóricas) de traducción y de estabilización que describe Latour en torno a los debates científicos. En la conclusión damos cuenta de un denominador común que atraviesa todo el artículo: una concepción simétrica sobre lo que se entiende como construcción-justificación de un orden y lo que se entiende como ruptura-crítica del mismo.
De una teoría continuista del universo a una ontología plana de lo social
En primer término, queremos articular la teoría del universo pragmatista y la ontología de lo social latouriana. Si el pragmatismo plantea la ausencia de unidad en el universo, considerándolo como un flujo continuo y permanente de relaciones múltiples, en paralelo y no clasificables, Latour propone una ontología plana, donde ninguna relación puede ser presupuesta y a partir de la cual se componen ensambles contingentes de heterogéneos, es decir, de alianzas entre humanos y no humanos.5 Una idea radical de indeterminación en su base y de articulación al modo de archipiélagos que se unen punto por punto atraviesa ambas concepciones. Ambas ontologías de inmanencia se oponen a la tradicional idea de trascendencia del universo. Esto significa que no hay un orden cosmológico sino un fluir que habilita (aunque no determina) series de articulaciones que nacen, se expanden y decrecen. Por cierto, este foco pone su atención sobre los emergentes y sus ciclos vitales, evitando suponer leyes regulatorias de lo universal que se expresen en las conformaciones sociales.
James (1907) plantea una crítica simétrica al racionalismo y al empirismo clásicos que presuponen una misma relación dual sujeto-objeto. Esta distinción ubica, por un lado, la capacidad especular (abstracta y a la vez imperfecta) de parte de los humanos y, por otro, una relación material y mecánica (exacta) entre los objetos de la naturaleza. El empirismo radical pragmatista sintetiza dicho dualismo a través de dos teorías (no dualistas): 1) del universo y 2) de la realidad como construcción cognitiva y práctica. James (1909) postula su teoría del universo como una unidad espacio-tiempo donde lo único que es determinado es la continuidad y el flujo permanente. Allí, la unidad se manifiesta siempre incompleta, relativa, flexible, multiforme. Todo ejerce influencia sobre las otras partes, se observan conexiones diversas, en paralelo. De allí surge la idea de “multiversos” posibles. En otros términos, el universo habilita conexiones posibles, sin determinar ninguna. “El mundo es Uno cuando sus partes se hallan concatenadas. Es múltiple cuando su conexión falla”. En ese sentido, el universo pragmatista conjuga la unidad y la multiplicidad a la vez.
La noción de Unidad es un presupuesto humano. Allí el pragmatismo jamesiano articula su teoría del universo con su teoría de la realidad como resultado de un conocimiento práctico. El universo no pre-establece una realidad, sino que habilita múltiples conexiones posibles. Para el pragmatismo la realidad no es algo estable, o con una lógica propia externa a lo humano, sino que es algo que los humanos “hacen con” su entorno, ajustándose a un medio-ambiente. Podría decirse que se trata de una creación verosímil o de una creación con eficacia práctica. De esta manera, dicho entorno puede modificarse bajo un criterio ecológico de ajuste mutuo. En última instancia, se trata de un problema de perspectiva, de configuración cognitiva. La realidad es lo que nosotros provocamos con nuestras creencias y a través de nuestras acciones, e involucra las consecuencias prácticas que se estabilizan como entorno. La realidad es lo que hacemos con lo que consideramos real. Por ello es que las conexiones potenciales a las que hacíamos referencia en la teoría del universo se vuelven incompletas en términos “realistas”, pues responden a propósitos en pugna, a múltiples historias parciales o paralelas, nunca concebidas en todos sus detalles, ni perfectas ni regulares. Esta composición de mundos, para James, son configuraciones cognitivas que crecen a trozos, como manchas o archipiélagos. Pero su desarrollo tampoco es completamente contingente, pues responden, en parte, a lo que consideramos “real” hasta ese momento. Por ello es que dejamos extender lo menos posible las nuevas configuraciones, las nuevas unidades de lo humano, como una forma de salvar nuestros prejuicios y nuestro mundo. Así, las viejas configuraciones resisten como parte de nuestro sentido común. Según James, en toda nueva configuración del mundo queda algo de lo antiguo, los cambios se van produciendo de manera progresiva y por capas. Al autor le gustaba afirmar que los modos de pensar actuales son descubrimientos llevados a cabo por antepasados que lograron conservarse en la experiencia de tiempos ulteriores.6
