Introducción
El balance reflexivo del trabajo de campo que presentamos en este artículo se remonta a abril de 2017, cuando realicé un retiro en San Mateo Río Hondo, Oaxaca, con el objetivo de escribir algunas partes de mi tesis de doctorado. Un amigo me había aconsejado este lugar por su tranquilidad, su aislamiento en la montaña, como un lugar perfecto para estudiar, sin muchos turistas. Efectivamente, es uno de los pueblos en el corazón de la Sierra Madre del Sur, poco conocido y distanciado de la ruta hacia las playas.
En 2018, al momento de elegir un caso de estudio para el proyecto de posdoctorado Turismo alternativo en México,1 quise utilizar mis recuerdos y observaciones básicas para formular unas hipótesis de partida alrededor de los impactos locales del turismo. Se expone esto en una primera parte del trabajo, antes de develar cómo la realidad del campo y mi situación laboral condicionaron la metodología. La segunda parte está dedicada a contar algunas de nuestras observaciones respecto a la estructura espacial y la actividad económica turística. Esto me llevó, como se describe en una tercera parte y con base en los perfiles y prácticas de los turistas, a reformular una problemática más precisa acerca de la relación entre turismo y urbanización.
1. Entrada y adaptación al lugar de estudios
El campo y los antecedentes hippies del turismo
El municipio de San Mateo Río Hondo está ubicado al sur del distrito de Miahuatlán de Porfirio Díaz. La zona de estudio se asienta en un sistema montañoso formado por cumbres de hasta 3000 metros de altura y valles profundos. El municipio es el antiguo Tetiquipa Río Hondo de la Colonia, conocido como “Xaltengo” por los mexicas y “Yegoyoxi” por los zapotecos, que en ambos idiomas significa “Río de arena”. Es probable que el primer asentamiento poblacional se situó más abajo, cerca del Río Hondo (Rojas, 1958). Si su historia arranca antes de la Conquista, durante la Colonia fue un paraje del Camino Real entre la Ciudad de Oaxaca de Juárez y el puerto de Huatulco. Este “puebloetapa” vivía del comercio y de los servicios a los viajeros, hasta que Huatulco dejó de ser un puerto importante, obligando al pueblo a replegarse sobre una agricultura poco productiva. Sin embargo, por la erosión eólica e hídrica los suelos son poco fértiles para la agricultura, por lo que actualmente en la zona predomina la explotación forestal (Rojas, 1958; Gutiérrez, 2013).
Después del reportaje publicado en la revista Life, sobre la curandera María Sabina y sus “niños santos” (hongos alucinógenos) (Wasson, 1957), aventureros e hippies empezaron a instalarse en el norte del estado oaxaqueño, por Huautla de Jiménez (Rodríguez Venegas, 2017). Es hasta el eclipse total de sol del 7 de marzo 1970 que muchos científicos y viajeros del mundo acudieron a Miahuatlán para observar el fenómeno (Alcázar, 2004). Cuando se supo que también había “hongos mágicos” en las montañas boscosas cercanas, hippies estadounidenses y mexicanos se quedaron en la zona. Así para Brenner (2012), el eclipse fue un “evento crucial” que actuó como un parteaguas en el desarrollo de prácticas viajeras en el sur de Oaxaca, después que estos pioneros abrieron la ruta. Paralelamente, en los años setenta se fue desarrollando la infraestructura de transportes para impulsar el turismo. La carretera federal 175 fue pavimentada hasta el ejido de San José del Pacifico en 1975, y luego prolongada hasta la costa y conectada a la famosa carretera “Panamericana” (carretera federal 200) a principio de los años 1980, permitiendo al turismo de la época llegar hasta Mazunte y Zipolite (Ibíd.). Es así como San José del Pacifico, ubicado en el municipio de San Mateo, se volvió un paraje importante y aparecieron los primeros hospedajes para turistas.
Fuente: INEGI, Marco Geoestadístico Municipal 2005, versión 3.1 e información topográfica digital a escala 1:250 000 serie III.
