El texto que aquí presentamos de Natural y figura o El ranchero de Irapuato, de José Tomás de Cuéllar, proviene de un lote de materiales del archivo de Armando de Maria y Campos (1897-1967) que fue comprado por el Centro de Estudios Literarios de la UNAM a raíz de su fallecimiento.1 La fuente de nuestro rescate consiste en una copia mecanográfica de 40 cuartillas numeradas (más la portada), cuyos tipos muy bastos y desgastados indican haber sido escrita en una máquina de la primera mitad del siglo pasado. La portada reza al pie de la letra: “El ranchero de Irapuato/ Comedia de costumbres. Escrita en magníficos versos en/ dos actos por el poeta mexicano/ Don José T. de Cuéllar/. -1868-.”
De modo que la primera cuestión que nos plantea esta copia es el porqué del desplazamiento del título. Decimos desplazamiento, y no cambio, ya que El ranchero de Irapuato es en todo caso el subtítulo que se le dio a la comedia Natural y figura, siguiendo la inveterada costumbre, heredada del teatro español, de asignarle un subtítulo o título alternativo a las obras de teatro para promoverlas y hacerlas familiares entre los espectadores, iniciativa debida a los empresarios o a los redactores de los periódicos. Por lo demás, para 1868 ya se había dado el caso, en el teatro mexicano, de un antecedente paronímico: Don Bonifacio o El ranchero de Aguascalientes, de Manuel Eduardo de Gorostiza; los protagonistas de dichas obras tendían así a convertirse en personajes proverbiales.
En segundo término, la susodicha portada, como se puede apreciar, exhibe los rasgos formales de una carátula editorial auténtica, exaltando la identidad nacional y el mérito de su autor, más el año de una supuesta publicación, aunque sin el dato de un impresor. Pero resulta que se ha afirmado redondamente que dicha edición nunca existió.
En efecto, dentro del mismo fólder en que llegó la copia en cuestión aparecieron tres recortes de artículos periodísticos dedicados a José Tomás de Cuéllar. En el texto del que está firmado por Jesús Zavala2 se asevera, después de enlistar las obras dramáticas de Cuéllar, que “con excepción de Deberes y sacrificios [1856], ninguna de las referidas obras se imprimió” (1). De haber sido así, todo ello sugiere que la copia del Centro de Estudios Literarios pudo haberse realizado a partir de un manuscrito destinado a la publicación, aunque ésta no haya tenido efecto. En abono de esta posibilidad se añade el hecho de que, al pie de la portada, después de la lista de personajes, y refiriéndose a la época de la acción, se repite el mismo año: 1868, dato con el que se actualizaría, en la publicación, la fecha de su estreno, que en realidad fue 1866, dos años antes. Si la obra pudo representarse varias veces en pleno Imperio, acabado éste su publicación no tropezaría con la censura.
Pasando a la lectura de la comedia nos encontramos con otra anomalía: no obstante lo que dice la portada, está escrita en prosa, y no en verso. Esta copiada en prosa, diríamos mejor, ya que el ritmo que impone su lectura indica a las claras que su forma original era el verso. ¡Desatinada idea la de operar semejante transformación en perjuicio de un autor! Por respeto a la memoria de un difunto no nos atrevemos siquiera a pensar que tal responsabilidad pudo haber corrido a cargo de un cronista y coleccionista muy respetado en su tiempo como De Maria y Campos. De la lectura completa concluimos que se trata de una copia descuidada, con un número crecido de erratas obvias y algunas omisiones probables. Suponemos hipotéticamente que fue resultado de un encargo realizado en condiciones no adecuadas y por una persona no versada en cuestiones literarias.
Copia descuidada sí, pero no mutilada, hasta donde es posible observar. Se nos presentaba de esa manera -al doctor José Quiñones Melgoza y a quien esto escribe- la posibilidad de realizar una restauración métrica, hecha con todo rigor, de una de las obras dramáticas de Cuéllar extraviadas,3 para sumarla a la otra de la que sí existe ya una edición moderna, el melodrama Deberes y sacrificios. La posibilidad siempre presente de dar con el original -manuscrito o impreso- vendría a poner en evidencia hasta qué punto acertamos y en qué nos equivocamos, así como a precisar el desempeño del copista.
Acerca de esta obra, Jesús Zavala apuntó:
Natural y figura es una sátira, en dos actos, contra los imitadores de las costumbres francesas. Se representó por primera vez -en plena intervención francesa- el 29 de mayo de 1866. Fue acogida con entusiasmo. La Asociación Gregoriana [del Colegio de San Gregorio, donde él estudió] obsequió a Cuéllar -como homenaje- una pluma de oro (1).4
Sátira o comedia de costumbres, como es anunciada en la portada, Natural y figura continúa todavía, después de más de dos siglos, la tradición de la llamada comedia de figurón, de origen barroco, aunque transformada por su evolución.
Una de las acepciones del término figura, según anota Sebastián de Covarrubias en 1611, estuvo asociada en sus orígenes al ámbito teatral, refiriéndose a los tipos de personajes que solían aparecer en una representación escénica, como lo eran el rey, el pastor, la dama y la criada, el señor y el siervo, etcétera. De ahí pasó al medio social, ya que, por extensión, “cuando encontramos con algún hombre de humor y extravagante, decimos del que es linda figura” (Covarrubias, s. v.). La variante figurón está documentada, quizá por primera vez, en El comisario de figuras, de Alonso de Castillo Solórzano en 1631 (Lanot: 133).
De modo que el tío José María, “hablador sempiterno”, “fanático por las antiguas costumbres”, que se vale de “chistes imprudentes”, en el medio social habría sido una “linda figura”, y en el ámbito teatral sería considerado francamente como un figurón, aunque evolucionado.
Los estudios acerca del figurón se han desarrollado ampliamente en las últimas décadas y han establecido, por una parte, que la comedia de figurón avanzó al parejo con el entremés, retroalimentándose,5 a tal grado que la presentación sucesiva de varios figurones que era característica del entremés llegó a trasladarse a cada uno de los tres actos de una comedia, en circunstancias distintas; esquema que puede advertirse en Lo que son mujeres (ca. 1642), de Francisco de Rojas y Zorrilla, y en la mexicana Todos contra el Payo y el Payo contra todos o La visita del Payo en el hospital de locos (s. f.), atribuida a José Joaquín Fernández de Lizardi (Reyes Palacios).
Pero en Natural y figura no se da el caso de un desfile de figurones, por más que en el clímax de cada uno de sus dos actos, la familia de afrancesados pretenciosos enseñe el cobre, mostrando su ignorancia y su sencilla sociabilidad provinciana; al final del primer acto, en una ridícula escena colectiva casi de cine mudo (o mejor, como de farsa francesa), y al final del segundo, con el desastre en que termina una comida que debería haber sido comme il faut.
Ésta ha sido la otra ruta que siguieron los estudios acerca del figurón hispánico, señalando el contraste grotesco entre el seductor y armonioso mundo de la comedia de enredo, con su aire gozoso y sus idealizados caballeros y damas, y en franca oposición, la apariencia estrambótica y la conducta extravagante de quienes no se adaptaban a las maneras de la corte madrileña (Serralta). Entre otros tipos que fueron frecuentes en el segundo grupo se encontraba el de los montañeses, quienes hacían ostentación de su añeja nobleza y se comportaban en la corte del mismo modo que lo harían en la aldea, según explica Salvador García Castañeda:
Su sinceridad y rudeza de siempre son ahora grosería, su frugalidad miseria, su falta de tacto con las damas barbarie, su ignorancia tontería […] en general aparece como un tipo risible, celoso y colérico, finchado y pretencioso, mísero y obstinado, bruto y grosero (90 y 95).