Por su parte, Latour (2001a) hace una crítica análoga al determinismo y al universalismo dentro de las ciencias sociales. Básicamente critica lo que él denomina la sociología de “lo social”. Este sentido común de la disciplina, a menudo expresado a través del concepto de “lazo social”, explica las relaciones sociales a partir de un patrón normativo universal que se aplica sobre la mayoría de los casos. El autor critica la regularidad de dicho lazo social. Según él mismo, no existe tal componente de “lo social” previo a la constitución de las múltiples asociaciones en la práctica. Antes de la constitución de redes está el vacío, desde el cual se puede componer y recomponer ensamblados permanentemente. En este sentido, el autor postula un principio de indeterminación o de incertidumbre de dichas asociaciones o mediaciones entre actantes (humanos y no humanos) (Callon y Barthe, 2005). La unión de dichos elementos heterogéneos puede producirse o no,7 y puede producirse entre cualquier elemento con cualquier otro. No hay criterios que impidan que un actante se vincule con otro. Allí es donde se estructura la ontología plana de Latour, en la que todos los actantes se encuentran disponibles de igual manera para la asociación. Nada que esté fuera de la práctica puede garantizar un lazo. No hay ningún lazo social preexistente a las adhesiones entre elementos heterogéneos. Por el contrario, para que haya un lazo social tiene que haber una acción concreta o un rastro de ella. La eficacia de dicho lazo se constituye punto por punto y se refuerza a través de sus múltiples asociaciones (Callon, 1986, 1987). De esta manera, aquello que produce más efectos sociales es siempre fruto de múltiples asociaciones, en las que hay muchos actantes involucrados.8 Bajo la traza concreta de dispositivos objetivos, de discursos, de patrones normativos, etcétera, se pueden homogeneizar prácticas colectivas. Fuera de estas construcciones reticulares, dichos actantes se encuentran disponibles para ser asociados, pero de ninguna manera predispuestos a una acción. De igual forma, la asociación no tiene ninguna garantía, por lo cual en cualquier momento puede dejar de producirse. Dichos vínculos tienen que estar “alimentados” para que tengan vigor. Según el autor, todo es pasible de reversibilidad en el caso que no se lo sostenga a través de la práctica. Nada sobrevive como recuerdo de una asociación pasada por fuera de una práctica actualizada. La única salvedad a dicha afirmación es la capacidad de resistencia que puedan tener los humanos a través de ciertas ideas de sentido común o de ciertos dispositivos objetivos a través de su permanencia (aun disfuncional o no-operacional) para seguir regulando el comportamiento de un conjunto de actantes.9
De la crítica a todo dogmatismo a una epistemología modesta
En este punto trazamos la continuidad entre el fundamento metodológico del pragmatismo, crítico de un enfoque teoricista, y la epistemología “modesta” que propone Latour, como forma de evitar grandes teorías que invisibilicen el terreno. Tanto a través de los padres fundadores (Peirce, James y Dewey) como de las sucesivas olas de la Escuela de Chicago (William Thomas, Robert Park, Herbert Blumer), esta tradición siempre puso el foco sobre la importancia de la actitud empirista10 (contra el racionalismo abstracto) y la necesidad de desarrollar métodos que se ajusten al terreno. La sociología de Latour se orienta al mismo propósito: poner por delante el trabajo de descripción por sobre las reflexiones analíticas abstractas, aún más, evitando debates ético-políticos que no tengan en cuenta el material empírico.
James afirma que el pragmatismo es un “método” que busca moderar el dualismo entre dos temperamentos filosóficos: la idealización y el optimismo racionalista vs. el pesimismo materialista de los empiristas. En principio, el pragmatismo critica las construcciones conceptuales que no tienen correlación con el mundo empírico.11 Su solución empirista propone una mirada sobre las consecuencias prácticas y afirma: “No hay significado sin resultados prácticos […] no existe ninguna verdad si no produce una diferencia de orden práctica” (James, 1907). En alguna medida, James articula el método a la máxima pragmática, ya definida por Peirce (1988). Esta máxima propone considerar el sentido de las acciones a partir de sus efectos. Según este autor, la consideración de estos efectos es la totalidad de nuestra concepción del objeto. No somos capaces de dilucidar acerca de los objetos nada más allá que aquello que estos producen en nuestras vidas. La tarea científica debe restringirse a pulir los modos de indagación sobre dichos efectos y debe ser regulada por un método. La búsqueda de la verdad es finalmente el estudio de las diferencias de orden práctico (Peirce, 2008). El carácter instrumental de la verdad tiene dos facetas. La primera (a diferencia de la “evidencia concreta” del positivismo clásico) se basa en la importancia de los efectos prácticos. Allí podemos citar el clásico ejemplo jamesiano sobre la religión, donde muestra que su relevancia se debe más a sus efectos sobre las prácticas de la gente que a sus fundamentos metafísicos. La cuestión sobre lo trascendente no responde a una pregunta racionalista sobre la verdad de su fundamento. Dicho “monstruo metafísico” es inútil. Para comprender la imaginación ontológica, que es fundamentalmente humana, es importante comprender lo que dichas creencias producen en las vidas cotidianas de las personas (James, 1897, 1902). La segunda faceta se relaciona con el instrumentalismo metodológico del pragmatismo. Allí se expresa el antidogmatismo pragmatista, en algún sentido, su obsesión por un método que se ajuste a las situaciones empíricas. La metáfora de Giovanni Papini (2011) sobre las teorías como corredores de un mismo hotel es sumamente ilustrativa. Allí, el autor muestra cómo cada doctrina puede ser productiva para una región específica del mundo. La flexibilidad metodológica permite justamente una utilización instrumental y situada de cada cuerpo conceptual. La crítica pragmatista a la verdad se extiende al plano metodológico, desconociendo el carácter exclusivo de un método riguroso de la ciencia. Por el contrario, la ciencia debe saber reutilizar sus herramientas a partir de lo que el terreno le pide.