Con esta historia y mis primeras observaciones, considero que la cultura alternativa tiene todavía un papel importante en la caracterización de estos destinos turísticos. Los hongos y los “viajes” que provocan son claves en la identidad del lugar, por lo menos para los visitantes y algunos propietarios de negocios turísticos. Esto tiene un interés reforzado por la observación de la tendencia todavía en crecimiento del “turismo psicodélico” en México (Laure Vidriales y Hannon Ovies, 2018), práctica que preferimos clasificar como una de las tantas ramas del “turismo mochilero”.2 Estos turistas, de manera general, tienen mala fama porque son considerados como “visitantes pobres” que no generan derrama económica, que suelen drogarse (Esparza, 2015), y al contrario de lo que suelen decir a veces, no se integran a las sociedades locales (Maoz, 2007). Todo esto, debe participar en la explicación de que este tipo de turismo no está referenciado como tal. En Domínguez Martínez y Sánchez Crispín (2019), quienes censaron y cartografiaron los atractivos turísticos oaxaqueños, se constata que San Mateo se ubica en la ruta de promoción turística del café y que está clasificado como turismo rural. Esto revela el interés de informar sobre una práctica poco tomada en cuenta por las instituciones oficiales.
Es así como formulé una primera pregunta de investigación que, si bien la pensaba un poco ingenua, podía guiar la primera fase de trabajo de campo: ¿al considerar vivir de manera alternativa, los “hippies” tendrían un efecto distinto sobre el desarrollo turístico?
Situación laboral, realidad del campo y adaptación
Siendo contratado para un posdoctorado internacional en la Universidad de Angers (Francia), estoy autorizado a estar la mayoría del tiempo en México, lo que me daba la posibilidad de quedarme varias semanas en el campo. En cambio, por la misma situación y el seguimiento que requiere,3 así como la producción científica, no podía ir a campo y cortar los contactos con el mundo académico. Con estos condicionantes organicé la primera sesión de trabajo de campo para una duración de 20 días en noviembre de 2019.
En concordancia con el enfoque etnográfico elegido, la idea era de pasar el mayor tiempo posible en San Mateo. Pero dado los antecedentes mencionados, decidí pasar también dos días en San José del Pacifico con fines exploratorios. Luego, al llegar a San Mateo, elegí una habitación donde me quedaría toda la estancia. El objetivo era establecer una rutina de trabajo e integrarme progresivamente al pueblo, para poder observar la vida cotidiana, hacer contactos y planear entrevistas. Por lo general mi rutina consistía en escribir por la mañana para avanzar en los pendientes de la producción científica, luego de ir a comer en el pueblo, pasear en las tardes, encontrar y charlar con turistas y lugareños, participar en actividades turísticas y pasar una hora en el cibercafé del pueblo, único lugar donde se puede acceder a internet y dar seguimiento a las tareas universitarias.
Descubrí rápidamente que, en ambos pueblos, aunque más visible en San José, se consumía bastante mariguana, así como, en menor medida, otras drogas de síntesis (LSD, éxtasis, etc.). La incomodidad creció cuando entendí que una resina de cannabis (hash) producida localmente, era uno de los productos buscado por parte de los turistas. Conociendo la situación de extrema violencia del país por el narcotráfico, decidí, en aras de protegerme, no hacer pública mi visita como investigador. Me presentaba como un universitario que venía para escribir. Concentré entonces mi estrategia en la observación y en la redacción de un diario de campo estructurado en tres ejes: las prácticas de los turistas (proveniencia, destino, tiempo de estancia, origen socio-geográfica, presupuestos, actividades realizadas, etc.), los negocios turísticos (tipo de productos o servicios, modo de gestión, éxito económico, etc.), y la relación entre foráneos y lugareños (integración de los extranjeros instalados, relación con los turistas, etc.). Este articulo está redactado con base en este diario (Figura 2).
En el transcurso de esta primera estancia pude averiguar, mediante discusiones informales, que la instalación de hippies o mochileros, así como la visita de turistas había llegado a impulsar el cultivo de la mariguana. Esparza (2015) notaba que, en estas zonas de Oaxaca, en los años setenta, este cultivo era sobre todo un complemento de ingresos para los campesinos. Sin poder, ni querer, averiguar en qué medida había evolucionado la producción, me conformé con informaciones esparcidas en discusiones informales que confirmaban que eran pequeñas producciones y que no había presencia de un cartel implantado en la zona. Una vez más tranquilo, y dado que el objetivo inicial es evaluar el impacto socioambiental del turismo, decidí continuar. Es así como regresé al campo para una segunda sesión de diez días en febrero de 2020. Fue la ocasión de presentarme como geógrafo, completar el inventario de los negocios turísticos y empezar a realizar entrevistas.