Tal era la imagen del figurón montañés durante el periodo barroco. Pero a la vuelta del siglo xix, como consecuencia del predominio teórico del neoclasicismo y sus afanes didáctico-moralizadores, así como por la influencia del entorno burgués en desarrollo, el figurón montañés se transforma y se convierte en un “hombre de pro”, según ha demostrado García Castañeda. En las tres comedias que su estudio considera, se verá a estos figurones transformados desempeñándose como personas sensatas, prácticas, morigeradas… y, además, ahora son ricos y desconfiados.
Uno de esos casos, que sí fue conocido en México en la época republicana, es el de don Anselmo, el tío santanderino de don Dieguito, en la comedia homónima (estr. 1820; en México, 1825) del hispano-mexicano Manuel Eduardo de Gorostiza. Recién llegado a Madrid, y estando todavía don Anselmo en traje de camino, el primer cortesano que lo ve se secretea burlonamente con don Dieguito:
¿De qué tapiz se arrancó
la figura que allí está?
[…] Por vida mía
que es espantosa visión;
¡qué chupa! ¡qué casacón!
Mullidor de cofradía
cuando menos será el tal (Gorostiza: I, II).
Así su presentación, a la manera barroca. Pero al cabo de veinticuatro horas terminará siendo un personaje triunfador. Percatándose en seguida de que tanto la novia de don Dieguito como sus padres sólo pretenden conseguirle a ella una boda ventajosa, aunque en el fondo lo desprecien por su origen, el tío los engaña a todos con algunos cambios repentinos en su conducta, que incluyen el mostrarse supuestamente interesado él mismo en la muchacha, para provocar el desengaño de don Dieguito y su consiguiente enmienda. Por todo lo cual el subtítulo o título alternativo que mereció esta comedia en los anuncios presentaba a don Anselmo como El montañés astuto.
El tío Juan José de Natural y figura desciende en línea recta de estos ancestros teatrales.6 Ya no es un montañés a la española, sino un próspero ranchero que con su dedicación al trabajo ha doblado ya diez veces sus rentas; presume por ello de franqueza con el dinero en sus diversiones sanas y hasta cultas, a diferencia de los catrines que, además de ser mezquinos, afectan indiferencia en los teatros hacia los artistas (nótese la crítica al público teatral de la Ciudad de México); sigue siendo rudo, pero se ampara en su sinceridad para arrogarse el derecho de corregir conductas; no sólo es tradicionalista, y por ello nacionalista a su modo (rayano en el machismo), sino que esta vez, en pleno Imperio, abiertamente se declara republicano. Aquí tenemos, en conclusión, a un figurón republicano.
La familia de rancheros de quienes es pariente cercano, resiente ya en su convivencia el cambio económico-social por el que transitan, viviendo desde hace una decena de años en la capital:
José. Sí, supe allá que heredaste
por tu mujer algún pico;
pero el maldito dinero
les ha trastornado el juicio
y ya te dejas mandar
por este par de pollitos. (I, X)
Escenario familiar semejante al de la Ensalada de pollos (1869), con dos plumíferos jóvenes que, en nombre del progreso europeizante, reniegan de la educación que sus padres intentan darles, siendo éstos, al cabo, quienes terminan alucinados por el “talento” de los hijos, como cándidamente lo asegura don Cándido en Natural y figura, y como también lo acepta la doña Lola de la Ensalada:
Antes -exclamaba-, los hijos eran dóciles, porque creían saber menos que sus padres, pero hoy tengo que capitular con la ilustración de mis hijos, éstos no reciben de mí más que lo que les conviene, y hasta se atreven a reprenderme cuando procuro corregirlos. Efectivamente algunas veces me han persuadido con sus buenas razones, porque eso sí, mis hijos tienen mucho talento (20).7
La diferencia que hay entre los dos pares de “pollos” de las familias respectivas es de grado. Mientras que los de Natural y figura ya son burgueses y ahora aspiran a ascender más en la escala social, gracias a un buen “pico” de herencia que sus padres han recibido, los humildes plumíferos de la Ensalada apenas están ingresando al trato con la burguesía, sedientos de placeres y ávidos de comodidades, aunque a cada paso que den se aproximen a su perdición. Los identifica a unos con otros su afrancesamiento, puesto que una de las causas determinantes del aumento de los pollos en la Ciudad de México era -según lo explica Cuéllar en la “monografía del pollo” puesta en forma de cartilla- “el torrente invasor de la prostitución parisiense” (40).
Uno de los temas centrales en ambas obras es, pues, la preocupación de Cuéllar por la educación de la juventud, preocupación que compartió con Altamirano, lo mismo que su confianza en las posibilidades educativas y moralizadoras de la literatura, orientadas a tal objetivo. De modo que las razones que expone el tío Juan José en la escena XI del acto primero (y que luego amplía al final del segundo), para preguntarle a don Cándido si su hijo se conformará con ser “cajonero o empleado”, volverán a aparecer en la Ensalada, esta vez en el discurso directo de Cuéllar:
La juventud se refugia en las oficinas o detrás de los mostradores, y se encanija a la sombra de la molicie, se llena de vicios antes de adquirir ni fuerzas físicas ni morales, y luego se exhibe, pulcramente ataviada, como una muestra de degeneración y de raquitismo (92).
Estos personajes comunes a ambas obras, o al menos muy cercanos entre sí, comparten necesariamente los puntos de diversión neurálgicos del espacio citadino de la segunda mitad del siglo xix. Por razones de economía dramática, los presuntuosos pollos de Natural y figura no deambulan por dichos puntos a la vista del espectador, porque ello hubiera exigido los escenarios múltiples que sí tiene a su disposición el novelista; pero los tienen en mente todo el tiempo y los invocan a la menor provocación, presumiendo que todas las mañanas, o después de comer, toman la copa en la pastelería de Plaisant o en el café de Fulcheri, sin olvidar mencionar el Tívoli del Elíseo. Del café de Fulcheri consta en la Ensalada que no era un lugar muy anodino; bajo su cobijo tienen lugar los primeros escarceos eróticos de la desgraciada Concha.
Por las semejanzas descritas, y teniendo en cuenta la cronología de ambas obras, estamos convencidos de que en Natural y figura alientan ya tres de los primeros especímenes de la plumífera especie que poblará las páginas de Ensalada de pollos tres años después.
Ubicados en la cronología, nos percatamos también de que la ida de Cuéllar a San Luis Potosí, a principios de 1868, fue una circunstancia que pudo haber influido, de alguna manera, para que el autor no llevara a cabo la publicación de Natural y figura.
Si a pesar de las semejanzas señaladas y la continuidad discursiva perceptible en la producción de Cuéllar, se tuviera duda de que los dos títulos que hemos registrado correspondan a la misma obra, la propia versión mecanográfica lo corrobora. En su portada se da el caso del desplazamiento del título original por el alternativo (El ranchero de Irapuato), pero la moraleja que propone en su última escena (al igual que todas las comedias moralizadoras) se refiere connotativamente al mismo personaje, quien habla de sí mismo: “Mi padre allá me enseñó, / que al natural y figura…, / pues, hasta la sepultura”.
En la edición que presentamos seguimos la norma del respeto casi absoluto al texto que manejamos, excepto en los cambios ortográficos históricos y las erratas obvias. Nuestras intervenciones para completar versos truncos o para auxiliar al lector con alguna acotación escénica están señaladas con corchetes. Los paréntesis de Cuéllar, de acuerdo al uso tradicional, indican apartes.
De modo que comenzamos restituyéndole a esta obra su título original.
NATURAL Y FIGURA o EL RANCHERO DE IRAPUATO
Comedia de costumbres. Escrita en magníficos versos en dos actos
por el poeta mexicano
DON JOSÉ T. DE CUÉLLAR
1868
Restauración métrica de
José Quiñones Melgoza
Edición de
Felipe Reyes Palacios
PERSONAJES
Don Cándido, padre El señor Mirafuentes
Doña Ruperta, madre La señora Mirafuentes
Carlitos, hijo Pancho Lira, amigo
Lola, hija Cinco criados
José María, tío
La acción es contemporánea y pasa en la capital de México. 1868.