Latour (2008) plantea que hay tres tareas fundamentales en las ciencias sociales: 1) documentar lo social; 2) resolver las controversias de lo social; 2) resolver la cuestión social (es decir, la acción política). Según el autor, el problema de la sociología consiste en mezclar la primera con la segunda o incluso con la tercera tarea. Esto confunde el estudio de todo colectivo social, pasando a una discusión sobre qué dirección (estratégica o moral) debe tomar el mismo. En este caso, la tarea se centra sobre debates teóricos que “dificultan” la tarea de descripción, precipitando la reflexión analítica o ético-política. Este es uno de los vicios clásicos de la sociología:12 “acelerar” las descripciones finales a través de inferencias conceptuales; a menudo su objetivo resulta ser el revelamiento de fuerzas ocultas, la estabilidad de un marco explicativo, entre otros atajos. En la mayoría de los casos, esto ocurre a costa de descuidar un estudio pormenorizado del terreno. Latour suele repetir: “Debemos saber cuántos somos antes que preguntarnos sobre si podemos vivir juntos” (2008). Con este fin, el autor plantea que toda investigación social debe nutrirse de una “epistemología modesta” que no inhabilite la cartografía de todas las conexiones visibles13 (¿quién se junta con quién y con qué?), de todas las controversias (sin presuponer discursos únicos u homogéneos) y de una distancia relativista (sin presuponer relaciones estables entre actores, o entre actores y cosas o situaciones). En suma, su epistemología debe ser una metodología mínima (como la de un etnógrafo) que le permita al investigador reducir la dispersión del análisis y focalizar sobre la descripción del terreno.14 Como ya sabemos, es necesario lidiar con las propias competencias de los actores en situación. Siguiendo las enseñanzas de Harold Garfinkel (2013) acerca de la reflexividad social extendida, para Latour (1993) los actores sociales “ya” son sociólogos, son reflexivos y planifican mundos posibles. Por ello, la sociología debe tener en cuenta esta reflexividad y describirla, antes que otorgar un sentido a sus prácticas (sobre la hipótesis del actor como “idiota cultural”). La tarea de “descripción”, lejos de ser irrelevante u objetiva, es sumamente compleja, pues implica actualizar continuamente (y de manera creativa o no repetitiva) las alianzas de actores. Esto implica verificar sucesivamente lo que el autor llama “contenido y fecha de vencimiento” de los colectivos sociales. Esto es, rastrear los momentos en que se producen las relaciones entre actores, sus estrategias, los pasos de una asociación a la siguiente, las controversias que despliegan, la inclusión de entidades no-sociales (actores no preclasificados) y la definición de un mundo común.
De la teoría de la investigación a una sociología de las pruebas
En tercera instancia proponemos la relación entre la teoría de la “investigación” de Dewey y la sociología de las pruebas de Latour, donde la operación de un “tanteo-ordinario” es denominador común. Por un lado, ambos autores proponen una continuidad entre ciencia y acción social ordinaria; por otro, instalan el ensayo-error como método cotidiano de verificación en la búsqueda del conocimiento. Si la operación pragmatista muestra cómo la investigación de los actores (legos o expertos) es una tarea artesanal y de ajuste perpetuo con el fin de controlar un entorno, la latouriana mostrará cómo la acción (dentro de la cual está la tarea científica) consiste en una medición, o un tanteo mutuo, de pruebas de fuerza sucesivas orientadas al reforzamiento de la propia red.