2. Dos espacios turísticos distintos
Con el objetivo de ilustrar los primeros avances, realicé los primeros mapas de las dos localidades para esbozar el “tejido urbano”. Fueron realizados con un programa de diseño gráfico con base en el trabajo de campo, y con la consulta de imágenes satelitales de Google Maps (2020) para facilitar la delimitación de las áreas construidas. En el mapa de San José (Figura 3) como en el de San Mateo (Figura 4), reconstituí recorridos acompañados de fotos que muestran el campo visual4 alcanzable en algunos puntos. Así se entiende la estructura espacial de los pueblos y la distribución de los hospedajes. El contraste es bastante revelador de la intensidad del fenómeno turístico. En San José, que cuenta con 550 habitantes (INEGI, 2010), censé 28 hospedajes, contra 10 en San Mateo por 884 habitantes (INEGI, 2010.). A esto se debe añadir que los hospedajes de San Mateo son de menor capacidad (un máximo de 14 personas por noche para el más grande) en comparación con algunos de San José que tienen una capacidad de hasta 50 personas.
San José del Pacifico, un denso pueblo turístico
Entrando en San José por el sur en la carretera 175 se observan las primeras construcciones, como restaurantes, que parecen haber cesado sus actividades. En el trasfondo se aprecia el cerro de La Postema, donde se asienta parte del pueblo (Figura 3A). Siguiendo la carretera hacia el norte, se llega a lo que se considera el centro. Todos los edificios están relacionados con la actividad turística o de servicios para los usuarios de la carretera. Ahí se concentran cafeterías, bares, restaurantes, tiendas y puestos de artesanías en actividades, así como las bases de combis (transporte colectivo) de las tres empresas que operan la ruta Oaxaca-Pochutla (Figura 3B). Este sitio fue un lugar estratégico para estimar las salidas y llegadas de turistas, que una vez bajado de los transportes parecen guiarse por los letreros de hospedajes, anuncios de ranchos ecoturísticos, carteles de promoción de actividades turísticas (senderismo, tirolesa, masajes, temazcal, etc.), y murales representando hongos mágicos. Avanzando en la misma dirección se llega a un cruce con una tienda de materiales de construcción. Siguiendo hacia el este, se toma una calle pavimentada que sube a La Postema. Después de caminar un poco, uno puede dar la vuelta y comprobar la densidad de las construcciones en la zona que acabamos de dejar atrás (Figura 3C).
Subiendo más, hasta acceder a una escalera, se llega a uno de los lugares más concurrido por los jóvenes mochileros: el Hostal La Cumbre. Situado arriba del pueblo, sintetiza precios accesibles, comodidades sencillas y una vista de los valles que bajan hasta el océano Pacifico que se adivina al horizonte (Figura 3D). Además de haber permitido añadir el cualitativo “del Pacifico” a San José, este paisaje se ha vuelto un recurso turístico, en tanto ofrece magnificas puestas de Sol y “mareas de nubes”. Caminando hacia el este, las casas se vuelven más dispersas y se observan algunas parcelas con cabañas o remolques (Figura 3E) que, según informaciones recolectadas, suelen ser terrenos comprados por foráneos, tanto mexicanos como extranjeros.
Nada más fácil que fingir ser un turista para visitar a los distintos hospedajes, preguntar acerca de los precios y servicios, como lo hice los pocos días que estaba en San José. Si bien pudimos identificar una buena parte de ellos, dudamos haber inventariado todos. Si grandes negocios y hospedajes bien establecidos son bastante visibles, hasta en las redes sociales o en plataformas como Airbnb, también existen cabañas que son extensiones de casas familiares en los techos o patios, a veces sin letreros indicadores. Globalmente se puede constar que los precios son más elevados en los negocios ubicados cerca de la carretera principal, y bajan a medida que uno se aleja. En el centro el precio de una habitación doble oscila entre 250 y 600 pesos por noche, según los servicios adicionales (televisión por satélite, baño propio, aire acondicionado, etc.), mientras que más arriba en la orilla de la zona construida, una familia proponía cuartitos muy sencillos por 50 pesos por persona por noche. Solo el aumento en la calidad del servicio, sumado a una buena vista del paisaje montañoso, explica tarifas excepcionalmente altas para la zona, como en el recién abierto complejo de cabañas de lujo El Gentil de la Postema (Figura 3F), con noches a partir de 800 pesos por alojamiento para una pareja.