Acto primero
El teatro representa una sala antigua, adornada con mal gusto. Puertas laterales y,
al fondo, sobre la mesa, un periódico.
Escena I
Cándido, sentado a la mesa. Ruperta, entrando.
RUPERTA
¡Jesús! ¡Jesús! ¡Qué cansancio!
Andar toda la mañana…
Cándido, dame una silla
que me quiere dar el asma.
No te puedes figurar
cómo está el comercio, espanta.
RUPERTA
¡Ta… ta… ta… ta!
¡Qué pobre! Si lo que falta
es el dinero. Eso sí,
yo ya no entiendo palabra
de la mera jerigonza
de estos tiempos que alcanzamos.
RUPERTA
Que en mis tiempos era todo
tan sencillo que bastaba,
para vestirse a la moda,
pronunciar cuatro palabras:
percal, alepín, erigüela,
tafetán, raso… y bastaba.
No era muy larga la lista;
pero hoy, ¡la Virgen me valga!,
balzoriña, brillantina,
pelerina, alpaca, holanda,
baré, trüé, calicot…
pero, eso sí, ¡qué bretaña!
Es un ayete, un horrón.
De aquellos tiempos no hay nada.
Hoy es una ciencia aparte,
una cosa muy pesada
comprar en esos cajones
dizque al estilo de Francia.
RUPERTA
Sí, compré; pero me falta
el rabo por desollar.
De lo que yo quiero, nada.
No hay medias de la patente,
increíble. Y la mentada
civilización de aquí,
¿de qué nos sirve? ¡De nada!
No hay mascadas de la India,
tápalos chinos, bufandas.
Nada de lo de mis tiempos.
Ya no hay capotas bordadas;
‘ora se llaman abrigos,
beduinos, paltós… ¡patrañas!
Botandas y miravar,
y carlotas y damianas…
Ni profanación más rara
que poner nombres de gentes
y de santos a las capas.
¡Vamos!, que vengo mohína.
¿Y a esto cultura se llama?
Ya se ve, si en este siglo
¡todo es farsa!, ¡todo es farsa!
CÁNDIDO
¿Qué dices? No, señor.
Si Carlitos ya no pasa
por don Canuto; le dice,
espera un poco… le llama…
¡El señor don Rinconelli!
CÁNDIDO
Ya lo sé; pero Carlitos
me dijo: papá, mañana
viene mi sastre. ¿Es francés?
Por supuesto. ¿Quién aguanta
al sastre si no es francés?
CÁNDIDO
Conque, en fin, esta mañana
vino el sastre, yo no sé
pronunciar su nombre… acaba
con,con,con
CÁNDIDO
Le dije: Quiero una capa.
¿Imperial? No, no señor,
capa española y bien larga
que me dé por los tobillos.
¡Y lo creerás! En mis barbas
se rio el monsieur… Pretendí
componerlo y… yo pensaba,
le dije, que un barragán…
Un… ¿qué?... No comprendo nada/
¡Un barragán con sus forros!
Yo no he visto de esas capas,
me dijo. De eso no se usa,
y su hijo de usted me encarga
que lo vista yo a la moda.
Así, si usted no se enfada,
tomaremos las medidas
y ¡puf!, ¡puf!, en dos patadas
quedó mi triste figura
con lápiz fotografiada.
Y ‘ora en vez de barragán
voy a apechugar con calma
con… con… no sé qué visón
a la francesa. ¡No es nada
[la antigua] invención!
CÁNDIDO
Y no hay que retroceder,
que Carlos y Lola acaban
por trastornarnos el juicio,
si nos resistimos.
Escena II
Dichos. Un criado, trayendo una caja de cartón y bultos del comercio.
Después Lola.
(Sale el criado. Llamando.)
Escena III
Dichos y Lola, por la izquierda.
(Señalando a Lola los efectos.)
CÁNDIDO
Introducción.
(Tápalo de color claro, de burato, que sea antiguo.)
RUPERTA
¿Camisas? Bonito emblema.
¿Quién te comprende, mujer?
A las jóvenes del día,
¿quién darles gusto podría?
Si no se puede creer.
Toda mi vida he pasado
en afanarme por ti,
y hoy que te conozco así,
encuentro tan mal pagado
mi afán, ingrata.
RUPERTA
Quítate allá…
¡Pues he quedado lucida!
¿Lo ves, Cándido, lo ves?
Esto es inicuo, esto es
¡la ilustración maldecida!
RUPERTA
No soy de ese parecer.
Estas pollitas del día
son las que cambian, ¡qué horror!
El ejemplo corruptor
de Europa las extravía.
Todo ha de ser de París,
todo ha de ser como allá,
y nada de lo de acá
vale un granito de anís.
LOLA
Pero es natural, mamá.
Las naciones extranjeras
son en todo las primeras.
Todo nos viene de allá.
RUPERTA
Los daría de barato
por mis tiempos, que era un sol
aquel gobierno español,
aquel feliz virreinato.
Escena IV
Dichos. Entra Carlos. Continuando lo que habla[ba] Lola.
Carlos
Las leyes, las matemáticas,
y las cuestiones odiosas
de las ciencias, y Lancáster
y toda esa jerigonza;
que habiendo plata, todo
lo demás nos sobra…
Desde que estoy elegante
es mi vida deliciosa
y ya en la alta sociedad
me inicio, y ya soy persona
concurrente a la tercena
donde no hay joven de moda
que no gaste allí su tiempo;
ya son contadas, muy pocas,
las personas de alto rango
que no me tuteen ahora.
CARLOS
Tiene todas
las cualidades… buen mozo,
tira muy bien la pistola,
monta muy bien a caballo…
(Aparte. A Cándido.)
Y oiga usted: le gusta Lola.
CARLOS
Sí, en la fonda
comemos juntos y luego
tomamos algunas copas
en Fulcheri, porque es hombre
que bebe como enamora.
CARLOS
No, mamá, toda persona
decente debe beber;
que la gente pobretona
es la única que hace gestos
al ofrecerle una copa.
RUPERTA
¿Qué es lo que oigo? ¡Conque el vicio
de embriagarse es de moda!
Cándido, ¿lo ves? ¡Dios mío!
Qué costumbres tan odiosas.
CÁNDIDO
Sí, pero es un poco fea
porque en el fondo… es la propia
costumbre de los plebeyos:
uno en jarro, y otro en copa.
CARLOS
Pero si más me interrumpen
no acabo en mi vida. Hay cosas
de importancia que deciros.
¿Me escuchan?
CARLOS
Pues, señor, como decía,
hablaba con Pancho […]. Todas
las mañanas en Plaisant
nos vemos para las copas.
CARLOS
Sí, que lo que digo importa.
Ya sabe usted que mi ahínco,
mis esfuerzos, en fin, toda
mi ambición se está cifrando
en unirnos con personas
de alto kirio; porque, en fin,
nuestra posición ahora
exige ya que tratemos
con la aristocracia toda.
CÁNDIDO
Muy bien pensado, eso es.
¿Lo oyes Ruperta? ¡Qué gloria!
Y por supuesto seremos
en México gente gorda.
Así, de polendas. ¡Bien!
Y tú, por supuesto, Lola,
te casas y… no te pierdes.
¡Picarona, picarona!
CARLOS
Pero eso no es de buen tono.
Ruperta
Dale bola, dale bola,
si es preciso que yo aprenda
a nombrarles a las cosas
de otro modo, es necesario
que a deletrear me pongan.
¡Habráse visto!...
CARLOS
Sí, y a propósito, encargo
muy especial. En tratándose
de personajes muy altos,
aunque no se les conozca
ni siquiera por retrato,
nombrarlos como si fuera
uno su amigo o su hermano.