Desde su origen, el pragmatismo critica la búsqueda del conocimiento desde una racionalidad fría. La distancia del observador, que opera a través de una razón especulativa o inductiva, no es garantía de un conocimiento más riguroso. El conocimiento, según Dewey (1919), es humano y por lo tanto proviene en principio de un amor a la verdad. Al mismo tiempo, las condiciones que lo habilitan no provienen de un procedimiento organizado, sino de lo contrario: la duda, la incerteza y la irritación. Allí se gesta primero una inquietud y luego un proceso de investigación (inquiry). El hombre, como “animal lógico”, se interroga, duda y se esfuerza por arribar a alguna opinión firme. El formato de Peirce (1988) acerca de la “duda y la irritación” es retomado por Dewey (2000) a través de los conceptos de “situación problemática” y de “asertabilidad garantizada”. Así, en un comienzo, una investigación resulta de una situación en estado de confusión o de una interrogación que se vuelve problemática. El pensar se define como una forma de enfrentar dicha duda/irritación frente a un problema o estado de incerteza. A partir de allí se plantean las hipótesis de solución del mismo, que de por sí colaboran (in the making) a la configuración del problema en sí15 (Dewey, 1927). Los (así llamados) procedimientos lógicos que pretenden resolver dichos problemas de manera sistemática en realidad se construyen “durante” la investigación y en virtud de lo investigado. Por último, la “asertibilidad garantizada” es el momento de “estabilización” de un problema, donde se lo controla a través de la construcción de un conocimiento (científico) o de una creencia (práctica). La estabilización de una incerteza es el éxito de una investigación.
Aquí llegamos a la radicalización de la teoría de la investigación (inquiry) pragmatista. Asiduamente se dice que la ciencia trabaja in the long run, mientras que la práctica lo hace in the short run. La ciencia busca verdades a través de procedimientos y tests, mientras que en la práctica la meta es actuar y para ello es necesario desarrollar hábitos y creencias que “estabilicen” dichas prácticas. Pero el pragmatismo plantea que hay una continuidad entre ambos tipos de “investigación” (Peirce, 2008). Según Dewey (1919, 2000), la investigación científica y la investigación ordinaria sólo se diferencian por grados y por ámbitos de aplicación. A partir de esta continuidad se esboza una teoría del conocimiento más flexible, basada sobre la metáfora del artesano, antes que sobre la del observador racional. Este modo de investigación resulta de una actividad, del descubrimiento del error y del posterior ajuste sobre el mismo. En términos ecológicos (Dewey, 1929), el conocimiento es una tarea que deriva de las respuestas de un organismo a un entorno previamente constituido. Por ende, el proceso de conocimiento es fruto de mecanismos de adaptación a situaciones de “resistencia” de un entorno. Allí se manifiesta un equilibrio entre los materiales perceptivos y los conceptuales, tanto los “hechos” como las “ideas” son operacionales.
Como ya dijimos, Latour parte de una ontología plana, en la cual no hay vínculos que prevalezcan desde un inicio. Nada está predeterminado, ninguna cosa o persona es (per se) reductible-irreductible por otra cosa o persona. Esta perspectiva de indeterminación plantea que no hay diferencias o asimetrías que no sean producto de prácticas sucesivas. Y estas prácticas son pruebas de reductibilidad que se construyen punto por punto.16 Según el autor, la trama social sólo muestra actores y cosas midiéndose y probándose entre sí. En ese sentido, la fuerza de un actor se define a través de las pruebas que es capaz de desarrollar y por su capacidad de adherir a otros alrededor suyo, haciendo que “hablen de una misma voz”. Es quien define la naturaleza de una asociación y no es contradicho (Latour, 2001a). De igual manera, lo real de un dispositivo “es” su capacidad de resistencia en la prueba. Estas “entelequias”, que mezclan:17 1) actores que dirigen la asociación; 2) actores pasivos (que reproducen la dinámica de acción); 3) sistemas de equivalencia (dispositivos y reglas de procedimiento), permiten que una asociación tenga una entidad. Desde ese momento, dicha asociación es capaz de enfrentar las pruebas de un entorno desafiante y es capaz de hacer-hacer cosas a los otros actores/entes (Latour, 2001a). En cualquier caso, esta fuerza colectiva no se “adquiere”, sólo se logra a través de adhesiones provisorias. Nadie “posee” dicho poder, sino que se le ejerce sucesivamente “en acto”, es decir, una vez que es capaz de articular actantes en un mismo sentido.