San Mateo, una cabecera rural
Aunque es cabecera municipal, San Mateo se aleja 12 kilómetros por terracería de la carretera 175 pasando por Zapotitlán y a 8 kilómetros por San José. Llegando por esta última, al norte, están los primeros hospedajes, en su mayoría cabañas sencillas y económicas, a veces construidos encima de las casas (Figura 4A). Bajando al sur se llega al centro del pueblo. Al contrario de San José, en el cual la mayoría de las casas eran de bloques de hormigón y cemento, hay varias casas que tienen estructuras más antiguas, con vigas de madera y paredes de adobe. Al respecto, se puede apreciar en la plaza principal el viejo muro de adobe del recinto del antiguo templo (Figura 4B).
Siguiendo hacia el norte se pasa delante de algunas tiendas, el cibercafé Amapola y un comedor del mismo nombre abierto cuando empezaron a llegar turistas más regularmente, hace una década (Figura 4C). Después, caminando hacia el sureste, encima de una loma, se puede observar el pueblo de frente, las milpas entre las casas, y se aprecia una densidad de construcciones menor que en San José (Figura 4D). Retomando el camino hacia el norte y luego al este, llama la atención una nueva tienda de abarrotes, construida de madera y sobre pilares (Figura 4E). Desde que regresé para hacer trabajo de campo constaté que algunas de estas construcciones habían aparecido, por lo menos una chocolatería artesanal impulsada por un extranjero y una cafetería que aún no estaba en servicio. Testimonios afirman que son construcciones realizadas mediante pequeñas inversiones poco arriesgadas. Individuos o familias parecen lanzarse en la aventura con nuevos negocios turísticos, un indicio de que hay un flujo estable de turistas. Finalmente, subiendo a la orilla este, donde están los “hospedajes históricos” del pueblo, se puede apreciar el paisaje que ofrece una de las cabañas rústicas de la posada Yegoyoxi, fundada en los años 1970 por el señor Lambertino, un viajero estadounidense que se enamoró de lugar y se instaló ahí (Figura 4F)
Al lado y dos décadas después se construyó la Casa de la Abuela, otro hospedaje de la misma calidad, pero que cuenta con un restaurante. En ambos lugares se pueden encontrar cabañas cómodas por un costo de entre 150 y 200 pesos por noches. Estos son los precios más elevados y quedan debajo de los de San José. Luego, una familia vecina construyo cuartos económicos al lado. En esta zona, donde siempre me hospedé desde 2017, los visitantes como los dueños buscan silencio y tranquilidad, y a dos pasos están las brechas para caminar en el bosque. Con el tiempo, otros hospedajes de distintos estilos vieron la luz. Además del otro polo de cuartos y cabañas sencillas al norte del pueblo (100 pesos la noche), al suroeste en el bosque, una casa fue remodelada por un extranjero y transformada en hostal, cuyas noches individuales cuestan 50 pesos. Noté también que se empiezan a rentar cuartos por mes y dos hospedajes independientes acaban de aparecer en Airbnb.
3. Prácticas turísticas, ¿prácticas urbanas?
Una entrada por las practicas
No aplicamos encuesta para identificar sociológicamente a los turistas, pero siempre que podíamos platicar con uno lo intentábamos. Resultaba fácil hablar con un mochilero porque le suele agradar hablar de su viaje con otros viajeros, tanto por ego como para obtener consejos acerca de destinos próximos (Martin-Cabello, 2014). Globalmente, las características sociodemográficas de los mochileros encontrados corresponden a lo que describen numerosas investigaciones, y que Sørensen (2003) resume insistiendo en sus orígenes mayoritariamente occidental: Norteamérica, Europa, Israel y Japón. Tienen entre 18 y 33 años, aunque la mayoría se sitúa entre 22 y 27. Se encuentran más hombres que mujeres y la mayoría tienen títulos universitarios. En cambio, es más difícil determinar sus orígenes sociales, ya que últimamente este turismo se ha institucionalizado y se ha abierto a muchos estratos sociales (Martin-Cabello, 2014).
En nuestros casos de estudio, quiero añadir dos matices a estos perfiles generales. Primero, si suele haber consenso en que la figura del drifter (hippie, vagabundo) de los años sesenta (Cohen, 1972) se transformó en el turista mochilero en las décadas siguientes, en ambos lugares de estudios se observa todavía el primero. En varias ocasiones conocí a jóvenes de la Ciudad de México, a veces estudiantes, que tenían vestimenta y discursos que se asimilan a subculturas alternativas (hippie, punk, etc.). Como tienen pocos recursos, pueden hacer autostop, vender artesanías o hacer espectáculos callejeros (música, malabarismo, etc.), única manera de salir de viaje. Algunos extranjeros tienen la misma actitud y declaran “no tener dinero”. Si bien es un discurso común entre los mochileros, es obvio que esconde realidades sociales muy distintas.