Así, por ejemplo, Pepe
el ministro; o el tocayo,
hablando del arzobispo.
Manuelón, el secretario;
Miguel, al gobernador;
don Francisco o don fulano,
al consejero, al deán,
o al secretario de Estado.
LOLA.
Eso hago yo. A mis amigas
del colegio así les hablo,
qué tal muchachas, decía
cada rato. ¿Quieres? Vamos
todas las damas de honor.
¡Ay, si tienen tan buen trato!
CARLOS.
Sí. Pierda usted cuidado;
es una señora rica,
elegante y…¡Vaya trato!
¡Qué maneras! Al momento
que yo le fui presentado,
no abrió la boca, nomás
hizo así… Es buen tono
al saludar a un extraño,
no hablarle ni una palabra,
y no mover ni los labios.
Y dije yo para mí.
No habla, por de contado
que es toda una cortesana,
es señora de alto rango…
(Saludando cortésmente con la cabeza.)
(Indicándole asiento.)
CARLOS.
Yo con mi genio, ya saben…
yo no ando corto, y el diálogo
entablé con cierto énfasis:
Mi tío el que está en Palacio
me ha dicho… (Fue introducción.)
La marquesa de Los Álamos
me ha dicho… En la hacienda tengo
tantos y tantos caballos….
En fin, que en cinco minutos,
muy amigos, congeniamos.
RUPERTA.
Yo voy a quedar lucida.
Si yo no sé hablar de modas
[ni] de Corte ni de teatros.
¿Qué haré yo, si esa señora
me habla a la francesa? Vamos,
que no daré palotada,
y luego son los regaños,
y me dices que soy brusca,
y que yo no tengo trato.
¡Válgame Dios! Mira, mira,
yo te ruego mucho, Cándido,
que la recibas aquí
y entretanto yo me largo.
Le dices una mentira,
vale que es aristocrático
mentir descaradamente.
Miente, y carga tú el pecado.
Yo, me voy a la Profesa
a seguir mi novenario.
CÁNDIDO.
¿Qué vas a hacer? Ya digamos
que nos hemos resignado
a instruirnos en estas prácticas
de sociedad.
RUPERTA.
Ay, Dios santo.
Qué prácticas tan opuestas
a mi genio. El mundo es raro,
y yo que no le conocía
aún, a pesar de mis años.
CÁNDIDO.
Yo sí le conozco bien,
Ruperta, mas sin embargo,
si se acerca la ocasión,
no sé si estaré atrojado.
Eso es, la caravana
es dificililla, vamos.
Carlitos…
(Mira hacia sí.)
RUPERTA.
¿Yo hacer muecas?
¡Pues es divertido el caso!
Qué voy a hacer cucamonas.
Yo le hablaré como le hablo
a todo el mundo, y si no
está bien, tal día hará un año…
Mire usted que… ¡Vaya, vaya!
LOLA.
Mamá, pues ése es el trato
de las gentes, es preciso.
Las personas de alto rango
están en todo y critican.
(A Ruperta.)
(Mutis.)
Escena V
CARLOS.
Carlos.
¡Esto se llama lucir!
Yo tengo mucho talento.
¡Brillar! Lo demás es cuento.
No tengo más que pedir.
Qué bien le he dado a la bola.
Pancho cae a no dudarlo;
no para[ré] hasta casarlo;
qué dichosa va a ser Lola.
Al fin ya está limadita.
¡Si así estuviera papá!
Mas con respecto a mamá,
¡un siglo se necesita!
Como siga mis consejos
se salvará todo escollo,
que en ocasiones un pollo
sabe más que muchos viejos.
Escena VI
CARLOS y PANCHO.
Escena VII
Dichos, y Lola con un bastidor.
(Presentándola.)
[ya] la lección.)
CARLOS.([Carlos] le hace señas de que se siente y haga una caravana.)
PANCHO LIRA.
(Después de hacerse cumplimientos para sentarse.)
LOLA.
Cenamos como a las siete,
si hay visitas más de cuatro;
si son de mucha etiqueta
las invitamos al teatro.
CARLOS.
Hay algunos ignorantes
que aplauden; mas ya se ve,
bien se comprende por qué:
como no llevan guantes.
LOLA.
En eso no hay qué decir,
con un guante bien calzado,
mientras más se está ajustado
menos se puede aplaudir.
PANCHO.
Y que no vale la pena.
Yo nada supremo noto;
¿a qué viene ese alboroto,
si no hay una cosa buena?
En Europa es otra cosa;
allí hay cantantes y hay todo;
mas aquí de ningún modo.
¿Y en crónica escandalosa
cómo está usted?
Escena VIII
LOLA.
LOLA.
Ah, qué visita tan corta,
y qué guapo; qué buen chico.
Tiene no sé qué de amable,
y unos modales tan finos;
la gente decente, siempre
acostumbrado a ser rico,
lleva la ropa tan bien.
Y tiene unos piececitos,
qué bien calzado. Y el guante
qué bien puesto. El fistolito
colocado… y la corbata…
todo, todo bien prendido…
Si no se habrá figurado…
quisiera saber qué ha dicho…
si le seré indiferente…
Ya van más de tres domingos
que me ve salir de misa
y me echa el lente, y he visto
que me sigue; yo le haré
que caiga; si lo consigo,
ya podré contar a todas
que tengo un novio divino.
Escena IX
CÁNDIDO y LOLA.
LOLA.
No, papá, si ése es el traje
de casa, es muy sencillo.
Y como no viene el sastre,
es un recurso magnífico.
CÁNDIDO.
Vaya, entretanto, aquellito
ensayaremos los dos.
En el espejo me he visto
y ya no me sale mal,
mira, mira, así me inclino.
[Llevando la cara abajo.]
CÁNDIDO.
¿Qué es eso?
Lola.
Vea usted. Eso es lo mismo
que… en fin, chic quiere decir…
Pero que venga Carlitos
y le explique a usted, papá,
él sabe bien.
CÁNDIDO.
Vaya cosa,
yo no atino. No se te olvide.
y temo que no desbarre,
si acaso esa señora
[entra y] me pone en palillos,
que no es muy fácil hablar
[correcto y] sin desatinos.
LOLA.
Pierda usted [todo] cuidado.
Carlos y yo del peligro
le sacamos, si se tuerce
o se atranca en el camino.
(Ocupan sus lugares y hay una pausa muy grande. El uno leyendo y la otra bordando.)
(Rato de silencio en que vuelven ambos la cara de vez en cuando hacia la puerta, con precaución, como para no ser sorprendidos.)
Escena X
Dichos. JOSÉ MARÍA, que se detiene en el fondo contemplando el cuadro.
JOSÉ.
Dame un abrazo, primito.
¡Qué gordo estás y qué guapo!
¡Estás hecho un arzobispo!
¿Y esta chica?
JOSÉ.
¿Cómo te va?
¡Oh!, qué linda estás, gormijo.
Si yo he dejado de verte…
sí, desde cincuenta y cinco
te dejé que parecías
una muñeca. ¡Dios mío,
qué viejos somos! ¿Y Carlos?
Estará hecho un beduino;
un gendarme; ¿Dónde está?
CÁNDIDO.
¡Ay, Pepe!, si tú supieras…
Se han rebelado mis hijos
y nos tienen en un brete;
nos dan lecciones de finos
modales, de urbanidad,
pues de ese modo exquisito
que se usa en la nueva Corte,
entre gente de alto kirio,
porque es preciso hacer esto
desde que ya somos ricos.
JOSÉ.
Sí, supe allá que heredaste
por tu mujer algún pico;
pero el maldito dinero
les ha trastornado el juicio
y ya te dejas mandar
por este par de pollitos.
¿Y no cuentas que a tu edad
cargarás con el ridículo?