En ese marco, la perspectiva de Latour articula indisociablemente la ciencia, la política y la sociedad. Todas sus actividades se encuentran hibridadas. A través de la controversia de Thomas Hobbes y Robert Boyle sobre la bomba de vacío, Latour denuncia el dualismo moderno, es decir, la división abstracta entre la razón científica (pura y desinteresada) y la razón política (impura e interesada) (Latour, 1991). El autor propone una hipótesis de continuidad entre ambas dimensiones. De esta manera se puede observar cómo la ciencia se refuerza a través de la acción política (entendida como extensión de redes de asociaciones). En ese sentido, las ciencias en la práctica no son frías, objetivas y rigurosas sino, por el contrario, violentas, interesadas y míticas. Por su parte, desde su etnografía del laboratorio (Latour y Woolgar, 1995), el autor rechaza comenzar el análisis por la “ciencia” como producto elaborado, priorizando la observación detallada de sus actividades. Así demuele dos mitos clásicos: la neutralidad de sus procedimientos y la realidad de sus descubrimientos. Frente al primero demuestra que no hay conocimiento “universal” que garantice el cumplimiento de una ley científica, sino que, por el contrario, toda modificación del entorno a través de una actividad científica es producto de inscripciones y de manipulaciones locales y situadas (Latour, 1992). Frente al segundo mito, el autor muestra que el valor de las tesis científicas no se funda en ningún descubrimiento de una realidad (externa), sino que es fruto del emplazamiento de una red de dispositivos (“entelequia”) que reorganiza el mundo (y sus comportamientos sociales) bajo sus propios criterios, haciendo pasar a todos a través de sus procedimientos.18 En suma, para Latour (1983) la demostración científica es siempre una prueba de fuerza. Dicha fuerza viene del laboratorio, que integra aliados menores (personas y objetos), sometiéndolos a repeticiones a voluntad. No se sabe nada ni hay ninguna verdad por fuera de las redes que se organizan, estas sólo se pueden extender a costa de incorporar más aliados. Así, las redes que tengan mayor capacidad de organización del comportamiento social (es decir, más mediadores distribuidos socialmente) serán más “verdaderas” que otras. Y aunque su retórica apele a la “invención” de nuevos descubrimientos, lo que verdaderamente esconden es la red de aliados que sostiene dichos procedimientos.
Del falibilismo cientificista a una sociología de las controversias
En este apartado mostramos cómo el carácter falibilista del conocimiento científico planteado por el pragmatismo dialoga con la propuesta latouriana de una sociología de las controversias. Ambas concepciones ponen en cuestión toda regularidad en la formulación de un conocimiento, haciendo hincapié en su precariedad e incerteza. Esto da lugar a distintas formas de reversibilidad dentro de los procesos socio-cognitivos. Mientras que el pragmatismo hace uso de un perspectivismo metódico, teniendo en cuenta que todo conocimiento es un punto de vista que colabora en la configuración de lo real, Latour resalta las controversias que cada proceso cognitivo tiende a ocultar; de esta forma distingue los componentes de cada proceso, evitando reduccionismos discursivos, institucionales u otros. Así, ambos acuden a la incerteza del conocimiento científico, los primeros dando cuenta de la precariedad de toda verdad científica, mientras que Latour intentando poner de relieve las diferencias ocultas detrás de cada verdad estabilizada.
(farmacéuticos, organizaciones de caridad, salud pública, médicos extranjeros, etcétera), hasta llegar al Estado que estandarizó sus prácticas. Esto generó una red de organizaciones públicas (control, reglamentos) que sostendrá los nuevos objetivos de salud pública. Esto muestra cómo a partir de una innovación se manifiesta una nueva colaboración socio-técnica (Arellano, 2012), donde nuevos actores proponen nuevas “pruebas” para la acción y se producen nuevas formas de asociación entre actores y dispositivos.