Segundo, y específicamente en San Mateo, noté una presencia de mochileros de edad más avanzada, a veces jubilados, que venían para descansar y estar en contacto con la naturaleza. Pensaba esta categoría circunscrita a mayores de edad de clase media o media alta. Pero un día encontré en un restaurante de San Mateo a una persona que me recordaba haber visto en San José en la primera sesión de trabajo de campo. Conseguí entablar con él una conversación y entendí que este viajero de alrededor de cuarenta años y de origen europeo, llevaba varios meses aquí. Rentaba un cuarto al mes y venía aquí para “leer libros de filosofía clásica que no había tenido tiempo de leer”. Esta información detonó en mi mente, y tal como un espejo, me identifique con él. Luego, me confirmaron conocidos que, de vez en cuando, venían escritores a retirarse. Por consecuencia, tenía que admitir que formaba parte de mi caso de estudio, como “turista de retiro”.
Así, más que los perfiles sociológicos, lo que permite diferenciar los turistas de San José y San Mateo son las prácticas sociales. En San José, los turistas, en su mayoría mochileros, suelen parar una o dos noches. Buscan un hostal, pasean en el pueblo y sus alrededores. Algunos compran hongos mágicos que les entregan en forma de té, y buscan un lugar donde admirar el atardecer y convivir con algunos turistas. Eventualmente, si se quedan un día más, participaran a una sesión de temazcal y se van al día siguiente hacia las playas. En cambio, los que llegan a San Mateo ya lo conocen o alguien les aconsejó. Independientemente de sus orígenes sociales o de los motivos de su visita (hongos, senderismo, visitas de amigos, actividades culturales, etc.) vienen por estancias más largas, hasta de varios días, semanas o meses, hasta eventualmente buscar instalarse.
Turismo rural y alternativo frente a prácticas urbanizadoras
A pesar de las distintas orígenes sociales y nacionales, tanto de los turistas como los instalados provienen de países desarrollados, o de capitales de los países en vías de desarrollo. Para los nacionales esta región es obviamente más accesible, lo que explica la presencia recurrente de drifters mexicanos, pero hasta ellos suelen venir de la Ciudad de México o de Oaxaca. En todo caso, los turistas son urbanos y tienen un poder adquisitivo y un capital cultural suficiente para emprender este tipo de viajes.
Los mochileros son generaciones que pudieron viajar a grandes distancias debido al desarrollo de la industria aérea (Martin-Cabello, 2014). Significa que llegan a México por los aeropuertos internacionales y que luego hasta San Mateo por la red urbana y sus conexiones. Así, no es posible aislar el municipio estudiado de la “ruta sur” entre Oaxaca y las playas. Tanto instalados como mochileros de largas estancias “bajan” con frecuencia a Mazunte o Zipolite para visitar a sus familiares o a otros “turistas instalados”. Incluso, esta ruta mochilera es un pequeño segmento de una ruta entre la capital del país y el Caribe, pasando por Oaxaca y Chiapas. A esto hay que añadir que todos los que viven o pasan mucho tiempo en San Mateo o San José, tienen que ir a Miahuatlán para abastecerse, retirar dinero o realizar trámites administrativos. Esto ilustra que todo tipo de turismo depende en realidad de lo urbano.
Los turistas observados están en búsqueda de naturaleza o de una “alternativa” a la vida urbana moderna. Por más anti-consumista que unos se presentan, traen con ellos hábitos urbanos, y esto se traduce de varias maneras: consumir hongos como cualquier droga en lugar de hacerlo a la manera tradicional, exigencias de confort (internet, comida internacional, transportes regulares, etc.). Estas demandas acaban influenciando los negocios turísticos y convencionales que tienden a adaptarse a la demanda, lo que tiene por efecto la transformación de la estructura socioeconómica local, que a su vez implica mayor dependencia al sistema urbano regional, nacional y global.