LOLA.
Señor, no son invenciones,
que en sociedad es preciso
darse uno el lugar que tiene
y entrando en el alto kirio
portarse con la decencia
y el decoro merecido.
JOSÉ.
¡Válgame la Virgen prieta!,
que has hablado de lo lindo;
en primer lugar, tú debes
no decir señor; tu tío,
y muy tu tío. ¿Lo entiendes?
Con respeto de[l] alto kirio,
no me tientes de paciencia,
porque te pongo en ridículo:
que cada uno de nosotros
ha de ser como Dios lo hizo.
¡Habráse dado manía!…
LOLA.
No es manía, es el destino
que le toca a cada cual
en el mundo: así vivimos
en una esfera elevada.
JOSÉ.
¡Qué esfera ni qué rodillo!
Aquí no hay más monadas
y tenlo bien entendido.
¡Vaya una chica! ¡Te luces!
¡Cándido, eres un borrico,
dejarte así gobernar
como si fueras un chico!
[A Lola.]
Anda a llamar a Ruperta,
dile que aquí está su primo,
que ésa sí no ha de pasar
por esta farsa. Pues digo:
¡válgame la Virgen prieta!
¡Pues si estás hecho un ministro!
Escena XI
CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA.
JOSÉ.
¡Al diablo
con el buen tono y con todo;
ande uno cómodo y ancho
y que se ría la gente.
No haciendo a la gente caso,
mírame a mí, soy feliz:
aumentando mis atajos
he doblado ya diez veces…
Y mira… los mexicanos
aquí echamos el dinero:
¡anchas bolsas, y a gastarlo!
(Suena las bolsas.)
De que yo miro a un catrín
que al pagar se va sacando
de la bolsa del chaleco
portamoneda[s] abrochado,
y saca con los dos dedos
medio o muchas veces tlaco…
Digo yo, ¡ya ese maldito
no quiere ser mexicano!
¡Qué mezquindad! Oye, primo;
por más que te hayan contado
que en otras partes del mundo
es todo mejor, ¡qué diablos!...
No hay como México, sí…
Este país tan denigrado
es un país como no hay otro
al otro lado del charco.
Qué me vienes ahora tú
con esos humos extraños,
con que todo a la francesa,
a la inglesa. ¡Pues estamos
lucidos! ¡No, señor! [¡No!]
Ante todo, ¡mexicanos!
Amemos nuestras costumbres
que si este país es malo
no vendrán más extranjeros;
y si es bueno, ¿qué ganamos
con imitar las costumbres
del que su país ha dejado?
JOSÉ.
¡Nada, nada!
Ya me ves, pues más de cuatro
quisieran tener mis rentas.
Eso sí… ¡de mi trabajo!
No necesito pedir yo
ni a tirios ni a troyanos,
que me mantengan; yo busco
la vida con el trabajo,
si otros hicieran lo mismo,
otro sería el estado
de México; no que todos
quieren vivir del erario.
Y esta ardiente juventud
con talento y buenos brazos,
aprende a leer y escribir,
luego algunos latinajos,
y como son niños finos
aborrecen el trabajo.
“Mamá, me voy al cajón”;
y un joven barbicerrado
se pone a vender bretaña
y se mide hasta los tápalos.
Y otro, que no aprendió
casi nada, ve al cuñado,
al pariente, y con empeños…
empleadito asalariado.
Si tiene disposición,
si pudiera valer algo,
en máquina de escribir
se va la vida pasando.
Que cerraron la oficina,
al portal, a la miseria
a dar lástima. ¡Muchachos!,
¿cuándo querrán comprender
que es un tesoro el trabajo?
¿Y tu hijo Carlos será
cajonero o empleado?
JOSÉ.
Para marqués
tal vez estará estudiando.
¡Ay, primo, te compadezco!
Si meto un poco la mano
pongo a todos en cintura
y ya verán…
JOSÉ.
¿Por qué?
Mira, los nobles… Me callo,
que ya en mejor ocasión
te apagaré esos humazos,
porque ahora me voy.
JOSÉ.
A tomar boleto,
porque vengo de Irapuato
para ver a la Peralta
que me dicen es un pájaro.
Como es mexicana, dije,
[venga], venga mi caballo
que voy a aplaudir y quiero
observar también de paso
qué hacen ciertos extranjeros
en la ópera, mirando
que hay ángeles…, ¡y muy lindos,
en país de pobres diablos!
JOSÉ.
Los consigo a puñetazos,
porque es la última función.
Conque, nos vemos, Cándido.
Cándido. Ve con Dios… ¡Si cada día
se hace este Pepe más bárbaro!
Escena XII
Escena XIII
Entra Lola cargando un bastidor, dos grandes ramilletes, un tarjetero de mesa con muchas tarjetas y un álbum de retratos. Es seguida de Doña Ruperta, que viene vestida de muy mal gusto y atrojada, poniéndose guantes blancos.
Escena XIV
Dichos. Y Un criado.
CARLOS.
Cerca del portón te estás.
Cuando vengan las visitas
que no entren a la sala;
a pasar a la antesala
al momento las invitas,
y dices: “Voy a avisar,
¿a quién anuncio?” Y su nombre
te dirán. ¿Lo entiendes, hombre?
Y te vienes sin tardar,
corre. Es un criado muy vivo.
(Viendo que permanecen en la misma postura.)
CARLOS.
Nada de tono festivo,
nada del pasado, nada;
ser en extremo prudente;
si mentamos un pariente
damos una campanada
y al momento se sabría…
CARLOS.
¡Bárbaro de tomo y lomo
de Irapuato! ¿Quién colige
que allí pueda haber un hombre
que por rústico no asombre
si a la Corte se dirige?
Si aquí entre la flor y nata,
entre el lujo y el boato
hay brutos, en Irapuato,
¿qué ha de haber más que de resta?
Escena XV
Dichos y el Criado.
(Pausa ligera.)
Escena XVI
Cándido, Carlos, Lola, Ruperta y el Señor y la Señora Mirafuentes.
CARLOS.
¡Oh, señor de Mirafuentes!
Señora, beso los pies.
Pasen ustedes, ésta es
su casa. Estamos pendientes
del menaje, mil perdones,
como amigos verdaderos;
¡oh! Si estos tapiceros
todos son unos bribones.
Papá…, mamá…
(Se cambian cuatro genuflexiones: los Mirafuentes, naturales, y los demás, ridículos.)
Las gentes
que nos hacen el favor
de visitarnos, toleran
estos muebles; porque, en fin,
usted conoce el trajín
de poner casa; exasperan
aquí mucho los artesanos.
(Después siguen cambiándose cumplimientos mudos, siempre exasperados y ridículos por parte de los de la casa. Hay muchos movimientos para llegar a sentarse. La escena muda durará todo el tiempo que los actores quieran sostenerla. Ya cuando todos estén sentados y pendientes unos de los otros, como esperando que alguno comience a hablar, cae el telón poco a poco.)
Natural y figura o El ranchero de Irapuato
José Tomás de Cuéllar
Acto segundo
Escena I
CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA, sentados.
JOSÉ.
Pues oye, sólo un cenzontle
o un piano de esos buenos
pueden hacer lo que hace
la Peralta: ¡qué gorjeos!
¡Si da gusto! Qué bien hice
en venir sin perder tiempo.
JOSÉ.
Mira, el público…
entendámonos, yo cuento
entre lo que forma el público,
tanto en uno y otro sexo,
a quien gusta del teatro
y va a gastar el dinero
por divertirse, es decir,
por gozar con lo de adentro,
con la comedia o la ópera
no ignorando el argumento
pero no es público, primo,
esa ringla de podencos
de guantes blancos, que charlan
o están haciendo muñecos
con los programas, o están
nomás a los palcos viendo.