Como en otras aporías, el pragmatismo propone la continuidad como forma de resolver posiciones antinómicas. En este caso, su planteamiento falibilista es equidistante frente al empirismo hipotético y al relativismo científico (Peirce, 2008). En primera instancia, su crítica apunta contra los supuestos (tanto empiristas como racionalistas) acerca de que la realidad es algo que “está allí” y que la tarea científica consiste en colonizarla, en descubrir sus reglas. El supuesto de que la realidad es estable lleva a que, una vez testeadas empíricamente nuestras hipótesis de investigación, estas cobran estabilidad en tanto leyes. El pragmatismo, por el contrario, postula que la realidad es multiforme y nunca estable, y que los “descubrimientos” científicos, más que representar una realidad estable, intervienen sobre la misma (Rorty, 1991). Nuestro acceso a dicha realidad cambiante no es sino a través de nuestra limitada capacidad de percepción y de acción. Nada se nos representa de la realidad misma, nuestra hipótesis son sólo alcances de nuestro desarrollo evolutivo como seres con capacidad de conocer. Habla más de nuestra forma de conceptualizar que del acceso a una realidad. Por ende, sus postulados son necesariamente falibles. No sólo porque nuestra capacidad de representar la realidad es limitada, sino justamente porque nuestra capacidad de conocimiento cambia y evoluciona. En segunda instancia, este planteamiento se aleja simétricamente de la postura relativista, a partir de la cual cualquier postulado subjetivo es verdadero. El planteamiento pragmatista mantiene un vínculo con el procedimiento científico que lleva a que las hipótesis sean testeables (Cometti, 2010). Asumir que nuestra forma de acceso a la realidad es mediante nuestra limitada capacidad de percepción humana no significa autonomizar al sujeto de la tarea objetiva de la investigación. No significa que cada persona pueda tener hipótesis diversas sobre el mismo problema. Frente a este relativismo subjetivo, el pragmatismo mantiene un lazo con cierta objetividad de carácter metódico (Dewey, 1927). En suma, el falibilismo pragmatista rechaza la idea que uno pueda acceder a un conocimiento objetivo (como lo postulaba el positivismo), pero rechaza al mismo tiempo que el conocimiento sea puramente subjetivo, es decir, inconmensurable entre perspectivas diferentes.19 Su planteamiento apunta a una apertura recurrente a la investigación, donde la productividad científica se refuerza sobre la crítica y sobre la renovación de los métodos de análisis.20
Desde una perspectiva socio-técnica, Latour (2008) nutre su análisis de los vínculos sociales a través de la búsqueda de controversias. En términos metodológicos, propone poner en suspenso los criterios a priori que “organizan” el terreno, para dar cuenta de la mayor cantidad de posiciones, actores y discursos sobre la problemática por investigar. Desde esa perspectiva, “ser buenos relativistas” no sólo permite integrar nuevos actores a la definición de un problema, sino que abre de manera indefinida su definición como tal. Alimentarse de las controversias no sólo significa alejarse de a priori conceptuales que no se verifican en el terreno, sino que implica dar cuenta de una realidad en definición dinámica, donde las controversias se multiplican permanentemente, dando forma a diversas asociaciones entre actores, dispositivos y otros entes. En otros términos, no sólo se trata de evitar la ceguera que implica todo marco de análisis o de discurso, sino de que, una vez rescatados los actores y discursos “invisibilizados” por dicho marco, sus definiciones sobre la problemática deben ser “seguidas”. Poner metodológicamente el foco sobre las controversias da cuenta de un principio de indeterminación de las relaciones sociales, de la necesidad de una tarea de verificación sucesiva sobre aquello que se pretende analizar. Latour (2008) define algunas fuentes de incertidumbre, mostrando cómo todo está en constante transformación. En primer lugar, la naturaleza de los grupos sociales con sus reconfiguraciones y su mutación identitaria; en segundo, la naturaleza de las acciones, pues en cada una de ellas aparecen agentes diversos y se producen desplazamientos de sus objetivos originales; en tercer lugar, la naturaleza de los objetos, pues no sólo son los humanos peirciano. James (1907) extrema el relativismo cognitivo sobre la verdad, sustentándola sobre una teoría de la creencia humana. Peirce (2008), a través de la simbólica fundación de una nueva corriente “pragmaticista”, rechazará esa radicalización de la máxima pragmática, afirmando que el carácter cognitivo de la realidad no depende de cualquier pensamiento, sino de una articulación entre lo existente (objetivo) y lo que incide sobre la práctica (subjetividad). los que tienen capacidad de agencia, sino una multiplicidad de agentes no humanos.21 De todas formas, nada garantiza la validez de los actores/ actantes (y sus discursos) rotulados por el analista. Como el falsacionismo científico, según Latour (2008), el analista social debe poner en cuestión permanentemente sus afirmaciones y la de sus actantes, alejarse de toda estabilización causal que dé cuenta de los vínculos sociales. Por un lado, porque dichas estabilizaciones propuestas por los analistas pueden “quedar lejos” de lo que ocurre en el terreno; por otro, porque las mismas estabilizaciones que producen los actores en las situaciones de acción tienen un período de vida relativamente corto. La productividad de toda estabilización nativa no dura indefinidamente, sino que tiene periodos de validez,22 de los cuales el científico social debe dar cuenta.
De la verdad “interna” a las prácticas a las operaciones de traducción y estabilización
Por último, hacemos referencia al problema de la estabilización del conocimiento y de la acción. Lejos de la idea tradicional de verdad “como copia” de un objeto o de una realidad “externa”, el pragmatismo privilegia una concepción de la verdad “interna” a las prácticas de los actores, es decir, como guías prácticas que los seres humanos utilizan, o tienen en cuenta, para orientar su vida en común. En esa línea, Latour rechaza la noción de verdad. Para él, toda estabilización de conocimiento es fruto de una relación de fuerza. Para consolidarla se realizan operaciones de traducción, donde ciertos actores se vuelven portavoces de otros, ya silenciados. Lejos de nutrirse de argumentos orientados a una verdad racional, esta operación se realiza mediante retóricas que devienen “verdaderas” por la fuerza que las sostiene.