Finalmente, el turismo, al valorar el carácter único de un lugar, otorga un valor al espacio, que en su aspecto simbólico atrae a más turistas, pero que, en términos económicos, suele arrancar dinámicas inmobiliarias (Marie Dit Chirot, 2019). Es así como en ambos pueblos constamos con la presencia de “turista-inversores”, al igual que en Mazunte (Vargas del Rio, 2016) y Zipolite (Brenner, 2012), es decir, de mochileros que se quedaron, compraron tierra y desarrollaron una actividad económica vinculada al turismo, reforzando así la atracción turística. Sin duda, este proceso afectó más intensamente a San José, y la presencia de numerosos carteles de venta de lotes indica que la actividad inmobiliaria es ahora una fuente de ingreso para algunos actores que habría que identificar. Sin conocer, de momento, la “historia urbana” de San José, hay una fuerte probabilidad de que el turismo fuera un factor clave en su densificación, así como respecto al abandono progresivo de la agricultura, como me lo mencionaron algunas personas. Por lo mismo, aunque San José como San Mateo fueron “descubiertos” por los hippies en los años 1970, la fama del primero, y su conexión a la carretera 175, le confirieron una centralidad turística a la escala local.
Las entrevistas realizadas a cinco foráneos instalados me enseñaron, a pesar de la diversidad de perfiles sociales, que antes de vivir en San Mateo, habían pasado o vivido un tiempo en San José y que se fueron porque, según ellos, se volvió una “industria turística” donde “todo es caro”. Si estos juicios pueden ser exagerados, comprobé que expresan una cierta realidad en cuanto a la intensidad del flujo turístico, al impacto que tiene sobre el precio de los terrenos y de las rentas, y de cómo estas cuestiones pueden afectar las relaciones entre locales y turistas. En este sentido, aunque es cabecera municipal, se puede considerar que San Mateo es por ahora una “periferia turística” a la escala local. No obstante, frente al aumento de la frecuencia turística, ¿hasta cuándo seguirá siendo un lugar “tranquilo”? Y respecto a las quejas de los foráneos instalados sobre un supuesto racismo de los lugareños hacia ellos, ¿no sería más bien un clasismo, fruto de crecientes desigualdades entre ellos?
Conclusión
Más que concluir, ahora sigue el balance de estas primeras fases de trabajo de campo, tanto para reformular una problemática como adaptar los objetivos en función de lo ya descubierto. El dilema de la seguridad ralentizó el proceso investigativo y obligó a alargar la primera fase de campo. Ahora se plantea la necesidad de regresar para entrevistar a otras categorías sociales, entre otros, los lugareños, para entender cuáles son sus experiencias del fenómeno turístico y en qué medida le benefician. Dado que los habitantes locales me deben de considerar como un “gringo”, al igual que todos los foráneos, me enfrentaré probablemente a reticencias. Pero, dada la posibilidad de quedarme suficiente tiempo en México, había anticipado una tercera estancia. Conocí a un joven del comité turístico de San Mateo quien me invitó a trabajar con ellos. La idea era organizar una visita más larga en julio de 2020 y, mediante este comité, entrar en contacto con las instituciones municipales y organizar talleres con los habitantes para realizar un diagnóstico territorial enfocado en lo turístico. Pero dada la pandemia de Covid-19, estas actividades fueron suspendidas, y si se reagendan, es probable que la temporalidad del posdoctorado sea corta para examinar los datos y redactar un informe.
Sin embargo, en cuanto al reajuste de las preguntas de investigación, me pareció pertinente ampliar el espectro analítico vinculando las dinámicas turísticas rurales o “alternativas” a la urbanización del campo. Enfocarse al impacto local del turismo de hippies tiene muchos limitantes. Mediante el trabajo de campo, observamos que, si el “espíritu contracultural” pervive en algunos drifters contemporáneos, fueron reemplazados por mochileros a través del proceso de turistificación.5
Aunque, como los hippies de antes, no es una categoría social pertinente, este último está vinculado al auge del turismo, a la afirmación de una sociedad de consumo y a la globalización de prácticas urbanas que acaban difundiéndose hasta transformar-absorber las estructuras sociales rurales y sus espacios. Los mapas realizados permiten así matizar la categorización operada por el INEGI, visible en su mapa del municipio (Figura 1). San José no es solo un punto de localidad y San Mateo tampoco es un núcleo urbano.
Finalmente, y de acuerdo con Brenner (2012), quien argumentaba que las etapas de desarrollo de los destinos turísticos no siguen los mismos patrones, San Mateo parece seguir su propio ritmo. Cabe preguntarse si la saturación turística y la urbanización que conocieron las playas y San José va a desplazar el fenómeno y afectar más intensamente a San Mateo. Se vuelve necesario hacer un estudio de la urbanización de estos lugares analizando los precios de los terrenos, los tipos de arreglos institucionales y económicos que permiten la compra y venta de tierras y las actividades terciarias que surgen.