Esos nenes no son público,
no pueden tener buen seso;
y luego que van entrando
al segundo acto; hay muñecos
de esos que entran a media ópera,
que en el pórtico están hechos
un demonio por entrar;
pero más puede el deseo
de darse tono y fingir,
a los que cantan, desprecio.
JOSÉ.
¡Bah! Si vieras
que un catrín se estaba riendo
porque yo para entender
la ópera, en el libreto
que compré, iba consultando
todo lo que estaba oyendo.
CÁNDIDO.
¡Vaya cosa!... Es necesario
preguntar, [y] luego, luego,
a Carlitos, si es mal tono
leer el libro.
JOSÉ.
Pues como te iba diciendo,
ninguno de esos peleles
aplaudió ni hizo algún gesto.
Al principio, dije yo…,
pues curioso [es] el suceso,
¡cuántos sordos se han juntado!
Es original; yo creo
que esos niños como tapia
tienen los oídos, pero
en el entreacto observaba
que se entendían teniendo
conversación y modales
como todos; y ahora vengo
a colegir que esos chicos
no tienen mucho talento.
Y mira lo que es el gusto,
los de los palcos terceros
y los de arriba, aplaudieron;
pero oye, primo, ¡frenéticos!...
Se conoce que sentían
y que se ponían huecos
de ver en la mexicana
tan admirables progresos.
Y tú, ¿qué te hiciste anoche?
CÁNDIDO.
Pues anoche era en extremo
preciso, según Carlitos,
felicitar a un sujeto
que me parece es ministro…
o no sé qué…
José.
¿Qué es eso?
¿Fuiste a hacer una visita
sin saber a quién?
CÁNDIDO.
No, pero
como mi hija cada rato
está conque… hoy tenemos
que dar estos días; mañana
el pésame al consejero.
Después una enhorabuena,
o el general está enfermo…
JOSÉ.
Dale con el embeleco
del gran tono; cada cual
se esté donde lo pusieron
su nacimiento y su clase,
su cabeza y su dinero.
Porque, no te canses, primo,
los que rústicos nacieron
aunque los vistan de frac
y sean ricos como Creso,
se les ha de ver la hilaza
y no dejarán el pelo
de la dehesa. Y ahora tú,
que a tu edad estás creyendo
que puede dar en el mundo
aristocracia el dinero;
oye, no hay aristocracia
más que una: la del talento.
Que tu hijo Carlos es hombre
de letras y ha descubierto
la cuadratura del círculo,
un planeta, otro hemisferio,
la piedra filosofal
o, en fin, que en el mundo ha hecho
algún bien a sus hermanos….
Yo me quitaré el sombrero
y le llamaré marqués
o conde, y no me avergüenzo.
Pero porque don Zoquete
ha tenido más dinero
que tú, te creas inferior,
eso, primo, es… de mal género.
Yo sé bien lo que te digo.
El ser rico no es un mérito.
JOSÉ.
Nada de argucias;
lo dicho, no me doblego;
si tú sales de tu esfera,
ya verás qué lindo es eso;
y como que eres mi primo,
y como primo te quiero,
yo no debo permitir
que te andes con esos cuentos
que van a costarte caro:
te arruinas en un momento.
Yo no me opongo a que goces
y a que gastes tu dinero
en lo que quieras; pero, hombre,
que no sirva de tormento
cada paso que tú des;
goza a tu modo y laus Deo.
Cándido. En parte tienes razón.
JOSÉ.
Pues ya se ve que la tengo;
y si no, dime en confianza,
¿estás así más contento,
en compañía de los tuyos
con libertad, con sosiego,
sin estudiar las palabras
ni forzar hasta los gestos,
en una reunión de amigos,
como tú de medio pelo,
pero mostrando a su modo
el cariño verdadero?
Un franco apretón de manos,
un “oye chico”… es más bueno
que esas largas reverencias
que hacen tan mal.
JOSÉ.
Pues si lo conoces, primo,
por qué no te pones tieso
y dices: ¡Aquí yo mando!;
y le haces ver al muñeco
de tu hijo, que es una farsa
lo que contigo está haciendo.
JOSÉ.
Pero,
¿qué importa? Precisamente
lo malo es que consintieron;
y nunca es tarde, querido,
para corregir un yerro.
JOSÉ.
¡Hola, hola!... Según veo
ya te vas aclimatando;
la vanidad es veneno,
y antes de que tome creces,
cortaré este mal a tiempo.
Ya verás lo que te espera.
Por ahora, adiós, ya vuelvo.
JOSÉ.
Hace años
que no he visitado México.
Tengo que ver la Academia
de San Carlos y el museo,
algunas fábricas nuevas
y el ferrocarril de Arbeu.
Escena II
(Llamando.)
¡Ruperta, perdido estoy!
Seguro que este jayán
suelta una de tomo y lomo.
Hoy es día que no como,
pues me va a amargar el pan
la cultura, el chic de Carlos
y la finura de Lola.
¡Oh!, qué linda carambola
vamos a hacer al juntarnos.
Escena III
CÁNDIDO y doña RUPERTA.
CÁNDIDO.
¿Cómo muy bien? ¡Del infierno!
¡Que de huirle no me eximo!
¿Qué no conoces que el primo
es hablador sempiterno?
Y por más que tú te encumbres
en el mundo aristocrático,
él siempre será fanático
de las antiguas costumbres,
y nos pondrá en evidencia
ante el señor Mirafuentes,
con sus chistes imprudentes.
RUPERTA.
Pues, señor, sólo esto falta.
Pero bien visto, ¿por qué
temes? Como es ranchero,
entenderá el mundo entero
que lo hace de buena fe.
CÁNDIDO.
No me comprendes, bendita.
Va a decir la Mirafuentes:
¡Qué parientes, qué parientes
tiene doña Rupertita!
Escena IV
Dichos y un CRIADO.
CÁNDIDO.
¡Corre, corre!,
allá en ese aparador
o como se llame el mueble
grande que ayer se compró,
allí lo colocas todo.
Ve a ver eso.
Escena V
CÁNDIDO.
CÁNDIDO.
Vajilla nueva, eso es,
¿sí tendrá puesto el blasón?,
porque Carlitos me ha dicho
que ése es el estilo de hoy:
en cada plato un escudo.
¿Cuál será el nuestro? Yo no
lo conozco, tal vez eso
no sea de precisión.
No todo el que tiene armas
entiende de dónde son.
Teniéndolas en los platos
y en el coche, se acabó.
Si el señor de Mirafuentes
me pregunta, diré yo:
¿las armas? ¡Oh!, sí, estas armas,
el escudo, sí señor,
y así saldré bien del paso;
desde antes de anoche estoy
pensando que muchas veces
que he preguntado algo yo
no he entendido la respuesta;
y sintiendo algún rubor
de confesar mi ignorancia,
he dicho: sí, sí señor.
Y con esto a otra materia
nos pasamos de rondón.
Hablaré poco, muy poco,
¡y acertaré por quien soy!
Escena VI
CÁNDIDO y CARLOS.
CARLOS.
¡Dios mío, qué desarreglo!
¡Qué criados! ¡Es un horror!
¡Este país, esta gente,
estas costumbres! No, no,
¡si no se puede sufrir!,
mañana mismo me voy
a buscar un cocinero
inglés que tenga reloj.
Escena VII
Dichos y Lola sin crinolina y con un mandil.
CARLOS.
Deja la pasta de almendras
y escucha: circunspección,
aplomo, cierta ironía,
luego alguna que otra tos.
CARLOS.
Porque él es vivo,
pero más vivo soy yo,
con ciertas lecciones cae…
Papacito, es un millón…
Cándido. Pero, hombre…
LOLA.
No necesito orador.
Yo sé muy bien lo que hago.
Cándido. Ya maestros son los dos.
Y dime: ¿también se usa
fraguar intrigas de amor
delante de sus papás?
CARLOS.