Para el pragmatismo americano, el concepto de verdad va íntimamente unido con su noción de realidad. Como ya dijimos, la realidad no es para estos pensadores una serie de eventos físicos que ocurren de manera regular. La realidad tiene un carácter cognitivo y eso significa que se estructura según y a medida que los humanos somos capaces de concebirla. En ese sentido, se asume la limitación humana como frontera, esto es, la realidad es “sólo” aquello que puede llegar a conocerse. Lo que está más allá del conocimiento no lo podemos testear, ni dar cuenta de ello. En esa línea, Peirce (2008) afirma que la realidad no depende de lo que a nosotros se nos ocurre pensar, pero al mismo tiempo tampoco es independiente del pensar en cuanto tal. Esta definición nos muestra la ambivalencia del concepto. Por un lado, la realidad es una configuración humana pero, por otro, su característica es independiente de lo que cualquier humano pueda pensar, es decir, no está sujeta a un punto de vista subjetivo. La realidad es siempre algo más que nuestro conocimiento, pero sólo podemos definirla a partir de nuestro conocimiento. Concretamente, operamos de manera práctica sobre nociones de realidad que construimos (como seres con conocimiento reflexivo), esto es, podemos indagar un ámbito específico, reflexionar sobre el mismo y actuar en consecuencia. En ese sentido, la realidad es lo que producimos con nuestro entorno. Así, la verdad se aleja de todo fundamento lógico o procedimental, así como de toda pretensión de representación empírica de la realidad. La verdad es una producción de los seres humanos, siempre perfectible y sujeta al desarrollo cognitivo de dichos seres. En este sentido, James (1897) radicaliza su concepción “internalista” de la verdad, ligada a las creencias y al lenguaje de los humanos, más que a una “adecuación” del conocimiento a una realidad “externa”. A diferencia de esta perspectiva estática y contemplativa de la observación científica tradicional, la verdad pragmatista es dinámica (sujeta a sucesivas críticas), orientada a fines prácticos (más que meramente especulativos) y problematizadora del entorno (fruto de las incertidumbres y los obstáculos que el mundo les presenta a los seres humanos). Irrumpe así una teoría “genética” de la verdad,23 ligada a los esquemas conceptuales y prácticos que le dan sustento. Una verdad es tal sólo si es pensada y actuada por un gran número de personas. Las ideas son verdaderas desde el momento que son actuadas. Dicho en otras palabras, la verdad acontece a una idea, se hace cierta por los acontecimientos que produce. De esta noción práctica y dinámica de la verdad surge la máxima pragmática que analiza los hechos por sus consecuencias: la validez de algo se evidencia por su capacidad de producir efectos sensibles en el terreno práctico (Pérez de Tudela, 2008).
Desde su perspectiva socio-técnica, para Latour (2001a) una verdad no tiene ningún trasfondo lógico ni racional. No hay verdades que se encuentren validadas, ni construcciones teóricas que expliquen fenómenos en el mundo. Pero aquí se va más allá del postulado pragmatista pues, según Latour, los discursos de los actores no se fundamentan en ninguna verdad “con mayúscula”, y tampoco responden a verdades práctico-situadas. De acuerdo con el autor, vale cualquier razonamiento, pues su fuerza no proviene de un texto (científico u otro), sino de la asociación, es decir, de la relación de fuerzas. Una frase no se sostiene porque es verdadera, es verdadera porque se sostiene.24 No se distingue dónde está su fuerza y dónde está su razón. La piedra basal está en la capacidad de los actantes de producir adhesiones, de actuar en forma conjunta y a través de los mismos dispositivos. Y, fundamentalmente, en hablar todos a través “de una misma voz”. Así, una vez articulados en una misma asociación, cualquier traducción discursiva es posible. Si nadie se levanta contra la afirmación, se tendrá razón y se habrá convencido. En algún sentido, la coherencia de una alianza depende más de su capacidad de silenciar a los actores que pueden plantear una controversia que de la consistencia del argumento en sí mismo.