Falta una lección.
Di que traigan unos platos
cubiertos, mantel, que yo
tengo que hacer un ensayo
con ustedes porque hoy
va a ser la primera vez
que con gente comme il faut
comemos, y es necesario
estar en todo.
Escena VIII
CARLOS y CÁNDIDO.
CÁNDIDO.
¡Ah! ¿pues no lo digo yo?
Si dijeras: comeremos
con mucho… chic. (Ya salió.)
¿Estuvo bien aplicado?
Escena IX
Dichos. Lola y doña Ruperta. Lola seguida de dos Criados que traen una mesa con mantel, platos, vasos, copas de distintas clases. En seguida doña Ruperta, cargando también algunos trastos.
(Colocan la mesa.)
(a cabecera derecha.)
(La cabecera derecha.)
[Refiriéndose a la señora Mirafuentes]
(Idem a su derecha.)
CARLOS.
Sí, es natural [que] en la mesa
se procure que juntitas
estén algunas personas.
Los jóvenes con las niñas…
Los papás con los papás,
y así cada uno platica
más a gusto; usted mamá,
tome el cuchillo y divida.
CARLOS.
Se toma así el tenedor,
así el cuchillo, se trincha,
se parte… No abrir los codos
así, se deja enseguida,
se cambia acá el tenedor,
y entretanto se mastica,
se cambia otra vez, se parte,
se deja, se cambia, arriba
y otra vez. Vamos a ver.
CARLOS.
Eso era en aquellos días
en que no había cultura,
hoy la cosa es muy distinta;
nada es forzado, vea usted:
en un tiempo así se hacía,
al pasar un plato; ahora
se pasa así. Es más bonita
la actitud, más elegante;
el puño de la camisa
se ve con todo y mancuernas;
y, sobre todo, esto indica
que uno sabe lo que trae
entre manos.
CARLOS
No, no.
Vea usted, son todas distintas,
ésta para el burdeos,
para el jerez, y estas chicas
para el licor.
RUPERTA.
¡Virgen santa!
Es mucho, por más que digan,
el vicio de la embriaguez
está en boga, y ya no atinan
las gentes con tantas copas
de figuras tan distintas.
Cuidado, que en estos tiempos
un libro se necesita
para aprender todo eso;
en mi tiempo se ponían
vasos y copas, y todos
a su gusto se servían,
sin andar con distinciones.
¡Ay!, pero todo varía.
Carlos. A repetir la lección.
Todos como yo.
(Pausa.)
Escena X
Dichos en su sitio y José María entrando.
JOSÉ.
Lolita,
¿y Carlos? Ah, buena pieza,
ven acá; si ya te pinta
la barba, ya eres grande, hombre.
¿No me abrazas?
(Carlos se separa de la mesa y se acerca a José.)
¿Te resignas?...
Sé que no te ha de gustar
mi modo, porque tú estilas
todo al revés. Vamos, [vamos,]
¿no me ofreces [nada,] niña?
JOSÉ.
¡Oiga! ¿Por la cortesía?
Maestro de ceremonias,
por vocación te dedicas.
[A Lola.]
Y tú, ¿qué sabes hacer?,
¿sabes remendar camisas?
JOSÉ.
Sí, es denigrante, muchacha.
Para las personas ricas,
labrar, traducir idiomas,
dibujar, economía
doméstica, historia o algo.
(Sale Lola.)
Escena XI
CARLOS, CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA.9
Escena XII
CARLOS.
CARLOS.
Vaya un ranchero pesado.
¿De dónde salió ese tío
que me atosiga, Dios mío,
como un dolor de costado?
¿Qué haré para que se vaya?
¡Vamos, si no es para gentes!
Y ante el señor Mirafuentes,
va a pasarse de la raya.
Escena XIII
CARLOS y LOLA.
CARLOS.
¿Qué te ha hecho? Si voy la zurro.
Lola. Ha sido en vano mi ahínco.
La comida, ¡sea por Dios!,
debía estar a las dos,
y no estará ni a las cinco.
CARLOS.
Sí, este país…
todo está tan atrasado;
jamás hubiera pasado
una cosa así en París…
Vas a ver.
(Sale.)
Escena XIV
LOLA.
LOLA.
¡Carlos, Carlitos!…
Pues corre, que, si arde Troya,
no va a quedar ni una olla
y va a ser una de gritos
que yo entretanto me sumo
y que, pues sola me dejan,
mientras allá se festeja,
creo que es oportuno
ver mi carta. (Leyendo.) “Señorita”…
Se declara Pancho Lira.
Me lo esperaba, delira
por mí. ¿Y estará suscrita?
Sí… Francisco de pe Lira.
Aquí se declara. Vaya,
eso al momento se nota.
Escena XV
LOLA y un CRIADO.
Escena XVI
Se va Lola y el criado introduce a los otros cuatro criados vestidos de negro con centro blanco y guantes de hilo. Sale Doña Ruperta y desde la puerta hace a los criados algunas reverencias. Después se acerca a ellos y hace la señal estudiada para que tomen asiento. Los criados se sientan.
RUPERTA.
Pero sentaos,
no se molesten ustedes,
yo voy a avisarle a Cándido,
ustedes lo disimulen,
que aquí se ha estado esperando;
pero, vamos, caballeros
no permanezcan parados.
(Se sientan.)
[Aparte.]
No me han ofrecido asiento,
no han hecho así [hace la seña], será acaso
porque son cortos… yo debo
sentarme y cumplimentarlos.
(Se sienta.)
Escena XVII
Dichos y CARLOS.
CARLOS.
¿Qué es esto? ¿Qué hacen ustedes?
No me gusta que sean llanos
los que me sirven, parece
que ellos son los convidados.
¿Pero usted qué hace, mamá?
RUPERTA.(Parándose.)
CARLOS.
Hoy todo sale al revés
me están llevando los diablos…
Pero, mamá…, mire usted,
creo que la están llamando,
vaya usted, porque si no,
no respondo de lo que hago.
[Sale Ruperta.]
Escena XVIII
Dichos, menos Ruperta.
CARLOS.
Ya sé por qué.
Mi mamá no ve muy claro.
Conque tú pones cubiertos;
y tú te llevas los platos;
tú te encargarás del vino,
ya sabes, ir destapando.
¿Conoces ya bien las copas?
Vino tibio y vino helado,
todo a su hora como en Tívoli,
todo muy pronto y cuidado.
[Salen los criados.]
Escena XIX
Al salir los criados entra Cándido, quien al hacer una reverencia se endereza bruscamente a la voz de Carlos.
(Inclinándose.)
CARLOS.(Después de un movimiento de impaciencia.)
Escena XX
Dichos, un criado, después el Señor y la Señora Mirafuentes.
CARLOS.
Todos deseamos
que [la] excesiva bondad
de ustedes en esta ocasión
alcance hasta disculparnos.
Cuando se pone una casa
y son nuevos los crïados,
se nota cierta torpeza…
En fin…
CARLOS.
Muchas gracias.
Permítanme ustedes.
Es mucho, mucho el honor
que hoy nos están dispensando.
(Toca la campanita, sale el criado.)
(Atraviesa el criado la escena.)
(A la señora.)
Señora.(A Mirafuentes.)
CARLOS.(Tosiendo ligeramente.)
Y… usted señalará el día
para que todos vayamos
a Tacubaya, es preciso;
hoy una casa de campo
es lo más indispensable
porque el aire es tan malsano
en la capital, y aún más
cuando uno está acostumbrado…
Escena XXI
Dichos, RUPERTA y LOLA.
RUPERTA.(Sin acordarse de la caravana y abrazándola.)
(Abrazándolo.)
SEÑORA.
Vea usted. En cuanto
a lo de la conferencia,
no se ha dado un solo caso
de que haya habido persona
que se suscriba con tanto.
Lola. Son nomás doscientos pesos
cada mes, y tenemos tanto,
que en socorrer a los pobres
no es nada.
(A Ruperta.)
RUPERTA.
¿Los esta… tutos? Fray Pablo,
mi confesor, no me deja
que lea yo libros malos,
no sé si estará prohibida
esa obra.
CARLOS.
No, mamá.
Los reglamentos. El caso
es que hay una novela
prohibida a la que llamamos
estatutos.
SEÑORA.
No sabía.
Mirafuentes.(Dirigiéndose a don Cándido.)
¿Y la hacienda es de ganados
de esquilmos? ¿Se da buen trigo?
¿Es de riego?
Escena XXII
Dichos y Pancho Lira.
PANCHO.
Señores, su servidor,
según lo que estoy notando,
llego a los postres muy bien.
¿Cómo le va, señor Cándido?
¿Qué tal?... ¿Y usted?
PANCHO.
¡Qué diablo!
No tiene ningún misterio.
(Creerá que es de amor.)
[A Lola.]
Diga usted, ¿la leyó?
PANCHO.
Vea usted, en ella le hablo
de una cosa muy sencilla.
Quería yo que un muchacho
amigo mío, que hace versos,
hiciera para usted algo,
y escribió a usted una esquela
pidiendo su álbum.
(Se para.)
(Tomando su sombrero.)
Escena XXIII
Dichos. José María aparece por el fondo y se coloca en observación.
CARLOS.
¡Ah!, sí, papá, por supuesto;
porque ya viene el verano,
y es cosa de muy mal gusto,
no trasladarse uno al campo.
En París así se hace;
y como estamos montados
a la francesa…
CARLOS.
Pero son las tres y cuarto.
¡Oh!, disimulen ustedes
que haya habido este retardo
por hoy; nuestro cocinero
quiso echar el resto, ha dado
en que no ha de prescindir
de poner hígados grasos.
CARLOS.
Vea usted, papá…
(¡Ah!, por Dios, mucho cuidado.)
En París, allí se come
muy bien, cogen muchos gansos.
CARLOS.
Así como nuestros patos;
sino que ahí son mejores,
se entiende, todo es mejor allí.
Pues los tales pájaros
son colgados de las alas,
como los ajusticiados;
se les arrancan los ojos
y se les harta. Los gansos
engordan horriblemente
y se hipertrofian. Entonces
se les abre con cuidado
y se les arranca el hígado,
que es el más rico regalo.
Escena XXIV
Dichos y un CRIADO.
[Sale.]
Escena XXV
El señor MIRAFUENTES, LOLA, RUPERTA, don CÁNDIDO y JOSÉ MARÍA en su puesto.
(Se oye un gran ruido de trastos y de voces confusas. Todos se paran asustados.)
(Sigue el murmullo.)
Escena XXVI
Dichos, y Carlos y criados por el fondo.
CRIADOS.
Sí, pero no somos negros,
y ¡viva la libertad!
Otro.Se conoce que estos rotos
nunca han sabido mandar.
(JOSÉ MARÍA, que se ha adelantado al proscenio, mientras los demás han acudido a la puerta del fondo.)
JOSÉ.
¡Me alegro!, que así sabrán
que no puede sostenerse
otra posición social
que en la que uno ha nacido.
Y ya voy yo, y ya verán.
(Se ve pasar por el fondo a varios criados y otros vuelven a escena.)
Señora, a los pies de usted.
Señor primito, ¿qué tal?
¿Qué hay, Carlitos? Esto así
es un fiasco, ¿no es verdad?
El señor Mirafuentes,
que es persona muy formal,
como abogado de usted
con gusto me aceptará.
A nombre de esta familia
que ha nacido para errar,
le pido yo mil perdones
y le suplico, además
que escuche usted un instante.
JOSÉ.
Ya, ya,
estás vencido. Tú, Lola,
di algo, que extrañarán
estos señores, que yo,
a quien no han visto jamás,
sea el que tome la palabra,
y no quisiera pasar
por intruso.
JOSÉ.
Pues chitón,
y que me dejen hablar.
[Bien,] señor de Mirafuentes,
Cándido no comprará
la casa de Tacubaya.
JOSÉ.
Silencio que ya
ha hecho usted dimisión.
Y tampoco cooperará
Ruperta en la conferencia
con esa suma mensual.
Ésta es la primera parte
porque es lo más principal.
Usted que es hombre de mundo,
persona de sociedad,
acostumbrado a ser rico
y a más de eso, perspicaz,
habrá visto en esta casa
una comedia nomás;
en que estos pobres actores
no saben por dónde van.
Que el papel de gran señor
en este mundo falaz,
nunca lo puede hacer bien
el que no lo fue jamás.
Lo que se hereda y se mama
es tan sólo la verdad.
Y no se aprende a ser culto,
por el buen corte de un frac.
Dicen que todo el dinero
en este mundo nos da,
que el dinero es rey del mundo…
sí, pero rey liberal.
Deja a cada uno que goce;
pero si quiere gozar
fuera de la ley alguno,
bien caro lo ha de pagar.
El oro da brillo al grande,
pero al pobre sólo pan;
gozar como el potentado
no ha de poder el jayán,
aunque tenga más dinero,
porque le falta algo más.
Si quieres brillar, Carlitos,
bueno, bien puedes brillar,
que todavía eres joven
para ponerte a estudiar.
Ennoblécete a ti mismo.
Mira, aquí en la frente está
el valor de cada hombre;
esta corona ideal
que el hombre ciñe, es la única
que al mundo subyugará.
¿Tienes ambición? Pues busca
la luz y te alumbrará,
y no tengas como timbres
elegancia y fatuidad.
De nada te sirve el oro,
si humo tienes nada más
en la cabeza, llénala
de saber, de luz, y entonces
el oro te buscarás.
Primo, es poco lo que tienes;
siempre has sido pobre, y ya
que en tu tranquila vejez
Dios te deja descansar,
asegura tu dinero,
vive con comodidades…
y pon a escoger a Carlos:
o estudio o mendicidad.
Cándido. ¡Ah!, tienes mucha r
azón.
JOSÉ.
Ese furor de los jóvenes
que tratan de figurar,
creyendo que sólo el oro
en el mundo ha de brillar,
los arrastra a la ignorancia
y al desprecio universal.
Conque… al colegio, Carlitos,
a ser hombre muy cabal
y llegarás a reírte
de los elegantes.
MIRAFUENTES.
No, no hay que mortificarse
otra vez…
Ruperta. ¡Lance fatal!
Oye, ¿y toda la vajilla
se quebró?
CARLOS.
Toda, mamá;
pero no es eso lo peor.
La comida está infernal,
no está presentable, ¡vamos!
Dice Pablo que no hay más
que mole de guajolote.
CARLOS.
No, no.
No hay trufas ni volován
y dijo la cocinera
en un tono muy formal,
que era todo a la francesa,
y ya se ve… La verdad,
estoy muy avergonzado,
pero el cocinero... ya…
si con toda esta canalla…
JOSÉ.
Sólo un momento.
Ya ustedes han perdonado
y estas gentes han quedado
escarmentadas del cuento.
Pero en cuanto a mi persona
necesito otros favores;
con su permiso, señores
mi incapacidad me abona,
yo soy así… de Irapuato…
ranchero… En la capital
todo me parece mal,
y es porque no tengo trato;
pero quiero a mis parientes,
y los quiero así, a mi modo,
así es que no apruebo todo
lo que hacen aquí las gentes.
Mi padre allá me enseñó,
que natural y figura…
pues… hasta la sepultura,
y de aquí no paso yo.
Y pues que siempre así fui
y siempre como hoy seré…
la verdad pura diré
como yo la concebí.
Si somos republicanos
y a nuestra patria queremos,
hermanos, nunca olvidemos,
que nacimos mexicanos.
FIN