En su análisis etnográfico del trabajo científico en el laboratorio, Latour y Steve Woolgar (1995) muestran cómo la argumentación es estrictamente la “defensa de un texto”. Se trata más de silenciar que de abrir una discusión, son artefactos que permiten atacar y defender.25 Esto se observa en la forma en que se insertan en dicha argumentación otros enunciados favorables, en cómo se utilizan argumentos de autoridad y hasta en cómo se apela a recursos técnicos inaccesibles para silenciar a posibles discutidores. En una primera instancia, son los científicos quienes tienen la capacidad de representar la naturaleza, la capacidad de manipular los actantes que intervienen en dicha investigación. Son los que crean los instrumentos (o mecanismos de inscripción) y luego son ellos mismos los portavoces que hablan en nombre de las personas o las cosas analizadas, sin mostrar los casos equívocos o las contradicciones (Latour y Fabbri, 1977). Además, son los que se resisten contra portavoces disidentes dentro de la comunidad científica, así como frente a laboratorios antagonistas presentados como cajas negras y en cualquier caso incorporados como nuevos aliados. En una segunda instancia, también son los científicos quienes terminar de diseñar “con” la sociedad su modelo de descubrimiento. Allí se despliegan los aliados extra-científicos, se sale del laboratorio para convencer gente que aplique tecnociencia. Se usan diversas formas de “persuasión social” para dar prueba de sus afirmaciones y desarrollar sus proyectos: recaudación de fondos, reclutamiento de otros miembros de la comunidad científica, la apropiación de instrumentos tecnológicos, la visibilización de experimentos con humanos y no-humanos y hasta la vinculación con redes extensas que vuelven la innovación indispensable. En síntesis, el científico presenta su tarea más como una caja negra (desde la invención, su propagación y venta) que como la búsqueda de una verdad en toda su dimensión, con equívocos y problemas.
Conclusión
Para concluir, desarrollaremos dos argumentos respecto a las hipótesis sobre el cambio y la regularidad social. Afirmamos que tanto la teoría pragmatista como la sociología latouriana tienen planteamientos epistemológicos y metodológicos similares.
Tradicionalmente, tanto en las tradiciones idealistas como en las materialistas, la sociología canónica tendió a presuponer la regularidad social como un invariable. Los comportamientos sociales se estructuraban a partir de tradiciones, pertenencias, etcétera, razón por lo cual el punto problemático resultaba el cambio. Allí se focalizaron muchos estudios sociales, con el fin de entender su naturaleza, sus causas, sus motivos. El cambio era el punto de fuga, de quiebre, dentro de una trama relativamente previsible de comportamientos. Era un misterio que develar, mientras que lo demás advenía por repetición, por identificación, por expectativa, entre otros paradigmas que intentaban dar respuestas al dicho interrogante.
Por su parte, el paradigma pragmatista y otros de base micrológica (como la mónada de Gabriel Tarde, en que se basa la teoría latouriana) ponen en cuestión dichos a priori. Según estas perspectivas, no hay un orden regular que se opone al cambio excepcional. Se trata de un mundo que se “está componiendo” todo el tiempo. Por lo tanto, no hay lugar para presupuestos sobre los comportamientos humanos. Es necesario pensar tanto el cambio que quiebra un orden de las cosas, como la configuración del orden de las cosas.
A la vez, esta distinción teórica sobre el mundo tiene un correlato en sus formas de investigación. A diferencia de las ciencias sociales canónicas que estructuran un campo asimétrico de investigación, donde la regularidad tiene una extensión muy superior al cambio o la ruptura, los enfoques que estamos analizando en este artículo estructuran en un plano simétrico su análisis de la regularidad y del cambio. Así, todo contexto de análisis remite a un estudio de la estabilidad-inestabilidad de la situación. Ningún factor predetermina sobre el otro, resultan las dos caras de una misma moneda. Por ello, dicho trato simétrico (o continuista) del terreno de estudio prioriza la noción de reversibilidad (por sobre la de cambio o revolución) para entender los ajustes y reajustes que allí se realizan, tanto en las relaciones entre las personas y los grupos como en la definición de las situaciones entre las personas y las cosas.
En algún punto, este análisis continuista e igualitario sobre la estabilidad y la inestabilidad, metodológicamente hablando, implica poner el foco sobre cada microproceso de configuración de un orden (no prestablecido), de la misma forma que se pone el foco sobre los microprocesos de desestabilización de dicho orden. Tanto el cumplimiento fiel de un orden como la construcción de un cambio son fruto de procesos de ajuste y transformación. Extremando el argumento, se pueden observar tanto conductas orientadas al cambio que hacen referencias a distintos tipos de orden (presentes o pasados) como conductas que, buscando reafirmar un orden establecido, introducen reajustes que lo dinamizan.
En alguna medida, el valor de estos enfoques puede resumirse en dos. Por un lado, evitar los presupuestos, tratando de mostrar “cómo” ocurre lo que ocurre, circunscribiendo su factor explicativo a las consecuencias prácticas. Por otro lado, focalizarse sobre los microprocesos prácticos concretos, donde las reducciones analíticas de los investigadores tengan menor influencia.